Malas noticias para todo el mundo ¡Qué bien empieza todo!
No te voy a mentir en lo absoluto, colega, poté todo lo que había comido ese día en cuanto aquella horrible forma de viaje terminó. No sabría ni cómo explicarte qué había sido todo eso, todo se movía tan rápido, brazos fríos y huesudos me rodeaban con fuerza todas las extremidades e intentaban tirar de mí hacia el absoluto vacío, consiguiendo que, incluso aferrada a ese hombre tan extraño, diera vueltas y vueltas sobre mí misma. Es como si me hubieran metido en una lavadora muy oscura con zombis intentando arrastrarte hacia el desconocido mundo donde se pierden los calcetines. En cuanto pisamos suelo firme, pude ver un bosque en lugar de la oscuridad absoluta y ese sujeto me soltó, me aferré al árbol más cercano y sencillamente lo solté todo.
—Oh, sí, eso suele pasar —escucho la voz cansada de aquel sujeto justo detrás de mí. Me volteo con algo de brusquedad, intentando no desmayarme luego de todo lo que acaba de ocurrir.
Quiero cantarle las cuarentas, pero que mi padre esté justo a su lado no me permite hacer nada más que decirle con la mirada todas las ganas que tengo de matarlo de diversas e increíblemente complejas —pero muy creativas— formas. Busco desesperadamente en mis bolsillos por algún pañuelo de papel o algo por el estilo, bendigo inmensamente la costumbre que me instauró mi padre de siempre llevar algo por el estilo encima porque encuentro un último pañuelo que aprovecho para limpiarme lo mejor posible los labios. Quisiera tener algo de agua para enjuagarme la boca, pero tristemente no tengo nada para eso.
Cuando finalmente logro relajarme un poco, lo suficiente para fijarme en algo aparte del horrible sabor en mi boca, me doy cuenta en dónde estamos. El sol finalmente se ha ocultado, lo que hace que me dé cuenta que estuvimos horas ya sea moviéndonos de esa forma tan horrible, o es que realmente estuvimos horas conversando con las gentes del Inframundo —aunque estoy completamente segura de que a penas fueron unos minutos—, sea como sea, es de noche y lo único que estaba alumbrándonos eran los últimos rayos de sol y la leve luz de la luna que a cada segundo cobraba más potencia. No hay luces artificiales, estamos en medio de un bosque.
Estarás pensando: Anna, tía, tu madre literal es la diosa de la primavera, te debe molar mucho la naturaleza y la flora, y esas vainas. Pues, colega, no podrías estar más equivocado, soy una chica de ciudad, soy del centro de New York, a mí me van los espectáculos, Broadway, los parques temáticos y los centros comerciales enormes. La naturaleza me la suda de una forma que no te puedes ni imaginar, los bichos me ponen de los nervios —sí, soy la tía que se asusta y chilla, solo un poco, cuando se mete un insecto en clase, ¿qué quieres que haga?—, las plantas me gustan solo si las veo mediante una pantalla, la tierra me pone de mal humor, y no me hagas empezar con respecto al barro, odio el barro. El campo no es lo mío, no me gustan los parques, y me encantaría tener alergia al polen para que no se viera tan mal cuando rechazo unas flores naturales.
En fin, que estamos en un bosque y yo lo odio.
—Venga —nos llama aquel sujeto con pinta de enfermo terminal. Nos pega un susto de muerte cuando saca una espada y esta empieza a brillar como la linterna más peligrosa que haya visto en toda mi vida—. Seguidme, tenemos que llegar al Campamento Mestizo.
Dios, no, odio los campamentos. Siempre van de lo mismo: estar relacionado con la naturaleza, ser uno con la madre tierra. Por algo me salí de las malditas girl scouts, y eso que me veía encantadora con el uniforme.
Cuestiono a papá con la mirada, le ruego de que demos media vuelta y salgamos corriendo lejos de toda esta locura, pero él solo suspira pesadamente y me hace un seña con la cabeza para que comience a caminar. Mi respuesta es hacer una mueca y seguir sus pasos con pesadez, no quiero estar aquí, no quiero ser parte de nada esto, yo estaba divinamente en mi curso de repostería antes de toda esta maldita locura comenzara, quiero volver a preparar galletitas de avena, por favor.
Pero no, el mundo es injusto, el destino es injusto, por lo que yo tengo que caminar con mi padre detrás de ese sujeto armado con una espada negra tan extraña —ya me explicarás tú por qué diantres una espada negra emite luz morada, aquí algo falla—. Avanzamos y avanzamos hacia una leve colina que en el medio presume de un enorme árbol envuelto por algo dorado, entrecierro los ojos y me inclino un poco hacia adelante, intentando comprender qué era exactamente aquella cosa dor-
Un dragón, es un maldito dragón ¡Claro que es un dragón! Y ahora nos toparemos con una sirena, por supuesto, porque el mundo entero se ha vuelto completamente loco y no hay manera de que regrese a la normalidad.
