Introducción.

Un segundo.

¿Qué es realmente un segundo?

Un segundo no es nada; es un suspiro, un instante, un imperceptible movimiento del minutero de un reloj. Un segundo pasa inadvertido.

Espera.

¿Ves? Ya ha pasado un segundo. Pero a veces un segundo lo cambia todo. La vida es eso, segundos, instantes, momentos que al vivirlos no reciben la importancia que merecen, pero que, sin embargo, luego serán recordados como el punto en el que todo cambió. El punto de no retorno.

PROLOGO

Era inevitable.

Llegaba casi 45 minutos tarde a mi improvisada reunión con Santana, y ya empecé a escuchar sus continuas quejas en mi cabeza. No solo sus quejas, también lograba visualizar su rostro a punto de estallar como una olla exprés, y esa mirada asesina que podría situarla al frente de cualquier clan mafioso de la vieja Sicilia. Apuesto a que Salvatore Greco la habría tenido como mano derecha si hubiese nacido a finales del siglo XIX. A decir verdad, siempre sospeché que era la matriarca de algún clan mafioso del instituto. Pero sabía ocultarlo perfectamente.

Pero, ¿qué podía hacer? Vale que lo más lógico es que yo hubiese estado esperándola en vez de ella a mí, pero tengo una vida. No podía dejar de lado mi rutina diaria solo porque a ella le pareciese oportuno citarme la noche anterior, sabiendo de ante mano que suelo tomarme las cosas con calma. Con mucha calma.

Sí, tal vez era uno de mis defectos, pero también era un don. ¿De qué sirven los nervios cuando puedes y tienes la capacidad de tomártelo todo con filosofía? Algunos dicen que me falta sangre, que mis venas llevan agua, pero no es así. Lo único que hago es evitarme pasar malos momentos. No malgastar mi energía sin necesidad alguna.

Soy una chica tranquila. Siempre lo he sido y siempre lo seré, por mucho que le pese a Santana, y su terrible gen mafioso.

Verla sentada en una de las mesas del clásico café Romeo, con la taza entre sus manos y vestida como Sharon Stone en Instinto Básico, hizo que mi mente realmente volase a uno de esos pueblecitos perdidos de la Toscana italiana, en la que probablemente vivió en otra vida.

Tal vez New Haven tenga poco que ver con ese lugar, pero tampoco tiene mucho que envidiarle.

Yo adoro esta ciudad.

No es ni muy grande ni muy pequeña. Tiene más museos y bibliotecas que bares y restaurantes, algo ideal para alguien como yo. Sus calles son acogedoras. El clima es perfecto según corresponda con la época del año, y solo necesitas una bicicleta para desplazarte a donde quieras que vaya. Yo suelo utilizarla a menudo, pero en esa mañana decidí que los 25 grados de temperatura, y el cielo completamente despejado que nos regalaba un perfecto día veraniego, eran motivos suficientes para permitirme el lujo de caminar por algunos minutos, y disfrutar del paseo hasta que la ira de la jefa del clan López cayese sobre mí.

Y ya la notaba cernirse sobre mi cabeza.

Traté de esbozar la mejor y más serena de las sonrisas cuando fui consciente de cómo me había descubierto, y la carótida en su cuello ya empezaba a hincharse.

—Buenos días —solté como si el tiempo se hubiese detenido en las 9 de la mañana, y no hubiese avanzado hasta casi las 10, como marcaba mi reloj—. ¿Qué tal el viaje? —añadí con toda la intención de calmar su estado. O al menos evitar que los primeros insultos fuesen demasiado duros.

Para mi sorpresa, Santana no gritó, de hecho, ni siquiera escupió esa ristra de palabras mal sonantes que solo ella es capaz de soltar sin apenas respirar. Me dejó que le regalase un beso en la mejilla, y dio un sorbo a su taza de café mientras yo tomaba asiento frente a ella.

—¿Todo bien? —insistí buscando alguna reacción, y al fin ésta llegó.

—Sí, todo bien. Estaba aquí pensando en algo que realmente no consigo comprender, y dudo que ninguno de los cerebritos que abundan por esta ciudad, sean capaces de explicarme con lógica.

