Giorno Giovanna venía de vuelta de la escuela, cabizbajo y mirando las manchas de barro de su ropa obtenidas por los empujones de sus compañeros que lo molestaban por lo de siempre: sus rasgos asiáticos y su retraimiento. Nada fuera de lo normal. Pero al doblar por un callejón, unas manchas en los adoquines llamaron su atención y se detuvo. ¿Era sangre? Miró a su alrededor y de pronto vio a una persona tirada a unos metros de él, escondida detrás de los vehículos. Respiraba entrecortadamente y tenía la camisa manchada con sangre. Se quedó hipnotizado por esos ojos apenas brillantes que parecían decirle que huyera, pero Giorno no lo hizo. No sabía por qué, pero esa persona…
Quiso acercarse, pero unas voces lo frenaron.
–¡Mierda, ¿a dónde fue?!
–¡Encuéntrenlo! ¡No lo dejen escapar!
–¡No puede ir lejos con esas heridas!
–¿No crees que se haya metido a una de las casas?
Del callejón salieron cuatro hombres con trajes, como si buscaran a alguien desesperadamente y entonces Giorno volvió a mirar a su derecha, donde el hombre yacía ensangrentado y con los ojos a medio abrir. Se fijó en que tenía el pelo rojizo y se veía joven.
Esa persona, aunque no lo conociera, parecía tan triste y sola como él. De modo que Giorno se paró sobre la sangre para esconderla y se quedó mirando a los extraños.
–¡Mantengan sus ojos en el piso! ¡Debería haber sangre que nos llevará con él!
–Ustedes vayan derecho, nosotros iremos por acá
–Oye, mocoso– dijo una voz amenazante cerca de él.
Giorno se vio rodeado de aquellos hombres y uno de ellos, el de cabello largo, le había hablado.
–¿Has visto a un hombre herido por aquí? No es muy alto, pero tiene el cabello rojo. Y tenía sangre.
Giorno levantó un brazo y apuntó hacia su izquierda.
–Huyó por allá– dijo, simplemente.
–¿Por allá?– preguntó uno.
–¡No será capaz de moverse rápido con esas heridas, no debe estar lejos!
–¡Vamos!
Los otros tres individuos se fueron, pero el tipo de pelo largo miraba a Giorno con suspicacia. Pero él no se amedrentó ni hubo vacilación en su mirada oscura.
–¡Oye!– gritó uno de los otros extraños, llamando la atención de aquel hombre.
–Ya voy– dijo, dedicándole a Giorno una última mirada para ir detrás de sus compañeros.
Cuando desapareció de su vista, el niño miró por última vez al sujeto cubierto de maleza y se alejó.
oOo
Susanna Bangles no era tonta, todo lo contrario. Además de tener un C.I sobre el promedio, estar cursando un doctorado en Química, ser candidata a ser profesora de la universidad y ser ayudante de muchos cursos, era una persona muy perceptiva. No por nada iba a casarse con un hombre que amaba pero que tenía menos inteligencia emocional que una cuchara de té. Ella la tenía por los dos, así que no era un problema para su relación.
Lo que sí era un problema era que su futuro esposo omitiera información relevante. Honestamente, ella supuso que Jotaro le había dicho a su familia y amigos que se iba a casar porque, realmente, ¿quién se casaba y no le avisaba a sus familiares? Además, él le había dicho que lo haría, se lo había prometido. Claro, el error de ella fue asumir que lo había hecho, por eso había enviado las invitaciones del novio sin consultárselo (además, la gran mayoría vivía lejos, tenía que avisarles con tiempo, ¿no? Los pasajes en avión son caros y engorrosos).
Debido a esto se había sorprendido de sobremanera al ver a Mohammed Avdol en la puerta de su casa fingiendo ser el MC de la boda y llevándose a Jotaro a beber algo a mediodía, para traerlo de vuelta varias horas después bastante ebrio y cabizbajo. Mientras esperaban que el café le hiciera efecto a Jotaro, Avdol y ella se habían sentado a conversar. Y entonces él le había contado que era un crusader, algo que ella siempre entendió que era como un ex grupo de cosplayers o de nerds que jugaban juegos de rol, pero resultó ser un grupo de amigos forzosos que había viajado dos veces por el mundo persiguiendo a rubios que querían destruir la familia.
–Éramos un grupo bien diverso–le había dicho Avdol–. Seguramente Jotaro te ha hablado algo. Estaba el abuelo de Jotaro –el señor Joestar–, Jean Pierre que es francés, Iggy que era un perro neoyorquino y Kakyoin Noriaki, que era compañero de Jotaro en la escuela y yo, por supuesto,
–¿Kakyoin?– preguntó ella.
