Aceptable.

Esa era la palabra que venía a la mente de Constance cuando pensaba en su nueva asistente.

Había pasado una semana desde que Eliana comenzó a trabajar para ella. La mujer había sido sincera al decir que aprendía rápido. Sarah la estaba guiando bastante bien y Eliana seguía sus instrucciones al pie de la letra; empezando por traer con ella algo para anotar siempre que entraba en su oficina.

"Por muy buena que creas que sea tu memoria, siempre -Sarah había alzado el dedo índice como si con eso se estuviera asegurando que la atención de Eliana estuviera totalmente en ella-, SIEMPRE lleva algo para escribir"

Constance presenció y escuchó aquel intercambio desde su oficina. La expresión de su asistente mientras escuchaba a Sarah fue lo suficientemente divertida para hacer que regresara la mirada a los papeles que había estado firmando, solo para disimular la sonrisa que comenzaba a formarse en sus labios.

Durar una semana, no, -durar un día- como su asistente, era considerado un gran logro por muchos en Ciao.

-Eliana -llamó con la misma tranquilidad de siempre, sin importar lo urgente que podría ser lo que necesite.

-Sí, Constance -preguntó Ella, ya lista con un bloc de notas y un lapicero en la mano.

-Necesito que llames a Ronald a las 11:30AM y canceles la reunión del jueves. Llama a Tomás del departamento de arte y dile que no me reuniré con él para hablar de sus asuntos insignificantes; si tiene algo más que decir puedes programar una reunión, pero que no sea por más de quince minutos, Eliana. -La asistente asintió sin dejar de anotar en el bloc de notas-. Saca una cita para Maura con el Dr. Ruiz. No importa qué día, pero que sea temprano, y quiero una copia del vuelo de Arthur. Pregúntale a Sarah dónde compró los yogures de fresa para Maura; quiero otro pedido y que sea una docena esta vez.

Ella se mordió el labio inferior mientras escribía, intentando mantener el ritmo de las órdenes para asegurarse de tener todo anotado. Finalmente, volvió a alzar la mirada, esperando pacientemente por más.

Constance estuvo a punto de decirle que eso era todo, pero fueron interrumpidas.

-Ah, Constance, mia bella, no vas a creer las fotos que te he traído. -El hombre entró en la oficina con apresuro y sin presentarse, casi colisionado con la asistente.

Constance asintió, pero no dejó de mirar a Eliana que había abierto los ojos alarmada. Siempre era lo mismo con sus asistentes cuando veían a Rafael entrar en su oficina por primera vez, como si fuera el dueño del lugar.

Rafael se detuvo al lado de Constance para darle un beso al aire, cerca de la mejilla. El hombre se enderezó alzando la cabeza y se detuvo como si apenas se hubiera dado cuenta de la presencia de la otra persona.

-¿Modelo? -Se acercó a la asistente-. Hace tiempo que no veo unos ojos azules así de brillantes y penetrantes. -La pregunta había sido dirigida a Constance, aunque Rafael no había apartado la mirada de la asistente que, inconscientemente, había tomado un paso atrás intentando recuperar su espacio personal.

-No. -Fue lo único que respondió Eliana y su mirada volvió a su jefa, buscando algún tipo de apoyo.

Constance estuvo a punto de hablar, pero fue interrumpida nuevamente. Rafael, sin dudas, no podía controlar a su musa cuando encontraba un sujeto que lo inspiraba.

-¿No? -Pareció escandalizado con la respuesta-. ¿Eres rubia natural? -preguntó y Eliana hizo una mueca antes de negar levemente-. Hmmm. Tienes buena estatura y el rubio resalta tus ojos. -El ceño se le arrugó y se frotó la barbilla con los dedos-. Tienes el cuerpo y esos labios…

-Deja a mi asistente tranquila, Rafael. No estoy de humor para lidiar con Recursos Humanos por una queja de acoso -dijo Constance en un tono tranquilo que tuvo el efecto que esperaba porque los hombros de su asistente se relajaron de inmediato. Aunque el efecto no duró mucho porque el hombre no dejaba de escudriñarla.

