Media hora antes, la mesa del comedor había estado tan colmada de papeles que ni un solo centímetro de la mesa era visible. Ahora solo quedaba una caja de cartón en la esquina, repleta de papeles y viejas agendas recientemente organizadas. Ella se había encontrado con muchas notas y dos agendas que había usado durante su empleo en Ciao. Aunque no pudiera recordar, pudo hacer sentido del método que había usado, especialmente su código de color, que resultó no ser muy diferente al que usaba para organizar su propia vida.
Lo único que le faltaba era revisar la agenda personal de Constance y verificar cuánto conflicto habría entre sus horarios. Tenía la esperanza de que no fuera tan malo; después de todo, se había asegurado de mantener un horario bastante flexible en los últimos años.
Ella tomó un sorbo de café y se quejó al quemarse la lengua.
—Pensé que no querías trabajar en casa.
La voz inesperada hizo que Ella diera un brinco en la silla y se girara hacia la entrada de la cocina. Era raro ver a Constance descalza, aunque fuera en su propia casa. No es de extrañar que no la oyera bajar las escaleras.
—No estoy trabajando —refutó. Solo estaba organizando—. Recién hice café —dijo y tomó su agenda personal y la de Constance para moverse hasta la isla de la cocina para estar más cerca y poder mantener una conversación a gusto.
—¿Ya comiste algo? —preguntó Constance al abrir el refrigerador—. Creo que me apetecen tostadas con huevo. ¿Quieres? —No era la única que se olvidaba de comer al concentrarse en el trabajo.
—No, no he comido. ¿Unos huevos revueltos?
—Lo que desees —dijo la morena con un tono risueño.
Ella abrió la agenda personal de Constance.
—Parece que dormiste bien —dijo con un tono igual de risueño sin dejar de estudiar la agenda.
Constance ahogó una risa. Era difícil no descansar bien cuando Ella se quedaba a dormir con ella. Ya sea por quedar exhausta o relajarse entre sus brazos, dejándose llevar al mundo de los sueños por la suave fragancia que había asociado con la mujer. Le encantaba, aunque se había dado cuenta demasiado rápido de lo que le costaba quedarse dormida cuando Ella estaba ausente.
—No me puedo quejar.
Ella alzó la mirada por un instante y se encontró con los ojos verdes de Constance mirándola fijamente.
—Yo tampoco me puedo quejar. Deberías venir con prescripción; eres mejor que cualquier cosa que he tomado para el insomnio —bromeó sin pensar y ante el silencio repentino volvió a alzar la mirada y esta vez Constance la miraba seriamente—. Mala broma, lo sé.
—Te lo dejaré pasar solo porque el café está caliente.
Ella iba a recordarle que era porque estaba recién hecho, pero algo en la agenda de Constance llamó su atención y se quedó mirando la hoja, hipnotizada. La semana de Constance estaba cargada de citas y entrevistas que apenas le dejaban tiempo libre para alimentarse. No era necesario comparar con su propia agenda para saber que tendría que reorganizar algunas cosas. Por suerte, pocos compromisos en su semana eran urgentes o imposibles de reprogramar. Ese miércoles, Constance había escrito "N.Q 4:30" y había marcado dos horas como posiblemente ocupadas. Ella ladeó la cabeza intentando comprender qué significaban aquellas iniciales. Dos horas en un día de Constance Isles era bastante tiempo para dedicarle a algo o alguien.
—¿Quieres más café?
—No —Ella respondió distraídamente, volteando varias páginas de la agenda, revisando las semanas anteriores. "N.Q" y "A.Q" aparecían varias veces.
—¿Necesitas ayuda con eso?
Ella alzó la mirada una vez más y Constance hizo un gesto con la cabeza hacia su agenda.
—No, no. De momento todo tiene sentido.
Constance alzó una ceja al detectar la mentira, pero decidió descartarlo. Ella había decidido meterse en ese lío.
Ella abrió su propia agenda y comparó los días cayendo en cuenta de lo que estaba mirando. El miércoles, Noah tenía una de las competencias de béisbol más importantes de la temporada a la misma hora que Constance tenía marcado en su agenda. Los horarios de los torneos de Izzy también coincidían con los espacios marcados como 'posiblemente ocupados' con las iniciales "A.Q."
—Amelia Quinn —susurró sintiendo que su corazón latía con más ímpetu al caer en cuenta de que Constance estaba al tanto del horario de los eventos importantes en la vida de sus hijos.
—¿Hmm? —preguntó Constance a la vez que se giraba para colocar un plato con una tostada y huevo revuelto hecho a la perfección—. ¿Estás bien? —inquirió un poco alarmada al ver los ojos verdes vidriosos de Ella.
