Ella chequeó la hora por tercera vez. Ya se había terminado un café mientras esperaba, y estaba contemplando tomarse otro. Constance nunca llegaba tarde a ningún lugar; de hecho, siempre llegaba quince minutos antes. Y ya habían pasado diez minutos de la hora acordada. La mujer tampoco estaba contestando a sus llamadas.
Se mordió el pulgar, pensando en qué podría hacer. Después de un minuto, se puso de pie y dejó una propina sobre la mesa antes de salir del restaurante. Hacía dos semanas que no veía a la mujer. Irónicamente, había sido ella la que había tenido que viajar primero a Francia y luego hacer una breve parada en Italia antes de volver a Nueva York.
—¡Aldo! —Exclamó al escuchar el saludo del hombre al otro lado de la línea—. Me preguntaba si estabas con Constance… De vacaciones? Perdón por interrumpir, no, no. Ah. Sí, claro. ¡Disfruten!
Después de terminar la llamada, lo primero que hizo fue detener el primer taxi que se cruzó en su camino.
Intentó llamar de nuevo.
—¿Hmmm? ¿Quién es?
Ella abrió la boca cómicamente. ¿Desde cuándo Constance respondía de ese modo?
—Constance, soy Ella. ¿Estás en casa?
—Dónde mas —respondió con voz ronca, gruñendo antes de toser.
—¿Puedes abrirme la puerta?
—¿Eh? ¿No estabas en Francia? —Preguntó desorientada y con un quejido como si estuviera incorporándose o intentándolo.
—No te levantes. —Terminó la llamada sin pensarlo y buscó su llavero en el bolso. Constance nunca le había pedido la llave de regreso y, en momentos como estos, estaba agradecida por ello.
Ella cerró la puerta y dejó su bolso en la entrada, mirando alrededor buscando alguna señal de Maura. El silencio era inquietante y la casa estaba a oscuras. Subió las escaleras en dirección de la habitación de la mujer y tocó la puerta ya entreabierta antes de entrar.
—¿Constance? —Llamó, ojeando el bulto sobre la cama—. ¿Puedo encender la lámpara?
La respuesta de la morena fue un gruñido, escondiendo el rostro bajo la sábana. Ella encendió la lámpara, notando varias cajas de medicina, pañuelos de papel por todos lados y caramelos de miel y menta.
—Estás enferma —dedujo en voz alta y sonrió al escuchar otro gruñido.
—Vaya descubrimiento, Sherlock.
La sonrisa de Ella se ensanchó ante el comentario y su expresión cambió de inmediato cuando Constance bajó un poco la sábana y pudo ver su rostro.
—Constance… ¿desde cuándo estás así? —Preguntó al notar el sudor y el rostro enrojecido—. ¿Tienes algún termómetro por aquí? —Se inclinó y tocó la frente de la mujer—. Estás ardiendo.
—Debe estar por ahí o en el baño…
—Por ahí… —repitió Ella en un susurro, buscando entre las cajas sobre la mesita de noche—. ¿Dónde está Maura? —Preguntó con un tono más alto, dirigiéndose al baño para buscar el termómetro, dejando la puerta abierta para poder escucharla.
—Con su abuela paterna… Solo era un resfriado y Aldo y Talia están de vacaciones. No quería que se enfermara.
—¿Y pensaste que era adecuado estar sola en esta condición? Ni siquiera intentes darme esa mirada. No funcionará en tu condición y con esa cara.
—Deberías irte antes de enfermarte… los niños... —Se cubrió la boca al toser y cuando se detuvo, Ella le entregó el termómetro para que se lo pusiera ella misma.
—Los mellizos están con su padre por dos semanas ¿recuerdas?
Constance se incorporó un poco, apoyándose en el respaldo de la cama, mirándola detenidamente como si apenas se estuviera dando cuenta de que estaba allí.
—¿Desde cuándo llegaste?
Ella se sentó al borde de la cama y ladeó la cabeza, pensativa. "Tiene que sentirse muy mal para preguntarme eso".
