Cuando llegó a la oficina ese lunes, Constance ya se encontraba sentada detrás de su escritorio, escribiendo con ímpetu. En ese momento, Ella supo que nada había cambiado. Lo confirmó cuando Constance ni siquiera alzó la cabeza cuando le dejó el café sobre el escritorio.

-Eliana -llamó antes de que Ella pudiera salir de la oficina.

-¿Sí, Constance?

-Ve a ver a Rafael, tiene que ajustar las medidas de tu vestido.

-¿Mi vestido?

-Para el evento del MET. -Constance puso los ojos en blanco al notar la confusión en el rostro de su asistente.

-No pensé que…

-Sí, me acompañarás. Rafael y Sarah se asegurarán de que tu atuendo sea adecuado para el evento.

Ella presionó los labios en una fina línea, ofendida. A pesar de todo, consideraba que su sentido de la moda era… aceptable. No al nivel de Constance, claro, pero lo suficientemente bueno como para no escuchar ninguna queja de parte de su jefa. ¿Qué otra validación se necesitaba aparte de la mirada apreciativa de Constance?

Ella había revisado el itinerario para la semana. La sesión de fotos y los preparativos serían durante la mañana y tarde. El evento tomará lugar en la noche. Elena tenía una operación mañana y no estará disponible para cuidar de los mellizos.

-Constance… -Cerró la boca para recuperar la compostura. Constance detesta cuando las personas no le hablan directamente y con claridad. No quería titubear-. No puedo asistir al evento -dijo con un tono mucho más fuerte de lo deseado.

Constance frunció los labios y la miró directamente a los ojos, escudriñándola lentamente.

-¿No puedes?

Ella abrió la boca y la cerró de inmediato.

-Explícate.

"Oh, tal vez porque ese no es mi horario de trabajo y tengo hijos que me necesitan" pensó, aunque había pasado mucho tiempo desde que había aceptado que, como asistente de Constance Isles, un horario normal no existía.

-No tengo a nadie para que cuide de Izzy y Noah -dijo y notó un brillo en los ojos de la mujer-. Elena tiene trabajo y no, no puede dejarlo para que yo pueda asistir a un evento fuera de mi horario normal y al que ni siquiera sabía que iba a asistir sin previo aviso.

Constance arqueó una ceja y los ojos de Ella se abrieron aún más por la sorpresa "Oh no… ¿¡Dije eso en voz alta!?

El silencio se alargó entre ellas. Ella pensó que se había deshecho de la ansiedad y temor de ser despedida en cualquier momento, pero cada vez que su jefa la miraba de aquella forma, siempre sentía que la ansiedad y el miedo burbujeaban desde su interior. Constance despedía a gente con demasiada regularidad, y a Ella le sorprendía que no tuviera problemas con Recursos Humanos; o tal vez sí los tenía, y era simplemente otro problema insignificante en el radar de Constance Isles. La editora de Ciao no toleraba la ineptitud en el trabajo, y todos eran conscientes de eso. Después de tanto tiempo, aún era una ocurrencia - al menos una vez por semana - que alguien se atreviera a preguntarle cómo era posible que aún estuviera de pie o cómo había sobrevivido a la Reina de Hielo.

Era simple, en realidad. Al menos lo fue después de sufrir mucho de ansiedad y de tener muchas pesadillas estúpidas, como equivocarse con el pedido de café. Lo que Constance exigía era simple: aptitud. Si tenías eso, entonces estabas del lado bueno de la mujer.

-Oh.

A pesar del intento de Ella por mantener una expresión neutral, frunció el ceño al ver un relámpago de la mujer que había conocido en el acuario: cómo su mirada se suavizó por una milésima antes de volver a la mirada de hielo de la Constance Isles que todos conocían demasiado bien en Ciao.

-Talia cuidará de Maura. Los mellizos pueden quedarse con ella -dijo sin apartar la mirada de los ojos azules de la rubia-. ¿Te parece? Te necesito conmigo en ese evento, Eliana.

Ella estaba segura de que había escuchado TODO mal. Después de la semana en Milán, se sentía cómoda dejando a sus hijos con Talia, casi tanto como cuando los dejaba con Elena. Las piernas le temblaron y sintió que tenía que sostenerse de algo. ¿Acaso Constance le había preguntado qué le parecía? ¿Se había explicado? ¿Había dicho -admitido- que la necesitaba?. ¿¡Necesitaba!?

