Caesar deslizó sus manos por debajo de la ropa de Joseph para acariciar su abdomen y parte de la espalda.
-Caesar...-lo detuvo Joseph con tono de advertencia.
-Mi madre decía que en este mundo horrible en el que vivimos, aún hay momentos de bondad y amor por los que vale la pena luchar. Y que son tan escasos que hay que vivirlos como si fueran el último-dijo el otro.
Besó a Joseph con avidez. ¡La fiebre definitivamente causaba estragos en Caesar! Joseph lo dejó hacer un rato, mientras respiraba profundamente para tranquilizarse.
-Pero estás malherido-razonó Joseph entre besos-. Y con fiebre.
-No te preocupes, seré gentil.
Joseph quiso reír, pero su cerebro dejó de funcionar cuando las manos de su amigo se introdujeron bajo el borde del pantalón y acariciaron sus caderas con firmeza. La respiración de ambos se aceleró y Joseph tuvo que autocontrolarse al ver la mirada brillante de Caesar en la penumbra.
-Caesar...-dijo Joseph con voz ronca-...espera, basta, estás...
Su amigo lo calló con un beso profundo que le provocó un gemido poco decoroso. Sentía que podía morirse ahí mismo, jugando con la lengua de Caesar, probando los recovecos de la boca del otro.
-Sé que no podemos ir mucho más allá, dadas las circunstancias- jadeó Caesar al separarse-, pero eso no quita el hecho de que quiera hacerlo... en un futuro, aunque no haya. Este es el instante que tenemos y quiero aprovecharlo al máximo, tanto como se pueda. Al menos... al menos déjame tocarte...JoJo...
Antes de que Joseph pudiera alegar, la mano del hombre acarició su erección por sobre la tela de la ropa interior y ese movimiento constante le arrancó jadeos, obligándolo a mover sus caderas para acercarse a Caesar. Éste emitió una risita burlesca (estúpido Caesar) antes de acercarse a besarlo.
Joseph pasó su mano delicadamente por la espalda del otro hombre, levantando la tela apenas, midiendo por las reacciones de Caesar si podía seguir o no. Con su otra mano tocó con gentileza el abdomen de su amigo, provocando que este gimiera entre besos. Joseph se obligó a alejarse.
-¿Te duele?
-Me duele más otra cosa- replicó Caesar, tomando la mano de Joseph y ubicándola más abajo de su ombligo.
Mientras sonreía como el bastardo que era, Caesar movió sus caderas, invitándolo a seguir. Joseph contuvo la respiración cuando los dedos de Caesar tocaron su erección bajo la tela. Sintió la boca de Caesar rozar la piel bajo su oreja y sintió como su autocontrol se estaba yendo a la mierda.
En venganza, Joseph deslizó la mano que tenía en la espalda del rubio hasta su trasero y apretó más su cuerpo contra el suyo.
-Jo...JoJo...
¡Splash! Una horrible sensación de frío lo arrancó de sus ensoñaciones con violencia. Joseph parpadeó, aturdido, mientras sentía su cara y cuerpo empapados. Un hombre alto y corpulento, con un llamativo cabello color violeta y una sonrisa sádica apareció en su campo visual.
-Buenos días, su alteza.
-No tienen nada de buenos si empiezan con tu desagradable cara, Kars- espetó Joseph, moviendo sus muñecas atadas al respaldo de la silla que lo mantenía cautivo.
Sí, seguía atado en esa habitación vacía y lúgubre, donde lo habían traído hace un par de días. No tenía idea de dónde estaba exactamente, porque parecía más un sótano o bodega que un lugar que diera al exterior a juzgar por la humedad de las paredes y la escasa luz que entraba.
Después de separarse de Caesar en las ruinas de Monteverde, el general Kars dejó a sus soldados a cargo de algún subalterno y con un grupo pequeño trasladó a Joseph a ese lugar. Lo habían trasladado atado, vendado y semi consciente, pero el príncipe suponía que no debían estar muy lejos de las tropas de Caesar, aunque sí muy aislados y protegidos.
-Me sorprende que tengas un carácter tan agresivo en la mañana, es demasiado temprano. ¿Acaso no te he torturado lo suficiente?- preguntó Kars sentándose en una silla frente a Joseph.
-No, ¿llamas a esto tortura? ¿Un par de golpes e intentos de ahogo en una pileta? He soportado cosas peores.
La sonrisa de Kars vaciló un poco.
