Elena había insistido en que no quería una celebración de baby shower, con la excusa de que estaba muy ocupada, a pesar de estar ya en baja por maternidad, porque en cualquier momento podría dar a luz. Así que apenas se habían organizado, en secreto, para hacer algo parecido a un baby shower entre familia y los amigos más cercanos. Elena llegaría en menos de media hora a la casa de Sarah y Alva, con la idea de que estaría yendo a una simple barbacoa entre amigos en un fin de semana corriente.
—Creo que tiene alguna incapacidad para relajarse o detenerse por un segundo —pensó Sarah en voz alta, mirando cómo Ella terminaba la decoración de globos al otro lado del patio. Aquel comentario viniendo de ella misma, una adicta al trabajo, decía mucho.
—Eso o que nosotros ya no podemos mantener ese ritmo —comentó Rafael mientras preparaba su área alrededor de la parrilla; él estaría a cargo del asado y Lucas de las bebidas.
—Ha de ser algo familiar porque le he insistido a Elena que descanse un poco y a pesar de apenas poder moverse, no ha parado —dijo Lucas, dejando la hielera en el suelo donde Rafael le había indicado minutos atrás—. ¿Una? —Les preguntó con una cerveza en cada mano, y se las entregó cuando asintieron.
—No le hagas ningún comentario sobre el no poder moverse —advirtió Sarah con una sonrisa de lado, y Lucas tragó en seco—. Oh no. Ya lo hiciste —soltó una carcajada y había un brillo en sus ojos que era un tanto desconcertador.
—¿Te han dicho que das un poco de miedo a veces? —preguntó el doctor.
—Una que otra vez.
—¿Ya te mueres por preguntarle a Elena, verdad? —dijo Rafael mirando a Sarah y negando con la cabeza. La sonrisa de Sarah fue su respuesta.
—En mi defensa estaba intentando darle la razón —dijo Lucas, quien suspiró y se sentó encima de la hielera—. Fue ella quien dijo que se sentía como un elefante al caminar y yo solo—
—Oh no —interrumpió Sarah en un susurro, obviamente intentando no reírse en su cara, aunque apenas lo estaba logrando.
—Solo dije "ujum", o sea, pensé que quería que le diera la razón.
—Hombres —murmuró Rafael, mirando a Lucas que parecía tener una expresión genuina de confusión, como si aún no comprendiera en qué se había equivocado.
—Faltan los cupcakes y un mantel para la mesa —avisó Ella al acercarse al grupo—. ¿Qué te pasa? Estás pálido —le preguntó a Lucas.
—Le dijo a tu hermana que era un elefante —contestó Sarah.
—¡No dije eso!
—Ah, eso… no sé cómo te las arreglarás.
—No… ¿¡te dijo!? —preguntó el hombre, abriendo mucho los ojos.
—¿Sabes qué significa eso, verdad? —preguntó Sarah de forma retórica y tomó un sorbo de cerveza antes de seguir—. Que eres hombre muerto —dijo a la vez que deslizaba el dedo índice a lo largo de su propio cuello.
—Te pasas Sarah —dijo Rafael sin dejar de sonreír.
—Oh, no, estoy totalmente de acuerdo con ella —añadió Ella, mirando a Sarah para hacer un guiño, y compartieron una sonrisa entre las dos que hasta a Rafael le provocó un escalofrío—. No te preocupes, futuro cuñado. —Y no pudo contenerse de añadir un "si sobrevives a esto"—, ya se le pasará, aunque te aconsejo que le compres su comida favorita de Timmy's. Creo que eso te ayudará un poco, no sé yo.
—Te debo una, Ella.
—Sí, sí… ahora, ¿dónde está el mantel?
—Creo que lo vi en la cocina, tengo que ir por la carne, ¿me acompañas y me ayudas de paso a traer algunas cosas? Los cupcakes los traerá Constance —avisó Rafael.
—Yo iré al auto a traer el resto de los regalos —dijo Lucas.
—Déjalos al lado del resto —indicó Ella.
Sarah se quedó sola y suspiró; en serio, esa mujer no se detenía un segundo. Tomó un sorbo de cerveza y casi se atora cuando alzó la mirada y se encontró con la de Alva, quien en ese momento estaba en una escalera al otro extremo del patio, adornando la pérgola con luces. Alva le sonrió antes de seguir con su trabajo y Sarah sintió que sus adentros se derretían. Estuvo a punto de dirigirse hacia ella, pero se detuvo cuando la puerta del patio se abrió y Maura entró con una caja de regalo en las manos, seguida por su madre, quien sostenía una caja transparente con cupcakes.
