Me intentan chantajear con un cuarto de- ¡Oh Dios esa cosa me habla!
No sé dónde diantres estaba, solo sé que todo estaba oscuro y que Rapunzel había caído encima mío.
Eso era honestamente lo último que necesitaba luego de que me enterara que aparentemente mi chica perfecta era literalmente Rapunzel. Oye, pues menuda forma de confirmar mi nula heterosexualidad, ¿eh?
Sentí su respiración contra mi rostro y nuestras piernas entrelazadas. No me permito querer desparecer en ese preciso momento, algo podría cumplirlo y entonces ya me dirás tú, colega, como solucionamos todo el temita de que hay que salvar el mundo.
La siento levantándose levemente, pero en cierto punto sigue sobre mí, me sorprende que aún no pueda ver nada, estoy segura de que con los rojas que están mis mejillas podrías tener al menos una pequeña fuente de luz.
—¿Estás bien? —me pregunta, y agradezco que no pueda verme porque me lo juego todo a que luzco ridícula en estos momentos, sobre todo porque soy idiota y lo primero que hago es asentir, como si pudiera verme.
Titubeante, le respondo. —S... sí, ¿qué tal tú?
—Todo bien —me responde luego de unos pocos segundos, aunque en todo lo que me puedo concentrar es que siento una de sus manos apoyándose sobre mi estómago mientras ella sigue sentada en mis piernas. Me aguanto la respiración porque ¿qué otra cosa se supone que pueda hacer mientras una chica tan guapa y encantadora está encima de mí?
Dios, me sudan muchísimo las manos, que asco.
Estoy a punto de preguntarle qué es lo que está haciendo cuando le escucho tararear por lo bajo, literalmente me quedo con la boca abierta cuando finalmente comienza a cantar abiertamente y sin tapujos, entonando una canción de cuna que aunque no la he escuchado en la vida me hace regresar a los más bellos momentos de mi infancia. A los bailes padre e hija que se hacían en mi colegio en los que mi padre y yo siempre terminábamos destacando por una razón u otra, la primera vez que tuve la estatura suficiente para montarme en una montaña rusa, la vez que pude ver Wicked teatro. Todo volvió a mí por algún motivo, no me quejaba, pero definitivamente estaba extremadamente confundida.
Sobre todo porque, mientras Rapunzel cantaba y yo rememoraba mi infancia, el cabello de ella empieza a brillar.
Al final va a ser cierto que es una linterna o algo por el estilo.
Desde las raíces un resplandor dorado que se va desplazando lentamente hasta las puntas, llenando cada centímetro del lugar oscuro en el que estábamos con una poderosa luz que dejaba perfectamente iluminado.
Cuando termina de cantar su cabello sigue brillando y yo sigo mirándola como idiota.
Cuando me observa desde arriba es que me doy cuenta que lleva todo este tiempo con los ojos cerrados, me gustaría que siguieran así, de esa manera no sería consciente de que estoy babeando por ella.
—¿Q... qué acaba de pasar? —me apresuro a decir algo para que no pueda tener tiempo de reconocer mi patético estado.
Ella sonríe con algo de vergüenza, desviando la mirada. —Mi padre es el dios de la música y el sol, mi cabello brilla cuando canto, también puede apresurar el proceso de sanación de todo tipo de heridas. Mayormente el canto solo alivia leves heridas, pero supongo que yo me llevé la mejor opción en esa parte.
—¿Y lo hace todo el tiempo?¿Qué pasa si solo quieres cantar un rato?
—Ah... pues no lo sé, nunca he querido cantar solo por cantar —comenta con normalidad, levantándose y tomando del antebrazo, menos mal porque mis manos sudaban muchísimo, para ayudar a levantarme—. Paso casi todo el año en el campamento, siempre necesitan mi voz para algo.
Ella lo comenta como si fuera la cosa más sencilla y normal del mundo, pero a mí me parece algo triste.
—Pero habrá momentos en los que escuches música y sencillamente quieras...
Ella me corta casi de inmediato. —¿Nadie te ha comentado aún que no podemos usar ningún aparato electrónico? Atrae monstruos.
Me detengo en seco, ella me mira con una ceja alzada, yo quiero arrancar cabezas. —Seréis hijos de... ¿me vais a quitar el Internet?
Ella me dedica una sonrisa algo juguetona, no entiende que esto es de vida o muerte. —Pues, ya lo siento, pero sí.
—¡Pe... pero mis series! ¡Mis películas! ¡Mis memes! ¡Mis fanfics!
