Joseph despertó por el punzante dolor de sus muñecas y brazos. Notó enseguida que éstos estaban atados sobre su cabeza quién sabe hace cuánto tiempo. ¿Dónde estoy? Parpadeó para enfocar mejor. Reconoció su enorme habitación en penumbras y varias personas durmiendo desparramadas. Lo último que recordaba era haber estado en una fenomenal fiesta en su casa con sus amigos. Parpadeó de nuevo y eso le hizo doler la cabeza horriblemente. Ugh, parecía que se había bebido toda la bodega real.
Y también se le había pasado la mano con el opio. Y con sus impulsos, ya que estamos, a juzgar por la compañía que tenía durmiendo a su lado: un muchacho de cabellos rizados y una mujer rubia que estaba usando su pierna desnuda de almohada.
Oh. Su cerebro había comenzado a trabajar, trayendo a su mente vívidas imágenes de la noche anterior. Estaba moviendo la pierna para despertar a la mujer cuando sintió voces airadas al otro lado de las puertas, pasos fuertes, un par de gritos autoritarios y luego ¡BAM!, las puertas se habían abierto con un golpe.
En el umbral, luciendo un aura completamente amenazante, estaba una mujer de cabello oscuro vestida con el uniforme militar imperial y con el cabello oscuro recogido en una coleta.
Oh, mierda.
Elizabeth Joestar, Lord Comandante del Ejército Imperial, Generalísima Militar, Emperatriz del Imperio Aukastria y -para desgracia de Joseph- su madre, tomó aire antes de gritar:
-¡Joseph Robert Joestar!
-Buenos días, madre-la saludó su hijo con una voz que consideraba dulce y encantadora, cubriéndose apenas su desnudez con la manta de la cama.
-No tienen nada de buenos-gruñó ella, sacando la espada que llevaba al cinto y mirando a su alrededor con desprecio, ordenó-. ¡TODOS! ¡TIENEN EXACTAMENTE DIEZ SEGUNDOS PARA SALIR DE ESTA HABITACIÓN AHORA! ¡UNO! ¡DOS!
Como si estuvieran accionados por resortes, los durmientes (de diferentes géneros y edades) se movieron en la penumbra, recogieron sus cosas y salieron velozmente ante la cuenta regresiva de Su Majestad. Hicieron una reverencia ante la emperatriz antes de irse, pese a estar semidesnudos y con resaca, lo cual era admirable a los ojos de Joseph, pero su madre no se inmutó. Tenía los ojos clavados en Joseph, que ahora comenzó a sudar frío. Apenas quedaron a solas, el príncipe balbuceó:
-Madre, no te enojes, mira, puedo explicarlo…. ¡AAAAAAYY¡
La emperatriz había cruzado la habitación a zancadas y de un golpe certero de la espada cortó las ataduras de su hijo, que se frotó las muñecas adoloridas. Gracias a dios, su madre era una de las mejores espadachines del Imperio, así que nunca estuvo en peligro realmente de que le hiciera daño.
-Báñate y vístete- le ordenó ella-. Y ponte ropa decente que iremos a ver al emperador, que te ha mandado a llamar.
-¿A mi padre? ¿Por una noche de orgía y desenfreno? ¿No estarán exagerando...?
Se calló de inmediato cuando la punta de la espada de su madre rozó su garganta.
-Tus hábitos sexuales nos tienen sin cuidado, Joseph. ¡El emperador te ha mandado a llamar por algo mucho más grave que eso y esta vez no podrás salirte con la tuya!
Joseph se levantó como pudo, cubriendo su cuerpo con la sábana y caminando hacia el baño con piernas y brazos temblorosos. Realmente se había excedido si sus músculos estaban así de agotados.
Deja las drogas, Joseph, se dijo.
-¿Y se puede saber qué hice esta vez? ¿De qué se me acusa?-alegó, sin mirar a su madre.
-De alta traición al imperio, Joseph.
Joseph frenó en seco en la puerta del baño. ¿Qué?
-Tienes diez minutos: lávate y vístete-ordenó su madre.
oOo
Su madre no le dirigió la palabra en la hora que duraba el viaje en carruaje desde la casa de Joseph hasta el palacio. Éste, preocupado genuinamente por ese silencio y la acusación, rebuscó en su cerebro qué cosa que pudo (o no) haber hecho recientemente podría ser considerada alta traición al imperio. Tenía que admitir que la lista era larga. Sí, gastaba sin tapujos el dinero de la familia en viajes excéntricos, no trabajaba ni por el imperio ni por sí mismo, era un promiscuo, mantenía numerosos amantes, se burlaba abiertamente del protocolo real, no asistía a diferentes eventos familiares y diplomáticos… en general, no cumplía con ninguno de sus deberes reales como príncipe del imperio.