—¿En qué piensas?

—Verás —se inclinó sobre la mesa mientras me miraba fijamente—. Estaba planteándome la solución a un problema matemático.

—¿Un problema matemático? —cuestioné realmente confusa.

A Santana no le gustaba New Haven, de hecho, repetía hasta la saciedad que estaba llena de cucarachas con gafas que creen ser más inteligentes que el resto del mundo por acudir a Yale. De ratas de biblioteca que habían logrado estudiar aquí solo porque sus papás podrían permitirles la matricula. A ella, el hecho de que Yale fuese una de las Universidades más importantes del país no le importaba en absoluto. Para ella, todo lo que había aquí era pura y narcisista apariencia. Por eso mismo, que estuviese planteándose un problema matemático mientras me esperaba tomando un café, era algo que podría confundir hasta al más sensato.

—Sí, verás… Estaba pensando que, si un tren sale de Nueva York a las 7 de la mañana para llegar a un punto X de New Haven a las 9 de la mañana del mismo día, siendo el recorrido del tren exactamente de 1 hora y 39 minutos. Y una persona necesita unos 10 minutos para llegar al mismo punt la misma hora, teniendo para ello total libertad de tiempo puesto que no necesita hacer uso de transporte que pueda provocarle retraso alguno. ¿Por qué llevo esperando 45 jodidos minutos en esta estúpida cafetería repleta de ratas de biblioteca?

Ahí está.

Juro que por un momento pensé que realmente me estaba planteando un problema matemático, pero conforme su voz se iba alterando, y los ojos comenzaban a salirse de las cuencas, supe que solo era una manera original de recibir mi merecida reprimenda por mi falta de puntualidad.

Solo pude sonreír a modo de disculpa. Y de poco sirvió.

—Es la última vez, ¿me oyes? —me señaló con la cucharilla que segundos antes reposaba sobre el platito de la taza— Es la última vez que me haces esperar cuando quedamos a una hora concreta.

—Relájate, Santana ¿Estás estreñida? — dije observando como su carótida ya podría considerarse arma de destrucción masiva si estallaba.

—¿Cómo? ¿Te atreves a reírte de mí?

—Tranquila tigresa —detuve su intento por lanzarme el porta servilletas que ya tenía entre sus manos—. Lo, lo siento. ¿Ok? Estaba comprobando unos emails que he recibido del decano, y se me echó la hora encima. No volverá a pasar.

—Ya, claro que no va a volver a pasar, porque es la última vez que hago lo que he hecho para quedar contigo. La próxima vez, vienes tú a Nueva York.

—Hey, tranquila… Fuiste tú quien quiso venir. Además, solo tendrías que haber venido a mi apartamento y listo. No habrías tenido que esperar.

—¿A tu apartamento? ¿Con la loca de los gatos con la que compartes casa?

—No te metas con Caroline. Es buena chica, y no está loca… Simplemente le gustan los gatos, nada más.

—Está obsesionada con los gatos, y lo sabes. El día menos pensado te encuentras el apartamento con una legión de felinos, y tendrás que dormir en el jardín porque ellos se apoderaran de tu habitación.

Exagerada.

Caroline no está loca por los gatos. Solo es una estudiante de veterinaria que adora a los animales. Nada más. Es buena chica, no se mete en líos ni en los asuntos de los demás. En cuatro años que he compartido apartamento con ella, jamás he tenido algún problema, ni ha dado muestras de esa locura que Santana dice que tiene. Es más, creo que todo ese odio que le guarda no es más que un acto de defensa, porque le gusta y Caroline pasa completamente de ella. Creo que en tres veces que se han visto solo le ha dirigido un par de palabras. Y eso a Santana le revienta. Porque es guapa, probablemente mucho más que ella, y los celos le pueden.

Caroline es una compañera perfecta, hija de un director de hotel de lujo y una diseñadora de tocados. Que estudia para veterinaria y que adora los gatos, como el 58% de la población mundial. O tal vez era el 48%, no estoy segura. Y tampoco importa demasiado. Todo el mundo adora los gatos.