—Llegué ayer. ¿Recuerdas que teníamos una cena hoy? Me dejaste plantada, Constance —fingió un tono dolido.
—¿Qué? ¡No! ¿Qué hora es?
El termómetro sonó y Ella extendió una mano, esperando a que se lo entregara. Constance la observó en silencio mientras intentaba respirar profundamente; sentía que le faltaba un poco el aire.
—No me iré. Tienes la fiebre muy alta y son casi las siete. Ya que Talia está de vacaciones, imagino que no has comido nada.
—Soy capaz de prepararme mi propia comida.
Ella se hubiera reído ante la expresión indignada que le recordó tanto a los pucheros que Maura hacía a veces, pero estaba realmente preocupada por la fiebre.
—Sé de lo que eres capaz, Cons —susurró, apartando de la frente de Constance un mechón de pelo húmedo—. Permíteme ayudarte, ¿sí? No tengo nada que hacer y estaré sola si regreso a mi departamento —añadió.
—Pero puedes enfermarte…
—Bueno… —Se puso de pie y le brindó una mano para ayudarla a sentarse al borde de la cama—. Si eso llegara a pasar, me gustaría pensar que puedo contar contigo para que me cuides. —Le hizo un guiño.
—¿Qué haces? —Preguntó cuando Ella caminó hacia el baño y volvió con una toalla de mano húmeda y comenzó a limpiar su rostro. Constance se estremeció con el primer contacto frío.
—¿Qué parece, Sherlock? —Se rio ante la mirada asesina que Constance le lanzó—. ¿Tienes ropa más fresca? Necesitarás cambiarte y creo que sería buena idea cambiar el cubrecama también. —Las dos miraron hacia el lado, notando que la sábana estaba mojada por el sudor—. ¿Prefieres darte un baño? —Preguntó, apartando hacia atrás el cabello oscuro, pasando lentamente la toalla por el cuello.
—No creo que tenga fuerzas… esto está bien —admitió.
Ella siguió las indicaciones de Constance para encontrar un cambio de ropa y la ayudó a llegar al cuarto de baño. Mientras Constance se cambiaba, ella se ocupó de cambiar el cubrecama y las sábanas. La morena no hizo ninguna otra objeción y se mantuvo en silencio mientras subía a la cama y se acurrucaba, temblando por los escalofríos.
Ella volvió unos minutos después con un vaso de agua y ayudó a Constance a sentarse para que pudiera beber.
—Necesitas mantenerte hidratada. —Volvió a apartar el mechón rebelde del rostro de Constance y esta cerró los ojos, tragando un sorbo de agua.
—No quería dejarte 'plantada'… olvidé la cena —admitió cabizbaja.
—En tu condición me sorprende que siquiera sepas qué día es.
Constance apartó la mirada, apenada.
—Estás perdonada, pero que sepas que eres la primera persona que me deja plantada, eh —bromeó y tragó en seco cuando Constance alzó la mirada y se encontró con sus ojos verdes ribeteados de rojo—. Descansa. —Le quitó el vaso de agua, dejándolo sobre la mesita de noche antes de ayudarla a recostarse otra vez—. Veré qué dejó Talia y te haré algo caliente para que puedas comer.
—No tengo hambre.
—Tienes que comer y podrás tomarte una pastilla para ayudar con la fiebre.
—Ella.
Ella se detuvo, sosteniendo el pomo de la puerta al escuchar su nombre en un susurro.
—¿Hmm?
—Gracias.
Ella asintió, consciente de que Constance no la estaba mirando, y también sabía que la mujer se quedaría dormida antes de que ella llegara a la cocina.
Cuando volvió a abrir los ojos, la habitación estaba en una oscuridad total, y por un instante no tuvo idea de dónde estaba ni qué día era. Luego los recuerdos regresaron: estaba enferma, se sentía enferma. Recordaba haber comido algo, sopa de arroz con pollo, y recordaba a Ella... ¡Ella!