—Maura, deja el regalo junto a los otros —indicó antes de que se fuera con los mellizos—. ¿Dónde dejo esto?
Sarah le hizo una señal para que la siguiera hasta la mesa debajo de la pérgola.
—¡Constance! —llamó Alva en forma de saludo y a la morena le tomó dos segundos ubicarla.
—Buenas tardes, Alva. Ya veo que te tienen ocupada.
—No sería de otra forma.
Sarah refunfuñó a su lado y Constance sonrió, dejando la bandeja sobre la mesa.
—Guau, ¿dónde compraste esto? —preguntó, examinando cada diseño de los cupcakes. No había más de tres con el mismo diseño y estaban tan lindos que le daría pena comerlos.
—¿Comprar? Los hice yo —dijo con gran satisfacción, complacida con cómo habían quedado.
—Estoy impresionada, no sabía que podías hac—
Constance ladeó la cabeza, observando a Sarah que se había callado abruptamente, sin dejar de mirar los dulces. La morena entrecerró los ojos cuando Sarah alternó su mirada entre los cupcakes y ella sin decir nada.
—No me lo creo —dijo en voz baja—. Tú, tú… oh, guau.
Constance abrió la boca al ver que Sarah bebía de la cerveza que había estado sosteniendo, aparentemente terminando todo su contenido porque crujió la lata al terminar.
—¿Puedes compartir qué es precisamente lo que acaba de pasar?
Las dos miraron hacia arriba al escuchar la risa de Alva.
Sarah señaló con el dedo índice los cupcakes de red velvet, adornados con lo que parecía ser una rosa rosada hecha con crema de queso.
—Fuiste tú.
—¿De qué hablas?
—¿Tú fuiste quien le dio ese cupcake a Ella para su cumpleaños?
Constance pareció sorprendida por un segundo, y luego desvió la mirada, aclarándose la garganta. No tendría sentido negarlo. No después de que Sarah esté al tanto del… cambio en la relación entre las dos.
—Santo cielos… —soltó en un silbido cuando Constance asintió ligeramente—. ¿Desde entonces?
Constance miró hacia arriba, notando que Alva se mantenía ocupada enredando unos cables con luces alrededor de la madera, como si no estuviera escuchando la conversación entre ellas.
—No, no sé. En aquel momento solo… solo quería… solo fue un detalle.
—A mí nunca me hiciste un cupcake —dijo Sarah en forma de protesta, pero la sonrisa en sus labios le dejó saber que solo lo decía en broma, así que Constance puso los ojos en blanco—. Ni en mil años hubiera pensado, en aquel entonces, que había sido tú. Y mira que Rafael y yo intentamos averiguar de quién era, pero nadie sabía.
—Claro. —Había tomado las medidas necesarias para que así fuera.
—¿Le dijiste?
Constance negó con la cabeza.
—No recuerda eso —susurró, desviando la mirada para evitar la de la mujer.
—Ah. Cierto...
—Ahora… —Constance se volvió a aclarar la garganta. Sarah juraba que si Constance no estuviera usando maquillaje, podría apreciar un sonrojo en sus mejillas— …le hago, de vez en cuando, y parece disfrutarlo igual que en aquel entonces. —Se contuvo de añadir que Ella podría devorar cualquier cosa que tuviera una onza de azúcar.
Sarah sonrió con una emoción en su mirada que Constance no pensó haber visto antes en ella.
—Eso… me agrada mucho escuchar eso. Estoy feliz por ustedes dos… después de todo lo que han pasado, aún así han encontrado la forma de volver a conectar —también se aclaró la garganta—. Y mientras no muera siempre que se atore por querer comerlos tan rápido, todo bien.
La risa que emergió de Constance la dejó boquiabierta y luego sonrió ampliamente.
—¡Constance! —Llamó Ella que salió al patio y se dirigió al otro extremo para dejar unos globos y varias decoraciones antes de dirigirse hacia ellas.
—No ha parado en todo el día —le susurró Sarah a Constance y luego pensó en voz alta— Tal vez la podría convencer de ser mi asistente… definitivamente necesito a alguien con esas energías —consideró seriamente, y cuando notó la mirada que le estaba lanzando Constance, se corrigió rápidamente—, … o mejor no.
—Hola —dijo Ella al detenerse enfrente de ellas y Sarah se contuvo de comentar algo sobre sus miradas o la expresión de tontas que tenían; aunque Constance parecía disimularlo un poco mejor—. ¡Hiciste mi preferido! —Exclamó Ella al ver los cupcakes—. ¿Has probado estos Sarah?