—Ok. ¿Has venido desde Nueva York solo para meterte con Caroline? Porque si es para eso, te aseguro que sigo con mi paseo matutino. Hace un día perfecto para disfrutar…

—Esta ciudad es un completo aburrimiento, así que no digas que vas a disfrutar —interrumpe dando un nuevo sorbo a su café—. Y no, no he venido para hablar de la loca de los gatos ni para recriminarte que me hayas hecho esperar 45 minutos.

—Ok. Pues ya me dirás para qué has venido y por qué tenías tanta prisa en verme.

—Para salvar tu culo y hacerte la vida más fácil. Aunque viendo la tranquilidad que tienes, juraría que estás viviendo en pleno nirvana.

—Me tomo las cosas con calma. Kant decía que la paciencia es la fortaleza del débil, y la impaciencia la debilidad del fuerte.

—¿Cuánto hace que no…?

—¿Has venido a proponerme una noche de sexo? —le recriminé— Porque si es eso, te puedes volver por dónde has venido. No me interesas, ni tú ni ninguna otra chica. Y creo que ya lo dejamos claro.

—Bla…Bla…Bla… Te mueres por volver a acostarte conmigo—masculló dando un pequeño sorbo de la taza de café con la mirada más soberbia que he visto en toda mi vida—. Y no, no he venido a salvar tu vida sexual, sino tu vida profesional.

—Santana, me he licenciado en Yale, no sé si eres consciente de lo que supone tener en tu curriculum el nombre de Yale. Mi vida profesional está a buen recaudo— solté siendo consciente de la enorme, casi estratosférica mentira que acababa de soltar. Mi vida profesional era una autentica bazofia.

—¿Te traigo la oportunidad de oro para dar el salto de una jodida vez y empiezas a dártelas de importante?

—La impaciencia es tu debilidad—replicó sonriente, sacándola de sus casillas por milésima vez. Algo que a decir verdad me divierte muchísimo.

—Ok, estoy cansada de tus aires de superioridad intelectual. Te juro que las ganas de darte una bofetada aumentan cada vez que me hablas así, y sabes que no tengo inconveniente alguno en hacerlo si sigues tocándome las narices. He venido porque soy tu representante…

—Eso es algo que aún no está decidido—la interrumpo recordándole que nunca acepté ese trato.

—Me da igual lo que digas. Hace tres semanas me decías que, si no te salía una oportunidad en menos de un mes, abandonabas tu fugaz carrera como actriz de mala muerte, y te centrabas en acabar tu postgrado de psicología. ¿No es cierto?

Asentí recordando el momento exacto en el que le confesé que mi ilusión por vivir del mundo de la interpretación, estaba a punto de extinguirse. Por muchos aires de grandeza que me regalaba a mí misma presumiendo una y otra vez de mi título de Yale.

Dos años me duró la paciencia. Dos años después de licenciarme en los que solo conseguía papeles secundarios en obras de teatro amateurs, en las que incluso tenía que pagar por mi vestuario. Un spot publicitario de dentífrico, y una web serie experimental que no tuvo más de 1000 visitas en YouTube. Ese era mi curriculum artístico después de gastar casi 50.000 dólares de matrícula en la universidad, y asistir a cientos de conferencias y seminarios que de poco me sirvieron.

Nadie quería a Quinn Fabray. Ningún director llamaba a mi puerta para interpretar alguno de sus personajes, y cada casting que hacía acababa con un "lo siento, pero no das el perfil que estamos buscando. No obstante, guardaremos sus datos en nuestra base para futuros proyecto".

—Bien, pues tu perfecta representante te trae la mejor de las oportunidades para que tengas esa última opción de triunfar antes de darte por vencida —sonrió orgullosa. Yo ni siquiera me atreví a preguntar de qué se trataba. Esa sonrisa era presagio de algo bueno, sí, pero también de algo que yo no esperaba ni por asomo —. ¿Qué te parece formar parte del elenco de una serie de televisión, con varias actrices de renombre que garantizan mínimo tres temporadas de éxito ininterrumpido?

—Pues me parece que en vez de azúcar le has echado otra sustancia menos dulce, y más psicótica a tu café —respondí incrédula.