Pero ¿alta traición? El castigo debía ser algo horrible. Lamentaba no haber puesto más atención a las clases de leyes. En sus casi veinte años de vida sus mayores castigos habían sido el ostracismo de casi toda la familia, unos meses bajo el riguroso cuidado del Príncipe Heredero (o Don Perfecto como le decía Joseph), unos meses en algún desagradable trabajo voluntario, varios meses en el calabozo, entre otras cosas. Nada muy terrible. Sabía que su sangre real impedía que lo castigaran severamente.
Aún así estaba nervioso cuando llegaron al palacio. La emperatriz lo arrastró del brazo por todo el lugar con una furia inusitada, mientras los sirvientes, guardias y diferentes funcionarios a su alrededor la saludaban con respeto. Ella los ignoró y caminó a zancadas hasta la puerta del Consejo Real. Le pidió al paje que estaba afuera que la anunciara sin mayores ceremonias. A los pocos minutos, la puerta de la sala se abrió y salieron diferentes ministros y ministras mirando extrañados al príncipe y a la emperatriz, que ahora sujetaba a su hijo del cuello de la chaqueta.
-Oh, cielos, ¿qué hizo ahora, Su Alteza?-preguntó mortificado el Ministro de Relaciones Exteriores, Lord Ryohei Higashikata.
-Esta vez, no tengo idea, milord-dijo Joseph, sonriendo-. Vine sólo a saludar a Su Majestad. Por cierto, ¿cómo está su hija?
El ministro lo fulminó con la mirada. La emperatriz Elizabeth, ignorando esto, empujó sin piedad al príncipe dentro de la habitación y cerró la puerta detrás de los murmullos de los funcionarios.
En la sala había una gran mesa ovalada con sillas vacías. En un extremo estaba sentado el emperador George II, con la nariz metida en un documento y a su alrededor estaban sentados el príncipe heredero Jonathan, su hermana Jolyne, su tía Lady Irene y el Primer Ministro, Lord Speedwagon. Joseph se irguió rápidamente, tratando de verse lo más presentable posible frente a esa aura de seriedad.
-¿Qué hiciste esta vez, Joseph? Si madre misma te ha traído hasta aquí debe ser algo grave-dijo Jonathan, mirando a su hermano con el ceño fruncido.
-No tengo idea-admitió Joseph por segunda vez. ¿Ni siquiera Jonathan sabía qué estaba pasando? Eso sí que era extraño. Su hermano siempre estaba al tanto de todas las decisiones que tomaban el emperador y la emperatriz.
-¿Cuánto nos va a costar esta vez?-se quejó Lady Irene, que además de ser hermana del rey era la Ministra de Moneda-. Estoy harta de gastar dinero en reparar tus idioteces, sobrino.
-¡Ni siquiera yo sé por qué estoy aquí!-exclamó Joseph.
-Por alta traición al imperio.
George II levantó la vista y fijó sus ojos azules en su hijo con furia. Joseph nunca lo había visto tan enojado, parecía estar aguantando las ganas de patearle el trasero.
-Madre ya me dijo eso, pero no...
-¿Recuerdas a una tal Lady Mariah, Joseph?
-¿De-debería?
-Deberías porque tuviste la osadía de traerla a la corte hace unos meses. ¡La llevaste a tu casa, la trajiste al palacio... la paseaste por todo el Imperio en realidad!
Oh, ella. Era imposible olvidar a una mujer como Lady Mariah. Era una rubia voluptuosa y sensual que lo había embelesado desde la primera vez que la vio. Hasta pensó en comprarle una casa y darle riquezas para mantenerla como la querida de un príncipe, pero ella se había reído en su cara con esa sugerencia. Poco tiempo después le dijo que estaba casada y que debía volver con su marido o la lincharían públicamente. Le había costado varias borracheras superar su enamoramiento.
-Claro que la recuerdo, ¿qué pasa con ella?
-¡Tu famosa Lady Mariah era en realidad Mariah Bastet, una espía emmheria que te engatusó durante meses, recopiló información y se la entregó al Emperador Dario! ¡Nuestros espías confirmaron que ahora tienen información valiosísima de nuestras fronteras y movimientos del ejército y la armada!
El emperador dijo esto último dando un puñetazo a la mesa. Joseph sintió que sus piernas temblaban y esta vez no tenía nada que ver con la noche pasada. Mierda, mierda, mierda. Sus hermanos intercambiaron miradas de horror, al igual que su tía y el Primer Ministro, este último miraba boquiabierto a Joseph.
-¡Ahora si te mato!-tronó Jolyne, levantándose y casi derribando a Joseph con el golpe que le dio en la mandíbula-. ¡Cómo se te ocurre! ¡Me tienes harta con todas tus estupideces!