Ella cerró las agendas de golpe y le dio la vuelta a la isla de la cocina, tomando el rostro de Constance entre sus manos para besarla.
—Buenos días —susurró sobre los labios de la morena.
La expresión sorprendida de Constance fue reemplazada por una sonrisa que cortó la respiración de Ella.
—Buenos días —repitió Constance con un brillo propio en sus ojos—. Así que con una prescripción, eh.
—¡Ey! Pensé que no te había gustado esa broma.
—Espero que sigas con esas energías por el resto de la semana —advirtió y se alejó de la mujer para agarrar su taza de café y con ella ocultar la sonrisa que comenzaba a dibujarse en sus labios.
—¡No te decepcionaré! —exclamó con un tono de broma a la vez que regresaba a su taburete y volvía a abrir las agendas para seguir 'organizando', no trabajando.
Constance la observó en silencio por varios segundos, preguntándose por un instante, solo un instante, si había cometido un error en permitir que Ella la ayudara de esta forma una vez más.
El chófer miró disimuladamente por el retrovisor y le avisó que habían llegado. Ella cerró de golpe su agenda y la metió con rapidez en el bolso. Al dar un paso afuera, el tacón de su zapato se quebró. Si no fuera por sus reflejos y su mano, hubiera terminado de cara en la acera.
—Maldita sea —masculló entre dientes, metiendo con rapidez las cosas que se habían desparramado de su bolso al soltarlo.
—¿Estás bien, Ella? —preguntó Aldo, quien salió del auto para ayudarla, pero ya la mujer iba rumbo a la entrada con un ligero cojeo y una expresión como si nada hubiera pasado.
—¡Todo bien, Aldo! —exclamó al girarse con una sonrisa, despidiéndose con la mano—. Gracias otra vez por el aventón.
Aldo notó la palma de la mano de Ella roja, pero no dijo nada y solo suspiró con un asentir de cabeza antes de volver al auto.
—Buenas tardes, Matt. —Ella saludó al guardia de seguridad, quien la miraba con una expresión de duda, sin saber si debía fingir que no había visto su tropezón o preguntarle si se encontraba bien.
—¿Uno de esos días, eh? —Matt terminó preguntando con una sonrisa divertida.
—Ni te imaginas.
Matt fue una de las primeras personas que conoció cuando visitó el edificio de Ciao después del accidente. No solo la sorprendió la expresión en su rostro cuando la vio entrar acompañada de Rafael y Sarah, sino también su genuina felicidad al volver a verla. En aquel momento, fue un poco desconcertante para Ella, pero luego se dio cuenta de que las palabras que Sarah le había dicho al entrar al ascensor eran honestas: "Eran mejores amiguitos; te llamaba para avisarte cuando Constance llegaba".
Ella se apresuró al baño cuando salió del ascensor en el piso de Ciao. Se retocó el maquillaje y se recogió el cabello en una coleta alta. Luego se quitó el zapato para inspeccionar qué tan arruinado estaba su par favorito de Manolo.
Ese día la estaba poniendo a prueba. A veces se preguntaba si era debido a una mala racha de suerte o simplemente por ser torpe.
Por lo menos Claire no estaría presente ese día, algo positivo. La había visto el día anterior, pero Claire solo habló con Constance y Rafael. Ella estaba segura de que su presencia ni siquiera se hizo notar, al menos ella no se percató de la mirada de la mujer. Sarah había estado en las mismas, aunque ella prefería que así fuera: cuanto menos tenía que tratar directamente con Claire, menos estrés.
—¡Mi Santorini! —exclamó Rafael al verla entrar.
Constance se encontraba de espaldas a ella y se giró con la palabra en la boca:
—Llegas tard— ¿...qué te pasó? —Su expresión cambió de disgusto a preocupación en una fracción de segundo.
—Tuve un pequeño accidente con mi tacón —se inclinó para quitarse los zapatos y caminó en las pantimedias oscuras hasta llegar al lado de Constance y dejó el bolso en el asiento desocupado. Ella abrió la agenda, ajena a la mirada que Constance y Rafael compartieron—. Becca rechazó el trato con Frederik y cambió el almuerzo contigo para el jueves; será en el mismo lugar. El contrato para el apartamento cerca de la universidad de Maura fue aprobado y cerrado; tengo los papeles aquí para que firmes —dijo sin dejar de mirar sus notas en la agenda, haciendo un gesto con la mano hacia su bolsa—. Todo está en orden para la entrevista de mañana y tengo la ropa para la sesión de fotos. Sarah se ocupará del resto. Claire dejó claro que no se empezara sin ella, así que estará presente también —terminó, cerró la agenda y miró a Constance a los ojos.