-¿Qué? -Preguntó con una expresión de incredulidad.

-Sabes que no me gusta repetirme.

Ella dio unos pasos y se sentó, no, se dejó caer en la silla al otro lado del escritorio, enfrente de la morena. Constance se echó hacia atrás para apoyarse en el espaldar de la silla, y cruzó los dedos sobre sus muslos.

-Lo sé, es que…es que… -Se mordió el labio inferior y Constance ladeó la cabeza como si observara a una nueva especie y estuviera estudiando su comportamiento-. Está bien -concluyó con un tono derrotado. No tendría sentido intentar entender el comportamiento de Constance. Lo había hecho innumerables de veces y, en conclusión, la mujer era un enigma.

Cada vez que pensaba que se acercaba a Constance Isles, más lejos se sentía.

-Perfecto. Eso es todo.

Ella salió de la oficina y fue directo al teléfono con la intención de contactarse con Rafael, pero una llamada entró. Ni siquiera le dio tiempo a saludar, simplemente escuchó, de pie al lado del escritorio, hasta que el receptor del teléfono resbaló de su mano y cayó al suelo. Constance alzó la mirada disimuladamente al escuchar el estruendo y la apartó rápidamente al notar que Eliana miró alarmada a su alrededor y se apresuró a recoger algo. Por un instante pensó que aquel comportamiento era debido a la vergüenza, pero cuando vio que se colocó una mano sobre el pecho y se sentó en su escritorio, cabizbaja y con la respiración agitada, se dio cuenta de que se trataba de algo más.

Ella respiró profundamente, asegurándose de inhalar y sostener la respiración por varios segundos antes de volver a exhalar. Su abogado le había enviado una carta para confirmarle por escrito lo que le acababa de decir.

Desde la oficina, Constance observó cómo su asistente buscó con desesperación en la bandeja de entrada en la esquina del escritorio, hasta que encontró un sobre. Colocó el sobre enfrente de ella y desde la distancia que las separaba, Constance pudo notar cómo las manos de Ella temblaban al frotarse la sien y sostener el sobre entre ambas manos, abriéndolo lentamente hasta quedarse boquiabierta.

En efecto, su cuenta bancaria reflejaba una transferencia de $5,000,000.00.

El labio inferior le tembló y Ella sintió cómo su corazón latía con fuerza contra su pecho y retumbaba en los oídos.

El golpe que dio con el puño cerrado sobre el escritorio hizo que todo en su superficie vibrase. ¿Cómo podía deshacerse del rencor que sentía hacia sus padres? Sentía que el maldito testamento era una burla. Una burla muy baja; la forma de sus padres de quedarse con la última palabra, como siempre. ¿Qué iba a hacer con ese maldito dinero? No se sentía bien gastándolo en sí misma. De alguna forma la hacía sentir sucia y como si estuviera siguiendo los deseos de sus padres. Después de haberle dado la espalda a ella y a sus hijos, aquellos cinco millones se sentían para Ella como una escupida en la cara.

-Rafael te está esperando.

Ella dio un brinco en la silla, resbalando de la misma y ahogó un gemido de dolor cuando se dobló el tobillo y la rodilla golpeó el suelo. Se incorporó ignorando el dolor y estrujó rápidamente el papel, ocultándolo de la vista de Constance.

-Ya voy -dijo e ignoró la expresión confusa y ¿preocupada? de su jefa. No, eso no podía ser. Constance no se preocupaba de sus asistentes. No por ella.

Constance cruzó los brazos, observando a su asistente cojear hasta el ascensor. El rostro de Ella había palidecido notablemente y estaba nerviosa por algo. Con un suspiro se dio vuelta y entró en la oficina. No sabía qué estaba pasando con la mujer, pero tampoco tenía tiempo para preocuparse por algo más.


El código de vestimenta para el evento era alta costura.

-Si algún día terminas en la calle, podrías ser modelo -comentó Sarah, mirándola de pies a cabeza.

-No salives por mi Santorini -protestó Rafael.

-Qué tonterías dices -descartó la exasistente de Constance-. Solo admiro.

