Me meto en un buen problema por tonta, pero las cosas terminan bien


¿Sabes una cosa, colega? Ahora mismo que sencillamente estoy asumiendo mi evidente homosexualidad y que tengo bastante claro que estoy patéticamente enamorada de Rapunzel Corona, lo último que quería que me ocurriera esta mañana es que un montón de tíos se me presentaran en las puertas de mi cabaña con cara de pocos amigos. Te haría algo de humor negro de lo mal que se veía esto para mí, pero la presencia de Eugene, a pesar de las tonterías que dijo ayer, me tranquilizaba un poco.

—Hasta que al fin despiertas —gruñe el más grande todos, el que anoche llamó debilucha a Elsa Snow.

Ruedo los ojos. —Ojalá no lo hubiera hecho.

—No has hecho nada más que perder el tiempo, anoche hemos tenido un ataque bastante serio...

Le interrumpo. —Que iba solo para mí, pero bueno, continúa.

Parece que quiere cantarme las cuarentas, pero decide continuar tal y como se lo he pedido. —Y tú no has estado ni cerca de ser una contrincante digna, si no pudiste con ese niño alado, ¿qué te hace pensar que podrás contra Haddock?

Me cruzo de brazos. —Eso suena a que definitivamente tenéis que pillaros a alguien mucho mejor preparado para liderar esta misión.

Un muchacho moreno rueda los ojos ante mi comentario. —Eres la única que la profecía menciona claramente como líder, así que venga, vamos a enseñarte a pelear de verdad.

Bufo rendida, le había prometido a Rapunzel que me pondría en serio con el entrenamiento, dudo muchísimo de que ella haya mandando a este grupo de simios descerebrados, pero entrenamiento es entrenamiento supongo yo. Termino aceptando y todos ellos sonríe, aunque la sonrisilla del sujeto enorme me pone de los nervios.

—Bueno, voy a desayunar y me pongo con vosotros —intento marcharme, pero Eugene me detiene pasando un brazo por mis hombros.

Volteo a mirarlo con una ceja alzada, no recuerdo haberle dicho que puede tomarse esas libertades conmigo, mucho menos mientras me está forzando a cambiar de ruta, siguiendo a todos esos gigantones.

—Créeme, mejor que lo dejes para después, vas a terminar vomitando mucho, niña.

—Qué asco, creo que mejor paso.

—Camina —me ordena, empezando a empujarme levemente hacia donde ellos querían—. Una vez terminemos el entrenamiento te darás un buen banquete, así que gánatelo —él me sonríe encantado con sus promesas vacías, pero ya me ha quedado muy claro que he cometido un grave error al aceptar acompañarlos, intento librarme del agarre, pero él insiste en sujetarme y en fingir que todo va bien—. Ahora que lo pienso, creo que nadie ha tenido la amabilidad de decirte quiénes son estos idiotas.

—¡Eh! —gruñe el moreno.

—Ese de ahí es Naveen, jefe de la cabaña del señor D, cuando no está intentando meter vino al campamento está con su guitarrita haciendo el tonto para coquetear con chicas. El grandullón es Gastón, hijo de Eris, la diosa de la discordia, ¿sabemos como Niké suele acompañar a Atenea? Pues Eris suele acompañar a Ares. Lefou es un hijo de Hebe que suele ir como perrito faldero por donde Gastón vaya, pero no está aquí hoy por que... ¿por qué no ha venido tu chico, Gastón?

—Voy a romperte las piernas —gruñe Gastón, tronando sus dedos, logrando que Eugene se disculpe apresuradamente.

Tosiendo falsamente, el hijo de Hermes que sigue tirando de mí insiste en presentar a los demás. —Esos tres de ahí son mis hermanos, en el sentido que son hijos de Hermes. Lance —me señala a un sujeto bastante alto, de piel negra y una sonrisa juguetona que brillaba tanto como el pendiente dorado de su oreja derecha—. Y los gemelos Stabbington que preferirían morir antes que decirnos sus nombres —prosigue señalando a dos chicos pelirrojos que me miran con rabia por algún motivo—. No te tomes personalmente esas caras de "te voy a comer los huesos" miran así a todo el mundo.

