"Ahora o nunca"
Lady Supernova
Final
Long Island, Nueva York, 27 de enero de 1921
«Este vestido es el único modelo disponible»
Aquella frase de Karen resonó en su mente, mientras se concentraba en seguir el camino que le trazaba la carretera.
«Vamos, Romeo... ¿No se ve hermosa esta Julieta?»
Le preguntó con insistencia su impertinente compañera, conforme dibujaba una inocente, pero perversa sonrisa en su rostro. El vestido de Julieta le había quedado a la perfección. Candy no solo se veía bien, sino que lucía tan arrebatadoramente bella, que él ni siquiera pudo responder a la interrogante que se le hizo.
—¿Falta mucho para que lleguemos? —cuestionó Candy con timidez, haciendo que él carraspeara suavemente y dejara atrás sus pensamientos.
—No, ya no falta tanto... la playa, está muy cerca de aquí.
—Yo jamás he visitado este sitio... ¿La playa es bonita? —interrogó la chica, prosiguiendo con la charla, deseando que Terry le siguiera la corriente y el incómodo silencio entre ellos no se presentara una vez más.
—No tiene nada de especial, mucho menos en invierno. De, hecho, casi nunca visito este lugar... —confesó Terry—. Pero quise venir aquí, porque en este sitio estaremos seguros.
—Nunca creí que la prensa estuviera tan al pendiente de mí... ¡Y ahora resulta que estamos huyendo de ellos! —comentó sin poder creer la situación que vivieron al salir del teatro, pues, aunque pudieron llegar al auto sin problema, algunos reporteros tuvieron la osadía de correr detrás del vehículo en movimiento.
—Pues, sin duda, ya te hiciste famosa... —contestó Terry al tiempo que esbozaba una sonrisa—. Solo imagina esto: una hermosa joven heredera sale de su propia boda, a mitad de la ceremonia, y luego corre en busca de su ex novio actor... —Él rio con ganas, mas luego añadió—. Querida Candy, ese no es un titular que se vea todos los días... ¡Los has vuelto locos!
La rubia sintió que sus mejillas se ruborizaban. Abanicó levemente su rostro pero, para su desgracia la calidez que experimentaba, a causa del sonrojo, no cesaba. Al mirar de reojo a Terry, se dio cuenta de que él le mostraba una pícara sonrisa, ese tipo de gesto la hizo estremecer, pues era la misma sonrisa que él le dedicaba en los tiempos de colegio, cada vez que quería escandalizarla con una declaración atrevida.
Sus ojos verdes se oscurecieron al recordar lo que pasó en el camerino del teatro, aquel instante en el que Terry deslizó los dedos de la mano, acariciando con las yemas la piel de sus senos... nunca antes experimentó algo así, no obstante, no se sentía asustada ni nada parecido. Él además se colocó encima de ella, la miró profundamente y luego la apretó contra sí, no la besó, ni la tocó de otra manera, pero ese breve contacto cuerpo a cuerpo se sintió delicioso e íntimo.
—Ya llegamos —avisó Terry conforme bajaba la velocidad del auto para ingresar a la propiedad. Una vez que llegaron a la casa, estacionó el coche y se dispuso apagar el motor.
Ligeras gotas de lluvia comenzaron a caer, por lo que Candy pensó en salir rápidamente del automóvil, sin embargo, Terry no se lo recomendó.
—Déjame ayudarte. El suelo está algo resbaloso —advirtió con el afán de que ella esperara a que él saliera y pudiera auxiliarla.
Candy estuvo de acuerdo y aguardó dentro. En cuanto Terry le abrió la puerta, se apoyó en la mano que le ofrecía y salió con cuidado; apenas puso un pie en el exterior se dio cuenta de que sí estaba resbaloso, por lo que agradeció la ayuda del muchacho. Ella no era del tipo de mujer que necesitara de atenciones, siempre abría la puerta del coche ella misma y se las arreglaba para moverse de un condado a otro aun cuando el clima fuera extremo, pero, en ese instante, se olvidó de todo eso... ¡Dios bendito! Si tenía la atenciones de Terry, ¡lo tenía todo! Estaba segura de que, si se le daba la oportunidad, se dejaría consentir por él y sería feliz con eso, por el resto de su existencia.
Al entrar en la residencia, la rubia joven sonrió y luego comenzó a caminar por el lugar mientras Terry la observaba. Ahí estaba de nuevo, una mirada larga, profunda e indescifrable... esa que en el pasado la asustaba, pero que en el presente, simplemente la volvía loca.