—No, pero muero por hacerlo —comentó divertida, sin atreverse a mirar a su exjefa.
—Tienes que hacerlo. Se me hace la boca agua. Gracias Constance, no pensé que te fuera a dar tiempo a hacerlos. ¡Y te quedaron tan bonitos!
—Algo de tiempo tuve. No fue nada —dijo Constance con aire ligero, sacudiendo una mota invisible de la manga de su blusa, y así evitando la mirada de las dos mujeres.
Ya quiero ver cómo se las arreglarán para disimular… esto, pensó Sarah y se contuvo, de alguna forma, de suspirar al ver la sonrisa tonta y alegre de Ella y el sonrojo que ascendía por el pecho hasta el cuello de Constance, a pesar de su mirada aparentemente desinteresada.
—Elena me escribió y estará llegando en unos minutos —anunció Lucas, sacando a todas de sus pensamientos y redirigiendo la atención a él.
—Esto se pondrá interesante —susurró Sarah con emoción, y ahogó un grito de sorpresa cuando sintió un brazo rodear su cadera inesperadamente.
—Creo que no todos comparten tu emoción, amor —dijo Alva con la mirada enfocada en un Lucas visiblemente nervioso.
—Tú solo haz lo que te aconsejé y sobrevivirás —le recordó Ella.
—¿Y qué es eso? —Indagó Rafael.
—Es algo entre nosotros —dijo Ella antes de que Lucas abriera la boca.
Cuando oscureció, las mujeres se situaron en el sofá con forma de L debajo de la pérgola, iluminadas por el arreglo de luces que Alva pasó la mayor parte de la tarde preparando. Elena se encontraba entre Ella y Sarah, mientras Alva se había sentado con Constance en el extremo más corto. Los hombres estaban en su propio mundo, hablando y bebiendo alrededor de la parrilla. Los perros de Sarah y Alva parecían estar muy felices con los niños que no habían dejado de jugar con ellos desde que llegaron.
—Solo quiero que salga ya —dijo Elena mientras se acariciaba la panza, mirando hipnotizada las bebidas alcohólicas que el resto había estado disfrutando. Nunca había sido gran bebedora, en parte porque casi siempre estaba de turno por si se le necesitaba para alguna emergencia, pero en ese momento no le quedaba de otra que conformarse con un vaso de agua; la acidez estomacal y el reflujo la tenían tirándose de los pelos—. Necesito unas vacaciones.
—Haz estado de vacaciones un mes —dijo Ella distraídamente mientras comía un cupcake.
Constance apoyó la mejilla en un puño cerrado, mirando a Elena y esperando con anticipación su reacción a aquel comentario.
—¿¡Un mes!? Esto no son vacaciones. Es una tortura.
—Dices eso ahora, espera a que mi sobrino decida salir como tanto deseas —murmuró Ella entre dientes y casi se ahoga con un trozo de cupcake cuando su hermana le dio un ligero empujón.
—¡Ey! —Se quejó Ella entre tos, agarrando el primer líquido a su alcance.
Alva hizo una mueca al verla bajar el trozo de cupcake de red velvet con una cerveza.
—Santo cielos —susurró Sarah con una expresión de asco—. Oh, por Dios —añadió apenas en un susurro para sí misma al notar la leve sonrisa de —se atrevía a decir— adoración en el rostro de Constance.
—Solo hablo por experiencia. Si crees que uno será malo, imagina cómo fue con dos.
—Sé exactamente el trauma por el que pasará mi cuerpo —terminó de decir con un escalofrío—. Y estuve contigo, no tengo que usar mi imaginación.
—¿Sí? —preguntó Constance con curiosidad.
—Fue un milagro que mi mano saliera ilesa ese día. Oliver fue un cero a la izquierda —pausó cuando Ella soltó una carcajada a su lado, asintiendo—, se desmayó nada más que Ella abrió las piernas. Uno pensaría que ya estaba acostumbrado a esas alturas.
—¡Elena! —exclamó Ella con un rubor en las mejillas.
Sarah no podía dejar de reír. Alva intentaba ocultar su sonrisa con una mano, y Constance la miraba con una sonrisilla de lado y una ceja arqueada.
—Era entendible; Oliver tiene hematofobia. Ve unas gotas de sangre y cae al suelo como un saco de papas —explicó Ella y todas miraron en dirección de Constance cuando sonó su teléfono.
—Disculpenme, es trabajo —dijo Constance, poniéndose de pie y alejándose del grupo para poder hablar.
