Este año, la celebración de Nochevieja tuvo lugar en la casa de Sarah y Alba. Cada año se alternaba la casa, aunque los amigos y la familia seguían siendo los mismos, no, parecía crecer con cada año que pasaba. El año que viene, Elena tendría su hijo o hija (nadie sabía el sexo, aunque Ella aseguraba que sería un niño), y tal vez la familia de Sarah se expandiría también, ya que estaban considerando adoptar, aunque de momento se habían comprometido a empezar con un perro. El perro estaba siendo perseguido en ese momento de una habitación a otra por los niños.

—Tírale la pelota.

Constance giró la cabeza, mirando a Noah, quien le señalaba a su hermana una pelota verde al costado de la cocina.

—¡Nada de tirar pelotas en la cocina! —advirtió Sarah.

—Vayan al patio y no olviden sus abrigos —añadió Ella.

—¡Ok, Ma! —Exclamó Izzy, que no se había quitado el abrigo desde que llegaron, y corrió a agarrar la pelota antes de dirigirse a la puerta de cristal que daba al patio.

Constance tomó un sorbo de vino y sonrió observando a los niños. La sorpresa de ver a los mellizos tan grandes no se le había pasado, aunque habían pasado unas semanas desde que llegó a Nueva York. Sentía que habían crecido varios centímetros desde la última vez que los vio. Ahora Maura era la más pequeña de todos, aunque Noah era más alto apenas por un centímetro.

"Es del lado de su padre", había dicho Ella cuando Constance recibió a los mellizos con un abrazo cuando llegaron a casa, comentando lo alto que estaban.

"Ya veo" fue la respuesta de Constance, incorporándose al notar la presencia de un hombre en la puerta, mirándola detenidamente, aún con dos niños emocionados entre sus brazos. Fue la primera vez que vio a Oliver, al menos en persona. Los dos sabían perfectamente quiénes eran el uno para el otro. La introducción fue formal y respetuosa. Oliver fue carismático y el trato amigable que tuvo con Ella no la sorprendió en lo absoluto.

"Siento no haber podido acompañarlos para las fiestas. Creo que hubiera sido interesante"Oliver miró a Constance de reojo— "Si es que Elena pretendía sorprenderme de la misma forma que la última vez, claro."—Terminó con una carcajada y Ella se le unió.

Constance los había observado con curiosidad; pensaba saber a qué se referían y, si era eso, se le hacía curioso que pudieran bromear con algo que en aquel momento fue serio y doloroso. Suponía que, de cierta forma, era como el humor negro que Ella solía usar en ocasiones para referirse al accidente y su pérdida de memoria.

Ella lo había despedido con un abrazo antes de llamar a los niños para que se despidieran de su padre.

—Constance.

Se había sorprendido al escuchar al hombre llamarla, extendiéndole una mano. La expresión de Constance se mantuvo neutral mientras se acercaba y aceptó el saludo. Su expresión no cambió al ser sorprendida cuando Oliver tiró suavemente para abrazarla. Estaba atónita, pero luego se dio cuenta de que Oliver solo lo había hecho para desearle un Feliz Año Nuevo y al final añadió "Gracias por cuidar de los niños... y Ella" en un susurro.

Cuando se separó de ella, Oliver tenía plasmada una sonrisa feliz en la cara. La misma sonrisa de Izzy.

Constance no se movió, observando cómo Ella lo acompañó al portal y agitaba una mano en dirección al auto que esperaba en la calle. Una mujer rubia bajó la ventanilla del auto y agitó una mano también, gritándole un "Feliz Año Nuevo". Laura, supuso Constance, la esposa de Oliver.

Ella no preguntó qué le había dicho Oliver, tampoco le preguntó si estaba bien o por qué su rostro había palidecido de aquella forma.

—¿Necesitas más vino? —preguntó Sarah al percatarse de su presencia.

Constance miró la copa en su propia mano, y luego la mano de Sarah con el cuchillo que seguía moviéndose pelando una papa.

—Te cortarás.

—¿Hmm? Ah, no te preocupes, podría hacer esto mientras duermo. —Sarah se percató de la pregunta silenciosa; Constance solo tuvo que alzar una de sus cejas—. Antes de trabajar para ti estuve haciendo muchos trabajos para poder pagar la renta. Uno de ellos fue cuatro meses en un restaurante chino. Me tuvieron cortando cebollas y pelando papas por dos meses sin parar. Doce horas, cinco días a la semana. —Sarah meneó la cabeza de un lado a otro, con una sonrisa en el rostro como si lo que acababa de decir hubiera sido una buena experiencia.