—¡Joooder! ¡Por un momento pensé que había viajado en el tiempo! —exclamó Rafael. Ella pestañeó lentamente, sorprendida ante la emoción reflejada en el rostro de su amigo—. Eres increíble, querida —dijo mientras se ponía de pie para examinar el zapato de Ella—. Esto se ve bastante mal, aunque tengo un amigo que podría hacer un milagro. Sería una pena tirar esta maravilla. Por suerte, estás en el lugar mejor indicado de la ciudad.
—¿Eh?
—Te buscaré unos nuevos. —La mirada de Rafael descendió por las piernas de Ella—. No creo que sea apropiado que andes descalza por estas oficinas, mi Santorini. —Le hizo un guiño y luego miró a Constance—. Vuelvo en un suspiro.
—Siento la tardanza. Los maestros de los mellizos tenían más que decir de lo que esperaba. Y el tráfico no ayudó en absoluto —decía mientras volvía a abrir la agenda y releía sus notas. Una voz en su interior le dijo que tal vez sus palabras sonaran a excusas, y se preguntó cómo o qué podría decir Constance.
—Tu mano.
—¿Qué? —Ella alzó la cabeza, mirándola a los ojos. Constance se había sentado en la silla al lado, y su mano derecha descansaba sobre el muslo de Ella.
—Dame tu mano.
Ella estiró su brazo automáticamente, sin dejar de mirar los ojos verdes de Constance.
—Te has caído —susurró, rozando la palma de la mano enrojecida—. Pensé que solo te habías roto el tacón. ¿Ya te lo limpiaste? —preguntó, y Ella asintió en silencio—. Ella... ¿estás segura de esto? —hizo un ademán con la cabeza hacia la agenda abierta sobre su regazo—. Es el segundo día y te ves... ajetreada.
—Es normal —respondió más rápido de lo que le hubiera gustado—. Está yendo mejor de lo que esperaba —confesó con sinceridad—. Es solo que hoy la suerte no ha estado de mi lado. Y esto —Se miró la mano por un instante—, no es nada. Fue solo un mal paso. Ya está limpio y ni siquiera me arde ya... no tanto —añadió cuando Constance arqueó una ceja, con una mirada recelosa.
—Mañana mi madre estará aquí... —dijo con un suspiro—. Te pondrá a prueba. —Constance entrecerró los ojos cuando la respuesta de Ella fue una sonrisa ligera—. Ella...
—Conozco a tu madre... más o menos. No sé cómo me trataba antes cuando era tu asistente, pero ¿supongo que me puso a prueba en ese entonces también?
—Algo así. Todas mis asistentes eran unas ineptas en los ojos de mi madre.
—¿Y no para los tuyos? —preguntó con un tono risueño.
Constance contuvo otro suspiro. De verdad preferiría que Ella se tomara ese asunto más en serio, especialmente cuando se trataba de su madre. Si estuviera en sus manos, mantendría a Ella lo más lejos posible de Claire. Ya era suficiente con que su madre hiciera todo lo posible para entrometerse en su vida profesional; lo que faltaba era que quisiera hacerlo en su vida personal también. No sería la primera vez que lo intentara, tampoco la primera que lo lograra.
—Hubo excepciones —dijo, soltando la mano de Ella para apoyarse en el respaldo de la silla al escuchar la puerta de la oficina abrirse.
—Estos te quedarán de maravilla, querida —anunció Rafael con un par de tacones casi idénticos a los que tenía puestos, pero de un color rojo vino.
—Tienes buen ojo —dijo Ella, aceptando y poniéndose los tacones.
Rafael ahogó un quejido, colocando dramáticamente una mano sobre el pecho.
—No hubiera confiado en él como editor de Ciao si no fuera así —comentó Constance.
—¿Escuchaste eso, Santorini? ¿Lo puedes repetir para grabarlo? —preguntó, dirigiéndose a Constance, que puso los ojos en blanco y se puso de pie.
—Tengo mejores cosas que hacer que escuchar tus tonterías, Rafael.
—Esa es la Constance que tanto admiro —dijo Rafael con un tono sonriente, haciéndole un guiño a Ella, quien no había dejado de sonreír mientras escuchaba el intercambio entre los dos amigos.
—¿Ella? —llamó la morena desde la puerta.
—¿Hmm?
—Tienes que estar a mi lado si tanto te empeñas en seguir haciendo esto —dijo, haciendo un gesto con la cabeza y la mirada enfocada en la agenda aún abierta en el regazo de la mujer.
—¡Claro! —Se apresuró a cerrar la agenda y agarrar el bolso—. Gracias otra vez, Rafa. Te los devuelvo mañana.
—Quédatelos, Santorini —dijo, ya sentado detrás de su escritorio, lanzándoles una mirada curiosa. Ver a las dos mujeres trabajar de esa forma otra vez le provocaba sonreír sin cesar.
