Capítulo 7: Confesiones en la lluvia
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Candy se encontraba en Chicago, una ciudad que le traía recuerdos agridulces. Había viajado hasta allí para buscar unos medicamentos que el Hogar de Pony necesitaba urgentemente. Tras recorrer varias farmacias y finalmente encontrar lo que buscaba, Candy se dirigió de regreso a su hotel. La noche había caído y la lluvia comenzaba a intensificarse, transformando las calles en un laberinto resbaladizo y sombrío.
Caminaba rápidamente, sintiendo cómo el frío calaba en sus huesos. Sus pensamientos se centraban en regresar pronto, cuando de repente, notó que alguien la seguía. Aceleró el paso, intentando no mostrar su miedo, pero el hombre tras ella también aumentó su velocidad. Candy giró en un callejón oscuro, esperando perderlo, pero pronto sintió una mano agarrando su brazo con fuerza.
—¡Dame todo lo que tienes! —gruñó el hombre, con una voz áspera y amenazante.
Candy forcejeó, tratando de liberarse, pero el miedo y la desesperación la paralizaban. Justo cuando parecía que no había escapatoria, un joven apareció en la entrada del callejón. Sin dudarlo, se lanzó sobre el asaltante, propinándole varios golpes hasta que el hombre soltó a Candy y huyó.
—¿Estás bien? —preguntó el joven, con voz preocupada.
Candy, aún temblando, asintió y murmuró un agradecimiento. Fue entonces cuando, bajo la tenue luz de una farola cercana, reconoció a su salvador.
—¡Terry! —exclamó, sus ojos llenándose de sorpresa y alivio.
Terry la miró profundamente, sus ojos reflejando una mezcla de emociones. Durante unos segundos, ambos se quedaron en silencio, solo el sonido de la lluvia llenaba el aire. Finalmente, Candy habló de nuevo.
—Gracias, Terry. No sé qué habría hecho sin ti.
—No tienes que agradecerme, Candy —respondió Terry, su voz suave pero firme—. Vamos, estás empapada. Mi apartamento está a una cuadra de aquí. Puedes cambiarte y calentarte.
Candy dudó al principio, pero la insistencia de Terry y el frío que empezaba a sentir en sus huesos la convencieron. Juntos caminaron bajo la lluvia hasta el apartamento de Terry.
Una vez dentro, el calor de la chimenea encendida los envolvió. El ambiente era acogedor, pero el silencio entre ellos se tornaba incómodo. Terry le ofreció una toalla y algunas prendas secas para que se cambiara. Candy aceptó, agradecida, y se retiró a una habitación adyacente.
Cuando regresó, con la ropa seca y el cabello aún húmedo, se sentó cerca de la chimenea, observando el fuego mientras trataba de ordenar sus pensamientos. Terry rompió el silencio con una pregunta trivial, intentando aliviar la tensión.
—¿Cómo has estado, Candy? ¿Qué te trae a Chicago?
Candy respondió con simplicidad, explicándole sobre su misión para conseguir los medicamentos. Mientras hablaban, sus ojos recorrían el apartamento, buscando algún indicio de la presencia de Susana. No vio nada, lo que la llevó a preguntar directamente.
—Terry, ¿cómo está Susana?
El rostro de Terry se oscureció, y Candy supo que algo estaba terriblemente mal. Después de un momento de silencio, Terry habló, su voz quebrada por el dolor.
—Susana... Susana murió, Candy. Fue por mi culpa. Un accidente de auto...
Candy sintió un nudo en el estómago. No podía creer lo que estaba escuchando. Se acercó a Terry y tomó su mano, intentando consolarlo.
—Terry, no es tu culpa. Los accidentes ocurren, y no siempre podemos controlarlos.
Terry apartó la mirada, luchando contra las lágrimas.
—Si no hubiera sido por mí, ella estaría viva. La amaba, pero siempre supe que mi corazón pertenecía a otra persona. Tal vez eso la distrajo, tal vez...
Candy lo interrumpió, abrazándolo con fuerza.
—Terry, no puedes culparte por esto. Susana te amaba, y estoy segura de que no querría verte así. Tienes que perdonarte.
El silencio volvió a envolverlos, solo roto por el crepitar del fuego. Terry se aferró a Candy, sintiendo una mezcla de dolor y alivio por su consuelo. Pasaron varios minutos antes de que Terry hablara nuevamente.
