Nota: Giorno en el canon nació en el 85, lo que significaría que para esta parte tiene como siete años, pero lo quiero hacer un poco más pequeño de edad, así que en realidad, para cosas de la trama, nació en el 87. Así que en lugar de tener 2 años de diferencia con Josuke, aquí tiene 3 o 4.

oOo

Buon giorno– saludó Hol Horse, trayendo un ramo de flores en la mano al momento de entrar a la habitación de Kakyoin.

–¿Qué te dio a ti por traerme flores?– le preguntó Kakyoin, levantando la vista del libro que tenía.

–No te ilusiones, son para tu enfermera.

–¿Cuál de todas? ¿La que está casada o la lesbiana? ¿O es para el enfermero quizá?

Hol Horse arrugó el ceño y dejó las flores en el jarrón de agua en la ventana mientras Kakyoin se reía y luego se quejaba del dolor.

–Muy bien, quédatelas tú. A ver si le da un poco de vida a este lugar deprimente–dijo Hol Horse mientras arrastraba una silla para sentarse cerca de la camilla de Kakyoin,

–He estado mucho tiempo en hospitales y clínicas, no me deprime realmente. De todas maneras, ¿por qué rayos vienes a verme todos los días? Creí que ya te habías devuelto a Japón o a donde sea que quieras ir.

–Sigo trabajando para la Fundación.

–Ajá, sí. ¿Eso incluye venir a verme todos los días al hospital?

–En parte– dijo el rubio rascándose el mentón–. ¿Supiste que tu ex novio llamó a tu casa?

–No tengo novio ni ex novio ni nada de eso.

–Kakyoin, por favor, ya sé que Jotaro Kujo es tu novio.

Kakyoin se atoró con su propia saliva, de modo que estuvo farfullando y tosiendo unos segundos mientras al mismo sufría por el dolor de sus heridas. Hol Horse lo miraba con indiferencia.

–Siempre supe que había algo entre ustedes, ¿sabes? Había una forma especial en la que se miraban…

–Hol Horse.

–...y en la que se protegían…

–Hol Horse.

–...era demasiada la tensión sexual…

–Hol Horse

–... por cierto, ¿ya culearon me imagino?

–¡HOL HORSE!

Kakyoin, completamente rojo, le había tirado el libro en la cabeza, botando al suelo su nuevo sombrero y provocando un chillido en el otro.

–¡Mi sombrero de cuero italiano, maldita sea!

–¿Cómo es eso de que Jotaro llamó a mi casa?–preguntó Kakyoin, aun sintiendo sus mejillas arder.

–Llamó a tu casa y cómo no se pudo contactar contigo, llamó a las empresas de tu familia.

–Ay, no.

–Tu madre lo insultó por teléfono porque por su culpa tú te habías ido a morir a un país tercermundista o algo así. Tu padre le envió un fax con unos insultos bien coloridos. ¿Qué rayos le dijiste a tus padres cuando nos fuimos a cazar mafiosos?

–Que me iba a Latinoamérica de vacaciones, ya fui ahí una vez y no es tan malo. Fuimos al culo del mundo. Chile, bonito lugar.

–Como si tu isla enana no fuera el culo del mundo también, pero con tecnología y anime.

–También naciste en una isla, maldito desgraciado– replicó Kakyoin.

–No puedes comparar Australia con Japón. Mi "isla" es un continente, por favor–dijo Hol Horse, medio divertido y medio serio–. ¿Por qué tu madre piensa que eres un despechado deprimido y te fuiste al segundo peor lugar del mundo a morir?

–¿Cuál es el primero?– rió Kakyoin, a su pesar. Le caía bien ese estúpido rubio descerebrado.

–Australia.

Se rieron por unos segundos hasta que Kakyoin se obligó a calmarse porque le dolía el abdomen. Condenadas heridas de bala.

–En serio, ¿por qué tu madre piensa todo eso?

–Quizá porque cuando le mentí a mi madre y le dije que me iría a Chile, se lo dije con cara de querer morirme, qué sé yo, mi mamá es exagerada y empresaria. ¿Y tú cómo mierda te enteraste de todo eso?