Constance se miró en el espejo, intentando mantener sus preocupaciones bajo control. Su madre no había llegado aún, aunque era consciente de que, como dijo que estaría para la entrevista, era muy probable que solo apareciera para entonces. A pesar de que eso no pasaría hasta en dos horas, no podía dejar de lado la ansiedad que se había estado acumulando en su pecho desde que despertó. Constance apartó la mirada de su imagen reflejada en el espejo cuando reconoció la voz de la mujer que acababa de entrar.
—Un Americano para ti, Carmen. Un espresso para Sarah, un latte para Javier. Y no puede faltar: un café extremadamente caliente para usted —terminó diciendo, entregándole el café a Constance.
—Gracias, Ella —dijo Carmen, que había pausado el estilizado del cabello de Constance para aceptar el café.
—¿Ahora eres la asistente de todos? —preguntó Constance.
Ella se encogió de hombros.
—No tomó más que dos minutos esperar por la orden de los demás. Además, parece que lo necesitaban.
—Tal vez sí pueda ofrecerle esa posición aún... —murmuró Sarah al degustar su espresso, y se aclaró la garganta cuando Constance giró la silla para lanzarle una mirada, sabiendo exactamente a qué se refería la mujer.
—¿De qué posición estás hablando? —preguntó Ella, intercambiando la mirada entre las dos mujeres.
—Nada importante, Santorini —respondió Sarah con un tono nervioso.
—Bueno, iré a reunirme con Rafael para asegurarme de que tu traje esté listo. ¿Te lo traigo si lo está? —preguntó y sonrió cuando Constance asintió, probando el café y cerrando los ojos por un instante—. ¡Perfecto!
Sarah siguió en silencio con la mirada a la mujer hasta que salió por la puerta, y entonces negó con la cabeza.
—¿Tienes algo que decir, Sarah? —preguntó Constance en un tono que Sarah conocía perfectamente bien, y que había escuchado años atrás, incluso en sus peores pesadillas.
—En serio lo está haciendo. Rafael me lo había comentado, pero no le creí, naturalmente... después de todo se trata de Rafael —comentó y se sentó en la silla de maquillaje al lado de Constance, mirándose brevemente en el espejo antes de girarse hacia la mujer que la observaba en silencio, esperando a que continuara—. ¿Ahora es tu asistente otra vez? —se atrevió a indagar.
Constance miró de reojo a Carmen y a Javier, su asistente de maquillaje, que parecía o aparentaba estar distraído.
—No. Solo se ha empeñado en... ayudarme de esa forma. Solo por esta semana.
Sarah intentó ocultar una leve sonrisa detrás de su vaso de café.
—Se le da natural. Aunque no esperaba menos después de haber trabajado todos estos años por cuenta propia y sin ninguna asistencia. —Sarah hizo girar su silla antes de ponerse de pie—. Ella puede cegarse con este trabajo y terminar exhausta. Lo noté antes y estoy segura de que tú también —dijo y miró de reojo a Carmen que había dejado de trabajar en el pelo de Constance y ahora le estaba hablando a Javier para que buscara uno de los productos de pelo que faltaba. Sarah dudaba que eso fuera verdad, pero estaba agradecida por la discreción—. Siempre pensé que algo de masoquista tenía —admitió en voz baja y se rio ante la expresión de sorpresa de Constance—. Esta vez es diferente... —Se atrevió a decir y se sorprendió de que Constance se mantuviera callada, simplemente mirándola a través del espejo.
—Lo es —dijo Constance después de unos segundos.
Sarah se aclaró la garganta.
—Estaré presente para la entrevista... así que, umm, nos vemos allí.
Constance puso los ojos en blanco, pero asintió con una sonrisa apenas perceptible.
Tal vez se había preocupado por nada.
La entrevista estaba por terminar y su madre no había abierto la boca ni para decir una sola palabra. Ni siquiera la había saludado al entrar. Para su sorpresa, Claire se mantuvo al fondo de la habitación, dividiendo su atención entre el celular en sus manos y observar en silencio al resto de los presentes.
—Regresaste a Nueva York justo cuando la reputación de tu galería en Francia alcanzaba un éxito sorprendente con un alto volumen de ventas y una reputación artística...
La voz de Martha, junto con el resto de su pregunta, quedó de fondo cuando, por su visión periférica, Constance notó que su madre se acercaba a Ella y le decía algo. Una voz en su cabeza le gritó que se mantuviera enfocada en la entrevista, que no mostrara señales de cómo el latido de su corazón había incrementado notablemente a causa de la ansiedad que regresó con toda fuerza. Sentía algo que no había sentido en algún tiempo: miedo genuino. Miedo de que lo que fuera que tenía con Ella iba a desaparecer.
