—Ya casi llegamos.
Constance abrió los ojos y sintió que su corazón se aceleró repentinamente. Aldo la había recibido en el aeropuerto y luego condujo hasta la casa de la abuela paterna de Maura para que se quedara el fin de semana con ella. Era lo justo, después de todo, no la había visto en un año y no pasaría Navidad ni el fin de año con ella.
—Es bueno tenerte de vuelta, Constance. —Se atrevió a comentar el chofer, que hasta el momento solo había charlado con Maura y escuchado las historias de la niña.
Sus miradas se encontraron en el retrovisor y los hombros de Aldo se relajaron visiblemente al notar la leve sonrisa en los labios de su jefa.
—Se siente bien estar de regreso.
El auto se detuvo y el hombre la ayudó a bajar y le entregó la maleta de mano.
—¿Necesita algo más?
—Puedes ir a casa, Aldo. Gracias por todo.
El hombre pareció sorprendido por un instante, pero asintió y subió en el auto.
Los nervios de Constance la mantuvieron paralizada en el lugar por varios segundos antes de poder mover una pierna seguida por la otra hasta llegar a la puerta principal. Buscó en su bolso el llavero con el tiburón, arrugando el ceño al no encontrarlo. ¿Acaso Maura había agarrado las llaves o ella las había guardado en la maleta?
Constance tocó el timbre, sorprendiéndose de que sonara. Por fin, alguien se dignó a arreglarlo.
—No pensé que regresaras tan— ¿Constance? ¡Oh, Dios mío! ¡Constance!
A Constance apenas le dio tiempo a reaccionar antes de sentir brazos alrededor de sus hombros, siendo brevemente abrazada.
—Elena —saludó con una sonrisa.
—¡Estás aquí! No lo puedo creer. Pasa, pasa. No sabía que vendrías.
—Estaba supuesto a ser una sorpresa —dijo y miró hacia las escaleras y la cocina, como si estuviera buscando a alguien—. Estás reluciente. ¿Cuánto tiempo? —Preguntó mirando el vientre de la mujer.
—Unas 22 semanas, pero quién está contando, pff.
Elena sonrió para sus adentros cuando la mujer volvió a mirar hacia la cocina, mordiéndose el labio inferior.
—¿Y Maura?
—Con la abuela hasta el día antes de Navidad. ¿Y los niños?
—Con su padre hasta el día antes de Navidad también. Parece que ustedes dos piensan igual, eh. —Se aclaró la garganta cuando Constance le lanzó una mirada inquisidora—. Tengo entendido que el trato que Ella hizo con Oliver es que los niños pasarían la mayor parte de las vacaciones con él, con la condición de que se quedarían con ella por Navidad y Nochevieja. Ella no está aquí.
—Oh... —Ahí va mi sorpresa, pensó—. Nunca se me ha dado muy bien las sorpresas —confesó mientras se servía un vaso de agua. Las cosas estaban igual en casa; todo en el mismo lugar como si el tiempo no hubiera pasado. Las tazas estaban en la misma esquina, la cafetera era la misma e incluso la cantidad y el orden de las frutas en la canasta en el centro de la isla de la cocina era idéntico a como recordaba. Obra de Talia, sin dudas.
—¿Esperabas a alguien más?
—Oh, no, pensé que eras Ella. Me dijo que podría regresar hoy o mañana.
—Ah.
Elena mantuvo la mirada sobre la mujer con el maquillaje inmaculado que no hacía mucho por ocultar el cansancio y la decepción que parecía estar sintiendo en ese instante. Elena le dio un minuto, esperando a ver si Constance preguntaba por el paradero de su hermana.
Dios... por qué me sorprende los años que les tomó...
—Está en la casa de la playa. Terminaron las remodelaciones y fue a chequear.
—¿Tan rápido? Me había mostrado los planos —explicó y Elena asintió.
En serio,pensó la mujer mientras se acariciaba inconscientemente la panza.
—Puedes ir a verla allá. Conoces el camino, ¿no? Te puedo dar la dirección.
—¿Elena?