-No podría ser modelo. Siempre que tengo que probarme algo, especialmente estos vestidos de alta costura, muero un poco por dentro. Admiro a las modelos que lo hacen todos los días.

-Ese -señaló la mujer-. Vamos, vamos que no tenemos todo el día.

Ella aceptó el vestido con resignación y cerró la cortina antes de comenzar a cambiarse otra vez.

-¿Cuánto tiempo te queda? -Preguntó Sarah y Ella escuchó reír a Rafael.

-¿Qué?

-Sí, te pregunto a ti. ¿Cuánto tiempo te falta para completar tu contrato con Constance?

-Unos meses, ¿Por qué?

-¿Cómo que por qué? Si fuera yo estaría contando los días. Olvida eso, literal estuve en tus zapatos y es un hecho que conté los días, hasta los minutos. No me lo tomes a mal, admiro a la mujer, la misma tierra por donde camina, pero trabajar como su asistente me sacó unas cuantas canas y soy muy joven para eso. Y ni hablar de mi estado mental.

-Ah…

-Creo que a Santorini le gusta. Algo de masoquista será.

-Calla, Rafa. No es eso -protestó y se mordió el labio al darse cuenta de que estaba defendiendo a Constance-. O sea, sí me gusta -yo también estoy sorprendida-, pero después de entenderla un poco mejor, el trabajo se hizo moderado.

No fácil. Nunca es fácil. Nada lo era con Constance. Pero sí se hizo mucho, mucho más manejable.

-¿Me estás diciendo que entiendes a Constance? En dos años que fui su asistente nunca pensé que llegué a entenderla. No realmente.

-No he pensado en el futuro -dijo e hizo la cortina a un lado.

-Maldita sea, Ella -protestó Sarah, cerrando la boca.

-Lo que Sarah, aquí, intenta decir tan elocuentemente es que te queda maravilloso. ¿Ese? -Le preguntó a la mujer que asintió al instante.

-¿Cabello recogido o suelto? -dijo Sarah.

-Podríamos aprovechar el cabello largo y hacer un peinado semirecogido con ondas.

-¿Mi opinión cuenta aquí? -Preguntó Ella.

-¡NO! -Respondieron ambos y siguieron hablando y moviéndose en el armario, buscando tacones y accesorios para acompañar el vestido.


Si era honesta, aún no comprendía por completo por qué Constance había dicho que la necesitaba en el evento. Había estudiado la lista de invitados y se había asegurado de reconocer cada rostro y recordar cada nombre, solo en caso de que Constance se olvidara de alguno.

Constance le envió un mensaje dejándole saber que llegaría en cinco minutos, así que estaba en la entrada del museo, esperando a que su jefa llegara. Se estaba maldiciendo del frío, porque claro que no podía usar una chaqueta de invierno encima del vestido. Rafael le había dejado muy claro que tendría que aguantarse. "El precio de la fashion" o algo así había dicho.

Así que Ella ahora estaba con los brazos cruzados sobre el torso, moviéndose de un lado a otro, maldiciendo que Sarah y Rafael hubieran escogido unos tacones tan altos cuando ni siquiera se veían por el largo del vestido azul marino.

-Me la van a pagar -murmuró entre dientes y exhaló feliz al reconocer el auto oscuro que se detenía.

Aldo la saludó disimuladamente cuando bajó y dio la vuelta rápidamente para abrirle la puerta a la morena.

-Joder… -susurró quedándose como una piedra, boquiabierta. Ya su cuerpo no temblaba por el frío que había sido reemplazado por un disparo de adrenalina y calor que se apoderó de ella cuando primero vio la pierna, la tela roja, busto y luego el rostro de su jefa.

Constance la miró con curiosidad. Parecía igual de sorprendida que ella.

-¿Ese fue el vestido que Rafael escogió? -Fue lo primero que dijo cuando se detuvo a su lado.

Ella no pudo hacer más que asentir en silencio. No confiaba en sus palabras en ese momento. Ella se volvió a sentir como si estuviera debajo de un microscopio cuando los ojos de Constance recorrieron el vestido -su cuerpo- de arriba abajo, lentamente. ¿Estaría pensando lo mismo que ella? Tenía que estar pensando algo parecido, por lo menos de los colores. ¿Rojo y azul?