Constance se contuvo de girar la cabeza en dirección a su madre y Ella, pero no pudo evitar mirar por una fracción de segundo. Ella estaba sonriendo. No pudo verla durante tanto tiempo como para determinar si era una sonrisa sincera o forzada.
El aclarar de una garganta se escuchó cerca de ella y la mirada de Constance se encontró con la de Sarah, quien estaba detrás de Martha. Martha la miraba expectante; era obvio que había terminado de hacer su pregunta.
—Siempre supe que volvería a Nueva York; este es mi hogar y aquí está... —pausó por un instante y miró en dirección de su madre y Ella. Ambas miraban en su dirección, aguardando su respuesta. La sonrisa que Ella le estaba dedicando en ese instante era tan sincera como la que recibía al despertar. Respira, se recordó—... mi familia.
Corto y preciso. Martha pareció complacida con su respuesta y comenzó con la siguiente pregunta.
Podrá entrometerse en mi vida profesional, pero no permitiré que se meta con esto, pensó Constance, y giró la cabeza para mirar a su madre directamente a los ojos. La sonrisa felina de su madre provocó un escalofrío en todo su cuerpo, y Constance sostuvo el reposabrazos con fuerza por unos segundos antes de volver a relajar sus manos. No podía mostrarle que la afectaba.
Arthur había tenido suerte: en los ojos de su madre, él había sido perfecto. Constance no se había olvidado de Mark; su primer enamoramiento en la secundaria. No había sido más que un enamoramiento adolescente, pensando que era amor. Pero su madre de alguna manera lo detuvo, y Mark nunca más le dirigió la palabra. A Constance le tomó dos años caer en cuenta de las acciones de su madre, y varios años para darse cuenta de que quizás conocer a Arthur no fue una coincidencia después de todo.
La entrevista terminó y su madre desapareció sin ningún comentario. La razón para estar allí aún seguía siendo un misterio para todos, pero Constance no estaba dispuesta a gastar más energía pensando en ello.
—Tengo que salir por una emergencia —le dijo Ella cuando se acercó a ella, sin dejar de mirar el reloj en su muñeca—. Han intentado robar la casa de la playa y la policía me ha llamado. De ser necesario, creo que la policía puede ocuparse sin mí...
—Ve.
—Pero tienes la sesión de fotos ahora...
—Ella, puedo con esto sola. No te preocupes.
—No soy muy buena en esto, ¿verdad? —preguntó Ella, haciendo una mueca, sosteniendo con tanta fuerza su agenda que a Constance le pareció escuchar el crujir del forro de piel.
—¿Mi madre te ha dicho eso? No hagas caso a lo que sea que te haya dicho.
Ella abrió los ojos desmesuradamente, sorprendida.
—No, no... no dijo nada de...
—¿Recuerdas lo que te dije hace un tiempo, ¿no? Lo que te subió los aires —Se contuvo de suspirar de alivio al ver la sonrisa que comenzó a formarse en los labios de Ella.
—Cómo olvidarlo —respondió apenas en un susurro.
—Todo aquí está bajo control gracias a ti. Deja eso aquí conmigo —dijo y extendió la mano para que le entregara la agenda. Ella lo hizo con una expresión no muy convencida—. Llámame cuando llegues —Constance miró a su alrededor, notando que Sarah se dirigía hacia ellas—. Quiero saber que llegaste bien.
Ella asintió y antes de dar media vuelta le dedicó una sonrisa.
—¿Estás lista para el retoque de maquillaje antes de las fotos? —preguntó Sarah, sin dejar de mirar la puerta por donde había salido Ella.
Constance abrió la agenda y repasó las notas que Ella había escrito para el resto del día. Una sonrisa comenzó a dibujarse en sus labios, pero se convirtió rápidamente en una mueca. Cerró la agenda de golpe. La expresión seria en su rostro hizo que Sarah tragara en seco.
—Espero que todo esto esté terminado antes de las cuatro.
—Haré todo en mis manos para que así sea.
—Muy bien.
—¿Quiere que le espere? —Aldo preguntó cuando Constance abrió la puerta trasera del auto. Constance chequeó rápidamente la hora en el reloj en su muñeca.
—No. Toma el resto del día libre, Aldo.
Aldo estuvo a punto de abrir la boca, pero la cerró de inmediato y asintió, consciente de que Constance no lo estaba mirando.
—Que tengas una estupenda noche, Constance. Nos vemos mañana temprano.