—Ha sido un día muy largo... ¿Por qué no te pones cómoda y descansas? —recomendó Terry, deseando escucharse natural y tranquilo.
—¿Tienes una pijama o algo parecido que puedas prestarme? —cuestionó la joven encogiéndose de hombros.
—Claro que sí, ahora te consigo una...
Terry subió las escaleras y desapareció en uno de los corredores. Candy por su parte, aguardó en la planta baja.
«Es una casa enorme...» pensó observando a su alrededor. Era muy elegante, pero al mismo tiempo, lucía tan acogedora que no se sintió incómoda estando allí. Sus curiosos ojos verdes, se pasearon por las pinturas y los retratos que yacían en algunos de los muros.
—Eleanor... —mencionó en voz alta, al ver el hermoso retrato de la diva de la actuación.
—Esta casa es de ella, pero, me deja usarla cuando lo deseo —explicó Terry, sorprendiéndola y haciendo que ella trastabillara levemente.
—Es una propiedad hermosa —dijo disimulando el susto que se llevó, pues por estar de curiosa, no escuchó cuando él bajó las escaleras.
—Lo es, es bastante bella —respondió Terry, observándola con esa mirada azul que a ella la enloquecía—. Arriba puedes cambiarte, ven conmigo. Te llevaré a tu cuarto.
Candy lo siguió como una autómata, lo persiguió mientras él caminaba delante de ella. Una traviesa sonrisa se instaló en su rostro, al verlo moverse con aquella masculina gracia... «¡Que hermoso es, tan fuerte y tan dueño de sí... se ve muy bien por detrás!», pensó justo cuando Terry se detuvo.
—Perdón... —se disculpó de inmediato, ya que, había chocado levemente contra él.
—No hay problema... —dijo Terry, sonriendo—. Esta será tu habitación. Ahí está la pijama que me pediste, te quedará grande, pero estarás a gusto. Encenderé la caldera, así que pronto habrá agua caliente en la llave, puedes tomar un baño, mientras yo preparo algo para que podamos cenar.
Ella asintió, pero al verlo con intención de marcharse, no dudó en llamarlo...
—Terry...
—¿Sí?
—¿Ya no estás molesto conmigo? —cuestionó, mirándolo directamente a los ojos.
—No y te pido que ya olvidemos eso — respondió sintiéndose avergonzado—. Ha sido una tontería de mi parte, no le tomes importancia, por favor.
—Entiendo, pero quiero saber... ¿Decidiste hacerte cargo de mí, por la carta que Albert te dejó? —inquirió, mas Terry negó—. ¿Entonces? —cuestionó nuevamente, acercándose hacia el muchacho.
Terry la tomó de las manos y con suavidad terminó de atraerla hacía él.
—¿No lo adivinas? —preguntó, entrelazando sus dedos con los de ella.
—Me lo imagino...
—Pero quieres que yo lo diga, ¿no? —Ella asintió, sin poder evitar que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas, haciendo que Terry se sintiera verdaderamente miserable—. No llores... por favor no lo hagas —le rogó al tiempo que limpiaba sus lágrimas y acariciaba su cara—. Yo te amo Candy, te amo más que a mi vida, eso es por lo que estamos aquí y es la única razón por la que nunca más te separarás de mi lado.
Candy quiso responder, pero simplemente no pudo hacerlo, porque Terry la dejó muda con un beso, ese que estuvieron a punto de darse en el camerino y el cual había tenido que ser pospuesto para ser disfrutado en un mejor momento. Ella deslizó sus labios sobre los de él, con ternura y calidez, tímidas muestras de cariño que el joven Grandchester no tardó en convertir en pasión y desenfreno; Terry la abrazo por la cintura y Candy no dudó en responderle aferrándose a su cuello. Permanecieron perdidos, por un largo rato, entregándose a los besos y caricias, hasta que de pronto, él pensó que tenían que parar.
—Me encanta estar contigo de esta manera... pero me sentiría mejor si primero me permites afeitarme... —pidió rompiendo el encanto—.Te estoy lastimando Candy... —mencionó acariciando una de las mejillas de la rubia, la tersa piel de la chica se encontraba irritada y eso no podía soportarlo.
Candy acarició con curiosidad la bien cuidada barba del muchacho, y luego sonrió haciendo un pequeño gesto de satisfacción, era tan raro que le agradara... toda aquella aspereza en el rostro de Terry ¡Le resultaba fascinante!
