Recogiendo fresas con mi crush, nada puede salir mal.
Odio las duchas del Campamento Mestizo, porque eran las típicas duchas de cada instituto y campamento al aire libre que han existido y existirán. Felizmente hay finas paredes que por lo menos evitan que cualquiera que abra la puerta me vea como llegué al mundo, pero son algo altas, imagino yo para que no haya duda de hay alguien dentro, los pestillos fallan constantemente y no hay más que un pequeño espacio para dejar tu toalla, el cual está mal acomodado por lo que, le hagas como le hagas, tu toalla siempre termina mojada. Estas malditas duchas son un estrés, en pocas palabras, y realmente nunca podía sentirme del todo cómoda en ellas, sentía la necesidad de voltearme cada dos segundos para comprobar nadie estuviera fisgoneando como un maldito depravado. No veo por qué no podría haber unas cuantas duchas en cada cabaña, o por lo menos en la mía ya que soy la única hija de Perséfone que se conoce y que seguramente llegue a existir.
Lo peor es que la mayoría se cambiaba sin problema alguno frente al resto del mundo, tras la pared que separaba a los baños con las duchas, junto a los casilleros donde dejábamos la ropa limpia. Lo que significa que para gente como yo no había otra opción que salir solamente con la toalla encima, rezar que nadie se meta en la ducha que acabas de desocupar, pillar tu ropa limpia y luego volver para cambiarte como se pueda allí.
Era un maldito martirio que quería que se acabara de una vez, quería volver a casa, tener una buena ducha, dormir en mi cama, abrazada a mis peluches —sí, aún duermo con peluches, no tiene nada de malo—, enterrada en mis sábanas mientras finjo que nada de esto ha ocurrido jamás.
Creo que lo único bueno de todo esto es que he llegado a conocer a Rapunzel, y me encantaría decirte que eso hace que absolutamente todo lo que he vivido vale la pena... pero con todos los horribles pensamientos que surgen en mi cabeza sobre ella tengo que ser honesta y decir que ojalá eso nunca hubiera ocurrido. No en el sentido de que ojalá yo nunca hubiera conocido a Rapunzel, sino en el sentido de que ojalá Rapunzel nunca me hubiera conocido a mí. Realmente es agotador, estresante y sobre todo enfermizo, el hecho de que son tan solo unos pocos momentos en los que puedo convencerme de que este enamoramiento es tierno e inocente, pero luego todas estas ganas de mantenerla atrapada y alejada del resto del mundo llegan y me hacen sentir enferma de mí misma.
Tenía que descubrir por qué mi cabeza estaba funcionando así, y tenía que hacerlo ya.
Cuando finalmente salgo de los baños, con el cabello todavía húmedo y con mi toalla en los hombros para evitar que la camiseta del Campamento se quedara empapada, a la primera persona que veo es Rapunzel.
Yo, la menos enculada, puedes reírte, colega, no te culparé.
Tengo que admitir que es sorprendente que esa chica haya logrado secar toda esa melena, deberían darle un Nobel por eso.
—¿Qué tal? —saludo nerviosamente, acercándome a ella al punto que nuestros hombros están bastante cerca. Me contengo de pegar un brinco en el momento que Rapunzel se voltea para sonreírme y, de paso, eliminar la distancia de forma que nuestros brazos están pegados el uno contra el otro. Apoya levemente su cabeza contra mí y yo siento que voy a explotar en ese preciso momento.
La veo fruncir el ceño con algo de confusión. —Aún tienes el cabello húmedo.
—Pues, acabo de salir de la ducha —le digo con algo de obviedad, rodando los ojos con una sonrisilla ladina.
—Puedo ayudarte si quieres —comenta, volviendo a ponerse recta y usando su otra mano para tomar uno de mis mechones.
Dios, es tan linda.
—De acuerdo, pero solo porque me muero de curiosidad por saber cómo has secado todo tu pelo en tan poco tiempo, no me creo que hayas estado tanto tiempo esperándome.
Ella me mira con una sonrisa burlona y una ceja alzada. —¿Quién dice que te estaba esperando? —pregunta, inclinándose levemente hacia mi rostro.
—Rapunzel, mentirse a una misma no es nada sano, ¿eh?
Ella suelta una preciosa risa mientras me da un leve empujón a modo de juego. Nuestra lejanía no dura mucho porque ella toma mi mano y tira de mí hacia dios sabrá dónde. Por probar suerte me atrevo a entrelazar nuestros dedos y la manera en la que ella aprieta con cariño la sujeción hace que me dé un vuelco el corazón.
—Estaba pensando que podíamos aprovechar que tenemos tres horas hasta el almuerzo para relajarnos un poco, tal vez recoger unas fresas, pasear por el bosque, evidentemente intentando no toparnos con los monstruos y esos.