Pese a que Jolyne era unos veinte centímetros más baja que sus hermanos mayores, a Jonathan le costó trabajo retenerla con uno de sus brazos, porque seguía retorciéndose. Joseph se limpió la sangre del labio, aún procesando lo que su padre había dicho. ¿Mariah una espía? ¿Por qué no lo noté? ¿Cómo pude ser tan estúpido?
-¡Siempre dije que debíamos castigarlo severamente en cuanto hizo la primera tontería!-exclamó Lady Irene mirando a su hermano-. ¡Te dije que debíamos casarlo con alguna princesa extranjera.
-¡Me parece perfecto, si quieren yo misma busco a una princesa!-exclamó Jolyne.
-En el reino más alejado del imperio por favor.
-¡No seas irracional, Lyn!-le dijo Jonathan, aún tratando de retenerla-. Joseph no sabía…
-¡Deja de defenderlo! ¿Cómo no te das cuenta que es un tonto?
-¡Silencio!-tronó el emperador.
Todos callaron de inmediato. La emperatriz fue la única que rompió el silencio al cabo de unos tensos segundos. Miró a su hijo sin emoción alguna, como si estuviera leyendo un documento.
-Aún si no eras consciente que ella era una espía, esto se considera alta traición, Joseph. Tus acciones indirectamente le entregaron en bandeja información de nuestros movimiento al enemigo, lo que les da la ventaja para atacarnos. Pueden incluso volver a infiltrarse fácilmente y causar estragos en nuestro país.
-Ya lo hicieron-dijo Lady Irene-. Hace unos días descubrimos un desfalco en el presupuesto dirigido al ejército. Hay dinero que se perdió y nadie ha sabido justificar.
-¿De cuánto dinero hablamos?- preguntó el emperador. Su hermana le alcanzó un papel y él palideció-. Mierda-soltó.
-¿El general Zeppeli ha reportado algo al respecto desde el frente?-preguntó Jonathan, mirando de reojo a su padre.
-Los cañones que solicitó nunca llegaron, faltan provisiones y armas para el batallón del Coronel Dire ...-comenzó a informar la emperatriz, pero Joseph dejó de escuchar.
Se quedó ahí de pie, estoico, preguntándose cuál sería su destino. Ahora sí la había cagado. Era absolutamente imposible que saliera bien parado de esto como lo había hecho siempre. Lo único que podía aminorar su culpa era que había pecado de ignorante, pero aún así, le había entregado en bandeja información trascendental a esa mujer. Volvió a preguntarse: ¿cómo pude ser tan imbécil?
-...se están haciendo los esfuerzos necesarios para evitar que esto ahonde más en el ejército-terminó por decir la emperatriz-. Afortunadamente, nuestros espías notaron esto a tiempo y nos avisaron, así que...
-Aún podemos pagarlo-afirmó Lady Irene con un suspiro-. Pero tendrás que subir los impuestos un año entero a la clase alta, hermano.
-Bien-dijo el emperador, sobándose la frente-. Arreglaremos eso después, Irene.
-Sólo falta arreglar el asunto de nuestro querido príncipe-dijo la emperatriz.
-Según la ley, la pena por alta traición al imperio es la muerte-dijo Jonathan, alarmado-. ¡¿Madre, no pensarás...?!
-Este idiota tiene sangre real, no podemos matarlo así no más-dijo Jolyne, ya calmada-. ¿No ves que también es heredero al trono como tú y como yo, Tany? ¿No hay un inciso o algo así que haga excepciones para la familia real?
-Si me permites la palabra, padre…-quiso decir Joseph.
-No, no te la permito-dijo el emperador con brusquedad-. Si abres la boca te juro que yo mismo te golpearé, Joseph.
-¡Pero yo NO sabía! ¿Cómo iba a suponer que ella era una espía? ¡Si sé que soy en gran parte responsable, pero no es como que YO en persona le hubiese entregado toda esa información al emperador Dario! ¡OUCH!
Su madre le había golpeado la costilla con la vaina de su espada. Echaba chispas por los ojos.
-Enciérrenlo unos años en el peor calabozo del palacio-dijo Jolyne, como si Joseph no estuviese ahí-. Ese que tiene cucarachas, es bastante acogedor y este tonto está acostumbrado a visitarlo con frecuencia.
-¿Cómo es que sabes….? No importa-dijo Lady Irene, suspirando.
-Como bien tu dices, hija, lo hemos encerrado varias veces ahí y no ha funcionado-dijo el emperador.
-O llévenlo a Green Dolphin, básicamente es el infierno en la Tierra-sugirió la princesa.
-La otra opción es el exilio. ¿Qué tal la Isla Hermite? Hay un puesto de la armada ahí- sugirió Jonathan.
Antes de que Joseph fulminara a sus hermanos con la mirada o alguien dijera algo más, la voz suave del Primer Ministro se escuchó con claridad por primera vez.