Constance sostuvo su bolso de mano con fuerza. Normalmente suele cambiarse de ropa para venir a este tipo de eventos. Ella siempre la ha ayudado a pasar desapercibida, pero hoy no fue posible. La mujer hizo una mueca al mirarse su atuendo y luego dirigió la mirada a las gradas del estadio de béisbol. Había salido de la sesión de fotos y vino directo al estadio, así que no pudo cambiarse el traje blanco monocromático de tres piezas. Su atuendo consistía en un blazer blanco de corte estructurado y ajustado, decorado con dos filas de botones dorados en la parte frontal. Debajo del blazer, lucía un chaleco blanco entallado, y unos pantalones blancos de cintura alta. Su atuendo estaba impecable y, por primera vez, la elegancia que su conjunto desprendía la hizo sentir como un faro de luz. Si no llamar la atención era lo que deseaba, había fallado inmensamente.
—¡Constance!
Constance se tensó al escuchar su nombre ser gritado. Sus ojos escanearon las gradas, deteniéndose en el hombre que agitaba su brazo, llamando mucho más la atención hacia ellos dos. La morena contuvo un suspiro y se quitó las gafas de sol.
—Oliver —saludó al llegar a él.
El ex de Ella se había mudado permanentemente a Nueva York una vez que tuvo su tercer hijo. Oliver quería estar más cerca de sus hijos, y quería que estos tuvieran una relación más cercana a su hermano. Los mellizos estaban encantados y veían más regularmente a su padre.
—No esperaba verte por aquí, pensé que Ella vendría esta vez —dijo con una sonrisa sincera, como si estuviera igual de feliz de que ella estuviera allí.
—Estoy segura de que vendrá si termina con un asunto que no pudo dejar de lado.
—Sí, sí, estoy al tanto. Me llamó antes para decirme que intentaría llegar a tiempo, pero lo veía improbable. El tráfico para entrar a la ciudad a estas horas es una pesadilla.
Ahora que Oliver vivía en la ciudad, Constance se encontraba más a menudo con él. No a propósito, claro está. Pero era inevitable que él asistiera a los torneos y juegos más importantes de sus hijos.
—¡Cons! —gritó el joven en uniforme de béisbol, corriendo hacia ella.
Constance tensó la mandíbula al escuchar el apodo. A pesar de preferir no escucharlo en un lugar tan público, y mucho menos en presencia de Oliver, quien la miraba con una sonrisa como si supiera exactamente lo que ella estaba pensando, no podía negárselo a Noah.
Noah se detuvo ante ella, vacilante, hasta que una sonrisa amplia iluminó su rostro cuando Constance abrió sus brazos y Noah la abrazó. Ensuciarse su atuendo blanco era lo de menos en ese instante.
—Espera un momento.
Los dos adultos se miraron entre sí y luego siguieron con la mirada a Noah, que corrió hacia donde había dejado sus cosas, agarró un bate y volvió ante Constance.
—Asegúrate de que salga el bate entero. Este me lo regaló Ma —dijo Noah y se puso en una pose como si fuera a batear una pelota.
Constance buscó la cámara desechable en su bolso de mano, ignorando —o haciendo todo lo posible por hacerlo— la risa de Oliver. Constance tomó varias fotos y una vez complacida le deseó suerte al niño y se sentó en las gradas, al lado de Oliver.
—Nunca pensé que se te pegaría eso de Ella. Hace lo mismo, ¿lo sabías? —preguntó, haciendo ademán a la cámara que la mujer guardaba en su bolso.
Constance se mantuvo en silencio y se volvió a colocar las gafas de sol, girando la cabeza hacia él.
—A mí me parece genial —añadió el hombre unos segundos después. Se había encontrado con Constance ya varias veces, siempre en algún evento de sus hijos, y siempre cuando Ella estaba ausente. No le tomó mucho tiempo para darse cuenta de que Constance asistía cuando Ella no podía hacerlo, y desde la primera vez que se encontró con ella, la mujer siempre llevaba una cámara y tomaba fotos durante los torneos o juegos hasta gastar todo el rollo. Ella no le había comentado nada al respecto, ni siquiera de las fotos... en todo caso, por las conversaciones que ha tenido con su ex mujer, está casi seguro de que Ella no está al tanto de que Constance acude a los eventos de los mellizos—. ¿Quieres algo de beber? —preguntó Oliver, rompiendo el incómodo silencio que se había instalado entre ellos.
Constance negó con la cabeza, observando el campo. Noah ya estaba de vuelta con su equipo, preparándose para su turno al bate.
—Gracias, pero estoy bien —respondió Constance, intentando mantener la conversación superficial.
Oliver asintió y dejó caer la vista al terreno, mientras tamborileaba los dedos sobre sus rodillas. Ambos miraban a Noah, cada uno inmerso en sus propios pensamientos. Finalmente, Oliver se atrevió a hablar de nuevo.
