7.

Tsunade exhaló un fuerte suspiro, ese era uno de esos días en los que odiaba su puesto de Hokage. Los consejeros habían estado en la tarde en su oficina para quejarse de sus decisiones. ¿Cómo hizo el Tercero para aguantarse a semejantes cacatúas durante tantos años? Se requería la paciencia de un santo para sentarse a escuchar su sarta de estupideces. La gente vieja tendía a comportarse de esa forma, pues no sabían qué hacer con su tiempo, al menos ella sí sabía qué hacer con el suyo; por ejemplo, esa noche se le escaparía a Shizune para ir por un par de tragos.

Mientras se dirigía al bar, la imagen de Athena se le vino a la mente. Desde aquella vez que hablaron sobre Lee y la voluntad de fuego, no habían vuelto a entablar una conversación; las veces que la chica había ido por libros, solo los recibía e inmediatamente se marchaba. Tsunade había estado reflexionado sobre la pregunta que le hizo a Athena y llegó a la conclusión de que quizás la había herido; además, se veía que era una persona reservada con sus sentimientos.

Avistó un bar al que no había entrado antes y se decidió por ese; no tenía tiempo de seguir buscando, pues corría el riesgo de que Shizune la encontrara. El lugar era pequeño, pero se veía con buen ambiente. Esperaba que le dieran alguna rebaja por ser la Hokage.

Después de sentarse, buscó con la mirada al cantinero; en la barra había un anciano y a su lado, una joven… ¿que se parecía a Athena? Cuando la chica se giró y posó los ojos en ella, de inmediato sus mejillas se volvieron carmesí. Tsunade sonrió internamente. Claro, era Athena. Le hizo señas con la mano para que se acercara.

—B-buenas noches, señora Hokage. —Inclinó la cabeza.

—Vaya, Athena, qué sorpresa. ¿Desde cuándo trabajas aquí?

—Desde hace un par de días.

—No habrás detenido tu entrenamiento, ¿verdad? —inquirió Tsunade con cierta inquietud.

—No, no. No se preocupe, precisamente traté de buscar un empleo en la noche para que no interfiriera con mi entrenamiento. —Miró de soslayo hacia la barra donde se encontraba el cantinero—. Disculpe, ¿qué le gustaría tomar?

—Ah, sí, claro. Sé que estás trabajando, ya hablaremos en mi oficina —sonrió—. Tráeme una botella de sake.

—Por supuesto. Enseguida estoy de vuelta. —Athena hizo una reverencia y se dirigió a la barra.

Momentos después, la chica regresó con el sake y se fue a atender otra mesa. Tsunade aprovechó para observarla en un ambiente que no fuera su oficina o el campo de entrenamiento. Athena sonreía con gentileza, pero también se notaba incómoda. Para alguien tan tímida como ella, probablemente el trabajar con tantas personas debía de ser estresante. Sin embargo, el hecho de que lo estuviera haciendo, aun cuando le suponía esa fatiga, quería decir que deseaba continuar con el entrenamiento a pesar de las dificultades, y eso era un paso más hacia la determinación.

Después de una botella y media, Tsunade ya estaba empezando a sentir el efecto del alcohol. Tras la tarde tan estresante que había tenido, sintió la necesidad de charlar con alguien. Miró a su alrededor, pero solo había ancianos casi dormidos en las mesas y unos cuantos hombres más jóvenes jugando cartas. No, esa noche no tenía ganas de apostar. Fijó su mirada en la barra. ¿Athena se sentaría a hablar con ella? Pero estaba trabajando. Se acarició el mentón. Ella era la Hokage y, si quería, podría darle la orden al anciano de que le permitiera a Athena sentarse con ella.

Le hizo señas a la chica. Cuando esta alcanzó su mesa, le dijo:

—Siéntate conmigo.

Athena la examinó por un momento.

—¿E-eso es una orden o una petición?

—¿Hay mucha diferencia en eso? —preguntó Tsunade arrugando el entrecejo.

Athena se rascó la nuca.

—De cualquiera de las dos formas, lo haría. Sin embargo, si fuera una petición, lo haría con más agrado. Pero…

—Sí, sí, tienes que trabajar —la voz le salió más seca de lo que pretendía.

Athena bajó la mirada y murmuró:

—Solo… iba a decirle que necesitaba unos minutos para terminar mi turno.

Tsunade quería golpearse la frente con la mano; a veces, cuando estaba bajo los efectos del alcohol, se volvía aún más temperamental. Trató de suavizar la voz todo lo que pudo.

—Ve y termina que acá te espero.

Minutos después, Athena se sentó frente a ella con mejillas sonrojadas y ojos saltarines; miraba a todos lados menos a ella.

—¿Tomas sake? —le preguntó Tsunade para romper el hielo.

—N-no, señora. La verdad el alcohol y yo tenemos una muy mala relación.

Tsunade sonrió ante aquella caracterización.

—Bueno, si hablamos en esos términos, el alcohol y yo hemos tenido una relación larga e intensa.

Athena abrió levemente los ojos.

—¿En serio? Pero ¿no le incomoda demasiado la resaca?

Tsunade soltó una carcajada.

—Tengo una medicina para ello. ¿Olvidas que soy ninja médico?

—Ah, claro —replicó Athena con algo de vergüenza.