-Si me permiten opinar, creo que si Su Alteza perjudicó tanto al ejército y a nuestras defensas, lo lógico es que se enliste en él para saldar esa deuda.
Todos miraron a Lord Speedwagon, que se encogió de hombros. Joseph sintió un peso en las tripas. ¿El, en el ejército? Ni muerto.
-El servicio militar dura tres años-dijo la emperatriz, pensativa-. Tres años como soldado... es básicamente un encierro sin cárcel y un exilio útil, ya que estamos en guerra.
-No nos sirve de nada un príncipe encerrado, Sus Majestades-dijo Lord Speedwagon-. Y mucho menos exiliado. Mucho menos en una guerra.
-Podría estar bajo tu supervisión, Lisa Lisa-le dijo el emperador a su esposa con un brillo divertido en los ojos.
-Para que esté bajo mi cargo directo tendríamos que hacerlo oficial del ejército-respondió la emperatriz con sequedad-. Y eso dejaría de ser un castigo efectivo. No, yo sugiero que Joseph haga el servicio militar como un ciudadano común más. Sin ningún privilegio. Aprenderá desde cero lo que significa ser un soldado-miró a su hijo de soslayo y continuó-. ¿No pretenderás que me haga cargo de un simple soldado siendo la Lord Comandante, verdad, Georgie?
-Claro que no-respondió su esposo, sonriendo ligeramente.
-No, esperen. Alto- dijo Joseph-. ¡No estarán hablando en serio! ¡Yo no quiero ir al ejército, odio a los militares y las guerras y...! ¡Mucho menos iría como un soldado raso!
-¡Buenos, debiste pensarlo antes de meter tu verg..
-¡Jolyne!-gritaron sus padres al unísono.
-...gonzosa novia al país!-dijo la joven, arreglando justo a tiempo lo que iba a decir.
-¡Yo-no-sabía-que-ella- era-una-espía!- gritó Joseph -. De haberlo sabido, jamás…
-Suficiente- dijo el emperador-. Está decidido, te irás al ejército te guste o no.
-¡No quiero!
-¡No estás en posición de decidir qué quieres y qué no, Joseph!-exclamó el emperador.
-A menos que quieras elegir entre cinco años de encierro en el peor de los calabozos de Green Dolphin o que te enviemos la misma cantidad de años a la Isla Hermite a trabajar-susurró su madre.
El cerebro de Joseph comenzó a analizar las alternativas.
A) Cinco años encerrado en los calabozos de la prisión imperial Green Dolphin. Un lugar en donde Joseph jamás había puesto un pie. Solo los y las más grandes criminales iban a parar ahí. Era una prisión en la alta cordillera del norte, construida en el cráter de un volcán inactivo a muchos metros de altura, donde apenas había oxígeno y la presión atmosférica causaba estragos en la mente y el cuerpo. El nombre Green Dolphin, además de ser irónico, era también porque el cráter estaba cubierto por una laguna con altos índices de ácido sulfúrico, que le daba un toque esmeralda al agua además de emitir gases venenosos. El infierno en la Tierra, efectivamente.
B) Cinco años de exilio en la Isla Hermite. La Isla Hermite era el territorio más austral del mundo, apenas un puesto de vigilancia de la Armada Imperial de Aukastria en los mares del sur. Las personas que iban a parar allá eran enemigos políticos y traidores. Debían realizar trabajos forzados con el clima más infame. Temperaturas bajo cero todo el año, nevadas y tormentas eléctricas hacían de ese lugar uno de los más terribles para vivir de todo el imperio. A la isla llegaba un barco sólo una vez al año con provisiones para el oficial de guardia a cargo que vivía allí solo doce meses. Era el periodo máximo que soportaban las personas viviendo ahí estando cuerdos.
No, ninguna de esas alternativas era tentadora. Pero ¿meterse al ejército en plena guerra? ¡Y además entraría como un soldado más, un don nadie, lo más bajo de la cadena de mando en esa nefasta institución! Estaría a cargo de las tareas más pesadas y desagradables que pudiesen existir con una guerra en curso, estaría obligado a ser tratado como un perro por un montón de sujetos con más autoridad que él. Se estremeció de rabia de sólo pensarlo.
Porque Joseph detestaba a esos hombres y mujeres altaneros que lo habían entrenado desde pequeño. Claro, como príncipe, Joseph había recibido un entrenamiento bastante completo en armas y defensa, pero fue una experiencia tan horrible, que se negó a aprender bajo esas circunstancias. ¿El resultado? Terminó siendo bastante mediocre en todas las disciplinas que le habían intentado enseñar. En comparación con sus hermanos, que eran genios y unas máquinas asesinas, Joseph más bien tenía la habilidades de pelea de un borracho de cantina. Era algo de lo que estaba particularmente orgulloso: no haber aprendido mierda y haber dejado en vergüenza a sus padres y a sus tutores cuando tuvo que demostrar lo que sabía.