—Punzie, sabes que me encantaría hacer cualquier cosa contigo.
—Eso ha sonado fatal.
La ignoro aunque mis mejillas se incendian en ese preciso momento. —Pero también sabes que odio todo lo que sea plantas y vegetación y naturaleza y la Madre Tierra —continúo, usando mis manos de Jazz para todas las palabras que ayudan a ejemplificar mi punto. Rapunzel vuelve a mirarme con esa sonrisilla y esa burla de la primera vez que se lo comenté, incluso parece que quiere soltarme el mismo comentario.
—De acuerdo, de acuerdo, nada de paseos por el bosque. Pero no te vas a negar a las fresas, ¿entendido?
Dios, ¿cómo puedo decirle que no a esa carita?
Ruedo los ojos con gracia. —Está bien, está bien, iremos a por fresas.
La escucho soltar una risilla encantadora mientras tiraba de mí con ambas manos con bastante fuerza la verdad, tengo que dar un par de pasos algo tontos para evitar comerme la tierra que piso. Cuando se le apetece, Rapunzel tiene más fuerza que un maldito oso, aterra un poco y todo, si es que te soy completamente honesta.
Y si te soy aún más honesta, realmente me angustiaba tener que ir a por fresas y a pasar un tiempo en la naturaleza no solo porque implicaba tiempo —potencialmente dentro de lo que podrías considerar romántico— completamente a solas con Rapunzel, seguramente sin tener que lidiar con más gente que nos interrumpiera o se nos uniera al paseo, sino más que nada porque soy muy evidente con mis expresiones faciales. Lo he intentado mil y una veces, te lo juro, colega, pero me es imposible no poner una cara desagradable cuando estoy dando un paseo demasiado cerca de la naturaleza, y aunque Rapunzel sabe que no me gusta mucho la idea de dónde estaremos, tampoco quiero que se dé cuenta que realmente aborrezco la idea.
¿Y si le rezo a mi madre? Es una diosa, al fin y al cabo, debería rogarle que por favor me deje disfrutar del paseíto para pillar fresas con Rapunzel, ha podido ocultarme todo este tiempo de los monstruos y del terrible Olimpo, digo yo que no le costará nada hacerme cosas en la cabeza para que, por unas pocas horas, se me pueda pasar el completo desprecio que siento por la naturaleza. Es más, le convendría, no creo yo que el hecho de que su única hija le disguste uno de los ámbitos que domina sea lo mejor del mundo, si es que son todos ventajas, esa mujer debería de escucharme más a menudo, llego a tener muy buenas ideas cuando me lo propongo.
Pero mi madre, como lo ha estado haciendo a lo largo de toda mi triste y corta vida, ignora mis súplicas y me deja a mi suerte, supongo que no puede ni hacerme el más sencillo de los favores.
Me mantengo siempre unos pasos por detrás de ella para que no llegue a notar las muecas que hago cada vez que una hierva roza con mis tobillos descubiertos, tengo que hacer juego de toda mi fuerza de voluntad para no pegar un respingo en el momento que un bicho se me cruza por delante. Incluso logro forzar una sonrisa en las pocas veces que la veo voltearse levemente para verme, ella siempre me regresa la mirada y yo asumo que he sido lo suficientemente convincente.
Los arbustos llenos de fresas que, según lo que me va contando Rapunzel, los campistas suelen visitar de vez en cuando, están completamente desolados. Doy por hecho que con todo lo que ha ocurrido en tan poco tiempo seguramente la gente seguirá entrenando, preparándose por si llega a haber algún otro ataque contra el Campamento Mestizo, aunque realmente el ataque de aquel pajarraco parecía únicamente enfocado en mí, creo que ninguno de ellos podría equivocarse al decidir que era buena idea tomar todas las precauciones posibles.
Rapunzel casi me estampa los labios con una fresa cuando quiso hacerme probar la primera.
Ladeé la cabeza. —¿No deberíamos de limpiarla primero?
—Anna, princesita, cómete la fresa.
Doy un paso hacia atrás, con las mejillas ardiéndome horriblemente. —¿Princesita?
Rapunzel rueda los ojos con gracia. —Oh bueno, perdón, su majestad, ¿eso está mejor para la hija de la reina del Inframundo?
—Me niego rotundamente a cualquier apodo de ese tipo —digo firmemente, incluso apartando levemente la fresa que seguía ofreciéndome, me cruzo de brazos con falsa indignación y todo lo que reviso de su parte es una risilla encantadora.
—Oh venga, te queda divinamente.
—No soy una princesita —me defiendo completamente segura de mis palabras.
—Por supuesto que lo eres, citadina —se burla, dándome un leve empujón en el hombro—. ¿Cómo siquiera te paseas con ninfas si te desagrada tanto la naturaleza?
