-No puedo más, Elena. Me tiene de un lado a otro. Me pide cosas IMPOSIBLES. ¿Cómo voy a recordar lo que vio en una vitrina ¿LA SEMANA PASADA? No es como si me lo comunicara. -Intentó imitar a su jefa con un tono más tranquilo que contradecía todo lo que estaba sintiendo en su interior-. "E-lia-na esa cartera me gusta. Recuérdalo" O algo parecido. Cualquier cosa. ¡Ni siquiera recuerdo haber visto una vitrina! -exclamó exaltada, alzando los brazos al cielo.

-Creo que mamá está enojada -murmuró Izzy, sentada sobre los muslos de su tía. Noah, que estaba tirado en el suelo, se rio sin dejar de jugar con sus dinosaurios.

Elena no sabía qué decir. Pocas veces en su vida ha visto a su hermana tan alterada y tan corta de paciencia. Constance la estaba poniendo a prueba y aunque habían pasado dos meses, parecía que la prueba inicial aún no había terminado.

-No sé qué voy a hacer. Sarah se fue y sí, está en el mismo edificio y tengo su número de contacto, pero ya me advirtió que solo es para casos de emergencia. Esto es una emergencia ¿verdad?

Elena se quedó boquiabierta.

-Tu mamá no está… Solo está un poco cansada, cariño -le susurró a la niña.

-Tienes que descansar, mamá.

-¿Cuál es la emergencia, Ella? -preguntó Elena, intentando mantener un tono calmado.

-¿Cuál es la emergencia? ¡Que me está volviendo loca! Esa es la emergencia.

-Entonces renuncia.

Aquellas palabras detuvieron en seco a Ella, como si fuera un juguete al que le sacaron las baterías de repente.

-No puedo renunciar. Sabes que no puedo. Sarah pudo hacerlo por dos años y ahora está en el trabajo que siempre quiso. Yo puedo hacer lo mismo -dijo aquellas palabras con la mirada perdida en la ventana de la cocina, como si estuviera intentando convencerse a sí misma de sus propias palabras.

-Sé que puedes, hermanita.


Ese día llovía a mares y no podía ser peor en cada aspecto posible. En una mano llevaba el portavasos con un café para ella y uno para Constance, y con la otra sostenía la pequeña mano de su hija. Estaba segura de que terminaría desempleada, pero no le había quedado otra opción.

-Quédate aquí, Izzy -pidió en voz baja y buscó en la última gaveta de su escritorio uno de los libros de dibujar y las crayolas que había comprado para que Maura se entretuviera cuando venía a la oficina. Habían sido pocas veces hasta ahora, pero Constance pareció complacida con su decisión cuando la pequeña Maura se quedó garabateando tranquila-. Dame un momento, cariño -le pidió al niño que no dejaba de mirarla, haciendo pucheros. Ella rebuscó en su bolso, sacando uno de sus dinosaurios preferidos-. Quédate sentado aquí con tu hermana. -Ya el niño se había sentado en el suelo, igual de entretenido que su hermana.

Izzy asintió de forma ausente mientras agarraba las crayolas y abría el cuaderno con varias hojas ya rayadas con color. Izzy parecía estar incómoda en su silla ya que apenas podía alcanzar a poner los codos sobre el escritorio. Ella se acercó y alzó la silla, sonriendo para sus adentros cuando su hija sonrió sin apartar la mirada de la página que había encontrado con una mariposa sin colorear.

-Amores, iré a la oficina a dejar este café y luego tengo que ir allí. -Señaló el otro extremo del piso donde se encontraba la máquina de fax-. No me tomará más de tres minutos. No se muevan de aquí ¿Sí?

-Sí, mamá -contestaron los dos en unísono.

-Bien. -Ella besó la corona del cabello rubio de los dos, y dejó su café sobre el escritorio antes de tirar el portavasos para solo dejar el vaso con el café ardiente de Constance donde siempre. Al salir de la oficina de su jefa, sonrió al ver que su hija había comenzado a dibujar y estaba totalmente absorta en aquella tarea.

Constance aún agitaba la sombrilla cuando la puerta del ascensor se abrió. El día era pésimo y parecía ser mucho más temprano de lo que realmente era, así que estaba frustrada. Frustrada con la lluvia que había arruinado la sesión de fotos que tenían programada en el exterior, frustrada porque a pesar de llevar una sombrilla y solo tener que caminar varios pasos desde su auto a la entrada del edificio, de alguna forma sus tacones terminaron salpicados con Dios sabe qué.

Solo quería un café. Eso siempre hacía que las cosas tuvieran mejor aspecto, por muy breve que fuera ese efecto.