–Porque me lo dijo alguien de la Fundación cuando di reporte de la misión.

–¿Quién te contó?

–Larry.

–¿Qué Larry?

–De la sección 11.

–¿Qué sección 11?

–Chúpalo entonces, jajajajaja.

–Qué maduro, Hol– replicó Kakyoin, rodando los ojos–. Ya en serio, cómo te enteraste.

–De la Fundación, ya te dije, al parecer no es un secreto que andas de cariñitos con Kujo, pero nadie tiene muy claro el por qué viniste a Italia como agente de campo.

Menos mal, lo poco que me queda de dignidad está a salvo, pensó Noriaki con alivio.

–¿Me pasas el libro, por favor?– pidió, para desviar el tema y enfocar su cerebro aturdido con calmantes en algo más productivo que el imbécil de Jotaro Kujo y su estúpida e inminente boda.

–¿Por qué tienes un mapa de la ciudad ésa dónde te dispararon?– preguntó Hol Horse al devolverle el objeto y darse cuenta que no era un libro, sino una especie de guía turística.

–Porque estoy tratando de averiguar dónde fue que el niño me salvó para ir a buscarlo y darle las gracias.

–Han pasado dos días, supéralo y asume que lo alucinaste porque habías perdido mucha sangre. Parecía una escena de una película de terror cuando te encontré– dijo el rubio, colocándose el sombrero.

–No lo aluciné– gruñó Kakyoin tomando una croquera que tenía sobre la mesita que tenía a los pies–. De hecho, hasta dibujé su rostro. No sé por qué pero se me quedó grabado en la memoria…

–Déjame ver eso–dijo el otro, arrebatándole la libreta y revolviendo las hojas hasta dar con el retrato de un niño de unos seis años con cabello oscuro y ojos verdes–.¿Es este? No me extraña que te haya llamado la atención, parece que alguno de sus progenitores es asiático. Así como tu no-vio. No-vio-lo-tonto-que-eres. Bueno, ex no-vio-lo… ¡Ay!

Mientras su ¿amigo? se sobaba la frente por el golpe que le había dado, Kakyoin se quedó pensando en lo que le había dicho. ¿Sería por sus rasgos fuera de lo común que lo había guardado en su cerebro? ¿Se parecía a Jotaro un poco? ¿Así de trastornado estaba su subconsciente?

Necesito retomar mi terapia.

–Hol, ¿hasta cuanto te quedas como mi niñera?– preguntó

–Hasta que te recuperes, me dijeron. Se supone debo protegerte si nos vuelven a atacar. Después nos devolvemos a Japón. Y tu médico dice que tienes al menos una semana más antes de poder viajar.

–Necesito pedirte un favor.

–¿Quieres que te lleve al baño? Pídele a alguna de tus enfermeras. No sabía que ya teníamos ese nivel de confianza.

–No, idiota. Necesito que…

–¿Quieres que busque a ese crío, verdad?– lo interrumpió Hol Horse con voz cansina–. Prefiero llevarte al baño, honestamente.

Kakyoin rodó los ojos de nuevo y su compañero se rió.

–Te advierto que cobro caro por esos trabajos–dijo el rubio.

–¿Por llevarme al baño o para buscar a un crío?

–Sí.

–¿Lo harás o no?

–Necesitaré dinero para viáticos, además si me voy a meter a esa cochina ciudad de nuevo, necesito un cambio de atuendo para ir undercover.

–¿Eso es un "sí, Kakyoin, lo haré. Gracias por la confianza depositada en mí"?

–Sí, pequeña mierda grosera.

oOo

Susanna llevaba llorando unos treinta minutos sin parar, abrazando un cojín del sofá y sintiéndose miserable. Jotaro se había ido y ella había sido innecesariamente cruel al discutir con él. ¿No se supone que tenía un minor en psicología? O sea, el hombre era un retrasado emocional y un cobarde, eso era evidente, pero ella debió pensar en cómo decirle de mejor manera lo que sentía, no hacerle más daño al hombre que amaba. Dios, ¿ahora enfrentaría todo el embarazo sola o con las chismosas de sus hermanas? ¿Cómo le voy a decir a mamá que la boda se cancela? ¡Por la mierda, tengo que cancelar tantos pedidos y hacer tantas llamadas!