Quiero irme a mi casa, por favor.
Felizmente el enorme reptil escupe fuego sencillamente nos ignora, parece mucho más interesado en cualquier otra cosa que no fuéramos nosotros. Aquel tal Nico guarda finalmente y su espada y, enderezándose completamente, dice lo siguiente.
—Yo, Nico di Angelo, hijo de Hades, jefe de cabaña, rey de los fantasmas y embajador de Pluto, concedo permiso a Agnarr Summer para que se adentre a los terrenos protegidos del Campamento Mestizo.
Espero que una puerta mágica se abra con brillitos y fuegos artificiales o algo así, tal vez una voz profunda saliendo de la nada que grite "Sí pasarás" —vale, de acuerdo, mala broma, ya lo siento no me mires así—, pero no, absolutamente nada similar ocurre, por lo que por un momento creo que sencillamente el sujeto este se ha inventado todo ese rollo solo para verse épico. No se voltea en lo absoluto para mirarnos, una vez deja de hablar sigue su camino sin problema, papá me mira de reojo, como si yo pudiera explicarle qué acababa de ocurrir, pero no tengo ninguna respuesta para él.
No siento absolutamente nada al seguir los pasos del hijo de Hades —¿mi hermanastro o algo así?— esperaba que fuera un poco como las cosas de Harry Potter, que entrabas en un lugar y la magia sencillamente estalla en tu cara. Vi un largo sendero que se extendía por miles de direcciones, una casa azul que se destacaba sobre unas cabañas a la distancia que se veían bastante comunes y corrientes, árboles y árboles se extendían hasta el río que surcaba en el horizonte.
Pego un enorme respingo cuando volteo levemente y me encuentro con esa cosa enorme. Una estatua, una maldita estatua enorme hecha sobre todo de oro de una mujer armada que en mano sostenía a otra mujer —seguramente esta otra era de tamaño normal, no como la señora armada que me sorprendía que nadie más en Nueva York hubiera notado—. Me quedo mirándola tanto tiempo que no me doy cuenta cuando papá se retuerce en cuanto empieza avanzar hasta el lugar.
—¿De dónde ha salido todo esto? —cuestiona, con los ojos muy abiertos, mirando absolutamente todo lo que tenía a su alrededor. No sé qué lo motiva, pero mira hacia atrás y pega un brinco de inmediato—. ¿¡Qué es eso!?
Sigo su mirada, encontrándome con el dragón dorado. Frunzo el ceño. —¿Recién ahora te fijas en el dragón?
—¡No estaba allí antes! —asegura señalándolo con una mano—. ¡Ha salido de la nada!
—Es la niebla —le dice el sujeto antes de que yo le insista de que el dragón siempre estuvo ahí—. Magia encargada de que los mortales no vean nuestro mundo oculto, aunque supuestamente también debería de afectarte a ti, niña.
No puedo evitar hacer una mueca ante el tono de su voz. —Me llamo Anna, no niña.
Él se limita a soltar una risilla, aprieto con fuerza los puños para aguantarme todas las cosas que quiero decirlo. No entiendo por qué me está tratando de esta manera, yo no pedí haber acabado en todo este estúpido problema, tampoco pedí que a Perséfone —no, no la pienso llamar madre de forma no irónica, suena raro— se le apeteciera ponerle los cuernos a su marido. Nada de esto lo pedí y aún así me está tratando como si fuera patética por no estar preparada para todo lo que está ocurriendo de momento a otro.
—Bueno, Anna —me calmo al notar que no hay burla alguna en la forma que pronuncia mi nombre—, hay que seguir caminando, allí —señala la enorme casa azul— te están esperando varias personas.
Tiemblo un poco, eso suena a que me vana sacrificar a dioses raros. —¿Por qué me esperan?
Él retoma su caminar mientras, finalmente, decide darme explicaciones. —Porque todo el mundo ha escuchado esa profecía, ha sonado por todo el campamento. Aquí, en el Campamento Mestizo, Quirón y el dios del vino, Dioniso, se encargan de entrenaros a vosotros, los hijos de los dioses, para sobrevivir en un mundo lleno de monstruos y otras criaturas inmortales que os quieren muertos. No lo has notado antes, ya te lo ha dicho tu madre, hasta ahora ella ha estado haciendo de todo para que nadie supiera de tu existencia. Pero eres la única que puede encargarse de esta amenaza, Anna.