Constance soltó sin mirar la cartera sobre el escritorio de Eliana, dejó la sombrilla apoyada al costado, se quitó la gabardina impermeable y estuvo a punto de tirarla cuando se detuvo en seco al encontrarse con ojos tan azules como los de su asistente.

-Hola -saludó la niña y el silencio se estrechó entre ambas. Constance aún no había cerrado la boca, pero el ceño se le arrugaba con cada segundo que pasaba-. Mi mamá me ha dicho que no hable con extraños…

-Ya estás hablando, Izzy -comentó otra voz al lado de la niña, y antes de que Constance pudiera asomarse, un niño con ojos igual de azul y una cabellera rubia asomó la cabeza por debajo del escritorio de Eliana.

-Oh…

Constance se giró bruscamente al escuchar la expresión de sorpresa de su asistente.

-Mi oficina. En este instante.

Ella miró a sus hijos e intentó sonreírles para apaciguar el momento, pero ya su hija tenía su atención de vuelta en el cuaderno de dibujos como si nada hubiera pasado.

"Ahora es cuando me despide" pensó y tragó en seco, dejando sobre el escritorio los papeles que había traído de la máquina de fax, y se encaminó hacia la oficina de su jefa.

Constance se encontraba apoyada de una mano en el escritorio, sosteniendo su peso en una sola pierna mientras con una servilleta se limpiaba uno de los tacones. Ella se detuvo en seco al escuchar sus susurros entre dientes, demasiado bajo como para poder entenderle.

-¿Me puedes explicar qué es eso? ¿Acaso es el día de traer niños a la oficina y no me enteré?

-Son mis hijos. Y no, no es el día de traer a tu hijo al trabajo.

El tono tranquilo y resignado de Eliana hizo que Constance se enderezara antes de sentarse y tomar un sorbo del café que estaba listo, como siempre, en la esquina del escritorio. Aquel sorbo hizo milagros para su alma.

-Siéntate, Eliana.

El simple pedido pareció sorprender a su asistente mucho más que la respuesta exigida momentos antes.

Ella se sentó lentamente y con cuidado, como si Constance fuera una leona, lista para atacar ante un minúsculo movimiento.

-Explícate.

Ella separó los labios sin decir una palabra. Estaba muy desconcertada con el chance que se le estaba ofreciendo. Constance le estaba dando la oportunidad de ser escuchada y eso no era concebido fácilmente por la mujer. Si algo había reconocido durante aquellos dos largos meses, es que Constance no era -en lo absoluto- la mujer que aparentaba ser ante todos. Como su asistente, tuvo que aprender a leerla rápidamente, a escabullirse entre las murallas que Constance Isles había construido tan alto a su alrededor que estaba segura de que, en ocasiones, hasta ella misma se olvidaba de quién era en realidad. Tenía que conocerla muy bien para poder anticipar sus necesidades. El progreso ha sido lento pero constante, y aún tiene mucho camino por delante para mejorar, pero lo ha estado haciendo, poco a poco. Constance, a su manera, es amable y atenta. Ella había sido testigo de ese lado desconocido para muchos, especialmente cuando Constance estaba en presencia de Maura (aunque reconocía que ella era una de las pocas personas en aquel edificio que había tenido la oportunidad -privilegio, tal vez- de presenciar esos momentos entre madre e hija); o cuando hacía un cambio mínimo en su agenda que, para cualquier otra persona no tendría importancia, pero Ella sabía que por muy pequeña que una decisión aparentaba ser, podría resultar en una oportunidad para otra persona.

Lo segundo no fue tan obvio durante las primeras semanas.

No fue hasta que Constance le pidió, sin ninguna explicación, que cancelara dos días de reuniones programadas. Le tomó dos semanas más para darse cuenta del efecto que tuvo ese ínfimo gesto. Un Rafael sorprendido le comentó que Constance se había presentado en su evento de fotografía aquellos dos días.

Cuando Ella le dijo que recordaba que Constance había pedido que cancelara todos los planes para esos dos días, él simplemente sonrió y dijo:

"Así es nuestra Constance, Santorini"

Hasta hoy en día no sabía qué era lo que quiso decir con esas palabras. Tampoco supo a qué venía lo de "Santorini".

-Oh, por favor, tómate tu tiempo. Sabes cuánto me emociona cuando procesas las cosas con esa lentitud.

Constance, a pesar del sarcasmo mezclado con un tono de voz plácido, mantenía una postura relajada y una mirada penetrante que fue suficiente para sacar a Ella de su estupor.

-No tenía con quién dejarlos. La guardería está cerrada hoy y mi hermana no pudo ayudarme porque está haciendo un doble turno en el hospital… Entiendo si esto es… Entiendo si me despide.

Constance se echó hacia atrás en la silla, arqueando una ceja.