–Para ser una persona tan inteligente, la cagaste, Susanna– se dijo, sorbiendo los mocos y estirándose para tomar la caja de pañuelos de la mesita. Cómo odiaba estar tan sensible. Estúpidas hormonas.

Sonaron las llaves y de pronto la puerta se abrió, dejando ver a Jotaro con un montón de bolsas y con una mirada inexpresiva. Bueno, su mirada normal. Ella se sentó lo más dignamente que pudo y lo miró y entonces él la observó con preocupación, mientras dejaba las compras en la mesa de la cocina.

–Te traje helado, pensé que lo necesitarías. Y los chocolates que te gustan– dijo, revolviendo las bolsas–. ¿Cuál de los dos quieres?

–¿Q-Qué haces acá?– pudo balbucear mientras él le traía el pote de helado y una cuchara–. C-creí que te habías ido.

–Necesitaba tomar aire y fumar. Sabes que no puedo fumar cerca tuyo– respondió con suavidad mientras se sentaba a su lado–. Perdón por no avisar, pensé que volvería antes, pero había fila en el supermercado.

Susanna aceptó el helado y la cuchara, aturdida, pero aún así lo abrió y lo probó, sin dejar de mirar a Jotaro, que parecía más serio de lo normal mientras jugaba con una barra de chocolate sellada en sus manos.

–Susanna, estuve pensando en lo que dijiste… y bueno, tienes razón en muchas cosas.

Ella no dijo nada. Estaba muy avergonzada de su actitud y enojada con él como para decirle algo.

–Siempre me ha costado expresar lo que siento. Y eso me ha convertido en un cobarde.

Qué novedad, pensó ella.

–Como te dije hace rato, manejé todo mal en lugar de haber sido sincero con quienes debía. Si yo te pedí matrimonio, es porque de verdad quiero casarme contigo, Susu. Estés embarazada o no. No te voy a mentir, el hecho de que venga un hijo en camino aceleró mis planes, pero no es ninguna obligación. Siempre tuve la idea de permanecer mucho tiempo contigo– dijo Jotaro con una voz inexpresiva y sin mirarla.

Ella no se alarmó. Lo conocía lo bastante bien para saber que esa era la única forma en la que él podía expresar sus sentimientos.

–Te amo– dijo al fin y la miró, con una sonrisa imperceptible y un brillo en su mirada–. Pero amo también a otra persona. Y en mi cobardía, los dañé a ambos. Especialmente a ti. Entenderé que quieras cancelar la boda y no verme nunca más, pero odiaría que te quedaras con la idea de que eres sólo el lado de una balanza y no una decisión tomada libre y voluntariamente.

Susanna suspiró y tomó la mano de Jotaro que descansaba en su pierna en un puño, acariciándola para que la relajara. Estuvieron un rato así, mirando cómo los dedos de ella rozaban la piel áspera y con cicatrices de él.

–Creo que si me hubieses hablado de él antes, hubiese intentado entender… podríamos haber llegado a un acuerdo, no lo sé.

Jotaro la miró con tanta intensidad que se ruborizó, como si no pudiera creer lo que ella le decía. Ella comió un poco de helado antes de seguir hablando.

–Ej decir, no joy tan jerrada de mente–explicó con la boca llena. Tragó–. Me crié en California y mis padres eran hippies. Y antropólogos. Pero hippies. Ya sabes, revolución sexual, amor libre, alucinógenos y todo eso. Haz el amor y no la guerra. Bueno, es más profundo que eso, pero ya sabes a lo que me refiero– ella lo miró y él asintió–. Lo que quiero decir es que, bueno, no es algo común que ames a dos personas a la vez, pero no es raro ni anormal. Es algo que se estudia en psicología desde hace años, ¿sabes?

