-Todavía no puedo creerlo. ¿Estás segura de que no quieres que te espere? Te puedo llevar a tu departamento. Puedo esperar.

Ella sonrió apenada, girando el cuerpo para agarrar su mochila del asiento trasero.

-No es necesario, Jess. En serio.

-¿Nos vemos mañana?

-Temprano para el café, como siempre -aseguró con una sonrisa de oreja a oreja, y si notó una pizca de decepción en el rostro de la pelirroja, decidió descartarlo.

-¿Por qué demoraste tanto? -Exigió saber Constance, formando una fina línea con sus labios cuando su mirada se encontró con la pelirroja, quien seguía mirándolas con el ceño fruncido-. ¿Qué diablos estás usando?

-Es domingo, Constance. Esto es un uniforme de softbol -Refunfuñó Ella, girándose cuando Jess hizo sonar el claxon, despidiéndose con la mano antes de poner el auto en marcha.

-Quién lo diría… el romance juvenil de corazones dibujados en un vaso de cartón dio fruto. - Comentó Constance con un tono sarcástico.

-¿Qué? ¿Romance? De qué… oh. No, eso… -Intentó explicar Ella, sintiendo una mezcla de incomodidad y sorpresa por el comentario de Constance.

-No me importa cómo decides pasar tu tiempo libre o con quién tienes tus aventuras -dijo Constance con indiferencia, provocando otro refunfuño de Ella.

-Se nota. Estoy aquí un domingo. -Contestó Ella, frustrada.

-Vaaaaaleee. -Dijo Rafael que había observado y escuchado todo el intercambio, y decidió intervenir aclarándose la garganta para que aquel intercambio raro no llegara a más.

Para sorpresa de los dos, Constance pareció ignorar la interrupción y las palabras de Eliana.

-¿Trajiste lo que te pedí? -Preguntó con impaciencia.

Ella giró la mochila sobre su torso y buscó la carpeta, entregándosela a Constance que dio media vuelta sobre los talones y se alejó de los dos.

-¿Y ahora qué pasó? -Se preguntó la rubia en voz baja.

-Pues no sé. Estaba muy bien, me atrevo a decir que hasta alegre… hasta que llegaste.

-Vaya… gracias por decirme eso. No tienes idea de cuánto me sube el ánimo.

El hombre se abstuvo de responder de inmediato y tomó varios segundos para procesar el sarcasmo en aquellas palabras y cómo las dos habían actuado. Algo estaba pasando y estaba decidido a averiguar exactamente qué.

-¿Ya tienes que irte? -Ella negó con la cabeza y Rafael le hizo una seña para que lo siguiera-. No puedo creer que no me hayas dicho nada sobre Jessica. Sarah no se lo va a creer.

-¿De qué hablas? -Preguntó Ella, confundida.

-¿No están juntas?

Ella abrió los ojos escandalosamente y negó rápidamente, sintiendo cómo el rubor subía a sus mejillas.

-¡No! Solo somos amigas. Estamos en el mismo equipo de softbol. Soy la lanzadora.

-Eso explica los brazos -murmuró Rafael, riendo suavemente.

-¿Qué?

-Nada, Santorini.

Ella suspiró y su mirada paseó por la zona de la sesión de fotos, hasta posarse en la espalda de Constance que movía los brazos con gracia y autoridad, indicando y señalando varios lugares al fotógrafo.

-Rectifico -dijo Rafael con un suspiro y Ella sonrió de oreja a oreja; sabía que no se podría aguantar-. ¿Qué fue lo que pasó con Jessica, entonces?

-No pasó nada. Todo fue muy… honesto y directo entre las dos desde un principio.

-Entonces… ¿solo amigas?

-Le dije que no estaba buscando una relación, pero no tendría oposición a ser amigas.

-Imagino que el que te haya traído y estén en el mismo equipo quiere decir que no hubo oposición.

-Así es.

-Ahora. ¿Qué es lo que pasa con ella? -Preguntó e hizo un gesto con la cabeza hacia la jefa de los dos.

-Constance es… complicada.

-¡No me digas! -exclamó él con sarcasmo-. No sé qué has estado haciendo o qué ha cambiado, pero algo lo ha hecho. Sea lo que sea, sigue así, Santorini. -Le hizo un guiño antes de responder al llamado de Constance.