-Podría ser modelo, Consti. Puedo hacerle una fotos -decía como si la asistente no estuviera allí y no tuviera un decir en aquella conversación.

-Te he dicho que no me llames así. -Constance se puso de pie y se alisó el vestido negro con las manos, ajustándose el cinturón alrededor de la cintura-. Eliana, eso es todo.

Eliana, en esos pocos días, había reconocido que ese "Eso es todo" era sinónimo de "Retírate".

El hombre siguió con la mirada a la asistente que se apresuró a salir. Constance se contuvo de poner los ojos en blanco cuando escuchó que Eliana le preguntaba a Sarah quiénes eran Maura y Arthur, antes de volver a sentarse con un suspiro.

-Cierra la puerta -ordenó. No quería escuchar el cuchicheo de las dos mujeres.

-Juro que esos ojos me llevaron de vuelta a Santorini.

Constance no iba a dar rienda libre a sus ocurrencias, así que se guardó su opinión. Claro que había notado los ojos de Eliana. Era imposible no hacerlo.

-¿Esas son las fotos? -preguntó señalando la carpeta que Rafael sostenía en una mano.

-Sí. -Le entregó la carpeta sin pensar, con el cuerpo aún girado hacia la salida, mirando a las dos mujeres hablando al lado del escritorio de Sarah-. ¿Desde cuándo Santorini trabaja para ti? ¿Qué pasó con Melissa?

-Su nombre es Eliana y Melissa no duró cinco horas.

-Espera. Me estás diciendo que Santori…Eliana lleva una semana trabajando para ti, ¿y aún está cuerda?

Constance reservó su respuesta al abrir la carpeta para echar un ojo a las fotografías.

-Si te gusta la ubicación puedo programar una sesión de inmediato para la siguiente edición.

-Está perfecto para la colección de Sacai o Duran Lantink. Envíame una muestra de ambas.

-Hecho.

Constance se echó hacia atrás en la silla, su mirada vagó por un instante al otro lado del cristal. Eliana ya no estaba y Sarah recogía varios papeles de su propio escritorio, organizándolos antes de dirigirse hacia el ascensor con apresuro. No podía negar que extrañaría la eficacia de Sarah; había sido casi perfecta y había cumplido con los dos años de su contrato. Sarah es leal y, como muchas otras asistentes, la admiraba por lo que había logrado a su temprana edad, la idolatra y lo había demostrado en una forma profesional y casi impecable.

Dos años era mucho tiempo.

¿Podrás lograrlo, Eliana?

Rafael estaba feliz con el ascenso de Sarah, pues era él quién la recibiría en su departamento. Era un ascenso considerado para la carrera de Sarah. Y, en realidad, lo que la mujer había deseado hacer desde un principio.

-La nueva quiere decir que Sarah ya puede empezar ¿en cuánto era? ¿Dos o tres semanas más?

-Tres semanas y aún no sé si Eliana lo logrará.

De no ser así implicaría un gran problema para Constance porque no podrá retener a Sarah y estaría sin asistente, o peor, con alguien tan incompetente que no duraría más de cinco minutos en su presencia.

Todo esto era culpa de Sarah, si lo pensaba cínicamente. Su exasistente había creado unas expectativas muy altas y cualquiera, por muy buena que fuera, no le llegaba ni a los talones.

Eliana podría ser la excepción.

Eliana era "aceptable", y eso para cualquier otra persona era extraordinariamente competente.

-Tres semanas -repitió sin pensar.

-Tengo fe en Santorini -dijo Rafael e intentó no sonreír -mucho- al ver cómo Constance puso los ojos en blanco.

Rafael es un poco mayor que ella, y la única persona a la que se atrevía llamar 'amigo', por lo menos en el ámbito laboral. Es un hombre italiano en todo su esplendor y, a pesar de su edad, aparenta ser mucho mayor siempre que lleva esa barba completa media que había conservado desde que regresó de sus vacaciones en Grecia.