Avdol se había puesto levemente incómodo y ella –que insisto, tonta no era–, notó eso. Porque Jotaro también se ponía incómodo cuando ella le preguntaba por él.
Porque sí, ella sabía de la existencia de Kakyoin Noriaki. Y sabía que era especial. Jotaro no viajaba dos veces al año a Japón sólo a ver a su familia y su amigo tampoco viajaba a Estados Unidos todos los años a hacer negocios si no tuvieran una relación, digamos, especial. De hecho, esto ocurría incluso antes de que Susanna y Jotaro comenzaran a ser novios, hace casi un año. Ella sabía que cuando Kakyoin venía a California, éste y su novio se iban de campamento o de viaje en barco un par de días y desaparecían del mapa. Jotaro siempre quedaba un poco triste después de esas visitas y esquivaba con maestría cuando ella le preguntaba cuándo le iba a presentar a su misterioso amigo.
–Ese chico ha venido siempre a visitar a Jotaro, pero jamás me lo ha presentado. Ni siquiera cuando sólo éramos amigos.
–Bueno, tampoco me presentó a mí, ¿no?– le había dicho Avdol, sonriendo.
–Sí bueno, no es como que ustedes se visiten seguido tampoco–replicó Susanna. Suspiró–.
Pero gracias por venir a visitarlo, aunque supongo que alguno de sus abuelos te envió para acá cuando se enteró que su único nieto se iba a casar.
–Fue el señor Zeppeli–había admitido Avdol con una risita.
–Avdol…yo… quiero preguntarte algo–dijo ella al cabo de unos segundos de silencio–. Jotaro y Kakyoin…
–Señorita Susanna–la interrumpió el árabe–. Sé lo que me quiere preguntar y créame cuando le digo que la entiendo, pero debe preguntarle a Jotaro aquello que aqueja su corazón.
Sabía que Avdol tenía razón, por supuesto. No es como que ella no lo hubiese intentado, en especial esos días en que su futuro esposo pasaba el escaso tiempo que tenía libre entre los llamados de la boda, su rutina de ejercicio, sus exámenes finales y atenderla a ella en mimos y comida.
Algo pasaba y solo podía sospechar, pero necesitaba certezas. Su futuro esposo estaba raro desde que había hecho una llamada a Japón y a las pocas horas le había llegado un fax con unos enormes kanjis escritos a mano y con un evidente mensaje de odio. Esto le había provocado una especie de quiebre emocional, lo que en el cuerpo de Jotaro se traducía en una mueca de aturdimiento y nula capacidad de habla por al menos unas horas. Por eso estaba en la sala mirando la bahía con aire melancólico.
–¿Jotaro?– lo llamó, con una mano en su hombro mientras la otra sostenía un té.
Él levantó la mirada y le sonrió apenas, recibiendo la bebida que ella le ofrecía.
–Estaba pensando que es hora de llamar a tus padres y a tu familia para explicar lo del "repentino" matrimonio. Y a tus amigos. Es por eso que estás así, ¿verdad?
Jotaro no dijo nada.
–Es por eso que vino Avdol, ¿verdad?– volvió a hablar ella.
–Sí.
–Es agradable. Deberían verse más seguido, JoJo.
Después de varios segundos de silencio, Susanna hizo otro intento:
–No pensé que no habías hablado con tu familia del matrimonio, por eso envié las invitaciones. Me dijiste que lo harías–dijo ella, suspirando–, y asumí que fue así. Gomen.
–No es tu culpa, yo… yo debí haber hecho esto bien–dijo Jotaro, tomando su mano y sonriéndole con calidez–. Haberte presentando al menos a mis abuelos, que viven en el mismo país. Haberle explicado todo a mis padres.
–Sé que es tarde, pero deberías hacerlo. No quiero llegar a una boda y que la mitad de los asientos estén vacíos sólo porque no te atreviste a hacer una simple llamada.
–Seguramente Avdol ya les contó todo.
Susanna tragó saliva.
–¿Todo, todo?
Jotaro asintió y ella sintió un nudo en el estómago, pero decidió ignorarlo.
–¿Es por eso que tu familia deja mensajes en recepción y el teléfono no ha dejado de sonar pese a que les dijiste que estabas navegando por varios días?
–Tal vez. Por eso lo desconecté.
Se quedaron mirando cómo el sol había empezado a ocultarse en el océano. Susanna se levantó y trajo el teléfono (luego de reconectarlo) que dejó en el regazo de Jotaro, que la miró sin entender.
