Por primera vez en los últimos años, las cosas parecían marchar bien. Tan bien que comenzaba a preocuparse. No era una extraña al éxito: su tiempo en Ciao y el rescate de Bella Vit son testamento de ello. Las pocas exhibiciones que ha organizado desde que emprendió en el mundo del arte han sido recibidas de forma positiva. Su vida profesional era lo que algunas personas llamarían "perfecta", mientras que su vida personal no se quedaba atrás, aunque le gustaría poder ver más seguido a Maura.

Maura había cambiado de escuela y había logrado saltarse varios años. No se sorprendió cuando el director de la escuela le confirmó lo que ya sabía: que su hija era considerada dotada académicamente. Lo único que no la hacía feliz era que solo la veía los fines de semana. Le costó admitir que, aunque le gustaría tenerla en casa todos los días, el hecho de que Maura estuviera becada ayudaba enormemente con su ritmo laboral. Los viajes, tanto nacionales como internacionales, eran constantes y tenían un costo en la relación con Maura y sus estudios.

Al mes de haber regresado permanentemente de Francia, Ella insistió en alquilar un apartamento, aunque los niños siempre se quedaban en la casa de la ciudad cuando venían de visita de la escuela. Constance no había aprobado el cambio al principio. ¿Por qué tenía que irse a un apartamento cuando había estado viviendo allí durante años?

Ella necesitaba su propio espacio. Eso lo comprendió mucho después de lo que le gustaría admitir. El estar juntas varias noches a la semana, sin importar si era en su casa o en el humilde apartamento de Ella, ayudó enormemente.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Ella en un susurro. Constance abrió los ojos y la miró, peinando con sus dedos el cabello oscuro de la cabeza que descansaba sobre su pecho.

—¿Cómo sabes que estoy pensando en algo? Me estaba quedando dormida. —Constance luchó contra la sonrisa que comenzaba a dibujarse en sus labios cuando Ella se rio. Conocía muy bien esa risa; podría estar diciéndole claramente un "Sí, claro".

—Dejaste de acariciarme. Siempre lo haces cuando te pierdes en tus pensamientos —respondió Ella mientras se incorporaba un poco, apoyándose en un codo para poder mirarla a los ojos.

Constance cerró brevemente los ojos al sentir una suave caricia en su mejilla.

—Un poco de todo —admitió antes de soltar un suspiro—. Debería volver a mi habitación —comentó mientras se levantaba, buscando su ropa alrededor de la habitación.

Los niños estaban en casa ese fin de semana.

—Ah. —Ella se incorporó sentándose para apoyarse en el respaldo de la cama sin ninguna timidez respecto a su propia desnudez.

Constance vaciló al alzar la mirada y pausó el subir su pantalón de pijama, que unas horas antes había sido descartado sin cuidado en el suelo. Los pechos desnudos de Ella y su sonrisa pícara eran una tentación difícil de resistir, pero les esperaba un domingo ocupado con los niños y estaba segura de que sería despertada por Maura a primera hora.

—No juegas limpio —murmuró mientras se ponía la camisa. Antes de comenzar a abrochar los botones, se apoyó en una rodilla sobre el colchón, tomó el rostro de una Ella sorprendida y la besó lentamente hasta dejarla sin aliento.

—Y soy yo la que no juega limpio, ¿eh? —protestó con el rostro enrojecido y los ojos entrecerrados, observando a Constance abrocharse la camisa lentamente. La mujer era una provocadora y la hacía querer tirar de esa camisa y deshacerse de cada uno de los botones que obstruían lentamente la visión de sus pechos—. ¿Uno más para poder dormir sin ti? —preguntó, fingiendo un tono de voz necesitada que hizo que Constance pusiera los ojos en blanco antes de sonreír y acercarse, ahogando un gemido cuando Ella se movió para quedar al borde del colchón, recibiendo a Constance entre sus piernas.

—Ella —susurró sobre sus labios como advertencia. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener sus manos alrededor del rostro de Ella y no descender por su cuerpo—. Eres insaciable —dijo sin aliento cuando se separaron, y Ella se incorporó para ponerse su blusa blanca de tirantes y los shorts que habían terminado encima de la lámpara en la mesita de noche.