-Podríamos hacer algo: si tu nueva asistente no sobrevive a tus demandas, entonces sugeriré darle un chance a la vida de modelo. ¿Sabes qué deporte hace? Porque definitivamente hace algo, ¿viste sus brazos?

-No parecía muy interesada en esa perspectiva.

Los labios de Constance formaron una fina línea. Rafael se aclaró la garganta y recogió su carpeta del escritorio de la mujer; conocía muy bien esa expresión.

-Amm. ¿Nos vemos en la reunión en treinta?

-Sí.

El hombre asintió, pero no se movió.

-Eso es todo -dijo Constance y exhaló con fuerza cuando la puerta de la oficina se cerró detrás del hombre.

Se volvió a poner de pie al ver que Sarah volvía a su escritorio.

-Sarah. ¿Le explicaste a Eliana quién es Maura? No quiero que pierda su cita anual con el doctor.

Sarah había aprendido con el tiempo a disimular su sorpresa, pero aun así Constance parecía leerla como un libro abierto.

-Sí, Constance. Ya Eliana está al tanto.

-¿Y Arthur?

-Su vuelo llega mañana a las cuatro de la tarde. Y también le di los detalles a Eliana para que ponga un pedido para los yogures.

-¿Dónde está?

Sarah miró de reojo el escritorio vacío de Eliana.

-Fue a buscar tu vestido para el evento de esta noche.

-Muy bien. -Ignoró cómo los ojos y la boca de Sarah se abrieron por la sorpresa, y volvió a entrar en su oficina.


-¿Estrella u osito? -preguntó Constance mientras se ajustaba el delantal. Le había dado la mañana libre a su niñera, Talia, así que ella se ocuparía de preparar el desayuno. El desayuno era lo único que se le daba bien en la cocina, y había leído varios libros de recetas para poder ofrecerle una gran variedad de opciones a su hija. Su especialidad eran los panqueques y, durante su 'estudio' culinario, encontró un amor por la pastelería, aunque desafortunadamente nunca encontraba tiempo para dedicarse a su nueva afición.

-¡Osito! -exclamó Maura desde la mesa.

-Osito, entonces. -Colocó un plato con frutas cortadas en pequeños trozos y un vaso de leche enfrente de su hija-. Creo que también me haré uno -añadió, mirando a su hija que había decidido empezar por uno de los trozos de fresa.

-¿Has visto mi maleta?

-¿Mmm? -apartó la mirada del panqueque y miró a su marido que se arreglaba la corbata.

-Mi maleta.

Constance lo miró con seriedad, diciéndole con la mirada "¿Qué sé yo?" A pesar de eso, dijo:

-Donde siempre la dejas. -Le dio la vuelta al panqueque para asegurarse de que estuviera cocinado a la perfección y lo colocó en un plato antes de girarse y colocarlo enfrente de su hija-. ¿Un poco de crema? -preguntó en voz baja y sonrió cuando Maura exclamó con felicidad, asintiendo con una sonrisa de oreja a oreja. A veces deseaba tener el mismo nivel de energía que su hija, especialmente sin tener que beber una cantidad absurda de cafeína.

Se quitó el delantal cuando se sirvió su propio panqueque y sacó la crema del refrigerador, agitándola antes de dibujar una sonrisa en el de su hija. Arthur había desaparecido de momento; supuso que aún buscaba su maleta.

-¿Te gustó?

-¡Son los mejores panqueques!

-¿Mejor que los que te hace Talia? -preguntó con un tono divertido. Talia es excelente cocinera y le había enseñado mucho a lo largo de los años.

-¡Mejor!

-¿Panqueques? -preguntó Arthur, apareciendo en la cocina otra vez con la corbata arreglada y la maleta en una mano. Se acercó a su hija, confirmando sus sospechas (panqueques y tostada con crema de cacahuete y banana era lo único que dejaba a su pequeña con ese nivel de emoción), así que agarró uno de los círculos de panqueque y se lo metió en la boca.

Constance soltó una carcajada ante la indignación en el rostro de su hija.

