CJC Week 2020
Día 7. Free... "Guerra a finales del siglo XVIII".

El coronel Joseph Stella ha sido amigo del coronel Caesar Zeppeli por diez largos años y ahora que éste se encuentra en peligro de muerte, no dejará que una pelea le impida ir a rescatarlo.

Por fin terminé, estoy muy emocionada n_n. No exagero si les digo que llevo SEMANAS tratando de sacar esta idea de mi cabeza. Originalmente Ratto me pidió que hiciera el último día de la CJC Week con la temática "gatitos" pero no pude. Así que elegí su segundo tema favorito que es "manhwas inspirados en la nobleza europea del siglo XVIII- XIX". Sí, así de específico.

Obviamente planeaba hacerlo de un sólo capítulo (que me quedó larguísimo, además) , pero me entusiasmé y probablemente siga expandiendo este AU porque AAAAAA *se seca una lagrimita*. Creo que es primera vez que escribo algo tan dramático y con nada de humor, pero se viene, en serio. ¿Qué sería de mí si no pongo humor o sarcasmo en mis fics?

Espero que les guste.

oOo

-No deberían haberte enviado, Caesar-dijo Joseph, mirando el fuego que tenía frente a él-. Y ciertamente no deberías ir, es peligroso.

-Eso no suena como tú, JoJo-le dijo Caesar, sentándose a su lado-. ¿Estás asustado o qué?

-No es eso. No me gusta enfrentarme a peleas cuando la victoria no está asegurada.

Había llegado hace unas horas una carta del general Straizo informando que tropas enemigas al mando del general Kars planeaba cruzar el paso de las montañas antes de lo previsto, pues iba en camino a apoyar al resto del ejército emmerhio. El plan era ir a su encuentro y atacar para obligarlo a retroceder hacia el cañón de Hua Hum, donde lo esperaría el ejército del general Straizo para emboscarlo. El coronel Caesar Zeppeli había sido elegido para la misión, considerando sus méritos en batalla, que conocía mejor el territorio y que el número del enemigo era reducido.

Caesar había aceptado de inmediato, pero Joseph tenía un mal presentimiento respecto a la movida del general. Sí, era cierto que Caesar y él habían sido trasladados hace menos de un mes a la fortaleza de Ralún, al pie de la imponente cordillera sureña, con el fin de vigilar el paso. Pero, ¿por qué querría el general Kars cruzar por ahí en primer lugar si no estaban las condiciones climáticas? El frente principal de batalla estaba mucho más al norte, no tenía sentido pasar por ahí. Además, ¿cómo se habían enterado el ejército auka del movimiento enemigo? ¿Era información fidedigna? ¿Cómo iba a hacer el general Straizo para emboscar a Kars? ¿Y por qué enviaban solo a Caesar? ¡No podían fiarse de que Kars viajara con tan pocos soldados! Perfectamente podría acompañarlo con mis tropas, pensó Joseph, ¿por qué me piden que me mueva de nuevo hacia el norte?

-O seas te estás acobardando-sentenció Caesar, jugando con el broche que le sujetaba la capa de piel a los hombros.

-Claro que no, ¿no te he acompañado acaso en campañas más peligrosas? No tengo miedo, solo… estoy tratando de mantener la cabeza fría. A diferencia de ti, Caesar, yo pienso bien las cosas. Mi sexto sentido me dice que debemos esperar.

-¿Esperar qué? Si victoria es lo que quieres, Kars está ahí solo con unos pocos soldados en contra de todos nosotros. ¡Estamos en ventaja, incluso numérica! Sabes que si derrotamos a Kars, prácticamente ganamos la guerra. ¡Debemos atacar ahora!-exclamó Caesar, levantándose e indicando hacia las montañas.

-¡Cálmate, no te pongas como loco!-bramó Joseph, también de pie. Consciente que estaban en el patio a la vista de todos, bajó el volumen para decirle-: Piénsalo, ¿y si es una trampa? Nada nos asegura que estemos en ventaja.

-¿Nada? ¡Nos llegó un mensaje oficial, JoJo! ¡Tengo que obedecer, te guste o no!

-¿Aún si pones en riesgo tu vida?

-¡Sí! ¡Es por eso que estamos en el ejército!

Algunos soldados que andaban por ahí los observaron con cautela. Caesar suspiró profundamente y habló un poco más calmado cuando dijo:

-¡Quiero terminar esto, JoJo! ¡Voy a terminar esto! ¡Voy a terminar lo que empezó mi padre, voy a destruir a Kars y terminar esta guerra!

-Creí que habías superado ese tema del honor y tu familia y todo eso-dijo Joseph con frialdad que mal disimulaba su rabia- ¡¿Por qué mencionas la muerte de tu padre ahora, francamente, a quién mierda le importa?-tronó, agarrándolo de la chaqueta.

-¿Qué-qué me dijiste?

Joseph sabía que había traspasado un límite, pero no se arrepintió. Si tenía que ser hiriente para que Caesar no arriesgara su vida, lo haría gustoso cien veces más. Los ojos de su amigo estaban inundados de furia, pero Joseph no se detuvo.

