Constance había olvidado quién era. Tarde o temprano esto pasaría. Fotos de ella con los niños y Eliana aparecieron en las noticias de farándula, cuestionando su relación con la asistente, aparte de otros comentarios de mal gusto sobre su liderazgo en Ciao. Algunos artículos hasta habían incluido fotos del evento en el MET, acompañadas de teorías alucinantes sobre su relación con la mujer. Nunca había prestado atención a los chismes sobre su persona, pero cuando Arthur comenzó a cuestionar sus salidas, enviándole unos recortes de los periódicos, se vio forzada a enfrentar la realidad. Las fotos no eran las mismas que Rafael le había entregado, y él aseguró que no se trataba de su conocido.

Habían tenido demasiada suerte durante meses. Pocas personas la habían reconocido, en parte porque se preocupaba de llevar gafas de sol e intentaba vestir más 'normal' -como Eliana había aconsejado- para sus salidas a los museos y zoológicos. Nada llamaba la atención en un zoológico como una mujer en un vestido de Armani y tacones que costaban más que dos meses de arriendo.

Constance suspiró, cruzando y descruzándolos los brazos de inmediato al ahogar un gemido de dolor. La chaqueta de mangas largas ocultaba el moretón más reciente en su bíceps.

Tenía que tomar una decisión, aunque en el fondo era consciente de que ya había sido tomada por ella.

Cuando Ella volvió de Calvin Klein con los pantalones que Constance había pedido, dos magdalenas esperaban por ella sobre el escritorio. Ella suspiró al ver lo que estaba escrito con glaseado "#4" y en la otra magdalena "DÍAS". Al principio pensó que se trataba de la misma persona que había dejado una magdalena de red velvet sobre su escritorio el día de su cumpleaños, pero no fue así. Esta vez era un obsequio de parte de Rafael y Sarah; una magdalena de cada uno. Al parecer los dos se habían quedado de acuerdo en celebrar sus "últimos" tres meses. El mes anterior había sido una tarta y globos. Constance no había estado muy feliz con los globos, aunque nadie se atrevió a explicarle lo que significaban.

-Eliana.

Ella casi se atora con el pedazo de magdalena de chocolate. Se limpió la comisura de los labios y bebió la mitad de la botella de agua que le quedaba.

-¿Sí, Constance?

-Necesitaré unos collares de Dior. ¿Confirmaste la cita con Jonathan?

-Sí, está programado para en una hora.

-Bien. Aldo te está esperando en el garaje para ir a buscar a Maura. ¿Y la reservación en Le Bernardin?

Ella no contestó.

-¿Eliana?

-¿Tendrás una cita? ¿Con él? -Cómo era posible… después de pedirle que hiciera todo en sus manos para evitarlo y ahora…

Constance frunció el ceño ante la pregunta tan fuera de lugar. La pregunta era innecesaria, eso Constance lo sabía y Eliana también.

-¿Por qué no puede traerla él mismo? -Preguntó y su enojo se hizo notar no tanto en su tono como en su mirada

-Ya hemos tenido esta conversación en el pasado, Eliana. Sabes que no me gusta repetirme.

-No tienes ningún problema para permitir que otras cosas se repitan -espetó entre dientes con frustración. -La expresión en el rostro de Eliana fue indicación suficiente para saber que aquellas palabras fueron una sorpresa para ambas.

Constance se puso de pie de inmediato, con los puños cerrados.

-Reconoce tu lugar -advirtió. ¿Qué era lo que había cambiado para que le estuviera hablando de esa forma? Eliana nunca le había respondido de aquel modo.

Ella se acercó al escritorio, vibrando de la frustración que sentía en todo su ser. Que sentía consigo misma, con la mujer y el odio que por meses había estado albergando hacia el hombre que la maltrataba.

-¿Qué esperas de mí? -Exigió saber, alzando el tono de voz.

Constance abrió los ojos alarmada y miró hacia la puerta, sintiéndose momentáneamente más calmada al notar que Eliana la había cerrado al entrar.