-¡Te comiste su oreja!

-Está muy rico, mamá te hará otro.

-No, ya tenemos que salir pronto -dijo y miró el reloj.

-¿La cena será a las seis?

-No podré hoy.

-Constance… -susurró con un tono de advertencia-. Ya has pospuesto nuestra noche de cita por dos semanas. Puedes hacer un hueco de dos o tres horas.

-Tengo mucho trabajo, Arthur.

-El trabajo debería quedarse en la oficina.

Constance entrecerró los ojos y tuvo que hacer uso de todas sus fuerzas para que no se le escapara una risa sarcástica. ¿Eso viniendo de su marido que viajaba constantemente por trabajo y, definitivamente, lo traía a casa? El descaro…

-Sabes que no es así y tampoco lo será.

-Ya no haces tiempo para mí -Su tono de voz se alzó con seriedad y Constance notó cómo los hombros de Maura se tensaron, aunque no dejó de comer.

-Arthur… ahora no -pidió en voz baja, desviando la mirada hacia la niña. Por suerte el hombre se dio cuenta de lo que realmente pedía.

-Me aseguraré de que me escuches esta noche. A la hora que sea que llegues -dijo y besó la mejilla de Maura.

Constance pensó que daría la vuelta a la isla para besarla a ella, pero Arthur la miró a los ojos con frialdad y dio media vuelta hacia la puerta. Los hombros de Constance se relajaron y apoyó los codos sobre la mesa, mirando los ojos claros de su hija.

-Le diré a Talia que te haga más panqueques mañana. Pero solo esta vez porque papá se comió la oreja.

Constance sonrió al ver que la sonrisa de oreja a oreja volvía al rostro de su hija.

Cuando Constance salió con Maura de la mano, el Rolls-Royce negro ya la esperaba puntualmente enfrente de la casa.

-Buenos días, Constance. Buenos días, señorita Maura.

-¡Buenos días, Aldo!

El hombre sonrió amablemente y ayudó a asegurar a la niña en el asiento.

El viaje fue entretenido y sin un momento de silencio porque Maura no dejaba de hablar ni conversar con el chófer. Aldo por su parte parecía estar encantado con el tema que fuera. El hombre ha sido un constante en la vida de la niña y casi la conoce desde el primer día que llegó a este mundo, cuando Constance estuvo a nada de dar a luz en el mismo asiento donde se encontraba sentada en ese momento.

-Yo lo hago -avisó Constance y Aldo la miró a través del espejo, asintiendo, aunque la mujer no lo miraba, sino que se había ocupado en soltar el cinturón de seguridad del asiento de Maura-. Sal por este lado, cariño.

-¡Constance!

La morena se enderezó al escuchar su nombre y sostuvo la mano de su hija.

-¿Qué haces? -Preguntó al ver que su asistente se dirigía a ella, casi corriendo. Tanta energía… tan temprano.

-Vi el auto llegar y salí por si necesitas ayu… hola -saludó a la niña y sin pensar le extendió la mano-. Soy Ella.

Constance se contuvo de poner los ojos en blanco. No era la primera vez que notaba que la atención de su asistente era más atroz que la de un gato, pero hasta ese día nunca había llegado al nivel de olvidarse de su presencia o de que estaba en plena explicación.

Maura miró a la mujer y luego miró a su madre que para sorpresa de la asistente asintió levemente.

Sin soltar la mano de su madre, Maura extendió la otra y tomó la de la asistente.

-Me llamo Maura.

-Eliana es mi asistente. Nos acompañará por un rato.

-¿Eliana?

-Ella. Me llamo Eliana, pero todos me dicen Ella.

Constance se aclaró la garganta.

-Menos tu madre, claro.

-A mamá no le gustan los apodos.

Constance arqueó una ceja cuando su asistente soltó una carcajada, inclinándose un poco enfrente de la niña, apoyándose de las manos sobre las rodillas.

-Creo que me he dado cuenta -le susurró a la niña como si fuera un secreto entre las dos, aunque Constance había escuchado perfectamente.

