Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Crossover de la historia de Candy Candy y el libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald. ¡Celebrando los 10 años de esta historia!

Advertencia: Debido a la trama de la historia, la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.

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Capítulo 2

Nueva York. Verano de 1922

Llegué con la maleta cargada de sueños. Había arribado a vivir a Nueva York que era el centro del mundo de las finanzas. Cansado de Chicago, decidí que era hora de forjar mi propio camino, así que me atreví a probar suerte como vendedor de bonos en Wall Street. No era precisamente lo que hubiese querido para mí, pero sabía que por algo tenía que empezar sobre todo si quería hacerlo por mí mismo.

Perteneciente a una familia de abolengo, tenía todo para gozar de la vida, incluso de tener un empleo seguro en las empresas familiares si así lo deseaba, pero para sorpresa de todos, había decidido declinar de esta comodidad, así que, muy a pesar del consejo familiar se me apoyó en esta resolución.

La realidad es que muy en mi interior también buscaba ser el orgullo de mis padres, ya que, tras la muerte de mi amado hermanito, parecía que me había vuelto invisible ante la mirada y afectos de mis progenitores, los cuales habían idealizado abiertamente a mi hermano fallecido: -"Stear era un valiente; era el mejor hijo..."- solían decir mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, secretamente yo también quería serlo.

Acostumbrado a las áreas verdes que abundan en el medio oeste, busqué un lugar donde vivir con esas características. Para mi buena suerte, un compañero del nuevo empleo fue trasladado a Washington y me ofreció la pequeña casa que habitaba en una de las dos islas paralelas del lujoso Long Island a aproximadamente 20 kilómetros de la ciudad. Al verla, quedé prendado de la vivienda, ya que estaba en medio de dos grandes mansiones y pasaba totalmente desapercibida dándome una insuperable privacidad. También era cómoda, de un solo piso, rodeada de naturaleza con una insuperable vista a la playa y a un precio por demás accesible.

Después de instalarme en mi nuevo hogar, me di un tiempo para estudiar un poco de finanzas, específicamente de inversiones bancarias, créditos y valores. Aunque me había formado como administrador de empresas, esos rubros se estudiaban de una manera muy general y el nuevo empleo exigía destreza en esa área.

Tras estar metido varias horas estudiando, decidí estirar las piernas y caminar un poco por los alrededores. Salí al pequeño pórtico e inhalé aire fresco y salado mientras reavivaba todo el cuerpo. Desvié la vista a mi lado derecho y vi la mansión vecina, curioso, me acerqué a la alta barda de plantas enredaderas sin muchas hojas que dejaban ver parte del sitio. El lugar era una amplia extensión de hermosos jardines perfectamente cuidados. A lo lejos pude divisar un jardín con un portal de rosas de distintos colores, rodeado de pasillos de ladrillos y, más allá, una gran piscina de mármol. De la playa se podía apreciar el largo e iluminado muelle. Era la mansión Ardley. Recordé que mi antiguo compañero de trabajo me había dicho que ese lugar pertenecía a un caballero con aquel nombre.

Traté de ver un poco más parándome de puntillas dando un pequeño salto, en ese movimiento sentí que algo caía de mi bolsillo, era mi reloj, al levantarlo vi la hora que indicaba - 4:30 -Recordé que ese día tenía una invitación a cenar a las seis en casa de unos parientes que vivían justo en la isla de enfrente, donde se levantaban majestuosamente mansiones y palacetes que podía ver desde mi modesto hogar. Bufé molesto al recodar el compromiso, no me apetecía mucho lidiar con el presumido aristócrata inglés esposo de mi prima política, pero sólo por ella haría mi mejor esfuerzo de pasar una velada agradable. Sin pensarlo más volví a casa y me preparé para el evento.

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-Archibald Cornwell alias "el elegante"- Se escuchó una voz burlona decir desde lo alto de un caballo.

- Terrence Grandchester o quizás debo decirle ¿"Duque de Grandchester"? - Devolví la ironía con una fingida reverencia.

- Bueno, no estaría mal, pero por ser parientes te doy más confianza- Dijo, en un tono serio en lo que se bajaba del caballo y daba a un empleado las riendas y sus guantes.

Suspiré fastidiado, iba a ser una larga noche, mi ahora también primo político y ex compañero de colegio, siempre había sido así. Nos conocimos años atrás en el Real Colegio San Pablo en Londres, lugar donde mi hermano, mi prima y yo fuimos enviados a estudiar como parte de la tradición familiar.

