A pesar de vivir en esa ciudad desde hace ya bastante tiempo, el clima era algo que no toleraba del todo. No era algo que le causara problemas, era simplemente algo que le incomodaba. Si bien prefería un clima frio a uno caluroso, lo cierto es que tenía realmente poca tolerancia a las bajas temperaturas, mismas que dentro de poco se comenzarían a sentir bastante. Ese día en particular era poco lo que podía sentirse de frio, pero también estaba lejos de ser una tarde cálida.

Hacía ya un rato que estaba listo y solo esperaba a que se acercara un poco mas su hora de trabajo, pues no quería llegar demasiado temprano. De la pequeña mesa frente a su televisor tomó un sobre que le llegó por correspondencia esa misma mañana. Ya lo había abierto para ver su contenido y aunque sabía perfectamente cuál era el contenido y lo escrito en esa hoja de papel membretada, no pudo evitar emocionarse y sentirse realizado con lo que ahí se le confirmó. Metió el sobre en su mochila oscura y sintiéndose algo apurado por hablar con aquella mujer que al paso del tiempo se convirtió en algo más que su mejor amiga, pero un poco menos que su familia, salió de su no tan pequeño departamento.

El camino hacia el trabajo era bastante corto, afortunadamente consiguió un lugar que habitar a solo una cuadra y media del restaurante por lo que el viaje se hacía en tan solo unos minutos caminando. E incluso en días como ese, que salía tarde por la noche del trabajo, podía caminar confiado por aquellas bulliciosas calles del centro sin sentirse demasiado preocupado por un robo. Especialmente sabiendo que no carga con nada de valor.

Con algo de nostalgia, caminó por el callejón lateral del edificio y abrió aquella puerta de personal para la cual su jefe le dio una llave. Todos los empleados debían entrar o salir por ahí pues las únicas personas del local que debían ser vistas por los clientes eran las y los meseros. Aunque todos debían llegar a una hora específica para ser recibidos, muy pocos además de él tenían una llave que les diera acceso en cualquier momento.

Como siempre, al entrar y ser visto, todos sus compañeros le recibieron con saludos y sonrisas pues, a pesar de que los años de experiencia lo convirtieron en un encargado de área muy estricto, jamás perdió esa amabilidad innata que le hacía tan agradable. En general las personas solían quererlo más que al mismo jefe.

Fue a su casillero y comenzó a alistarse para tomar su puesto, aun cuando faltaban veinte minutos para que iniciara su turno. Quería estar listo para entrar de inmediato. Mientras lo hacía, por la espalda recibió un efusivo abrazo que por poco lo toma por sorpresa. Podía reconocer con facilidad la identidad de la persona tras él, no solo por ver sus brazos rodearlo el pecho con fuerza sino también por sentir aquella suavidad en su espalda, la cual pertenecía a sus pechos. Aquello no lo diría, o al menos no en un lugar como ese.

—Llegas temprano— dijo aquella mujer, quien parecía tener la misma edad que él, entre suspiros de agotamiento.

—¿Día difícil?— preguntó él, buscando la manera de continuar con lo suyo estando sujeto por aquel abrazo.

—Sabes que sí— respondió la mujer, soltando suavemente su abrazo—, pero no me quejo. Cuando era una niña siempre soñé con que este restaurante fuera así de agitado y concurrido, no me voy a quejar justo ahora.

—Estas por salir de turno, ¿cierto?

—No, voy a quedarme a cubrir la noche también. Ya sabes, todo el ambiente de estos días hace que tengamos mucha más clientela. Valdrá la pena cuando llegue el pago, supongo.

—Bien, estarás conmigo a la hora de salida entonces. ¿Te gustaría ir por unos tragos esta noche?

Al voltear, él pudo ver de frente a aquella mujer, con su atractivo cabello moderadamente esponjoso y que tenía un peculiar tono a medio camino entre ser castaño claro o pelirrojo, pero muy largo y frondoso, rodeando su bonito rostro claramente fatigado ante todo lo que le ha tocado trabajar durante el día.

—¿Tu invitas?

—¡Claro que sí!

—Parece que estas de buen humor. Debo aprovecharme de eso. ¿Paso algo bueno hoy?

