"Ahora o nunca"
Lady Supernova
Capítulo 3
—Señor Grandchester... —le llamó la voz de un elegante hombre, mientras el actor respondía:
—Sí... ¿En qué puedo servirle?
—Mi nombre es George Johnson, soy el asistente de el señor William Andrew.
—Oh sí.. ahora lo recuerdo, disculpe mi memoria —mencionó Terry, dejando ver una sonrisa en su rostro... ¿Era su imaginación o ese hombre se conservaba tan joven como lucia años atrás? El único recuerdo que tenía de George, era cuando lo vio en el Mauritania, custodiando cautelosamente a Candy.
—Pierda cuidado —George lo miró a los ojos y sin pensarlo más le extendió un elegante sobre—. Esto es para usted.
—¿Para mí? —cuestionó el actor con incredulidad—. Pero ¿quién lo envía?
—El señor Andrew ya tenía un viaje programado, zarpó hace una hora rumbo a Europa y dejó este mensaje para usted... él sabía que la señorita Candy, vendría aquí.
—¿Y qué le hace pensar que Candice se encuentra aquí conmigo? —preguntó Terry curioso, ¿quién era ese hombre? Mas que asistente, parecía ser un miembro de la mafia y eso no le agradaba.
—Ese automóvil de allá, pertenece a la familia Andrew... —George señaló el imponente Rolls Royce que podía verse a través del cristal—. La señorita Candy, lo tomó al salir de la catedral.
Terry sonrió sin poder evitarlo ¡Dios! ¿Había llegado a la compañía de teatro, conduciendo ella sola? Rio con diversión y luego admitió:
—Esa chica, le sacará canas verdes a Albert...
—Él mismo le enseñó a conducir, así que en el pecado lleva su penitencia... —contestó George, sonriendo enigmáticamente—. Debo retirarme y llevar de vuelta el automóvil, antes de que la tía abuela Elroy, cumpla con su amenaza de reportarlo como robado.
—Supongo que necesita las llaves...
—No, de hecho, cuento con un duplicado —mencionó Johnson con solemnidad—. Dele mis saludos a la señorita Candy y dígale, que estaré listo para servirla, si ella así lo requiere.
Terry asintió, aguantando las ganas de decirle que ella no requeriría de sus servicios, porque él, nunca más, la dejaría marcharse de su lado. El actor hizo una seña a manera de despedida, observó a George, subir al auto y luego lo miró marcharse, tan pronto como había aparecido.
Sus manos sostuvieron el ostentoso sobre, mientras sus ojos se paseaban por los sellos de la familia Andrew. La curiosidad era demasiada, así que, lo abrió de inmediato y se dispuso a leer el mensaje que en el yacía.
Terry:
Si estás leyendo esto, es porque yo ya no estoy ahí para poder platicar contigo en persona. Mi viaje a Europa ya estaba programado y nada podía hacer al respecto, pero aún así, quiero asegurarme de que Candy, se encuentre bien... ella debe estar contigo ahora. Lo sé perfectamente.
¿Cómo es que lo sé? Pues... ¡Porque fui yo quien le ayudó a planear la fuga!
Terry sonrió de oreja a oreja y luego continuó leyendo.
Jacob McCaffrey parece ser el sueño de toda mujer... ¿Por qué razón Candy decidió dejarlo? Seguramente te lo preguntaste al verla llegar a tu lado, pero creo que tanto tú como yo, sabemos la respuesta.
En ocasiones cometemos la grave falta de idealizar a Candy, pero la realidad es que ella es humana, puede cometer errores y luego arrepentirse. No es perfecta y espero que puedas perdonarle el hecho de que no se atrevió a huir contigo antes, pues lo que hizo hoy, fue mucho más sensato.
Si tan solo hubieras esperado unos minutos, Terry... ¡Habrías visto todo el espectáculo! En cuanto te vi en la catedral, quise hablarte, decirte que no sufrieras, y que aguardaras, sin embargo, saliste como alma que lleva el diablo... así que dejé que todo sucediera, tal y como Candy lo estableció.
Tienes que saber que Jacob no siente amor por ella. Fuera del orgullo herido, no tiene nada más que decir, Candy solo representaba un trofeo para él. El insensato se marchó de la iglesia del brazo de su amante, sin temor alguno, por lo tanto, te aconsejo no pensar en él y en lo que su odioso clan puede llegar a opinar.
Terry se sintió muy enojado. Aquél maldito y antipático escocés, siempre le pareció un hipócrita.
Me temo que voy abusar de tu confianza, querido amigo ¿De qué forma? Pues, verás: yo habré partido hacia Europa y la verdad es que no regresaré en un buen tiempo, por eso es que te pido que te quedes a cargo de Candy.