—¿Insaciable? —dijo mientras la acompañaba hasta la puerta— ¿En serio? ¿Eres la misma persona que apenas hace una hora me dijo que sí podía una vez más y no paraste hasta que perdí la visión? Creo que hasta la consciencia. No pongas esa cara.

—¿Qué cara? —preguntó Constance sin ocultar la sonrisa de satisfacción.

—Tan orgullosa de ti mis...ma —Titubeó al sentir dedos acariciar suavemente su mejilla y encontrarse con la mirada verde de Constance.

—Buenas noches, cariño —susurró tan suave que, por un momento, Ella pensó que se lo había imaginado.

—Buenas noches… —susurró al cerrar la puerta.

Constance se rozó el labio inferior con el dedo índice, sin dejar de sonreír mientras caminaba por el pasillo, rumbo a su habitación. Su corazón dio un vuelco cuando alzó la mirada y se encontró con una figura baja en las sombras. Fue un verdadero milagro no haber gritado. Toda la plenitud que sentía se esfumó en un segundo, reemplazada por un miedo irracional que no duró más que un instante al reconocer a la persona.

—¿Amelia? ¿Qué haces despierta a esta hora? —preguntó en voz baja, acercándose a la niña. Amelia bajó la cabeza y Constance la miró con ternura, alzando suavemente el rostro de la niña con un dedo bajo su mentón—. ¿Pesadillas otra vez? —Izzy asintió y cerró brevemente los ojos al sentir un pulgar secar el rastro de lágrimas en su mejilla.

—¿Ma está bien? Te vi salir de su habitación.

Constance se sintió perpleja, sin saber qué decir.

—Sí, está bien —admitió.

—¿Se enojará si voy? —preguntó con inseguridad en la voz, lo cual desconcertó a Constance. ¿Por qué Ella se enojaría por eso?

—¿Por qué piensas que tu mamá se enojará?

—Ya no soy una niña.

Constance apenas se contuvo de sonreír al ver la mueca en los labios de Amelia; tal vez la niña estaba aprendiendo una que otra cosa de ella.

—Para tu mamá siempre serás su niña. ¿Te acompaño? —Constance esperó a que Amelia asintiera y sonrió cuando la sostuvo de la mano, dando media vuelta para regresar a la habitación de Ella.

—¿Tú tienes pesadillas? —inquirió Izzy.

—A veces, no tanto como cuando era niña —respondió Constance.

Sus palabras parecieron aliviar a la joven.

—Maura no tiene tantas pesadillas como antes —comentó Izzy.

Constance asintió antes de tocar la puerta de la habitación de Ella.

—¿Tan rápido vuel… Izzy? —preguntó Ella al ver que Constance sostenía la mano de su hija.

—Tenemos pesadillas —anunció Constance en un tono suave, y sintió cómo Izzy le dio un apretón a su mano.

Ella intentó mirar a su hija a los ojos, pero Izzy parecía estar muy interesada en la alfombra, y no alzó la mirada con los ojos abiertos como platos hasta escuchar las palabras de Constance. Ella decidió ignorar el guiño poco disimulado que le hizo Constance a su hija, y abrió los brazos para recibir a Izzy.

Constance cruzó los brazos, apoyándose en el marco de la puerta, mirándolas con algo en su mirada que Ella solo podría interpretar como adoración.

—¿Puedo dormir contigo? —preguntó Izzy en voz baja, cerrando los ojos cuando su madre le acarició suavemente la cabeza.

—Claro, mi amor —respondió Ella con ternura.

—Buenas noches —se despidió Constance.

Izzy se separó un poco de su madre, solo lo suficiente para poder girar la cabeza y mirar a Constance.

—Pero Cons… —vaciló cuando Constance se detuvo para mirarla a los ojos, luego a Ella, y finalmente de nuevo a los ojos claros de la niña, esperando a que dijera algo más—. ¿Y tú?

Ella alzó una ceja; la pregunta era evidente en su mirada.

—Estaré bien, Amelia —aseguró Constance y sintió cómo su corazón se derretía cuando la niña hizo un puchero.

—Puedo protegerte de las pesadillas también, Cons —dijo Ella con un tono juguetón, ignorando la queja de su hija al llamarla de esa forma, que supuestamente era exclusiva para los mellizos.