¿Cómo terminó en aquel lugar? La verdad es que no tenía ni la más mínima idea. Para empezar, nunca había almorzado con Constance (no sin los niños). Para sorpresa suya, permaneció en la sesión de fotos hasta que terminó, incluso después de que Rafael se fuera. Constance ofreció llevarla a casa con Aldo, y en el camino tomaron un desvío para almorzar.

Ella no tenía muy claro cómo interpretar la situación en la que se encontraba. Estaba sentada al otro lado de Constance, observando cómo leía un menú, aunque ya sabía lo que iba a pedir porque Ella, como su asistente, sabía que ese restaurante era uno de sus preferidos. Lo que Ella no tenía claro era cómo debía actuar. Era domingo y no estaba allí trabajando, aunque había traído el trabajo que Constance había pedido, y luego permanecido asistiendo con lo que podía. Era lo que hubiera hecho si se tratara de un día entre semana.

Una cosa sí tenía muy claro -demasiado claro- y era que Constance no almorzaba con sus empleados, ni siquiera con ella que ha sido su asistente y su mano derecha por tanto tiempo.

Ella tragó en seco, intentando deshacerse del inexplicable nerviosismo que comenzaba a sentir. Constance alzó la mirada y observó cómo la rubia se quitó la gorra y se peinó con los dedos, apretando un poco la coleta

No hablaron entre sí. Al menos no los primeros minutos. Constance pidió lo mismo de siempre -como Ella predijo- y ella pidió lo mismo, solo para ver qué era lo que tanto le gustaba a la mujer.

-¿Y los niños? -Preguntó Constance después de masticar en silencio la primera bocanada.

-Con mi hermana.

-Ah. ¿No juegan softbol?

Ella agarró el vaso de agua y tomó varios sorbos, solo para tener unos segundos para pensar en lo que estaba ocurriendo. Para asegurarse de que estaba pasando de verdad.

No era una conversación de trabajo… se sentía bastante personal. Se atrevería a decir que era una conversación que podría entablar con cualquier conocido. Esta Constance le recordó a la mujer que la acompañó a caminar por horas en un acuario.

-A veces… -respondió en voz baja, sintiéndose extrañamente feliz. No sabía si era porque a Constance de verdad le parecía importar sus hijos como para preguntar, o por estar allí, una tarde de domingo, almorzando y tomando un café con Constance Isles, como si fueran amigas de vida-. El juego de hoy era para adultos. A Noah le gusta más el fútbol, en realidad cualquier cosa que incluya una pelota.

-¿Isabel?

Ella no pudo ocultar su sorpresa cuando su boca se abrió y cerró sin decir alguna palabra.

-Es más tranquila -respondió en voz baja y su perplejidad hizo presencia en el temblor de su voz-. Le gusta dibujar, es más creativa…

Constance asintió y no dijo una palabra más. Ella, para su sorpresa, disfrutó del silencio. Era, tal vez, la primera vez que no se sentía como pez fuera del agua estando en la compañía de la mujer.

Hundió el tenedor en uno de los tomates de la ensalada mediterránea, observando a Constance que no había apartado la mirada de su propia ensalada. Rafael tenía razón; Constance estaba actuando raro. Para empezar, ella estaba allí, sin ninguna explicación o aparente motivo. Tampoco que esperara alguna explicación de parte de Constance. Su mirada divagó minuciosamente sobre el rostro de la mujer, buscando alguna señal de maltrato, pero no encontró alguna. No lo había hecho en un tiempo y Constance no había recurrido a encerrarse en su oficina como había hecho las veces anteriores. Aquello le brindaba algo de alivio.

Ella había terminado de comerse el postre y Constance apenas terminaba de limpiarse la comisura de los labios con la servilleta cuando volvió a hablar.

-Quiero pedirte algo.

Ella apartó la mirada del ventanal y arqueó una ceja al dirigirse a ella.

-Me gustaría llevar a Maura al zoológico. Lo he estado pensando desde el acuario, cuando me dijiste que a los mellizos les gusta ir.

