-Los niños pueden sentarse allí -dijo el abogado, señalando las sillas frente a su escritorio para que las mujeres tomaran asiento.

-No sé por qué estoy aquí -murmuró Ella entre dientes, y su hermana la miró de reojo.

-Era el deseo de sus padres -comentó el abogado.

-Nuestros padres dieron a Ella por muerta hace años -intervino Elena, dejando a Ella con la palabra en la boca.

El abogado las miró a ambas durante varios segundos antes de asentir y aclararse la garganta. Abrió una carpeta que tenía sobre el escritorio y comenzó a leer los documentos, o más bien, el testamento de sus padres.

Elena estaba llorando y Ella no entendía por qué. Bueno, en realidad sí lo sabía, pero aún no podía creer lo que estaba escuchando. Habían regresado hace poco del funeral y todo estaba sucediendo demasiado rápido.

-Doce.

-¿Qué? ¿Doce qué? -preguntó Elena, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.

-Doce millones. Cinco para Elena Quinn, cinco para Eliana Quinn. -El abogado hizo una breve pausa antes de continuar-. Y dos millones para Noah McCarthy Quinn y Amelia Isabel McCarthy Quinn dos millones estarán en un fideicomiso para cubrir los gastos educativos y tendrán acceso total una vez que cumplan los veinte años. La casa de la playa en Boca de Ratón queda a nombre de Elena Quinn, y la casa de la playa en Nueva York a nombre de Eliana Quinn. Según los deseos de sus padres, la casa en la que vivían será vendida, al igual que todo su contenido, excepto los cuadros de la colección de Omar y Amelia Quinn -miró a Eliana-. El señor Quinn dejó instrucciones específicas para usted, Ella: deseó que te quedes con cualquier obra de arte que desees, y si no las quieres, deberás donarlas a cualquier museo de tu elección. Las ganancias de los artículos vendidos y de la casa se destinarán a varios programas de asistencia para madres solteras.

-Tiene que ser un error. Esto debe ser una broma -dijo Ella indignada, negando con la cabeza-. Mis padres me dieron la espalda cuando más los necesitaba. Me dejaron en la calle con dos niños y ni un centavo ¿Por qué me dejarían millones en su testamento? ¿Por qué harían todo eso?

-No hay error. El testamento fue preparado hace menos de un año por mí, en presencia de sus padres. No puedo explicarles qué estaban pensando o por qué tomaron esta decisión, pero puedo asegurarles que era lo que deseaban.

-Tener la conciencia limpia -susurró Elena.

-No puedo hacer esto. Necesito… Necesito irme de aquí. -se puso de pie, apretando la mandíbula con fuerza cuando su labio inferior tembló involuntariamente. Su hermana la miró con comprensión y asintió levemente.

-Yo me ocupo del resto -aseguró Elena.

-Izzy, Noah, vamos…

-Déjalos conmigo -pidió su hermana, y Ella la miró insegura-. Te vendrá bien un tiempo a solas.


Aquel no era un buen comienzo de semana para Constance Isles. El espacio que habían reservado para una sesión de fotos estaba indisponible debido a un incendio, y tendrían que hacer todo lo posible para encontrar otro lugar adecuado en menos de veinticuatro horas. Aunque no estaba demasiado preocupada. Sus empleados eran competentes -por mucho que ella se quejara- y habían logrado cosas más improbables en menos tiempo.

Sin embargo, lo que más la desconcertó aquella mañana fue la ausencia del café que siempre encontraba esperándola en la esquina de su escritorio. Nunca faltaba, al menos no en los últimos meses.

"Eliana está ausente" -Fueron las palabras que Eliana 2.0 había logrado decir antes de ser excusada de la oficina de inmediato.

Y ahora, horas después, sentada al final de la mesa y fingiendo que prestaba una fracción de atención a la reunión y lo que estaban diciendo, no podía dejar de pensar en su asistente.

-¿Estará enferma? -Pensó-. No. -Suspiró y recordó la nota que le habían entregado en la mañana. Sin duda era la escritura de su asistente; la reconocería en cualquier lugar-. "No podré trabajar hoy. Francesca te ayudará con lo que necesites. Vuelvo mañana". Siempre que lo recordaba sentía una mezcla de emociones. ¿De dónde diablos había salido Francesca y qué le hacía pensar a Eliana que era aceptable tomar ese tipo de decisiones en su lugar? "¿Los mellizos están bien?" se preguntó, no por primera vez.

