El invierno ha llegado al Campamento Mestizo y yo sin chaqueta


El señor D sigue gritándonos. —¡Todo el mundo largo de aquí!

La risa juguetona aumenta su volumen cuando finalmente la figura se nota a la perfección.

Es un muchacho, debe tener mi edad o rondarla. Al son del viento ondea su túnica blanca amarrada con una correa de diamantes y flores celestes. su cabello, blanco como la nieve, se remueve más alocadamente, de vez en cuando tapando un poco su rostro en el que una sonrisa extrañamente encantadora y tierna se extiende, deslumbrando junto a sus intensos e hipnóticos ojos azules. Tras su espalda se extienden unas largas alas blancas manchadas con salpicaduras doradas, que dejaban caer copos de nieve y gotas doradas cada vez que se movían.

Como un ángel de la destrucción y el invierno.

Como un ente divino que se levanta entre sangre y miseria para traer más caos a vidas inocentes.

Es el tío más terroríficamente atractivo que he visto en la vida, no sabía que algo así era posible.

—¡Eso, eso! —asiente con una voz tan dulce pero tan chillona que es maravillosa y horrible a la vez—. ¡Haced caso al gran dios de la locura! ¡Largo todo el mundo! —repite la orden mientras sacude de lado a lado una lanza azul que trae consigo—. ¡Todo el mundo EXCEPTO!

Hace una larguísima pausa dramática, aprieto con fuerza la mano de Rapunzel a la par que siento a Astrid moviéndonos bruscamente para colocarnos detrás de ella y de Heather, es tan solo con el rasposo ruido que me doy cuenta que ambas han sacado armas brillantes que alzan contra aquel muchacho, cuando el mismo sonido se repite y repite incontables veces miro a todos lados encontrándome con el hecho de que todo el mundo estaba sacando sus armas.

—¡Todo el mundo excepto la hija de Perséfone! —concluye finalmente aquel psicópata volador.

El silencio lo toma absolutamente todo y el temblor de Rapunzel me confirma que esas miradas que uno que otro me manda indican que se están pensando seriamente eso de dejarme a mí con el pájaro loco para salvar sus traseros.

Casi no hay nada de luz, pero puedo ver como ese sujeto inclina la cabeza y sonríe de oreja a oreja.

—¡Todo el mundo vaya a resguardarse! —el señor D vuelve a intentar que la gente huya, pero nadie le hace caso—. ¿¡No escucháis!? ¡LARGAOS TODOS!

Pero de pronto una lanza vuela, felizmente de abajo a arriba.

—¡No tenemos nada que temerle a un pajarraco! —brama un chica de cabello negro y rasgos asiáticos, tomando impulso para arrojar su arma en contra de ese loco, imagino que eso que vociferan y alaban otros muchachos es su nombre "Mulán"—. ¡Largo o sentirás la ira de Ares!

La lanza llega hasta su objetivo, atraviesa el torso del muchacho con una limpieza espantosa, con una exactitud admirable. Se inserta como si atravesara solamente aire, como si el cuerpo de ese muchacho estuviera hecho de puso líquido.

Pero no cae aquel cuerpo, no cae sangre, no hay absolutamente nada.

Lo veo sujetar el extenso mango de la lanza y retirarla sin problema alguno de su cuerpo, los gritos mudos de terror inundan el Anfiteatro del Campamento Mestizo, los más jóvenes comienzan a removerse llenos de miedo. Entrelazo mis dedos con los de Rapunzel a la par que Heather se voltea y empieza a susurrarnos algo.

—Cuando yo lo diga, corréis, ¿entendido?

Rapunzel la mira espantada. —Pero...

—Corréis —insiste y se acaba así la conversación.

Aquella risilla juguetona vuelve a recorrer cada centímetro del lugar, vuelve a meterse en todas las cabezas de los que estamos presentes, observando a ese maldito ángel psicópata. Lo vemos darle vueltas y juguetear con la lanza que Mulán le había arrojado contra el torso, le da vueltas, la lanza la cielo y la atrapa sin problema alguno incontables veces.

La arroja hacia el cielo con mucha más potencia que antes y, ante nuestro horror asombrado, la lanza comienza a dar vueltas y vueltas sobre él, reuniendo peligrosos vendavales, arrastrando ramas y pequeñas armas a su centro, produciendo leves chispas que resuenan junto a las nubes cargadas de relámpagos que se arremolinan sobre el cielo del Campamento Mestizo, ese cielo siempre despejado. Maldigo no haberme vuelto a atar el cabello porque con todos los mechones que se ponen por la cara no puedo ver nada, todo lo que tengo seguro es que Rapunzel está aferrada a mí.

El cielo se rompe en truenos y rayos sobre todos nosotros.

No hace falta mucho más para que el primer grito resuene por todas partes.

—¡TORNADO!

Pero es demasiado tarde, porque aquel maldito lunático vuelve a tomar la lanza y antes de que absolutamente nadie pueda tan siquiera empezar a correr en dirección contraria, la lanza en contra de la tumba de Elsa Snow.