Ahora entendía la advertencia que Rafael había susurrado cuando terminó con los últimos toques de maquillaje. Tal vez él conocía a Constance tanto o más que ella.

"Te preguntará si lo escogí yo y luego hará esa expresión que hace como si estuviera juzgando algo" -La expresión de Rafael había cambiado a una de pensativa y luego continuó-. Te ves hermosa, así que no creas nada diferente.

Y sí, estaba hermosa, ella misma se había sorprendido cuando vio su reflejo en el espejo. El maquillaje era bastante simple, pero no hacía más que resaltar el azul de sus ojos y "su belleza natural", como había descrito el hombre. Constance se veía majestuosa, como siempre, y con el maquillaje que llevaba se veía más joven que ella, pero seguía siendo igual de imponente, como si estuviera rodeada de una llama.

-Sí.

Constance asintió con una expresión que Ella no pudo descifrar.

-Es hermoso. -Fue lo único que dijo antes de dirigirse a la entrada.

El evento no era muy diferente a los demás. Esta vez era para apoyar el museo, pero en esencia Constance hizo lo mismo de siempre: saludar, hablar y sonreír con los invitados y personas famosas que en cambio harían sus donaciones al museo. Era algo que se le daba increíblemente bien.

Ella fue distraída por uno de los invitados al detenerse para admirar una de las obras de arte. No pudo haber pasado más de diez minutos, pero cuando se dio vuelta, ya Constance no estaba. No la encontró por ningún lugar e intentó calmarse. Constance no se habría ido sin decirle. Eso pensaba, pero en el fondo no estaba muy segura; si algo era la mujer, era impredecible.

-¿Vestida de rojo? -Preguntó uno de los guardias del museo y asintió hacia la derecha-. No demore mucho. Ningún invitado está supuesto a salir de esta área.

Pero Constance es una excepción -pensó Ella sin necesidad de escucharlo de parte del guardia.

Solo tuvo que caminar un par de metros y girar en la dirección que había indicado el hombre para encontrarse con la espalda semidescubierta de Constance. No quería interrumpirla, pero sus tacones resonaron entre las paredes del museo, anunciando su llegada, aunque la morena no se giró.

-Es una de mis favoritas aquí -dijo Constance con el mismo tono bajo y suave que Ella se había acostumbrado a escuchar.

-La Mort de Socrate -dijo Ella y se detuvo a su lado, apartando la mirada del cuadro para mirarla a ella.

-Siempre quise dedicarme a esto -susurró apenas audible.

Ella esperó varios segundos.

-¿Esto?

-Arte. Desde que tengo memoria siempre quise ser coleccionista o marchante de arte.

Ella rio entre dientes y se permitió un momento de honestidad, ya que Constance parecía estar brindándole la misma cortesía. Era raro cuando compartía algo privado, y Ella había aprendido a atesorar esos momentos.

-Puedo imaginarte totalmente. Serías muy buena -admitió y sonrió ampliamente al notar que las comisuras de los labios de Constance se arquearon levemente, conteniendo una sonrisa.

-Tú padre tenía una colección admirable. Era muy bueno en lo que hacía.

-Podrías ser mucho mejor.

Constance giró la cabeza hacia ella, intentando encontrar confirmación de que aquellas palabras habían sido sinceras. Ella esperó que haya podido encontrar lo que buscaba.

-¿Cómo terminaste en el mundo de la moda? Crecí con arte y ese mundo con el tuyo es tan…—

-No todos pueden tener lo que quieren, Eliana.

-Estoy en desacuerdo. -La miró directamente a los ojos-. Eso tal vez aplique a cualquier otra persona, pero tú eres Constance Isles. -Ella pausó cuando notó que la mujer se reía entre dientes, negando con la cabeza.

-Eres como todas las demás y eso… me decepciona -dijo en voz baja y Ella arrugó el ceño con confusión-. Como Sarah… -Añadió Constance como explicación y apartó la mirada para volver a mirar el cuadro.