—Gracias, Candy. No sé qué haría sin ti.
Candy sonrió, una sonrisa llena de tristeza pero también de esperanza.
—Siempre estaré aquí para ti, Terry, como amiga, como apoyo. No importa lo que pase.
Capítulo 7: Confesiones en la Lluvia (Continúa)
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La noche avanzaba lentamente, y el peso de las confesiones de Terry todavía colgaba en el aire. Candy y Terry permanecían cerca de la chimenea, la calidez del fuego ayudando a contrarrestar el frío de la lluvia que caía persistentemente afuera.
Terry se levantó y caminó hacia una pequeña estantería, sacando una botella de vino y dos copas.
—Necesitamos esto —dijo con una sonrisa tenue, tratando de aliviar la tensión.
Candy asintió y aceptó la copa que Terry le ofrecía. Ambos brindaron en silencio y tomaron un sorbo, el vino les proporcionó una cálida sensación de confort.
—Candy, he pensado en ti más de lo que puedas imaginar —confesó Terry, rompiendo nuevamente el silencio—. No hay día en que no me pregunte qué habría pasado si...
Candy lo miró, sus ojos llenos de comprensión y empatía.
—Terry, el pasado es algo que no podemos cambiar. Lo importante es cómo vivimos el presente y construimos el futuro.
Terry asintió, pero su mirada seguía siendo melancólica.
—Lo sé, Candy. Pero a veces, el pasado pesa tanto que es difícil seguir adelante.
Candy se acercó un poco más, colocando una mano sobre la suya.
—Terry, todos llevamos cargas. Lo importante es no llevarlas solos. Tienes amigos, tienes gente que te quiere. Y siempre tendrás un lugar en mi corazón.
Terry apretó suavemente la mano de Candy, agradecido por su apoyo. Ambos se quedaron en silencio, disfrutando de la compañía mutua y del calor del fuego.
Después de un rato, Candy comenzó a hablar de su vida en el Hogar de Pony, de los niños y de las alegrías y desafíos que enfrentaba diariamente. Terry escuchaba atentamente, sintiendo una paz que no había experimentado en mucho tiempo.
—Los niños deben adorarte, Candy. Siempre has tenido un corazón tan grande —dijo Terry, sonriendo sinceramente.
—Ellos me han enseñado tanto, Terry. Me recuerdan lo importante que es seguir adelante, sin importar las dificultades —respondió Candy, sus ojos brillando con determinación.
El tiempo pasó rápidamente, y la lluvia afuera comenzó a amainar. Candy se dio cuenta de que era hora de regresar al hotel.
—Terry, gracias por todo esta noche. No sé qué habría hecho sin ti —dijo Candy, levantándose.
—Gracias a ti, Candy. Por estar aquí, por escucharme y por ser tú —respondió Terry, levantándose también.
Ambos se dirigieron a la puerta, y Terry insistió en acompañarla hasta su hotel para asegurarse de que llegara a salvo. Mientras caminaban por las calles mojadas, no pudieron evitar sentir que algo había cambiado entre ellos. Habían compartido una noche de confesiones y consuelo que había fortalecido su conexión.
Al llegar al hotel, Candy se volvió hacia Terry, sus ojos reflejando una mezcla de emociones.
—Cuídate, Terry. Y recuerda, no estás solo.
—Lo haré, Candy. Cuídate tú también. Y gracias, de verdad —respondió Terry, mirándola con intensidad.
Candy le dio un último abrazo antes de entrar al hotel. Mientras subía a su habitación, no podía dejar de pensar en lo que había sucedido esa noche. Sentía una mezcla de tristeza por el dolor de Terry y esperanza por la posibilidad de un futuro donde ambos pudieran encontrar la paz y la felicidad.
Terry, por su parte, caminó de regreso a su apartamento, sintiéndose un poco más ligero. La conversación con Candy le había dado una nueva perspectiva y una renovada determinación para enfrentar el futuro. Sabía que el camino no sería fácil, pero con el apoyo de personas como Candy, sentía que podía superarlo.
La noche había sido larga y llena de emociones, pero tanto Candy como Terry sabían que habían dado un paso importante hacia la sanación y la comprensión. Y mientras la lluvia finalmente cesaba, ambos sentían que, de alguna manera, habían encontrado un rayo de luz en medio de la oscuridad.