Se incorporó un poco, apoyándose sobre los codos, quejándose mentalmente de lo débil y adolorido que sentía todo el cuerpo. Lo bueno era que parecía que ya no estaba sudando, aunque aún tenía mucho calor. Cuando giró hacia la mesita de noche en busca de algo para beber, se paralizó al ver a Ella sentada en una silla al lado de la cama, dormida.
Constance hizo un esfuerzo y logró sentarse al borde de la cama. Ella se había sentado tan cerca que sus rodillas casi se tocaban. Agarró el vaso de agua y bebió varios sorbos sin dejar de mirarla dormir. A veces no comprendía por qué Ella era tan... Ella. En ocasiones se preguntaba cómo serían las cosas si hubiera sido ella la que hubiera perdido la memoria. ¿Acaso Ella la trataría diferente? Como hizo ella durante meses.
En realidad, no había pensado mucho sobre el tema, no hasta que Rafael hizo uno de sus comentarios alusivos. Fue algo tonto, en realidad, pero la insinuación fue clara: permitía que Ella la tocara y mucho, al parecer. Y si algo sabían Rafael, Sarah y todos los que la conocían en Ciao, era que nadie la tocaba o, más bien, nadie se atrevía a hacerlo.
Ella, antes y ahora, seguía siendo la misma Ella. Al principio le costó no ser la "La Reina de Hielo" con ella, pero en realidad no tenía razón para serlo. Ella la trataba como si fuera una persona común y eso, en el fondo, le agradaba; podía ser ella misma sin vivir bajo la sombra que había creado como jefa. Ella podía ver más allá de la imagen que había construido en Ciao, y después de volver a conectarse con Ella, seguía siendo igual. No, incluso mejor... A Ella parecía gustarle la amistad que habían formado. Se ríe de sus bromas pesadas, de su sarcasmo cortante e incluso lo poco que había visto de la jefa que había olvidado. Pocas personas la conocían realmente y era consciente de que, probablemente, Ella podría ser la única persona que de verdad la entendía.
¿Por qué le importaba tanto que permitía que Ella la tocara? Rafael pareció estar muy interesado en ese detalle insignificante, y ni hablar de Sarah.
"Me gusta que lo haga."
Casi escupió el agua ante el pensamiento intrusivo que surgió de la nada.
"Oh." Dejó el vaso de agua sobre la mesita y alzó la mirada, recorriendo el rostro de Ella, sus labios, su cuello, hasta su pecho que subía y bajaba lentamente—. Oh —repitió en un susurro, mirándose las manos.
Rafael tenía razón: siempre se tocaban, de alguna u otra manera. Y ahora que lo pensaba, la expresión asombrada que había notado en ocaciones en Sarah no era porque Ella la estaba tocando, sino porque ella lo hacía. Una mano en el brazo, en la espalda baja, un roce de dedos al entregarle algo.
—Puedo escucharte pensar.
Constance dio un brinco en la cama, casi resbalándose del borde.
—¡Por Dios! ¡Deja de hacer eso! —exclamó con una mano sobre el pecho.
Ella abrió los ojos y la miró con una sonrisa pícara.
—No es mi culpa que seas tan asustadiza. Parece que te sientes mejor. —Antes de darle oportunidad de reaccionar, ya estaba moviéndose para acercarse y colocar la mano sobre la frente de Constance.
"Te gusta." La voz en su cabeza volvió y Constance cerró los ojos con fuerza. Maldito sea, Rafael.
—Estás un poco caliente aún. —Le entregó el termómetro y Constance resopló, colocándoselo sin protestar—. Así me gusta.
—Estás muy mandona hoy.
Atrevida es lo que quería decir.
—¿Sí? —Sonrió como si hubiera tomado eso como un gran halago.
Constance suspiró, aunque la comisura de sus labios se había arqueado ligeramente en una sonrisa.
—¿Por qué estás durmiendo en esa silla? Puedes quedarte en la habitación de invitados.
Ella aceptó el termómetro de vuelta y su sonrisa se ensanchó. Susurró algo que sonó a "un poco más baja", miró la hora en su reloj, ignorando la pregunta de Constance, y buscó dos pastillas más, acercándoselas con lo que quedaba de agua.