—Eh, son majas —y guapas, la verdad, no tanto como ella, pero tienen su encanto.
Rapunzel sigue mirándome fijamente con una sonrisa juguetona. —Oh venga, solo prueba la fresa, princesita.
—Que no soy una una princesita —insisto, tomando con algo de brusquedad la fresa que ahora estaba colocando delante de mi cara para molestarme—, así que deja de molestar con eso —mientras doy el primer mordisco a la fresa, le devuelvo el gesto de un leve empujón de forma juguetona. No te mentiré, colega, la fresa estaba buenísima, me apetecía alguna más.
Por lo que en el momento que Rapunzel me rodea los hombros e insiste e insiste con ese bendito apodo, todo lo que hago es pillar una nueva fresa del arbusto mientras lograba que una reseca liana saliera sigilosamente desde la tierra y tomara el tobillo de Rapunzel para tirarla al suelo.
—Oye, las fresas están realmente buenas —comento con falsa inocencia, con una sonrisa burlona de oreja a oreja en mi rostro, pero el gesto se me borra de inmediato en cuanto, entre risas, me tira un puñado de tierra a la pierna—. ¡Ew! ¿¡Por qué!? ¡La tierra podía estar llena de bichos!
Me sacudí desesperada la pierna, ya sintiendo el caminar de pequeños insectos desagradables a pesar de que era completamente consciente de que no había absolutamente nada encima de mí. Seguía dándome palmadas en la pierna para quitarme la tierra para cuando siento algo golpeando mis pies y logrando que perdiera por completo el equilibrio.
—¡Eso es jugar sucio! —me quejo luego de que mi espalda impactara contra el suelo—. ¡Literalmente!
Pero el aire se me escapa por completo cuando Rapunzel se apresura para sentarse sobre mis piernas, impidiendo por completo mi posibilidad de moverme. Coge otro puñado de tierra y me amenaza con él.
—Tendrás que aceptar el nuevo apodo, yo he aceptado el mío.
—¡El tuyo es lindo y lleno de cariño! ¡El que me quieres dar es burlón!
—Bueno, pues solo princesa, sin el diminutivo, ¿mejor? —lo pregunta como si en verdad tuviera otra opción, como si no tuviera un manojo de tierra tan cerca de mi cara.
Mascullo indignada. —Tramposa.
—Mira quien habla, fuiste tú la que usó sus poderes para tirarme al suelo —me recuerda rodando los ojos, finalmente dejando el puñado de tierra de regreso en su sitio, permitiendo que me calmara un poco porque ya no tenía la gran amenaza de estar más cubierta de tierra.
Ahora que tengo el cabello en la cara y la toalla ha quedado sabrán los dioses dónde, me doy cuenta de que lo tengo completamente seco lo cual es una completa locura porque cuando salí de las duchas estaba bastante húmedo, por no decir empapada y no hay ni suficiente viento como para que se haya secado al natural. Daré por hecho que Rapunzel Corona, hija del dios del sol ha tenido algo que ver con ello.
Ante la victoriosa expresión de Rapunzel, no me queda más que bufar pesadamente. —Está bien, está bien, tú ganas, pero que sepas que buscaré un nuevo apodo para ti, uno más vergonzoso, uno ridículo.
La veo alzando una ceja. —Si eso te hace ilusión, princesa.
Mise mejillas se sonrojan en cuanto me llama así porque lo ha hecho con un tono completamente diferente, no ha sido como antes, no ha sido antes en lo absoluto, y te aseguro que no me estoy imaginando cosas, colega, realmente hay algo en su voz, hay algo en la forma que me mira fijamente que me deja muy en claro que debería estar captando un mensaje oculto.
Pero, colega, soy Anna Summers, tengo solo trece años y estarás muy equivocado si das por hecho de que sé como actuar correctamente ante una situación como esta. Voy a culpar a mi madre, que eso siempre funciona, que todo lo que sepa del amor sea porque su marido la secuestro debe de haber logrado afectarme de alguna manera sobre cómo reaccionó a situaciones románticas.
—Creo que nos estamos llenando de tierra —me apresuro comentar, porque realmente quiero dejar de estar tumbada en la tierra y hierba, como vea un bicho se que pegare el chillido de mi vida—. Mira que desastre, vamos a tenar que volver a bañarnos.
Me sacudo los brazos manchados a la par que la escucho soltar unas cuantas risillas, cuando me volteo para encararla me doy cuenta de que me sigue mirando fijamente, sin molestarse en lo absoluto de darme algo de espacio personal, ni siquiera parece interesa en querer fingir que no está siendo tremendamente directa.