Lo que realmente me espantó es que la explosión fue tan potente como para que no solo saliera volando varios metros, sino que hizo que me soltara del agarre de Rapunzel. Me duele absolutamente todo el cuerpo, las ganas de vomitar las tengo en la garganta, el mundo me da vueltas y sé que de la nariz me gotea sangre, pero, colega, estás loco si no has adivinado ya que lo primero que voy a hacer es buscar a mi flor.

Me levanto de un salto ignorando todo lo que me indica que no lo haga, me pongo a buscar como loca a Rapunzel con la mirada, pero todo lo que veo es el gran incendio que tiene como núcleo la tumba de la hija de Quíone. Allá, sobre el fuego pero sin quemarse, aquel maldito niño alado se alza con una expresión furiosa.

—¿¡Qué derecho tenéis vosotros!? —brama contra el resto de campistas que se empiezan a levantar. El cerebro me dice que me esconda, pero todavía no encuentro a Rapunzel—. ¿¡Qué derecho tenéis a lamentar la muerte de alguien que odiasteis toda su vida!? ¡Todos vosotros sois la razón por la que está muerta! ¡Adoradores del Olimpo, imbéciles obsesionados con la aprobación de vuestros crueles padres! ¡Todos vosotros sois culpables de esta muerte! ¿¡QUÉ DERECHO TENÉIS A LAMENTAROS!?

¿Quién coño es este sujeto y qué tiene que ver con Elsa Snow?

—Es por descorazonados cabrones como vosotros que mi familia ha sido destrozada ¡es por desgraciados como vosotros que esto está ocurriendo! —con ambas manos sujeta su lanza y la vuelve a estampar sobre la tumba, generando una potente ráfaga de viento helado que vuelve a tumbar a todo el mundo.

A todo el mundo excepto a mí.

—¡El Olimpo caerá y las gentes del norte tomaremos lo que es nuestro!

Sus ojos, ahora, se posan en mí y la sonrisa vuelve a su rostro.

Suelto un chillido en cuanto una de sus manos llega a mi cuello, ¿cómo diantres llegó hasta mí en un segundo?

Siseo adolorida cuando mi cabeza choca contra la tierra, intento quitármelo de encima, pero mis manos traspasan su piel y todo lo que siento es un frío atroz. Pero su mano sigue apretando mi cuello y una de sus rodillas aprieta cruelmente mi estómago.

Se inclina hacia mi rostro, sonriendo cada vez más. —Te encontré, princesita. Oh, gran hija de Perséfone, la única que podría tener la más mínima oportunidad de detenerme.

¿Quién era este maldito sujeto? Este no era Hiccup Haddock, no me creo que sea Hiccup Haddock, he visto fotos de él, me han explicado ya que estas no son las habilidades de un hijo de Poseidón. Ha hablado en singular, ha hablado de él, de que yo tengo la oportunidad de detenerlo a él. Si es parte de la amenaza de la profecía, si trabaja con Haddock, ¿por qué solo se ha referido a él?

O tal vez... tal vez Hiccup Haddock no sea la verdadera amenaza.

A pesar de que sus brazos son más delgados que los míos, él me levanta del suelo y me alza sin ningún problema, intento darle una patada, pero sigo atravesándolo.

—Se supone que te aguarda una épica batalla, pero ¿por qué no evitarnos todas esas molestias?

—¡ANNA! —el chillido de Rapunzel resuena a la vez que aquel maldito pajarraco empieza a alzarnos a ambos a los aires helados, sobre pasando las copas de los árboles más altos, sobre pasando cualquier tipo de ayuda que me pudieran brindar todos esos animales parlanchines que se me han aparecido hoy día.

Ah, espera, que esos animalillos me han dado algo muy guay.

El idiota me mira con una sonrisilla. —¿Sabes? Esto no es nada personal, es que te han dado la profecía a ti, princesita.

—Vete al carajo —le gruño, mientras presiono el botoncito de mi anillo. Con el sonido de una de las dagas apareciendo es imposible que él no note que ahora tengo un arma—. Voy a desplumarte y hacer pollo frito contigo.

Él suelta una carcajada, no sé si es por el chiste malísimo que hice o porque piensa que no puedo hacerle daño. —Oh, venga, ¿qué te hace pensar que eso funcionara ahora?

Me sorprende como él realmente espera por mi respuesta. —No sé, ¿terquedad? —propuse antes de intentar clavarle la daga en el rostro.

El pajarraco suelta un chillido cuando realmente rasgo su rostro, su agarre en mí vacila y por un momento parece que va a dejarme caer, lo escucho gruñir pero no entiendo nada de lo que dice, solo sé que parece que debería lavarse la boca después de eso. De su rostro escurre sangre y sus ojos azules parecen que van a tomar el mismo tono rojo, pero, a pesar de toda su rabia, puedo verlo a la perfección, puedo notarlo a pesar de sus esfuerzos por ocultarlos.