—No intentes hacerte la graciosa conmigo. No lo eres.

—Está bien. Ahora explícame. ¿De qué diablos estás hablando? —Me puse seria

—Pues de lo que acabas de oír. Dentro de un mes y algo van a hacer un casting para una serie de televisión que puede ser tu salvación, y hay un personaje perfecto para ti. De hecho, estoy convencida de que puedes conseguirlo, siempre y cuando cuentes con una pequeña ayuda que tengo pensada.

—Soy toda oídos—mascullé completamente interesada en lo que pretendía explicarme.

—¿Sabes quiénes son Rita Spellman y Janhi Kim Liu?

—Claro que sé quiénes son. ¿Por qué?

—Porque ellas son la directora y la productora del proyecto. Y te aseguro que van a revolucionar la historia de la ficción televisiva. El proyecto es perfecto. Un salto directo hacia las estrellas.

—Ok. Me has convencido. ¿Dónde es el casting?

—En los Ángeles —respondió ampliando su sonrisa. Algo que a mí no me hizo ni pizca de gracia. De hecho, acabó con la pequeña ilusión que me había provocado al mencionarme a quienes estarían detrás del proyecto.

—¿Los Ángeles? No tengo dinero para ir a los Ángeles. Acabo de pagar la matricula del segundo año de psicología, y no tengo ni para pagarte ese estúpido café.

—¿Crees que no lo sé?

—Entonces, ¿cómo diablos pretendes que me pague un viaje a Los Ángeles?

—No te vas a pagar ningún viaje, porque yo me encargo de llevarte hasta allí. Para eso soy tu representante. Solo tienes que aceptar la propuesta y yo me encargo de organizarlo todo.

—¿Hablas en serio? ¿Me vas a pagar el viaje hasta los Ángeles para que haga un casting?

—Así es.

—¿Cómo? ¿Eres millonaria ahora? ¿Te ha tocado la lotería?

—Eso es algo que no te incumbe —masculló sin perder el orgullo en su sonrisa—. Te voy a llevar a Los Ángeles para que hagas ese casting. Es lo único en lo que debes pensar a partir de ahora.

—¿Por qué? ¿Por qué vas a pagarme un viaje para que yo haga un casting?

—Porque somos amigas— sonrió divertida—. Y porque cuando te elijan y te conviertas en una estrella de la tele, me devolverás con creces el favor, y tendré un 30% de los futuros proyectos que te consiga —respondió casi sin respirar.

Admito que cuando me hablan de porcentajes, de beneficios y demás cuentos, pierdo toda la noción y mi mente se bloquea. Y en ese preciso instante yo solo trataba de descubrir donde estaba el truco, donde estaba ese pequeño agujero por el que el magnífico plan debía desinflarse. Porque estaba convencida de que no todo era tan bonito como ella me lo estaba pintando.

—¿Por qué me miras así? Somos amigas, ¿no? Quiero que triunfes, porque tu triunfo también será el mío. ¿Te haces una idea de lo que puede suponer para mi curriculum haber hecho brillar a una futura estrella de Hollywood? Podré vivir de esto, y sabes que me encanta todo este mundillo. Ambas salimos ganando.

—Ok, está bien. En el hipotético caso que yo acepte.

—Vas a aceptar—me interrumpió.

—Lo que tú digas… Mi pregunta es, ¿cómo es el personaje que dices que parece haber creado expresamente para mí?

—El de una delincuente y ex drogadicta que huye de su turbio pasado, y se enamora de su compañera de piso, con quien mantiene una relación de amor/odio desde el primer día en el que se conocen. Y a la que le oculta su verdadera identidad.

No dije nada.

No lo hice porque mi rostro ya lo decía absolutamente todo, o al menos eso pretendía al lanzarle mi peor y más desafiante de las miradas.

—¿Qué? ¿No me digas que no es un personaje interesante para lucirte?

—Lo que me pregunto es que mierda tengo yo que ver con un personaje con esas características, y por qué dices que está escrito expresamente para mí —repliqué algo ofendida —¿Acaso tengo aspecto de…?