-Tengo otros métodos, pero no quisiera destruir esa bonita cara que tienes.
-Tienes que dejarme reconocible si quieres negociar con el emperador- replicó Joseph-. ¿Por eso has sido tan gentil, verdad? ¿Esas fueron tus órdenes?
-Para dejarte reconocible basta con que vean tu marca del cuello, genio- dijo una voz en las sombras que Joseph no conocía, pero le dio escalofríos y no de los buenos.
Cuando el dueño de esa voz salió a la luz, Joseph vio a un hombre alto, de pelo gris con vetas negras y vestido de negro de pues a cabeza con un impecable traje. Parecía un prestamista a los que Joseph solía acudir en los casinos y hoteles en sus días de alocada juventud.
-¿Quién mierda eres tú?-le espetó, tratando de sonar desafiante frente al desconocido que le daba mala espina.
-¿Kira? Es un regalo del príncipe Dio, pero lo usaremos después, su alteza-dijo Kars, con una sonrisa malévola.
El príncipe heredero Dio, el hijo mayor del emperador de Emmheria. Joseph no lo veía desde antes de la guerra, hace unos 15 años, pero sabía que era un sádico fanático de la muerte y la guerra. Eso explicaba la mala espina que le daba el hombre que tenía al frente. Si es un "regalo", no debe ser nada bueno, pensó.
-Ahora lo que nos atañe. Te he preguntado varias veces que nos reveles las entradas secretas de la capital que solo tú familia conoce...
-Y yo te voy a seguir respondiendo que no las sé, nadie en esa familia confía en mí y nadie me las dijo- lo interrumpió Joseph-. Y aunque las supiera, jamás te las diría, tortúrame todo lo que quieras.
Mentiras. Joseph sí las conocía, cada miembro importante de la familia real las debía aprender de memoria en algún momento de su vida. Pero Joseph sabía que si se los decía, les estaría dando una ventaja más a Emmheria aparte de tenerlo a él como prisionero.
Prisionero voluntario, además.
Sí, estaba bien sacrificarse por amor, pero no iba a sacrificar además a su país y a su familia. No era tan tonto. Prefería la muerte.
Al menos ya sé que ese tonto me quiere, pensó, evocando el rostro de Caesar y sus bonitos ojos verdes, tal como lo había hecho para mantenerse serenos en cada sesión de golpes y torturas que había recibido por parte de Kars y sus secuaces.
El general enemigo indicó con un movimiento de cabeza al desconocido de nombre Kira que se acercara. Éste desató a Joseph y colocó sus manos en los anchos apoyabrazos de la silla, donde las afirmó con unas correas. El príncipe miró su nueva postura con extrañeza y se le revolvió el estómago. Esto no pintaba nada de bien, pero se obligó a calmarse y a imaginarse el rostro de Caesar cuando tuvieron su primera -y última- noche juntos.
Y eso que solo nos tocamos un poco. Me arrepiento profundamente de no haberme atrevido a hacerlo antes. Quizás lo habría convencido de abandonar el ejército y no estaríamos metidos en este lío, pensó con tristeza.
Pero sabía que Caesar no hubiese huido. Él no escapaba de sus responsabilidades, a diferencia de Joseph. Así era él: tozudo, terco e irritantemente noble.
Un sonido metálico lo distrajo de sus cavilaciones y miró a Kira abrir una maleta con instrumentos siniestros y a Kars con su mirada fija en éste, sonriendo tranquilamente como si el contenido de la maleta fuesen dulces..
Por la mismísima mierda, Joseph, se dijo, cerrando los ojos.
Durante esos días, mientras más meditaba sobre las consecuencias de sus acciones, más seguro estaba de que había hecho lo correcto. Al menos Caesar viviría, se recuperaría y ayudaría a terminar esa guerra de mierda. No, a terminarla no, a ganarla, se dijo antes de que un latigazo de dolor le recorriera la columna.
Gritó y gritó aún más al ver, alarmado, cómo su dedo anular de la mano izquierda había sido cortado limpiamente y de la herida manaba sangre que caía al suelo en goterones.
-Si tú no quieres hablar, el emperador lo hará- dijo Kars, tomando el dedo de Joseph que sostenía Kira en una pinza oxidada.
Le colocó el anillo imperial que el mismo Joseph le había pasado para acreditar su identidad y después lo guardó en una caja de madera. Uno de los soldados que estaban presentes la tomó e hizo un movimiento para irse, pero Kira lo detuvo.