La mujer alzó la cabeza al escuchar la confusión y ¿miedo? pronunciadas en las tres sílabas de su nombre. Ahora estaba segura de que Ella no le había comentado a Constance sobre la charla que tuvieron. ¿Acaso Constance pretendía mantener a su hermana como un secreto?
—Digo, es una forma de hacer que se te de bien la sorpresa —dijo e hizo una mueca interna al escucharse a sí misma. Y cuando Constance la miró con el ceño fruncido, deseó que la tierra se la tragara viva—. Estoy segura de que estará feliz de verte —añadió con una leve sonrisa.
Constance vaciló por varios segundos y se ajustó la gabardina que no se había quitado en la entrada, como acostumbraba hacer.
Por su parte, Constance no pudo hacer más que observar cómo la hermana de la mujer de la cual no ha podido dejar de pensar en semanas se puso de pie, abrió unas de las gavetas de la cocina y al girarse extendió la mano con una hoja.
—Le encanta las sorpresas. —Hizo un guiño cuando Constance aceptó el papel con la dirección.
Realmente no se le daban bien las sorpresas.
Constance apoyó la frente en el volante, dejando escapar un largo suspiro. La casa de la playa se encontraba a oscuras con excepción de la luz de la puerta principal, y estaba claro que Ella no estaba en casa.
Tal vez salió a cenar... pensó. Apenas eran las seis de la tarde y estaba completamente a oscuras. Si volvía a la ciudad llegaría a la hora perfecta para cenar tarde, acostarse y descansar. Eso debió hacer desde un principio.
Con un suspiro de resignación, giró la llave y el auto rugió.
—¡AAAAAH! —gritó cuando alguien tocó la ventanilla a su lado.
Casi me mata del susto,pensó con la mano sobre el corazón, intentando recuperar el aliento al girar la cabeza y notar que Ella la miraba con confusión y una sonrisa en los labios.
—No quería asustarte —dijo Ella en voz baja cuando Constance apagó el auto y bajó. Ella no podía dejar de mirarla como si estuviera viendo una alucinación—. Q—qué haces aquí. Estás aquí ¿cierto? —preguntó casi en un susurro.
La comisura de los labios de Constance se arquearon levemente antes de sonreír nerviosamente.
—Sí... quería sorprenderte.
—Considérame sorprendida.
Constance ladeó levemente la cabeza al ver la sonrisa que tanto adoraba. Ella parecía estar vibrando en el lugar y no dejaba de mirarla a los ojos y labios. Constance tragó en seco y miró por encima del hombro de la mujer; la casa de los vecinos más cercanos se encontraba a una distancia considerable. Un abrazo no estaría mal... no podía esperar tampoco.
Constance besó la comisura de sus labios y la abrazó con fuerza, cerrando los ojos, con una sonrisa en los labios al escuchar la sorpresa de Ella, y luego el suspiro feliz antes de rodearla por la cintura.
—Siempre se te da fatal las sorpresas —susurró Ella sin intención de dejarla ir, aún no.
—Y dímelo.
—Gracias por seguir intentándolo. Aún no me creo que estés aquí... —dijo al separarse un poco, mirándola de arriba abajo—. Esta ha sido la mejor sorpresa de todas.
—¿Me invitas adentro? y... ¿tal vez pueda mejorar un poco más la sorpresa? —murmuró y se relamió el labio inferior inconscientemente. Ella quedó boquiabierta y, a pesar de la poca iluminación, el sonrojo en sus mejillas fue lo que le dio a Constance el pequeño empujón que necesitaba para tomar su mano y dirigirse hacia la puerta.
El rastro de ropa comenzó con el abrigo de invierno en la entrada y terminaba al lado del sofá, donde habían quedado descartados el pantalón y el sostén de Ella. Una risa ronca resonó en las entrepiernas de Ella, y esta abrió los ojos con la mirada fija en el techo antes de mirar hacia abajo.
No se había molestado en prender la luz, no que la mujer que la atacó a besos nada más cerrar la puerta le diera chance a hacerlo. La única fuente de luz provenía de la cocina, y era suficiente para poder apreciar perfectamente a Constance.