Terrence o "Terry" como solían decirle los más cercanos, era hijo de una exitosa actriz norteamericana y un noble aristócrata británico que fungía como benefactor del colegio, motivo por el cual el chico siempre se aprovechaba y hacía de las suyas en el liceo, siendo un constante dolor de cabeza para las monjas encargadas y sus mismos compañeros por ser arrogante y grosero. A pesar de esta actitud déspota, mi tierna y hermosa prima extrañamente se fijó en el rebelde chico y llevó una relación amorosa con él que duró relativamente poco. Años después se reencontraron y contrajeron nupcias. Por ser hijo único, al morir su padre le dejó el título nobiliario y una inmensa fortuna que lo colocaba entre los más ricos de Inglaterra y Norteamérica, adhiriendo a dicha riqueza el patrimonio que él mismo se había forjado por ser el actor principal de la exitosa compañía de teatro Standford, lo cual además le daba fama y poder.

Era un hombre muy atractivo de cabello negro, tez blanca y ojos azul grisáceo, facciones armoniosas y varoniles y un cuerpo alto perfectamente pulido por el constante ejercicio físico, además de la equitación.

La mansión Grandchester era sublime, de un estilo colonial georgiano pintada en oro y blanco se levantaba imponente frente a la exclusiva playa, digna de un burgués. Tenía amplias extensiones de jardines y una gran área para cabalgar y practicar la equitación. La hermosa casa contaba con grandes ventanales que daban luz y aire natural a todas las habitaciones. Algunos de ellos conducían a un hermoso jardín de rosas con senderos enladrillados muy parecido al de la mansión Ardley.

Terry enfundado en su traje de montar, me miraba mientras observaba la casa con una sonrisa altiva. Sin más, me dio una fuerte palmada en la espalda que me sacó de mi análisis.

- Vamos "elegante" ¿verdad que esté sitio no está nada mal? - espetó, con su vigorosa y clara voz ronca.

Me hizo girar abrazándome por el cuello un poco más fuerte de lo que me esperaba y en esa posición me llevó rumbo a la casa por la entrada principal. Pasamos por un enorme pasillo forrado en madera y vitrinas cuyo interior estaba lleno de trofeos de equitación y reconocimientos por sus actuaciones en las temporadas teatrales, además de fotografías con los personajes más importantes y célebres del mundo en los últimos cinco años. Terry me explicaba brevemente a su paso, con su característico tono presuntuoso, la historia de cada presea e imagen fotográfica. También me informó que en breve incursionaría en la industria del cine.

Cuando llegamos al final del pasillo, abrió dos grandes puertas de un sólo empujón, al otro lado había una enorme habitación pintada de blanco completamente iluminada, el viento procedente de la playa hacia elevar por los aires las blancas cortinas de gasa que bailaban de adentro hacia afuera del recinto. Un par de risas femeninas se escucharon afuera de la habitación. Con paso firme y decidido, me guio hacia el lugar donde procedían las voces. Al salir me topé con la aromática rosaleda que había visto desde lejos. La brisa movía las flores del jardín y daba una sensación de frescura al lugar. Y ahí, recostadas en dos sillones, pude distinguir a una hermosa chica desconocida y frente a ella vi la menuda figura de mi prima y amiga, Candice White, ahora Candice Grandchester, la pequeña y dulce Candy.

Terry iba a anunciar mi presencia, pero al pasar cerca de un rosal se rasgó el entallado pantalón con unas espinas llegando también a su piel. En un gesto impulsivo, pateó las rosas lanzando una maldición, cosa que llamó la atención de las damas presentes.

- ¡Oh Terry!, ¿tenías que hacer eso? - Candy se levantó con el ceño fruncido hacia las rosas deshojadas que yacían en el piso, inmediatamente fijó su vista en mí y su gesto de enojo rápidamente cambió a uno de sincera alegría - ¡Archie, querido Archie! ¿Eres tú? - exclamó con su voz suave y melodiosa, corrió a mi encuentro y me abrazó fuertemente.

- ¡Gatita! Estás hermosa, déjame verte bien- le decía separándola un poco para mirarla mejor- Te has convertido en una mujer preciosa- le dije, al tiempo que observaba a la fémina que alguna vez fue dueña de mis afectos, lamentablemente para mí no correspondidos.