-¡Apenas alcanzaste a conocer a tu padre, que murió en esta absurda guerra! ¡Y además fue uno de los que la empezó! ¡Morir por los ideales de un muerto es idiota! ¡Una motivación de lo más estúpida para continuar una guerra aún más estúpida! ¡Sólo un idiota se arriesgaría a morir por algo así!

Caesar le respondió con un puñetazo que lo arrojó al suelo. No lo vio venir, pero en el fondo, se lo esperaba. Joseph exclamó de rabia e hizo el amago de levantarse, pero su amigo le puso la bota en la cara para impedirlo.

-¡Ten mucho cuidado con lo que dices, Joseph!

Joseph golpeó la pierna de Caesar para zafarse, se puso de pie velozmente y con toda la rabia que sentía, le mandó un puñetazo de vuelta que lo arrojó un metro más allá.

-¡¿QUÉ PASA CONTIGO?!-gritó Joseph-. ¡CÁLMATE!

Recibió otro golpe en la cara. Y él respondió con otro. Y recibió otro. Joseph podía sentir su nariz gotear sangre. ¿Tendría que sacar la espada para reducir a su amigo? Lo estaba considerando seriamente. ¿Qué dirían sus subalternos al verlos pelear así?

-¡SÓLO CÁLLATE!-bramó Caesar, pegándole una patada en el estómago que casi lo arroja al fuego.

Joseph mantuvo el equilibrio por suerte y aprovechó la postura para darle una patada en las costillas, que Caesar amortiguó con sus brazos. Entonces varios brazos lo agarraron y lo separaron de Caesar, al igual que hicieron con éste, que forcejeaba para soltarse.

-¡Tú no sabes… todo lo que ha pasado mi familia por esta guerra! ¡No hables de lo que no sabes, Joseph Stella!

-¡Todo el mundo sabe eso! ¡Hablas como un demente!-bramó Joseph, intentando soltarse del agarre-. ¡Suéltenme, ya estoy bien!

-Sí, coronel-murmuraron los soldados, obedeciendo.

-Supongo que nunca entenderás la importancia de la herencia y el honor familiar. O de sus implicancias-dijo Caesar mordazmente, soltándose de los brazos de los soldados-. Y menos en una situación como esta.

Joseph deseó gritarle que sí, que sí sabía, que él más que nadie podía entenderlo, pero en lugar de eso, se quedó callado. Tenía absolutamente prohibido revelar esa información, una condición que le habían impuesto cuando se había unido al ejército, hace muchos años atrás.

-Partiremos en la mañana-dijo Caesar, dándole la espalda para dirigirse a uno de sus soldados-. Sargento, informe al teniente Mark y al resto que nos vamos mañana a primera hora.

Joseph lo vio irse, luchando contra el impulso de darle una patada y de gritarle que era un imbécil al mismo tiempo. Miró las nubes grises sobre la montaña, acercándose amenazadoramente y sintió que su pecho se apretaba de angustia.

oOo

-¿Coronel Stella?-dijo una voz femenina luego de golpear la puerta.

-Adelante-dijo Joseph, levantando apenas la vista del documento que estaba leyendo.

La teniente Quatro entró en la oficina, lo saludó y le extendió unos documentos.

-Buenos días. Venía a dejarle los informes que el coronel Zeppeli me pidió que le pasara.

-Bien-respondió Joseph, dejándolos encima sin mirarlos. Había visto partir cerca de las tres de la mañana a Caesar y a su tropa. No lo había detenido y Caesar tampoco miró atrás. Estúpido Zeppeli, a mí qué me importa que se haya ido, pensó con ira-. ¿Algo más, teniente?

-Está casi todo listo para nuestro viaje al norte, solo falta que pase la última revista.

Joseph firmó los papeles que tenía encima del escritorio, los metió en una carpeta y se los pasó a la teniente.

-Envíe un mensajero a la capital lo antes posible con esos documentos, teniente. Son importantes. Yo terminaré de ordenar esta oficina y bajaré de inmediato.

-Sí, señor-dijo la teniente Quatro, poniendo la carpeta bajo el brazo y caminando hacia la puerta. Tenía la mano en la manilla, cuando lo pensó mejor y se dio vuelta, más seria de lo normal-. ¿Coronel Stella?

-Sí, ¿qué pasa ahora?-gruñó Joseph, sin mirarla.

-Si por algún motivo, usted quisiera ir detrás del coronel Zeppeli… yo podría cubrirlo con los superiores. No me importaría inventar algo que justificara su ausencia.

Joseph por poco derrama el frasco de tinta por la sorpresa, pero la teniente no demostró haberlo visto.

-¿Por qué querría ir detrás de ese tonto?-preguntó Joseph, ignorando la punzada en el estómago.

-Porque creo que piensa lo mismo que yo respecto a la jugada del coronel Straizo y teme por la seguridad del coronel Zeppeli. Y quiere convencerlo de que regrese- dijo ella, simplemente. Como Joseph no habló, ella preguntó-. ¿Me permite darle un consejo, señor?

-¿Tengo otra alternativa?