–Si te sirve de consuelo, yo tampoco le he dicho a mi familia todo todo, pero creo que tú sí deberías. Es mejor que lo escuchen de ti que de tu amigo–dijo ella.
Bajo la mirada seria y serena de Susanna, Jotaro marcó los números de sus abuelos primero.
–Y después tenemos que hablar de Kakyoin Noriaki– le dijo ella desde la cocina, poniendo a hervir agua.
oOo
Unas pocas horas antes, Avdol se encontraba en el aeropuerto internacional de San Francisco, casi a punto de embarcar cuando una muchacha con el logo de la SWF en su chaleco se acercó a avisarle que tenía una llamada.
–Ahora qué, por Alá–dijo, siguiendo a la mujer al teléfono que estaba en uno de los mesones. Lo levantó mientras suspiraba, ya sabiendo quién sería–. ¿Señor Zeppeli?
–Soy Joseph. Caesar está en el baño porque comió algo en mal estado.
–¿Se refiere a usted?
–¿Qué?
–¿Qué?– repitió Avdol, masajeándose una sien.
–¿Hablaste con Jotaro?
–Sí.
–¿Y qué te dijo?
–Pasajeros del vuelo 36599 a París por favor abordar por la puerta…–dijo la voz por altoparlante.
–Está enamorado de Susanna–dijo Avdol con impaciencia.
–Ajá, sí.
–Pero también está enamorado de Noriaki.
Se escuchó un silencio tan prolongado en la línea, que Avdol pensó que el aparato tenía algún problema.
–¿Señor Joestar? ¿Aló?
No tenía tiempo para eso, de modo que colgó la llamada y se puso a la fila para subir al avión.
oOo
–¿Que Jotaro está enamorado de Nori y esa mujer?– preguntó Suzie a su marido, después que este le contara lo que le había dicho Avdol, una hora después, porque ella acababa de llegar a casa–. ¿Le dijiste a Caesar?
–No alcancé, porque se encerró en el baño a vomitar. Creo que está embarazado.
Suzie le pegó en la cabeza con la cartera que aún traía en los brazos y Joseph se rió.
–Con lo fértil que eres, no me extrañaría, tarado.
–Si fuera más fértil hubiésemos tenido más hijos–dijo Joseph, pensativamente–. No siempre existieron métodos para cuidarnos.
–Detén esa corriente de pensamiento enseguida, Joseph Joestar. Con Holy y Josuke me basta. No estoy en edad de criar o preocuparme de más niños y menos si son tuyos repartidos por el mundo, cerdo infiel–dijo Suzie en el mismo tono que hubiese usado para decirle "hay té recién hecho"–. Me cambiaré de ropa y hablamos. Roses, ¿puedes preparar té por favor? Después vete a descansar, querido.
Roses, que estaba detrás de su señora, hizo una leve reverencia y fue a la cocina. Joseph gruñó ante esa diferencia de trato, pero no dijo nada más hasta que vio salir a su flamante esposo del baño con la cara pálida y sudorosa. Joseph fue hacia él y se agachó para abrazarlo suavemente de la cintura.
–¿Qué estás haciendo?– preguntó Caesar notando las manos de Joseph anclarse a su cadera.
–Estoy calculando cuánto tienes
–¿Cuánto tengo de qué?
–De embarazo. Como estás últimamente de tan mal humor y con náuseas, estoy bastante seguro que desafié las leyes de la biología y te embaracé… ¡ouch!
Joseph recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo aturdió un poco y terminó por soltar a su esposo, adolorido, pero divertido. Éste se alejó de él y se dejó caer en uno de los sofás de la sala con los ojos cerrados.
–Si serás pendejo– dijo–¿Llamó Avdol?
–Sí, cariño. Bueno, en realidad yo lo llamé.
–¿Y qué dijo?
–Dijo que Jotaro…
El sonido del teléfono lo interrumpió, de modo que Joseph fue a contestar.
–¿Jotaro qué?– preguntó Caesar.
–Shh, espera, hello?
–Hola jiji–dijo una voz grave al otro lado.
–¡Jotaro!
De la nada aparecieron Caesar, mágicamente recuperado y Suzie, con una especie de buzo y descalza, a su lado, mirándolo ansiosos.
–Espera, te pondré en altavoz–dijo Joseph, mirando todos los botones de colores de ese aparato infernal que habían comprado recientemente–. ¿Por qué tiene tantos botones esta porquería? ¿Cuál es el botón del altavoz?
Jotaro escuchó cómo presionaba diferentes botones, que provocaron que lo dejaran en espera unos segundos, lo desconectaran, lo volvieran a conectar y que un zumbido sonara de fondo. ¿Qué carajos? De pronto escuchó clarísima la voz de su otro abuelo vociferar:
–¿Sabes pilotear aviones y no sabes poner el altavoz en un simple teléfono?