—No digas nada de lo que puedas arrepentirte—masculló interrumpiéndome—. El personaje es perfecto. Es completo, cualquier actriz daría lo que fuera por interpretarlo y tú lo vas a lograr. Con mi ayuda, claro.

—Pues tu ayuda tiene que venir directamente desde el cielo si pretendes que vean en mí esa persona que has descrito. ¡Mírame!.

—Eres una pija, sí, lo sé. Pero es lógico viviendo en esta ciudad de juguete en la que vives. Solo te falta el collar de perlas —bromeó y yo me llevé las manos a la cara.

—Santana, nunca conseguiré un papel de esas características. Ningún director se va a arriesgar a darle algo tan intenso a alguien como yo. No importa lo buena actriz que pueda llegar a ser. No tengo experiencia, no tengo el físico potente que se necesita para algo así. A lo máximo que aspiro es a ser lo que he sido toda mi vida; la capitana de las animadoras de un instituto de secundaria. Ya está. Ese es el único rol que estoy segura puedo conseguir con mi físico, aunque tenga 25 años.

—Sí. Eso es exactamente lo que yo pienso, siempre y cuando no cuentes con mi ayuda.

—¿De qué ayuda hablas? ¿Vas a sobornar al director de casting? ¿Me vas a transformar en una delincuente? Acabas de decir que se enamora de su compañera de piso, y yo ni siquiera doy el tipo de lesbiana. Y tú mejor que nadie lo sabes.

—Acabas de dar con la tecla —replicó divertida—. Ese es aspecto que vamos a trabajar para que quieran quedarse contigo.

—¿La homosexualidad? Santana, yo no soy lesbiana.

—Pero lo vas a ser.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

—Escúchame— volvió a inclinarse sobre la mesa para mirarme directamente a los ojos—. Me han filtrado que andan buscando a una chica que dé qué hablar. Necesitan a actrices que les puedan asegurar un mínimo de expectación en las redes sociales para que todo sea más sencillo, y el público muestre interés desde el primer instante.

—Oh… Claro. Ahora entiendo —repliqué con sarcasmo—. Por eso piensas que puedo ser perfecta, ¿verdad? Porque mis 50 seguidores en Twitter son más que suficientes para crear expectación, y mi gran trayectoria profesional es…

—Idiota —me interrumpió de nuevo—. Voy a hacerte famosa antes de que hagas ese casting. Así, cuando te vean acudir a él, ni siquiera se lo pensaran.

—¿Me vas a hacer famosa antes de que sepan que soy actriz? No sé si me gusta esa idea.

— Así funciona esto… Cuanto más famosa seas, más oportunidades para demostrar tu talento. Si lo desaprovechas, es cosa tuya.

Hice caso a Kant. Me armé de paciencia y procurando no dejar escapar la risa que me provocaba todo aquel asunto, cuestioné a Santana con la mirada.

—¿Qué? ¿Acaso no confías en mí?

—Sinceramente, ahora mismo no me das demasiada confianza. De hecho, me da miedo preguntarte que tipo de plan has pensado para hacerme famosa antes de darme a conocer como actriz. Te advierto que no vas a encontrar fotos mías desnudas por Internet.

—Mmm, lo cierto es que esa es buena idea. Y te ayudaría —musitó pensativa—. Pero no es lo que tengo pensado. Mi idea es más sencilla y menos comprometida. Algo que hacen todos los actores de Hollywood cuando están pendientes de recibir esa llamada para un nuevo proyecto. Es simplemente ese toque de publicidad que necesitas para convencer a un director de qué vas a arrastrar a un gran número de seguidores a ver el estreno de la película, la serie o la obra en la que participes —me dijo portando esa traviesa sonrisa que hacía ya varios minutos que se había instalado en sus labios.

—¿Me lo vas a decir o tengo que pagarte para que lo hagas? —cuestioné tras alargar un silencio que comenzó a desesperarme— ¿Qué diablos has pensado? ¿Cuál es el plan perfecto para hacerme famosa y que un jodido director cuente conmigo?

—PROMANCE —deletreó sin perder la sonrisa—. Un perfecto y maravilloso promance.