Ella no se inmutó ante la mirada exasperada de Joseph.

-Lo conozco hace mucho tiempo, señor. A usted y al coronel Zeppeli. No deje que una tonta riña eche por tierra años de una bonita relación. Con su permiso.

Hizo una pequeña inclinación y se volteó para irse.

-Suzie-la llamó. Era la primera vez que la llamaba por su nombre de pila.

-¿Sí, señor?-preguntó ella, sin voltearse.

-Gracias. Dile a Poco que prepare mi caballo y todo lo necesario.

Joseph nunca supo que la teniente Quatro estaba sonriendo cuando salió por esa puerta.

oOo

Pese a que Caesar le llevaba tan solo unas seis horas de ventaja, Joseph no se esperaba que se hubiese alejado tanto con su ejército: llevaba al menos cuatro horas cabalgando y no se veía rastro de él. Pero Caesar conoce mejor estos paisajes que tú, se reprendió. Mientras más se acercaba a las montañas, peor se hacía el clima: un viento seco y gélido y el cielo cubierto de nubarrones le indicaron que una tormenta se avecinaba. Y de las malas. Joseph espoleó a Hermit Purple para que acelerara el paso.

Apenas pudo, tomó un sendero que subía abruptamente y que al cabo de una hora, le dio una mayor perspectiva del entorno. El valle que dejó atrás estaba cubierto por una densa capa de nubes, interrumpidas por las cimas de sinuosas montañas cubiertas de espesos bosques que parecían extenderse infinitamente. Aunque sabía que era prácticamente inútil, Joseph sacó el catalejo y observó el este, hacia las montañas nevadas y cubiertas de neblina, esperando ver algo, pero era imposible. Maldiciendo y decidido a seguir ascendiendo hasta encontrar a Caesar, notó que Hermit movía las orejas y los cascos, nervioso. ¿Sería por la tormenta?

No. La temperatura había descendido drásticamente y el fuerte viento que corría del este le trajo sonidos y olores de guerra, que se amplificaban al chocar contra las montañas. ¿Acaso Caesar se había encontrado con Kars? Tiró de las riendas de Hermit y cabalgó hacia el ruido, hacia el corazón de la tormenta, deseando de todo corazón no llegar demasiado tarde. Unos copos de nieve habían comenzado a caer.

Poco después el viento se alzaba feroz y la nieve caía copiosamente, pero Joseph escuchaba ruidos de batalla cada vez más cerca pese a la escasa visibilidad. Unos truenos retumbaron sobre su cabeza y Hermit relinchó, nervioso. ¿Dónde estaban todos? No podía ver nada en tres metros a la redonda. De la nada apareció un soldado emmerhio cabalgando como si huyera de algo y al ver a Joseph, corrió hacia él espada en mano. Joseph sacó la espada rápidamente y se deshizo de él sin mayor dificultad. Luego apareció otro soldado enemigo corriendo que quiso atacarlo y Joseph lo derribó del caballo con una patada. ¿Se había metido en la mitad de la batalla o qué?

Avanzó velozmente hacia la dirección de donde habían venido los soldados y los ruidos de batalla se hicieron aún más fuertes a su alrededor. Varios soldados emmerhios aparecieron y lo atacaron, pero Joseph los quitó de su camino usado la espada al mismo tiempo que se sacaba la nieve de los ojos.

-¡CAESAR! ¡CAESAR!

Mientras avanzaba y luchaba contra el enemigo sin saber realmente adónde iba llamaba desesperado a Caesar. ¿Dónde mierda estaba? Sintió varias balas surcando el aire a su alrededor y algunas las desvió usando su espada. Hermit se encabritó al escuchar una voz familiar gritar cerca. Caesar. Siguiendo el sonido de su voz, Joseph llegó a una especie de claro dentro de la neblina donde su amigo ensangrentado peleaba rodeado de varios soldados propios y enemigos, gritando órdenes.

-¡RETIRADA! ¡Hacia el muro, hacia el muro! ¡RETIRADA!

-¡CAESAR!-bramó Joseph, corriendo hacia él con el corazón en un puño-. ¡CUIDADO!

Bastó un segundo para que una soldado emmerhia le clavara la espada a Caesar en el costado. Éste la golpeó y la derribó del caballo, apretándose la herida. Cuando llegó a su lado, Joseph agarró las riendas de Bubbles y se lo llevó, ignorando los gestos de sorpresa y las preguntas de su amigo. Joseph y Caesar siguieron gritando a los soldados que se retiraran mientras salían de ahí. Nunca supo realmente cómo logró llegar al campamento media hora después, completamente ileso y con Caesar detrás de él.

Instalado en las antiguas ruinas de Monteverde, al borde de la montaña, el campamento estaba lleno de soldados que corrían de un lado a otro, atendiendo enfermos, rearmando y fortaleciendo tiendas, haciendo fuego. Joseph recorrió el muro de piedra hasta llegar a la tienda Caesar, lo bajó del caballo y lo recostó con cuidado en el jergón. Le arrancó la chaqueta empapada en sangre y levantó la camisa sin muchos miramientos para revisar la herida. El corte, bastante profundo, cubría todo el costado izquierdo, desde las costillas hacia la espalda.

