El tiempo de recuperación fue largo y doloroso. Muy doloroso. Algunas cosas mejoraron y otras permanecieron igual; como la pérdida de memoria de poco más de tres años y las cicatrices en su cuerpo.

Ella rozó con su dedo una de las cicatrices en el costado. Había perdido un riñón y esa era una de las cicatrices más grande que había quedado en su cuerpo.

Pasaron meses antes de poder caminar normal otra vez.

Ese día se cumplían diez meses desde el accidente y poco menos desde que empezó con la terapia física y psicológica.

Se sentía cómoda al decir que la terapia física había funcionado de maravilla. Después de todo, podía ver y sentir el progreso, pero la mental, la mental era mucho más complicada. Tenía días buenos y días malos.

Este día era uno de los malos.

Un día de los que se miraba como lo estaba haciendo en ese momento: de pie frente al espejo de cuerpo completo, solo con un juego de ropa interior, estudiando -no por primera vez- cada huella que había quedado en su cuerpo.

No podía negar los lados positivos de la terapia, como volver a conocer a sus hijos, conocer la vida que había formado en Nueva York y aprender a vivirla. Pero en días como este se miraba en el espejo y no se reconocía. Se sentía como si estuviera viviendo en el cuerpo de alguien más, una extraña, y, sinceramente, odiaba esa sensación. Odiaba las cicatrices, el color de pelo, la mirada pérdida…

Ella se dio vuelta sobre los talones y caminó con urgencia hasta el cuarto de baño, se agachó frente del lavamanos y buscó en las cajas hasta encontrar una tijera. Se miró el rostro en el espejo y se peinó el cabello rubio y largo con los dedos antes de agarrar un mechón en un puño y cortarlo.

Dos horas más tarde salió del baño y caminó hacia la cocina por algo de beber. Elena debía estar llegando con los niños en menos de diez minutos.

Se sirvió un vaso de agua y se acercó a la ventana cuando escuchó el ruido de la puerta de un auto cerrarse. Elena había salido del asiento trasero, el hombre que reconoció como Aldo también salió y luego otra mujer emergió del asiento delantero. La respiración de Ella se entrecortó y sostuvo el vaso con fuerza.

Reconocía a aquella mujer. Era Constance Isles.

La conoció pronto tras llegar a su apartamento por primera vez, después de que le dieran de alta. Tenía revistas de Ciao por todos lados, recortes de otras revistas e incluso de periódicos, además de muchas fotos donde la mujer aparecía con los niños, sola, e incluso con ella. Le avergonzaba admitir el tiempo que había pasado mirando aquellas fotos, intentando a toda costa que su cerebro decidiera, por algún milagro, recordar algo. No sería la primera vez que recordara algún acontecimiento por muy pequeño que fuera, aunque era muy raro.

Eran cosas que hacía sin pensar, en su mayoría. Su hermana se dio cuenta por primera vez cuando pidió el sabor de helado favorito de Maura. También había números de teléfonos que tenía memorizados, pero no reconocía. Un día intentó llamar uno y terminó hablando con una asistente en Vogue. Resultó frustrante poder recordar cosas tan insignificantes, pero no la muerte de sus padres, los cumpleaños de sus hijos o a la mujer con la que supuestamente había pasado días enteros por casi dos años.

No era la primera vez que veía a Constance de lejos. Podría salir en aquel momento y enfrentarla cara a cara, pero ¿qué podría decirle? ¿Qué le iba a reprochar cuando solo conocía su nombre?

Ella apoyó la frente en el cristal de la ventana y observó cómo Constance le sonreía a Maura al ayudarla a bajar del auto y la tomó de la mano para dar la vuelta hasta la parte trasera. Constance sacó una pequeña mochila del maletero y se la entregó antes de ponerse en cuclillas para que Maura pudiera abrazarla.

Constance Isles es hermosa y cuando sonríe tiene un efecto en ella que aún no sabe cómo interpretar. El cabello oscuro es más largo que las fotos en la revista y los periódicos; ahora lo lleva por debajo de los hombros. Constance se separó del abrazo y alzó la mirada como si hubiera sentido que estaba siendo observada, pero lo único que vio fue una ventana vacía, aunque hubiera jurado que vio una sombra moverse.

