-¡Oh! Exclamó Ella, poniéndose de pie cuando Constance salió del ascensor con Maura dormida en sus brazos. Constance se detuvo frente al escritorio, mirándola de reojo con curiosidad.

-Amm… -Ella miró el reloj para asegurarse de que no se le hubiera pasado la hora

-Tan elocuente como siempre, Eliana. ¿Qué haces aquí tan temprano? Ya puedes cerrar la boca.

-Amm. Esto… el auto de mi hermana se rompió y tuve que… eso no le importa -dijo sin percatarse del cambio en la expresión de su jefa-. Llegué temprano y aproveché para comenzar con las tareas pendientes. No pensé que fueras a llegar tan temprano, ahora mismo voy por el café.

-Eliana -dijo Constance y Ella dejó de buscar en su cartera y alzó la cabeza para mirarla-. Respira.

La asistente asintió en silencio y sonrió al ver el pingüino de peluche entre el pecho de Constance y la niña. Constance siguió su mirada y la sonrisa fue un reflejo de la de su asistente.

-No lo suelta ni para bañarse -dijo en voz baja, acariciando en círculos la espalda de la niña-. ¿Y los niños?

-¿Eh?

-Tus hijos, Eliana.

-En la guardería.

-No pensé que madrugar te afectara tanto. Por favor, cómpranos café.

Eliana pestañeó, boquiabierta -razones no le faltaban-, para empezar, Constance Isles no pedía, ella exigía. Y Ella lo ha ido notando con el tiempo; cosillas minúsculas para cualquier otra persona 'normal', como un simple "por favor" o "gracias". Y Constance no solo estaba pidiéndole un favor, sino que también quería que se comprara un café. Tuvo que haber escuchado mal. No había otra explicación.

-¿Escuchaste?

-Sí. Claro, enseguida vuelvo con el café, los cafés, Constance.

La otra mujer suspiró al poner los ojos en blanco y entró en la oficina con su hija aún dormida en brazos.


-La llevé a la guardería -dijo sin alzar la cabeza. Aunque no la había visto, podía sentir cómo su asistente miraba alrededor buscándola.

Eliana no tardó más de quince minutos en regresar. Parecía poco tiempo considerando la distancia hasta Happy Bean, pero Constance sabía que era más tiempo del que normalmente le llevaba.

-Aquí tienes. Está muy caliente. Y estas flores llegaron para ti. -Colocó el ramo de rosas rojas sobre el escritorio y puso el sobre al lado del café. Constance miró las flores con desdén y ni se molestó en leer la nota, como si supiera ya su contenido y quién las había enviado.

-Me sorprende. Por un momento pensé que habías ido a Colombia a cosechar los granos de café tú misma -dijo con seriedad.

Ella no pudo contener una risita, y Constance pensó que su asistente estaba demasiado relajada con ella. No le temía -si es que alguna vez lo hizo- como muchas de sus otras asistentes. Incluso con Sarah era diferente; podía ver el miedo en los ojos de su exasistente. El brillo en los ojos de Eliana era completamente distinto, no era un brillo de miedo, sino de ambición y determinación.

Constance se preguntó si debía reconsiderar su trato con ella. Solo habían pasado tres días desde que se quedaron hasta tarde, bebiendo de la botella de whisky que había guardado solo para 'emergencias'. Habían hablado libremente, como si fueran amigas y no jefa y subordinada. Se sintió bien... poder hablar así con alguien. Ambas terminaron un poco borrachas y cuando Aldo las recogió frente al edificio, Constance se disculpó por la poca profesionalidad de la situación, a lo que Eliana le recordó que no estaban en horario laboral.

Tenía que dar un paso atrás antes de que las líneas entre asistente y amiga se difuminaran. Y ella no necesitaba una amiga. Al menos eso pensaba.

-Perdón -dijo Ella y se aclaró la garganta, intentando ponerse seria.

Lo logró. Más o menos.

-Asegúrate de llamar a Versace y ordenar los atuendos para la sesión de fotos en el MET.

-Ya lo confirmé.

Constance asintió complacida y frunció los labios cuando fue a agarrar el vaso de café y se encontró con un número escrito con un marcador permanente.

-¿Este es mi café?

-Sí -contestó Ella sin siquiera mirar el vaso de café que sostenía con ambas manos para confirmarlo.