—Cuidado, Fitzherbert —gruñe uno de los gemelos.

—Son todo un amor —me asegura irónicamente con una sonrisa ladina—. Y, por supuesto, nuestro francés favorito, Febo Dupont, nuestro bichito de luz, jefe de la cabaña de Apolo. Lo cual es súper divertido porque los romanos se refieren a su padre como Febo Apolo.

El muchacho musculoso y rubio, que ahora me doy cuenta que está liderando la marcha, se voltea levemente en mi dirección, sonriendo con un encanto que en verdad parece ocultar algo de malicia. No puedo evitar temblar con algo de miedo.

—Entonces... ¿tú eres hermano de Rapunzel? —es lo único que se me ocurre decirle.

—Oh sí, me han comentado algunas de mis hermanas que os pasáis todo el tiempo juntas, pensaba que exageraban, pero viendo que ayer literalmente te la llevaste de momento a otro luego de pasarte todo el pegada a ella en la conferencia... cuando Rapunzel recién llegó al Campamento me creí que era la niña más pegajosa y dependiente que había visto en la vida, pero creo que tú te mereces mucho más ese título.

No puedo evitar hacer una mueca y apretar con fuerza los puños. —¿Por qué la mantuvisteis alejada de Elsa Snow? Si conocéis a Rapunzel es gracias a ella.

Todo el mundo se detiene, Febo avanza indignado hacia mí.

—Elsa Snow no es más que una rata traidora, y la verdad es que creo que la teoría de Fitzherbert tampoco es tan disparatada como la mayoría queréis creer. Que esa idiota esté detrás de todo esto tiene sentido, pero tú no podrías saber eso, porque jamás la conociste. Así que deja de seguir sus pasos, has sido elegida por los dioses para salvar el Olimpo, tienes que salvar al Olimpo.

Siento que la sangre me hierve de rabia. —Eres un capullo.

Él rueda los ojos. —Guárdate esa rabia para cuando estemos entrenando.


Eugene tenía razón, el entrenamiento ha hecho que vomite varias veces. El muy desgraciado no menciono nada sobre todos los cortes, las lágrimas y la sangre, pero por lo menos me supo avisar del vomito. Ni siquiera me voy a mentir a mí misma diciendo que es porque estoy en muy mala forma —que lo estoy— es porque estos cabrones no dejan de darme patadas y puñetazos en el estómago.

Estoy sujetándome como puedo con ambas manos en el suelo, temblando de pieza a cabeza, maldiciendo por lo mucho que duele y arde absolutamente todo. Y esos desgraciados a penas están sudando, esos desgraciados a penas han recibido un golpe. Lo cual tiene sentido porque ¿qué coño se supone que puede hacer una chavala de trece años que tiene un cuerpo de palo contra siete gigantones de diecisiete y dieciocho años?

—Creo que necesita un descanso —escucho a Eugene.

—Necesita mejorar —gruñe Gastón.

Me cuesta darme cuenta de que el siguiente que habla es Naveen. —Buah, llevábamos ya una hora seguida, la niña necesita al menos tomar algo de agua.

Me aguanto las lágrimas cuando siento que me levantan la barbilla usando la punta de una espada. Febo me mira desde arriba. —Necesita mejorar —repite lo mismo que dijo Gastón—. ¿Crees que Haddock te tendrá piedad? ¿crees que dejará que tomes agua o que desayunes primero? Ese cabrón barrió con la mitad del campamento en menos de una hora y tú ni siquiera puedes darnos pelea a nosotros.

—¡Sois siete contra una!

—Con él se sentirá como si fuera mil contra una —me dice con obviedad para luego finalmente alejar la punta de su espada de mí—. Levanta.

—Vete a la mierda.

—Levanta.

Le hago caso, alejándome del suelo como puedo, aferrándome a mi espada negra. —Yo me piro, sois unos malditos locos.

Me cuesta mil infiernos, pero logro detener el ataque que manda con mi propia arma, pero no tengo fuerzas y termino cayendo hacia atrás, dejando que se me escape de la mano la espada y termine a unos pocos metros de mí. No puedo levantarme, sencillamente ya no puedo, me arden los brazos, me pesan las piernas y los cortes que tengo sencillamente no están ayudando en lo absoluto.