La respiración se le entrecortó ante la imagen que vio: Constance se encontraba de rodillas entre sus piernas, su mano izquierda aún sostenía el muslo derecho de Ella, y había apoyado la mejilla en el otro muslo, con los ojos cerrados y una sonrisa en los labios.
—¿De qué te ríes? —preguntó Ella con un tono divertido y la respiración entrecortada. Constance abrió los ojos y se relamió los labios a la vez que apretó el músculo de la pierna de Ella—. Ven aquí —pidió, colocando una mano sobre la de Constance.
La morena se movió en fracción de segundo y Ella gimió al probarse a sí misma en los labios de la mujer que se sentó a horcajadas sobre ella.
—Pensaba que, tal vez, después de todo —pausó para besar la mandíbula de Ella—, no se me da tan mal esto de las sorpresas.
—Mmm.
Ella apenas podía concentrarse por culpa del sostén azul marino que tenía a su vista. Al cerrar la puerta solo le había dado tiempo a desabrochar la camisa antes de que Constance apartara sus manos para poder seguir besando su cuerpo sin interrupción. Si se hubiera percatado de que el cierre del sostén estaba adelante, hubiera hecho esto desde un principio.
Constance ahogó un gemido al sentir sus pechos expuestos al aire libre, y apenas le dio tiempo a procesar lo que había ocurrido. Solo supo que sintió frío y luego calor. No fue hasta que miró hacia abajo que su mente se puso al corriente con lo que estaba pasando al ver la boca de Ella cubrir todo su pezón izquierdo.
—Ella... —Se estremeció al sentir dientes, seguido del alivio de una lengua húmeda y caliente. La camisa fue deslizada por sus brazos, seguido por los tirantes del sostén que terminó junto al resto de la ropa en el suelo.
—Te he extrañado tanto... —Constance abrió los ojos al escucharla, sintiendo cómo las manos de Ella se desplazaban a lo largo de su espalda, estrechándola a su cuerpo mientras sus labios ascendían dejando besos sobre toda la piel de su clavícula, hombro y cuello— ... tu piel, tu aroma. —Respiró profundamente y Constance se aferró a ella, rodeando sus hombros.
Constance se estremeció de pies a cabeza y tragó saliva, intentando sin éxito descifrar los sentimientos que estaba experimentando. En ese momento, con los labios de Ella posados sobre la piel entre su cuello y hombro, las manos que habían pausado sus caricias y se habían detenido momentáneamente, una sobre su espalda baja y la otra en su omóplato, simplemente estaba siendo abrazada. Y nunca había sentido algo tan íntimo y puro como ese abrazo.
Constance se alejó un centímetro solo para tomar entre sus manos el rostro enrojecido de Ella y besarla, plasmando todas sus emociones en ese beso. Ella sonrió en el beso y los labios de Constance reflejaron la sonrisa antes de que Ella acallara el gemido que provocó el sentir de una mano en su entrepierna.
—Joder... —susurró sobre los labios entreabiertos de Constance, cuando su dedo índice se deslizó por los pliegues de la mujer sobre ella— ... estás tan mojada.
—Ella, no provoques —pidió, sintiendo que no duraría ni un minuto. La necesitaba ya—. Explotaré si no me tocas. Ahora.
—Abre los ojos —pidió cuando Constance automáticamente los cerró cuando dos dedos la penetraron.
Ojos verdes se abrieron para encontrarse con azules oscurecidos, observándola con devoción. Todo su cuerpo se estremeció, y Ella sonrió levemente al sentir las reacción de Constance alrededor de sus dedos.
Los dedos de Ella, y cómo sus propias caderas tomaron vida propia, la llevarían a la locura en nada, pero era la mirada azul que hacía que su corazón latiera con más fuerza. Esa mirada era demasiado; decía y confirmaba todo lo que Constance alguna vez había podido dudar.
—Ahí, no... no pares —pidió entre gemidos, intentando mantener los ojos abiertos.
—No pensaba hacerlo —dijo Ella, quien parecía tener la respiración igual de entrecortada que Constance.