Constance agarró el vaso, con la mirada en el corazón dibujado en el centro del número telefónico. Para su sorpresa, en efecto, era su pedido.

-¿Tomas el café igual que yo?

-Sí -contestó Ella, aturdida por la pregunta. No era su pedido habitual de café; prefería algo con más leche y frío, como un frappuccino de caramelo, pero era más fácil pedir dos iguales. La extra cafeína le había venido de maravilla, aunque aún se sorprendía de la cantidad que su jefa consumía diariamente-. ¿Por qué?

Los ojos verdes de Constance la miraron con una frialdad que la estremeció. ¿Qué estaba pasando?

-Entonces me diste el vaso equivocado. No sé qué broma estás jugando, Eliana, pero no me agrada.

-¿Qué? ¿De qué hablas? No entiendo.

La confusión en el rostro de la rubia era genuina y Constance pudo reconocerlo. Los ojos de Eliana se abrieron como platos y un rubor comenzó a subir por su cuello cuando Constance le dio vuelta al vaso para que pudiera ver lo que había escrito.

-Oh… -Ella tragó en seco antes de bajar la mirada al vaso que sostenía. En su vaso solo estaba escrito una "E", lo que ella dedujo ser "expreso".

-No me interesan tus aventuras románticas, Eliana.

-¿Qué? ¡No! Perdón, Constance. Debió haber sido una confusión, no creo que… -Se calló, con la mirada perdida en el vacío, como si apenas se estuviera dando cuenta de la implicación de ese número y el corazón dibujado.

Ese corazón era lo que Constance no podía dejar de mirar.

-No me importa y tampoco quiero escucharte balbucear una explicación insignificante. Tíralo.

-Constance… te puedo dar el mío. No lo he tocado y aún está caliente.

Constance la volvió a mirar a los ojos y Ella quedó paralizada. Un pensamiento se apoderó de ella y se dio cuenta que aquel sentir era el mismo de la primera semana que empezó a trabajar en aquel lugar. Era como si hubiera vuelto a cero con la mujer.

-Lo siento -dijo en voz baja y agarró el vaso con el corazón dibujado y salió de la oficina sin decir otra palabra.


-Hay algo que está mal -pensó Rafael en voz alta, mirando las fotos.

Constance suspiró a su lado, poniendo los ojos en blanco.

-No tengo todo el día, Rafael.

-Hmmm. ¿Y a ti qué te pasa hoy? -Nunca se hubiera atrevido a hablarle de esa forma, pero ese día su frustración e irritación habían alcanzado un nivel atroz y, si era honesto consigo mismo, en ese momento le importaba un comino lo que Constance o cualquier otro pensara.

Su respuesta fue una mirada seria.

-Esto está fuera de mi control, Constance -intentó explicarse.

-Siempre hay algo fuera de control -dijo, frunciendo sus labios, aunque esta vez su tono era más comprensivo que irritado y exigente.

-Creo que ya sé qué pasa.

Constance observó cómo Rafael movió varias luces y ordenó que se cambiara el color de fondo.

-Mucho mejor -coincidió Constance y él sonrió.

-¡Oh, mia bella! Eres un ángel enviado por Dios.

-Solo Ella, Rafael -corrigió la asistente, entregándole el café y extendiendo el portavasos hacia su jefa para que agarrara el suyo. Por un momento pensó que Constance no lo haría -no le extrañaría después de haberla hecho tirar el café en la mañana.

-Gracias.

Rafael casi se ahoga con el líquido caliente al escuchar aquello. Ella decidió actuar como si no hubiera escuchado nada. A pesar de todo, le costaba entender por qué la gente actuaba tan exageradamente cuando Constance mostraba una pizca de decencia humana.

-¿Qué pasa? ¿Está malo? -Pregunto Ella inocentemente y notó una expresión de sorpresa en el rostro de Constance, que no duró más de un segundo porque fue reemplazada con una leve sonrisa que estaba intentando ocultar a toda costa.

El hombre, al igual que ellas dos, siguió el juego y fingió que no había notado absolutamente nada. ¿Qué está pasando con estas dos? Ya de por sí estaba sorprendido de que Ella haya sobrevivido a la "Reina de Hielo" durante tanto tiempo. Un mes en Ciao, incluso un día como asistente de Constance Isles, podía sentirse como una eternidad en el infierno. Pero lo que más lo desconcertaba era que Ella parecía estar disfrutando de cada segundo. "Las dos tienen que estar locas…" pensó porque esa tenía que ser la única explicación.