—¿Eres consciente de que morirás, verdad? —me pregunta de momento a otro, sigue justo donde estaba antes de atacarme—. Si no mejoras a tiempo, él te matará.

Honestamente, parecía que era él el que me quería matar en ese momento.

Intento levantarme otra vez porque los dioses saben que si no hago lo que sea ahora mismo todos estos desgraciados no tendrían problema en matarme. En cierto punto quiero creer lo que el otro hermano de Rapunzel, Astro, me había dicho de que nadie realmente me haría un daño verdaderamente serio, que nadie me mataría porque, después de todo, era su única esperanza de que Haddock no acabara con ellos, pero teniendo a ese grupo de capullos rodeándome, con tanta rabia contenida, no me creía que se detuvieran antes de dar un mal golpe.

Me sujeto el estómago con fuerza mientras me levanto.

—Coge tu espada —me ordena Febo, señalando el arma con la suya.

Niego con la cabeza. —Dejadme en paz.

Da tan solo dos pasos hacia mí, yo me apresuro a retroceder todos los que hagan falta, estaré hecha un desastre y no me quedara ninguna fuerza, pero aun tengo la consciencia suficiente para saber que la mejor opción ahora mismo es dirigirme hacia mi espada, la cual sigue en el suelo.

—Tío, déjalo ya —intercede Naveen, pero Gastón le da un empujón que lo tira al suelo.

No entiendo porque ese pedazo de idiota que es el hijo de Eris siquiera está usando una espada, esos puños son del tamaño de mi cabeza y estoy completamente segura de que le encantaría molerme a base de golpes. Los gemelos Stabbington solo se han detenido porque sus otros hermanos, Eugene y Lance, están intentando mantenerlos lejos de mí.

Bueno, por lo menos no son todos ellos los que quieren darme una paliza, algo es algo.

—No hay tiempo que perder —insiste Febo—, coge tu espada y mejora para enfrentarte a ese monstruo.

Colega, no sé de dónde saque las fuerzas, pero puedo tirarme al suelo y rodar lejos cuando él vuelve a intentar acertarme un espadazo, es puramente un milagro lo que consigue que pille a tiempo la envergadura de mi espada negra y pueda usarla para frenar la siguiente estocada que manda en mi dirección. Hasta ahora no lo había hecho porque Rapunzel me había advertido varias veces que descansara un poco de usar tanto mis poderes, pero creo firmemente que si no hago un poco de trampa con ellos esto no saldrá bien para mí.

Espinas resecas rompen el suelo del Campo de Entrenamiento y se enredan contra los brazos de Febo quien pega un respingo lo suficientemente brusco como para que termine soltando su espada. Las plantas muertas cobran aún más vida cuando pillan algo de impulso para mandarlo a volar de manera que se lleva a Gastón por el camino.

—¡Eh! —una nueva voz que resuena detrás de mí hace que me voltee bruscamente. Este es la primera persona que veo en el campamento que no lleva una versión de esa condenada camiseta naranja. En vez de eso trae puesta una camiseta completamente normal marrón llena de manchas y encima una chaqueta de aviador que le queda algo grande—. ¿¡Qué estáis haciendo!?

Felizmente, la furia que muestra en estos momentos va más que nada a ese grupo de abusones.

Pego un brinco cuando veo que va avanzando mientras de momento a otro lo que antes era una cadena dorada rodeando su cuello se va transformando en una ballesta del mismo color en sus manos.

Naveen y Eugene son rápidos para quitarse de su camino. Pero Febo, quitándose mis espinas de encima, no teme en encararlo, incluso cuando tiene una flecha pegada a su cuello.

—Hazte a un lado, Hawkins —le gruñe—, no tengo motivo para no romperte esa cara de imbécil.

—Venga, Dupont, tócame un pelo, no solo te llevarás una que otra flecha sino que luego tendrás que lidiar con la buena de Mulán, sé lo mucho que disfrutarías teniendo una de sus lanzas bien metidas por el...

La única razón por la que ese tal Hawkins no recibe un puñetazo o un espadazo es porque presiona aún más la ballesta contra el cuello de Febo.