-De verdad… -Eliana se pasó la mano por el cabello rubio antes de cubrirse la boca con un puño cerrado. Agitó la cabeza de un lado a otro y miró a la morena a los ojos-. ¿Qué esperas de mí, Constance? Unos días soy tu asistente, otros soy tu -me atrevo a decir- "amiga", si siquiera me consideras eso. Y hablamos, hablamos como personas normales, ¡Por Dios! Como si estuviéramos al mismo nivel y no fuera otra sin nombre en esta maldita oficina donde todos actúan como robots y te temen. -Ella pausó por un segundo y tragó en seco. No lloraría enfrente de la mujer, maldita sea-. No puedo verte lastimada. Me duele -admitió y se mordió la lengua-. Pensé… pensé que teníamos algo bueno -dijo en un tono más bajo y se maldijo mentalmente cuando su voz se quebró-. Y no sé cómo ayudarte si no quieres ayudarte a ti misma. Y lo sé. LO SÉ. No quieres ayuda -dijo antes de que Constance pudiera abrir la boca-. He intentado encontrar un término medio entre lo que me pediste, que fue darle la espalda a toda esta situación y, básicamente, respaldar tácitamente tu matrimonio abusivo. Lo odio -admitió entre dientes-. Lo odio, pero ¿sabes que odio más? El resentimiento que comienzo a sentir hacia ti. Así que no, no sé qué esperas de mí…

-Que hagas tu trab—

-¡Para! Calla, calla. -Aquellas palabras detonaron las lágrimas que había logrado retener todo ese tiempo-. ¿De verdad es todo lo que soy para ti? ¿Tu asistente? Estas últimas semanas… pensé…oh ¡qué ingenua he sido! Pensé que tú… -Inconscientemente colocó una mano sobre su pecho, apretando y estrujando la blusa en un puño, justo encima de su corazón, como si le doliera-, pensé que t…tú sentías…aaag -gritó con frustración y dolor.

Constance tragó en seco y permaneció en silencio a pesar de que su labio inferior había comenzado a temblar. El corazón se le comprimía cada vez más con cada lágrima que se deslizaba por las mejillas de Eliana.

-No entiendes, Eliana. No es tan fácil como parece ser. Y esto -dijo, moviendo el dedo índice entre las dos-, lo que sea esto… no puede continuar.

-De verdad eres de hielo -susurró Ella, cabizbaja.

Las palabras dejaron sin aliento a Constance y su mirada reflejó el dolor que causaron. No era ajena a sus apodos negativos, pero nunca imaginó escuchar uno directamente de Eliana. No a su cara, no después de todo...

-Haré lo que me has pedido porque… es mi trabajo -dijo con frialdad y se dio la vuelta, deteniéndose al llegar a la puerta. Ella alzó la cabeza y enderezó los hombros, temblorosos. No se atrevía a girarse a mirarla-. Este será mi último día en Ciao. Renuncio.

El portazo hizo vibrar las paredes de vidrio y Constance se estremeció cuando cayó en cuenta de lo que había escuchado.


-¿Estás bien, Ella?

-Sí cariño -respondió en voz baja e intentó sonreír-. Ya está listo. -Le entregó la casetera portátil y le acomodó los auriculares.

Maura le sonrió y se entretuvo mirando su nuevo libro de dibujos. Cuando Ella alzó la mirada, notó que Aldo la estaba mirando detenidamente por el retrovisor. El chófer no había hecho ninguna pregunta cuando ella entró al auto, secándose las lágrimas, o cuando se retocó el maquillaje antes de bajar en el aeropuerto para recibir a Arthur.

Su celular volvió a sonar y notó que era otra llamada de Constance. Ella lo apagó y lo guardó

Por suerte Aldo entretuvo a Arthur con varios temas de conversación a los cuales ella no le prestó ninguna atención porque no podía dejar de pensar en todo lo que le dijo a Constance.

-Eliana, ¿qué crees tú?

-Es Ella -corrigió.

-¿Lo es? Mi mujer no deja de llamarte "Eliana". Es tu nombre, ¿no? -El hombre se giró para mirarla, y su sonrisa la hizo querer borrarla al instante.

-Eso es porque ella puede. Tú no.

-Vaya, ¿qué te pasa? ¿Acaso Constance te está dando un mal día? -dijo de forma burlona y Ella notó cómo Aldo negó con la cabeza disimuladamente, advirtiéndole que no le siguiera la corriente.

Demasiado tarde. Ya había renunciado oficialmente y no le importaba decirle unas cuantas verdades al hombre.

-En lo absoluto. Más bien falsos como tú que mantienen la apariencia de buen señor. -Ella desabrochó su cinturón para acercarse y apoyar los brazos en los asientos delanteros, cerrando la distancia entre ella y el hombre que la miraba, incrédulo-. Sé lo que has estado haciendo -susurró, solo para que Maura no escuchara, aunque se había asegurado de subirle un poco más el volumen a la música-. Lo que has estado haciéndole.

