NOTA DE LA AUTORA: Buenos días, queridos lectores. He estado tratando de cumplir mi promesa de actualizar más seguido y he aquí mi parte del trato. Un capítulo un poco corto en comparación a lo acostumbrado, pero es bastante intenso que espero lo puedan disfrutar. No me quiero extender demasiado porque estoy un poco corta de tiempo (imagínense, el capítulo lo terminé oficialmente hace dos semanas y hasta ahora he tenido tiempo de sentarme frente a la computadora y subirlo), así que sin más preámbulo a leer.
RESPUESTA A REVIEWS.
Nuevamente, les pido una disculpa por no responder personalmente a sus comentarios. Como les comenté, estoy muy escasa de tiempo por cuestiones laborales y apenas he podido actualizar, espero me perdonen. Créanme que aprecio y valoro cada uno de sus comentarios, me hacen mucho bien, me hacen sentir que lo que hago vale la pena si esto les provoca un momento de paz o felicidad. Les mando un fuerte abrazo a todos ustedes, en especial a mis queridas Xaori, Belleredfield, Mercy Medical Angel, Darkmatter Black y Ginevre. Muchas gracias por sus palabras, han sido un reconfortante abrazo en estos momentos difíciles de mi vida.
Espero y disfruten mucho el capítulo de hoy.
ACCIDENTALLY IN LAW
Por Light of Moon.
CAPÍTULO 26: J'EN AI MARRE!
—Claire...Claire…¿Puedes oírme?
Sentía como unas pequeñas manos la sacudían por los hombros con suavidad y como la luz cegadora proveniente de la lámpara del techo la deslumbraba.
—¿Qué pasó? —Preguntó sintiéndose desorientada al notarse recostada sobre una camilla.
—Te desmayaste y ordené que te recostáramos aquí en el cuarto de observación.
En efecto, ya no se encontraba en la cálida oficina de Rebecca, sino en una especie de recámara de hospital, pero con muchos más aparatos médicos que no conocía.
—Cielos, lo lamento Becca.
—¿Te disculpas por desmayarte? —Le preguntó con una expresión de diversión y ternura.
La pelirroja no pudo evitar esbozar una sonrisa; era imposible sentirse incómoda con Chambers, su dulzura natural transmitía seguridad a cualquier paciente.
—Perdón por haberte dado la noticia tan de golpe. Creo que te llevaste una fuerte impresión. —Comentó la de cabello corto sintiéndose apenada.
Ahora caía en la cuenta de todo nuevamente. Rebecca le había dicho que iba a convertirse en madre en un par de meses y sin duda la noticia le había caído de sorpresa. Siempre había deseado tener hijos debido a que le encantaban los niños y desde que había quedado huérfana junto con Chris, aspiró a tener su propia familia; empero, el quedar embarazada en este momento de su vida, era un acontecimiento inesperado.
—Becca, quiero que me expliques todo, ¿cómo es posible que estoy embarazada? No lo entiendo, en mis circunstancias obviamente.
Ella se encogió de hombros.
—Siendo una mujer de ciencia y una partidaria de que en la mayoría de las veces ésta siempre funciona; tu eres uno de esos acontecimientos que entran en el margen de error. Como sabes, el DIU es uno de los métodos anticonceptivos más efectivos que existen, pero como todo, un noventa e incluso noventa y nueve por ciento, no es un cien, por más que se acerque.
—Ya veo, esos casos imposibles. ¿Qué posibilidad hay de que vayas a visitar a tu hermano y la ciudad se convierta en el apocalipsis zombie y encima sobrevivir para contarlo?—Mencionó con ironía.
La médico sonrió.
—Bueno, eres ese 1 por ciento que desafía estadísticas.
Enseguida, la Redfield cayó en cuenta de algunos detalles importantes.
—Entonces ¿y ahora qué sigue?
—El siguiente paso es revisarte para retirarte el DIU lo antes posible, ya que lo más seguro es que se haya movido de lugar y por eso no haya funcionado como debía. —Explicó la médico.
—¿A qué te refieres con cuánto antes? —preguntó intrigada.
—Hoy mismo, de ser posible; me interesa bastante monitorear tu embarazo para comenzar con los cuidados prenatales pertinentes. No te preocupes por el procedimiento, no es agresivo y dura poco tiempo; pero de todas maneras, te recomendaría llamar a Leon para que lo mantengas al tanto. —Dijo mientras levantaba el teléfono para contactar al ginecólogo de confianza y demás personal médico para comenzar con la logística de la intervención.