Constance se contuvo de poner los ojos en blanco.

—¿Cons puede quedarse, Ma? —preguntó Izzy.

—Amel—

—Claro que puede —intervino Ella apresuradamente, luego miró a Constance—. ¿Quieres quedarte, Constance?

La mirada de Constance era la contradicción personificada: un brillo en sus ojos le decía que sí, que era lo que más deseaba hacer, pero la sombra en su mirada la podría interpretar como una pregunta simple y directa: "¿Estás segura de que es la mejor idea?". Ella pareció ver su conflicto interno porque sonrió levemente y asintió.

Sus hijos no estaban al tanto del cambio en su relación, al menos ellas no se habían sentado con ellos para explicarles explícitamente. A veces no lo veían completamente necesario; eran cercanas y con los años esa cercanía incrementó aún más, tanto que Constance ya no retiraba su mano como si se hubiera quemado cuando inconscientemente la colocaba en la espalda baja de Ella y uno de sus hijos aparecía.

No estaban seguras de cómo hacerlo. Era una regla no hablada que no se besarían enfrente de los niños o en público. Ambas eran conscientes de las repercusiones que podría tener una relación de… ese tipo. La confusión que podría causar para los niños. Y, de momento, ninguna de las dos estaba dispuesta a arriesgarlo. Fácil no era… Ella detestaba la idea de mentirles a los niños, y Constance pensaba lo mismo, aunque a ella se le daba mucho mejor manipular la verdad.

Eran una familia inconvencional y todos parecían complacidos. Por ahora.

—¿Y correr el riesgo de que me patees? —preguntó mirando a Ella y Amelia rio.

—No pateo...

—Lo haces —dijeron Izzy y Constance a la vez, y la mujer cerró la boca de repente al caer en cuenta de lo que había dicho.

—Duerme con nosotras —se apresuró a decir Ella y las dos suspiraron cuando Izzy pareció no reaccionar ante las palabras de Constance—. Soy muy buena protegiendo de las pesadillas, Maura te lo puede confirmar.

—No lo dudo —dijo Constance mientras se giraba para cerrar la puerta de la habitación. Izzy se separó de su madre para acercarse a Constance y sostener su mano como había hecho cuando aparecieron en la puerta.

—Yo pido el medio.

—Muy bien, así tu madre no me patea.

—¡Que no pateo! —se quejó Ella y su hija se rio otra vez.

Constance se acostó, mirando a la niña que parecía complacida con la situación y luchaba por mantener los ojos abiertos. Izzy había suspirado cuando los brazos de ambas la rodearon por el estómago, y los sostuvo en el lugar con sus pequeñas manos. La luz de la lámpara en la mesita de noche al lado de Ella —la que Izzy había insistido con dejar prendida— iluminaba la habitación lo suficiente para que las dos pudieran mirarse a los ojos.

Estos eran los momentos que Constance atesoraba. Los mismos que la asustaban y prevenían de decirles a los niños y al mundo (algún día) y que, de alguna forma u otra —racional o no—, lo perdiera todo.

No podía perderlo. No podía perderla a ella ni a los niños a los que quería como a su propia hija.

Unos minutos después, Ella volvió a abrir los ojos al sentir el agarre cerca de su codo. No esperaba encontrarse con el miedo que se reflejaba en los ojos de Constance, aunque no era la primera vez que lo veía.

—Aquí estoy —susurró apenas audible y le dio un suave apretón al brazo de Constance. Lo había dicho sin pensar y por un instante pensó que Constance no quería escuchar palabras de consuelo, solo silencio, pero entonces Constance sonrió con un suspiro. Dios, nunca se cansaría de esa sonrisa. Poder hacer sonreír a Constance de esa forma, que sonriera por ella, se sentía como uno de sus logros más grandes.

—Gracias —moduló Constance, cerrando los ojos.

Ella no pudo dormir por un largo rato después de eso. Estaba absorta en sus pensamientos, observando a su hija entre ella y la mujer que le había cambiado la vida.

La mujer que ama.

Esa revelación la mantuvo despierta con el corazón palpitando con fuerza hasta que se calmó y se dejó llevar por sus sueños, con una sonrisa en el rostro.