-Le encantará -comentó Ella después de que Constance permaneciera en silencio por un periodo de tiempo extendido. Sabía que Constance estaba esperando a que ella conectara los puntos -como normalmente hacía-, pero esta vez no lo haría. A pesar de no saber cuál era su papel en ese momento, sí tenía claro que no era el de asistente… y por muy buena que se haya hecho leyendo a la mujer y anticipar lo que quería y necesitaba, esta vez lo dejaría todo en manos de Constance. Así que se apoyó en el espaldar de la silla y clavó la mirada en los ojos verdes que parecían evitarla a toda costa.

-Sí…

¿Tan fácil se dio por vencida? Pensó Ella, mordiéndose el interior de la mejilla para no hablar.

Los ojos verdes la miraron, por fin, y Ella no pudo resistirse.

-Pensé que me querías pedir algo.

-Siempre sabes lo que quiero -dijo con un tono bajo y frustrado, y luego su mirada reflejó la sorpresa que sintió al darse cuenta de lo que había dicho.

-Aparentemente no siempre.

Constance entrecerró los ojos, como si estuviera intentando deducir si decía la verdad o no.

-Quería saber si te gustaría acompañarnos. Los niños también, claro.

-¿Como al acuario?

Constance la miró detenidamente y se dio cuenta que esa simple pregunta significaba mucho más.

-Sí.

-Hmmm.

Ella tomó otro sorbo de agua, sin apartar la mirada de la mujer que comenzaba a fruncir los labios al no tener una respuesta inmediata, como de costumbre.

-Está bien. Acepto -dijo Ella con una sonrisa de oreja a oreja, y Constance miró hacia el ventanal y la gente caminando, intentando ocultar la sonrisa que comenzaba a formar sus labios.


Su relación tomó un giro desde aquel momento. Una visita al zoológico al siguiente fin de semana se convirtió en una visita al museo de naturaleza. Y así, un fin de semana tras otro, se convirtió en una rutina que ninguna de las dos se atrevió a cuestionar. Constance seguía siendo la Constance Isles que todos conocían cuando ponía pie en Ciao al siguiente lunes. Pero en varios momentos durante el día, Ella podía ver rasgos de la mujer con la que compartía sus domingos y, en ocasiones, todo el fin de semana.

-Para ti, mi Santorini -anunció Rafael, dejando un café sobre su escritorio.

A Ella le brillaron los ojos al ver el frappuccino de caramelo. Apreciaba mucho la dosis de cafeína del café oscuro que pedía cuando buscaba el de Constance, pero esta bebida cargada de azúcar y caramelo seguía siendo su debilidad.

-Podría abrazarte en estos momentos.

Rafael abrió los brazos y arqueó una ceja en forma de reto. Ella lo miró, hizo una mueca y luego sonrió al ponerse de pie y dar la vuelta al escritorio para darle un breve abrazo.

-Empiezo a pensar que me traes estas bebidas para estar en mi lado bueno.

-No sé de qué hablas, querida.

-¿Y eso?

-Todos tenemos nuestros placeres culposos y eso incluye a nuestra querida Constance.

-Nuestra queri…

Rafael le hizo un guiño y se dio vuelta hacia la entrada de la oficina.

-Ta-ta, Santorini.

-Mi asistente no podrá hacer su trabajo si sigues interrumpiéndola, Rafael.

-Mi ofrenda de paz -dijo y colocó el vaso de latte sobre el escritorio, antes de sentarse y sacar la carpeta con las copias de la edición para revisar juntos.

La mirada de Constance pasó de largo por encima de su hombro hasta llegar a la asistente que tomaba un largo sorbo y luego sacaba el palillo para lamer la crema. Rafael se giró para ver qué era lo que había llamado la atención de Constance.

-¿Qué está pasando entre ustedes dos?

-No sé de qué hablas.

Rafael suspiró y buscó en su bolso, sacó un folio y se lo deslizó por encima del escritorio. Constance lo abrió y arrugó el ceño al instante que vio el contenido.

-¿De qué se trata esto?

-Un amigo periodista te reconoció y las tomó. Pensaba publicarlas, pero me las enseñó primero, buscando algo más de información. No me digas que no es nada, Constance. Tú nunca has salido con tus asistentes, ni siquiera conmigo, por lo menos no al zoológico.