La pelirroja sacó su celular y buscó el contacto de su esposo; sin embargo, declinó la idea. Darle la noticia de su embarazo no era algo que quisiera decirle por teléfono o mensaje de texto y comunicarle que tendrían que hacerle una pequeña intervención para retirarle el dispositivo intrauterino, aún peor; seguramente se pondría histérico, tomaría el primer vuelo con los nervios de punta para venir hasta acá y no le permitiría ni caminar por sí misma. Rebecca había dicho que el procedimiento sería rápido, así que si no había razón para hacerle pasar un mal rato a su cónyuge; además, creía que era mejor darle la noticia de su paternidad en persona. Leon le había comentado que hoy llegaría temprano a casa, así que lo llamaría a media tarde a la residencia de los Kennedy.
Así que después de considerarlo mejor, sólo texteó un mensaje informándole que sus estudios habían salido bien, pero que Becca había insistido en hacerle más análisis de rutina para pasar una temporada más larga sin visitar al médico.
Guardó nuevamente el teléfono en su bolso y siguió a su pequeña amiga, todavía sin terminar de sopesar la idea de que ya albergaba una nueva vida en su vientre.
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Un par de horas más tarde, estaba recostada sobre la cama del hospital, mientras Rebecca terminaba de hablar con el ginecólogo y un par de enfermeras. En cuanto éstos se fueron, la menor se acercó a su amiga.
—Todo está perfecto, Claire. Se pudo retirar el DIU de manera correcta sin afectar al embrión en el proceso.
—¿Hubiera existido algún problema de no haberlo retirado? —preguntó con curiosidad y un atisbo de preocupación.
—Quizás. Afortunadamente, nos dimos cuenta de tu embarazo en una etapa temprana y los hilos del dispositivo aún eran visibles; ya que si hubiera pasado más tiempo, es probable que no hubiéramos podido retirarlo y tu embarazo fuera algo riesgoso.
Escuchó consternada y aliviada a la vez la nueva información que la doctora le estaba brindando, llevándose una mano al vientre bajo de manera inconsciente. A pesar de sólo llevar unas horas de conocer la existencia de su hijo, ya lo amaba intensamente y estaba decidida a protegerlo contra todo.
La mujer de cabellos castaños tomó una silla y se sentó al lado de la pelirroja, enternecida por la situación.
—Y bien, ¿cómo te sientes? —Le preguntó.
—Excelente, ni siquiera me siento adolorida o con sensación de cólicos como lo advirtió el ginecólogo. —Respondió con una sonrisa.
—No me refiero a eso, Claire. Quiero decir, cómo te sientes con la noticia.
Ella suspiró y esbozó una sonrisa amable antes de responder.
—Debo decir que todo ha sido muy rápido y que no me lo esperaba.—Admitió.—Realmente yo venía aquí con la intención de que me recetaras un par de somníferos. Y ahora resulta que lo que debo tomar son píldoras de ácido fólico... —Bromeó.—Sin embargo, estoy feliz, no puedo creer que en unos meses voy a tener a una niña o un niño en mis brazos que tendrá los rasgos de Leon y los míos.
Entonces, esa imagen se dibujó en su mente y no pudo evitar sonreír. Imaginaba a un bebé de cabello pelirrojo como el suyo y la mirada azul profundo de su padre, adornada por un par de mejillas regordetas y sonrosadas; pensó en Leon feliz cargando a ese bebé en sus brazos y a su hermano orgulloso de presumir que ya era tío.
—¿Llamarás a Leon para decirle? —Preguntó la doctora de la B.S.A.A.
—Dios Santo, con todo esto olvidé llamarlo. —Dijo tomando su celular y mirando la hora. —Seguramente ya debe estar en casa. —Se colocó el móvil en la oreja mientras esperaba la marcación automática.
—Apuesto que se va a poner feliz de saber la noticia. —Expresó Rebecca con emoción.
—No pienso decirle lo del embarazo por teléfono, sólo le diré que ya estoy en mi cuarto de hotel y que volveré mañana a Canadá.
—Si lo piensas de esa forma, técnicamente no estás mintiendo; estás en el cuarto en el que vas a quedarte y mañana estarás como nueva.
Ambas mujeres rieron por la pequeña mentira y guardaron silencio en cuanto la llamada telefónica fue atendida por el otro lado.
—Ginna, buenas noches, ¿qué tal? ¿Podrías comunicarme con mi marido?
La Redfield guardó un pequeño silencio y puso una mueca.