-Espera- dijo con ojos brillantes de la expectación-. En esa caja hay espacio todavía.
-Tengo más dedos si quieres- replicó Joseph con los dientes apretados del dolor y de rabia. Sádicos de mierda-. Ninguno hará que mi padre acepte lo que sea que le estén ofreciendo. No soy su hijo favorito, de todas maneras.
-Lo sé- respondió Kars-. Tenemos espías que confirman eso. No iba a enviárselo a él.
-Tampoco la emperatriz me quiere- se apuró a decir Joseph.
-No es para ella tampoco- dijo el general enemigo, mirando la caja que aún sostenía el soldado como si pensara en algo más-. Kira, tienes razón. Hay bastante espacio en esta caja.
-Te lo dije. Con un dedo menos aún puede manejar la espada, pero sin la mano...
Ambos hombres intercambiaron una mirada y Joseph se estremeció, maldiciendo no haber entrenado la espada lo suficiente con la mano derecha.
o0o
-Señor, por favor, quédese acostado- le suplicó por milésima vez el corpulento enfermero que llevaba tres días cuidándolo en ese hospital militar.
Caesar volvió a intentar levantarse y estuvo a punto de golpear al muchacho cuando la puerta de la habitación se abrió de un golpe y apareció la -ahora- coronel Suzie Quatro con cara de pocos amigos.
-No te vas a recuperar nunca si sigues insistiendo en levantarte, señor.
-También estoy certificado como médico militar, sé perfectamente cómo y cuándo me recuperaré, déjame en paz- gruñó, fulminándola con la mirada-. Y deja de decirme "señor", que tenemos el mismo rango ahora, Suzie.
-Rango que obtuve porque te ayudé a traer de vuelta a ti y a tus batallón, además de dirigir el del coronel Stella cuando se fue como un loco atrás de ti. Así que hazme caso, por favor.- replicó ella, acercándose a la cama-. Déjanos a solas por favor, enfermero.
Cuando el muchacho se retiró, Suzie trajo una silla y se sentó cerca del paciente, que suspiró resignado al notar que traía unos papeles bajo el brazo.
-¿Cómo te sientes?
- Lo suficientemente bien como para salir de aquí e ir a rescatar a ese imbécil.
-No sabemos dónde están.
- ¡¿Han pasado cuatro días y aún no lo saben?! ¡¿Es que acaso a alguien le importa que Joseph esté en peligro?! ¡¿Acaso Su Majestad...?!
-Lo sabe. Y la Comandante también, envié a Poco con la noticia- respondió Suzie cansinamente-. Hay varias brigadas buscándolos, pero bien tú sabes que es muy fácil ocultarse en estas tierras, ¿no te criaste por acá también?
-Por esa misma razón debería estar yo en la búsqueda- dijo Caesar-. Es mi culpa, además.
-No sabías quién era- dijo la mujer-. De saberlo, jamás hubieses permitido que su alteza se entregara.
-Lo hizo por salvarme a mí. De nuevo- susurró Caesar, sintiendo sus ojos arder porque tenía muchas ganas de llorar, pero se contuvo. Su voz sonó quebrada, sin embargo, cuando volvió a hablar: -. No tienes idea de cuán imbécil e inútil me siento en este momento.
Notó que Suzie apartó educadamente la mirada para que él se secara las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. Se lo agradeció mentalmente.
-Si te sirve de consuelo, fui yo quién convenció al coronel de seguirte- dijo ella-. Aunque sospecho que hubiese corrido detrás de ti igual eventualmente y quizás las cosas serían diferentes.
-Quizás no. Yo estaría muerto y él prisionero o...
O muerto, pensó, con un dolor en su pecho que casi le quitó el aliento. Por favor no mueras, Joseph, no te atrevas, no ahora que sé que tú y yo... no ahora que tenemos que hacer muchas cosas juntos aún, por favor no mueras...
Suzie carraspeó para que su voz sonara más firme.
-La Comandante pidió que la búsqueda fuera en secreto, por eso no han habido noticias, señor. Las brigadas se reportan directamente con ella.
-Para evitar que el imperio se vuelva loco si se entera que su príncipe está desaparecido- dedujo Caesar, frunciendo el ceño.
-Así es, Su Alteza es muy popular con el pueblo, aunque pocos de ellos saben que es el príncipe. Lo creen un noble cercano a la familia real solamente. Y ahora es aún más conocido por su trabajo en el ejército.