En cuanto me apoyo en el suelo nuevamente, puedo sentir como Rapunzel toma mis manos, bueno, mejor dicho apoya las suyas sobre las mías, de un momento a otro y con una delicadeza que me hace olvidar por completo de toda la suciedad. Siento que el corazón late con tanta fuerza dentro de mi pecho que un nerviosismo horrible rodea por completo cada parte de mi cuerpo.
Miro fijamente uno de sus pulgares dibujando pequeños círculos en el dorso de mi mano y realmente no tengo ni la más remota idea de qué es lo que que debería de hacer.
Araño la tierra cuando siento su respiración chocando contra mi rostro, todavía no soy capaz de voltearme en su dirección, solo puedo seguir viendo como juguetea con mi mano.
—Anna, princesa —me llama de tal manera que siento que voy a estallar. De alguna forma que ni si quiera comprendo, soy capaz de entender de que quiere que de una vez me dirija a verla, doy por hecho que realmente no tengo mucha más opción.
Mala decisión. Mala decisión. Mala decisión. Mala decisión. Mala decisión. Mala decisión.
Dioses, dioses, dioses, no puede simplemente mirarme tan fijamente de esa manera, debería ser ilegal, debería estar penado en todos los estados de esta desastrosa nación, debería obtener una indemnización y todo por ser víctima de estos actos criminales.
—¿Puedo? —me pregunta en susurro delicado y algo tembloroso, mirándome fijamente a los labios. Y yo, como soy idiota, asiento varias veces como una niña pequeña.
Sus labios son dulces, incluso me recuerdan a las gomitas con sabores frutales que papá me traída de vez en cuando. Sus leves movimientos son exactamente lo mismo, completamente tiernos y dulces, delicados y cariñosos. Te voy a hacer honesta y decirte que no tengo ni la más remota de qué estoy haciendo, solo intento seguir el ritmo de Rapunzel y creo que por el momento eso está funcionando.
En algún punto suelta mis manos para acunar mi rostro y te juro que siento que ahí mismo yo estaba a punto de derretirme bajo sus caricias.
Siento que se va alejando lentamente hasta que finalmente nuestros labios se separan, pero yo no quiero que el beso termine, quiero seguir, quiero que siga besándome. Intento inclinarme hacia ella para volver a besarla pero tengo que asumir mi derrota cuando Rapunzel suelta una risilla.
La veo sacudirse rápidamente las manos antes de volver a sujetar mis mejillas. —Menos mal que no tienes un espejo porque me matarías.
Mi cuerpo se pone frío de golpe.
—Rapunzel Corona, como tenga un bicho encima te juro por todos los dioses habidos y por haber...
Me calla con un fugaz beso en los labios.
—No tienes nada, no tienes nada, te lo juro —me asegura varias veces a pesar de que puedo notar el pánico en su rostro.
—¿Por el Estigio? —pregunto sin realmente pensármelo seriamente.
Ella aprieta los labios y desvía la mirada. —Nada aparte de tierra...
Me aguanto las ganas de ahorcarla. —Tengo que volver a bañarme, ¿verdad?
—Bueno, si te molesta tanto te puedo ayudar.
Me aguanto la risa. —Pervertida.
—Una princesa no debería de bañarse por su cuenta.
—¿Y si hago que la tierra te trague a ti? Seguro que funciona.
—¿Os preparo el agua caliente, su majestad?
—Podría dejarte ahí enterrada, seis metros bajo tierra, veremos a quien le molesta más la tierra en ese momento, rubia oxigenada.
Ella se coloca la mano sobre el pecho y pone una expresión graciosísima de falsa indignación. —¡Soy totalmente natural!
—Ajá, por supuesto, el pelo linterna es completamente natural.
—Nadie jamás me había ofendido de esa forma, y pensar que acabo de compartir mi primer beso contigo.
—Eh, que has sido tú la que lo ha pedido.
Ella rueda los ojos mientras aprieta con fuerza los labios para no reír. —Eres tú la que se autoproclamó mi novia hace unas horas. Digo yo que tengo el derecho de besar a mi novia.
No tengo nada que responderle a eso, solo se me forma una sonrisa tonta en el rostro por lo que me apresuro a ocultarme en su cuello e intentar no ponerme a balbucear como una idiota enamorada, que lo soy, y con bastante orgullo, pero necesito un segundito para procesarlo todo, por favor, algo de paciencia.
Soy yo la que ahora se pone a juguetear con una de sus manos.
—Te quiero, Punzie —le digo mientras sigo recostada levemente sobre ella. No duro mucho en esa posición, porque ella me toma de momento a otro del rosto para que nos veamos cara a cara.
Con una mirada muy seria, Rapunzel me dice. —Voy a comerte los labios por eso.
Todo lo que logro es soltar una chillido agudo antes de que se me abalance encima.