—Sabes, Constance, a veces me pregunto cómo logramos que esto funcione —dijo, sin apartar la vista del campo—. La forma en que Ella y yo manejamos todo... cómo intentamos estar presentes en las vidas de nuestros hijos a pesar de nuestras diferencias y demandas laborales... ¿qué digo? Estoy hablando con Constance Isles... no quiero imaginar lo ocupada que estás y estabas cuando llevabas el mando de Ciao.
Constance se mantuvo en silencio por unos instantes, procesando las palabras de Oliver. Finalmente, giró la cabeza para mirarlo.
—Lo hacemos por los niños, Oliver —respondió con firmeza—. Ellos son lo más importante. Y aunque las cosas no siempre son fáciles, es mejor que vean que hay adultos que se preocupan por ellos y están presentes en sus vidas. —A ella le hubiera encantado que su madre mostrara una pizca de interés en sus actividades extracurriculares cuando era una niña. Aún recuerda la sensación de soledad al ver que todos los padres felicitaban a sus compañeras de equipo cuando ella tuvo que esperar dos horas a que su madre llegara, bastante tarde, para recogerla.
—Noah te adora —comentó el hombre con una sonrisa, a la vez que alzó un brazo, imitando a Noah que agitaba sus brazos antes de su turno a batear. No fue hasta que Constance hizo el mismo gesto que Noah ensanchó su sonrisa y dejó de agitar los brazos—. Habla tanto de ti que al principio Laura pensaba que eras su madrastra —dijo el hombre con un tono risueño, sin atreverse a girar la cabeza y mirar a Constance. Oliver se aclaró la garganta repentinamente y su tono cambió a uno más serio—. A veces me siento culpable por no haberlo hecho mejor. Pero ver a Noah tan feliz cuando está contigo... me hace sentir un poco mejor.
Constance desvió la mirada, incómoda con el repentino tono íntimo de la conversación. Noah estaba en la caja de bateo, y ella aprovechó la oportunidad para cambiar de tema.
—Mira, ya le toca a Noah —dijo, señalando al chico.
Oliver se inclinó hacia adelante, siguiendo la dirección de su mano.
—¡Vamos, Noah! —gritó con entusiasmo.
Constance no pudo evitar sonreír al ver la pasión en los ojos de Oliver. A pesar de todo, era un buen padre.
El sonido del bate al conectar con la pelota resonó en el estadio, y Noah salió corriendo hacia la primera base. Constance y Oliver se pusieron de pie, aplaudiendo y animando al niño. Noah llegó a salvo a la primera base y se giró en dirección a ellos, gritando de emoción.
Cuando Ella llegó corriendo, buscó a su hijo con la mirada hasta ubicarlo en la segunda base. La sensación de orgullo y alivio que sintió al ver que no se había perdido todo el partido hizo que sus hombros se relajaran notablemente. Ella levantó la mano en un gesto de saludo y sonrió cuando Noah la notó y su rostro se iluminó. Caminó hacia las gradas y casi tropezó al ver a su exesposo y a Constance hablando animadamente sin dejar de mirar hacia el campo. Constance lucía regia en el traje blanco que había usado para la entrevista; Oliver vestía más casual, no destacaba tanto como la mujer sentada a su lado.
Si no hubiera estado al tanto de la agenda de Constance, habría estado muy sorprendida de verla allí. A pesar de eso, sí le sorprendió que haya decidido venir con esa ropa, porque Constance hacía todo lo posible para evitar cámaras cuando se trataba de su vida personal.
—¡Ella, llegaste justo a tiempo! —Oliver se corrió en la grada, tocando el espacio entre él y Constance—. Siéntate aquí, te traje algo de beber —dijo y se giró para abrir la pequeña hielera que había traído con unas sodas y unos sándwiches.
Constance se subió los lentes de sol, dejándolos descansar en su cabeza. Ella sonrió como una idiota al sentarse a su lado y ver sus ojos verdes.
—Hola, vaya sorpresa verte aquí —dijo sin sonar nada sorprendida. Constance alzó una ceja en modo de respuesta y Ella soltó una carcajada antes de articular en silencio un 'Gracias'.
—Aquí está. —Oliver le entregó una lata fría a Ella, quien la abrió de inmediato y bebió por unos largos segundos.
El hombre abrió los ojos, sorprendido, y Constance tomó un momento para observar cuidadosamente el aspecto de Ella: su cabello estaba desorganizado, su piel brillaba por el sudor y el poco maquillaje que usaba no había sido retocado en varias horas. Constance se preguntó si Ella había corrido hasta las gradas.
—Hace demasiado calor —se quejó Ella y comenzó a quitarse el blazer negro, quedando con una blusa blanca sin tirantes.
—Menos mal que traje bastante hielo. ¿Segura que aún no quieres agua, Constance?
Constance apartó distraídamente la vista del busto de Ella y se volvió a bajar los lentes de sol.