Arthur abrió los ojos por la sorpresa y miró de reojo a Aldo que se mantenía como una piedra, conduciendo con la mirada al frente.

-¿De qué estás hablando? -El hombre preguntó entre dientes y Ella pudo haber jurado que, si Aldo y Maura no estuvieran presentes, la golpearía a ella también.

-Sabes muy bien de qué estoy hablando. ¿Cómo puedes despreciar de esa forma lo que tienes? Tienes una hija hermosa y saludable, y Constance… Constance es increíble y la maltratas como si no valiera nada.

El hombre se echó hacia atrás, mirando a su hija como si se estuviera asegurando de que no escuchara nada.

-Ten cuidado con lo que dices, mujer. No sabes de qué estás hablando y esas alegaciones vacías no te llevarán a ningún lugar bueno.

-Sé perfectamente de qué estoy hablando. He estado con ella por casi dos años y ha sido suficiente tiempo para ver cuánto no la mereces. Y me importa un carajo tus amenazas -masculló.

Arthur entrecerró los ojos y de repente soltó una carcajada que sorprendió hasta Aldo porque el chófer lo miró de reojo.

-¡Vaya! Pareciera que tienes algo por mi mujer.

-¿...Qué?

-¡Oh! Eso es interesante…

Ella arrugó el ceño cuando Arthur miró hacia su derecha y una expresión de horror borró su sonrisa petulante.

A Ella solo le tomó una fracción de segundo girar la cabeza, escuchar el claxon y reaccionar sin pensar al cubrir con su cuerpo la niña sentada a su lado.


Constance salió de la oficina con el bolso al hombro, miró el escritorio vacío de Eliana y apretó la mandíbula con fuerza. Presionó el botón del ascensor y cruzó los brazos sobre el pecho, esperando. Nadie se acercó a ella, ni siquiera se atrevían a mirar en su dirección porque el aura que estaba desprendiendo era suficiente advertencia. Logró salir de Ciao temprano, como Eliana había planeado para que tuviera más tiempo con Maura.

Eliana había apagado su teléfono, Arthur no contestaba y Aldo tampoco. De todos lo podía esperar, especialmente de su asistente que parecía aborrecerla lo suficiente como para renunciar a unos días de terminar su contrato, pero ¿Aldo? Él nunca le ha fallado.

-Maldita sea y maldito este día -musitó entre dientes, buscando la llave en su bolso. Se quitó el bolso del hombro al no encontrarla y lo abrió, rebuscando hasta sentir una figura peculiar-. ¿En qué estabas pensando? Solo tenías que aguantarme cuatro días más... -Susurró, sosteniendo el llavero con el tiburón.

Su celular sonó de repente y soltó el llavero del susto.

-Isles.

-¿Constance? Soy Elena.

-¿Elena? ¿Con qué te puedo ayudar? -¿Cómo tienes mi número personal? Quería preguntar.

-Necesito que vengas al Presbyterian en Columbia. Un camión colisionó con el auto y...

-¿Maura?

-Maura tiene una pequeña fractura en el brazo derecho, aparte de eso solo está asustada.

Constance se apoyó en la puerta de la entrada al sentir que sus piernas flaqueaban. Quería preguntar más, pero su garganta se cerró y le costaba respirar.

-Arthur está en cirugía. Aldo está siendo examinado, pero sus lesiones son mínimas. El camión chocó el carro en el costado trasero -explicó y su voz, que había logrado mantener firme hasta ese momento, se quebró en un sollozo.

Constance temía preguntar y su visión se volvió borrosa.

-¿Eliana…?

-No pinta nada bien, Constance -admitió.

Constance sostuvo el aparato con fuerza. Su brazo, todo su cuerpo, temblaba.

-La han llevado a cirugía de emergencia… tiene una lesión grave en la cabeza y…

No pudo continuar.

-Voy en camino, Elena -dijo con un tono trémulo-. Eliana es la mujer más fuerte que he conocido.

Elena dijo varias palabras que Constance escuchó, pero no procesó del todo. Guardó el teléfono y se agachó a recoger las llaves, ahogando un sollozo al ver el tiburón plateado.


N/A: Para ponerme al día y que sea el mismo cap por todos lados, estaré poniendo el cap 20 (primer cap del Acto II) el domingo :) Gracias a todas que me han seguido y leído por Wattpad!