-En absoluto, mia bella. Está tan bueno como siempre. Dale mis saludos a Jessica cuando la vuelvas a ver.

-¿Eh? -preguntó Ella casi chillando, con una expresión de sorpresa.

Rafael se rio entretenido mientras examinaba las nuevas fotos que uno de sus fotógrafos le entregó.

-Estoy seguro de que la conoces, es la barista que no deja de hablar de ti -dijo y le guiñó un ojo.

Ella tragó en seco e intentó no mirar a su jefa. Primero, porque sabía que Constance detestaba ese tipo de cuchicheo en el ámbito laboral y, segundo, porque no tenía ni la más mínima idea de cómo Rafael conocía a Jessica o a qué se había referido con que hablaba de ella. Quería preguntar, pero no con Constance allí, callada y vibrando como si fuera a explotar en cualquier momento.

-La conozco -dijo Ella algo tensa.

Rafael se rio divertido y tuvo piedad con su Santorini, así que dejó el tema a un lado… por ahora.


El día no había terminado y tres personas habían sido despedidas por Constance Isles. La palabra se había propagado por todo Ciao como un incendio forestal. Si alguien veía a la joven editora caminar por el pasillo, se daban media vuelta y buscaban otro camino. Nadie quería tentar a la suerte ese día.

-Parece que nada puede salir bien. -Se quejó Constance en voz baja, apenas un susurro que llegó a los oídos de Rafael, que caminaba a su lado.

-Las fotos estarán listas en una hora y enviaré la copia a tu casa de inmediato.

-Dáselo a Eliana.

-Claro. ¿Sabe dónde vives?

La respuesta de la mujer fue un suspiro frustrado.

-Claro que sabe. Es tu asistente -dijo como si fuera algo dado por hecho, aunque ninguna otra asistente -aparte de Sarah- había llegado a tener ese nivel de confianza por parte de Constance. Y, aun así, su estimada bella tenía algo más especial porque aparte de Arthur, era la única otra persona que había visto a solas con Maura. Rafael estaba seguro de que ni siquiera Ella estaba consciente de la confianza que Constance tenía en ella al dejarle a cargo lo más preciado que tenía.

Sus caminos se separaron y Constance siguió caminando en dirección a su oficina. El resonar de sus tacones era señal de su llegada y todos los que aún estaban en la oficina se apartaban de su camino como si fuera la plaga.

"Lo que me faltaba" pensó al notar la ausencia de su asistente en el escritorio, aunque su abrigo aún colgaba del respaldo de la silla. Constance se dio media vuelta y caminó a la pequeña cocina compartida con todos en el piso de Ciao, y agarró una de sus botellas de agua mineral.

El ascensor llegó al piso justo cuando se disponía a abrir la botella. Permaneció inmóvil al reconocer una de las voces de las personas que salieron.

-No, mi amor. No podemos ir a casa de Maura.

-¿Por qué? Nos dijo que hay pastel...

Constance se apoyó en el marco de la puerta, escuchando el intercambio y siguiéndolos con la mirada mientras se dirigían a su oficina.

-¿Por qué? -repitió Maura, con los brazos alrededor del cuello de la asistente que la sostenía sobre la cadera con un brazo.

-Porque tienes que ir con tu mami a casa y nosotros iremos a la nuestra, cariño -dijo Ella en voz baja.

Maura hizo un puchero que Constance conocía muy bien y escondió la cara en el cuello de la joven asistente.

Constance suspiró y se dio media vuelta guardando la botella de agua sin abrir, y permaneció con la puerta del refrigerador abierta, perdida en sus pensamientos por varios segundos. Había cometido muchos errores en su vida y había tomado decisiones de las que se arrepentía, pero parecía que no se había equivocado al darle una oportunidad a Eliana.

Cuando abrió la puerta de su oficina, Izzy y Noah estaban en un rincón del sofá mirando un libro con dibujos de animales, y Maura estaba sentada sobre los muslos de Eliana, escuchando atentamente.

-Este es el graaaan tiburón blanco.