Cuando la reunión terminó, Francesca salió de la habitación de inmediato sin decir una palabra siquiera

-¿Despediste a mi Santorini? -preguntó Rafael, quien había recogido sus pertenencias rápidamente para intentar alcanzarla.

-¿Qué? Claro que no.

-¿Y quién era esa Miss Robot que apenas pestañeó en dos horas.

-Un reemplazo que encontró Eliana. No preguntes cómo, porque apareció de la nada.

-Entonces sí la despediste -Rafael pausó su andar por un instante, como si así pudiera pensar con claridad, y se quedó varios pasos atrás-. Oh no. Finalmente ha sucedido.

-¿De qué hablas?

Constance abrió la puerta de la oficina y se sentó detrás del escritorio, masajeándose las sienes con los dedos.

-Que finalmente ha encontrado algo de sentido común y se está yendo de este lugar antes de que sea demasiado tarde. Tal vez ya lo sea.

Constance abrió lentamente los ojos y sus miradas se encontraron.

-¿Tan mala soy? -fue apenas un susurro.

Un susurro y una mirada que dejó a Rafael petrificado, como si la misma Medusa hubiera atravesado su alma con aquella mirada. Y esas palabras... Constance nunca había hablado sobre cómo era percibida en la oficina, la actitud que para muchos resultaba demasiado autoritaria y dura.

-¿Qué? No. No. -Se apresuró a dejar la carpeta y varias revistas que llevaba bajo el brazo en el escritorio, antes de sentarse en una de las dos sillas disponibles-. No lo digo por ti.

Aquello era mentira y por la mirada que la joven editora le lanzó, ambos lo sabían.

Rafael suspiró mientras se recargaba en el respaldo de la silla que resultaba bastante incómoda para su gusto.

-Tienes que admitir que la personalidad de Ella y Ciao no se mezclan muy bien. No es precisamente sino todo lo demás.

Constance apretó los labios en una fina línea para mantenerse en silencio.

-Estoy impresionado. -Soltó un chiflido-. No pensé que fuera a durar tanto, pero se ha sabido desenvolver rápidamente en este ambiente. Definitivamente trae un aire de positividad a este lugar que Dios sabe que lo necesita. Y no, no lo digo por ti. Aunque no hace falta decir que hay que tener... -hizo una pausa y pareció considerar cuidadosamente sus palabras antes de continuar- agallas para mantenerte el ritmo. Y, oh, mia bella -se rio mientras negaba con la cabeza-. Nadie te ha podido mantener el ritmo tan bien como Santorini.

La mirada de Constance se alzó y su postura se tensó, mientras sus labios se separaban lentamente.

-Incluso más que yo, y soy él que más te conoce en este lugar. -Rafael frunció el ceño-. ¿Estás bien? -preguntó y se giró en la silla, siguiendo la línea de visión de la mujer-. Oh. Supongo que no estabas mintiendo cuando dijiste que no la despediste.

-Eso es todo, Rafael -dijo Constance en voz baja sin apartar la mirada de su asistente.

El hombre se aclaró la garganta y recogió rápidamente sus cosas. Al salir, Rafael se atrevió a mirar a la joven que permaneció de pie en el lugar mientras esperaba a que él saliera, y luego miró a Constance por encima del hombro.

Constance arrugó el ceño, mirando a Eliana entrar en la oficina y cerrar la puerta detrás de ella. Cualquier exigencia de explicación murió en la punta de su lengua al ver los ojos de Eliana ribeteados de rojo.

-¿Qué haces aquí? -apretó los labios con fuerza al escucharse, porque eso era lo último que quería decir.

Eliana descruzó las manos delante de su cuerpo y se irguió.

-He venido a trabajar. Ya envié a Francesca a casa. Pido disculpas por cualquier inconveniencia que mi ausencia haya causado.

Constance la observó lentamente: el vestido negro, la ausencia de maquillaje, los ojos rojos y la falta de brillo que normalmente encontraba en ellos.

-Siéntate.

Ella titubeó, alternando la mirada entre los ojos verdes de su jefa y la silla vacía. Constance se mordió la lengua para no repetirse y estuvo agradecida al notar que Eliana se movió, finalmente, sentándose enfrente de ella.

-¿Puedes trabajar?

No era lo que quería preguntar, pero fue lo que salió de su boca sin siquiera pensarlo.

-Lo necesito.