—De hecho si…

Antes de poder continuar, la mujer puso su dedo índice derecho sobre los labios de él de manera suave, dándole a entender que se mantuviera en silencio.

—Dejemos esta conversación para más tarde Lincoln, no quiero salir del modo trabajo porque si lo hago me voy a quedar dormida de pie. Más tarde me dices que te tiene de buen humor. Si me invitas suficientes tragos quizá hasta te dé un poco de acción.

Mirando a los lados en busca de personas, temiendo que alguien escuchara aquello, volvió su mirada hacia la mujer, mostrándose algo molesto por la soltura que ella tenía.

—¡Rayos, Anna! Ten algo de pudor, alguien podría escucharte.

—No es que alguien aquí desconozca sobre eso de todas formas. Nos vemos más tarde, Lincoln.

—Solo no hagas eso en público, aun tenemos el mismo apellido, ¿recuerdas?

Aquella mujer no se molesto siquiera en voltear a ver a Lincoln, simplemente siguió su camino de regreso a trabajar, dejando atrás al hombre de cabellos castaños quien ahora mantenía una sonrisa en su rostro.

Con ese buen humor vistió sobre si aquel delantal impermeable y se alistó por completo. Dentro de poco empezaría su turno, y siendo las fechas que eran, la cocina estaría muy movida. No era algo que le molestara, muy por el contrario eso le gustaba, pese a todo él aun disfrutaba trabajar bajo cierta presión, le hacía recordar buenos tiempos, tiempos más simples y mejores.

Su turno, tal como esperaba, estuvo lleno de movimiento y gritos, el no solo era el cocinero en jefe de aquel restaurante, era también el encargado de toda el área trasera del restaurante, por así decirlo era el jefe siempre que el verdadero jefe no estuviera presente. E incluso si el jefe estaba en aquel lugar, lo que Lincoln decía era ley en ese edificio. Para el castaño fue complicado llegar a sentirse cómodo con aquella responsabilidad, pero con el tiempo se dio cuenta de que se le asignó gracias a su esfuerzo y merito, por lo que se esforzaba en cumplir con las expectativas de todos.

Cuando la noche terminó, el cansancio en su cuerpo era bastante, mientras su cabeza daba algo de vueltas por el sofoco que trabajar en aquella cocina le causaba. Y no era por el calor de los hornos y estufas, pues el lugar estaba bien ventilado, era por los gritos y empujones que ahí sucedían, con tantas personas corriendo en todas direcciones preparando comida o alistando bandejas que entregar a los clientes.

Ya se había ido el ultimo cliente y sus labores en ese momento era terminar de alistar todo ahí para desalojar el lugar. Los cocineros y meseros se habían ido hacia rato, solo quedaban dos conserjes terminando labores muy especificas y Lincoln, quien tenía la responsabilidad de supervisarlos. Anna estaba también ahí, esperando por él. Su rostro se veía cansado y no era para menos, estuvo todo el día ahí, desde que abrió hasta que cerró sus puertas ese restaurante. Lincoln no tenía problemas invitándole tragos a aquella mujer que era solo un poco mayor que él, pero esta vez sentía que era necesario darle una pequeña juerga como recompensa por ser alguien tan trabajadora.

—¿Quieres ir a algún lugar en particular?— preguntó Lincoln, caminando tranquilamente por las calles con la mujer sujeta a su brazo, casi colgando de él— Te llevare a donde quieras, te lo mereces.

—¡Vamos a la Luna!— respondió ella, con una emoción en su voz que distanciaba mucho de la que su rostro mostraba.

—Muy bien, comenzaré a preparar todo para eso— respondió Lincoln de manera seria—, pero entenderás que eso me va a tomar tiempo, quizá años. No, estoy seguro que me tomara al menos toda esta vida y parte de la siguiente, así que deberás ser paciente.

—No… eso suena a demasiado tiempo— comentó desganada la mujer—. Mejor compremos algunas cervezas y vayamos a tu departamento. Si me quedo dormida puedes hacer conmigo lo que quieras. ¿Qué dices?