Todo está listo para que, cuando tú lo decidas, contraigas matrimonio con ella. O en caso de que las cosas hayan cambiado y no desees casarte, todo está dispuesto para que George auxilie a Candy y la traiga conmigo... Terry, tú tienes la ultima palabra.
Decidas lo que decidas, por favor, trata de proteger a Candy de los McCaffrey y de mi familia.
Atte. Tu amigo Albert
P.D. Espero que tomes la oferta de casarte con mi hermosa «hija» , solo debes ponerte en contacto con George y todo estará listo, por cierto... ¡Deseo que tengas un feliz cumpleaños!
Sonrió, sintiéndose completamente dichoso y hasta cierto punto, especial. Jamás en su vida se sintió tan libre de hacer su voluntad y en definitiva, nunca nadie había depositado tanta confianza en él. Era como si de pronto, todo el sufrimiento que atormentaba su alma se esfumara y le diera un pase mágico hacia la felicidad.
Tomó la carta de Albert y la dobló con cuidado. No había nada que pensar, él se casaría con Candy, lo haría tan pronto la luz del día apareciera, y lo haría así, porque ya no podía esperar más tiempo. Si iba a quedarse a cargo de ella, entonces el matrimonio era el camino más acertado. Se comunicaría con George Johnson apenas tuviera un teléfono a la mano.
La chillona voz de Karen lo sacó de sus fantasías y luego de dedicarle una perversa sonrisa, lo invitó a entrar al camerino.
—Este vestido es el único modelo disponible... ¡Vamos, Romeo! ¿No se ve hermosa esta Julieta?
«¡Santa Madre!» fue lo único que Terry pudo pensar. No respondió a la pregunta de Karen, porque su voz se negó a salir, pero una enorme sonrisa respondió por él, mismo gesto que Candy recibió con timidez, pues sus mejillas se cubrieron con un intenso sonrojo.
—Bien, tórtolos... no es por intrigar, pero si van a irse, quiero que tengan cuidado —dijo Karen en tono serio.
—¿A qué se debe la advertencia? —respondió Terry, mirando fijamente a la actriz.
—Se debe a que Robert me ha informado que varios reporteros chismosos, de esos que ya conoces —señaló con un dedo hacía Terry—, están ahí afuera, esperándote —La cara de Candy dibujó un gesto de preocupación, Karen la miró e inmediatamente le dijo —No te asustes, Terry sabe cómo manejarlo. Ahí como lo ves, su cerebro sí funciona... créeme, cariño, no por ser guapo y modoso es un idiota...
Candy la miró, tratando de aguantar la risa, pero simplemente no pudo contenerla. Ambas rieron con ganas, mientras Terry las miraba con enojo.
—Ya que dejaste claro tu punto, Klyss... ¿Podrías servir de algo y ayudarnos a salir de aquí? —Terry la tomó del brazo y la condujo a la puerta—. Sal por la puerta del frente y distráelos. Dedícale a esos estúpidos, una de tus malévolas sonrisas.
—Dirás SEDUCTORAS ¡Seductoras sonrisas!
—Como sea... —Terry estiró su mano y se la ofreció a Candy, ésta la tomó sin pensarlo y caminó junto a él.
—Esperen, esperen... —dijo Karen, recogiendo el vestido que Candy había dejado sobre el sofá de Terry—. ¿Qué harás con esto? —le preguntó a la rubia.
—Pensaba deshacerme de el —respondió con naturalidad—. ¿Puedes tirarlo, por mí?
—Caray, pero, es muy bonito —aceptó la actriz, mientras Terry rodaba los ojos.
—Lo es, no obstante, no es de mi agrado. Aunque si te gusta mucho, puedes quedártelo...
— ¿Me lo juras?
—Sí... —expresó Candy con una sonrisa.
—Definitivamente me lo quedo. Algo podremos hacer con el... ¡Siempre se necesita vestuario! —mencionó con ojos emocionados—. Esto es perfecto, para algo que tengo planeado...
—Espero que te sirva... —dijo Candy mirando al castaño que con posesión había entrelazado los dedos de su mano con los de ella, él la observaba atentamente, mientras se deshacían de lo último que les recordaba al odioso Jacob McCaffrey—. ¡Gracias por todo Karen! —mencionó Candy con gratitud, abrazando y sorprendiendo a la actriz.
—Vámonos, Princesa Julieta... —pidió Terry con una sonrisa, al tiempo que Candy le correspondía y caminaba junto a él, agitando su mano hacia Karen.
—¡Vayan con Dios, hijos míos! —exclamó Karen, conforme caminaba al acceso de la puerta principal—. Sí... vayan y vivan en el pecado, pequeños demonios —murmuró con diversión, preparando su seductora sonrisa y su mejor pose para llamar la atención de los fotógrafos.