-Es bueno para Maura.

-Ah. Maura. ¿Solo eso?

-Claro que solo eso. Maura se lleva muy bien con los hijos de Eliana y a ella la adora. Es bueno que socialice.

-¿Solo por eso?

-¿Qué estás insinuando?

-Que es bueno para ti también.

Constance frunció los labios, manteniendo la mirada en los ojos de su amigo.

-No es necesario que lo admitas. Sé que es difícil, pero solo quiero decirte que es agradable. Creo que sea lo que sea, lo reconozcas o no, todos en la oficina lo han notado de una forma u otra -Constance pareció alarmarse ante aquella revelación-. Son pequeñas cosas. ¿Te has dado cuenta de que no has despedido a nadie en un mes? Ha de ser un nuevo récord. Y en la reunión de ayer le diste las gracias a Maurice y ni cuenta te diste.

-Yo no…

-Te hace bien -dijo Rafael y se giró para mirar a la asistente, y puso los ojos en blanco cuando vio que ya había consumido mitad del frappe. Sabía que le gustaba aquella bebida, pero no tanto como para inhalarla-. Has pasado mucho tiempo construyendo murallas, Constance. Es natural querer ver a alguien lo suficientemente astuto para escalarlas.

-Sí… -admitió la morena, suspiró y se enderezó al extender la mano- Déjame ver las fotografías de la sesión. No tengo todo el día. Y yo me quedo con esto -dijo y guardó las fotos con Ella y los niños en el zoológico.

-Son un dúo extraño. Me alegra que Ella te tenga a ti para sacarte de tu caparazón -decía distraídamente mientras buscaba las fotos-. No entendía qué obtienes tú de la relación, con una personalidad como la tuya. -Cuando alzó la cabeza, con las fotos en mano, se quedó helado ante la mirada de Constance. En fracción de segundos su mente creó una variedad de respuestas ante sus insinuaciones. Sabía que debió guardarse sus opiniones. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que sintió verdadero miedo de perder su empleo, pero, en aquel momento, ante aquella mirada fría y calculadora, juraba que podría ser su último día como director de arte.

-¿Quién dice que tengo que obtener algo? -Preguntó Constance en su usual tono bajo, rebosando una tranquilidad que no hizo más que perturbar al hombre que se movió incómodo en la silla, antes de estirar un brazo para colocar las fotos sobre el escritorio y deslizarlas hacia ella.

-La naturaleza humana, supongo -respondió antes de pensar-. Me estás asustando -confesó al ver que Constance apenas sonrió, ladeando la cabeza.

-Espero que tengas más fotos -dijo sin más.

Ese fin de semana fueron al zoológico de Central Park. Los niños estaban sentados al lado de Constance, comiendo barquilla, cuando Ella llegó con dos vasos de helado y le ofreció el de chocolate.

-Necesitas comer algo.

-¿Helado?

-Es esto o hotdogs.

-Está rico, mamá -dijo Maura y Constance hizo una mueca al ver que el helado derretido corría por las manos de su hija.

-¿No pudiste comprarles en vasos también? -Aceptó el helado y Ella se sentó a su lado, riendo.

-Lo disfrutan más con la barquilla. ¿Verdad, Maura?

-¡Sí!

-No te preocupes, tengo toallas húmedas para limpiarles las manos cuando terminen.

-De verdad piensas en todo.

-No me queda otra opción con esos dos.

La risa de los niños llamó la atención de ambas, y Ella apartó un mechón rubio del rostro de Maura, que amenazaba con terminar en el helado en cualquier segundo, colocándolo detrás de la oreja. La niña la miró y le dedicó una de sus mejores sonrisas.

-Cons, ¿cuándo iremos a ver los tigres?

-Izzy… -reprendió Ella con suavidad porque ya le había dicho que a Constance no le gustaba que la llamaran de ese modo.

-Constance. -Se corrigió la niña, mirando apenada a la morena.

-Me puedes llamar Cons -dijo e ignoró la sorpresa en el rostro de Eliana-. Hagamos un trato. Solo ustedes dos me pueden llamar de esa forma, ¿trato?

-¿Ma no puede? -Preguntó Noah.