—¿En serio no ha llegado? Está bien, no te preocupes, llamaré a su oficina. Muchas gracias.
Terminando la frase colgó y miró el reloj colgado en la pared.
—Qué raro, me dijo que hoy llegaría a casa temprano, —Murmuró mientras buscaba el número de la extensión directa a la oficina de Leon.
—Tal vez se le atravesó algún pendiente. —Comentó Chambers cruzándose de brazos.
Volvió a tomar su celular y marcó a la oficina de su esposo. Esperó unos pocos minutos y alguien le atendió al segundo timbrazo.
—¿Hola?
Al escuchar la voz que le respondió, ella silenció la llamada inmediatamente y la retuvo en pausa.
Rebecca al ver la cara que su amiga había puesto, intuyó que algo malo había pasado.
—Claire, ¿está todo bien?
—Stacy está en la oficina de Leon. —Susurró mientras su expresión tranquila se iba transformando en una de molestia.
—¿Quién es Stacy? —Cuestionó.
—Shhh...
Enseguida volvió a tomar la llamada.
—¿Diga? ¿Va a tomar la llamada o no? —Demandó la otra voz en tono prepotente.
—Comunícame con mi marido. —Contestó de manera agresiva correspondiendo plenamente a la pedantería de su interlocutora.
—¿Quién habla?
—Claire Redfield, la esposa de Leon S. Kennedy, el Presidente y dueño de esa oficina. Viniste a mi boda, así que creo que me conoces.
La voz al otro lado guardó silencio y enseguida una voz masculina le respondió:
—Cariño, ¿cómo estás? Estaba esperando tu llamada.
—¿Qué diablos hace Stacy en tu oficina? —Demandó en tono poco amistoso.
—Cielo, tranquila, estábamos trabajando. —Dijo en tono conciliador.
—Dijiste que hoy llegarías temprano a casa. —Inquirió.
—Sí, pero se me hizo un poco tarde; quería apresurar el mayor número de pendientes posibles para mañana pasar por ti al aeropuerto.
Ella se mordió los labios, quizás se estaba dejando llevar por los celos.
—Está bien.
—¿Cómo estás? ¿Cómo te fue con Rebecca?
—Bien, espero llegar lo antes posible a Canadá, tengo mucho que contarte.
—¿Malas noticias? ¿Estás bien?—Preguntó inmediatamente preocupado.
—Estoy bien, no son malas noticias, pero me gustaría charlar contigo cara a cara y no por teléfono, la recepción es muy mala. —Expresó un poco más tranquila.
—Ok cariño, estaré ansioso porque me cuentes sobre tu viaje.
—Ok, te veo mañana, voy a dormir en casa de Becca. —Mintió.
—Está bien, eso me hace sentir más tranquilo, dale mis saludos a Rebecca.
—Claro. —Expresó entre dientes.
—Te amo, Claire. Descansa.
—Te amo, tú también.
Finalizó la llamada y se quedó mirando a un punto fijo en la pared por unos minutos, hasta que la voz de Rebecca la sacó de sus pensamientos.
—Claire, no me gusta meterme en la vida de los demás, pero, ¿está todo bien? Noté que te alteraste un poco y como médico es mi deber decirte que alterarte de esa manera, no le hace bien al producto.
Suspiró.
—Lo siento, es que no soporto a Stacy; esa mujer es la ex novia de Leon y desde que llegué a Canadá no ha hecho otra cosa más que molestarme y tratar de meterse en mi matrimonio. —Expresó con molestia.
—Cielos, ¿y no lo has hablado con Leon? ¿Por qué convive con ella?
—Es la hija de los accionistas de la Compañía, por tanto, trabaja allí. Y obviamente no desperdicia la oportunidad de pasar tiempo con mi marido; esa mujer sigue enamorada de Leon. —Musitó.
—Bueno, pero imagino que Leon te da tu lugar; tu eres su esposa, y si él te ama a ti, no veo porqué lo que ella sienta por tu marido sea un problema. Después de todo, él no te ha dado motivos para desconfiar, ¿o sí?
Ciertamente, Rebecca hablaba con bastante sensatez; el ex policía jamás le había dado motivos para dudar; al contrario, cada día le reafirmaba el amor que le tenía y su compromiso como esposo, incluso, había disipado todas sus dudas hablándole de Ada y de sus amores pasados, realmente no tenía razones para desconfiar.
—Dios, tienes razón. Debí parecer una tonta haciendo una escena de celos por una tontería. —Expresó sintiéndose avergonzada.