-Es enooorme -añadió Noah, separando los brazos para mostrar el tamaño, y Maura soltó una carcajada.

-Lo es. Y aquí estará Señor Güino -señaló Ella.

-¿Me mostrarás?

-No podré ir…

-¿Por qué? -Preguntó Maura, sin dejarla terminar.

-¿Por qué no iremos? - preguntó Izzy, y Ella no supo cómo responder ante todos esos ojos que la miraban de esa manera.

-Hola, mi amor -saludó Constance cuando Maura giró la cabeza hacia ella como si hubiera sentido su presencia, y se tiró de los brazos de Ella, corriendo hacia su madre.

Ella dio un respingo al escuchar esas palabras con ese tono, y tragó saliva aprovechando los pocos segundos que le tomó girarse hacia su jefa para recomponerse.

-Amm…le mostraba a Maura… -Mostró el panfleto del acuario que aún sostenía en la mano.

-Hola Isabel, Noah. -Los mellizos alzaron la cabeza y sonrieron. Eliana tenía suerte de que Rafael aún no hubiera visto a esos niños, porque daba por seguro que habría querido tomarlos de modelos, al igual que intentó hacer con la madre.

-Hola -susurró la niña y Noah se rio, aunque Constance no supo si era por la timidez que mostró Isabel o porque había encontrado algo gracioso en el libro. No había pasado desapercibido para ella que con el paso de los meses, Isabel se volvió más curiosa y nerviosa a su alrededor. Eliana le había comentado que se había convertido en el modelo a seguir de su hija, y que Izzy había confesado que cuando fuera grande quería ser como ella. "Cosas de niños", había dicho la asistente, restándole importancia.

-Recogí a los niños y pensé que podría recoger a Maura por ti.

-Gracias.

Esa palabra otra vez. Pensó Ella, mirándola a los ojos.

-Ella me mostrará a güino.

-Eliana no irá con nosotros, Maura.

-¿Papá?

Constance pestañeó varias veces en silencio, apretando los labios en una fina línea. Ella reconoció aquella expresión; era una de las pocas ocasiones en las que su jefa se quedaba sin palabras. En esta ocasión, Ella estaba segura de que Constance dudaba en responder para no decepcionar aún más a su hija.

-Estoy segura de que la pasarás genial, Maura -dijo la rubia con una gran sonrisa, poniéndose de pie, y sus mellizos hicieron lo mismo sin recibir ninguna indicación. Ella se atrevió a acercarse a la mujer con la niña en los brazos y apartó un mechón rubio-. Asegúrate de que mami tome muchas fotos de Señor Güino para que me los muestres.

Maura la miró con sus grandes ojos y sonrió de oreja a oreja al escuchar el nombre del pingüino. En cambio, Constance se tensó ante la confianza y el trato tan cariñoso que tenía su asistente con Maura. El cuerpo de Constance dio un respingo involuntario cuando se dio cuenta de que aquellos ojos azules la miraban fijamente.

-Nos vemos mañana, Constance.

La editora no respondió, no pudo, y simplemente se quedó mirando a la familia salir de su oficina, con la voz de Maura balbuceando cosas sobre su nuevo animal favorito de fondo.


-¿En serio? -Preguntó Elena después de soltar una carcajada.

-En serio -respondió Ella colocando la bolsa de comida china sobre la mesita de café y comenzando a sacar el contenido-. ¿Es una indirecta, verdad?

-¿De verdad necesitas preguntar eso? Qué más directo puede ser un número telefónico y un corazón dibujado.

Eliana refunfuñó mientras se servía un poco de arroz frito.

-¿Te molesta tanto que una mujer se te haya insinuado? Pensé que pasaste por tu fase bisexual en la universidad.

-No fue una fase, todavía lo soy -suspiró-. Jess es atractiva y no puedo negarlo...

-Entonces, ¿cuál es el problema? No has estado con nadie desde que empezaste a trabajar, mucho antes incluso, y después de tantos meses en Ciao y con todo ese estrés... la verdad es que necesitas un revolcón, hermana.

-¿En serio? No digas ridiculeces. Tengo dos hijos pequeños, soy divorciada, mi trabajo me exige mucho tiempo y mi jefa casi pierde la cabeza al ver eso en el vaso.

-¿Constance se molestó por eso? -Preguntó, alzando una ceja.