-¿JoJo, qué-qué haces aquí?-preguntó Caesar con voz temblorosa.

-Cállate-le espetó Joseph, tal como había hecho las últimas diez veces que el otro le había preguntado lo mismo-. Te desinfectaré la herida y te revisaré.

-Mis soldados-jadeó Caesar, haciendo como si fuera a levantarse, pero Joseph le puso la bota sobre el pecho, impidiéndoselo-. ¡Joseph!

-Que te calles te dije. Guarda energía, la necesitarás. Tus soldados están bien, los entrenaste bien.

Joseph rebuscó entre las cosas que habían en la tienda, sacó un poco de alcohol y lo vertió en la herida abierta, provocando que su amigo gimiera de dolor. Usó la misma camisa de Caesar para taponar la herida, la sujetó con el brazo de su amigo y salió para gritar órdenes por sobre el ruido de la tormenta.

-¿Dónde están mis tropas?-preguntó Caesar apenas volvió a entrar.

-Afuera hay algunos, no los he contado realmente, pero calculo que más de cien. Encendieron fuego y están cuidando a los heridos. La tormenta no amaina y dudo mucho que el enemigo se atreva a atacar en estas circunstancias. Mientras dure la tormenta, estás a salvo-respondió Joseph con dureza-. Ahora déjame revisar tus otras heridas.

Se arrodilló junto a él. Tenía un profundo corte desde la ceja derecha hasta su característica marca en el pómulo. Joseph se relajó un poco al comprobar que Caesar aún podía ver, pero borroso. Limpió esa y las demás heridas menores que encontró, ejerciendo presión en la herida grave que tenía la camisa empapada en sangre. Caesar cerró los ojos ante ese contacto y comenzó a respirar agitadamente con una mueca de dolor, pero no emitió sonido alguno hasta un hora después, cuando Joseph le colocó un pedazo de madera entre los dientes para que mordiera y cauterizó la herida con la punta de su espada al rojo vivo. Caesar gritó ahogadamente de dolor unos segundos y luego se calló, temblando.

-¿Caesar?

Se había desmayado.

oOo

El resto del día y gran parte del siguiente estuvo Caesar inconsciente, presa de una fiebre altísima y murmurando cosas inteligibles de vez en cuando. Joseph no se separó de su lado excepto paracumplir con su deber como oficial de mayor rango en ausencia de Caesar: repartir las provisiones que quedaban entre los sobrevivientes, organizar las guardias y acomodar a los heridos que iban llegando. Por sus bocas, Joseph se enteró que una parte importante de los soldados se habían quedado atrás para darle al coronel y al resto de sus compañeros la chance de escapar del ataque del enemigo y del azote de la nieve. Joseph supuso que si no habían regresado aún habían muerto por manos de los emmerhios o por el clima. Ninguno de las dos alternativas era muy esperanzadora.

Como fuese, debía ocuparse de los soldados aún vivos. Joseph era plenamente consciente que no sobrevivirían mucho tiempo estando allí, pero por el momento no había mucho que pudiera hacer. Si enviaba un mensajero para pedir ayuda, era posible que se perdiera en la tormenta. Por el mismo motivo, no podían trasladarse ahora sin tener más muertos. Podrían esperar a que la tormenta se detuviera, pero no sabían cuándo sería eso. Ésta podría durar varios días y las provisiones y la leña escaseaban. Morirían de frío o de hambre. Y suponiendo que sobrevivieran a la tormenta y pudieran trasladarse o pedir ayuda, no sabían la ubicación del ejército enemigo ni cuántos eran y podrían ser atacados en cualquier momento. Eran pocos los soldados que podían luchar aún. ¿Y cómo movemos a todas estas personas si se perdieron muchos caballos? ¿Cómo los alimentamos? ¿Cómo trasladamos a los heridos? pensaba Joseph, devanándose los sesos. Constantemente miraba hacia el norte, esperando ver señales del ejército del general Straizo, pero en el fondo de su corazón sabía que eso no pasaría. Estaban solos.

Joseph solía jactarse de ser un tonto optimista, pero la situación en la que se encontraba ahora poco a poco estaba minando esa actitud. Mirara por donde mirara, no veía esperanza, sólo muerte. Había ido hasta allá a rescatar a Caesar y a sus tropas y terminaría muriendo ahí. Si tan sólo no hubiese sido tan orgulloso y hubiese ido a hablar con Caesar una última vez antes de que se fuera, dos noches atrás, para convencerlo de que se quedara. Si tan sólo hubiera ido detrás de él apenas se fue, si tan sólo lo hubiese arrastrado de vuelta a la fortaleza, si tan solo le bajara la fiebre y despertara… podría ayudarme a decidir qué hacer, pensó con los ojos llenos de lágrimas. La tarde caía y el cielo no daba señales de dar tregua. La nieve seguía cayendo cerradamente, cubriendo todo a su paso. Joseph se sacudió los copos de los hombros y entró en la tienda.