—Es normal sentir celos, Claire, no te preocupes, somos amigas y puedes confiar en mí. —Le guiñó un ojo. —Sólo no olvides que tienes que manejar un poco mejor tus emociones por el bebé, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
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Se encontraba dando vueltas en su cama sin poder conciliar el sueño; después de todos estos meses durmiendo al lado de Claire, le era un suplicio volver a dormir solo. Le parecía increíble que ya no soportara ni un día estando sin su esposa, que sin darse cuenta, se había convertido en su razón de estar vivo. Necesitaba con urgencia volver a Estados Unidos de Norteamérica y empezar cuanto antes su vida matrimonial al lado de la Redfield y se esmeraba demasiado para realizar sus planes con antelación; estaba empeñado en entregar resultados sobresalientes en la Compañía de su familia para que el Consejo Directivo no tomara a mal su propuesta de reformar los estatutos antes de tiempo y entregarle de manera prematura la Presidencia a su hermana, ya que quería darle una sorpresa a Claire; no le había dicho nada aún, pero ya había hablado con Hunnigan y ella estaba haciendo las gestiones necesarias desde F.O.S. para su retiro como agente en la D.S.O., dejando a Helena Harper en su lugar; de manera que se alejaría definitivamente del campo de batalla para tomar un nuevo cargo como asesor, porque ya no quería ponerse más en riesgo por su familia; se mudaría a California y sólo tendría que ir un par de veces al año a Washington para rendir informes sobre su trabajo y el resto de su labor podría hacerla desde su hogar. Ciertamente, iba a extrañar mucho su profesión y la adrenalina de enfrentarse a diario cara a cara con amenazas que ni en sus peores pesadillas habría imaginado, pero estar al lado de la pelirroja y formar una familia con ella no tenía comparación con nada. Ya había comprado la casa que su esposa le había dicho que le había gustado y le entregaría las llaves como el primer regalo que le daría en cuanto aterrizaran en suelo norteamericano.
Nunca pensó que llegaría el día en que quisiera marcharse voluntariamente de este negocio; pero después de haber vivido tantos horrores, sentía que era hora de intentar vivir tranquilo como cualquier otra persona, quería ser feliz y no iba a pedir perdón por eso. El mundo ya le debía demasiado y no iba a desgastar la oportunidad que la vida le estaba dando para devolverle el favor.
Sólo era cuestión de tiempo.
Se imaginó a sí mismo al lado de su esposa, ambos sentados en el porche de su casa mientras veían jugar y crecer a un par de niños que corrían a su alrededor y lo llamaban "papá". Sonrió ante el pensamiento y se quedó profundamente dormido, la vida que soñaba estaba por llegar.
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Ya entrada la madrugada, escuchó el sonido incesante de su celular en la mesita de noche. Abrió los ojos con dificultad, se preguntaba quién rayos la buscaba a estas horas.
—Me pregunto si el idiota que está llamando, sabe que es grosero molestar a la gente a mitad de la noche. —Farfuñó Julia Kennedy mientras se levantó de mala gana de su cama para tomar el celular y contestar sin tomarse la molestia de mirar quién era.
—¿Diga?
Una voz masculina le respondió de inmediato y ella reconoció de quién se trataba.
—Dame un segundo La Salle, no tengo la laptop a la mano, espérame unos minutos y la enciendo, no vayas a colgar.
Pasaron aproximadamente diez minutos mientras la rubia sacaba su laptop y la encendía para posteriormente abrir su correo electrónico.
—¿Qué rayos es esto? —Murmuró mientras observaba el contenido digital que le había sido enviado.
Se trataba de una serie de fotos de su hermano en diversas situaciones románticas y un poco comprometedoras con una mujer a la cual desconocía, sin embargo, eso era lo de menos; lo que importaba realmente era la antigüedad de esas fotos, la cual parecía ser reciente.
—¿Cuánto tiempo tienen estas fotos?
—Todas son tomadas en un lapso de siete años aproximadamente, y las más recientes son del año pasado.
—¿El año pasado? —Preguntó con incredulidad.
—Así es, señorita Kennedy. Al parecer su hermano sostuvo una relación bastante larga con esa mujer.
—Pero se supone que él ya estaba saliendo con Claire Redfield en ese entonces. —Comentó.
—Probablemente su hermano haya sostenido una doble vida.
—O mintió... —Murmuró para sí mismo y luego volvió a hablar hacia la bocina del teléfono. —Escucha La Salle, esto es lo que quiero que hagas.