"En las sociedades antiguas, las paleolíticas, no existía la idea de matrimonio y mucho menos la de monogamia. Eso vino después con el desarrollo del pensamiento más científico de la naturaleza cuando notaron que el sexo tenía que ver con la procreación. La monogamia, al menos en occidente, es algo impuesto por un cambio de paradigma que se asentó en la Edad Media por la imposición de la virginidad, procreación, patriarcado y todo lo que impuso el catolicismo en la sociedad.

Jotaro la miraba, completamente absorto. Dios, cómo adoraba cuando Susanna se ponía en modo profesora universitaria.

–Y para qué ponerme a hablar de Oriente. En fin, el tema del amor, sexo y placer fue cayendo en la categoría de tabú. La psicología se encargó principalmente de estudiarla y en realidad, actualmente, se ha logrado instalar la idea de que la sexualidad humana es más un espectro… no, una constelación permeada por factores internos y externos a las personas. Frente a este panorama, otras formas de relacionarnos se están instalando en nuestra sociedad, como por ejemplo amar románticamente a dos personas. Ideas que antes al mundo le parecían aberrantes, ahora son más aceptadas–estaba diciendo ella. Se detuvo a comer helado.

–Sé que no es nada del otro mundo, mis abuelos tienen una relación así. Han estado juntos más de cincuenta años. Mi abuelo Joseph está casado con mi nonna Suzie y con el abuelo Caesar.

Susanna tosió y escupió el pedazo de helado que tenía en la boca, ensuciando el lindo tapizado del sofá que tantas horas se demoró en escoger de la tienda cuando se había cambiado a ese departamento.

–¿ME ESTÁS DICIENDO QUE HAS TENIDO UN EJEMPLO DE RELACIÓN POLIAMOROSA EXITOSA TODA TU VIDA Y AÚN ASÍ TE DIO MIEDO HABLAR CONMIGO O CON ESE TAL KAKYOIN DE LO QUE SENTÍAS?

Pequeñas gotas de helado salpicaron la cara de Jotaro, que permanecía petrificado mirando a su novia irradiar un aura amenazante. Muy amenazante. De pronto entendió por qué sus estudiantes le temían tanto y la llamaban Comandante Bangles.

–¡VAS A LLAMAR INMEDIATAMENTE A TODA TU FAMILIA, PARTIENDO POR TUS ABUELOS Y LES VAS A EXPLICAR DE VERDAD TODO LO QUE ESTÁ PASANDO! -vociferó ella, levantándose para ir a buscar un paño para limpiar el desastre– ¡Y MÁS VALE QUE TRAIGAS A ESE TAL KAKYOIN AQUÍ TAMBIÉN!

-P-pero no sé donde está– dijo Jotaro apenas en un susurro–. Desapareció y su familia…

Ella lo apuntó desde la cocina con el envase de quitamanchas para telas como si fuera un arma. Nunca antes Jotaro se había sentido intimidado por un quitamanchas.

-¡ESO NO ES PROBLEMA MÍO, LO BUSCAS Y LO TRAES! ¡¿ACASO NO HAS IDO DE CACERÍA DOS VECES POR EL MUNDO PERSIGUIENDO LOCOS?!

–Sí, pero…

Un paño húmedo cayó en su cara, tapándole la visión y luego algo –que supuso era el quitamanchas– le cayó al costado de la cabeza.

–¡Y LIMPIA ESE SOFÁ QUE VAS A DORMIR AHÍ HOY!

oOo

Después de unos cuantos días de búsqueda y espionaje, Hol Horse volvió a Roma, al hospital donde descansaba Kakyoin, no sin antes pasar a comprar unos suppli que tanto a él como al mocoso le gustaban (aunque él no lo admitiría, claramente).

El japonés estaba hablando por teléfono cuando entró a la habitación y le arrojó una bolsa de papel con algunas manchas de aceite. Lo vio despedirse y colgar la llamada para luego olisquear la bolsa con satisfacción.

–Tuve que pasarlos de contrabando–le dijo Hol Horse–. Esas enfermeras no quieren que comas frituras, parece–dijo casualmente, como si se hubieran visto hace unos cinco minutos y no hace varios días.