Vio a su amigo con los ojos abiertos. Sintiendo alegría por primera vez en días, tomó su pulso y chequeó la temperatura en la mejilla: el primero estaba mejorando y la segunda seguía siendo alta, pero no terrible. Le sacó el paño de la frente, lo enjuagó y lo depositó con suavidad en la frente.

-¿Cómo te sientes?

-¿Eres tú, Joseph?-murmuró Caesar, entornando los ojos-. Creí que era un sueño.

-¿Qué cosa?-preguntó Joseph, tomando inconscientemente la cara de su amigo, como para convencerse de que realmente había despertado.

-Tú. Te escuché y te vi, pero pensé que era un sueño.

Joseph sintió que las lágrimas pugnaban por salir, así que se frotó los ojos lo más disimuladamente que pudo y le ofreció la cantimplora a Caesar.

-Necesitas beber algo, ten.

Caesar se sentó como pudo, ayudado por Joseph y bebió un poco. Joseph acomodó algunas cosas para que se pudiera mantener sentado sin forzar demasiado la espalda.

-¿Cuál es la situación, JoJo?-preguntó Caesar casi en un susurro. Era evidente que aún se encontraba débil-. Lo último que recuerdo es que me sacaste de la batalla.

Suprimiendo la angustia que sentía al ver los gestos de dolor y preocupación de Caesar, Joseph lo dejó al tanto de lo acontecido. Vio sus ojos estrecharse como si reprimiera lágrimas, lo que no lo ayudó a sentirse mejor. Hace mucho tiempo que no veía esa expresión desoladora en su cara.

-Es mi culpa-murmuró Caesar, cabizbajo-. Debí hacerte caso, Joseph. Lo lamento muchísimo.

Escucharlo hablar así realmente le rompía el corazón, así que Joseph lo frenó y le ofreció un plato con comida.

-Encontraremos una forma de salir de esto, te lo prometo. Somos la dupla dorada del ejército, después de todo. Por favor ahora come un poco y descansa para que te recuperes lo antes posible, Zeppeli. No me iré de aquí sin ti.

Caesar apenas probó bocado. Tenía la mirada perdida. Joseph podía imaginarse los engranajes de su mente funcionar a toda máquina para encontrar una solución al problema. El poderoso viento cordillerano remecía la tienda iluminada apenas por la lámpara.

-Creo que nunca habíamos estado en una situación tan horrible, JoJo. Y honestamente no veo ninguna salida a esto más que la muerte, por espada o por la naturaleza-dijo Caesar con voz grave-. Pero pese a eso, aún así me alegro de que estés aquí conmigo.

Como Joseph no dijo nada, Caesar posó una mano en su antebrazo y le dedicó una sonrisa triste. Joseph quiso devolverle la sonrisa, quiso decirle que sentía lo mismo, que si iba a morir mejor hacerlo a su lado. Pero en lugar de eso sólo apretó la mano de Caesar, como si quisiera transmitir todo eso en ese simple gesto.

-Estoy harto de esta guerra estúpida-dijo Caesar en un suspiro, apartando el plato de su regazo-. Si estuviera en mis manos el poder terminar con esto, lo haría ahora. Te lo juro, Joseph.

-Has recapacitado-rió Joseph, aunque esa risa le sonó tan vacía-. ¿Qué te pasó? ¿La guerra ya no te sienta?

-Nunca lo hizo. Una cosa es que respete los valores militares y familiares que me han sido inculcados por años y otra muy distinta es que avale este conflicto armado. Llevo diez años peleando en esta guerra. Diez y solo quiero que acabe. ¿Por qué crees que vine hasta acá en primer lugar? Creí… creí que podía hacer la diferencia y terminar esto de una vez. Y en lugar de eso, metí a mis hombres y mujeres en peligro. Y a ti también.

Un relámpago iluminó el interior de la tienda y Joseph pudo ver con detalles la expresión de amargura de su amigo. El trueno que le siguió hizo vibrar el suelo húmedo y titilar la luz de la lámpara.

-De todas formas hubiese venido, Caesar. Y no por servilismo ni honor militar ni ninguna de esas estupideces con las que sueles aburrirme, sino por ti.

-Claramente tu vida sería muy aburrida sin mí.

-¿Sabías que pude haber renunciado al ejército real hace mucho tiempo?-dijo Joseph después de una pausa-. Cuando mi familia decidió que tenía que pagar por mis crímenes, me dijeron: "unos pocos años en el ejército o muchos en el exilio o de encierro, tú eliges". Y así pasaron diez años, cuando en un principio eran sólo tres.

-Nunca me dijiste que eran tan pocos, ¿por qué te quedaste entonces?

-Ellos me preguntaron lo mismo cuando era hora de volver a casa y yo no quería irme. Les dije que había sentado cabeza y que la vida militar había terminado por encantarme.

-¿Y te creyeron?

Joseph sintió que su boca sonreía de verdad. Qué extraño era sonreír en esas circunstancias. No pudo evitar acordarse de la cara escéptica de su madre cuando le había dicho eso.

-No mucho, pero hubiese sido más problemático si les decía la verdad.

-¿Qué verdad?