Ella aún sostenía el vaso de agua contra su pecho, de pie al lado de la ventana sin moverse siquiera un centímetro. ¿Acaso había logrado verla?

-¿Quieres subir? -Preguntó Elena.

La expresión de Constance cambió a una cansina y esperó a que Aldo entrara en el auto para poder responderle a la mujer que no dejaba de insistir con lo mismo.

-Sabes que no -dijo en voz baja y forzó una sonrisa, haciendo un gesto con la mano al despedirse de su hija que seguía a los mellizos hasta la entrada del edificio.

-Han pasado diez meses, Constance… ¿Cuánto tiempo más la harás esperar?

-No es buena idea. Ya hemos hablado de esto. Pensé que entendías.

-¿Alguna vez te has detenido a pensar en los sentimientos de Ella? -Preguntó con un tono molesto y, si Constance se dejaba guiar por su mirada, algo dolido también.

-¿Qué sentimientos, Elena? No me recuerda, ¿o ya lo olvidaste también? Porque yo lo tengo muy presente.

-A veces eres tan…aaaggg.

-Muy elocuente, como tu hermana -dijo con un tono burlón, dirigiéndose hacia la puerta del pasajero.

-Algún día tendrás que enfrentar la realidad.

Elena llegó a la entrada del apartamento con una expresión molesta que desapareció al instante en que abrió la puerta y vio a su hermana.

-Pero… ¿qué te has hecho? -Exclamó boquiabierta.


Había sido un error salir esa noche y ya estaba por su tercera copa de champán, pero la idea de ver obras de Rothko, en particular esa obra, había sido demasiado tentadora como para dejarla pasar. Aparte de que eventos como aquel eran muy buenos para conectar con otros coleccionistas y comerciantes de arte.

El Museo MET organizó un evento especial para exponer varios cuadros que habían sido donados al museo de forma anónima. Entre las obras, se encontraba "Sin título. Negro sobre Gris".

No fue hasta casi el final del evento que se atrevió a acercarse al cuadro. Sabía dónde se encontraba desde que puso pie en el lugar, pero no había tenido el valor de ir a verlo de inmediato. Socializó un poco, bebió de más y luego, cuando pensó estar preparada, se acercó. Era tonto, lo sabía, especialmente cuando ver aquella obra de arte era su razón principal de estar allí.

No, aquello no era cierto.

La verdadera razón que la llevó hasta allí no era el cuadro, sino Eliana, porque quería ver lo que tanto había conmovido a la mujer. Y quería verlo con sus propios ojos.

Eliana. pensó cuando se detuvo enfrente del cuadro y su mirada se detuvo entre el negro y el gris. Ahora entendía el vacío y la desolación de la que había hablado su ex asistente.

Qué irónico que así se ha sentido durante meses.

Constance se limpió disimuladamente una lágrima y se bebió lo que le quedaba de champán.

Una persona detrás de ella se aclaró la garganta, pero Constance estaba absorta en el cuadro y en sus propios pensamientos.

-…tan profundo… -susurró y rio entre dientes cuando sintió otra lágrima correr por su mejilla. Nunca en su vida había llorado tanto como en esos meses. Se había convertido en lo que más detestaba: un desastre emocional. Era como si sus glándulas lagrimales hubieran cobrado vida propia... y eso la frustraba inmensamente.

-Constance ¿Te encuentras bien?

Constance ahogó un grito de sorpresa al darse cuenta de que no estaba sola, y se limpió rápidamente el rostro antes de girarse hacia la persona.

El mundo se detuvo en aquel instante. No era suficiente con ser un caos emocional, ¿ahora también empezaría a alucinar?

Oh. Había estado tan equivocada. Siempre había pensado -estado segura- que si algún día se volvía a encontrar ante aquella mirada, solo se encontraría a una extraña. No pudo estar más lejos de la realidad. Ojos azules la miraban con tanta familiaridad que sus paredes se rompieron como si se tratara de una taza de té haciéndose añicos al caer al suelo.

Esta vez no tendría sentido intentar detener o limpiar las lágrimas.