-La dupla dorada del ejército- murmuró Caesar, sonriendo a su pesar, porque así los llamaban a los dos desde hacía años.
Como si esa sonrisa le hubiese dado una señal, Suzie se levantó y se acercó a la puerta para asegurarse que nadie los escuchaba. Luego volvió a su silla y le tendió a Caesar una carta que traía dentro de su chaqueta.
-Bueno, señor dupla dorada, ha sido convocado a una misión especial.
o0o
Seis horas después, ya anocheciendo, Caesar caminaba en el puerto de esa siempre ruidosa ciudad costera, buscando el barco al que lo habían citado. Al doblar por uno de los muelles, una chica delgada y de baja estatura se acercó, saliendo de la oscuridad.
-¿Stella?-preguntó.
-Hermit Purple- respondió Caesar con la contraseña, notando que esa persona tenía voz de chico.
-Sígueme, es por aquí.
Siguió a esa persona hasta la rampa de un barco mercante como cualquier otro. Por instinto, apretó su mano en la empuñadura de la espada que le colgaba del cinto y caminó detrás de su guía hasta el camarote del capitán. A petición de su acompañante, le entregó su espada y el revólver antes de entrar, confiando en que no iba a necesitarlos.
Al centro de la habitación había una mesa cubierta de mapas y papeles, algunos siendo escudriñados por un joven rubio que apenas lo miró al entrar. A su izquierda había otro joven con el cabello rapado y unas cicatrices que le cruzaban la cara que le daban una apariencia temible que, sin embargo, sonreía alegremente mientras jugueteaba con un cuchillo. Finalmente se fijó en la mujer de gruesas trenzas con mechones verdes y piel canela que lo miraba con una sonrisa burlona. Caesar reconocería a esa mujer en cualquier parte, porque alguna vez perteneció al mismo pelotón de entrenamiento en el que había conocido a Joseph, diez años atrás.
-¿Ermes? ¿Qué haces aquí?
-Capitán Costello para ti, rubio tirano- le sonrió ella, acercando su mano para saludarlo. Caesar la estrechó, frunciendo el entrecejo-. Es broma lo de rubio tirano, lo de capitán no. Aquí no tienes autoridad, me temo.
-Eres de la armada ahora, me siento traicionado- dijo Caesar, comprendiendo-. ¿Tú me pediste venir aquí? La carta venía con el código de la armada imperial.
-No fui yo, aún no llego tan arriba para saber de ese dichoso código-dijo Ermes-. Fue él.
Caesar se dio vuelta al ver el gesto de su ex subordinada y se topó con un hombre de pie en el umbral que identificó a los pocos segundos, pese a estar vestido de civil.
-Su Alteza-saludó Caesar, inclinando la cabeza. ¿Qué demonios hacía el principe heredero ahí? La carta codificada parecía ser de algún alto mando o de alguien cercano a la familia imperial, pero no esperó que se presentara el príncipe en persona.
Sin saber muy bien por qué, se puso nervioso. Se topó con los profundos ojos azules del príncipe cuando lo escuchó hablar con sarcasmo.
-Marqués de Mile, muchos años sin verlo, creo que ha pasado más tiempo en servicio militar que en los eventos sociales a los que lo hemos invitado cómo único representante de su familia.
Caesar torció el gesto ante la mención de su título y no supo cómo responder. Si bien era cierto que era marqués, Caesar no ocupaba el título, prefiriendo usar el de su rango militar. El marqués había sido su padre, Mario Zeppeli y su abuelo, William. Ambos habían fallecido en la guerra; su padre lo había hecho hace unos cinco o seis años y desde entonces que Caesar declinaba todas las invitaciones al palacio real y la mayoría de sus deberes como lord para enfocarse únicamente en estudiar y trabajar. Nunca le importó ser el Marqués de Mile, algo que el mayordomo de la mansión le recordaba constantemente cada vez que estaba en casa, rezongando por los rincones que se buscara esposa, se casara y tuviera hijos. Caesar se había cansado de explicarle que no pensaba hacerlo hasta que esa guerra acabara y que si no lo hacía, tampoco era el fin del mundo porque alguno de sus hermanos menores podría heredarlo, eran niños aún (frutos del segundo matrimonio de su padre).
-No es mi prioridad asistir a bailes y eventos sociales cuando hay una guerra en curso, Su Alteza-replicó Caesar, tratando de no sonar tan irrespetuoso.