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—¡Cómo extrañaba estos desayunos!
Rebecca dio una media sonrisa y le dio otro sorbo a su café.
—Bueno, pollo y waffles no es un platillo que encuentres fácilmente en alguna otra parte del mundo.
—Y menos en casa de mis suegros.
Ambas mujeres siguieron desayunando en el pequeño restaurante, cuando de repente el celular de la pelirroja que estaba sobre la mesa, comenzó a vibrar. Lo tomó y miró que eran un par de mensajes provenientes de un número desconocido. Animada por la curiosidad y contra su propia regla de no atender el teléfono mientras estaba en su hora de alimentos, decidió mirar.
Abrió los mensajes y notó que no había ninguna palabra escrita, sino varias fotografías que le desencajaron el rostro. Guardó las imágenes en la galería para poder ampliarlas y mirarlas a detalle para confirmar su autenticidad, pero claramente y para su desgracia, no eran falsas. La verdadera pregunta era, ¿por qué y quién le estaba enviando estas cosas?
Buscó llamar al número que le había enviado esos mensajes, pero éste sonaba fuera de servicio; lo más seguro es que fuera un número desechable.
—Maldita sea...
—¿Qué pasa? —Preguntó Rebecca con preocupación.
—Alguien está tratando de fastidiarme. —Dijo con los dientes apretados de la furia.
—¿Por qué lo dices? ¿Quién haría algo así?
Sin decir nada, le mostró la pantalla de su teléfono celular a su amiga que miró desconcertada lo que sus ojos veían.
Se trataba de una típica selfie de Leon en un lugar nevado que parecía ser la ciudad de D.C., besando a una mujer en los labios y al juzgar, las fotografías parecían ser recientes.
—Y como esa, me enviaron muchas más, y más comprometedoras. —Murmuró tratando de contener las lágrimas.
—Dios... Pero, ¿quién es ella? —Preguntó la médico visiblemente consternada.
—Es Ángela Miller, es una mujer que conocimos hace muchos años, en Harvardville, no sé si lo recuerdes. —Detalló.
—Sí, claro que lo recuerdo, el incidente del aeropuerto y Frederic Downing. —Afirmó la de cabello corto. —Pero, eso fue hace años, Claire. ¿Estás segura que no se trata de un error?
La interpelada negó con la cabeza.
—No hay ningún error, estas fotos son auténticas. —Expresó con pesar.
—Pero, ¿son de antes o después de que tú y Leon sostuvieron una relación?
—Seguramente antes, pero...
—Oh no, Claire, mira.—Señaló en dirección al televisor que se encontraba a sus espaldas.
La presentadora de un programa matutino reía y comentaba algo con otras dos personas que igualmente discutían sobre lo que al parecer ya tenían un rato charlando.
—Y éstas son las primeras declaraciones de la señorita que responde al nombre de Ángela Miller quien al parecer mantuvo...
—O mantiene. —Interrumpió otro entre risas.
—Una relación con el heredero de la familia Kennedy, los magnates de la industria chocolatera del país vecino. Vamos a ver las imágenes.
Inmediatamente, apareció una grabación en donde varios reporteros de la prensa perseguían a una mujer rubia que trataba de entrar a su casa y cargaba un par de bolsas del supermercado.
—¿Quieren dejarme en paz por favor? —Pidió visiblemente molesta mientras sacaba las llaves de su bolso.
—Señorita, sólo un par de preguntas. —Insistía un hombre que cargaba un micrófono grande en una mano.
—Por favor, déjenme en paz, llevan semanas en esto, ¿acaso nunca se rinden?
—Señorita Ángela Miller, ¿es cierto que mantuvo una relación sentimental con el actual presidente de Chámbery Inc.? —Preguntó con insistencia una chica.
—¿Aún mantiene contacto con el heredero de la familia Kennedy? —Cuestionó otra.
—¿Fue acaso la actual esposa del señor Kennedy la tercera en discordia en su romance? —Siseó uno de ellos y enseguida otro sujeto que sostenía una grabadora preguntó: —¿Conoce a la señora Claire Redfield?
—¡Demonios, ya basta! —Los silenció exasperada y agregó: —Si lo que quieren es una nota aquí la tienen; —dijo mientras volteaba a mirar a todos los reporteros y cámaras que la rodeaban. —efectivamente, mantuve una relación de casi ocho años con Leon Kennedy; no tenía idea de su estatus de abolengo y tampoco me interesa. Ahora está felizmente casado, no sé qué quieren de mí.
