Prólogo
La Llamada de Andrómeda

La noche caía pesadamente sobre el tranquilo pueblo de Glenmoor, sus sombras alargándose y danzando bajo la luz difusa de las farolas. Una copiosa lluvia caía incesante, empapando el suelo y llenando el aire con el sonido constante de gotas golpeando las superficies. Glenmoor era típico de la campiña escocesa, con sus callejones estrechos y casas de piedra cubiertas de musgo, que daban la impresión de estar suspendidas en el tiempo, atrapadas en una historia de misterios antiguos.

Andrómeda Tonks apareció con un chasquido, su figura delgada envuelta en un abrigo oscuro que apenas la protegía de la tormenta. Maldijo en voz baja los encantamientos que la habían desviado de su destino, su rostro sereno y elegante reflejando una mezcla de frustración y resolución.

A pesar de la sencillez de su vestimenta, que contrastaba con la opulencia que solía rodear a su familia, Andrómeda emanaba una dignidad innata. Sus ojos, de un marrón profundo, eran como ventanas a una vida llena de desafíos y pérdidas, pero también de una inquebrantable determinación.

Sacó su varita con elegancia, sus movimientos precisos y llenos de clase, y conjuró su Patronus: una esfera brillante que mutaba continuamente de forma y color, reflejando la agitación de su mente.

"Espero que la puerta esté abierta cuando llegue," vociferó la esfera, su voz resonando con una autoridad que no admitía réplica. "O usaré la fuerza."

Con el Patronus iluminando su camino, Andrómeda emprendió el sendero hacia la mansión de su sobrino. A cada paso, su mirada captaba los signos evidentes de descuido que marcaban la propiedad desde el funeral de Astoria. Las flores, antes exuberantes, ahora marchitas; el césped, antaño perfectamente cuidado, ahora alto y descuidado; las ventanas, una vez brillantes, ahora opacas por el polvo. Todo hablaba de un dolor que aún no había sanado, un vacío que la familia Malfoy aún no había logrado llenar.

Finalmente, llegó a la majestuosa entrada de Malfoy Manor, una estructura imponente que, a pesar de su deterioro, aún mantenía una atmósfera de grandeza y misterio. Las torres que se alzaban hacia el cielo estaban cubiertas de enredaderas que parecían susurrar historias de tiempos más felices. Las gárgolas que flanqueaban la puerta principal, antes imponentes guardianes, ahora parecían estar llorando bajo la lluvia. Las paredes mismas parecían tristes, como si los ladrillos hubieran absorbido la melancolía que había permeado la mansión desde la muerte de Astoria. La puerta, pesada y tallada con intrincados diseños, se abrió lentamente, revelando la figura esbelta de su hermana Narcisa.

El cabello de Narcisa, antes rubio brillante, se había vuelto completamente cano, pero sus ojos, antes fríos y calculadores, reflejaban ahora una benevolencia inesperada, una ternura que Andrómeda no había visto en años.

"Andrómeda," dijo Narcisa, su voz teñida de sorpresa y curiosidad. "No esperaba verte aquí."

"No hay tiempo para cortesías," respondió Andrómeda, su voz firme pero cargada de una urgencia palpable. "Bellatrix tuvo una hija. Una hija que ha causado un desastre, y están a punto de enviarla a Azkaban. Independientemente de sus actos, no podemos cometer los mismos errores del pasado. Debemos intentar ayudarla."

La sorpresa se apoderó del rostro de Narcisa, sus ojos azules abriéndose de par en par, reflejando una mezcla de shock y confusión. "¿Cómo sabes eso?"

"Hace media hora," respondió Andrómeda, sacando un pergamino arrugado de su abrigo, "recibí un Patronus de Scorpius."

El silencio que siguió fue pesado y lleno de incertidumbre, como si el mismo aire se hubiera congelado en anticipación. Las dos hermanas, separadas por años de rencor y tragedia, se encontraron unidas nuevamente por la sombra de su hermana Bellatrix y el destino de una joven que, como ellas, estaba atrapada en el oscuro legado de la familia Black. A pesar de las cicatrices del pasado, una nueva oportunidad de redención se cernía ante ellas, ofreciendo un rayo de esperanza en la interminable noche de sus vidas.

Narcisa, con un gesto lleno de emoción, tomó las manos de Andrómeda entre las suyas. La genuina preocupación en sus ojos fue un bálsamo inesperado para el corazón de Andrómeda. "¿Qué haremos para salvarla?" preguntó Narcisa, su voz apenas un susurro, cargada de desesperación y esperanza.

Andrómeda, con una lágrima de alegría surcando su mejilla, sonrió y confesó, "Por eso acudí a ti. Dos mujeres Black piensan mejor que una."

Y así, bajo la lluvia torrencial, dos hermanas reencontradas se prepararon para enfrentar juntas los desafíos que el destino les tenía reservados, decididas a no repetir los errores del pasado y a ofrecer una nueva oportunidad de redención a la próxima generación