Joseph suspiró. No perdía nada con decirle a Caesar lo que sentía. No ahora que no había muchas esperanzas de salir vivos y en buen estado de esa montaña. Se aclaró la garganta para darse ánimo.

-Que me quedé por ti. Aguanté todos estos años en el ejército y en esta guerra porque sabía que estarías a mi lado, Caesar.

Caesar tenía los ojos abiertos y no despegaba la mirada de Joseph.

-¿Qué?

-¿Por qué crees que vine hasta aquí a buscarte? ¿Esperabas que me quedara allá sabiendo que podrías estar malherido, prisionero o muerto? La teniente Quatro me ayudó a darme cuenta del terror que tenía por perderte.

Caesar lo miró con sus ojos verdes como si nunca lo hubiera mirado antes y Joseph se estremeció, porque estaba seguro que nunca nadie lo había mirado así. Cerró los ojos al sentir la mano de Caesar acariciando su mejilla. No sabía qué estaba pasando ni por qué, pero Joseph dejó de pensar cuando los labios secos y fríos del coronel Caesar Zeppeli lo besaron con suavidad. Podía oír los latidos de su corazón por sobre el ruido de la tormenta, acallando incluso sus preocupaciones. No supo cuánto tiempo pasó, pero Joseph apartó a su amigo con delicadeza para poder respirar, porque aparentemente su cuerpo lo había olvidado. Sus caras quedaron a centímetros de distancia.

-¿Q-qué… por qué hiciste eso?-jadeó.

-Porque hace mucho tiempo quería hacerlo-respondió Caesar con una sonrisa auténtica-. Lástima que sea aquí y ahora, en estas circunstancias, pero…

Joseph no lo dejó terminar la frase porque lo besó de nuevo con urgencia, teniendo presente ser cuidadoso con el estado de Caesar. Sin embargo, fue éste quien enredó la mano en su cabello y comenzó a explorar su boca con la lengua, lo que le arrancó un gemido suave a Joseph. Abrazó a Caesar para acercarlo más a su cuerpo y lo sintió hervir bajo las capas de ropa, de modo que volvió a alejarse.

-Te subió la fiebre-dijo, jadeando y posando la mano en su frente-. Necesitas descansar.

Joseph sacó las cosas que había detrás de su espalda y lo ayudó a acostarse. Caesar cerró los ojos y suspiró con exasperación al ser cubierto por la piel negra. Se veía tan delicado que Joseph depositó un beso en su frente. ¿Qué más iba a hacer? Esos besos lo dejaron con ganas de más. Si Caesar no estuviese tan enfermo, dedicaría un par de horas a recorrer su cuerpo como sabía que quería hace años. Estiró el brazo para apagar la lámpara y se acostó al lado de Caesar, con el corazón martilleándole sin piedad. Por puro instinto, se pegó más a él hasta que sus caras estuvieron a pocos centímetros. La mano derecha de Caesar le acarició el rostro como si quisiera asegurarse que aún estaba ahí. Joseph hizo lo mismo con su mejilla, su cabello y su cuello. Aunque no pudiera verlo en esa oscuridad, sabía que Caesar estaba mirándolo. Una vocecita incrédula dentro de su cabeza seguía repitiendo que eso era un sueño o una alucinación, pero la piel tibia de su amigo se sentía tan real bajo sus yemas.

-Jamás pensé que algo pasaría-murmuró, completamente perdido en esa sensación cálida en su pecho.

-Yo tampoco-reconoció Caesar, rozando con su dedos los labios de Joseph.

-Supongo que pasó porque la muerte nos pisa los talones. No es como que tengamos algo que perder…-dijo Joseph con tristeza.

-Eso no significa que esos sentimientos no hayan estado antes, Joseph Stella. O que sean menos valiosos e importantes. Si no salimos vivos de esto, soy feliz al pensar que moriré sabiendo que sentimos algo el uno por el otro, ¿no es eso prueba suficiente que mi vida valió la pena?

-No lo niego, pero…-la voz de Joseph se quebró-... me hubiese gustado tener más tiempo.

-A mí también, JoJo.

Joseph pudo percibir la tristeza en su voz y experimentó por primera vez la extraña sensación de profunda desolación e intensa alegría. Se besaron un poco más y no hablaron más en mucho rato. Poco a poco el campamento quedó en silencio y sólo se oía el viento silbar. Caesar deslizó sus manos por debajo de la ropa de Joseph para acariciar su abdomen y parte de la espalda.

-Caesar…-lo detuvo Joseph con tono de advertencia.

-Mi madre decía que en este mundo horrible en el que vivimos, aún hay momentos de bondad y amor por los que vale la pena luchar. Y que son tan escasos que hay que vivirlos como si fueran el último-dijo Caesar.

Besó a Joseph con avidez. ¡La fiebre definitivamente causaba estragos en Caesar! Lo dejó hacer un rato, mientras respiraba profundamente para tranquilizarse.

-Pero estás malherido-razonó Joseph entre besos-. Y con fiebre.