Constance apoyó los codos sobre el cristal del escritorio, cruzando los dedos para evitar que se movieran incesantemente por la curiosidad y algo más que estaba sintiendo, pero se negaba a reconocerlo. Nunca le había interesado la vida personal de ninguna de sus asistentes. Tampoco era la primera vez que la miraban con ojos enrojecidos y, en muchas ocasiones, había sido ella la causante de las lágrimas de las asistentes que simplemente no podían soportar la presión, sus palabras y exigencias.

Eliana no era como ninguna de las anteriores. De eso se había dado cuenta desde el primer día que se presentó en su oficina. Y este instante era un recordatorio de cuán distinta era. Eliana no estaba llorando, aunque estaba claro que lo había hecho. Su mandíbula temblaba y se había mordido el labio varias veces, tratando de disimularlo. Lo que sea que hubiera pasado, su asistente pensó que estar allí, en ese momento, era lo mejor.

-Devuelve las llamadas pendientes que ha dejado el reemplazo que escogiste. Y esa será una conversación que dejaremos para otro momento, Eliana. No aprecio cuando toman ese tipo de decisiones en mi lugar -dijo Constance. Eliana asintió en silencio. -Necesito una fecha para la sesión de fotos en el Museo Metropolitano de Arte; llama a Gregory de mi lista de contactos, él sabrá qué hacer. Y necesitaré dos reservaciones para el acuario. Este sábado es preferible. Gracias a ti, ahora mi hija tiene una obsesión enfermiza con los pingüinos y, al parecer, también con los tiburones -continuó Constance.

-¿Solo dos? -preguntó Eliana, ya que sabía que Arthur todavía estaba en la ciudad.

-¿Acaso titubeé? -respondió Constance, sorprendida cuando Eliana dejó escapar una risa ahogada que intentó disimular sin éxito.

-Perdón.

-¿Dije algo gracioso? -preguntó Constance, alzando una ceja.

Eliana negó con la cabeza y, aunque intentó mantener una expresión seria, sus labios seguían levemente curvados hacia arriba en una sonrisa disimulada.

-No, Constance. Solo… necesitaba esto.

Constance alzó una ceja en forma de pregunta.

-Normalidad -respondió Eliana mientras se ponía de pie y se daba la vuelta.

-Eliana -llamó y cuando Eliana se detuvo y la miró por encima del hombro, Constance dijo-. No olvides mi café.

Eliana sonrió de nuevo y Constance frunció el ceño. Justo cuando pensaba que finalmente comenzaba a entender a su asistente, ella venía con esa extraña actitud y volvía a cero.


Normalidad fue lo que Eliana le ofreció a ella; en cuestión de minutos el café estaba sobre su escritorio, en el mismo lugar de siempre. Aún era un misterio cómo se las arreglaba para conseguirlo tan rápido y que aún estuviera tan caliente cuando llegaba a la oficina. Las horas pasaron rápidamente entre reuniones, pero Constance estaba contenta de que esa sería la última del día.

Gregory, del MET, estaba presente en la sala de reuniones junto a otras personas desconocidas que Eliana supuso que también eran del museo, ya que no reconocía ninguno de sus rostros.

-Aquí tienes, Constance. -dijo Eliana con una sonrisa mientras dejaba otro café frente a su jefa. Constance hizo un gesto para que se sentara a su lado. Eliana dudó y levantó la mirada hacia Rafael, que estaba sentado al otro lado de la mesa, a la izquierda de Constance. Él la miró con una sonrisa divertida y le guiñó un ojo.

-Toma notas, Eliana -advirtió Constance al darse cuenta de que Gregory estaba listo para empezar.

-Sí, Constance.

Media hora después, Ella no había escrito nada de importancia ni había escuchado algo que necesitara ser escrito. Inconscientemente, había comenzado a dibujar. Cuando Gregory finalmente dio una fecha y hora para la sesión, se apresuró a anotarlo y siguió garabateando, ajena a la curiosidad con la que Rafael la observaba y a la mirada de desaprobación que Constance le lanzaba de reojo.

La mención de Rothko hizo que Ella se pusiera tensa y soltara el lápiz de repente. Se enderezó en la silla y su mente empezó a procesar el resto de las palabras que el hombre del museo estaba diciendo. No le llevó más que un par de segundos darse cuenta de que estaban hablando sobre sus padres fallecidos.

-Tenían una colección impresionante. La vi con mis propios ojos -decía el hombre y Ella mantuvo la mirada fija en los garabatos que había hecho en la hoja. Ni siquiera parpadeaba. En ese momento solo quería ser invisible.

Un hombre del departamento de arte de Ciao preguntó qué pasaría con la colección.