–Veo que encontraron el altavoz, ya pueden dejar de pelear, ya los escucho bien– dijo Jotaro, pasándose la mano por el cabello.
–No sabe pilotear aviones, si lo supiera no habría destruido cuatro– escuchó decir a su abuela–. ¿Jotaro, nos escuchas bien?
–Ya les dije que sí.
–¿A todos?
–Sí, ¿pueden dejar de discutir por favor?–dijo el nieto, golpeándose la frente con el auricular.
–¿Disculpa? ¡Mi primer accidente aéreo no fue mi culpa! ¡Tenía doce años! ¡No sabía pilotear aviones aún!– bramó Joseph.
–¿Pero a quién se le ocurre enviarle una onda de hamon al piloto y arriesgar su vida y la de su tío? Francamente, Joseph…–decía Suzie–. JoJo, cariño, ¿cómo has estado? Tenemos mucho de qué hablar, bambino.
–Lo sé. Es decir, sé que están molestos conmigo pero…
–¡Pero en los otros tres accidentes sí estabas piloteando tú, JoJo!–interrumpió Caesar–. Básicamente eres tú el de la mala suerte. Y no, bambino, no estamos molestos contigo, solo un poco sorprendidos por tu decisión.
–Que- no- fue- mi- cul-pa–decía Joseph–; en el primero fueron unos secuestradores, en el segundo fue el pináculo de la evolución que quería matarme, en el tercero un stand que quería matarnos y en el cuarto… ¡en el cuarto fue Kakyoin, que se volvió loco! Por cierto, Jotaro, ¿cómo es eso que te vas a casar y no es con ese muchacho?
–No fue culpa de Kakyoin– explicó por milésima vez Jotaro, sintiendo que habían tenido esa conversación muchas veces ya–, les explicó hace años que era un stand que se metía al sueño…¿saben qué? No importa, no llamaba para hablarles del viaje a Egipto ni de accidentes aéreos.
–Me imagino que nos llamabas para explicarnos cómo es eso de que estás enamorado de dos personas a la vez, pero te vas a casar con una de ellas siendo muy joven y sin avisarnos– dijo Joseph, como quien te habla de lo que almorzó.
–¡¿Qué?!– exclamó Caesar–. ¿Entonces sí le gusta Kakyoin? ¿Y por qué carajos se va a casar con una gringa entonces?
–Amo a Kakyoin– dijo Jotaro.
Hubo un silencio incómodo en ambos lados de la conversación. Caesar, Joseph y Suzie intercambiaron miradas de angustia, mientras Jotaro suspiró mirando el techo en busca de fortaleza para decir lo que quería decir, pero escuchó un ruido suave que llamó su atención y se encontró a su futura esposa apoyada en el marco de la puerta de su estudio, con lágrimas en los ojos y una taza de té temblorosa en la mano. Y se le partió el corazón.
–¿Cómo es eso de que amas a Kakyoin?– dijo ella con voz queda.
Claro, aún no habían tenido esa conversación.
–Los llamo después–dijo Jotaro, colgando la llamada– Susanna…
Ella se alejó de él mientras se acercaba, con las lágrimas cayéndole por los ojos,
–Siempre sospeché que tú y él tenían una relación especial, pero creí que era tu ex o algo así. O que era tu amor platónico, tu amante, tu amigo con beneficios, qué se yo. Me dije que podía vivir con eso, aún si quieres seguir viéndolo esporádicamente, porque siempre creí que me amabas solo a mí. ¡Pero lo amas a él!– exclamó en un sollozo–. ¿Y eso en qué me convierte a mí? ¿Te vas a casar conmigo por compromiso, es eso? ¿O soy una pantalla para esconder tu relación con él?
–No, Susu. Yo realmente te amo y quiero casarme contigo.
–¿Si no estuviera embarazada, te casarías conmigo de todas maneras?– inquirió ella con una risa sarcástica mientras se secaba las lágrimas con rabia.
–Sí–dijo Jotaro sin vacilar–. Quizá no con tanto apuro, pero sí.
–No con tanto apuro– repitió Susanna, dándole la espalda y yendo a la habitación–. Básicamente me estás diciendo que te estás casando ahora por apuro y compromiso, Kujo Jotaro.
La siguió a la habitación y vio que arrojaba un poco de ropa en una maleta pequeña que tenía bajo la cama. Jotaro sintió un vacío en el estómago, pero no la detuvo.