Constance miró a Eliana que sonrió levemente, ladeando la cabeza, esperando por su respuesta.

-No. Tu mamá no puede. Solo ustedes dos porque son especiales.

-Somos especiales, Ma.

-¡Yo también! -Exclamó Maura y Constance soltó una carcajada.

-Sí que lo son -susurró Ella, mirando a los niños y a la mujer que aún temblaba de la risa.

La visita a la exhibición de los tigres fue breve porque Maura se asustó cuando uno se acercó demasiado. Izzy y Noah se adelantaron a Constance y lograron calmarla, explicándole que era como un gato, pero más grande.

-No puedo ver. ¿Qué hay? -Preguntó Maura que no había soltado la mano de su madre.

Constance miró alrededor y notó que había una banca detrás de ellas.

-Ven conmigo, te subiré en mis hombros.

-Constance, ¿estás segura de eso…?

-Claro, Eliana. No soy tan delicada como parezco.

"Eso no es precisamente lo que pensé" pensó Ella, mirando cómo Constance subió a Maura en la banca y ella se puso de cuclillas, indicando que subiera con cuidado.

-¡Arriba! -Exclamó la morena y se enderezó, alzando los brazos para asegurarse de sostener las manos de Maura para que se balanceara. Aquella acción hizo que la blusa de Constance se alzara y dejara a la vista la piel de la cadera.

La sonrisa de Ella se congeló al instante. ¿De verdad había sido tan ingenua? Cómo pudo pensar que porque no había encontrado señal de maltrato en su rostro, significaba que no habría en alguna otra parte de su cuerpo.

-¿Estás bien? -Preguntó Constance cuando volvió a su lado.

-Sí. -Ella apartó la mirada y Constance se volvió seria al reconocer la mentira.

-Está allí. Es un panda rojo -indicó la morena y Maura sacudió sus piernas de la emoción cuando logró verlo.

-Con cuidado, pequeña -advirtió Ella, colocando una mano detrás de la espalda de la niña para que no se cayera hacia atrás.

"Haz tu trabajo" Aquellas palabras retumbaron en la cabeza de Ella como un eco incesante. Había pasado tanto tiempo desde que las escuchó en su mente, que por un momento pensó que las había olvidado.


-¿Deseas algo de beber? ¿Agua? ¿Vino? Prepararé algo de comer para los niños ¿está bien? -preguntó Ella.

-Puedes ordenar algo si deseas. Vino no estaría mal… -respondió mientras su mirada deambulaba por el apartamento. Era la primera vez que entraba en el hogar de su asistente. Era pequeño, lo que era de esperar de un apartamento en Nueva York, pero se sentía muy acogedor.

-Puedo cocinar.

-Si prometes no envenenarme.

Ella, que buscaba un sartén, se detuvo y la miró sorprendida.

-Estoy bromeando. Puedo hacerlo, sabes, bromear.

Ella rio e hizo un sonido de aprobación al encontrar la sartén que buscaba.

-Lo sé, Constance. Deberías hacerlo más seguido. ¿Pasta está bien?

-Sí. Es una de las comidas favoritas de Maura.

-De mis hijos también, aunque ellos pueden tragar cualquier cosa.

Ella sacó dos copas y sirvió una cantidad generosa de vino rojo en cada una. Constance aceptó la copa y ladeó levemente la cabeza al darse cuenta de que la rubia no se había movido.

-¿Un brindis?

Constance asintió suavemente como respuesta

-¡Por otro maravilloso domingo!

Constance abrió y cerró la boca, y volvió a asentir antes de chocar su copa con la de Eliana y tomar un pequeño sorbo.

-¿Puedo ayudarte con algo?

-¿Puedes cocinar?

-No mucho… -admitió-. Talia prepara las comidas. No tengo mucho tiempo para cocinar…

-Lo sé, soy tu asistente, ¿recuerdas? Conozco tu horario. Me puedes hacer compañía, entonces.

Las dos permanecieron en silencio mientras Ella preparaba los ingredientes para la salsa y la pasta hervía.

-Sobre eso… -Constance bebió otro sorbo y Ella dejó de cortar el tomate para mirarla.

-¿Hmm?

