Candy se quedó inmóvil en el salón de la mansión, las palabras de Terry resonando en su mente como un eco interminable. Archie había salido a trabajar, y ella se encontraba sola con sus pensamientos y sentimientos encontrados. La imagen de Terry, con su mirada intensa y su voz llena de pasión, la perseguía desde su encuentro inesperado. Sabía que debía tomar una decisión, una que cambiaría el curso de sus vidas para siempre.

No podía seguir viviendo una mentira. La promesa que le hizo a Annie pesaba en su corazón, pero se dio cuenta de que sacrificar su propia felicidad no era lo que Annie hubiera querido. Con esta claridad en mente, decidió buscar consejo en la persona que siempre había estado a su lado, su amigo y confidente, Albert.

Albert la recibió en su despacho con una sonrisa cálida, sus ojos reflejando la sabiduría y la empatía que siempre le brindaba. La invitó a sentarse, y Candy no perdió tiempo en expresar la tormenta de emociones que la abrumaba.

—Albert, estoy tan confundida. Me siento atrapada entre la promesa que le hice a Annie y el amor que todavía siento por Terry. Apenas ayer lo ví mientras caminaba con Archie, él vino a mover todo mi mundo, más ahora que renunció a su relación con Susana y se niega a estar a su lado por que dice que es a mi a quien ama. No sé qué hacer —dijo Candy, su voz temblando mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.

Albert tomó sus manos, dándole un apretón suave y reconfortante.

—Candy, entiendo lo difícil que debe ser para ti. Pero debes recordar que la promesa que le hiciste a Annie fue cuidar de su hijo y de Archie, no sacrificar tu propia felicidad. Annie era tu amiga y te amaba. No querría verte infeliz —dijo Albert con voz calmada.

—Pero, ¿qué pasa con el bebé? No puedo simplemente dejarlo. Además Archie ya es mi esposo —respondió Candy, su voz llena de preocupación.

Albert asintió, comprendiendo sus miedos.

—El bebé tiene a su padre, Archie, quien lo cuidará con todo su amor. Tú siempre estarás cerca para velar por ellos, aunque no estés físicamente presente. No puedes cargar con toda la responsabilidad tú sola. Además, mereces ser feliz, Candy. El amor que sientes por Terry es real, y no puedes negarlo. Archie es tu esposo, sí, pero eso no te impide que se puedan separar, sé lo complicado que es tomar una decisión así, pero no lo amas, no puedes seguir ahí —dijo Albert, sus ojos llenos de sinceridad.

Candy sintió que las palabras de Albert penetraban en su corazón, brindándole una claridad que no había tenido antes. Sabía que tenía que hablar con Archie, que debía ser honesta con él y consigo misma. Decidida, se levantó y abrazó a Albert, agradeciéndole por su apoyo.

—Gracias, Albert. Tus palabras me han dado la fuerza que necesitaba. Hablaré con Archie, es justo que piense en mi, sin parecer egoísta por hacerlo —dijo Candy, sintiendo un peso levantarse de sus hombros.

Albert la observó con orgullo y preocupación.

—Sé valiente, Candy. Eso no es egoísmo, es amor propio. Recuerda que siempre estaré aquí para apoyarte —dijo, viéndola salir con resolución.

Esa noche, Candy esperó a que Archie regresara del trabajo. Estaba nerviosa, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Cuando Archie entró en la mansión, notó la seriedad en su rostro y supo que algo importante estaba por suceder. Aunque no pudo evitar sentir una gran nostalgía en su ser al ver la mirada de Candy, al imaginar lo que estaba por suceder.

—Hola, Candy. Me alegro de verte, ¿todo esta bien? —dijo Archie, dejando su abrigo y acercándose a ella. Intentando parecer ajeno a lo que la noche anterior le había dicho respecto a seguir su camino con Terry.

Candy tomó aire profundamente, preparándose para la conversación más difícil de su vida.

—Archie, necesito hablar contigo —comenzó, su voz temblando ligeramente.

Archie la miró con preocupación, pero también con una esperanza tenue en sus ojos.

—Claro, Candy. ¿Es acerca de lo de anoche? —preguntó, intentando mantener la calma.

Candy asintió lentamente con un brillo ligero en los ojos. Así que tomó las manos de Archie entre las suyas, sintiendo la conexión y el dolor que ambos compartían.

—Archie, no pude dormir en toda la noche y todo este día mi cabeza ha estado dando vueltas en lo mismo. He estado luchando con mis sentimientos, y se que no puedo seguir viviendo una mentira. Te prometí que te amaría, pero la verdad es que mi corazón nunca ha dejado de pertenecer a Terry —confesó, las lágrimas corriendo por sus mejillas.