-¿Crees que me ciegas con tus logros? ¿Que beso cada huella que dejan tus Louis Vuitton? -Ella soltó una carcajada. Esta vez Constance no giró su cabeza hacia ella, sino todo el cuerpo-. Esas personas -como Sarah- no te ven por cómo eres, sino por lo que representas y tienes. Aquí la única ciega de las dos eres tú, Constance. Creo, de verdad y con todo mi corazón, que puedes lograrlo porque te veo. Te veo tanto que sé cuánto detestas ser vista. No Constance Isles la editora, sino tú, la madre, la mujer. Esa es la mujer que admiro y que sé que puede lograr lo que se proponga.

La respuesta de Constance fue silencio. Ella no apartó la mirada de Constance, no podía, aunque la mujer se había vuelto a mirar el cuadro una vez más. Los hombros desnudos de la morena temblaron involuntariamente y cerró los ojos por varios segundos antes de separar los labios.

-Elia—

-Señora Isles, debe regresar.

Las dos se giraron hacia el guardia del museo y asintieron antes de empezar a caminar de regreso.

-¿Cuándo piensas entrenar tu reemplazo? -Preguntó Constance en voz baja, dirigiendo una sonrisa falsa a un conocido que la saludó de lejos.

-¿Me estás despidiendo? -Sintió cómo su corazón dio un vuelco y el estómago se le alborotó. Debió haber guardado sus palabras. Esta mujer seguía siendo Constance Isles, después de todo.

-No, pero tu contrato terminará en unos meses e imagino que te alejarás lo más rápido posible de mí. Podrás tener cualquier trabajo en publicación o lo que sea -lo que originalmente querías. No quiero una asistente inepta, Eliana. Confío que podrás entrenar apropiadamente a tu reemplazo, como Sarah hizo contigo.

Constance se detuvo en seco al ver la reacción de su asistente. Eliana soltó una carcajada como la que solo había visto cuando estuvieron en el acuario, rodeadas de sus hijos y peluches de animales marinos, ridículas gafas y un llavero de un tiburón que Eliana se atrevió a regalarle. "No va con tu sentido de la moda, pero es un llavero y lo puedes ocultar…o tirar, como quieras" había dicho la asistente, entregándole el pequeño tiburón de metal porque "Me recordó a ti" ¿Qué diablos significaba eso? Si hubiera sido cualquier otra persona, no hubiera dudado en tirarlo al latón de basura más cercano, pero Eliana había estado nerviosa y titubeaba intentando explicarse.

-Algún día podrás verme.

Constance se dio cuenta que era una de esas cosas que su asistente decía sin medir sus palabras o cuando se olvidaba con quién estaba hablando. Con el tiempo se dio cuenta que aquellos momentos eran sus favoritos porque siempre eran palabras honestas.

Constance siempre había sentido que era una persona segura de sí misma.

-¿A qué te refieres?

Siempre… hasta ese momento que la inseguridad mezclada con sus palabras hizo que Ella se detuviera en seco como si la hubieran congelado en el lugar. La risa de Ella se ahogó en su garganta y su mirada se encontró con una mirada verde insegura.

-Que no pienso correr, Constance. Para ser honesta, no he pensado mucho en el futuro. En estos momentos solo tengo cabeza para pensar en el presente -admitió.

¿Qué pasaba que todos preguntaban sobre lo que quería hacer? Lo entendía de parte de su hermana porque también había recibido la misma cantidad de dinero. Elena le preguntó si se mudaría o si dejaría el trabajo de asistente que no paga lo suficiente para vivir una vida cómoda en Nueva York, y los horarios eran insoportables porque no tenía horario. Y, en realidad, con esa cantidad de dinero no tenía necesidad de trabajar, ni siquiera sus hijos tendrían que hacerlo.

-¿Quieres seguir siendo mi asistente? -Preguntó Constance con una expresión de incredulidad.

Ella se deleitó y sonrió abiertamente al reconocer una nueva expresión en el rostro de su jefa.

-Tendrás que esperar esos meses. En estos momentos te puedo asegurar que no me asustas, Constance Isles. No correré y tampoco estoy contando los días para que nuestro contrato termine. Si no quieres que siga siendo tu asistente, tendrás que despedirme.

La expresión de Constance cambió de incredulidad a una sonrisa satisfecha.

Eliana veía la vida de una forma que parecía inalcanzable para ella. Algún día, tal vez, eso podría cambiar.


N.A: Tres capítulos más para terminar el primer acto :)