–No es eso lo que quería decir– dijo Jotaro, pasándose las manos por el cabello–. ¿Puedes… sentarte un momento para que conversemos? Después si quieres me gritas y te vas.
Sabes que me… cuesta hablar de estas cosas y si no te calmas aunque sea un minuto no podré explicarte.
Susanna se quedó en silencio e inmóvil unos segundos que se hicieron infinitos, pero después se sentó en la cama con un suspiro resignado y miró sus manos.
–Muy bien, te escucho. Tienes cinco minutos. Después volveré a mi departamento y cancelaré la boda. Tendré a mi hijo tranquila y podrás verlo solo los fines de semana, porque tampoco soy tan canalla como para arrebatarle la oportunidad de que conozca a su padre.
Jotaro se quedó de pie frente a ella, hundiendo las uñas en las palmas de sus manos y mirando al vacío, porque sabía que si la miraba no podría hablar.
–Un poco antes de venir a Estados Unidos, hace años, le confesé a Kakyoin que lo quería y empezamos una relación a distancia. Con el tiempo, se transformó en algo más allá y supe que quería pasar mi vida o gran parte de mi vida con él. Como sea, estaba pensando en cómo plantearle que quería que viviéramos al menos en la misma ciudad, pero entonces… te conocí a ti.
Las miradas de ambos se conectaron y Susanna vio en los bellos ojos de su prometido sinceridad… y amor. La estaba mirando con amor, como siempre la había mirado. Pero había una sombra de dolor en ellos también, una que ella siempre se negó a ver.
–La verdad, antes de conocerte, sólo había sentido esto por Noriaki. Y antes de eso, pensaba que no me gustaban las personas… de una forma romántica. Ni de ninguna forma, en realidad. Entonces… cuando empecé a enamorarme de ti y me di cuenta que seguía amando a Noriaki… como que entré en una crisis existencial.
–¿Cuándo no tienes crisis existenciales?
Jotaro sonrió levemente.
–No supe cómo manejarlo, la verdad. Creí que podría… eventualmente hablar con cada uno de ustedes y explicarles la situación, pero me dijiste que estabas embarazada y aunque me hizo muy feliz, me asusté aún más porque sabía que ya no podría explicarte todo lo que me estaba pasando. Y si no hablaba contigo… mucho menos hablaría con Nori…
–¡Kujo Jotaro!– lo frenó Susanna, poniéndose de pie frente a él–. No te atrevas a usar mi embarazo como justificación a tu cobardía y nula inteligencia emocional para enfrentar tus problemas. ¿El embarazo era una cuenta regresiva o una bomba que te impidió hablar conmigo o con tu…amigo o lo que sea?
Jotaro abrió mucho los ojos y se quedaron los dos en silencio, solo interrumpido por Susanna quien sorbía su nariz. Cuando ella volvió a hablar, lo hizo con una voz muy ronca.
–Pienso que este embarazo fue muy oportuno, ¿sabes? Siento que te forzó a tomar una decisión, que en este caso fue "elegirme". ¿Hubieses hecho lo mismo de no haber un hijo de por medio?
–Yo…
–¿Y si Kakyoin pudiera embarazarse? ¿O tuviera una enfermedad terminal? ¿Qué habrías hecho? ¿Qué habrías decidido? ¿Quién hubiera pesado más en la balanza?
–¡Nunca se trató de eso, no se trata de elegir, Susanna!
–¡Es que eso hiciste! ¡Y no lo elegiste a mí o a él, escogiste a una persona que no conoces aún!– exclamó ella, con las manos en el vientre–. Jotaro, no quiero compartir mi vida con alguien que sólo está conmigo por compromiso, ¡¿no lo entiendes?! No soy esa clase de persona. No quiero serlo.
–Yo no soy la clase de persona que se queda con alguien solo por compromiso, Susanna– dijo Jotaro con la voz más grave de lo normal, como si estuviera conteniendo las ganas de gritar–. Si fuera así, me habría quedado en Japón con Kakyoin y jamás te hubiese conocido. Esto no estaría pasando.
–Tal vez hubiese sido mejor así– dijo ella con frialdad-. No estaríamos en este problema y tú estarías feliz con tu amiguito.
Susanna no lo supo, pero Jotaro detuvo el tiempo y cerró los ojos, como si con eso pudiera evitar que las lágrimas cayeran por sus mejillas. Se secó con la muñeca y miró por esos infinitos segundos las facciones delicadas de Susanna y la abrazó. Luego salió de la habitación y el tiempo retornó.
–¿Jotaro?
Susanna escuchó unos pasos en la cocina, pero cuando fue hacia allá, alcanzó a ver la puerta del departamento cerrarse.