-No quiero elegir nada. Honestamente, preferiría que no me castiguen por algo que no cometí. Mi único pecado ha sido ser ingenuo-dijo Joseph, apretando los dientes.
-¿Tu único pecado?-exclamó atónito el emperador, levantándose-. ¡Ah, debí molerte a palos cuando tuve la oportunidad, Joseph! ¡Francamente no sé qué está mal contigo ni qué hice mal yo como padre para que no respetes ni a tu familia ni tu rango ni tus responsabilidades!
-¡Tienes hijos de sobra para que respeten la familia, los ideales, el rango y todas esas estupideces!-exclamó Joseph-. ¡Yo nunca pedí ser un príncipe en primer lugar! ¡No puedes oblig…!
¡PAF! La emperatriz le cruzó el rostro con una bofetada.
-¡Para mala suerte tuya, naciste príncipe y eso conlleva una responsabilidad, te guste o no! ¡Tu padre y yo estamos hartos de soportar tus constantes desaires y comportamientos deshonrosos a la familia y a tu país! ¡Joseph, ya no eres un niño! ¡Si quieres seguir disfrutando de la vida libertina que llevas y dejar de ser un príncipe, hazlo, pero no volverás a poner un pie en este palacio ni a recibir dinero de parte nuestra!
Joseph abrió los ojos de la sorpresa, porque su madre no lo había golpeado nunca. La miró desde los veinte centímetros de altura que los separaban y no vio muestras de piedad en esos ojos fríos. Agachó la cabeza, resignado. El emperador suspiró y se dejó caer en la silla, con las gafas en una mano.
-De hecho, si fueras un ciudadano común acusado de alta traición, te habríamos mandado a matar-murmuró-. Si quieres dejar de ser príncipe, hazlo. Pero después de cumplir tu castigo como la persona que quieres ser: alguien común. Jonathan, lleva a tu hermano a su antigua habitación y vigila que no se escape. Mañana lo escoltarás al campo de entrenamiento del General Messina a primera hora.
oOo
"Decreto real número 327. Sentencia por alta traición de un miembro de la familia real. 12 de Junio de 1813.
Su Real Majestad, el emperador George II, Emperador de Aukastria y todos sus territorios (...) declara frente al acusado Su Alteza Real, Segundo Príncipe del imperio, Joseph Robert Joestar, Duque de Cambria, (...)
Desde que había leído por primera vez el documento real que dictaba su sentencia, Joseph no había tardado en memorizarlo y recitarlo en su cabeza. Era una especie de autocastigo personal recordarse frecuentemente lo que había perdido por caliente y estúpido. Principalmente por lo primero, claro.
Jonathan lo había acompañado esa mañana hasta la fortaleza Air Supplena donde entrenaba una buena parte del ejército, en las afueras de la capital. Ambos príncipes vestían ropa sencilla para pasar desapercibidos y así darle mayor veracidad a la farsa que dirían para justificar el ingreso de Joseph al ejército. Su hermano mayor incluso se había teñido el llamativo cabello azulado para que no lo reconocieran, lo que tenía sentido porque Don Perfecto era famosísimo en todo el imperio.
1° Su Alteza, el príncipe Joseph será despojado de todos sus títulos y propiedades y enviado cuanto antes al ejército imperial como soldado raso durante tres años.
Jonathan había explicado toda la mentira a los soldados y oficiales que los recibieron, haciéndose pasar por un tutor de Joseph. Luego lo había abandonado con una sonrisa triste. Ninguno de los dos dijo nada, ya que no tenían mucho más que decirse porque durante su viaje se habían dicho todo. Contrario a lo que cualquiera pudiera pensar, ambos se querían y respetaban muchísimo. Joseph sabía que su hermano mayor estaba preocupado. Pero ninguno dejó entrever ninguna emoción en cuanto se separaron. Jonathan le había dado un papel y debía seguirlo al pie de la letra si no quería complicarse más la vida.
Y es por esa razón que llevaba la última hora de esa fría mañana de invierno siguiendo a Smokey Brown por toda la fortaleza, un soldado a quien habían asignado para ser su guía durante el primer día. Joseph repetía en su cabeza su sentencia mientras escuchaba el parloteo incesante de Smokey y trataba recordar todos los malditos rincones de esa condenada fortaleza.
-Bueno, en este sector están el comedor y la despensa, hacemos turnos para cocinar y limpiar, pero de eso te informarán a su tiempo. Debemos ir ahora al campo de entrenamiento, por acá.
-¿Y el desayuno? No puedo moverme sin nada en el estómago-gruñó Joseph por quinta vez, sintiendo cómo sus tripas rugían.
-Para ser sólo el hijo bastardo de un noble, eres bastante delicado-rió Smokey.