Eliana, en un vestido largo y negro, se acercó hasta quedar a su lado y miró el cuadro. Constance, con el corazón en la garganta se giró hacia el cuadro también, sosteniendo la copa vacía como si su vida dependiera de aquel objeto. Diez meses. Diez meses que no la había visto así de cerca, escuchado. Constance intentó controlar su respiración al respirar un poco más lento; no le agradaba la sensación que sentía en el pecho… como si fuera a estallar en cualquier momento. No se había sentido de aquella forma desde que era una adolescente. No sabía si quería gritar, llorar o reír.

-Sé que ya me conoces -dijo Eliana en voz baja como si estuvieran compartiendo un secreto-. Que ahora no somos más que extrañas. Pero, si me lo permites, me gustaría presentarme -Pidió -rogó- y miró de reojo a Constance, que no se atrevió siquiera a pestañear.

Constance asintió suavemente con la cabeza, presionando los labios como si intentara así disimular el temblor de su labio inferior.

Eliana se giró hacia ella y extendió una mano temblorosa.

-Hola, soy Eliana Quinn, prefiero Ella.

Eliana…

Constance se perdió en aquella mirada y sonrisa nerviosa. El shock que sintió al verla no fue solo por escuchar y verla allí de pie, viva, sino por lo cambiada que estaba. No la habría reconocido de no ser por su voz y aquellos brillantes ojos azules.

-Ella… -probó el nombre en sus labios e hizo una pequeña mueca.

Ella sonrió cuando sintió el apretón de mano, pero su sonrisa se desvaneció al ver el temblor de los hombros de la mujer y sentir cómo su mano era sostenida con tanta fuerza que comenzaba a ser doloroso.

-El cuadro suele tener ese efecto en algunos -comentó Ella y tragó en seco cuando Constance le soltó la mano como si se hubiera quemado. Constance pareció recuperar una pizca de autocontrol cuando se giró hacia ella.

-Tu pelo…

-Ah. Esto. -Se tocó las puntas del cabello, ahora de un castaño claro y que apenas llegaba a sus hombros-. Un cambio de tantos.

Constance apartó la mirada y se enfocó en el cuadro una vez más, aunque solo podía sentir la mirada de Eliana sobre ella.

-Perdona que te haya interrumpido de esta forma. ¿Qué? -Preguntó con confusión al ver que Constance sonrió, pero no fue una sonrisa que llegó a sus ojos, más bien pareció empeorar su estado de ánimo.

"Te sigues disculpando por todo, Eliana" pensó Constance y no pudo evitar sonreír, aunque con cierta tristeza.

-No ha sido una molestia, más bien una sorpresa.

-Negro sobre gris. ¿Te gusta?

Constance asintió.

-Me recuerda a… una amiga.

-¿Crees que Rothko lo logró? Expresar lo que sentía en este cuadro -preguntó Ella.

Hoy el destino se burla de mí, pensó Constance, y se atrevió a girarse para mirarla.

Sus papeles se habían invertido; Eliana miraba el cuadro y Constance la miraba a ella.

-Me sorprendiste llorando, ¿qué crees? -Preguntó en voz baja y con un tono burlón que hizo que Ella sonriera. Constance se mordió el labio inferior ante la familiaridad de aquella sonrisa-. Está tan lleno de pintura, con tantos matices y a su vez con un vacío tan profundo -dijo en voz baja, recordando las palabras que Eliana le había dicho hace mucho tiempo.

Ella giró la cabeza y la miró a los ojos con una tormenta en los suyos. Constance aguantó la respiración.

-El vacío sigue ahí, Constance, llenándolo todo.

Aquellas palabras llegaron a ella en un susurró y se sintieron como un golpe en la boca del estómago que la dejó sin aliento. Oh no. Estaba llorando otra vez. ¿Desde cuándo se había convertido en este tipo de persona?

Tenía que salir de allí.

Su mirada alarmada se encontró con ojos azules otra vez, su boca se abrió y cerró y cuando las palabras se ahogaron en su garganta, se dio media vuelta y se alejó apresuradamente.

Ella suspiró, siguiéndola con la mirada, y luego miró el cuadro por última vez.

No permitiría que Constance se escondiera de ella otra vez. Diez meses había sido suficiente tiempo.