Ahora me tiene miedo.

—¡Maldita seas...!

Suelta otro chillido cuando apuñalo la unión de sus alas con su espalda. Si piensa dejarme caer, pienso llevármelo conmigo. Le intento hincar las uñas al hombro para evitar que caiga nada más me suelte, pero mi cuerpo vuelve a traspasar el suyo.

Pero por algún injusto motivo que no entiendo, él sí que puede atacarme. Me toma de la cintura y me empuja hacia el vacío.

Colega, me encantaría decirte que mientras caía a la absoluta nada pude aceptar la muerte como a una vieja amiga, que toda mi vida pasó cinematográficamente delante de mis ojos y que pude comprender el propósito de nuestra existencia a la perfección.

Pero en verdad todo lo que había en mi cabeza eran palabrotas que mejor no te repito.

Eso hasta que me acordé, ja, soy una hija del Inframundo, eso de morirme estampada en medio de sombras no es lo mío. Bendito sea el viaje de sombras y el hecho de que funcione tan bien con tan solo un poco de concentración.

Cierro los ojos y suspiro con fuerza, ignorando por completo el viento silbando estridentemente y lo asustada que en verdad estoy, porque, no sé si te has dado cuenta, colega, pero si me equivoco, aquí se acaba mi lamentable y patética historia de vida. Pero, eh, habrá sido todo un placer poder contártela especialmente a ti.

Como vayas por ahí contando alguno de mis secretos te jalo las patas mientras duermas.

—Hijo de... —siseo adolorida en el momento que me estampo contra una de las macetas de mi cabaña, la cual me abriga levemente con un húmedo calor que hace que me olvide del gélido ambiente que era todo lo que conocía hace unos segundos. Pronto me olvido del dolor y me levanto de un brinco—. ¡Viva! ¡Estoy viva!

Los chillidos fuera de mi cabaña me recuerdan que no es momento para celebrar.

Anda, el anillo ha vuelto a mi dedo, yo pensaba que había perdido para siempre esas dagas negras. Es un completo alivio volver a tenerlo a mi alcance, definitivamente lo voy a necesitar, porque, comprenderás, colega, que debo de volver a lanzarme de cabeza al centro del peligro.

Abro la puerta de mi cabaña de un empujón y salgo tan brutamente que tengo que tomarme un segundo para soltar toda la bilis de mi estómago porque, ja, eso de haber salido volando por una explosión y luego dar vueltas en el aire han abrumado a mis pobres tripas y tienen que reclamarme de alguna manera.

Ya me imagino lo patética que me veo con sangre goteándome de la nariz y manchando la mitad inferior de mi rostro y con los restos de vomito que a penas me preocupe de limpiar con un pañuelito.

La verdad es que tengo mucha suerte de que ese loco esté temblando y sangrando contra la tierra del espacio entre cabañas, hecho un ovillo en el suelo y gruñendo mientras el fuego continúa, la nieve sigue cayendo y no parece que haya nadie más a nuestro alrededor.

Nuevamente el sonido de mi anillo transformándose en un arma llama su atención.

La afilada hoja de la guadaña se arrastra contra la tierra mientras, arrastrando y cojeando un poco, avanzo hacia él.

—Tienes razón —le digo cuando estoy a unos pocos pasos de él—, lo mejor es ahorrarnos esa maldita batalla épica.

Me mira fijamente a los ojos con una sonrisa burlona mientras alzo la guadaña sobre él.

—El Olimpo te hará caer con él, Anna Summers, a menos que te hagas a un lado.

No hubiera podido detener la guadaña incluso si hubiera querido, la única razón por la que no parto en dos a ese pajarraco es que de momento a otro desaparece por completo, dejando tan solo unos copos de nieve allá donde estaba. Ahora que el frio vuelve a mí, ahora que tengo la cabeza un poco despejada, no puedo evitar que el asco me obligue a vomitar de nuevo.

Casi mato a alguien.

Lo único que me aleja del suelo es el agarre firme que tengo sobre el mango de la guadaña, la cabeza me da vueltas y en cierto punto creo que yo misma estoy haciendo leves círculos con mi cuerpo por no ser capaz de mantener el control sobre mi propio cuerpo.

Casi mato a alguien, iba a destrozarlo con mi guadaña, casi mato a alguien.

No quiero... no quiero matar a nadie.

A menos que te hagas a un lado.

¿Él... él quería decirme que podría simplemente ignorarlos? ¿puedo solo dejarlos a su suerte? ¿realmente es necesario que nos enfrentemos?

—¡ANNA!

En cierto punto me decepciona que haya sido Heather y no Rapunzel quien me encuentre, pero estoy demasiado agotada y terminar desmayada contra una u otra persona está igual de bien, la verdad. Cuando ella se arrodilla delante de mí simplemente me dejo caer contra ella y acepto la oscuridad que lo toma absolutamente todo.