2° Durante ese periodo le estará prohibido revelar su verdadera identidad y/o los motivos de su enlistamiento. Si lo hace, será enviado a la prisión Green Dolphin por diez años o más, según lo estime Su Majestad, el emperador George II.
Cierto, era un bastardo. Hijo de un barón -probablemente ficticio- del norte. Algo difícil de comprobar.
-¿Quién te dijo eso?-le preguntó Joseph.
-Todos lo están comentando. Los rumores vuelan aquí.
-Así parece, ya que llegué sólo hace un par de horas- podía notar la curiosidad emanar de los ojos de su compañero-. Ok, pregunta, ¿qué quieres saber?
-¡Cómo terminaste aquí! Seas bastardo o no, generalmente los hijos e hijas de nobles se van derecho a ser oficiales. No vienen a enlistarse como soldados de bajo rango.
-El barón Stella no tiene hijos legítimos. Deseaba que yo llevara su apellido formalmente y hacerme su heredero, pero cometí varios errores...eh, bastante imperdonables y bueno, era esto o la cárcel-explicó Joseph de sopetón.
Para sorpresa de Joseph, Smokey se largó a reír mientras caminaban.
-Con el capitán Zeppeli, creo que preferirás haber ido a la cárcel. Por aquí.
¿Zeppeli? Aún Joseph que no sabía de armas y guerras, conocía ese apellido. Los Zeppeli eran una familia antigua del imperio, famosa por producir notables estrategas militares que habían pasado a la historia. Genial, su oficial al mando sería un imbécil cabeza hueca con un fanatismo insano por los militares. Un chupafusil más.
El campo de entrenamiento era una enorme extensión de tierra donde había unas treinta personas ya, estirándose, trayendo cosas o practicando con los puños y espadas de madera. Bromeaban y charlaban y no se veían infelices o torturados. Aún así, Joseph sintió un desagrado automático al verlos golpearse sin misericordia. Simios.
-Hola, Smokey-saludó una de las luchadoras que peleaba con un tipo rubio mucho más alto que ella-. ¿Trajiste carne nueva? ¿Quién este tonto?
A Joseph le recordó vagamente a su hermana porque, aunque físicamente eran muy diferentes, tenían la misma energía agresiva.
-Joseph Stella-respondió Joseph, tratando de sonar amable.
-¿Stella?-repitió ella, esquivando un golpe potencialmente mortal de su contrincante-. ¿Como el barón Stella?
Mierda. ¿Cómo es que una soldado conocía algo del barón Stella? ¿Qué tanto sabría? ¿Podría seguir con la farsa?
-Es el hijo bastardo-informó Smokey con una risita-. Aunque tiene hábitos de noble rico y legítimo. Ya verás, en realidad es muy delicado.
-¡Ey!-exclamó Joseph, ofendido. La mujer y el tipo rubio detuvieron la pelea para reírse.
-Oh, un princecito ilegítimo. Dicen que a los princecitos les enseñan a pelear de forma elegante desde que son pequeños, ¿por qué no nos muestras?
-No, gracias-respondió Joseph con una sonrisa fría-. Temo que mis delicadas formas de pelear a lo princecito no sean suficientes para pelear con un tonto bruto como tú.
La mujer se rió tan fuerte que llamó la atención de los otros, que se acercaron. El rostro del rubio se ensombreció y caminó hacia Joseph amenazadoramente, pero este no se inmutó. Primero, porque era mucho más alto que ese imbécil y segundo, porque tenía experiencia en peleas callejeras, sabía que habían tipos que se hacían los gallitos y no eran mayor amenaz…
BAM.
Joseph cayó hacia atrás del golpe en la cara que le propinó el rubio y sintió su cabeza golpear algo duro. Escuchó risas y gritos ahogados y alcanzó apenas a esquivar la bota de su contrincante que iba dirigida a su cabeza.
-¡¿Qué carajos te pasa, pedazo de mierda?!-exclamó Joseph, levantándose rápidamente.
La cabeza le dolía horriblemente, había chocado contra un enorme mástil de madera que usaban para entrenar la espada, pero aún así se las apañó para evitar otro puño del rubio, que lo estaba acorralando contra la ancha madera. Sintió golpes repetidos en sus costillas y apenas podía esquivar sus golpes y mucho menos podía devolverlos: el maldito era condenadamente veloz.
"No mueras, por favor", le había dicho Jonathan. No pensaba hacerlo, Tany, pero mírame, soy un inútil. Golpe en la cara. Me están dando la paliza de mi vida y no es en una batalla, ¿cómo voy a sobrevivir aquí? Levantó los puños para protegerse la cara mientras intentaba hallar un hueco en al defensa del bruto. Creo que debí hacerte caso, Lyn, y debí entrenar un poco más contigo. Dios, das un golpes tan formidables que me ayudarían tanto en este momento. Ah, cómo quisiera estar ahora sentado en un bar de mala muerte peleando con borrachos por alguna tonta rencilla…
Borrachos. Claro. Desestabilízalo, Joseph. Aún protegiéndose la cara, levantó un pie y golpeó con todas sus fuerza la pierna de apoyo de su contrincante, quien pegó un grito de sorpresa o de dolor y perdió el equilibrio, momento que aprovechó Joseph para empujarlo hacia atrás con la bota en el pecho.