-No me gusta ese tono ni esa expresión en tu cara. No sé qué acabas de pensar y temo querer saberlo, así que mejor...

-Salvada, una vez más, por el trabajo -dijo Elena cuando el teléfono sonó.

-Es Rafael. Seguro que no es nada.

-Ujum.

-¿Rafa? ¿Qué? No, claro que no. ¿Cómo? ¿Ahora? Ah…

-Seguro no es nada… eso decía -dijo su hermana con tono burlón cuando Ella se quedó mirando el teléfono con cara de pánico.

-Hoy es seguro…

-¿Eh?

-Me despedirá. Rafael se olvidó de decirme que tenía que llevarle la copia de esta edición a Constance y ella tampoco me dijo nada. ¿Por qué no me dijo nada? Oh, Dios. No llegaré a tiempo. Ya estoy retrasada y tengo que ir a FedEx a imprimirlo y...

-Respira, hermanita. No te ha despedido en todo este tiempo, dudo que lo haga ahora.

-Despidió a tres personas hoy por "incompetencia".

-Oh... entonces es mejor que te apresures. Yo me quedaré cuidando a los diablillos.

Ella asintió, sintiéndose más tranquila al saber que los niños al menos estaban durmiendo.

-No esperes a que te guarde pollo, por cierto.

-No importa -dijo mientras se recogía el cabello en una coleta y buscaba algo que fuera decente para la presencia de alguien tan importante en el mundo de la moda. La chaqueta de viento y los vaqueros negros dejaban mucho que desear y no cumplían los estándares de Constance, pero para ser honesta, en ese momento lo que más le importaba era llegar lo más pronto posible.


Llovía a mares y lo único que tenía para protegerse de la lluvia era la chaqueta y la capucha impermeable. Estaba agradecida de que el chico de la oficina de correos hubiera envuelto las copias impresas en dos bolsas de plástico. El taxi la dejó en la esquina de la calle de Constance y ella empezó a correr en cuanto se bajó, maldiciendo al sentir cómo sus Converse se empapaban de agua. Estaba segura de que si su jefa no la despedía por su "ineptitud", lo haría por su atuendo. A pesar de su apresuramiento, sus piernas se detuvieron en seco cuando vio a un hombre que reconoció como Arthur salir y cerrar la puerta de golpe, corriendo y subiéndose a un BMW negro que lo esperaba con las luces encendidas.

Las frías gotas de lluvia en su rostro la recordaron que debía seguir moviéndose, así que corrió hasta la puerta y golpeó con fuerza al notar que el timbre no funcionaba. La puerta se abrió de golpe

-Te dije que no… -Constance cerró la boca al darse cuenta de que la persona al pie de su puerta no era su marido.

La puerta se cerró de un portazo en la cara de Ella, quién había soltado el paquete que sostenía contra su pecho. Ella volvió a tocar la puerta con el puño cerrado. Apenas tuvo unos segundos para verlo, pero la imagen del labio enrojecido se repetía en su mente como una película de rodillo. La puerta no se abría, así que volvió a tocarla con más fuerza, incluso llegó a considerar patearla.

La puerta se volvió a abrir, aunque solo unos centímetros, y Constance permaneció detrás, ocultándose.

-Qué diablos crees que haces -musitó entre dientes.

-Déjame pasar -pidió Ella con un tono más fuerte de lo que Constance estaba acostumbrada a escuchar de ella-. Por favor -añadió segundos después.

Constance vaciló, observando los ojos azules que parecían brillar bajo la luz del portal, varias hebras de cabello dorado adheridas al rostro de su asistente y, finalmente, la bolsa de plástico que Ella había soltado y que yacía a sus pies.

La puerta se abrió un poco más y Ella se inclinó rápidamente para recoger el paquete y entrar. Constance siguió caminando, adentrándose en la casa hasta desaparecer, dejando a Eliana en el vestíbulo. Noah no había mentido al decir que Maura había mencionado el pastel; desde allí, Ella podía ver un gran pastel sobre la mesa y un ramo de rosas rojas, idénticas a las que Constance había recibido en la oficina aquella mañana.

-No mojes más mi piso. -Constance ordenó y le lanzó una gruesa toalla blanca antes de dirigirse a la cocina.