¿De verdad se van a matar ahora mismo?

Finalmente Febo bufa molesto, haciéndose a un lado, dándole una seña a los demás para irse, pero al menos Naveen, Lance y Eugene lo ignoran y se quedan allí, mirándome fijamente.

—¿Qué? —gruñe el muchacho de la aviadora, ahora dirigiendo su ballesta hacia ellos—. ¿Algo que decir?

—Bueno, aparte de de que sentimos que esto haya llegado hasta este punto... pues la verdad es que no —le responde Lance, hundiéndose de hombros, mirándome de reojo de vez en cuando, tengo ganas de dedicarle una peineta, pero me la guardo.

—Traed a alguno decente de la cabaña de Apolo para curarle las heridas —ordena mientras presiona un botón de la ballesta que hace que vuelva a su forma de cadena. Se toma un segundo para volver a ponérsela mientras avanza hacia mí, al ver que ninguno se movía, gruñe lo siguiente—. ¡Venga, vamos!

Esos tres idiotas se apresuran en hacerle caso.

Él se sienta justo delante de mí, la verdad es que no me di cuenta en qué momento dejé de estar parada. Su mirada se ha calmado muchísimo en el momento que se ha fijado en mí, incluso me está dedicando una sonrisilla para luego ponerse a rebuscar algo en su bolsillo derecho. Finalmente, saca un cubito dorado que reconozco como ambrosía.

Me apresuro en comerlo de un bocado, es lo primero que tengo en todo el día, ni siquiera sé que hora es, solo sé que me muero de hambre. No puedo evitar suspirar alegremente, la ambrosía, como todo en este mundillo, es mágico, y siempre sabe a tu comida favorita.

Para mí sabe a la carbonara que hace papá, es un hombre muy detallista que en su vida se permitirá cocinar algo simple y rápido, le gusta explorar con cada sabor de un plantillo y eso hace que algo tan sencillo se vuelva un plato cinco estrellas.

—Jim Hawkins —se presenta, extendiéndome su mano, la cual tomo sin mucho dudarlo—, hijo de Atenea, legado de Hefesto. Somos muchos los que hemos tenido esa suerte —añade, moviendo la mano de lado a lado para restarle importancia—. Tú eres la nueva soldadita, ¿no? La hija de Perséfone.

Asiento con una mueca, tomando aire y agradeciendo que la ambrosía por lo menos se estuviera haciendo cargo de las heridas más leves. —Anna Summers —le digo mientras presiono el botoncito de mi espada para que vuelve a ser un anillo.

—Dioses... de verdad que alguno de nosotros tenemos unos apellidos y nombres ridículos, yo tengo suerte de que el mío es medio normal —aún tiene una sonrisa ladina, no puedo evitar aprovechar para fijarme un poco mejor en él. A los costados su cabello está rapado, pero se lo ha dejado crecer un poco, seguramente pronto, si quiere mantener el estilo, tendría que volver a rebajárselo, pero al final de la nuca le cuelga una trencita que mayormente no considero atractiva, pero a él le queda bien. Tiene unos lindos ojos azules y una sonrisa encantadora, pero en verdad la pequeña cicatriz debajo de su ojo derecho es lo que más destaca de su rostro—. Eso que hiciste con las espinas fue bastante genial —me dice de momento a otro—, pero te falta pulir, yo que tú hablaría con Isabela Madrigal, jefa de la cabaña de Deméter, ella te podría enseñar uno que otro truco bueno.

Intento darle un sonrisa sincera, pero el cansancio me está tumbando poco a poco. —Ahora mismo solo quiero descansar.

—La verdad es que se te nota, ¿otro cubito de ambrosía? —me ofrece.

Niego levemente. —No... no sé si estaría bien, Rapunzel siempre dice que espere un poco antes de volver a pillar una más.

Lo veo fruncir el ceño levemente. —¿Rapunzel Corona? ¿Ella está atendiendo a gente? Cualquiera pensaría que al menos le darían algo de descanso por lo de Snow.

—¿Tú conocías a Elsa Snow?

