"Ahora o nunca"

Lady Supernova


Capítulo 2


Los ojos de Terry se iluminaron, al sentir a Candy rendida ante él. Ahí estaba ella, perdida entre sus brazos, permitiendo que pudiera sostenerla y llevarla hacia donde él quisiera...

¡Qué extraño y afortunado le resultaba el destino! Minutos antes estaba lamentándose por creer que la había perdido, quería morirse de solo pensar que Candy estaría casada y prohibida para siempre, pero extrañamente, la vida le había regalado una jugada más. De un momento a otro, todo había cambiado y la dueña de su corazón estaba allí junto a él.

Con especial cuidado, Terry posó el cuerpo de Candy sobre el sofá, fallando miserablemente en el intento de sostenerse a sí mismo y cayendo así, con desprevenida gracia, sobre la inconsciente rubia...

—¡Demonios! —exclamó, sintiendo que se quemaba por dentro, percibir a la chica de forma tan íntima, debajo de su cuerpo, le resultó un verdadero tormento.

El actor se levantó con rapidez y luego se llevó las manos a la cabeza, no era el momento propicio para pensar en banalidades, ni tampoco era tiempo de pensar en sus candentes deseos...

¿Qué hacer en esos casos? ¿Qué debía hacer para que ella reaccionara? Se cuestionaba conforme observaba a la muchacha, tendida sobre su sofá. No le quedó más remedio que pedir ayuda. Presuroso salió del camerino y pidió auxilio, a la única persona en la que confiaba:

—¿Qué demonios le hiciste? —le preguntó Karen Klyss al ver a Candy.

—No le hice nada... aunque tal vez, fue lo que le dije... —aclaró Terry, sintiendo que la vergüenza se apoderaba de él—. Como sea... ¡Ayúdame! ¡Haz que ella reaccione, por favor!

—Pues la próxima vez mide tus palabras, galán —musitó Karen, colocando un pañuelo impregnado con whisky, sobre la respingada nariz de la rubia pecosa—. Lo siento, pero dado que no tengo sales aromáticas, ni alcohol puro, tendré que improvisar... —mencionó la actriz al ver que Terry la miraba con desespero.

—Esto tiene que funcionar... —decía el actor esperando una reacción por parte de Candy—. ¡Maldita sea! Tiene que funcionar... despierta Candice... despierta... —murmuró con ansia en el oído de la joven, después posó un tierno beso sobre su frente y finalmente elevó una silenciosa oración para que la chica, abriera sus ojos y lo mirara de nuevo.

Aquel aroma entró por la nariz de Candy, y entonces, fue regresando a la conciencia. Sus ojos verdes se abrieron lentamente, al tiempo que sus manos buscaban tocar algo que le indicara en dónde se encontraba. La desesperación la hizo levantarse y desvanecerse casi de inmediato, mientras unos serviciales brazos, la acomodaban de nuevo en su lugar.

—Quédese quieta, señorita Andrew... —dijo Terry, luchando por mantenerse tranquilo.

— ¿Terry? —preguntó ella confundida, llevando sus manos al rostro del muchacho, enloqueciéndolo, con su simple roce.

—Sí... soy yo... ¿Quién mas puede estar aquí para salvarte? —admitió con arrogancia, al tiempo que Candy paseaba las manos sobre su cara.

Karen rio traviesamente y Terry solo atinó a sonrojarse, Candy por su parte, intentaba reconocer a quien más tenía a su alrededor.

—Aún está muy débil... —mencionó Karen—. Y ese vestido debe estar matándola —puntualizó al notar lo incómodo que resultaba la forma del precioso vestido de novia, que Candy portaba.

—¿Y? ¿Qué propones? —cuestionó Terry, odiando a la mujer que con incredulidad lo miraba.

—Trata de quitárselo, mientras, yo iré a mi camerino para buscar algo que ella pueda usar... —mencionó arqueando su ceja en un gesto de infinita maldad.

—¿Quitárselo? —preguntó el nervioso Terry .

—Sí, sí... ¡Genio! —respondió Karen con enfado—. Ayúdala a desnudarse mientras yo traigo algo, estoy segura de que encontraré algún atuendo que le venga.

—Pero... yo... no... —tartamudeó Terry, sin ser capaz de hilar la oración.

—¿No sabes desnudar mujeres? —completó Karen con la voz cargada de burla—. Jajaja... Terrence, no me hagas reír... ¡Esa es tu especialidad!

—¡No digas estupideces!