-No te voy a despedir por eso. Soy madre también, Eliana. No soy tan cruel como para no entender que hay inesperados, y que en muchas ocasiones no queda de otra. Por favor cierra la boca -dijo con un suspiro al notar que la asistente se había quedado boquiabierta otra vez-. No es atractivo.

-Constance…

-¿Cómo se llaman?

-Isabel, pero le gusta que le llamen Izzy… tienen cuatro años. El niño es Noah.

-Un año mayor que Maura… ¿Mellizos?

Ella asintió y esperó por la pregunta que hacen todos. Apenas había cumplido los veinticuatro años y se embarazó a los diecinueve y, a la misma edad, se vio obligada (aunque en aquel momento no lo vio de esa forma) a casarse con su primer amor de la secundaria. Había estado feliz, de verdad. Hasta que se divorció dos años después.

Constance no preguntó más, simplemente la miró de tal manera que hizo que Ella deseara escuchar las mismas preguntas de siempre. No se sentía juzgada sino más bien conmovida porque en aquellos ojos verdes solo encontraba comprensión.

No dejaba de ser desconcertador: este lado de Constance que parecía estar reservado para tan pocas personas…

-Me embaracé a los diecinueve… -soltó sin pensar y la respuesta de Constance fue tomar otro sorbo de café antes de asentir levemente. Una señal de que podía proseguir-. Son lo mejor que tengo en el mundo y no cambiaría nada, pero a veces es—

-¿Mucho?

-Esa es una forma de decirlo. -Se permitió sonreír libremente como pocas veces había hecho en presencia de la mujer. Casi siempre sus sonrisas ante Constance eran producto del nerviosismo o una ansiedad sobrecogedora.

Constance le devolvió la sonrisa y Ella estuvo segura de que estaba soñando o alucinando porque Constance no sonreía así. No a una asistente.

-¿Y la guardería de Ciao?

Ella ladeó la cabeza. ¿De qué estaba hablando?

-Ciao no tiene guardería. -No tuvo que preguntar; la reacción de Constance fue suficiente para caer en cuenta que no estaba al tanto de ese hecho.

-Ya veo… -Varios segundos pasaron entre ellas, envueltas por un silencio que, para sorpresa de las dos, no fue incómodo como hubiera sido de esperar por ambas partes-. Muy bien…

Ella se puso de pie al reconocer aquel tono. La conversación había llegado a su fin.

-¿Estás lista?

-Sí.

Constance miró las manos de la asistente que, en vez de tener el bloc de notas, estaban cruzadas descansando sobre su abdomen. Ella había mejorado en poco tiempo; podía recordar (casi siempre) las instrucciones que Constance impartía cada mañana a primera hora, incluso se había memorizado varios números telefónicos y nombres de otras editoriales, y los nombres y contacto de las asistentes con las que solía tratar más a menudo.

Constance chasqueó la lengua con un asomo de sonrisa divertida al darse cuenta de que Eliana no pretendía ir por su bloc de notas.

-Primero llama a Christina, mi abogada, quiero que venga a verme de inmediato. Hoy es preferible. Si por casualidad hablas con el malhumorado de su asistente y te da una de sus excusas baratas, solo recuérdale que le pago lo suficiente a Christina. Ni una palabra más ni menos, Eliana. Confirma con Rafael el reviso en la tarde y la cena con Arthur.

-Rafael confirmó la reunión para las dos en punto. El Dr. Arthur logró cambiar su turno y estará disponible para la cena. Tienen una mesa reservada en Le Bernardin a las seis; el chef Sohm le envía sus saludos. Ya le informé a Aldo y estará esperándola a las 5:30PM en el garaje subterráneo.

Ella pestañeó varias veces ante el silencio de su jefa. ¿Acaso está intentando no sonreír?

Constance se aclaró la garganta y apartó la mirada hacia los papeles que tenía enfrente.

"Definitivamente…" pensó Ella.

-Eso es todo.

Ella, a diferencia de Constance, no pudo contener la sonrisa de satisfacción que se congeló al escuchar su nombre justo cuando estaba a punto de abrir la puerta.

-Eliana.

Ella cerró los ojos por un segundo ante de volverlos abrir y girarse.

-¿Sí, Constance?

-Puedes dejar a Isabel y Noah conmigo si necesitas salir de la oficina en algún momento. -Después de varios segundos en silencio y notar que su asistente permaneció en el lugar. Constance alzó la mirada y con una sonrisa divertida alzó una mano y se dio varios golpecitos en el mentón con el dedo índice, indicando que cerrara la boca.

Ella salió de la oficina de inmediato con un solo pensamiento en la cabeza:

¿¡QUÉ DIABLOS ESTÁ PASANDO!?


N.A: Feliz comienzo de semana!