-¡Eres un pedazo de mierda muy irritante, ¿sabías?!-chilló Joseph, secándose el sudor de la frente. Miró su manga y notó que era sangre. Maldijo con tanta vulgaridad que habrían venido sus ancestros a patearlo de no ser por...
-¿Qué demonios está pasando aquí?-gritó una voz furiosa cerca.
Joseph miró a su izquierda para ver a un hombre rubio caminando a zancadas hacia ellos. Llevaba ropa sencilla y una espada al cinto, que no desenvainó. Solo entonces Joseph notó que había un círculo de curiosos mirando, porque todos se pusieron nerviosos y se formaron.
-Él empezó, señor-dijo el rubio bruto ya de pie y apuntando a Joseph con el dedo-. El nuevo.
El rubio desconocido encaró a Joseph, que no puedo evitar quedarse boquiabierto al ver el hermoso rostro de ese hombre. Ojos verdes brillantes que lo miraban con desprecio, una nariz recta y delgada y unas marcas rosadas en sus mejillas que le daban un aire místico. Era un ángel.
-¿Quién eres tú?-le preguntó el ángel de la muerte. Joseph tragó saliva inconscientemente al ver ese hermoso rostro varios centímetros más abajo que el suyo. El maldito era bello, estúpidamente bello-. Te hice una pregunta, tonto.
-Oh, ¿y quién vendrías a ser tú?-le preguntó Joseph con una sonrisa innecesariamente seductora, sin despegar los ojos de él y de su boca. Estaba como hechizado.
Una parte remota de su cerebro le decía que estaba cometiendo una estupidez. Que con esa actitud tan temeraria no sobreviviría en ese condenado lugar. Los sonidos de asombro y sorpresa a su alrededor lo trajeron de vuelta a la realidad. La mujer que había conocido al principio se palmeó la frente y vio que Smokey negaba con su cabeza, con los ojos abiertos como platos. El rubio bruto sonreía malévolamente.
Y antes de que Joseph terminara de entender lo que estaba ocurriendo o que iba a ocurrir, el ángel le hizo una llave y lo dejó en el suelo en cinco segundos, con su brazo izquierdo estirado dolorosamente hacia atrás. Sintió la rodilla del rubio entre sus escápulas.
-Ahora entiendo, tú debes ser el imbécil que enviaron a mi unidad para que lo convirtiera en alguien decente, ¿verdad? El hijo del Barón Stella, ese viejo tonto. Aunque tengo que admitir que enviarte al ejército para hacer de ti un hombre y no un pedazo de mierda como el que eres ahora fue la mejor idea que se le pudo ocurrir, honestamente. Estoy sorprendido de que la idea haya surgido de él.
Joseph reprimió un quejido de dolor. Ok, adiós ángel encantador, hola desgraciado malnacido soldadito.
-No tolero pleitos ni insubordinaciones en mi pelotón, Stella, ¿queda claro?
-¿Oh? Así que tú debes ser el capitán Zeppeli-dijo Joseph, tratando de sonar lo más digno posible-. Pensé que serías más alto, pero eres bastante adorable.
Las palabras salieron de su boca antes de pensarlas detenidamente. "No mueras", le había dicho su hermano y Joseph sentía que iba en camino de justamente lo contrario si acababa de decirle tamaña barbaridad al pedazo de mierda que tenía como superior.
-¿Adorable?-repitió Zeppeli en un susurro-. Yo pensé que serías más inteligente, Stella, pero la verdad es que eres bastante descerebrado. Qué decepción.
Con un sonido de desdén, Zeppeli estiró aún más el brazo de Joseph, que emitió un quejido audible del dolor. Aunque más que dolor sentía rabia. Una rabia sorda contra ese imbécil arrogante, quería zafarse y golpearlo, aunque eso significara romperse el brazo, pero…
3° Su Alteza será tratado como un soldado común del ejército de Su Majestad por lo que cualquier insurrección que cometa dentro será castigada como corresponda a las leyes marciales, sin ningún derecho a apelación.
Apretó los dientes. No tenía ningún rango ni título. No podía enojarse ni hacer tonterías. Y aunque sabía que él no había empezado la pelea, dudaba mucho que alguien fuese a defenderlo. Era el nuevo y un falso hijo de nobles. Bastardo, pero noble. Y sus compañeros eran del bajo pueblo, personas comunes. Nadie saldría a apoyarlo.