—Pues, pensé que no necesitaba tu permiso para hacer lo que quiera contigo, pero no suena mal. Podemos tomar algunos tragos en mi departamento y puedes dormir ahí si quieres, prefiero eso a tener que llevarte a tu casa en la madrugada. Podríamos dormir juntos como lo hacíamos hace años, prefiero eso a manosearte mientras duermes.

—Suena como un buen plan para mí. Hace tiempo que no dormimos juntos, debo admitir que es algo solitario vivir sola.

—Lo es— respondió Lincoln, soltando su brazo del agarre de esa mujer para poder sujetarla por encima del hombro, mientras ella ahora le abrazaba el torso.

No hubo necesidad de ir muy lejos, a solo tres cuadras había un depósito de licores, donde compraron lo que creyeron conveniente para beber pero no para emborracharse y, estando ambos cansados y agobiados por el trabajo, llamaron un auto para que los llevara hasta el edificio que el castaño habitaba. En el instante en que llegaron, ella se retiró sus zapatos y aflojó su falda, dejándose caer sobre el sofá de Lincoln, encendiendo la televisión que estaba frente a ella.

Lincoln también se puso cómodo y se sentó junto a ella mientras veían un video que explicaba sobre la Teselación Periódica y como a la comunidad científica le tomó más de cincuenta años encontrar una figura que por sí misma fuera capaz de teselar un espacio sin que fuera bajo un patrón periódico. Lincoln no era capaz de seguir el ritmo a ese tipo de explicaciones tan técnicas de cosas que él no podía decir que siquiera conocía de forma superficial, pero a ella le gustaba ese tipo de videos, por lo que no dijo nada. Además las animaciones que ejemplificaban el video eran muy agradables de ver.

—Entonces— comentó la mujer después de que aquel video terminó y fue seguido por uno que aparentemente hablaba sobre Teoría de Grafos—…

—¿Entonces?— preguntó Lincoln, sin entender a la mujer.

—¿Me lo dirás? Eso que te tenia de tan buen humor por la tarde.

—¡Oh! Claro, es solo que me distraje con los videos y olvidé mencionártelo.

—¿Siquiera entiendes de que hablan en esos videos?

—No mucho, la verdad. Pero lo suficiente para no considerarlos aburridos.

Ella se acurrucó sobre el hombro de Lincoln.

Llegaron mis resultados del examen. En tres meses tendré al fin mi título de preparatoria terminada.

—Sabía que lo tendrías sin duda. Eso era pan comido para alguien como tú, Lincoln. Aun así estoy orgullosa de ti, eres increíble por terminar tus estudios básicos en tan poco tiempo. Mamá y papá van a estar orgullosos de ti cuando se los digas.

—Eso espero. Tienes razón conque fue fácil hacerlo, pero no podía evitar estar nervioso al respecto, ¿sabes?

—De alguna forma lo solucionarías, eres el hombre del plan.

Lincoln rio suavemente ante lo dicho. Para su gusto, Anna le decía aquello de vez en cuando y eso le ponía feliz, pese a que para su disgusto aquel nombre también le traía algunos recuerdos amargos. Afortunadamente no tuvo tiempo de pensar mucho en su pasado, Anna le dirigió la palabra rápidamente.

¿Qué harás ahora? ¿Iras a la universidad? Si planeas eso sabes que tienes todo mi apoyo, puedo hablar con papá también si quieres. Ya sabes, para que no debas trabajar tantas horas a la semana.

—Descuida, he pensado en ello por un tiempo. Tengo algunas ideas de cómo podría estudiar y trabajar sin dejarlos a la deriva.

—Eso sería genial, Lincoln. En días como este lo único bueno que me sucede es poder verte y hablar contigo.

—Cuando dices esas cosas hasta parece que tienes algún complejo incestuoso.

—Sabes que lo tengo, pero no es un problema, ¿cierto?

—No, no lo es, supongo que no hay nada de malo con eso.

Anna abrazo con más fuerza a Lincoln después de eso y él, aun con su atención puesta en el video, tardó un rato en darse cuenta que ella se había quedado dormida en aquel lugar y en aquella posición. La miró enternecido, pues a pesar de su edad, al dormir Anna seguía pareciendo una niña pequeña. Al menos esa impresión le daba pues él jamás llegó a conocerla de pequeña.