Aprieto con fuerza los labios, aguantándome el miedo. —Pero no entiendo —insisto apresurándome a estar a su lado, logrando que su mirada tan oscura e intimidante se centre en mí—. ¿Por qué yo?
Se toma unos segundos para responderme. —Ahora mismo todo lo que sabemos es que la profecía no podía ser más clara. Nueva hija del Inframundo, princesa de la muerte. Solo hay dos dioses que gobiernen en el Inframundo y solo uno de ellos, tu madre, ha tenido una nueva descendencia.
Me aguanto las ganas de ser sarcástica y de decirle lo inmensamente maravilloso que me parecía todo eso, la seriedad de su tono me decía que ese no era el mejor momento para ello. Solo logro suspirar pesadamente, intentando procesar todas las locuras que acaban de tirarme a la cara.
Recapitulemos: Mi madre es una diosa, Perséfone, está casada y se enrolló con mi padre para, entiendo yo, darle celos a su marido que no le hacía caso. Todos estos años ella ha estado procurando que nadie se dé cuenta que yo existo, pero el cuentito se le ha acabado porque ha surgido una profecía acerca de cómo solo yo puedo solucionar, ¿por qué solo yo? No lo sabe nadie, solo saben que tengo que lidiar con gente muy poderosa o si no nos morimos todos.
¿No te parece todo maravilloso?
Cuando finalmente llegamos a la gran casa azul, Nico entra sin tocar, abre la puerta sin dificultad y se hace un lado para dejarme pasar. Es entonces que, nada más entrar, me encuentro con él: Quirón, entrenador de semidioses y héroes... aunque obviamente no lo supe de inmediato.
Nadie da por hecho que un sujeto mitad hombre mitad caballo sea el mejor fitness coach para gente semidivina.
—Anna Summers —me saluda asintiendo con la cabeza, inclinándose levemente—, te estábamos esperando.
Solo entonces soy consciente del hombre de espesa barba y cabello ondulado vestido con una camiseta playera y unas bermudas que eran ridículas. Sus ojos morados se clavan en mí por unos larguísimos segundos y todo lo que puedo hacer es contener la respiración por los nervios, intentando evitar pensar en absolutamente nada porque siento que ese sujeto es capaz de adivinar qué es lo que estoy pensando.
—Nico Di Angelo —el hombre-caballo vuelve a hablar—, apreciaríamos mucho si pudieras quedarte con el señor Summers mientras que nosotros lidiamos con la reunión de jefes.
Mi hermanastro —sigo dudando si debería llamarlo así— se limita a asentir con desinterés. Me remuevo un poco nerviosa, porque definitivamente nadie aquí parece estar dispuesto a hacer nada para quitarme la sensación de que voy a ser sacrificada por esta gente tan rara. Papá se acerca a mí, nuevamente espero que tenga en mente la idea de escaparnos lejos de todo esto, pero solo me acuna el rostro y me da un beso en la frente, me promete que estaría lo más cerca posible si es que lo necesito, no soy capaz de hacer otra cosa que asentir antes de irme.
—Mi nombre es Quirón, me encargo del entrenamiento de gente como tú, Anna, de semidioses —me va explicando el sujeto con piernas de caballo cuando finalmente camino a su lado—. Este de aquí es Dioniso, dios del vino, director del Campamento.
—Llámame señor D —me dice el supuesto dios, con una voz tan lúgubre que por un momento me pienso que él también acaba de llegar de mala manera desde el Inframundo.
Ah, hablando de eso.
—Disculpe —llamo en un susurro a Quirón—, ¿no tendrá una menta o algo? Es que me he... mareado un poco de camino aquí.
Él me dedica una sonrisa algo divertida, como si le diera ternura lo que acabo de decir. —No hay de qué avergonzarse, pequeña —me dice con una sonrisa tan de abuelo bonachón que siento ganas de que me acunen un rato. Lo veo metiendo una mano en el bolsillo interior de su chaqueta americana para luego sacar un caramelo envuelto en plástico—. El viaje de sombras le cae mal a cualquiera.
Viaje de sombras, que nombre más inusual, aunque creo yo que queda perfecto para lo que pasó. Agradezco apresuradamente para meterme el caramelo de menta de inmediato a la boca, la frescura del dulce hace que me sienta renovada casi de inmediato.
Nos adentramos en una sala muy simplona pero cargada con estrés, tensión y miles de sentimientos negativos tan variados que no podría ni nombrar a la mitad de ellos. Hay un montón de muchachos que parecen unos pocos años mayores que yo, todos nos miran de inmediato y yo casi me trago el caramelo de golpe por el susto de tener tantos pares de ojos sobre mí de momento a otro.