-Mi horario. He notado que has cambiado cómo lo organizas. Hace años que no he ido a casa tan temprano y por tantos días a la semana.

-El trabajo lo haces tú, yo solo lo organizo para que seas más eficiente -explicó y volvió a cortar los tomates, y luego a presionar la hoja del cuchillo sobre los ajos y aplastarlos antes de cortarlos.

-Los días verdes quiero quedarme más tarde en la oficina.

-¿Los días verdes? -Repitió Ella y dejó de cortar para reflexionar en la imagen mental que tenía del calendario y los códigos de colores que usaban-. Pero esos días… -Oh. Los días verdes eran los días que Arthur estaba en la ciudad, los días que normalmente hacía reservaciones para alguna cena o cita-. Entiendo.

-Perfecto.

"Haz tu trabajo" Las palabras de Constance volvieron a su cabeza y su mirada descendió a la cadera de la morena, antes de volver a cortar los ingredientes restantes.

Los niños inhalaron la comida y en menos de treinta minutos los tres se quedaron dormidos sobre el sofá.

-Ya es muy tarde, llamaré a Aldo -dijo Constance al terminar de lavar el último plato y pasárselo a Eliana para que lo secara.

-¿Por qué no se quedan? -Soltó sin pensar e intentó corregirse-. Digo, Maura ya está dormida y…

-Y mañana es lunes.

-Cierto, perdón, solo fue… no me molestaría.

-Pensé que habíamos hablado sobre tu tendencia de pedir disculpas innecesariamente -dijo y aceptó la toalla de mano que Eliana le ofreció.

-Aún estoy trabajando en eso.

-¿Tu hermana ya no vive contigo?

-No, solo estaba aquí mientras arreglaban su apartamento. No pasa nada, de verdad, solo fue ¡cuidado! -Exclamó cuando Constance se resbaló en el piso de la cocina, pero Ella fue lo suficientemente rápida para sostenerla por la cadera y detener la caída.

Constance ahogó un gemido de dolor y permaneció de espalda a la rubia, tensa y paralizada.

-¿Te lastimé? -Preguntó en un susurró y Constance la sintió tan cerca, como si estuviera pegada a su espalda. Tal vez lo estaba porque aún sentía el calor de aquellas manos cerca de su cadera-. ¿Puedo? -Preguntó en voz baja, apenas audible, sosteniendo el borde de la blusa de la mujer.

-Eliana… -advirtió con su tono, pero no la negó, así que Ella alzó un poco la blusa y ahogó un gemido de sorpresa.

-Oh, Constance…

-No digas nada.

La mirada de Ella estaba clavada en el moretón en la cadera de Constance, y luego ascendió hasta encontrarse con ojos verdes. Ella quería decir muchas cosas. Las suficientes como para ser despedida y que Constance no quiera verla nunca más.

Hoy es un día verde en el calendario. Lo que significaba que Arthur estaría en casa esa noche.

-Quédate conmigo.

-Eliana—

-Si tengo que llamarlo y hablar con él, lo haré. Si tengo que llamar a Aldo temprano también lo haré. ¿Quieres irte? ¿No lo has pasado bien?

Constance dio un paso atrás y sintió que su espalda baja chocó contra el mesón, y se sostuvo del borde con ambas manos. Ella la había seguido en dos cortos pasos sin apartar su mirada decidida.

-Conoces la respuesta -susurró.

-Por favor.

Las dos se miraron a los ojos por varios segundos.

-No, no quiero irme y sabes que sí, siempre es agradable estar con ustedes…

-Entonces quédate -rogó en voz baja sin dejar de mirarla a los ojos.

Constance ahogó un gemido de sorpresa por segunda vez aquella noche cuando sintió una de las manos de Eliana acariciar su mejilla con un tacto tan suave que su cuerpo se estremeció involuntariamente. Los ojos de Eliana parecían seguir la caricia de sus dedos, hasta que se separó repentinamente, dando un paso atrás. El corazón de Constance latía con fuerza, tanto que temía que fuera visible en su pecho. No podía dejar de mirar esos ojos azules brillantes y, poco a poco, su mirada descendió a labios carnosos.

-Nos quedaremos -cedió con un tono casi sin aliento.

La sonrisa de oreja a oreja de Eliana la cegó.