—¿Es por eso que no tomas? ¿Por la resaca?

—Sí, y también por el sabor. —Hizo una mueca.

Tsunade tomó un sorbo de su copa.

—Es un gusto que se adquiere.

Después de eso, el silencio se apoderó de la mesa. Tal parecía que iba a ser ella la que tendría que hacer todos los intentos de conversación.

—Athena —la miró fijamente—, sé que eres una persona reservada, y me disculpo si crucé una línea la vez pasada.

La chica esbozó una sonrisa triste.

—No tiene que disculparse, señora Hokage, fue una pregunta normal —vaciló—. Es solo que me cuesta hablar de ello.

Sí, era de esperarse, la chica había perdido a su abuela recientemente, y a Tsunade le había faltado tacto al preguntar aquello. Sin embargo, en su defensa, podía decir que no conocía la relación que tenía Athena con su abuela, y también supuso que tendría a otras personas que fueran importantes para ella… ¿O quizás no las tenía? La curiosidad le picaba, pero no obligaría a la chica a responderle.

—De todas formas, Athena, quiero que sepas que puedes confiar en mí. Sé que es más fácil decir que hacer, pero a pesar de mi reputación, soy una buena persona. —Sonrió ampliamente.

Athena se quedó mirándola con un brillo en los ojos que Tsunade no supo ubicar.

—Por supuesto que lo es.

Ya estaba terminando su tercera botella, quizás ya era hora de marcharse. Además, Athena debía irse a descansar.

—Muchas gracias por la conversación —dijo Tsunade mientras se levantaba de la mesa—. Espero que no sea la última. —Sonrió y se dirigió a la barra a pagar.

Cuando se giró para encaminarse hacia la salida, miró a la mesa que había ocupado: Athena ya no estaba allí, de hecho, no había rastro de ella en el bar. Vaya, seguramente, había estado urgida por deshacerse de ella.

No obstante, cuando salió, encontró a la chica al lado de la puerta.

—Ah, Athena, pensé que te habías ido —dijo un tanto sorprendida.

—No, la estaba esperando para acompañarla a la mansión —replicó la chica con la mirada pegada al piso.

Eso la asombró.

—Qué caballerosidad —sonrió—. Pero no es necesario, tengo guardias que me vigilan constantemente.

—Lo sé —Athena alzó la mirada—, pero usted ingirió alcohol, y no es prudente que camine sola.

La chica era tímida, pero tenía sus momentos temerarios. Y, la verdad, apreciaba el gesto.

—Bueno, te lo agradezco mucho.

Athena se sonrojó.

«Qué tierna», pensó Tsunade.

Mientras caminaban, Tsunade le contó sobre la aldea, cómo había cambiado con el trascurrir de los años. Era un tema seguro, pues Athena no era muy dada a las conversaciones, pero sí era una buena oyente.

Cuando llegaron a la mansión, Shizune estaba en la entrada con cara de pocos amigos.

—Milady, no está bien que ande por ahí sola. Avíseme la próxima vez, por favor.

Shizune siempre con sus preocupaciones. ¿Por qué creía que necesitaba una niñera?

—No estaba sola, Athena estuvo conmigo toda la noche, y hasta me acompañó.

Shizune miró a la chica.

—Te lo agradezco.

Athena se sonrojó.

—N-no hice mucho, de verdad.

—Caballerosa y modesta —remarcó Tsunade con una sonrisa.

—D-debo irme. —Athena se inclinó—. Buenas noches, señora Hokage, Srta. Shizune.

Tsunade la vio irse hasta que su silueta se perdió en la distancia.

—Le causa curiosidad, ¿no es así? —preguntó su asistente.

—Sí, pero no sé si es por lo reservada que es o por mis sospechas de que quizás nos esté ocultando algo.

—Esta noche recibí los resultados de la investigación.

Tsunade se giró para mirar a Shizune.

—¿Y?

—Todo parece concordar con lo poco que nos dijo. Es nieta de la Sra. Akira, aunque no de sangre.

Eso Tsunade ya lo había considerado.

—¿Y la madre?

—Tal parece que la Sra. Akira la acogió cuando estaba embarazada. Sin embargo, se marchó cuando Athena tenía 15 años. Se podría decir que Akira era su única familia.

Ahora Tsunade entendía la razón por la que había reaccionado de esa forma ante su pregunta.

—¿Podemos suponer que Athena no es peligro?

—Según los reportes, no lo es. Al menos, no tendría razones para infiltrarse a la aldea o atacarla a usted. No obstante… —Shizune vaciló.

—¿Qué?

—En su aldea no parecían tenerle mucha estima. La soportaban, ya que era la nieta de la curandera, pero varios de ellos mostraron cierto rechazo cuando se les preguntó por ella, aunque tampoco dieron detalles al respecto.

—Quizás se deba al hecho de que sea hija de una madre soltera. Hay aldeas que son muy tradicionales.

—Podría ser —concordó Shizune—. ¿Quiere que la sigamos observando?

Tsunade reflexionó aquello por un momento. Quizás era mejor tenerla vigilada por unos días más, hasta que se disipara toda sospecha.

—Sí. Ah, y diles que me reporten cualquier cambio en su rutina. Hace un par de días empezó a trabajar en ese bar, y nadie me informó al respecto.

—Sí, milady.