—Y aún puedes pelar papas. —Se ahorró el comentario sobre cómo era posible que ella hubiera causado más daño emocional en la mujer que el cortar cebollas por cuatro meses. Había escuchado los rumores en Ciao y era consciente de las expectativas que tenía de sus asistentes. Y, a pesar de eso, si pudiera volver el tiempo atrás, no cambiaría nada. De una forma u otra, el tiempo de Sarah como su asistente en Ciao y las dificultades que pasó la llevaron a dónde estaba ahora.

—Aprendí mucho en Red Dragon. No cambiaría nada y mira —le mostró sus manos con la papa pelada y el pequeño cuchillo— puedo hacer esto sin siquiera mirar. Alba dice que es una habilidad, aunque no puede mirarme hacerlo sin tener un ataque de ansiedad.

—La entiendo.

Sarah la miró por un segundo sin decir nada y luego soltó una carcajada. Constance ladeó la cabeza, observándola.

—¿Qué necesitas, Constance? —preguntó mientras lavaba la papa y se secaba las manos.

—Quería saber si podía ayudar en algo.

Sarah la miró boquiabierta. A Constance le recordó las veces que le pedía algo —casi— imposible cuando era su asistente, y esa era la reacción de la mujer antes de ponerse seria.

—Amm… ¿cortar los vegetales para la ensalada?

—¿Me estás preguntando?

Sarah hizo una mueca, una que Constance conocía demasiado bien.

—No es una prueba, Sarah. Estoy en tu cocina, en la casa que compartes con tu mujer. Estoy aquí porque soy tu amiga, no tu jefa —le recordó. Lo ha tenido que hacer varias ocasiones en el pasado.

Sarah sonrió levemente y asintió.

—Lo sé… es que… eres como la papa —dijo y se encogió de hombros.

—Haré como que no acabas de compararme con un vegetal.

Sarah estuvo a punto de aclararse, pero cerró la boca al percibir la leve sonrisa en los labios de la mujer.

Entre las dos dejaron la ensalada preparada y otra bandeja de charcutería que desapareció cuando Sarah colocó el último trozo de jamón. Rafael se llevó la bandeja al instante, y las dos se miraron divertidas cuando el hombre solo exclamó un "¡Gracias!" y con la mano libre agarró otra botella de vino.

—Creo que será mejor empezar a preparar otra —comentó Sarah al ver cómo los invitados atacaron la bandeja como un grupo de buitres.

No le sorprendió a Constance que las dos trabajaran bien en la cocina, aunque nunca hubiera previsto el día en que siguiera órdenes de Sarah. Ella también tenía que recordarse, a veces, que este tipo de encuentros sociables con sus ex-compañeros, no —amigos—, no era cosa de trabajo. Ya no. Sarah no la estaba ordenando, simplemente la guiaba en su cocina, indicando dónde se encontraban las cosas que necesitaban.

—Entonces… —comenzó a decir Sarah con un tono vacilante—. ¿Es oficial?

El cuchillo que Constance usaba para cortar el queso en pequeñas rodajas se detuvo de repente por un segundo antes de continuar. No se atrevía a abrir la boca y eso la desconcertó. ¿Por qué sentía mariposas —no de las buenas— en el estómago ante la idea de que Sarah estuviera al tanto del nuevo acontecimiento romántico en su vida?

Constance la miró de reojo. Sarah la estaba mirando fijamente; ella ya había terminado con su parte de la bandeja y ahora parecía estar muy relajada con una mano sobre la cadera y la otra sosteniendo una copa de vino tinto.

—Que volviste a Nueva York para quedarte —aclaró Sarah.

—Ah. —Soltó en un suspiro y tensó la mandíbula al no poder contener el alivio que sintió—. Lo será, tengo que volver a Francia para ocuparme de los últimos trámites.

—Los niños parecen felices de volver a tener a Maura de regreso —comentó, mirando hacia el patio.

Constance se giró mientras se limpiaba las manos con una toalla de cocina y su mirada se topó con la de Ella al otro lado del salón. La mujer sonrió divertida y le hizo un guiño mientras se metía en la boca un trozo de chorizo. Constance se contuvo de poner los ojos en blanco.

—Sí.

—Me alegra que estés de vuelta. No son los únicos felices —dijo con un tono diferente que hizo que Constance la mirara y se percatara de la sonrisa traviesa antes de que Sarah pudiera retomar una expresión neutral.

—Los que se hacen llamar periodistas no piensa lo mismo.

No le sorprendía que la farándula estuviera aprovechándose de su regreso, aunque pensó que se habrían olvidado de ella después de tantos años alejada. Nunca se hubiera imaginado lo equivocada que estaba.

—Sabes cómo son, pero también sabes a qué me refiero. ¿No?

Su mirada volvió a la mujer a su lado. Tenía que admitir que le agradaba este lado de Sarah: directo, decisivo y hasta protector. Sarah se había convertido en una de las personas más cercanas a Ella. Estaba más que claro que Rafael y ella eran sus mejores amigos.