—No estaría mal.
El hombre sonrió y le entregó una botella de agua.
—¿Todo bien con la casa? —preguntó Constance. Ella terminó de doblar el blazer sobre sus piernas y la miró, asintiendo con una leve sonrisa y una expresión cansada.
—Pudo haber sido peor de no ser por Mary y Morty. Luego te cuento —dijo cuando notó que la postura de Noah cambió cuando uno de sus compañeros se preparaba para batear.
El ambiente entre los tres era cómodo, casi familiar. El juego continuó, y los tres animaban a Noah y a su equipo. Constance se sorprendió de lo fácil que fue compartir risas y comentarios ocasionales sobre el juego que ahora entendía gracias a las explicaciones que Ella le había dado cuando iban al parque con Noah para practicar. Esta era la primera vez que volvía a ver a Ella en este ambiente, en un estadio, hablando de un deporte que la apasionaba tanto.
En todos los años después del accidente, Ella nunca habló sobre su equipo de softbol o de volver a jugar. Constance preguntó en una ocasión cuando Jessica fue mencionada, pero Ella cambió de tema de inmediato, y solo dijo que ya no jugaba más. Había esperado que Ella volviera a jugar después de terminar la terapia física y que su doctor le diera el permiso, pero no fue así.
—Vamos, vamos —susurró Ella a su lado, sin dejar de mirar hacia el campo. Noah ahora se encontraba en tercera base y el bateador tenía dos strikes.
Constance la observaba en silencio y recordó las palabras que Elena le había dicho años atrás, cuando le preguntó si Ella ya no practicaba el deporte. "No puede jugar. El accidente le causó un desgarre en el hombro y ya no puede lanzar". El volver a recordar esas palabras tuvo el mismo efecto que la primera vez que las escuchó: el corazón se le comprimió y sintió un peso en su pecho. El accidente le había arrebatado tantas cosas a Ella, que a veces se preguntaba cómo pudo seguir adelante, de cómo puede venir a estos partidos y sonreír como lo estaba haciendo.
—¡Jonrón! —gritó Ella, poniéndose de pie con el resto de los padres y espectadores. Constance se puso de pie también al ver que Noah llegó a base y su equipo celebró con él y el bateador—. ¡Ganaron! —volvió a gritar Ella y abrazó brevemente a Oliver antes de girarse hacia ella y tomarla en un fuerte abrazo, casi levantándola del suelo.
Constance se sentía exhausta. No era por no haber parado en los últimos tres días, yendo y viniendo entre entrevistas, sesiones de fotos en Ciao, compromisos y eventos, sino por la presión constante que sentía cuando su madre estaba cerca o entrometida en sus asuntos. La cena de celebrarción por la victoria de Noah había ayudado para relajarse un poco. Y la compañía de Oliver fue sorprendentemente grata, y Noah estaba parecía encantado de tenerlos a los tres juntos compartiendo y celebrando por él.
—He encontrado la información de contacto de Joseph Deacon. Es el mejor en seguridad de la ciudad y el que se ocupó del sistema de seguridad de esta casa.
Ella terminó de aplicarse crema en los brazos y se giró hacia la cama, ignorando la expresión de desaprobación de Constance cuando notó que no se había terminado de secar bien el pelo.
—Pensé que no habría trabajo en la habitación —dijo al sentarse en la cama, aceptando la tarjeta de contacto y dejándola encima de la mesita de noche.
—No estoy trabajando, solo compartiendo información contigo. Acepté que me ayudaras, pero yo también deseo ayudarte como pueda.
—Gracias, lo llamaré a primera hora mañana.
—Esto no es trabajo —repitió ante la sonrisa divertida de Ella.
—Ey, no he dicho nada más. Gracias por ir al juego de Noah —añadió y soltó un largo suspiro cuando se acostó en su lado de la cama, finalmente relajándose—. Estaba tan feliz hoy —pensó en voz alta, abriendo los ojos y girando la cabeza para mirarla.
—Tú también —susurró.
—Soy feliz.
—No quiero arruinar esa felicidad... pero, ¿mi madre te molestó hoy? —Tenía que saberlo.
—No —respondió Ella, sonando sorprendida—. Solo me preguntó si tu atuendo para la sesión de fotos estaba listo.
Constance arrugó el ceño, inquieta por no saber cuáles eran las verdaderas intenciones de su madre.
—Necesitas relajarte, cariño —dijo, tirando suavemente del brazo de Constance para abrazarla a su cuerpo y comenzó a acariciarle el cuero cabelludo con los dedos. Ella sonrió cuando Constance se relajó entre sus brazos, suspirando.
—Lo intentaré —susurró apenas audible, y Ella sonrió, quedándose dormida unos segundos después de ella.