—Tenemos finalmente una buena respuesta, semidioses —anuncia con pesadumbre Quirón, yo me remuevo en cuanto siento que empieza a guiarme hacia una de las sillas que estaban vacías. Todo el mundo sigue cada uno de mis movimientos, todo el mundo ha mantenido silencio absoluto, pero un par de gritos mudos salen casi al unísono cuando me sientan en la séptima silla del lado izquierdo de la mesa que recién me fijo que es de Ping Pong.
No muevo la mirada de la madera y la pintura desgastada, me niego a responder de ninguna forma a todos esos ojos y todas esas mudas cuestiones.
Aquel tal Dioniso se coloca al final de la enorme mesa de Ping Pong, toma aire profundamente y la seriedad de su expresión logra que poco a poco las miradas me dejen en paz y se centren en él. —Semidioses —nos llama a todos, al inicio di por hecho que era solo hacia ellos, pero sus ojos son los únicos que siguen sobre mí—. Hiccup Haddock, hijo de Poseidón, le ha declarado la guerra al Olimpo y a este Campamento.
La conmoción lo inunda todo de inmediato, preguntas saltan de un lado hacia otro, algunos se levantan de sus asientos bruscamente e intentan acercarse al dios de ojos morados, pero Quirón, su supuesto entrenador, les repite que regresen a sus sitios. Hay dos chicas, una rubia y otra de cabello negro, son las que más chillan y cuestionan, el sujeto-caballo tiene que tomarlas de los hombros y regresarlas a sus asientos para que dejen que los anuncios sigan.
—No os angustiéis, os lo rogamos —habla Quirón mientras vuelve a galopar hacia mí. Coloca una mano sobre mi hombro y eso parece traer todo el peso del mundo—. Pues hemos encontrado a la semidiosa de la que la profecía habla
Pero la calma no llega en lo absoluto, porque todos podemos ver la angustia en los ojos del dios del vino.
—Hay otra noticia, campistas —sigue hablando Dionisio—, una noticia que tenéis que difundir de inmediato.
—¿Algo peor que tener a ese lunático detrás de nosotros? —cuestiona bruscamente un muchacho enorme de negro cabello. El pobre pega un respingo horrible cuando Dioniso asiente con firmeza.
—Vuestra compañera, la líder de la cabaña de Quíone... no ha concluido su misión... ella —el hombre toma aire mientras el ambiente es cada vez más frío—... ella ha fallecido.
Un chillido agudísimo hace que pegue un respingo lejos de la mesa, la misma chica de cabello negro que antes exigía respuestas ahora está desplomada en su asiento, con ambas manos cubriendo su boca y los ojos tan abiertos que siento que se le van a escapar de la cara, las lágrimas caen y caen, paseándose por todo su rostro, y todo lo que puedo hacer es desviar la mirada, porque no sé ni cómo sentirme ahora que la muerte, aparentemente eso que tanto me rodea gracias a mi madre, ha llegado a esta extraña sala.
—Astrid Hofferson, Heather Berserker —el medio-caballo las llama con delicadeza—. Esperamos que podáis ser vosotras quienes hagáis el velo para el funeral de Elsa Snow.
Oh, cielos... espero que no sea la misma Elsa de la que me preguntaste antes...
La chica de cabello negro rompe por completo en llanto, se levanta con tal brusquedad que tira su silla al suelo y sale corriendo, seguida por la chica rubia.
Llámame metida, cotilla, chismosa, llámame maruja —no te atrevas a llamarme maruja—, pero no puedo negarme a mi primer instinto de sencillamente seguirlas.
.
.
.
Yo escribiendo: ¡Trauma para ti! ¡Trauma para ti! ¡Todos se llevan un trauma! :D
No sé qué podría comentar de esta capítulo además de, evidentemente: Nico di Angelo my beloved. Amo a este emo homosexual, va a aparecer mucho en este fanfic, mucho más de lo que otros personajes de Rick Riordan (creo que también veremos bastante a Reyna, pero todavía no estoy segura de cuándo empezará a salir).
En esta secuela voy a remarcar algo muy importante del Campamento Mestizo: la hipocresia.
Porque Elsa era la hija de una traidora que se esforzaba por hacer de todo y caer bien, pero aún así era despreciada por los campistas e ignorara de forma negligente por Quirón. Pero Anna va a pasar de absolutamente todo y va a ser un caos constante, y aún así tendrá más apoyo. (que no digo que mi niña bella hermosa no merezca apoyo, solo que el Campamento está lleno de hipócritas :D)