Constance empujó las grandes puertas de madera y se encontró rodeada de estatuas. Reconoció que había terminado en el patio de esculturas europeas. Su corazón aún latía con fuerza, y caminó hasta apoyarse en la pared enfrente de la estatua de Venus. Ni siquiera le dio tiempo a rumiar sobre sus acciones porque la puerta por donde había entrado se abrió y una figura hizo paso entre las estatuas. A pesar de la tenue iluminación, Constance pudo reconocerla de inmediato.

Ella se detuvo enfrente suyo, bloqueando su visión de Venus.

-No te recuerdo -dijo con un tono fuerte y preciso como si quisiera sacarlo del camino de una vez-. Sé quién eres, fuiste, para mí por palabras de otros. Sé quién eres como cualquier extraño diría que te conoce. Y, aun así, algo me dice -Se golpeó suavemente el pecho con la palma de la mano y la mirada de Constance descendió siguiendo el gesto-. Que Constance Isles no huye de esa forma. ¿Por qué me estás evadiendo? ¿Por qué has hecho esto durante diez meses?

-¿Pretendes conocerme? -Cuestionó, enderezando los hombros, con una mirada fría, aunque repleta de lágrimas que por alguna razón no cesaban.

-Así mucho mejor.

Constance soltó un bufido y cruzó los brazos sobre el pecho, a la defensiva.

-¿Qué quieres de mí, Elia—Ella?

Ella arrugó el ceño y dio un paso atrás.

-¿Alguna vez tuvimos esta conversación?

-¿Qué? No me has respondido.

-Quiero que me ayudes.

Constance descruzó los brazos y pestañeó rápidamente para aclarar su visión.

-¿Con? -Preguntó cuando Ella no hizo más que mirarla con compasión.

Oh, cómo han cambiado las cosas. Pensó Constance.

-A llenar el vacío -dijo Ella y el horror en su voz fue ineludible.

Ella dio un paso adelante, luego otro, y otro hasta quedar cerca de la morena; lo suficiente para ver claramente sus ojos verdes.

-¿Qué te hace pensar que yo te puedo ayudar? -Preguntó en un susurro, manteniendo su mirada como si se tratara de un reto. Maldita sea había extrañado aquellos ojos.

-Fui tu asistente, Constance. Si yo te conocía tan bien como dice mi hermana y Rafael, entonces tú debes conocer también a esa versión de mí que no recuerdo.

Constance sonrió de medio lado.

-¿Crees que me importaban tanto mis asistentes? -La voz de la morena volvió a su habitual tono despectivo.

-Tal vez no, pero ¿te importé yo? -Preguntó en un susurro y con una vulnerabilidad reflejada en aquellos ojos que hizo que Constance se aferrara con las palmas de la mano a la pared en la que se había estado apoyando, manteniéndola de pie. Su mandíbula se tensó y maldijo mentalmente cuando Ella abrió la pequeña cartera que llevaba de una cadena al hombro y le ofreció un pañuelo-. Tómalo, por favor.

Constance aceptó el pañuelo y se secó las lágrimas. Ella se apoyó a su lado en la pared, con la mirada desenfocada en la estatua de Venus.

-Es cierto lo que te dije en la galería, Constance. Me siento como ese cuadro. Cuando era joven no soportaba mirarlo por cómo me hacía sentir, pero ahora es peor, mucho peor. Es como si me perdiera en él y, de cierto modo, me he perdido en mí misma. Tal vez lo que estoy diciendo no tiene ningún sentido. A veces puedo dejar esa sensación a un lado y otros días, como hoy, el vacío es lo único que queda. ¿La verdad? -dijo y giró la cabeza para mirar a la mujer que ya la estaba mirando fijamente. Se encontraban tan cerca que sus hombros casi se rozaban-. He querido recordarte, para bien o para mal. Que me hayas estado evitando durante estos meses no ha ayudado con mi curiosidad. Y he podido enfrentarte, he tenido la oportunidad en varias ocasiones, pero he respetado tu decisión.

-Hasta hoy…

-Hasta hoy. Hoy te vi cuando dejaste a los niños y, para ser honesta, no esperaba verte aquí. No sabía que vendrías. Pensaba enfrentarte mañana cuando recogieras a Maura. Tengo muchas preguntas… Quiero saber las respuestas y a la vez no quiero saber nada y simplemente aceptar mi nueva realidad. Borrón y cuenta nueva. Es una segunda oportunidad, ¿no? Al menos es lo que me dicen todos.