—¿Cuándo ocurrió la ruptura entre usted y el señor Kennedy? —Gritó una joven. —¿Fue doloroso?
Ella puso los ojos en blanco.
—Cariño, no hubo nada formal, sólo se casó y se acabó. Es todo. Ahora, ¡váyanse de mi casa y déjenme en paz! —Gritó y abrió la puerta de su hogar para cerrarla inmediatamente azotándola.
Después de ello, la imagen se cortó y los presentadores comenzaron a hacer comentarios venenosos sobre la situación y sobre todo del matrimonio Kennedy-Redfield.
Claire comenzó a taparse la cara con las manos mientras su afligida compañera la miraba sin saber qué decir.
De repente, miradas curiosas comenzaron a obsevarla cuando en la televisión aparecieron fotografías suyas y de su esposo en distintos eventos y los presentadores no paraban de juzgarlos de manera dura. Sin duda, algunos de los presentes se dieron cuenta que Claire era la persona de la cual estaban hablando en la pantalla chica y a ella se le estaban subiendo todos los colores al rostro.
—Creo que es mejor que nos vayamos. —Mencionó Chambers que comenzó a sentirse observada.
—Vámonos ya.
Diciendo esto sacó de su cartera un par de billetes de gran denominación que cubrían con creces la cuenta y la propina, saliendo del lugar a toda prisa.
—¿Quieres que vayamos a mi casa? —preguntó la de cabello corto que conducía su auto.
—No por favor, llévame al aeropuerto.
—Pero tu vuelo sale en un par de horas más.
—No importa, quiero irme ya, veré si puedo hacer un cambio de boletos.
Rebecca asintió, se sentía lo suficientemente consternada por ver a su amiga en ese estado, así que condujo sin decir nada hacia la dirección que la hermana de Chris le había solicitado.
—¿Tienes idea de quién pudo haber hecho esto? —cuestionó finalmente para intentar romper la tensión.
—Sí...
Antes de que pudiera hacer algo más, su teléfono comenzó a sonar y vio en la pantalla el nombre del remitente, contestando al primer timbrazo. Esperó unos segundos y finalmente habló:
—Escúchame bien, Leon. —Lo interrumpió con voz tranquila pero amenazante. —No quiero saber, ni me interesa conocer los detalles de lo que tuviste con esa mujer, lo único que te voy a pedir, es que si quieres que nuestro matrimonio continúe; te exijo que despidas a Stacy.
Se quedó callada unos instantes más y prosiguió:
—No me importa el cargo que tenga, ni sus estudios, ni su familia, la quiero lejos de nosotros y nuestras vidas, o de lo contrario, lo nuestro no puede continuar. Adiós.
Colgó y se mordió los labios mientras sentía que las lágrimas se agolpaban en sus ojos aguamarina.
—Claire, ¿no crees que estás siendo un poco radical? Tu misma me dijiste ayer que esa mujer era hija de los accionistas de la Compañía de la familia de Leon y que incluso trabajaba allí. —Cuestionó la menor tímidamente. —Además, no tienes pruebas de que fue ella, ¿o sí?
—Becca, no hay otra persona que quiera dañarme más que Stacy; desde que llegué a Canadá no ha parado de hacerme la vida imposible y no va a detenerse; estoy harta. —Comentó al punto del llanto. —No voy a arriesgar mi salud ni la vida de mi bebé por los malos ratos que me hace pasar; no voy a permitir que lastime a mi hijo. Además, Leon y yo teníamos un pacto y si esto no funciona, le exigiré que cumplamos lo que habíamos quedado desde un inicio.
—Pero, ¿de qué pacto hablas? ¿Acaso te engañó con la mujer del reportaje?
—Esto no se trata de mí, ni de Ángela, sino de un trato que teníamos Leon y yo antes de casarnos.—Habló para sí misma y enseguida se dirigió a la sobreviviente del Ecliptic Express. —Por favor, te pido que mantengas toda tu discreción en todo este asunto, desde mi embarazo hasta el incidente de hoy, por favor, no lo comentes con nadie Becca, te lo ruego.
—Claro, cuenta conmigo. —Aceptó al verla tan afectada, sin embargo, no tenía idea del porqué de ese comportamiento por parte de la pelirroja.
—Muchas gracias.
Enseguida, la Redfield tomó su teléfono y marcó un número que la hizo esperar unos minutos en la línea, cuando finalmente el remitente respondió:
—Joey, por favor, necesito tu ayuda...