Archie apartó la mirada, su rostro tenso y herido.

—Candy, te entiendo. Debo confesarte, que por un momento pensé que con el tiempo podríamos ser felices juntos. Aunque también creo que siempre supe que amabas a Terry a pesar de no querer reconocerlo. Pero tenía tanto coraje hacía él desde que te dejo en libertad aquella noche en Nueva York, cuando llegaste con el corazón destrozado. Sufrí mucho al verte así Candy, sinceramente no creía que después de eso pudieras seguirlo amando —dijo, su voz llena de esperanza rota.

Candy negó con la cabeza, su corazón dolido por tener que herir a alguien a quien quería tanto.

—Esa decisión la tomamos los dos, Archie. No solo fue Terry, él no tomo la decisión de abandonarme, yo lo hice. Solo quería que cumpliera con su deber a lado de Susana, pero ya me di cuenta que no puedo obligarlo a ser infeliz a lado de alguien a quien no ama. Así como yo tampoco puedo obligar a mi corazón a amarte y continuar con esa promesa que le hice a Annie de seguir a lado tuyo como una esposa. Puesto que cada día que pasa, me doy cuenta de que no puedo olvidar a Terry. No es justo para ti estar a lado de una mujer que mientras es tu esposa piensa en otro hombre —dijo, su voz quebrándose.

Archie se levantó, alejándose unos pasos mientras intentaba procesar sus palabras. El dolor y la frustración se reflejaban en sus ojos.

—Candy, lo siento. Pero estoy enojado, confuso, triste. No se como explicar lo que siento en este momento, me da coraje que no hayas tenido el valor de negarte a la promesa que le hiciste a Annie, tan solo hubieras dicho que no podías. Siento demasiada tristeza, ilusiones rotas —dijo, su voz llena de rabia y tristeza.

Candy se levantó también, acercándose a él con determinación.

—Archie, lo sé, y eso me duele más de lo que puedas imaginar. Pero he hablado con Albert, y me hizo ver que Annie a pesar de haberme pedido esa promesa, no querría que ninguno de nosotros sacrificara nuestra felicidad. Tú mereces estar con alguien que te ame de verdad, y yo necesito ser honesta conmigo misma —dijo, sus ojos llenos de lágrimas.

Archie se quedó en silencio, mirando al suelo mientras las emociones lo abrumaban. Finalmente, se volvió hacia ella, con lágrimas en los ojos.

—Candy, si esto es lo que realmente quieres, no puedo detenerte. Lo único que sé, es que siempre te amaré, pero no puedo obligarte a quedarte si tu corazón está en otro lugar —dijo, su voz quebrándose.

Candy lo abrazó, sintiendo la tristeza y el amor en su abrazo.

—Gracias, Archie. Te prometo que siempre estaré cerca para ti y para el bebé. Nunca te abandonaré por completo —dijo, su voz llena de sinceridad.

Archie la miró, sus ojos llenos de dolor y resignación.

—Candy, solo quiero que seas feliz. Si eso significa dejarte ir, entonces lo haré. Tan solo dejame abrazarte por última vez y... —dijo, acercándose lentamente.

Antes de que pudiera reaccionar, Archie la tomó suavemente por el rostro y la besó, un beso lleno de amor y pasión, el último que compartían. Candy sintió una mezcla de emociones abrumadoras, sabiendo que este era el adiós final a una vida que nunca podría ser.

Cuando el beso terminó, Archie se apartó, sus ojos llenos de lágrimas.

—Te dejo ir porque te amo, Candy. Espero que encuentres la felicidad que mereces —dijo, con una mezcla de dolor y amor en su voz.

Candy asintió, sintiendo su corazón romperse al verlo tan herido.

—Gracias, Archie. Nunca olvidaré lo que has hecho por mí y por el bebé —dijo, con lágrimas en los ojos.

Esa misma noche, Candy empacó sus cosas y dejó la mansión, sabiendo que estaba tomando el camino correcto, aunque doloroso. Mientras caminaba por las calles de Chicago, no miró atrás, decidida a encontrar a Terry y arreglar todo.

Archie observó su partida desde la ventana, su corazón destrozado pero resignado. Sabía que había hecho lo correcto, aunque le costara todo lo que amaba. Mientras las lágrimas corrían por su rostro, se prometió a sí mismo que siempre cuidaría del bebé y que, algún día, encontraría la paz que tanto anhelaba.

Candy caminaba con determinación, su corazón lleno de esperanza y miedo. Sabía que encontrar a Terry no sería fácil, pues no sabía donde se hospedaba, ni si ya se había ido al verla titubeante con sus sentimientos, pero estaba dispuesta a luchar por el amor que nunca pudo olvidar. Mientras las luces de la ciudad brillaban a su alrededor, supo que estaba dando el primer paso hacia su verdadera felicidad.