-En eso tenemos algo en común.

-Entonces decidiste no… -Las palabras se ahogaron en su garganta y no pudo continuar.

Constance se giró hacia ella, desconcertada.

-¿Por qué te afecta tanto? No me recuerdas.

-¿Crees que eso lo hace fácil? He perdido tres años de mi vida. He perdido muchas cosas y una de ellas ha sido . Y por alguna razón te has alejado totalmente de mí a pesar de que me visitaste en el hospital cada día desde el accidente… hasta que desperté. Eso no lo hace alguien a quien no le importe.

-Solo era tu jefa.

-¿Por qué tus ojos me cuentan otra historia? No tendré mis recuerdos, pero tu mirada habla por ti.

-Siempre fuiste perspicaz -dijo Constance en voz baja y un tono derrotado-. Para bien o para mal.

-Solo… Te preguntaré algo y te pido que seas honesta, por favor. Te dejaré tranquila y no volveré a molestarte. Respetaré tu decisión de deshacerte de mí.

-No lo digas así... -Se calló cuando Ella alzó una mano, silenciándola de inmediato.

-¿Te importé del todo?

Constance apretujó el pañuelo en un puño y su labio inferior tembló contra su voluntad.

-Ya veo… -susurró Ella unos segundos después, mirando hacia el techo como si estuviera intentando contener las lágrimas-. Buenas noches, Constance.

El cuerpo de Constance vibró de pies a cabeza y se giró para ver la figura de Eliana dirigiéndose hacia la puerta. La imagen de Eliana saliendo de su oficina por última vez apareció en su cabeza como un destello. Aquel día había optado por permanecer en silencio y se había arrepentido. Oh, sí que se había arrepentido.

No podía cometer el mismo error.

-¡Eliana! -El nombre hizo eco y Ella se detuvo en seco, girándose lentamente-. Ella -llamó, corrigiéndose en un tono bajo, dando unos pasos con piernas temblorosas. Alzó el pañuelo y cuando Ella se dio cuenta que solo quería entregárselo, su expresión cambió a una de decepción y luego sorpresa cuando Constance sostuvo su mano entre las suyas al intentar agarrar el pañuelo-. Sí. Me importas mucho. Más de lo que me gustaría admitir, más de lo que podrías imaginar. Por eso me alejé, porque no soy buena para ti, Ella. Debes entender…

Ella inhaló con fuerza, sintiendo que el corazón se le quería salir del pecho. Cuando el agarre de las manos de Constance se suavizó, aprovechó para quitarle el pañuelo y secar las nuevas lágrimas en las mejillas de la mujer.

-Deja que yo decida eso por mí ¿sí?

Elena le había advertido de varias cosas en cuanto se trataba de Constance Isles; algunas se las había dicho ella misma antes del accidente, y otras lo había notado Elena por cuenta propia. Una de esas advertencias era que a Constance no le agradaba el tacto físico, especialmente de extraños.

Ella se dio cuenta que en aquel momento no le importaban aquellas advertencias.

-Me gustaría abrazarte. ¿Puedo?

Los ojos de Constance se abrieron como platos y no dijo nada, solo respondió con un asentir inseguro. Ella suspiró y sonrió nerviosa antes de tomar un paso, cerrando el espacio entre las dos, y rodear los hombros de Constance con sus brazos. Constance permaneció inmóvil durante segundos hasta que alzó brazos temblorosos y rodeó la cintura de la joven, estrechándola con una fuerza que sorprendió a Ella.

Había pasado tanto tiempo desde que una persona la había abrazado. Ni siquiera el mismo Rafael se había atrevido, incluso en el funeral de Arthur. Había creado una reputación fría y distante como jefa, y ese era uno de sus precios a pagar.

-Nunca me habías abrazado -confesó Constance en un susurro, sin dejar de abrazarla. Si pudiera abrazarte cada día por siempre, recodaría este momento, Eliana, pensó, cerrando los ojos con fuerza.

-No puedo creer que no lo haya hecho antes -dijo Ella con un tono risueño, cerrando los ojos al respirar la fragancia tan peculiar de la morena.

Constance rio por primera vez como no lo había hecho en meses.