Ante la mirada seria de Sarah, se dio cuenta de que estaba recibiendo —de alguna forma— la charla o más bien advertencia. Lo que le decía aquella mirada era "No te atrevas a lastimarla". Resopló ante la idea. Sarah abrió los ojos sorprendida al verla sonreír, y Constance sintió que siguió sus movimientos con la mirada mientras se servía una copa de vino. Constance degustó el vino mientras su mirada escaneaba el salón y los invitados; esas personas eran su nueva familia, sus amigos… y estaba segura de que todos habrían notado algo... diferente, aunque no hayan dicho algo o preguntado. Primero Oliver… ahora Sarah. Irónicamente, hasta ahora fue Elena quien mostró algo de apoyo hacia ella e incluso advirtió a su hermana, delante de Constance, que "no la dejara escapar".

¿Tan obvio es? —preguntó, recordando la mirada de Oliver. No había dejado de pensar en aquello desde entonces, preguntándose si acaso eran ideas suyas que el hombre estuviera al tanto del cambio de su relación con Ella, o simplemente había sonreído de esa forma por ser amable con ella.

Sarah la miró y luego hizo un recorrido al salón con la mirada.

—No, no lo creo. Mayoría de las personas aquí presente te conocen muy bien o conocen a Ella. Rafael trabajó a tu lado por años y yo fui tu asistente; los dos teníamos que conocerte lo suficiente para anticipar lo que querías y cómo lo querías, también conozco muy bien a Ella —y admitamos que su poker face es terrible—, comentó con una sonrisa burlona. Elena puede ser que no te conozca tanto, ¿pero a su hermana? Lo que intento decir es que para nosotros es más... claro. ¿Qué estás pensando? —preguntó suavemente y se acercó inconscientemente. Constance se preguntó qué expresión tenía que el lenguaje corporal de Sarah cambió por completo y ahora parecía estar preocupada por ella.

Sarah es tu amiga. Se recordó.

—Que nunca… —pausó y miró en dirección de Ella, quien hablaba animadamente con Rafael. Sarah giró la cabeza siguiendo su línea de visión antes de volver a mirarla fijamente— …he sentido…—Tragó con dificultad; no se le daba bien sentirse tan vulnerable— …todo esto es nuevoy es aterrador. No soy tan fuerte como parezco —admitió con un suspiro y bebió un gran sorbo de vino.

Para su sorpresa, Sarah no se quedó boquiabierta ni se alarmó ante sus palabras, como esperaba, sino que permaneció mirándola detenidamente y luego, poco a poco, una leve sonrisa se formó en sus labios.

—No estás sola, nos tienes a todos. —Hizo un gesto con la mano hacia las personas en el salón—. Además —agregó con un tono divertido—, eres la mujer más fuerte que he conocido, Constance. Aunque nunca está de más apoyarse en otros. Se siente bien tenerte de regreso —dijo y alzó su copa.

Constance alzó la suya y sus copas tintinearon.

Algunos invitados se fueron inmediatamente después de recibir el año nuevo. El resto, los que vivían más lejos, decidieron quedarse la noche —por insistencia de Sarah—, ya que la nieve se había acumulado lo suficiente en las últimas horas y las condiciones eran peligrosas. Por suerte, la casa de Sarah y Alva contaba con espacio suficiente para todos los que se quedaron: Rafael y su acompañante dormirían el la habitación de invitados en el segundo piso, Elena y Lucas en la habitación contigua. Constance, Ella y los niños tomarán el sótano.

—Vamos, niños —decía Ella, intentando despertar a Noah que se había quedado dormido con Toby, el perro de Sarah, en la alfombra delante de la chimenea. Izzy y Maura habían despertado y se encontraban sentadas, tambaleándose intentado mantener los ojos abiertos.

—Dame un minuto —le dijo Constance a Rafael y comenzó a incorporarse para ayudar a Ella con los niños.

—No, no. Quédate, todo está controlado —aseguró Ella con una sonrisa antes de mirar a Noah que había logrado despertarse y se ponía de pies lentamente.

—Las sábanas extras están en... mejor te muestro dónde está todo. —Sarah se puso rápidamente de pie y la ayudó, alentando a las niñas a que se pusieran de pie y siguieran a Ella.

—Buenas noches, Rafa.

—Buenas noches, Santorini —dijo, tomando un trago de alcohol.

Ella se giró hacia Constance y sonrió. La morena no pudo evitar devolverle la sonrisa y sin pensar dijo: iré pronto. Ella asintió y su atención se vio interrumpida al sostener a Noah cuando este se tambaleo delante de ella.

—A veces me gustaría volver a tener esa edad para tener tanta energía. No han parado todo el día... lo de no tener responsabilidades suena bastante bien también —comentó Rafael, bebiéndose el resto del licor que quedaba en su vaso.