Ella siempre había sido bonita, con su piel blanca y lozana como una perla y grandes ojos verdes como un par de esmeraldas que daban un toque felino a su expresión. Tenía el pelo rubio como una cascada de oro fino, antes lo llevaba largo y rizado, ahora un poco más corto según dictaba la moda. Recordé la figura delgada y de mediana estatura de la jovencita que vi en el funeral de mi hermano. Después de algunos años que llevaba sin verla, conservaba la misma delgadez, pero actualmente estaba enmarcada con notables curvas que quitaban la respiración a más de uno. Nosotros somos primos porque Candy fue adoptada por la familia Andrew desde muy pequeña y ambos llevábamos el mismo apellido. Nuestros padres nos dejaron mucho tiempo a cargo de nuestra Tía Abuela Elroy y de alguna manera, al tener a Candy bajo su cuidado, había procurado que conviviéramos lo más posible, sin embargo, por la muerte de Stear y otras tragedias, el ambiente familiar se tornó depresivo y se hizo un distanciamiento por el aislamiento al que ella misma se sometió. Como es sabido, el Clan Andrew tiene poderío en Europa y en el medio oeste de Estados Unidos. Se contaba que había un heredero que nadie llegó a conocer en persona y que sería el líder de las familias, pero este desapareció y aparentemente murió misteriosamente, ahora la cabeza del clan estaba a cargo del odioso Neal Leagan.

- No hay nadie en el mundo que yo deseara ver tanto como a ti, mi querido Archie- habló nuevamente con ese tono melodioso muy característico suyo - ¡Oh! Ella es Annie Britter, la famosa pianista- se refirió a la otra chica que estaba ahí, la cual con un aire desdeñoso apenas me saludó con un ligero movimiento de cabeza.

-Por supuesto, con razón tu rostro se me hacía conocido, he leído de ti en los diarios, encantado de conocerte- le dije, ella me vio con el rabillo del ojo y se inclinó en silencio nuevamente en su cómoda posición inicial.

- ¿Y cómo están todos por Chicago, me extrañan?

- Querida, todos te mandan saludos, más de uno llora todavía tu ausencia.

- ¿Ves Terry?, ¡tengo que volver a Chicago mañana mismo! O por lo menos visitarlo con más frecuencia- Exclamó con emoción.

- Sí, claro - le respondió sin dar importancia a lo que la rubia decía - ¿Y ahora en que andas Cornwell?

-Vendo bonos en Wall Street.

-Menudo trabajo- dijo, con una displicencia que me molestó - ¿Con quién?

Le dije con quién y él hizo una mueca indicándome que ignoraba de quién se trataba.

- ¿Y alguna vez piensan ir a vivir nuevamente a Chicago? - Pregunté retomando el tema de la ciudad.

- ¡Sólo si fuera un perfecto idiota me iría de Nueva York! - Exclamó fuertemente. Miró de reojo la reacción de Candy la cual hizo un gesto de disgusto y se río burlonamente.

- ¡Eso es! - dijo, la señorita Britter, en un tono más elevado de lo normal que nos asustó un poco a todos. Después de ver la reacción que había provocado fingió un hondo bostezo y estiró todo su cuerpo.

-Perdón- se disculpó -El cuerpo se me había dormido por la posición.

- Si me hubieras hecho caso de salir a dar un paseo no estarías dolorida, Annie, esta vez ni las compras te provocaron.

- No, gracias. Sabes que estoy practicando muy enserio, querida.

- ¿Practicando? Nunca sabré como es que logras dar los conciertos que das con semejantes "prácticas"- Terry se mofó en lo que de un sorbo se bebía el cóctel que nos habían llevado.

Miré a Annie Britter hacer un imperceptible mohín de desagrado por el comentario, era una chica realmente bella, no era muy alta, pero si era delgada y de pechos redondos. Su erguida posición al caminar la hacían lucir elegante y femenina. Observé sus ojos azules con una expresión altiva, su tersa piel blanca, y la sedosa cabellera castaña cortada a la moda. Tenía la impresión que la había visto en otro lado aparte de los diarios, pero no recordaba donde, más tarde lo averiguaría.

- ¿Vives en la isla oeste? - Se dirigió a mí -Conozco a alguien ahí.

- La verdad es que casi no he...

- Conocerás al señor Ardley, sin duda- aseguró

- ¿Ardley?, ¿Qué Ardley? - Preguntó Candy

- Pues en realidad él es...

No pude terminar la frase pues la cena fue anunciada. Sin dar más importancia a mí respuesta, se dieron la vuelta para dirigirse al comedor.

- Vamos "elegante"- Terry me volvió a tomar por el cuello fuertemente y en esa posición me llevó a la terraza donde seria servida la cena, parecía que en esa ruda cortesía buscaba cierta simpatía de mi parte.