-Como tampoco veo que es tu prioridad proteger al segundo príncipe, dado que lo secuestraron en tu presencia y no hiciste nada.
Antes de que Caesar pudiera decir o hacer algo que seguramente le provocaría un par de meses en el calabozo por faltarle el respeto al príncipe heredero del imperio, Ermes notó la tensión y aprovechó de huir y llevarse a los demás a la rastra.
-Avíseme cuando esté listo, señor-indicó mirando al príncipe antes de cerrar la puerta.
-Siéntate, Zeppeli-ordenó Jonathan con ese aire altanero que Caesar siempre odió de la familia imperial.
-¿Me trajo aquí para discutir conmigo o va a ayudarme a buscar a su hermano, Su Alteza?
-Ambas. Te haré algunas preguntas y dependiendo de tus respuestas, veré si sigues con vida después de esto-dijo Jonathan con tono sombrío.
-¡No tenemos tiempo para esto!-explotó Caesar.-¡Joseph desapareció! ¡Fue secuestrado! ¡Avisé hace cinco días y aún no lo encuentran! ¡¿Y Su Alteza quiere perder el tiempo interrogándome cuando deberíamos estar afuera en este momento?!
El príncipe hizo un veloz movimiento y en un segundo su espada estuvo a escasos centímetros del cuello de Caesar. Maldito canalla veloz, pensó Caesar, alejándose levemente.
-¿Tú me estás diciendo a mí qué tengo que hacer, Zeppeli? ¿Cuando no fuiste capaz de cuidar a tus tropas y a mi hermano?
-¡Yo no sabía que era tu hermano!-replicó Caesar, olvidando el trato formal hacia el príncipe heredero y lamentando no tener su espada consigo para poder defenderse.
-¿Me estás diciendo que han sido amigos durante diez años y Joseph nunca te dijo quién era? ¿O que nunca lo sospechaste?- preguntó Jonathan, completamente incrédulo.
-Sospeché que podría ser algo más que el hijo bastardo de un barón olvidado; pero no, jamás me imaginé que era el puto segundo príncipe del puto imperio, Su alteza-dijo esto último con sarcamo-. De haberlo sabido antes, yo no...
Calló. ¿Qué se supone que iba a decirle? Hola, sí, de haber sabido que JoJo era un príncipe jamás me hubiera acercado a él porque detesto a tu familia mierdosa que nos tiene metidos a todos en esta guerra infernal. No lo habría tocado en donde no le llega el sol ni lo hubiese besado la última noche que nos vimos. Sintió un desagradable tirón en la boca del estómago y una presión en el pecho.
La última noche.
Habían altas posibilidades de que, efectivamente, ésa fuese la última noche. y aquí estaba, perdiendo tiempo valioso con el primer príncipe.
El príncipe Jonathan pareció notar su perturbación, porque le mandó una mirada cargada de suspicacia.
-¿Tú no qué?
-No nos hubiésemos hecho amigos- respondió Caesar rápidamente.
- Un amigo no abandona a otro.
-Más bien fue al revés-replicó Caesar-. ¿Acaso crees que de haber sabido antes que era un príncipe le hubiese permitido hacer lo que hizo?
-Eso es lo que no sé-exclamó el príncipe-. Porque lo único que sé es esta estúpida carta urgente que enviaste al palacio: "S.A.R el príncipe Joseph se ha entregado al enemigo para salvar mis tropas del coronel. Las coordenadas son..." etcétera, etcétera, "enviar refuerzos. Nahual, 5 de julio", etc. Y tu firma ahí abajo, Zeppeli. Esa es toda la información que diste, ¿y esperas que crea que no pudiste detenerlo? ¿Cómo sé que no lo entregaste tú mismo?
-Porque hay cerca de una centena de soldados en el hospital que pueden probar lo que pasó. Toma tu caballo y anda a verlos si quieres-espetó Caesar, con la espada cerca de su cuello aún.
-Eso es lo que diría un traidor para después huir.
-Habría huido antes de ser un traidor- replicó Caesar, resignado a hablar si quería salir pronto de ahí-. Joseph hizo lo que hizo por decisión propia, nos guste o no.
-¿Por qué?
-Para proteger a las tropas, no vio otra alternativa. Era cambiar su vida por la de los soldados o que muriéramos todos, incluyéndome. Yo estaba dispuesto a eso y creí que él también, pero...