-Lo siento-farfulló, apretando los dientes.
-Claro que sí-dijo el capitán y lo dejó ir.
Joseph se levantó con dificultad y no pudo evitar sentirse observado por el resto de los soldados. Se pasó las mangas por la cara y presionó la herida que tenía en la frente para que dejara de sangrar. El capitán Zeppeli no miró a nadie, simplemente sacó la espada y comenzó a juguetear delicadamente con ella, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
-Ya que están todos tan interesados en comportarse como tontos y no en entrenar, prefiero tenerlos haciendo algo útil. Trabajarán en las cocinas todo el día y harán todo lo que les soliciten- hizo una pausa y miró a sus soldados. Ninguno se movió -. No quiero que ninguna queja de mal comportamiento o insolencia llegue a mis oídos hoy o me veré obligado a elegir un castigo más... educativo. Y si quieren agradecerle a alguien, háganlo a Stella o Stroheim, seguro estarán encantados por ser los mayores responsables de este castigo. Mañana los quiero aquí a las cinco de la mañana. Retírense.
Las y los soldados se retiraron en absoluto silencio, no sin antes mirar hostilmente a Joseph, que seguía apretándose la frente. No sabía exactamente a quién seguir o adónde ir, así que se quedó parado ahí. Y sinceramente no tenían por qué castigarlo si él no hizo nada en primer lugar.
Zeppeli lo miró casi con indiferencia.
-¿Qué haces aquí todavía, Stella?
-Yo no empecé la pelea. Es injusto…
-Me importan tres hectáreas de mierda si te parece justo o no-le espetó el capitán, envainando la espada-. Estás aquí para obedecer y no para cuestionar mis decisiones. Ahora lárgate que no quiero ver tu cara por aquí.
Una furia particularmente violenta que se estaba cocinando a fuego lento en el interior de Joseph desde hacía años estaba en un peligroso punto de ebullición. Esta era la clase de cosas que Joseph odiaba de los descerebrados militares: acatar órdenes sin cuestionar ni chistar de alguien "superior" que sólo lo era porque tenía más parches y adornos en la ropa. Le devolvió una mirada cargada de hostilidad a Zeppeli, que entornó los ojos y espetó con desdén:
-¿Me vas a pegar? Ni se te ocurra hacerte el valiente conmigo, Stella, porque sabríamos quién ganaría. Y el castigo por atacar a un oficial no es ni remotamente tan agradable como trabajar en la cocina todo un día.
Se dio la vuelta para irse y Joseph estuvo a segundos de perder su autocontrol y pegarle una patada en la espalda, pero recordó el decreto real. No podía cometer tonterías, no podía revelar quién era y tampoco podía...
4° Si Su Alteza escapa, deserta o cumple alguna infracción mayor a lo que la disciplina militar puede castigar, será enviado de inmediato a la prisión Green Dolphin por diez años o más, según lo estime Su Majestad.
¿Asesinar a un oficial cuenta como infracción mayor?
Joseph, no.
Por la mierda. Estaba atado de manos. Sabía que habían ojos en todas partes en esa cochina fortaleza, vigilándolo. El general Messina, de hecho, el oficial de mayor rango en ese lugar, sabía perfectamente bien quién era porque era quien lo había recibido esa mañana. Y le había dejado claro que no aguantaría ninguna tontería, por muy príncipe que fuera.
-Stella.
Joseph levantó la vista y vio que el capitán lo miraba, ceñudo, a unos metros.
-Primero pasa a enfermería a que te revisen esa herida y de ahí te va a la cocina. No quiero que contamines con tu sucia sangre la comida.
-Sí-respondió Joseph de mala gana.
-¿Sí qué?
-Sí… señor.
Joseph podría jurar que vio un amago de sonrisa en el hermoso rostro del capitán antes de que se fuera de su vista.
Tuvo la audacia de llamarme "sangre sucia", si supieras realmente quién soy, puto, te mandaría a latigar por insolente.
Ok, jamás había hecho eso y dudaba que algún día fuera capaz de hacerlo, pero de toda maneras se sintió mejor pensándolo.
Cuando, muchas horas más tarde, se encontraba en su cama intentando dormir con su cuerpo adolorido de tanto acarrear enormes sacos de harina y papas (tarea que sus compañeros le encargado como venganza), su último pensamiento antes de quedarse profundamente dormido fue que debía soportar tres años de esa mierda.
Sólo tres años… para mostrarle a ese tonto Zeppeli, quién era realmente...
5° Una vez cumplida la sentencia, Su Alteza será convocado a la corte para cumplir con los deberes que corresponden a su rango, siendo restituidos todos sus títulos y propiedades. Si se negase a hacerlo, será exiliado a la Isla Hermite por diez años o más, según lo estime su Majestad.