Sarah y Ella se giraron hacia Rafael cuando su celular también sonó.
—Será un milagro si la Reina Roja no los mata a los dos —susurró Sarah.
—Claire, querida —le recordó Alva, que no deseaba que a su mujer se le escapara ese apodo en presencia de Claire. No que Sarah fuera a ser así de descuidada, pero por si acaso.
Sarah se aclaró la garganta.
—Estoy sorprendida de que los dos hayan podido encontrar el tiempo para venir hoy. Constance incluso hizo esos cupcakes que están de maravilla. No sé cómo se las arreglan, yo tengo mucho menos trabajo y estoy hasta el cuello. No me puedo imaginar cómo estará ella si también está llevando su trabajo con la galería —dijo, mirando la figura de Constance a la distancia.
Ella apretó con fuerza la mandíbula. Esa semana Constance parecía un zombi, y apenas había podido dormir más de tres o cuatro horas cada día. Cuando llegaba a casa iba directo a la cama, y ella hacía todo en sus manos para ayudarla, pero era demasiado incluso para alguien tan estricto consigo mismo como Constance.
Constance se dirigió hacia Rafael y hablaron por varios minutos antes de volver con las mujeres.
—Tengo que retirarme por una hora. Volveré lo más pronto posible.
—¿Puedo ayudarte en algo? —ofreció Sarah.
—No será necesario. Maura —llamó y la niña miró en su dirección de inmediato.
—Puedes dejarla aquí y nosotros la cuidaremos —dijo Elena, consciente de que Maura estaría estudiando en otro estado muy pronto y no tendrá mucho más tiempo con los mellizos.
Constance asintió agradecida.
—Gracias —dijo y giró su cuerpo hacia la salida trasera del patio, al escuchar las gomas de un auto sobre gravilla.
Ella la siguió con la mirada, mordiéndose el labio inferior. Constance no le dijo nada o dio alguna indicación de qué podría estar pasando o si necesitaba su ayuda con algo, apenas la había mirado.
—Anda —susurró Elena cuando Ella se volteó hacia ella.
—¿Eh?
—Anda antes de que se vaya. Aldo es extremadamente eficiente. No te preocupes por ellos —añadió cuando Ella miró en dirección de los niños.
—Les avisaré que vuelvo pronto.
Elena asintió con una sonrisa y suspiró, siguiendo a su hermana con la mirada, para luego dirigirse a la mujer en la esquina.
—¿Tú también eres una adicta al trabajo, Alva? —preguntó.
—Para nada, ya con una en casa es suficiente —dijo y le hizo un guiño a Sarah, que respondió tomando otro sorbo de su bebida.
El auto se había puesto en marcha cuando se detuvo de repente. Constance alzó la cabeza en busca de alguna explicación por parte de su chófer, pero este ni siquiera la miró por el retrovisor, sino que desbloqueó las puertas y la separación de privacidad comenzó a subir.
—¿Aldo? ¿Qué...? —cerró la boca cuando la puerta se abrió y Ella entró rápidamente, sentándose a su lado. El auto se puso en marcha otra vez—. ¿Qué haces aquí? ¿Y los niños?
—Les avisé que te acompañaría y estaríamos de regreso pronto. Estarán bien cuidados.
—Ella, no es neces...
—No puedes seguir este ritmo —la interrumpió y se giró hacia ella para mirarla a los ojos—. Eres muy competente, cariño. No he conocido a alguien con mejor ética de trabajo que la tuya, pero este ritmo que has estado llevando estas últimas dos semanas es mucho incluso para ti. Necesitas ayuda.
—Puedo hacer esto... terminaremos el viernes, el sábado será la presentación y para el lunes mi madre estará de vuelta en Francia y se olvidará de mí otra vez. Al menos por un tiempo —decía, sin darse cuenta del temblor en su voz.
Ella no la había visto tan exhausta antes, y según la breve conversación que tuvo con Sarah, ella tampoco. Ella había tomado su decisión días atrás, cuando Constance casi se queda dormida entre sus brazos en la tina.
—Ya sé lo que quiero —anunció Ella.
—¿Eh? ¿De qué hablas?
—Tu trato "nada especial". Ya sé qué trabajo deseo y quiero tu ayuda.
Constance ensanchó los ojos al caer en cuenta de qué se refería. Había pensado que lo había olvidado, aparte de que el trayecto profesional que Ella había escogido por sí misma parecía estar dándole frutos. Estaba segura de que cualquier cosa que Ella deseara, tendría méritos suficientes para obtenerlo por cuenta propia, a pesar de ello, estaba dispuesta a ayudarla con lo que deseara.