-Ni idea. Los Quinns tenían la colección privada más grande de Rothko. Como podrán entender, lo sucedido es muy reciente… No sabemos si una de sus hijas heredará la colección o si será donada a algún museo.

-¿Omar Quinn? -Preguntó Constance con un tono suave.

-El mismo. ¿Lo conocías?

Ella alzó la mirada al escuchar un suave "Sí".

Los hombres siguieron hablando sobre la colección de los Quinns, solo pausando brevemente cuando Constance se puso de pie abruptamente.

-Me retiro. Nos veremos la semana siguiente, Gregory.

-Siempre es un gusto hacer negocios contigo, Constance.

Rafael asintió y se quedó sentado; él se encargaría de los detalles restantes con el departamento de arte y fotografía.

-Eliana -llamó Constance desde la puerta, y la joven se puso de pie rápidamente, recogiendo el bloc de notas para seguirla.

Ambas caminaron en silencio por el largo pasillo hasta llegar al ascensor. Eliana apretó con fuerza el lápiz durante los veinticinco segundos que tomó para que el elevador llegara al piso de Ciao.

-A mi oficina -indicó Constance sin mirarla.

El piso estaba desierto a esa hora y afuera ya estaba oscuro. El silencio nunca había sido un problema para Ella, pero en ese momento, en ese día, se estaba volviendo insoportable.

-Cierra la puerta -ordenó y Eliana se giró para cerrarla.

Constance no se dirigió a su escritorio, sino que se quedó de pie cerca de Eliana y cruzó los brazos sobre el pecho. Eliana se giró, sorprendiéndose al verla tan cerca.

-¿Qué necesitas? -preguntó Ella y se contuvo de cerrar los ojos con fuerza al escuchar el temblor en su voz.

Constance la observó en silencio durante unos segundos.

-¿Qué haces aquí?

-¿Qué?

La expresión de la morena permaneció serena. Esperó. Esperó pacientemente.

-Vine a trabajar, como dije en la tarde.

El rostro de Constance se endureció mientras los hombros de Eliana se encogían ligeramente al darse cuenta de que su respuesta había sido insatisfactoria.

Su jefa se dio la vuelta y caminó hasta el rincón de la oficina, inclinándose delante del estante, movió varios libros y sacó una botella de Glenglassaugh whiskey con el año "1965" en la etiqueta. Ni siquiera Sarah sabía que Constance guardaba licor en la oficina. Ella estaba al tanto porque la vio beberse dos dedos de licor una noche cuando se quedaron a trabajar tarde. No pasó mucho tiempo antes de que se diera cuenta de que en los peores días, esa bebida parecía ayudarla de alguna manera.

Eliana permaneció en su lugar, observando cómo Constance sacaba un vaso de cristal limpio del mismo escondite y le servía una generosa cantidad de licor. Estaba segura de que esos dos dedos de líquido tenían más valor que su sueldo semanal.

-Bebe -dijo Constance mientras se acercaba a ella y le ofrecía el vaso.

-Constance…

-No soy la mejor ofreciendo consuelo -confesó en voz baja-. Supongo que debiste tener tus razones para no decirme nada. Si me hubieras dado la razón de tu ausencia, lo habría entendido. No soy tan cruel -terminó en un susurro cuando sus ojos verdes se encontraron con azules aún enrojecidos.

Eliana no dijo nada, simplemente extendió el brazo y sus dedos rozaron los de Constance al tomar el vaso. Miró el líquido durante varios segundos y se lo bebió de un solo trago, dejando a Constance boquiabierta de una forma que nunca antes había visto.

-Mis padres eran irlandeses -dijo como si eso fuera una explicación para poder beber esa cantidad de alcohol de alta graduación sin ninguna reacción.

Constance recibió el vaso vacío.

-Gracias.

-¿Estás segura de que no necesitarás unos días libres? ¿Y los niños?

-Estoy segura, y mis hijos están con mi hermana. Los llevó a su lugar favorito, que en este momento es el zoológico, y ya están durmiendo. Son muy pequeños para entender, y mis padres... bueno, no éramos muy cercanos en los últimos años.

Constance asintió pensativa y miró la botella sobre el escritorio, el reloj en su muñeca y el vaso vacío en su mano.

-Ya ha terminado el día laboral -dijo, aunque ambas eran conscientes de que el horario laboral normal no se aplicaba a ninguna de las dos-. ¿Quieres otro trago?

-Sí -respondió sin pensarlo, y Constance le mostró una de las pocas sonrisas honestas que Eliana había visto en todos los meses que llevaba trabajando para ella.