El actor volvió a sonreír y luego sintió las manos de la rubia, posándose en su cabello.
—Te ves muy guapo... ¿Lo sabías? Esa barba y este cabello te quedan muy bien... —mencionó ella, mostrándose complacida.
—Por supuesto que lo sé. Desde el día de la fiesta de tu compromiso, supe que te gustaba mucho verme así... —admitió, convirtiéndose en el engreído de antaño—. Me miraste como nunca lo habías hecho... —declaró con alegría—. Pero ¿sabes algo? Tengo que deshacerme de esto, porque estoy irritando tu preciosa y pecosa piel...
Candy sonrió conmovida.
—De acuerdo, pero ¡déjame ayudarte! Déjame hacerlo yo...
Terry ladeó su cabeza y con auténtica curiosidad preguntó:
—¿Sabes hacerlo?
—¡Por supuesto! Terry, soy enfermera y he tenido que afeitar varias veces —Él abrió los ojos y luego fingió enojo—. Todos los hombres a los que afeité, eran viejitos, ninguno era joven, o guapo como tú... —Candy lo tomó de la mano y lo condujo hacia el cuarto de baño—. Ven y siéntate... —pidió al tiempo que buscaba todo lo necesario para deshacerse de la bella, pero rasposa barba de su amado—. Veamos... —dijo esparciendo la crema de afeitar por el rostro de Terry, para después tomar la navaja y comenzar con la labor de retirarle el vello facial.
Lo que hacía Candy era más de lo que Terry podía soportar. Ese acto tan íntimo lo estaba llevando al límite. Sentirla así, tan cerca de él, concentrada en su labor y viéndose tan hermosa, era algo que lo excitaba demasiado. Quiso detenerla, pero ella siguió con su labor, hasta terminar de afeitarlo.
—Listo... —le dijo, obligándolo a levantarse para que se mirara en el espejo—. ¿Qué tal quedó? ¿Te gusta?
—Me encanta... —admitió, para después atraer a la rubia chica hacia él—. Tú me encantas... —confesó seduciéndola una vez más, logrando que ella volviera a perderse entre sus labios.
Todo estaba sucediendo muy rápido: los besos y las caricias que al inicio fueron tiernas, se tornaron atrevidas y candentes. Ninguno de los dos fue consciente de lo que ahí sucedía, hasta que llegaron de vuelta a la alcoba...
—El amor no entiende de tiempo, ni de espacio... —murmuró Terry, mientras se detenía para contemplar a la muchacha—. Pero si tú no te sientes a gusto con esto... si aún quieres esperar... yo...
—No... —Candy posó su dedo en la boca del muchacho, para hacerlo callar—. No hay otra cosa que quiera, Terry... no hay nada más que desee tener en la vida... —mencionó admirando la forma de sus labios—. Quiero ser tuya Terrence, tuya nada más.
Él dibujó una enorme sonrisa en su rostro, pero no cayó rendido ante aquellas palabras. Sintió que tenía que hacer un esfuerzo por comportarse como un caballero, estaba seguro de que, en algún pequeño rincón de su ser, aún debía existir algo de cordura... Candy era el amor de su vida, pero ella era demasiado pura, como para robarle la inocencia de una manera egoísta. Tenía que intentar conciliar y convencerla de que esperarán hasta casarse.
—Me muero por tenerte, pero, Candy... antes de que algo suceda, yo... quiero... —Candy sonrió ante el titubeo del hermoso Terry y luego posando un tierno beso en su mejilla, lo ánimo a continuar—. Yo deseo que seas mi esposa —Terry la miró a los ojos y tomando su mano se declaró—. ¿Quieres casarte conmigo? Sé que esto no es lo que esperabas, soy un desastre... no tengo un anillo o algo que valide mi propuesta, sin embargo...
Candy lo calló de golpe. Un apasionado beso fue lo que le dio a Terry la respuesta que esperaba. Minutos después, cuando por fin pudieron separar sus labios, Candy le dijo:
—Casarme contigo es el sueño más grande que tengo. Esto que estamos viviendo ahora mismo, es todo lo que esperaba, no eres ningún desastre... por favor, nunca vuelvas a decir eso... ¡No me importan los anillos! Lo que me importa eres tú, Terry...
—¿Quieres casarte conmigo? —preguntó el nuevamente.