— ¿Quién ayudaba a Susana? —cuestionó Karen con suspicacia—. Vivían juntos, ¿no?

—Vivíamos juntos, pero no revueltos, eso tú y todos lo saben. Así que deja de hacerte la chistosa y también deja de hablar de los muertos... ¿Por qué demonios te pedí ayuda? —se recriminó con molestia.

—Porque soy la única sobria en esta estúpida reunión. Y, claro, viniste conmigo porque no puedes hacer nada sin mí —respondió la actriz, sintiéndose satisfecha por decir las cosas tal cual eran.

Candy murmuró algo incomprensible y Terry manoteó para que Karen se fuera. La actriz asintió y apresurándose, se dirigió a la puerta, no sin antes decir:

—Disfrútalo, querido... porque no durará mucho, pienso regresar rápido, así que, no te emociones tanto...

Karen salió del camerino canturreando y sonriendo, a pesar de sentir la severa mirada de Terry, quien interiormente, la insultaba y maldecía.

—Terry... —escuchó el joven, sintiendo la mano de Candy sosteniendo la solapa de su saco.

—Tranquila... te veré, pero no te miraré... —le dijo con diversión al tiempo que deslizaba sus manos por los brazos de Candy, intentando tranquilizarla, auxiliándola para sentarse—. Veamos, Señorita Pecas... la ayudaré a despojarse de esto...

Contrario a lo que Karen pensaba, Terry no era ningún experto desnudando a mujeres. Todas ellas se desnudaban solas y él ni siquiera lo disfrutaba. Como fuera, jamás en su vida había visto tantos botones reunidos en una sola prenda, con enfado, se colocó detrás de la rubia joven y comenzó a desabotonar.

El joven actor suspiró con pesadez al aflojar el corsé e ir descubriendo la piel de la espalda de chica... tontamente pensó que su angustia terminaría si lo hacía rápido, pero, estaba muy equivocado, porque al sentir que terminaba con la tarea, su desespero solo se intensificó.

—¿Te sientes mejor? —preguntó él, de pronto, para distraerla y que ella no notara el estúpido nerviosismo, que se había apoderado de su ser... estaba plenamente seguro de que Candy podía sentir el temblor de sus manos.

Ella sonrió complacida, pues, se sintió realmente liberada en cuanto Terry terminó de aflojar el odioso corsé.

—Si, ya puedo respirar... —respondió con naturalidad, mientras Terry maldecía internamente, porque, ahora él era quien necesitaba que alguien le aflojara la corbata y que además le echara un balde de agua fría encima—. En cuanto logre restablecerme, me marcharé... —añadió Candy, con voz entrecortada.

—No te hagas la mártir... bien sabes que no te dejaré ir... —contestó Terry con enfado.

—No me hago la mártir, Terrence. No es mi intención molestarte y como dijiste que alguien te esperando, lo mejor es que me vaya cuanto antes... —respondió Candy con el orgullo herido.

Terry no la miró y fingió no prestarle atención.

—Karen traerá algo, para que puedas cambiarte... ¿De acuerdo?

Él se dirigió a la puerta del camerino con la intención de salir, sin embargo, Candy lo detuvo para decirle:

—No te preocupes más, yo me las arreglaré sola... no hagas esperar más a tus amigos, ni a tu compañera.

—No hay nadie esperando... —respondió apenado—. O tal vez sí lo hay... pero mentí al decirte que la quería llevar a mi casa.

—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué mentiste? —preguntó Candy, mostrando una gran desilusión en sus ojos... ¿Por qué él quería herirla de esa forma? ¿Tanto era el odio hacia ella?

—¡Porque se me dio la regalada gana hacerlo! —fue la retadora respuesta del muchacho.

—Terry, yo... sé que estás molesto conmigo, pero...

—No digas nada, Candice... —La interrumpió, con aquella altanería que le era natural mostrar cuando estaba enojado—. No hay nada mas qué decir. Te ibas a casar, no te casaste y ahora estás aquí... ¿Qué más explicación puedes dar?

—Solo escúchame...

—No, sinceramente, no tengo ganas de escucharte —declaró Terry usando aquel arrogante y despectivo tono, con el que solía herir a la gente—. Tu explicación me hubiera servido hace dos semanas, cuando nos vimos en tu fiesta de compromiso... pero, ahora... ¡Ahora no creo que me sirva de nada!

— ¿A dónde vas? —cuestionó Candy, mirándolo con ojos suplicantes.