Constance, con la mejilla apoyada en un puño y piernas cruzadas, lo miró divertida. No era la primera vez que veía a su amigo con unos tragos de más, pero siempre encontraba curioso sus ocurrencias.

—Te volverías loco si no tuvieras responsabilidades —dijo y Rafael soltó una carcajada.

—Tienes razón, aunque no deja de ser agotador. Tú mejor que nadie lo sabes.

Constance suspiró. Rafael tenía razón. Estaba agradecida de haber terminado con Bella Vit. Ahora podría enfocarse en su totalidad en lo que realmente quería hacer, y, a pesar de eso, se inquietaba cuando encontraba algo de tiempo libre. Había llegado a la conclusión que tal vez no sabía cómo relajarse.

—Sarah parece mucho más relajada —Se ahorró el añadir un "contigo"—. Solo le tomó media década —añadió con tono burlón.

—Eso parece. Me comparó con un tubérculo —dijo con un tono incrédulo.

—¿¡Qué!? —Rafael no pudo contener su risa—. Muy cómoda entonces.

—Es agradable —admitió.

La expresión de Rafael cambió a una más seria, aunque conservaba una sonrisa. Los dos se miraron fijamente a los ojos, y el crepitar de la madera en la chimenea fue el único sonido que ocupó el espacio entre los dos. La única regla impuesta por Sarah era que ese día no se hablaría de trabajo, así que Rafael evitó hablar de Ciao o de cómo Claire quería hacer un proyecto junto a Constance para la revista. Ni siquiera sabía si Constance ya estaba al tanto de los planes de su madre, así que dejó esos temas para otro día.

—Santorini —dijo en un voz baja mientras delineaba con el dedo índice el filo de la copa vacía que descansaba en el brazo del sillón.

Rafael notó cómo Constance apartó el puño cerrado donde se había estado apoyando, y se enderezó un poco.

Constance esperó unos segundos, pero Rafael no dijo más.

—¿Qué con ella? —Se atrevió a preguntar. No comprendía por qué Rafael —y Sarah— seguían llamándola de esa forma.

Rafael ladeó la cabeza y asintió tan levemente que apenas fue perceptible.

—Cuando la convencí de ir a Francia, no pensé que tuviera tanto éxito como para tenerte de vuelta tan pronto —comentó y no pudo ocultar la sonrisa traviesa que Constance conocía tan bien después de haber trabajo junto a él por tantos años—. No he preguntado nada —añadió—, curiosamente, tampoco me ha dicho algo. Es curioso —dijo en apenas un susurro, con la mirada perdida por unos instantes antes de enfocarse en los ojos verdes que lo miraban fijamente—. Es como si intentara ocultar un secreto después de haber sido relevado.

Constance mantuvo la mirada por un momento antes de desviarla hacia el fuego de la chimenea, y el silencio se estrechó entre los dos.

—Un secreto... —Constance susurró suavemente, como si se hubiera perdido en sus propios pensamientos.

—Mi madre siempre decía "Lo que se ve no se pregunta". Así que no preguntaré. Y no —añadió rápidamente cuando Constance lo miró tan rápido al escuchar esas palabras que estaba seguro de que le había dolido girar la cabeza así de rápido—. No es obvio. Pero somos amigos, incluso me atrevería a decir que como familia; Santorini es como la hermanita que nunca tuve.

—¿A dónde quieres llegar con esto? —preguntó, corta de paciencia.

Rafael sonrió al escuchar el mismo tono que había escuchado tantas veces cuando la mujer era su jefa y no toleraba las indirectas.

—Que sea lo que sea, me alegro de que estés de vuelta. Que sonríes abiertamente en nuestra presencia. Por encima de todo, me hace muy feliz que estén bien. Sea lo que sea, tienes mi apoyo y estoy seguro de que tendrás el del resto —hizo ademán alrededor con las manos y los dos miraron hacia el costado cuando Sarah volvió a entrar en el espacio, cubriéndose un bostezo con la mano, deteniéndose al mirarlos.

—Amm ¿todo bien? —preguntó al notar el ambiente un poco tenso.

—De maravilla —se adelantó a decir Rafael y Constance puso los ojos en blancos, pero sonrió. Sarah suspiró tranquila al ver esa sonrisa.

—Ella te espera —avisó Sarah y le hizo un guiño.

Esta vez, Constance soltó un suspiro forzado a la vez que se ponía de pie.

—Ni se les ocurra divertirse con... esto. No lo toleraré —advirtió, mirando a Sarah que tragó en seco, y luego a Rafael que alzó las manos en gesto de paz.

—¿Qué fue eso? —preguntó Sarah cuando escuchó la puerta del sótano cerrarse.

—Eso es Constance enamorada, querida. Esto será divertido —dijo con un brillo en sus ojos, y la sonrisa de Sarah se ensanchó.