Rapunzel frunce el ceño. —¿Tus qué?
—¡Mi vida, Rapunzel, mi vida! ¡No podéis quitarme las ganas de vivir! ¡Eso es cruel e inhumano!
Pero todo lo que obtengo de ella, en lugar de compasión y empatía, es un resoplido mientras acomoda su cabello fuera de su cara. Antes de que pueda recriminarla por la descarada falta de amabilidad de su parte, ella toma mi muñeca y empieza a tirar de mí. —Venga, quiero saber a dónde nos has traído y qué tan lejos estamos del campamento.
—Fue un accidente —me apresuro a dejar en claro.
—Ya sé, ya sé, ¿en qué pensabas antes de que se abriera la tierra?
—En que quería que me tragara la tierra.
—Ajá, pero, ¿querías que te llevara a algún lugar en específico? —insiste.
—¿Al Infierno?
Ella suspira. —No estás ayudando. Creo que lo tuyo es una versión muy extraña del viaje de sombras, se supone que los hijos de Hades pueden moverse a través de las sombras, pero tomándolas como un punto de entrada y salida. Pero tú no lo haces así, estábamos justo debajo del sol, y la tierra se abrió, no lo entiendo.
—Me comentaron que, como Perséfone está en el Inframundo, ahora mismo desarrollo mejor poderes más similares a los hijos de Hades, pero supongo que serán diferentes por Perséfone. Ella controla las plantas y todo eso, ¿verdad? Tal vez es por eso que se abrió la tierra.
—Pero, ¿a dónde nos has traído?
Frunzo el ceño cuando finalmente me tomo la molestia de mirar alrededor para por lo menos comprender en que clase de lugar estamos. Hay una preocupante cantidad de macetas llenas de tierra perfectamente acomodadas al lado de una ventana que no entiendo por qué está ahí, del otro lado hay un enorme escritorio que solo con la iluminación del cabello de Rapunzel se ve tan negro como si fuera una sombra, o parte del cuerpo de Hades, puedo distinguir los miles de cajones que tiene gracias a los pomos plateados y deslumbrantes que permitían diferenciarlos. De momento a otro me llega un fuerte olor a granada y buscando un poco me doy cuenta de la enorme cama que hay un poco más al fondo de la estancia, estas típicas camas que son el sueño de cada niña —me incluyo totalmente— con postes enredados con hojas y granos de granada, con cada esquina y preciosas cortinas colgando elegantemente desde arriba. No se podía distinguir bien el color, pero podía saber que las cortinas combinaban con las sábanas. A cada lado de la enorme cama con dosel habían dos mesas de noche retocadas con diferentes gemas y que servían como apoyo para brillantes joyeros que resplandecían gracias al cabello de Rapunzel.
Estaba fascinada por todo lo que nos rodeaba, pero cuando vi un interruptor por encima de una de las mesas corrí hacia él como loca.
La habitación se ilumina gracias a un candelabro precioso que parecía la versión ridículamente cara y elegante de un bola de discoteca. Vale, no era sencillamente un círculo, en verdad no tenía una forma correctamente definida. Los brazos negros del candelabro estaban retorcidos y se extendían por diferentes longitudes, alzándose en dirección al techo o descendiendo hacia el suelo, portando inmensos diamantes no pulidos en cada punta, alumbrándolo todo con una luz blanca y reconfortante.
Volteo sonriente hacia Rapunzel, pero ella me recibe con una mueca. —¿Viste un interruptor y sencillamente lo presionaste sin pensarlo dos veces?
No me contengo y ruedo los ojos. —Solo te molesta que ya no ilumines la habitación.
Je, su sonrojo se ve dorado.
—¿Cuánto te dura la batería? —bromeo señalando su cabello.
—Ja, ja, que graciosa... se quedará así unos pocos minutos más, hasta que sienta algo de luz natural. Esto —señala el candelabro—, no me sirve.
Ruedo los ojos, decidiendo dejar ahí la conversación para ahora investigar mejor la habitación, intentando comprender dónde estábamos. El lugar era de en sueño, no lo niego, pero eso de quedarme aquí toda la vida... hey, si no descubro como salir de de este lugar tan raro en un buen período de tiempo no tendré que meterme en más líos, tampoco suena tan mal.
Me doy cuenta que debajo de uno de los joyeros hay una postal apretujada.
Era un sencilla tarjeta beige con dibujos de un mapa mundi convencional en esquinas contrarias, el simple dibujo de la tierra rodea con la estela de un avión estaba en el centro y unos centímetros por debajo ponía "HERMES EXPRESS. Mensajero de los Dioses". No tengo ni la más remota idea de qué se supone que es esto, pero doy por hecho que Rapunzel tendrá alguna idea.