—Afuera, necesito aire fresco.

—Afuera está helando... Terry, no seas insensato.

Él la miró con intensidad, luego acercándose hasta ella, dijo:

—¿Qué hago entonces, querida? ¿Me quedó aquí para contemplarte? —preguntó seductoramente, posando sus dedos en la barbilla de la rubia—. ¿Deseas que te diga lo preciosa que lucías con ese vestido y que muero por terminar de quitarte este bendito corsé? ¿Quieres que declare que me siento el dueño del mundo, porque sé que me amas y ahora te tengo aquí, medio desnuda? —cuestionaba con malicia al tiempo que obligaba a Candy a mirarlo—. No juegues con fuego, Señorita Andrew... o te quemarás... —agregó abandonando su barbilla, para deslizar lentamente sus dedos, hasta llegar al escote de la rubia, para acariciar sin reparo, la parte visible de sus pechos.

Al sentir aquella caricia, Candy saltó de su asiento y con una extraña mirada en los ojos, observó a Terry, mientras él la torturaba con el suave roce de sus dedos.

—Quien no debe jugar con fuego eres tú... —dijo la rubia, posando su dedo sobre la nariz de Terry, haciéndolo sonreír sin poder evitarlo—. Un muchachito malcriado como tú, puede provocar un incendio y morirse quemado... —advirtió recorriendo su dedo, hasta llegar a la comisura de su boca.

Un gemido se le escapó al actor, cuando fue consciente de la forma en que la rubia pecosa delineaba sus labios y ante aquél involuntario sonido, los ojos de ambos se encontraron, al tiempo que sus bocas decidían acercarse y buscar el camino, para poder saciar las ganas que tenían, de darse un simple roce.

Pero todo aquel interesante juego terminó cuando la risa de Karen Klyss, resonó cruelmente en los oídos de ambos, obligándolos a separarse y a renunciar a su ardiente deseo.

Ante la insolente e inoportuna interrupción de Karen, Terry no tuvo más remedio que abandonar el camerino, para que su compañera ayudara a Candy a cambiarse de ropa.

Al encontrarse afuera, Robert Hathaway se acercó hasta él y palmeó su espalda.

—Le pedí a todos que se retiraran. Incluyendo a tus dos insistentes amiguitas —dijo conforme miraba con curiosidad, la puerta del camerino—. Eres un hombre jodidamente afortunado, ¿lo sabías?

Terry sonrió con timidez y después respondió:

—Aún no estoy muy seguro de eso.

—Vamos Terry... ¡Ella no se casó! Vino aquí, desde la Catedral de San Patricio, vestida de novia ¡Todo para verte! —Robert dejó libre una carcajada—. Si eso no es amor... ¿Entonces qué será? —el corazón del actor saltó con alegría, pero no encontró palabras para responder a la afirmación de Robert—. Hijo, no dejes que el orgullo te gane, deja la necedad y por fin aduéñate de esa preciosa flor que tienes a tu disposición. Algo como esto no volverá a pasar —finalizó el director, dando un par de golpecitos a la mejilla de Terry y alejándose sin decirle nada más.

Terry lo observó marcharse, e instintivamente, dirigió su mirada hacia la puerta del camerino... Amaba a Candy, no había duda de eso, pero en esos momentos tenía que aplacar sus impulsos. Debía alejarse y calmar las ganas locas, que sentía de regresar al camerino para echar a Karen de allí y poder comerse a Candy a besos... tenía que olvidarse del instinto animal que despertó en su interior, al ver a la hermosa rubia sobre su preciado sofá mirándolo fijamente, mientras él se posicionaba sobre ella y buscaba apoderarse de sus labios... ¿Qué poder tenía sobre él? Jamás en su vida se sintió tan vulnerable, como cuando Candy lo observó de esa manera...

Un increíble escalofrío le recorrió por todo el cuerpo y una punzada en su entrepierna lo hizo renegar.. Cielo Santo ¡Estaba quemándose! ¡Y todo era culpa de esa Pecosa!

Terry se apresuró para salir de la compañía de teatro. El frío era insoportable, pero eso, era justo lo que él necesitaba.

¡Frío! Algo helado que equilibrara la calentura que corría por todo su cuerpo.

Corrió para abrir la puerta de acceso, estaba decidido a salir y calmarse fumando un cigarrillo, pero, finalmente, no pudo hacer nada de eso, pues alguien que recién entraba detuvo su avance y lo invitó a quedarse adentro, para sostener una charla...