EL ÚLTIMO VERANO
Prologo
"It's been a long time since I came around, been a long time but I'm back in town..."
Las primeras notas musicales de aquella canción comenzaban a sonar en el despertador de Quinn. Y el malestar no tardaba en apoderarse de ella.
Como siempre, desde que tenía uso de razón, el mal humor le acompañaba en cada despertar de cada primer día de vuelta a las clases. Y aquel no iba a ser menos.
—Cállate, Rachel —masculló al tiempo que detenía el despertador de un sonoro golpe. Y tras varios minutos aferrándose a las sabanas de su cama, apurando cada minuto al máximo, se dispuso a enfrentarse a aquel nuevo desafío.
Odiaba los primeros días del curso. Odiaba tener la sensación de creer que empezaba algo nuevo, algo diferente, cuando no era así. Porque ese sentimiento solía desvanecerse a las pocas horas de empezar las clases. Siempre era igual. Las mismas caras, los mismos profesores, y los mismos problemas.
No obstante, aquel día no iba a ser igual a los demás. O al menos, ese era el presentimiento que tenía. Por primera vez algo iba a cambiar. A ser diferente.
Todos en el McKinley esperaban a la Quinn Fabray ex capitana de las animadoras, presidenta del club del celibato, y una de las chicas más populares de todo el instituto. Pero esa Quinn que todos conocían, ya no estaba allí.
Verse reflejada en el espejo del baño era una buena muestra de ello. Y le servía para convencerse a sí misma.
Ni su pelo, que había dejado de ser rubio para convertirse en una melena desordenada de color rosa. Ni el piercing en su nariz, ni mucho menos su vestuario, era lo que sus compañeros esperaban de ella. Y por supuesto, tampoco lo era su personalidad.
La Quinn Fabray obsesa por el que dirán, por mantener una imagen impoluta y un historial aún más brillante, se había quedado en aquél mágico lago, lejos de la ciudad.
—¡Quinn! ¿Puedes bajar ya? Se te va a hacer tarde —la voz de su madre la sacó del pequeño embelesamiento frente al espejo, tras asegurarse que todo en ella era justo tal y como deseaba. Todo lo contario a lo que su madre deseaba en ella.
Seguía sin asimilar su cambio radical, y precisamente por la actitud que mostraba su madre, experta en apariencias repletas de falsedad, sabía que lo estaba haciendo bien. Si a ella le molestaba, mejor. A pesar de las continuas discusiones que volvían a enfrentarlas una y otra vez.
Botas de cuero, medias rotas, falda negra y camiseta del mismo color, con jirones de tela que dejaban ver su tatuaje temporal de Ryan Seacrest en la espalda. El pelo desaliñado y los ojos perfectamente delineados, dándole una expresión de rebeldía absoluta.
Era el momento, su momento.
Nuevas amistades le esperaban, Sheila, Ronnie y Mack eran sus nuevas amigas en detrimento de las Cheerios, y de sus compañeros del Glee club. Entre ellos, Rachel.
La morena seguía rondando por su mente. No se había olvidado de ella en esas tres últimas semanas en las que estuvo con Dave en Chicago, y sabía que no lo iba a hacer durante el curso. Era un martirio, una especie de tortura a la que ella misma daba forma día tras días.
Era tal la obsesión que no dudó en lanzar una mirada hacia su escritorio, dónde la noche anterior había estado preparando el álbum de fotos del verano.
Ante ella se abrían páginas repletas de imágenes.
El lago Hope, su piscina, su rincón mágico en el bosque, los fuegos artificiales, la tienda de campaña, Dave con su guitarra, el mirador del pánico, flores, el árbol gigante, las cataratas, la colonia de mariposas, el último atardecer, la clase de pintura al aire libre, el ojo gigante, las galletas de los boyscouts, los fuegos artificiales.
Todos aquellos recuerdos le hacían sonreír a pesar del extraño malestar que se apoderaba de su cuerpo. Había sido un verano mágico, pero sentía que esa magia se convertía en dolor al recordarlo. En rabia e impotencia. En inquietud.
Tres páginas tuvieron que pasar hasta que apareció ella.
Había perdido la cuenta de las fotografías que logró sacarle a Rachel, y aun así le parecían pocas.
En bicicleta, recostada en el césped, corriendo por el bosque, saltando hacia el lago, comiendo helado, acariciando al caballo o en su piscina, sonriendo bajo el sol y mirándola a ella.
Aquella última imagen aún estaba guardada en su retina.
Los ojos de Rachel aparecían angelicales en la fotografía, y Quinn sentía que todo aquel enjambre de mariposas que habían visto en el bosque, se hallaba en su estómago.
Jamás había sentido tanto con sólo una mirada. Una mirada que seguramente iba a cruzarse con ella aquel día. Después de casi tres semanas sin saber absolutamente nada de ella.
Rachel iba a encontrarse con una persona totalmente distinta, y los nervios afloraban en su cuerpo. Quinn suspiraba. Su mente se llenaba de murmullos y susurros que apenas se podían percibir en la habitación. Solo en su cabeza.
—Quiero volver… Al último verano.