Lo leo en voz alta para que ella también se entere de lo que está pasando.
Querida niñata.
Comprendo que la necesidad te ha forzado a usarla, nadie conoce mejor que yo la necesidad de tener algo de privacidad.
Pero la cabaña 13 es para mis hijos, no para ti. Espero que todo el esmero que tu madre y yo colocamos en esta cabaña te mantenga alejada de la otra.
Mis más neutrales deseos,
Hades.
Posdata: Jugar con el viaje de sombras es peligroso, aprende a controlarlo.
La escucho reírse a pesar del escalofrío que me recorre cuando terminé de leer la posdata.
—¿Querida niñata? —repite entre risas, acercándose para ver de cerca la tarjeta.
—Me alegro de que las crueles formas que tiene el rey del Inframundo conmigo te hagan gracia.
—Te han hecho un cabaña para ti solita, tampoco te quejes tanto.
Alzo una ceja. —¿Tengo que recordarte que estamos bajo tierra? Pensaba que al necesitar sol, justamente lo que no puedes obtener bajo tierra, te acordarías de eso.
—A ver, no creo que tengas que desear que te trague la tierra cada vez que quieras venir a tu cabaña, seguro que hay alguna manera de llevar esto arriba.
Vale, tiene un buen punto, pero no lo admitiré por el momento, prefiero seguir con mis comentarios sarcásticos, prometo que es solo por el momento, tampoco me mires así, colega, no es como si realmente estuviera haciendo algo malo.
No sé realmente qué era lo que teníamos que buscar para poder salir de debajo de la tierra, tampoco tenía la menor idea de si en verdad era algo que yo tenía que hacer. Si había entrado allí deseando que me tragara la tierra, y por lo tanto había usado mis poderes, entonces debería de desear salir de allí de alguna forma. Aunque estaba empezando a dudar que lo de la tierra hubiera sido yo, después de todo Hades quería que llegara aquí, tal vez había sido su acción. Además que era lo suficientemente brusca como para que haya sido cosa suya.
—¡Aquí hay otro interruptor! —me avisa Rapunzel señalando una parte en la pared cerca a la puerta principal—. ¿Tal vez esto eleve la cabaña?
Frunzo el ceño. —¿No eras tú la que estaba explicando que no podías ir dándole a interruptores así a lo loco?
Ella me mira fijamente con una ceja alzada y una mueca, sin decir palabra, le da al interruptor.
Jamás le dejaré olvidar esto.
Todo empieza a moverse, los engranajes de una invisible —y seguramente mágica— maquinaria comienzan a resonar por todas partes, la cabaña comienza a elevarse. Vale, tal vez deje que olvide esto, para que no me lo tire en la cara todo el tiempo.
La cabaña se hace paso hacia la superficie partiendo con facilidad la tierra, la falta de raíces a la vista me tranquiliza, porque al menos sé que no estoy afectando a ninguna ninfa, me sentiría fatal si por mi culpa alguna de ellas termina lastimada, sobre todo porque no sabría cómo compensárselo. Las ninfas han sido completamente amables conmigo, me han ayudado muchísimo y realmente me caen bien, llegar a herirlas de cualquier forma, incluso si es accidental, me haría sentir como uno de esos monstruos que van por la vida talando preciosos bosques por el bien de su bolsillo.
Anda, mírame, defendiendo el bien de la flora, como te cambia convivir por un día con chicas guapas que representan árboles.
Cuando el primer rayo de sol entra por un cacho de la ventana, el cabello de Rapunzel se apaga. Me aguanto la risa en cuanto ella me mira de reojo, advirtiéndome que mis risas no sería bien recibidas. Jugueteo con el bordillo de mi camiseta mientras que espero a que salgamos por completo, pero pego un brinco en cuanto empiezo a escuchar gritos fuera de la cabaña. Rapunzel y yo solo necesitamos una mirada para de inmediato decidir que definitivamente lo mejor sería asomarnos a ver qué era lo que estaba ocurriendo.
Era sencillo entender con tan solo vistazo de la, extrañamente, reluciente ventana que la repentina aparición de mi propia cabaña había causado que las demás se estuviera moviendo y reagrupando para darle nuevo espacio y algo de orden a la mía.
—Ah, es solo gente gritando —solté, así como si nada, porque realmente seguía preocupada de que fuera algo de las ninfas. Rapunzel me mira feo, pero se le nota que se está aguantando las ganas de reírse de mis tonterías.