-El Dr. Ruiz nos está esperando -avisó Constance, caminando y llevando a Maura con ella de la mano-. Espérame en la sala de espera, Eliana.

Eliana siguió las indicaciones de su jefa y esperó pacientemente. No entendía por qué su presencia era requerida allí; había pensado que Constance le daría las órdenes del día o que tomaría notas durante la consulta. Cualquier cosa menos estar allí sentada y sin hacer nada. La agenda para el día estaba preparada y ya había revisado todo y hecho varias llamadas para asegurarse que todo estuviera listo para cuando Constance llegara a las reuniones y la revisión de la revista en la tarde.

Por el rabillo del ojo notó movimiento y giró la cabeza, sorprendiéndose al ver que era Constance hablando con un doctor. El doctor se marchó y una enfermera se mantuvo cerca, pero a una distancia mientras Constance se inclinaba para ponerse a la altura de la niña, hablándole a la vez que apartaba un mechón de pelo del rostro de su hija. Nunca había visto a Constance así. Vale, no la conocía de mucho tiempo, pero al menos nunca se imaginó a su jefa actuando de aquella forma -no- sonriendo de esa forma.

Ella se aclaró la garganta al notar que Constance se enderezó. Maura se fue de la mano de la enfermera y ahora su jefa se encaminaba hacia ella, sentándose a su lado sin decir una palabra.

¿Acaso esto es otra prueba? Se preguntó, sosteniendo con fuerza la agenda sobre su regazo. Constance la ha estado poniendo a prueba cada día por las últimas tres semanas y, para ser honesta, no tiene idea cómo ha podido superarlas. A veces se preguntaba si la mujer lo hace a propósito solo para deshacerse de ella. Para ser otra en la extensa lista de asistentes despedidas por Constance Isles.

-¿Qué miras? -preguntó Constance con sequedad y Ella abrió los ojos como platos, dándose cuenta de que la ha estado mirando desde que se sentó a su lado.

-¿Está bien? Maura, digo.

El silencio se alargó entre las dos y Ella se mordió el interior de la mejilla.

-No debí preguntar -dijo, cabizbaja.

-No. No debiste.

Quería preguntar qué hacía allí, pero a Constance no se le hacen preguntas… según Sarah. Aún tenía que recordar que, como asistente, simplemente tenía que hacer lo que su jefa pedía y claro estaba que Constance no se necesitaba explicar. No a ella.

-Para ya. -Constance la volvió a mirar y luego miró la pierna de Ella que se movía inconscientemente-. ¿No puedes estar quieta un minuto?

La asistente la miró como si le hubiera hablado en otro idioma.

Ella permaneció quieta, mirando los dibujos a lo largo de la pared enfrente de ellas: árboles de varios colores y animales, incluyendo un dinosaurio azul que casi abarcaba la mitad de la pared. "A Noah le gustaría" pensó y sonrió para sus adentros.

-Solo necesita una vacuna -dijo la morena unos minutos después de grato silencio.

-¿Sola? -No tuvo que mirar a su jefa para darse cuenta de que no debió preguntar aquello. La palabra salió de sus labios y automáticamente hizo una mueca al escucharse a sí misma.

-Mmm.

-Hay niños que tienen miedo… a las jeringas… y… eso.

-Tan elocuente. Maura no es cualquier niña.

Ella notó el brillo del orgullo de una madre en los ojos claros de la mujer.

-Tu hija es hermosa, Constance -confesó Ella sin limitar sus palabras, con la mirada enfocada aún en el dinosaurio azul.

Constance la miró detenidamente. Ella tragó en seco al sentirse observada y se atrevió a mirarla. Aquella mirada de Constance no era como las demás: no de desaprobación, impaciencia o decepción. No supo qué exactamente era diferente. Lo único que tuvo claro fue que le provocó un cosquilleo en la base del estómago.

-¿Constance?

La voz del hombre cortó el momento y ambas miraron en su dirección. Ella reconoció a Aldo cerca de la entrada, sosteniendo un papel en la mano. Constance se puso de pie, alisando la falda de lápiz con las manos.