Una vez ahí nos dispusimos a cenar, las chicas hablaban de todo y de nada y a veces parecía que compartían con nosotros algo de su evidente complicidad. Terry por su lado parecía un poco inquieto y me hablaba de las nuevas obras que estaba por presentar, sus planes en Hollywood y la nueva lectura de corte social que últimamente había hecho.

- Es irónico, Terry leyendo y hablando de temas sociales y él nunca ha sabido que es la pobreza siquiera- Candy habló con un tono mordaz que no le conocía.

En realidad, ella había cambiado mucho desde la última vez que la vi. Antes tenía un brillo especial en sus ojos verdes llenos de vida, una simpatía innata y la inocencia y espontaneidad de una eterna niña. La mujer que tenía enfrente tenía el semblante más bien infeliz, con un dejo de fastidio, su mirada estaba ensombrecida y sus movimientos se habían vuelto tan fríamente calculados como sus conversaciones - ¿En dónde quedo la chica de ayer? - pensaba mientras la observaba con cierta pena.

El duque iba a contestar a su comentario cuando se le acercó el mayordomo y le dijo algo al oído, después de que sonara el teléfono, sostuvieron un breve diálogo el cual hizo notablemente enfadar a Terry y, sin más, se levantó de manera brusca. Candy lo siguió con la mirada más dura que le he conocido, y de inmediato, como si se pusiera una máscara, se dirigió a mí con una encantadora sonrisa.

- Me encanta tenerte aquí, querido- exclamó tomando mi mano -cenando conmigo, hace tantos años que no estábamos juntos, el verte me hizo recordar Lakewood y sus rosas, ¿no él mismo parece una hermosa rosa, Annie? - sin esperar la respuesta, tiró la servilleta, se disculpó y salió del comedor al mismo lugar donde se había dirigió su esposo.

A lo lejos se escuchaba una discusión, la señorita Britter y yo intercambiamos brevemente miradas, ella se inclinó un poco hacia la puerta para escuchar el murmullo de la disputa.

- El señor Ardley del que me hablas es mi vecino- dije, en un intento de relajar el ambiente. Annie me hizo una seña con el dedo sobre sus labios de que guardara silencio.

- ¿Qué es lo que pasa?

- ¡Vamos! ¿No me vas a decir que siendo amigos de hace años no te ha puesto al tanto?

- Pues él y yo no somos exactamente amigos y no sé de lo que me hablas.

Me miró por un momento analizando si mi respuesta era sincera.

- Terry tiene una amante en Nueva York- me susurró.

- ¡¿Una amante?!- me sorprendí, Annie asintió con la cabeza.

- Por lo menos podría tener la decencia de no hablar a la casa de su esposa y mucho menos a la hora de la cena, ¿no crees?

La miré desconcertado. En ese momento Terry y Candy aparecieron nuevamente en el comedor.

- Lo siento amigos, de pronto necesite un poco de aire del jardín, está todo tan fresco y hermoso allá afuera, ¿verdad querido?

- Si, muy fresco- contestó secamente. Se sentaron nuevamente y nos observaron fijamente con una sonrisa fingida, la cena continuó en un incómodo silencio.

-Cornwell- dijo el duque, de pronto -Si nos queda tiempo al terminar de cenar, me gustaría enseñarte un excelente ejemplar de raza árabe que acabó de adquirir.

- Me encantaría Grandchester, pero tal vez me tenga que ... - trataba de disculparme para irme a casa temprano, cuando fui interrumpido por el timbre del teléfono que nuevamente se escuchaba dentro de la casa, Candy miró a Terry y en un movimiento de cabeza le indicó que "no". El ambiente en ese momento era tan espeso que se podía cortar con un cuchillo.

- ¿Y dónde se conocieron la señorita Britter y tú? -Nuevamente intervine tratando de aligerar el ambiente.

- Annie y yo nos conocemos desde niñas, nos criamos juntas una parte de nuestra infancia en Michigan antes de que nos mudáramos a Chicago, después nos volvimos a reencontrar en el San Pablo- hizo énfasis en el nombre del colegio riendo y mirándome divertida -Querido Archie ¿no la recuerdas? - Observé a Annie, y ella me devolvió la mirada por un instante en lo que encendía un cigarrillo, dio una onda bocanada y desvió la vista hacia el techo. Era verdad, ahora la recordaba, era aquella chica tímida que acompañaba siempre a Candy, aunque por su gran retraimiento apenas la noté, por supuesto antes no era tan guapa. Stear alguna vez bromeó con que era mi admiradora secreta.

- ¡Claro, ahora te recuerdo! Has cambiado mucho- