Candy Candy, ahora una enfermera experimentada, caminaba por los jardines de la gran mansión Ardlay, disfrutando del aroma de las flores y los recuerdos que este lugar evocaba. Después de años de dedicarse a cuidar a otros, finalmente había tenido la oportunidad de visitar a sus viejos amigos, Archie y Annie, quienes recientemente se habían casado. El sol brillaba en lo alto, pero la luz no podía ocultar la sombra de una preocupación latente.
Mientras se acercaba a la entrada principal, una mezcla de emociones la embargaba. La puerta se abrió de golpe y Archie, con su sonrisa siempre radiante, la recibió con los brazos abiertos.
—¡Candy! ¡Qué alegría verte! —exclamó, abrazándola con fuerza—. Ha pasado tanto tiempo.
—Archie, estás tan guapo como siempre —respondió Candy, riendo mientras correspondía al abrazo—. Es maravilloso estar aquí.
Archie la condujo al interior, donde el ambiente cálido y acogedor de la mansión la envolvió. En el salón principal, Annie se levantó rápidamente al ver a Candy y corrió hacia ella con los brazos extendidos.
—¡Candy! —gritó Annie, con lágrimas de felicidad en los ojos—. No sabes cuánto te he extrañado.
—¡Annie! —Candy abrazó a su amiga con fuerza, sintiendo una conexión profunda que el tiempo y la distancia no habían podido romper—. Yo también te he extrañado tanto.
Las tres se sentaron en el sofá, riendo y recordando viejos tiempos. Sin embargo, Candy no pudo evitar notar una sombra de preocupación en los ojos de Annie, una tristeza que no correspondía con la alegría del momento.
—Annie, ¿estás bien? —preguntó Candy con suavidad, tomando la mano de su amiga—. Pareces... preocupada.
Annie esbozó una sonrisa, pero Candy pudo ver que era forzada.
—Oh, estoy bien, Candy —respondió Annie, tratando de sonar convincente—. Solo que... hay tantas cosas nuevas en mi vida. Ser esposa es una gran responsabilidad.
Archie, sentado al lado de Annie, le dio un apretón cariñoso en el hombro.
—Annie ha sido increíble, Candy —dijo Archie con admiración—. No sé qué haría sin ella.
Candy sonrió, pero no pudo evitar sentir una ligera inquietud. Decidió cambiar de tema para aliviar la tensión.
—Entonces, cuéntenme, ¿cómo han estado? —preguntó Candy, mirando a sus amigos con genuina curiosidad—. Quiero saber todo sobre su vida de casados.
Annie y Archie comenzaron a relatar sus experiencias desde la boda, hablando sobre su nuevo hogar, los proyectos que tenían en mente y las pequeñas alegrías cotidianas. Pero Candy, siendo la observadora que era, notó cómo Annie se esforzaba por mantener una fachada de felicidad. Cada tanto, sus ojos se perdían en la distancia, como si estuviera sumida en pensamientos oscuros.
—Y tú, Candy, ¿cómo has estado? —preguntó Archie, desviando la conversación hacia ella—. Cuéntanos sobre tu trabajo y tu vida en el hospital.
Candy suspiró, agradecida por la oportunidad de hablar de algo más.
—He estado muy ocupada —respondió—. El hospital siempre está lleno de pacientes que necesitan cuidado, y aunque es agotador, amo lo que hago. Ayudar a otros me da un propósito.
Annie la miró con admiración, aunque su tristeza no desapareció por completo.
—Eres increíble, Candy —dijo suavemente—. Siempre has sido tan fuerte y compasiva.
Candy apretó la mano de Annie, sintiendo la conexión profunda entre ellas.
—Y tú también, Annie —dijo con sinceridad—. Eres una mujer maravillosa y una amiga increíble. Estoy tan feliz de estar aquí con ustedes.
La conversación continuó, llena de risas y recuerdos. Pero mientras el sol se ocultaba y la noche caía, Candy no pudo quitarse de la cabeza la sombra en los ojos de Annie. Había algo que su amiga no le estaba diciendo, y aunque no sabía qué era, estaba decidida a estar allí para ella, sin importar lo que el futuro trajera.
La noche terminó con promesas de más visitas y una despedida cálida. Candy dejó la mansión con el corazón lleno de alegría por el reencuentro, pero también con una semilla de preocupación. Algo estaba sucediendo con Annie, y aunque no sabía qué era, estaba determinada a descubrirlo y a ayudar a su amiga, pase lo que pase.
Mientras Candy se alejaba, Archie y Annie se quedaron en la puerta, observándola partir. Annie suspiró, apoyando la cabeza en el hombro de su esposo.
—Archie, tengo tanto miedo —susurró.
—Todo saldrá bien, Annie —respondió Archie, abrazándola con fuerza—. Tenemos a Candy con nosotros ahora. Juntos, superaremos cualquier cosa.
Y así, bajo el cielo estrellado, las vidas de Candy, Archie y Annie continuaron entrelazadas, llenas de amor, amistad y los misterios que el tiempo revelaría.