Procedió a contarle a grandes rasgos lo ocurrido, omitiendo las últimas palabras de Joseph. Mientras hablaba, los ojos azules de Jonathan se llenaron de entendimiento, como si comprendiera algo que Caesar no veía.
-Oh no-musitó el príncipe.
-... bajamos de la cordillera hasta la base de Nahual y envié el mensaje. Luego pedí traslado para los soldados e iba a salir enseguida a buscar a Su Alteza, pero la entonces teniente Quatro me interceptó y me obligó a volver con ella al hospital. Estuve todos estos días ahí hasta que recibí tu mensaje y estoy aquí, ¿podemos irnos YA, por favor?
Caesar sentía que estaban perdiendo tiempo valioso; Joseph podría estar herido o siendo torturado y ellos dos ahí charlando.
-O podría estar muerto, dijo una voz en su cabeza.
No, eso no. El enemigo lo necesita vivo.
-Pero "vivo" no necesariamente significa "bien". Podría volver perturbado, mutilado, torturado… Has visto lo que la guerra hace en las personas
Basta.
-Eres tú-dijo Jonathan, sacando a Caesar de sus cavilaciones.
-¿Qué?
-Eres tú, ¡todo este tiempo has sido tú! ¿Cómo no me di cuenta antes?
El príncipe apartó y guardó la espada y acto seguido se pasó las manos por el rostro, bastante tenso. Caesar no estaba entendiendo nada y, por si acaso, tensó su cuerpo para defenderse en caso de que tuviera que defenderse, pero el otro hombre se dejó caer en una silla, con las manos cubriendo su rostro.
-¿Yo qué?
-El motivo real de por qué Joseph se quedó en el ejército cuando realmente lo odiaba.
-Que me quedé por ti. Aguanté todos estos años en el ejército y en esta guerra porque sabía que estarías a mi lado, Caesar."
Las palabras que tantas vueltas le habían dado vuelta estos días volvieron con extrema claridad a la mente de Caesar, que se sintió enrojecer cuando la mirada del príncipe se clavó en la suya.
-¡Joseph se quedó en el ejército por TI porque está enamorado de TI, estúpido!-tronó Jonathan
-Yo… eh, no sé de qué hablas…
-¡Ay, por favor!-exclamó Jonathan-. Siempre me habló de ti. Pasó de odiar el ejército a soportarlo y luego, cuando se acabó su castigo y debía volver, ¿de la nada dice que quiere hacer una carrera militar?
-¿Castigo?
-¿Realmente no te lo contó, no es así?
-Sólo sé la versión que él me dio.
Jonathan le contó el motivo y las condiciones del ingreso de Joseph al ejército como un soldado más y que luego de los tres años -frente a su repentino deseo de seguir en el ejército- solo se le pidió mantener su identidad en secreto, dado que ya lo conocían por su nombre falso.
-...con el tiempo se hizo de su propio nombre en el ejército, gracias a ti y sus aventuras y dejamos de preocuparnos por su verdadera identidad, aunque estuviésemos en guerra- continuó el príncipe pasándose la mano por el cabello-. Al estar tan expuesto, el hecho de que no dijera quién era realmente lo protegía del enemigo cuando la guerra recrudeció. Además estaba contigo y cómo él hablaba de ti y viendo tus antecedentes, decidimos que siguiera así.
-Si querían protegerlo de verdad, debieron decirme de quién era realmente, así jamás hubiese permitido que se arriesgara así ni de ninguna otra manera-replicó Caesar, fulminando al príncipe con la mirada.
-¿Qué sientes realmente por mi hermano, Caesar?
Caesar se sintió enrojecer hasta las orejas.
-¿Qué tiene que ver eso con su captura? ¿Podemos irnos YA?
-No hasta que me respondas.
-No tengo por qué responder a eso.
-Claro que sí, porque necesito saber qué estás dispuesto a sacrificar para salvar la vida de mi hermano.
-Hasta mi vida si es necesario.
-¿Lo dices porque es un príncipe del imperio o porque es Joseph?
Caesar iba a responder cuando sintió unos toques en la puerta. Jonathan dijo "adelante" y el muchacho rubio se asomó con un documento enrollado en las manos.
-¿Terminaron de discutir por el amor del príncipe? ¿Podemos ponernos a trabajar?
-¿Terminaste de armar un perímetro de búsqueda en el sector, Fugo?-le espetó el príncipe, levantándose.