Ella asintió con emoción desmedida y luego, sólo para beneplácito del actor, respondió, fuerte y claro:
—Sí, sí quiero... ¡Por supuesto que quiero!
Terry la estrechó en sus brazos y la mantuvo así hasta que ella deseó deshacerse de su abrazo.
—Pasa de la medianoche... —apuntó Candy con su dedo, señalando hacia el reloj—. Oficialmente, es tu cumpleaños —añadió paseando su mano sobre el pecho del joven actor—. Quiero darte un regalo...
—¿En serio?
—En serio...
—¿Y qué regalo es ese? —cuestionó Terry tragando en seco porque la mirada que Candy, era distinta a cualquiera que antes le hubiera dedicado.
—Hemos esperado mucho tiempo para esto, ¿no te lo parece?... hemos tolerado absurdos malentendidos y dolorosas separaciones... —Candy se sentó sobre su regazo y luego tomó una de sus manos—. Tú y yo, siempre hicimos lo correcto, tal vez hicimos mal al ser tan permisivos, sin embargo, nadie puede reclamarnos nada, porque hemos hecho cuanto se esperaba de nosotros —Ella posó un beso en los labios del actor y continuó—. Como sea, ya estoy cansada de eso... —dijo posando la mano del muchacho sobre uno de sus senos—. Ya no quiero «hacer lo correcto» ya no quiero esperar por lo que deseo... ¿Para qué hacerlo? ¿De qué sirve? Hazme sentir lo mucho que dices amarme. Es ahora o nunca. Tenemos que aprovechar esta oportunidad que tenemos —expresó mordiendo levemente los labios del rendido muchacho—. Ya no esperes, y hazme el amor Terrence...
Terry gimió extasiado y entonces, fue imposible para él, no reclamar su regalo de cumpleaños... en cuestión de segundos se deshizo del vestido de Julieta, que aún adornaba el cuerpo de Candy y después permitió que ella lo ayudara a despojarse de su traje.
Nada más importaba, excepto saciar las ganas que tenían de consumirse.
Terry jamás estuvo con una chica virgen y por un momento temió lastimar a Candy con el salvaje ímpetu, que había estado guardando para ella, por tantos años. No obstante, Candy fue tan benévola con él que, ese temor que lo había invadido, dejó de ser una preocupación. Ella lo aceptó a pesar la molestia inicial y valiente como era, estuvo dispuesta a seguir con el juego que desde hacía mucho tiempo, había deseado jugar.
Él movió junto a ella y sonrió al notar lo mucho que ambos lo disfrutaban, por largos minutos la contempló con infinito gozo, nada en el mundo se comparaba con ver a Candy, perdiéndose en el placer, mientras él la sostenía entre sus brazos.
—Te amo... —exclamó el actor, al tiempo que Candy le sonreía y se mordía los labios.
—Yo también... —dijo ella con esfuerzo, víctima del placer que su ahora prometido le proporcionaba.
—Eres todo lo que quiero... —mencionó, moviéndose más rápido para liberar su orgasmo y alcanzar a la complacida mujer, que extasiada, gemía una y otra vez su nombre.
—Feliz cumpleaños, Terry... —susurró Candy minutos después de que la entrega culminó, lo hizo mientras acariciaba la cabeza del muchacho, quien se encontraba reposando cerca de ella—. ¿Te gustó mi regalo?
Él sonrió sobre el pecho de la rubia y luego dejó libre un suspiro.
—Es el mejor regalo que haya recibido jamás... —buscó reincorporarse y luego con una tremenda sonrisa, pidió—. Sólo falta algo para complementarlo...
Candy hizo una mueca de confusión y Terry a su vez soltó una carcajada.
—¡Oh, Dios! ¿Qué más necesitas Señor Engreído? —cuestionó ansiosa, buscando respuesta.
—Necesito que mañana te cases conmigo... —Terry se posicionó sobre ella y luego preguntó—. ¿Crees que puedas lograrlo? ¿O necesito convencerte?
—Hmmm... no lo sé —fingió demencia—. Quizá quiera probar tu poder de convencimiento...
—De acuerdo, entonces, comencemos... trataré de convencerte...
—Estoy lista... ¡Convénceme!
—Lo voy a lograr Pecosa Malvada... te juro que lo voy a lograr.
Alcanzó a decir Terry, antes de que Candy, se apoderará nuevamente de su boca y se aferrará gustosa a su cuerpo, esperando a que una vez más, que él la llevara directamente al cielo.