—Cualquier cosa que desees y que te pueda ayudar, cuenta conmigo. Como te dije en ese momento, te abriré cualquier puerta que esté a mi alcance.
—¿Cualquier cosa?
Constance asintió, y con una mirada chispeante de anticipación, esperó pacientemente a que Ella continuara.
—Quiero trabajar contigo.
—¿Perdón?
—Quiero ser tu asistente —dijo con más convicción.
—¿Has perdido la cabeza? —preguntó Constance con una expresión incrédula.
—Necesitas una asistente y al parecer fui muy buena antes, así que, ¿por qué no podría serlo otra vez?
—¿Por qué? Hay miles de razones de por qué.
—¿Como qué?
Constance la miró boquiabierta, como si no pudiera concebir la pregunta hecha. Como si las respuestas fueran tan obvias que no pudiera concebir que Ella le hubiera preguntado aquello.
—Ella, por favor, piensa bien lo que me estás pidiendo.
—¡Lo he hecho! —dijo y agarró una de las manos de Constance, sosteniéndola entre las suyas con suavidad, esperando a que volviera a mirarla a los ojos—. Lo he hecho —repitió en un susurro cuando Constance la miró directamente a los ojos.
—No funcionaría otra vez, Ella. Todo es diferente y ahora nuestra rela... situación complicaría mucho las cosas. No habría un balance de poder apropiado y yo no puedo... no te trataré como antes.
—Entonces permíteme ser tu representante, tu manager. Puedo ayudar financieramente y tengo muchas obras, también podría llevar al mando los tratos internacionales, y puedo ayudarte con la parte del arte. Podría poner en uso mis estudios, finalmente —añadió con un brillo en sus ojos azules y Constance la miraba como si de verdad pensara que se había vuelto loca—. Pero quiero que el resto del mundo piense que soy tu asistente, y quiero ayudarte en ese papel. No quiero que mi pasado como Claude pueda surgir en algún momento en el futuro y que lo conecten contigo o Maura. Si soy tu asistente, eso me permitiría seguir con mi trabajo actual e incluso seguir escribiendo y ayudando como hice como Claude, pero sin necesidad de ocultarme o involucrarme en el lado... amm... más ilegal. Por favor. No me importa cómo quieras llamarlo solo quiero poder ayudarte.
—De verdad has pensado en esto... —dijo en un susurro sin dejar de estudiar la expresión de Ella.
—Hace un tiempo, pero me decidí hace dos semanas.
—¿Dos semanas?
—No me agrada verte tan agotada, olvidando comer, apenas duermes... —No se pudo contener de alzar un brazo y colocar un mechón de pelo detrás de la oreja de la mujer que ahora la miraba con unos ojos tan cansados que le dolió en el pecho—. Y admítelo —añadió con un tono más divertido—. ¿Quién ha sido tu mejor asistente? —preguntó con una sonrisa pícara y Constance puso los ojos en blancos, sin poder ocultar la sonrisa que adornó sus labios.
—De verdad se te subieron los aires desde que te dije eso. Error mío.
—Para nada, no es un error si tenías razón.
—Ella, lo que propones no funcionará con nuestra...
—¿Situación?
Constance hizo una mueca, pero no pudo objetar cuando ella fue quién lo llamó de esa forma.
—Sí.
—Pongámoslo a prueba —propuso.
Constance suspiró. No tenía las fuerzas para objetar, así que hizo lo que podía: escucharla.
—¿Qué propones?
—No le pondremos nombre, por ahora, y luego veremos. Te asistiré hasta el sábado. Amm... tendré que aprender cómo ser asistente otra vez, así que tengo un poco de desventaja, pero...
—Ella —dijo Constance cuando la mujer comenzó a divagar.
—Lo que intentaba decir es que lo intentaremos y el sábado en la noche, cuando se termine todo este lío en el que te ha metido tu madre, me puedes decir si te sigue pareciendo mala idea o no. ¿Es justo no? Aceptaré tu decisión en ese momento, solo te pido que no te cierres en un 'no'.
Constance suspiró y cerró los ojos, apoyó la cabeza en el asiento y segundos después comenzó a deslizarse hasta que terminó en el hombro de Ella, quien la rodeó con un brazo y besó su cabello.
—Es tan difícil decirte 'no' —admitió en un susurro.
—Confía en mí.
—Sabes que lo hago —dijo y alzó la cabeza, mirándola a los ojos antes de acercarse lentamente y besarla, susurrando un 'gracias' sobre sus labios.