-Por supuesto-dijo Fugo, entrando y extendiendo el documento (que era un mapa) sobre la mesa-. Es un radio de varios kilómetros, me aventuro a decir que están escondidos en algún sector cerca de aquí-indicó el joven con el dedo.
-Las brigadas de búsqueda perdieron el rastro de Joseph cerca de las tierras que son prácticamente tu hogar-dijo Jonathan a Caesar, que se había acercado a la mesa.
-Mile es más hacia la cordillera, no muy lejos de Monteverde, pero no creo que Kars haya llevado al príncipe hacia allá.
-¿Por qué estás tan seguro?
-Porque está muy bien vigilado. Me encargué personalmente de eso cuando estaba en casa en lugar de ir a fiestas- dijo Caesar casi en un gruñido-. Ese es mi trabajo.
-Ajá, sí ¿y hace cuánto tiempo que no vas a tu casa?
-¡De no estar en guerra hace como veinte años, hubiese ido más seguido! ¿De quién es la culpa?
-Noto cierta tensión de tu parte, Zeppeli- dijo el príncipe con suavidad, aunque apretó las mandíbulas-. ¿Acaso no estás conforme con algo?
En ese momento, Ermes y el joven de la cicatriz decidieron entrar en la habitación. Éste venía rascándose una oreja mientras Ermes se rió al ver a Caesar y al príncipe echando chispas con las miradas.
-¿De qué nos perdimos?
-¿Dónde está Narancia?-preguntó Fugo, aún escudriñando el mapa.
-Vigilando, supongo-dijo el de la cicatriz-. ¿Ya nos vamos? ¿A rescatar al príncipe en peligro y todo eso?
-Según Fugo están cerca de Mile, las tierras del marqués aquí presente-dijo Jonathan, con seriedad-. Rodearemos los caminos principales y nos iremos por esta ruta-indicó, apuntando al mapa-. Subiremos por barco por el río Luna hasta donde nos permita el ancho del río y luego…
Narancia decidió que esa era el mejor momento para aparecer arrastrando a una mujer por el cuello y arrojarla contra el piso de la habitación. Todos miraron estupefactos al joven, que traía un aura sombría.
-Le mandaron un mensaje, su alteza. Alguien sabe que anda encubierto y que seguramente anda buscando al segundo príncipe.
Le pasó a Jonathan una caja de madera que traía en la otra mano. Éste la abrió sin miramientos y su rostro se transformó en una mueca de horror al ver su contenido. Caesar sintió su estómago revolverse y aún así le arrebató el objeto de las manos.
Sintió las piernas flaquear al ver que, adentro y sobre un poco de paja maloliente y manchada de sangre, había un dedo humano limpiamente cortado, con un anillo. Reprimiendo las ganas de gritar, tomó el dedo y le sacó el anillo.
-¿Es el anillo de Joseph?-preguntó, con un hilo de voz, al príncipe, que cerró los ojos-. ¿ES DE JOSEPH O NO?
Jonathan abrió los ojos, tomó el objeto y asintió. No importa, pensó Caesar con desesperación, puede ser el dedo de cualquiera, esto es tortura mental, lo sé.
-¿Quién te pasó esto?-preguntó el príncipe a la mujer que seguía en el suelo, sujeta por el cuello por Narancia.
-Un soldado emmherio…-dijo ella, balbuceando-. Dijo que si no venía me mataría a mí y a mi hijo, por favor señor, ayúdeme.
-¿Te dieron algo más con la caja?-preguntó Caesar, tratando de reprimir su angustia-. ¡¿Cómo sabemos que esto es de quien pensamos que es?!
La mujer balbuceó apenas, mirando a Jonathan:
-Ten...tengo un mensaje para usted, ¿usted de verdad es el príncipe heredero?
-Sí-dijo Jonathan-. Habla.
-"Es de la persona que tiene una estrella en el hombro y vendrán más de dónde vinieron esos. Y por si no me creen, envié otro regalo a otra persona, pregúntenle a la princesa".
Jonathan tomó a la mujer de la ropa y la sacudió levemente, gritando desesperado:
-¿Qué le enviaron a la princesa? ¿Qué quieren? ¿Dónde está Joseph?
Ella abrió y cerró la boca, aterrada mirando al príncipe y eso fue lo último que vió en vida cuando una flecha entro por la ventana abierta y se enterró limpiamente en su cuello, dejando una cicatriz sangrante en la mejilla de Jonathan.