-Atenta -le dijo a Ella, y luego miró en dirección del pasillo por donde Maura había desaparecido con la enfermera.

Ella siguió la mirada de su jefa y asintió, pero cuando se volteó ya Constance no estaba allí sino con Aldo que le entregó el pedazo de papel y Constance comenzó a leerlo. Sea lo que sea, por cómo el cuerpo de su jefa se enderezó y los hombros se tensaron, no debía ser algo bueno.

-¿Señora Isles? -llamó la enfermera.

Antes de que Constance pudiera siquiera girarse, ya Ella estaba de pie y se dirigía hacia la joven enfermera.

-Yo voy -le avisó a Constance y solo le dio tiempo a ver cómo su jefa ladeaba la cabeza, observándola con una mirada muy parecida a cómo la había estado mirando unos minutos antes.

Maura se sacó la piruleta de la boca al verla entrar.

-¿Y mamá? -preguntó alarmada.

-Viene en un momento, pero mientras tanto yo te acompañaré. Guau, ¿qué tengo que hacer para que me den uno de esos?

-Es solo para niños -dijo Maura.

Ella ahogó su sorpresa con la risa y la enfermera la miró, divertida.

-Maura tiene razón: las piruletas solo son para niñas muy valientes.

La niña sonrió de oreja a oreja antes de volver a meterse la piruleta en la boca.

-Qué pena… -dijo Ella en un suspiro, con una expresión avergonzada-. Le tenía -tengo- miedo a las jeringas. No me daban piruletas.

La enfermera cruzó los brazos sin dejar de mirarla con una leve sonrisa.

-¿Lloras? A mamá no le gusta cuando los adultos lloran.

Si supieras las veces que tu madre ha hecho llorar a adultos…

-Ya no… aunque siguen sin gustarme -confesó.

Maura miró a la enfermera y Ella hizo lo mismo. Lizzy, como se llamaba, soltó un suspiro resignado.

Constance se detuvo en seco al abrir la puerta de la habitación y ver las espaldas de su hija y asistente, que hablaban en susurros. Maura se rio seguida por la risa de la asistente.

-¿Qué hacen?

Las dos dieron un respingo por la sorpresa. La mirada de Constance descendió a las manos de su asistente que sostenía el otoscopio. Ella se apresuró a regresarlo a la pared, casi dejándolo caer en el proceso. Por si no fuera suficiente, las dos tenían una piruleta en la boca. ¿Qué tanto pasó en los cinco minutos desde que Lizzy la llamó?

-Sabes que no debes tocar los instrumentos de los doctores, hija.

-No los toqué, mamá -dijo y miró a Ella.

No le tomó un segundo tirarme a los leones. Estoy impresionada. Niños… debí esperarlo.

-Le estaba enseñando… cómo se llamaba y lo que hacía. -La piruleta se movió en su boca-. Algo educativo… -tragó saliva.

-Sácate eso de la boca. Ahora.

Ella pareció dudar por un instante. De verdad no quería deshacerse del dulce, pero la mirada severa de la morena no le dejó otra opción que tirar la piruleta en la basura. Lizzy no fue fácil de convencer para que se la diera…

-Lo siento…

Ella le sonrió a la niña, sacudiéndose de hombros, acercándose para susurrar:

-Pediré una cuando sea mi turno. -Se señaló su propio brazo y Maura miró el suyo que aún tenía una curita de cebra.

Las dos sonrieron pícaramente y Constance permaneció de pie en el lugar, observándolas con creciente interés. Ella se enderezó y se congeló al volver encontrarse con la misma mirada por tercera vez ese día. Era demasiado temprano para siquiera intentar entender a Constance y lo que podría estar pasando por su cabeza. Ni siquiera había tomado su primer café ese día. Así que se hizo una nota mental para preguntarle a Sarah más sobre Maura y, de alguna forma, sobre esa mirada de Constance que no ha logrado descifrar y comenzaba a desconcertarla.