–¿Cómo te fue?

–Bien–dijo el otro, sentándose junto a la cama mientras se quitaba el sombrero de mafioso y se peinaba los mechones cortos que ahora traía–. En resumen: se llama Giorno Giovanna, tiene cinco años, vive con su madre japonesa Kyoko y su padrastro, Enzo Giovanna, cerca del puerto. Lo molestan en la escuela por sus rasgos y por ser muy callado. Su padrastro es muy cruel con él sin motivo aparente, porque en realidad, no es un niño problemático. O no lo fue en estos días en que lo espié. ¿Algo más que quieras saber?

–Tiene una vida bastante de mierda–opinó Kakyoin, zampándose un suppli y extendiéndole la bolsa a su compañero, que sacó uno.

–Y que lo digas. Vive en un barrio muy peligroso, lleno de gangsters y mafias. Balazos y sangre es algo de todos los días, ¿qué ej ejto, Latinoaméguica?– añadió con la boca llena.

–¿Para quién trabaja Giovanna?

–Oh, te encantará, trabaja para Passione– informó Hol antes de engullir otro suppli.

–¿El grupo criminal que estuvimos investigando?

–Aparentemente tienen dominada esa ciudad y se están expandiendo.

–¿Cómo rayos obtuviste tanta información en tan poco tiempo?

–Quizá tu me retrasabas, pequeña mierda–respondió Hol, alzando una ceja.

–Tiene sentido, tengo la movilidad de una persona de cincuenta años en un cuerpo de veintiuno–replicó Kakyoin, sin ofenderse.

–También tenían el archivo de la madre del mocoso en la Fundación– admitió el rubio después de una breve pausa.

–¿Y eso por qué?

–Aparentemente, es de familia de yakuzas y tuvo que huir del país.

Kakyoin frunció el ceño.

–¿Es broma? ¿Vinimos buscando flechas que pueden dar stands y ahora estamos metidos con mafiosos y yakuzas que además pueden obtener stands? Dios– exclamó Kakyoin, dejando caer la cabeza en la almohada–. ¿Por qué no podía simplemente ser un niño cualquiera? No, tenía que ser hijo de una ex yakuza y tener de padrastro a un aspirante a mafioso, me lleva la mierda.

Hol lo miró tendido en la cama con los ojos pegados en el techo. ¿Debería decirle que la madre del mocoso era de los Shiobana, que eran como la mano izquierda de los Shinomiya, el grupo enemigo mortal de la familia de Noriaki?

Nah.

–Tengo que ir–dijo el japonés, sentándose rápidamente en la cama como si hubiera tenido una revelación importante.

–¿A dónde exactamente?

–Por el niño. Tengo que sacarlo de ese ambiente.

–¿Te entró una bala al cerebro también?– preguntó Horse–. No puedes hacer eso, has pasado poquísimo tiempo de recuperación, ¿quieres morir o qué?

–¿Ahora en específico o en general?–respondió Kakyoin, levantándose con algo de dificultad.

–Hablo en serio, Kakyoin.

–Yo también. ¿Qué creías que pasaría después de que pidiera que investigaras al niño?

–Que le mandarías dinero mensualmente o le pagarías la escuela y la universidad. No que ibas a hacer una tonta misión altruista de rescatar niños hijos de mafiosos.

–No basta con eso, su vida es una mierda. Y él salvó la mía. No puedo dejarlo así.

–Debes dejarlo así, limítate a recuperarte para que vuelvas a tu vida y olvida esto.

Kakyoin caminó con cara de pocos amigos hasta el baño de la habitación, mientras Hol Horse lo seguía. Sacó de una bolsa decolorante, tintura y otras cosas que dejó sobre el lavamanos bajo la mirada estupefacta del otro y su "¿de dónde mierda sacaste eso?"

–Necesito que me ayudes a teñirme el cabello. Después iremos a comprar un traje y otras cosas. Tengo que parecer un mafioso y no un japonés aniñado–dijo Noriaki–. Además tendrás que acompañarme.