Despedida dolorosa

El reloj marcaba las nueve de la noche cuando Candy salió de la mansión, su equipaje ligero pero su corazón pesado. Caminaba con paso decidido, pero sus pensamientos estaban llenos de dudas y emociones conflictivas. Había dejado una nota en la habitación del bebé, prometiéndole que siempre estaría cerca, que no lo abandonaría completamente. Aun así, sabía que esta despedida era un paso necesario hacia su propia libertad y felicidad.

Mientras se dirigía al pequeño hotel donde Terry se alojaba, sus pensamientos volvieron al beso que Archie le había dado. La pasión y el amor que había sentido en esos breves momentos aún la conmovían. Había visto la esperanza y el dolor en sus ojos, y sabía que lo estaba destrozando. Pero también sabía que continuar con él sería aún más cruel.

El cielo de Chicago estaba cubierto de estrellas, pero Candy apenas se dio cuenta mientras caminaba. Su mente estaba fija en lo que vendría a continuación, en cómo se enfrentaría a Terry después de todo lo que había pasado. Se preguntaba si él la recibiría con los brazos abiertos, o si había decidido irse después de todo.

Finalmente, encontró el hotel donde alguien conocido le indico que se hospedaba. El edificio modesto se alzaba en una calle tranquila, y Candy sintió un nudo en el estómago mientras subía las escaleras hasta la habitación de Terry. Se detuvo frente a la puerta, respirando profundamente antes de llamar suavemente.

La puerta se abrió lentamente, y allí estaba Terry, con una expresión de sorpresa y preocupación en su rostro. Sus ojos se encontraron, y en ese momento, Candy supo que había tomado la decisión correcta.

—Candy... ¿qué haces aquí? —preguntó Terry, su voz llena de asombro.

Candy tragó saliva, intentando controlar la emoción en su voz.

—Terry, necesitaba verte. He tomado una decisión, y necesitaba que lo supieras —dijo, su voz temblando ligeramente.

Terry la invitó a entrar, cerrando la puerta detrás de ella. Se sentaron en las sillas del pequeño salón, y Candy sintió cómo la tensión en el aire se hacía palpable.

—He hablado con Archie, y le he dicho la verdad. No puedo seguir viviendo con él, sabiendo que no lo amo. La verdad es que a quien amo es a ti, Terry, y no puedo seguir fingiendo lo contrario —confesó Candy, sus ojos llenos de lágrimas.

Terry la miró en silencio por unos momentos, procesando sus palabras. Finalmente, tomó su mano, apretándola suavemente.

—Candy, siempre he sabido que nuestro amor era real. Nunca dejé de amarte, y aunque las circunstancias nos separaron, mi corazón siempre te perteneció. Sabía que tú también me amabas —dijo Terry, su voz llena de sinceridad.

Candy sintió una oleada de alivio y felicidad al escuchar sus palabras.

—Entonces, ¿podemos empezar de nuevo? —preguntó, su voz llena de esperanza.

Terry asintió, acercándose para abrazarla con fuerza.

—Sí, Candy. Empezaremos de nuevo, juntos. Esta vez, no dejaremos que nada ni nadie nos separe —dijo, su voz firme y llena de amor.

El adiós definitivo

Mientras tanto, en su hogar, Archie estaba solo en el salón, observando el fuego en la chimenea. Las llamas danzaban ante sus ojos, pero su mente estaba lejos, perdida en recuerdos y sentimientos. Sabía que había hecho lo correcto al dejar ir a Candy, pero eso no hacía que el dolor fuera más fácil de soportar.

Se levantó y caminó hacia la ventana, mirando hacia la oscuridad de la noche. El bebé dormía en la habitación contigua, y Archie prometió cuidarlo con todo su amor. Sabía que Annie estaría orgullosa de él por tomar esta decisión, aunque le rompiera el corazón.

Con lágrimas en los ojos, Archie susurró al viento:

—Adiós, Candy. Te deseo toda la felicidad del mundo. Siempre te amaré.

En ese momento, Candy, abrazada a Terry en el pequeño hotel, sintió una paz y una felicidad que no había conocido en mucho tiempo. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero estaba dispuesta a enfrentarlo con el amor de su vida a su lado.

El cielo de Chicago seguía brillando con las estrellas, y Candy, por primera vez en mucho tiempo, se permitió soñar con un futuro lleno de amor y esperanza. Mientras caminaba hacia la ventana, mirando las luces de la ciudad, supo que estaba donde debía estar. Finalmente, había encontrado su verdadero camino.