-No te preocupes, seré gentil.

oOo

La mañana llegó con un cielo tranquilo y algo despejado, casi como si nunca hubiese azotado una tormenta. Joseph estaba de pie en la parte más alta del muro, con el mapa en la mano, observando el campamento mientras pensaba en cómo salir de ahí. Por el momento había pedido que hicieran un catastro de heridos, provisiones, caballos y armas. En base a eso tomaría una decisión.

La mayor preocupación de Joseph en ese momento era la ubicación del enemigo. Las ruinas de Monteverde les ofrecían un refugio momentáneo, pero era un callejón sin salida en caso de que fueran emboscados allí. Al amanecer había ido personalmente a revisar los antiguos túneles secretos que los llevaban al interior de la montaña, con la esperanza de poder escapar si las cosas se ponían feas, pero al escarbar en la nieve y avanzar unos metros por ellos notó que estaban derrumbados. No podían huir por ahí.

Sintió su corazón caer en la desesperanza de nuevo. Tardarían demasiado en reabrir los túneles y había riesgo de que se derrumbasen aún más. Solo podían ir hacia el norte, con lo que quedara de ejército y dejar al resto resguardado en las ruinas. Frustrado, bajó rápidamente los escalones y su corazón pegó un brinco de alegría al ver a Caesar saliendo de la tienda de los enfermos más graves, caminando erguido como si no le doliera nada y fuera indestructible. Joseph sabía que se mantenía en pie solo por la fuerza de la costumbre y la porfía, pero no sacaba nada con discutir con él para que se quedara descansando. Caesar sabía más de medicina que él y podía hacer más por los heridos. Joseph cayó en la cuenta que estaba irremediablemente enamorado de ese hombre tozudo cuando lo vio caminar hacia él y sonreírle brevemente. Sentía que nada malo podría pasarles si Caesar era capaz de sonreírle así en estas circunstancias. Estaba por sonreírle de vuelta cuando el grito de una soldado corriendo hacia ellos lo sobresaltó.

-¡Coronel Stella! ¡Coronel Zeppeli! ¡El enemigo... nos ha hecho llegar un mensaje!

Joseph y Caesar la siguieron hasta la entrada norte del campamento, donde se toparon con el "mensaje": era el cadáver de un jinete auka amarrado a la silla de montar con un papel atado al cuello. Joseph lo arrancó de un tirón y lo leyó, palideciendo y mirando las montañas circundantes. Caesar se lo quitó de las manos, lo leyó y gritó:

-¡Todos los que puedan luchar, a las armas y a los caballos, ahora! ¡Iremos al norte a interceptar al ejército de Kars que viene hacia acá, aunque se nos vaya la vida en ello!

-¡Lleven a los heridos al sector de los túneles para protegerlos! ¡YA!-ordenó Joseph.

Los soldados corrieron a acatar las órdenes. En media hora estuvieron listos unos cincuenta soldados a caballo y otros cien a pie y siguieron a Caesar y a Joseph hasta la entrada norte de las ruinas. Avanzaron un par de kilómetros por el angosto pasaje hasta encontrarse con el ejército de Emmerhia, que les cortaba el paso.

¿Cómo es que habían sobrevivido tantos a la tormenta?, pensó Joseph al mirar a todos los soldados formando una marea azul. A la cabeza estaban los generales Kars y Wamuu con actitud triunfal sobre sus flamantes caballos de guerra. A sus pies tenían alrededor de cien soldados aukas arrodillados, atados de manos y pies. Eran los hombres y mujeres que se habían quedado atrás para ayudar a Caesar y sus compañeros a escapar.

-¡Coronel Caesar Zeppeli! ¡Tanto tiempo sin vernos!-gritó Kars-. Le traje un regalo de despedida antes de mandarlo a usted y a su patéticos soldados al infierno: una parte de su pequeño ejército. Los hemos tratado muy bien estos días, como verán.

Le mandó una patada al que estaba más cerca. Joseph se fijó en sus rostros magullados y heridos y sintió hervir su sangre. Caesar a su lado no movió un músculo ni cambió su expresión insondable.

-El general Wamuu y yo estamos un poco cansados de pelear y tenemos prisa, así que este es el trato: entréguense y no derramaremos más sangre inocente. No más de lo que hemos hecho, claro. Si no lo hacen, les prometo que los mataré a todos y a cada uno de ustedes sin piedad.

-Si alguna vez el general Straizo tuvo intenciones de aparecer, este sería un maravilloso momento-le dijo Joseph a Caesar.

-¿Qué les parece? Contaré hasta veinte…. ¡Uno!.

-¡Luche, coronel, LUCHE!-gritó uno de los soldados maniatado.

Wamuu se bajó del caballo y decapitó al hombre antes de que gritara algo más. Caesar pegó un respingo y los nudillos se le pusieron blancos de tanto apretar las riendas.

-¡Dos!-gritó Kars y la espada de Wamuu silbó en el aire de nuevo.

(¡Tres!) Otro soldado muerto. Joseph miró a sus compañeros, formados en línea, esperando instrucciones mientras el enemigo iba matando a sus compañeros sin ninguna piedad. Ninguno se movió ni gritó, pero sus rostros reflejaban el terror y la impotencia que sentían. (¡Cuatro!) ¿Habían ido a morir allí? Sí, quiso decirles Joseph. Miró a Caesar, que le devolvió una mirada cargada de angustia y rabia. Sabía que estaba pensando en seguir peleando porque no se podía fiar de los emmerhios. (¡Cinco!).