—Tómalas.
—Mandona —musitó entre dientes, pero hizo lo que se le ordenó. Eso era otra cosa de la que se había dado cuenta recientemente: no le gustaba que le dieran órdenes, pero cuando se trataba de Ella... bueno... mírate. No eres Constance Isles — Reina de Hielo para ella... Eliana solo te ve como... Cons. Aquel pensamiento la estremeció por completo.
—¿Aún tienes escalofríos? —Preguntó Ella, colocando una mano sobre la piel de su muslo. Constance miró la mano como si la estuviera quemando y luego alzó la cabeza, encontrándose con la expresión preocupada de la mujer.
—No, me siento mucho mejor. No me respondiste.
—Quería estar cerca por si necesitabas algo. —Retiró la mano para recostarse en la silla y Constance volvió a mirar su muslo, dándose cuenta de que añoraba el contacto, la mano caliente de Ella.
—Puedes quedarte aquí —dijo sin ninguna otra indicación y Ella ladeó la cabeza—. En la cama, puedes dormir aquí... es lo suficientemente grande para las dos.
—Amm…
—O puedes irte a la habitación de invitados. —Se apresuró a decir con una pizca de frustración en su voz—. Ya estuve sola por dos días, no— Cerró la boca al darse cuenta de que su tono había cambiado por completo y Ella parecía haberse dado cuenta. Ella siempre se daba cuenta. A veces era frustrante lo fácil que se le daba percatarse del mínimo cambio de expresión o tono.
—Me parece que aquí estará bien. Como dijiste, la cama es grande y te prometo que no te quitaré las sábanas.
—Hmmm. ¿Qué hora es?
—Quince para las dos.
—No subirás en mi cama con esa ropa de la calle. Te buscaré algo.
Ella se rio ante su comentario y Constance le hizo un gesto con la mano cuando intentó ayudarla, asegurándole que podía hacerlo sola, o eso creía. Ella la esperó pacientemente. La puerta del baño se abrió unos cinco minutos después y luego la siguió con la mirada hasta que desapareció en su armario y salió con un juego de pijamas casi idéntico al de ella.
—Puedes camb—
—¿Hmm? —Ella ya se estaba quitando la blusa, despeinándose al terminar de deslizarla por la cabeza—. Oh… no es nada —dijo rápidamente al notar que la mirada de Constance estaba fija en la cicatriz en su costado.
—Esto… —susurró Constance al acercarse inconscientemente y deteniéndose de inmediato al notar que Ella retrocedió—. Perdón, no quise—
—Está bien, es... es parte de mí.
—¿El accidente?
Ella asintió y volvió a acercarse, mirándola a los ojos, comunicándole con la mirada lo que no se atrevía a expresar con palabras. Constance entendió y alzó una mano vacilante, rozando la cicatriz. Ambas parecían estar aguantando la respiración. Ella no dejó de mirarla ni por un segundo.
—Un cambio de tantos.
—Esto no es tu pelo, Ella —susurró Constance, fascinada con cómo la piel y los músculos abdominales de Ella reaccionaban ante el roce de sus dedos. Casi mueres.
—Lo recuerdas…
—Recuerdo todo lo que me has dicho —confesó sin pensar y dio media vuelta, regresando a la cama.
A Ella le tomó varios segundos recomponerse y sentir que podía volver a respirar. En unos minutos estaba en la cama, bajo la sábana y con una distancia apropiada entre las dos. Constance estaba girada, dándole la espalda.
—Me despiertas si necesitas algo —dijo unos segundos después sin obtener una respuesta. Por suerte, estaba segura de que se despertaría con el mínimo ruido, como siempre. Cerró los ojos y no estuvo segura de cuánto tiempo había pasado; unos segundos, minutos tal vez, pero abrió los ojos de repente cuando escuchó la voz ronca de Constance.
—Buenas noches, Ella.
Ella giró la cabeza antes de girar su cuerpo hacia la mujer a su lado, cerrando los ojos con una sonrisa en sus labios.