Cuando finalmente los engranajes se detienen, ocurre la segunda cosa más extraña del mundo.
Mientras los campistas intentan recomponerse y Quirón corre... ¿galopa? apresurado hacia mi nueva y carísima cabaña privada, desde los bosques, con lechuzas y flores de granada colgando de sus cuerpos, magníficos ciervos y alces avanzan hasta la puerta de la nueva cabaña que mi asombrosa madre y mi... ¿padrastro? hicieron para mí.
Me inclino hacia Rapunzel. —Ahora es cuando me dices que todo esto es completamente normal y que es súper común que estas cosas pasen todo el tiempo aquí.
—Anna, está es la cosa más rara que he visto en mi vida. Y he visto la cabeza de un tigre disecada mantener una conversación con el señor D.
—Ah, qué guay, definitivamente nada de esto va a suponer nuevas pesadillas.
Como no se me ocurre nada más que hacer, ignorando completamente la expresión espantada de Rapunzel, decido que lo más lógico es salir de la cabaña a ver qué era lo que querían todos esos animales.
Nada más abrir la puerta, los ciervos y alces sueltan berridos guturales mientras alzan sus patas delanteras, moviendo de lado a lado las plantas que colgaban elegantemente de sus enormes e imponentes astas, llenan el lugar entero con granos y hojas de granada junto con un aroma hipnótico y adictivo. Las lechuzas que habían venido montadas en sus lomos aleteaban contentas mientras ululaban muy alto, provocando que uno que otro campista tuviera que taparse las orejas. Una de ellas, blanca como la nieve, voló a una rapidez impresionante para colocarme en la cabeza una corona de flores naranjas para luego apresurarse a volver por donde vino.
Escucho finalmente la voz de Quirón, que parece sumamente incómodo por todo lo que está ocurriendo.
—Por si alguien tenía duda alguna, ahora está completamente confirmado —anuncia en una voz tan potente que incluso los inmensos alces —no tenía ni la más remota idea de que esas cosas eran tan grandes— parecían impresionados por ello—. Salven los dioses a Anna Summers, hija de Perséfone, diosa de las estaciones cálidas, reina de los muertos y del Inframundo, la que lleva la muerte, y guardiana de los secretos de los muertos.
La gente se arrodilla y yo tengo que contener una risilla, eh, no me disgustada nada esa parte.
De pronto, con una elegancia que ya me gustaría tener a mí, el más grande de los alces avanza hasta mí, inclinándose como los animales en películas animadas lo hacen. Miro a todos lados, dándome cuenta de inmediato que el resto de animales está haciendo lo mismo.
—Será todo un placer servir a la hija de Perséfone —me dice el alce.
—¡AHHHHHH! —chillo con todas mis fuerzas, dando un traspiés y llevándome conmigo a Rapunzel, que seguía detrás de mí.
—Vaya —el alce habla con un acento raro, yo sigo hiperventilando en el suelo, encima de Rapunzel—, no pretendía asustaros.
—¿¡POR QUÉ ME HABLA EL ALCE!?
—¿El alce QUÉ? —me pregunta Rapunzel incrédula, empujándome para que me quite de encima.
¿El alce acaba de soltar una risilla? No sé, pero parece eso.
—Nosotros, los alces, los ciervos y las lechuzas somos los animales sagrados de vuestra madre, estamos a vuestro servicio para demostrar por qué se nos encomendó el glorioso trabajo de de representar a la reina del Inframundo —lo siguiente, te lo creas o no, me lo dice con lo que parece una mueca infantil—, y así se enteran esas dríades a no quitarnos el trabajo.
Solo asentí apretando los labios, sudando en frío, y sintiendo como todo mi cuerpo daba vueltas.
Creo que voy a desmayarme otra vez.
No, espera, puedo controlarlo, estoy bien, está todo bien, puedo mantener despierta, te lo prometo.
Una lechuza se posa en la única rodilla que tengo flexionada. Te juro que parece que tiene una sonrisa en la cara, eso por el momento hasta que empieza a toser horriblemente, como si estuviera a punto de morirse, intento sostenerla y ver que le ocurre, hasta que regurgita en mi torso un anillo negro del cráneo de un ciervo.
—¡Le hemos traído esto de regalo, princesa!
Con permiso, ahora sí que me voy a retirar de la vida.
Oh, sí, aquí viene, todo se está poniendo negro otra vez.
Colega, en serio, que cansada ya estoy de eso.