Si estuviera en mis manos el poder terminar con esto, lo haría ahora. Te lo juro, Joseph.

Sí había una salida después de todo.

-¡Seis!

-¡General Kars!-gritó Joseph, avanzando con Hermit hacia el enemigo-. ¡Detenga esta absurda matanza!

Kars le indicó a Wamuu que se detuviera y miró con curiosidad al joven oficial.

-¿Quién demonios eres tú?

Pero Joseph no alcanzó a responderle porque Caesar había interceptado su marcha con Bubbles.

-¡¿Qué estás haciendo?!-masculló Caesar.

-Usando la única salida que encontré.

-¿Qué?

-¡Coronel Zeppeli! ¿Algún problema con sus subordinados?-preguntó Kars burlonamente-. Lo podemos esperar, no se preocupe.

-¡Oh, cállate! ¡No soy ningún subordinado!-le espetó Joseph por sobre el hombro de Caesar-. Déjame pasar, Caesar.

-¿Qué estás haciendo, Joseph?-volvió a preguntar Caesar, agarrándolo del brazo.

-Ayer me dijiste que el amor es algo tan valioso que vale la pena luchar por ello. Pues eso es lo que estoy haciendo.

Joseph se bajó del caballo y le pasó las riendas, junto a su espada, el rifle y la pistola, que rara vez usaba.

-Quiero que tú vivas y sigas luchando por esos momentos maravillosos, Caesar. En serio.

-Espera, ¿qué….?

Joseph le dio la espalda, acarició el cuello de Hermit y caminó hacia el ejército emmerhio con el corazón retumbando en sus tímpanos. Podía sentir los ojos de Kars, Wammu, Caesar y los soldados de ambos bandos fijos en él, expectantes. Sacó de su bota una daga y se la puso al cuello mientras alzaba la otra mano en son de paz.

-¿Oh? ¿Qué es esto?-se burló Kars-. ¿No crees que la daga en el cuello es un toque demasiado dramático para la rendición?

-No vengo a rendirme, vengo a hacer un intercambio-dijo Joseph, caminando hacia ellos sin detenerse-. Mi vida por la de toda esta gente, más provisiones y médicos.

Kars se rió a carcajadas y Wamuu lo coreó. Joseph siguió avanzando hasta que estuvo más cerca de los prisioneros que de Caesar y su ejército. Esperaba que ese tonto no fuera detrás de él o todo se iría al carajo.

-¿Y por qué demonios crees que cambiaría la vida de un insulso oficial por la de todos estos soldados?-increpó Kars.

Joseph se detuvo y con la mano libre sacó la cadena que siempre traía colgando del cuello. De ella pendía un llamativo anillo que brillaba con la escasa luz que había.

-Porque soy Joseph Joestar, Duque de Cambria, Príncipe del Imperio Aukastria y segundo hijo de Su Majestad, el rey George. Traigo aquí el sello imperial que prueba mi identidad y además pueden chequear mi marca de nacimiento en mi hombro izquierdo. A cambio de mi vida, solicito médicos, provisiones y las vidas de todos y cada uno de las tropas del coronel Zeppeli.

Las risas de Kars y Wamuu se congelaron en sus rostros. Intercambiaron miradas y Wamuu envió a otro oficial para comprobar lo que decía Joseph. El hombre llegó a caballo, tomó el anillo, lo revisó el anillo y asintió a sus superiores.

-Es auténtico, general.

-¿Un príncipe de verdad a cambio de un ejército medio muerto y un poco de ayuda? ¡Trato hecho! Tráelo aquí, Santana-ordenó Kars.

Joseph apretó más la daga en su cuello y un hilillo de sangre resbaló por su piel.

-Cumple con tu palabra primero, emmerhio o te juro que me quito la vida aquí mismo.

Pudo percibir el tono de suficiencia de Kars al repartir órdenes. Joseph no se movió hasta que vio pasar junto a él unos treinta soldados a caballo, tres de ellos con el brazalete de médico, cargados con cajas hacia las tropas de Caesar. Miró hacia atrás y aunque no distinguía la expresión del rostro de Caesar, sabía que estaría desconcertado. Y enojado. Deseó gritarle que lo quería, que no se preocupara y que fuera feliz. Pero en lugar de eso, se dejó llevar por el capitán Santana hacia el ejército enemigo, donde lo esperaba el general Kars con una malévola sonrisa.

-Si todos los príncipes de tu imperio son tan tontos como tú, terminar esta guerra será sencillo-le dijo-. ¡Amárrenlo y vámonos de aquí!

oOo

Para escribir esto me basé mucho en Henry V de Shakespeare, en la película Hua Mulan (que es maravillosa, muy recomendada), en muchos manhwas que leo gracias a Ratto, geografía de mi país y, por supuesto, la discusión que tienen Caesar y Joseph en el canon antes de que Caesar pelee con Wamuu.