Constance ahogó un grito cuando los labios de Ella volvieron a sus pechos.
¿Qué me estás haciendo? pensó, cerrando los ojos. Su mente estaba siendo sobrecargada: sentía las uñas en su espalda que la mantenían aferrada a Ella, la boca caliente y húmeda devorando sus pechos, sus caderas que ahora marcaban el ritmo. No fue hasta que sintió el pulgar rozar su clitoris que su mente no pudo más y quedó en blanco.
Ella se rio entre sus pechos y Constance —solo por un instante de claridad mental— se cuestionó si le había preguntado aquello en voz alta.
—Esto no era lo que tenía planeado, pero resultó mucho mejor —confesó Constance unos minutos después, demasiado cómoda como para moverse.
Ella se había recostado en el sofá y la había llevado consigo, abrazándola a su cuerpo.
—¿No?
—No, pero luego me sonreíste con esa sonrisa tuya y no pude resistirme.
—¿Constance Isles no puede resistirse a algo? —Una carcajada escapó de sus labios al sentir un golpecito sobre su hombro. Ella respiró profundamente y los dedos de su mano derecha se hundieron en el cabello de la cabeza que descansaba sobre su hombro. La respiración de Constance sobre la piel de su cuello era una distracción bienvenida.
—Desde el primer día... —Constance se detuvo al sentir el cuerpo debajo de ella tensarse y la pausa de los dedos que habían estado masajeando suavemente su cuero cabelludo. No hablaba mucho de antes. Solo lo hacía cuando Ella preguntaba por algo en específico.
—¿Ajá? —Alentó y las caricias retornaron.
—Tu sonrisa fue lo primero que me llamó la atención. En el instante que la vi, supe que no tenías idea de con quién hablabas. La sonrisa tiene un poder inmensurable, Ella, y la tuya puede iluminar toda una habitación. Y, aunque pensaba que en ocasiones sonreías demasiado hasta llegar a ser desagradable, me di cuenta de que, después de un tiempo, te miraba buscando ver esa sonrisa para levantarme los ánimos. De cierto modo, me dabas energías, a veces.
—¿Y ahora? —Preguntó Ella, vacilante.
Constance se incorporó un poco al escuchar el tono inseguro, apoyándose en un codo para poder mirarla a los ojos antes de acercarse y besarla en los labios.
—Terminé de rodillas ante ti y entre tus piernas, ¿qué te dice eso?
Ella sonrió de oreja a oreja y se tragó las palabras que estuvo a punto de decir al ver el brillo en los ojos verdes, el cabello despeinado y la sonrisa juguetona de Constance. No... es demasiado pronto, se reprendió a sí misma.
—Constance... —susurró y acarició la mejilla con la parte trasera de sus dedos antes de deslizar el pulgar por el labio inferior— Jod... —murmuró entre dientes y tragó en seco cuando Constance abrió la boca y cubrió todo su dedo, moviendo la lengua alrededor antes de soltarlo con un sonido, y cubrir sus labios con los suyos.
Ella gimió en el beso cuando sus lenguas se encontraron. Nunca se cansaría de esa sensación, de cómo los besos de Constance la derretían completamente.
—Hmmh —volvió a gemir en el beso al sentir un muslo entre sus piernas.
Constance se separó apenas unos milímetros de sus labios y pareció haber esperado a que Ella abriera los ojos porque cuando lo hizo preguntó:
—¿Estás muy sensible?
El deseo palpable en sus palabras y la insinuación de la pregunta hizo que Ella quedara muda. Se limitó a negar con la cabeza, sintiendo un nuevo flujo de humedad entre sus piernas. Deberían ir a la cama, pero algo en la mirada de Constance le decía que no llegarían ni a la escalera.
—Te haré mía —susurró Constance mientras besaba a lo largo del cuello, la piel del hombro, descendiendo hasta los pechos.
Los dedos de Ella se hundieron en el cabello oscuro y sedoso, sosteniendo la cabeza de Constance en el lugar mientras esta alternaba entre besar y succionar su pecho.
Ya soy tuya, fue el último pensamiento coherente de Ella.