Ella actuó rápidamente; se quitó los zapatos, las medias y la chaqueta, y se secó lo suficiente para no gotear más. Su preocupación desplazó todas las inseguridades que había tenido sobre su empleo. Dejó la toalla sobre sus hombros y se dirigió a la cocina sin esperar una invitación, colocó el paquete sobre la isla y se acercó a la mujer que se sostenía de la encimera con ambas manos. Constance dio un salto, ya sea por la mano fría en su hombro, la presencia tan cercana e inesperada de Eliana, o simplemente por el atrevimiento de tocarla.

-Lo vi salir. -"Por favor, no lo niegues otra vez" fue lo que deseó haber dicho, pero no se atrevió.

-¿Esa es la copia de la revista?

-Sí.

Constance asintió sin apartar la mirada de la pequeña ventana sobre el fregadero.

-¿Me permites ver?

Para su sorpresa, Constance se giró hacia ella con una mirada vacía y nada como la que estaba acostumbrada a ver. La mirada que podría asesinarte en el lugar se había esfumado y ahora solo quedaba la mirada de una mujer maltratada y tan, tan insufrible.

-Necesitarás hielo -dijo Ella, sorprendiéndolas a ambas, y Constance le mostró una toalla de cocina hecha una bola con hielo en su interior.

-Constance, esto no... -intentó decir Ella, pero fue interrumpida.

-Ahórrate tus palabras, Eliana.

-¿Y Maura?

La mirada de Constance se oscureció y su expresión cambió por completo.

-No te atrevas a usar a mi hija en… -Se tragó el resto de las palabras cuando Eliana dio un paso, acortando la distancia y haciendo que Constance retrocediera involuntariamente-. Arthur es un padre ejemplar.

-No te reconozco, Constance Isles -musitó con una furia ajena pero que sentía tan personal-. No me importa qué tan buen padre sea si trata a su mujer de esta forma.

-Nunca me has conocido. Mide tus palabras, Eliana -advirtió entre dientes.

-No.

Ambas parecieron igualmente sorprendidas por la respuesta de Ella, pero ella se apresuró a continuar antes de ser silenciada.

-La mujer que admiro nunca permitiría algo así. Lo que conozco de ti… lo que he conocido en estos meses que he sido tu asistente me ha mostrado que, por encima de todo y de las ineptitudes de los humanos inferiores a ti, valoras la honestidad. Y siempre he sido honesta contigo, Constance. No dejaré de serlo porque ahora, de repente, no quieres escuchar la verdad. Lo que te está haciendo no está bien. No me importa si eres Constance Isles o la maldita Reina de Inglaterra, no puedo quedarme de brazos cruzados.

-Eliana… -Constance advirtió una vez más, tragando en seco cuando sintió una mano fría sobre su mejilla.

Ella había tirado la toalla; una cosa era llevarle la contraria a Constance y otra cosa era tocarla. Nadie se atrevía a tocar a Constance Isles.

La furia en los ojos azules de Eliana se mezclaba con algo más que Constance no podía descifrar. Su cabello dorado aún goteaba y sus mejillas estaban enrojecidas. Constance se quedó inmóvil bajo esa mirada, y se estremeció cuando un dedo rozó la comisura de su labio partido.

-Dime qué puedo hacer. ¿Cómo puedo ayudarte?

Sus miradas se encontraron y, por primera vez en muchos meses, Ella no pudo leer las necesidades de Constance. No pudo leerla como solía hacerlo. En aquel momento se dio cuenta que, en efecto, sería su último maldito día de trabajo para esta mujer.

Constance colocó la palma de su mano en el esternón de Eliana y la empujó suavemente hacia atrás, apartándola.

Ella cerró los ojos y esperó las palabras confirmando su despido.

-Tu trabajo -dijo Constance con un tono firme y dio un paso hacia un lado para recoger el paquete mojado que estaba encima de la isla de la cocina. Solo se detuvo un instante-. -Ya conoces la salida, Eliana -añadió y subió rápidamente las escaleras, dejando a Ella en medio de la cocina.


N.A: Uno de mis capítulos favoritos :) Lo puse pronto porque el anterior era demasiado corto. Espero que les esté gustando el fic hasta ahora y gracias a todos que se han tomado el tiempo para comentar. En respuesta a uno de los comentarios, gracias y espero que te recuperes pronto :)