Horse acarició su sien izquierda. Podía reducirlo fácilmente y herirlo de veras. Pero la verdad era que la vida de ese tal Giorno apestaba y Kakyoin era muy bueno defendiéndose. Su stand compensaba mucho la agilidad que había perdido.

Además no era tan canalla para herir a un lisiado herido de bala.

Balas. En plural.

Bueno, no era un lisiado tampoco.

¿Semi-lisiado?

–Esto te va a salir más caro–respondió al fin, entrando al baño y poniéndose los guantes de látex.

–Me vale.

Varias discusiones, negociaciones, cambios de look y horas en tren después, Kakyoin y Horse llegaron a la "cochina" ciudad portuaria en búsqueda del dichoso mocoso. Aunque pretendían lucir como mafiosos de alto calibre, en realidad parecían más modelos de portada de revista, algo que les ganó muchas miradas y cuchicheo durante el viaje.

Sobre la camisa blanca y el chaleco negro, Kakyoin traía la chaqueta del traje petróleo sobre los hombros, sujeta por una cadena de plata cerca del cuello. Sus zapatos café brillaban y combinaban con el sombrero que traía sobre sus ahora mechones negros y le daban sombra a sus ojos rasgados escondidos detrás de unas gafas ahumadas. Los aros de cereza habían sido reemplazados por un pendiente largo de plata en una oreja y una argolla pequeña en la otra.

Hol Horse, por su parte, llevaba un traje gris con rayas más claras imperceptibles, una camisa blanca y una corbata azul oscuro. Sus zapatos negros iban a juego con su sombrero, que cubría sus cabellos ahora castaños y cortos y le daba sombra a sus ojos ahora oscuros porque estaba usando lentes de contacto. Además tenía unas gafas de marco grueso y una barba de pocos días para ocultar su identidad.

Ignorando las miradas y murmullos de las personas de su entorno, salieron de la estación y pidieron un taxi hasta el barrio donde vivía Giorno Giovanna. Mientras cruzaban la ciudad y se acercaban a su destino, Kakyoin notó que los parques y avenidas luminosas fueron reemplazadas por callejones sombríos, calles sucias y jóvenes vagando por las esquinas con extrañas actitudes. Kakyoin le ofreció pagarle más para que los dejara en la puerta de la casa de los Giovanna, ya que Hol le había dicho que los taxistas no se metían a esa parte de la ciudad.

Cerca de una plazuela y unos almacenes, venían caminando varios niños, algunos acompañados por adultos.

–La escuela está doblando la esquina– explicó Hol Horse, escudriñando la multitud–. Apetta un minuto–le pidió al conductor y le indicó a Kakyoin que mirara a su izquierda–. Él es.

Giorno Giovanna iba caminando solo detrás de un grupo de niños. A Kakyoin no le costó reconocerlo cuando cruzó la calle, porque había dibujado su rostro tantas veces, ayudado de las fotografías que Hol le había sacado a escondidas.

El niño pasó frente al taxi con mirada inexpresiva, seguido de cerca por otros tres niños que, sin motivo, comenzaron a empujar y a burlarse de Giorno. Kakyoin apretó los puños, esperando que el mocoso se defendiera o algo, pero éste simplemente se quedó callado, incluso cuando uno de los matones lo golpeó con la mochila, derribándolo y arrojándolo a un charco.

Kakyoin puso la mano en la manilla de la puerta, como para bajarse, pero su compañero lo sujetó del brazo.

–No lo hagas– le advirtió Horse con un gruñido.

–Pero nadie está haciendo nada.

–No vas a solucionar nada si te metes con esos críos ahora, maldito burgués entrometido. Tenemos trabajo que hacer y arruinarás nuestra fachada.

Hol le pidió al conductor que siguiera su camino, quien los llevó por calles oscuras y con ojos curiosos por todas partes hasta que se detuvo frente a una casa con un pequeño antejardín en donde habían tres mujeres fumando y conversando. No necesitó que Hol le dijera quien era Kikyo Giovanna, porque la identificó por la fotografía que había traído su compañero. Además, era la única con rasgos japoneses de las mujeres que estaban ahí.