Jim me responde hundiéndose de hombros. —Sabía de ella, pero los hijos de Atenea nunca le hemos dado mucha importancia, sabemos que está ahí, que existe, pero realmente no nos interesaba lo que pasaba o dejaba de pasar con ella.

—El resto del campamento le daba palizas —le recrimino.

—No es asunto nuestro.

—¿Que me dieran una paliza a mí sí que es asunto tuyo?

—Tú eres una cría que acaba de llegar y a penas te sabes defender sin perder todas sus energías. Snow llevaba aquí desde los diez años, mucho más que yo, se sabía defender perfectamente pero elegía no hacerlo. Si no quiere salvarse, no tenemos por qué salvarla los demás.

—Eso es cruel.

Sus ojos se clavan en mí por un largo período silencioso. —Lo sé, pero es lo que significa ser un hijo de Atenea. Nuestra madre solo aprecia la perfección, cualquier cosa que no sea eso es un insulto a su nombre, una vergüenza. Pelear por alguien que no pelea por sí misma es lo más alejado a la perfección que pueda existir, muy diferente a defender a alguien que no puede hacerlo por su cuenta. Tienes que ganarte tus alianzas y amistades, no hay otra forma en este mundo, no hay otra forma con los dioses.

Bufo molesta. —Menuda porquería.

Jim asiente. —Una completa porquería.

—¿Y por que simplemente lo aceptas?

—No me puedo permitir que Atenea nos ignore a mi madre y a mí, no puedo permitir que deje de verme, necesito que me vea, necesito que nos mantenga a salvo... tristemente necesitamos al Olimpo para sobrevivir, nos mantienen con vida... seríamos comida de monstruos a este punto si no estuvieran.

—Intentas convencerme de que siga con la misión.

Frunce el ceño e inclina la cabeza. —¿Planeabas no hacerlo?

—Tengo miedo, no quiero morir por ellos, no se lo merecen.

Lo veo pasándose una mano por la boca y la quijada, mirando fijamente el suelo, como si se estuviera planteando esos ideales por primera vez.

Pero la seguridad de esos ojos azules me hace temblar.

—¿Sabes qué pasó la última vez que los herederos de los soberanos de los cielos pensaron así?

Me remuevo incómoda, niego lentamente con la cabeza, él se inclina un poco más hacia mí.

—La última vez que un semidiós, tal como lo hicieron los dioses, se reveló contra los de arriba, fuimos todos nosotros los que morimos entre espadas y combates. Un pensamiento como el tuyo, como el de Hiccup Haddock, como el Luke Castellan solo significará más semidioses muertos, jamás afectarás en verdad a los dioses a menos que estés dispuesta a...

Me aguanto mis preguntas sobre quién es Luke Castellan, me aguanto mis ganas de decirle que no soy como Hiccup Haddock, solo le pregunto. —¿Dispuesta a qué?

—A convertirte por completo en lo que ahora son ellos. Si no estás dispuestas a ser como ellos, no los enfrentes. Cronos se convirtió en un completo tirano al tomar el puesto de su padre, Zeus hizo lo mismo, si su rebelión hubiera funcionado, así mismo hubiera hecho Apolo; pero Castellan no estaba dispuesto a ser el nuevo rey, mucho menos lo está Haddock, ¿y tú, Summers, serías capaz de gobernar con puño de hierro?

El sonido de varias voces que van discutiendo me permiten no responder a su pregunta. Cuando volteo veo a varia gente avanzando apresuradamente hacia nosotros. Astrid, Heather, Astro y una chica de largo cabello lacio oscuro y piel morena iban regañando a Eugene y su hermano Lance, pero no veía a Naveen por ningún lado, Rapunzel también venía acercándose, con una silenciosa Mulán caminando detrás de ella con los brazos cruzados.

Cuando finalmente Rapunzel está tratando mis heridas y por lo menos Astro y la otra muchacha se han calmado, Mulán me mira desde arriba con el ceño fruncido.

—La culpa es tuya por seguir a esa panda de idiotas.

Aprieto la mandíbula mientras Rapunzel intenta saltar a defenderme. —Habéis estado tocándome las narices con que tengo que entrenar, eso he hecho.

—¿Te ha servido de algo?

—Podrás comprobarlo cuando me dejéis ir a comer algo.