–Necesito que averigües dónde viven esos tres mocosos que molestaron al niño. Y sí, te pagaré más–dijo Kakyoin a su compañero, pagándole una generosa cantidad al chofer.

–Ya sé dónde viven, pero el plan no era intimidar a sus familias. Enfócate en la meta y no nos metas en más problemas, ¿quieres? Guarda tu instinto de madre leona, por favor–le dijo Hol mientras se bajaban.

–¿Madre leona?

–Hubieses visto tu cara, parecías listo para saltar arriba de esos críos y arrancarles la cabeza a mordiscos.

–Qué exagerado, solo estaba molesto.

Molesto era una palabra suave. Estaba furioso. No era necesario contarle a Hol que odiaba a los matones porque él mismo había sido víctima de ellos durante muchos años. Cómo los detestaba.

Bajo la mirada atenta de Kikyo, se acercaron a la casa y no alcanzaron ni a decir buenas tardes cuando Kikyo les habló. Las otras mujeres detuvieron el parloteo enseguida.

–¿Quiénes son ustedes, qué quieren?– preguntó en un italiano perfecto.

–Buenas tardes–dijo Kakyoin educadamente en inglés–. ¿Usted es la señora Giovanna? Venimos en representación de la familia Zeppeli.

–De Milán–aclaró Hol Horse con un carraspeo. La mujer pegó un respingo.

–Tenemos algo serio que hablar con usted y su esposo, una oferta que espero consideren.

–Una que no pueden rechazar–añadió Hol Horse.

Kakyoin sintió deseos de golpearlo. ¿Por qué rayos estaba citando a El Padrino en un barrio italiano? ¿Quería que los mataran? Pero Kikyo solo entrecerró los ojos y los miró de arriba a abajo antes de pedirle a las otras mujeres que se fueran.

–¿Están armados?– preguntó ella esa vez en inglés.

Kakyoin y Hol extendieron los brazos para que ella los cacheara. Luego de comprobar que estuvieran limpios, los hizo pasar y les indicó que se sentaran en el enorme y gastado sofá de la sala. Desapareció por el pasillo, diciendo que iría por su esposo. Antes de sentarse lo más divo que pudo, echó una ojeada rápida a la habitación. No había fotos de Giorno, ni dibujos, juguetes u otros objetos que dieran señales de que allí vivía un niño de cinco años.

Kakyoin suspiró, tratando de reprimir sus nervios. Había pasado por cosas peores honestamente, pero fingir que eres un mafioso de calibre y meterte a la casa de otro para hacer que la vida de un niño sea un poco más decente porque te salvó de morir en manos de mafiosos con stands era algo nuevo. Miró de reojo a Hol, que parecía muy entretenido en mirar el innecesariamente caro reloj pulsera que le había exigido a Kakyoin como parte del pago. Su precio era tan ridículo que Kakyoin sospechaba que le hubiese salido más barato contratar a dos sicarios para que lo acompañaran.

Pero bueno, Hol era muy hábil y se había acostumbrado a trabajar con él.

No. Confiaba en él.

Quién lo diría.

–Buenas tardes–dijo Enzo Giovanna, entrando a la sala seguido de su esposa.

Era un hombre más corpulento de lo que se veía en las fotos. Kakyoin y Hol se levantaron y extendieron sus manos para saludar.

–Buenas tardes, soy Salvatore Zeppeli–dijo Kakyoin en un extraño italiano–. Usted debe ser el signore Giovanna.

–Luca Cavalieri– dijo Hol Horse y añadió en inglés–:Venimos en representación de la familia Zeppeli.

–De los Zeppeli de Milán, ¿no es así?–respondió en inglés también Giovanna.

–Venimos con una propuesta que no pueden rechazar–dijo Hol Horse.

Kakyoin se contuvo de rodar sus ojos al oír la cita de El Padrino nuevamente. Iban a terminar muertos si seguían así.

oOo

Expresiones en Italiano:

Apetta un minuto: Espere un minuto

Signore: Señor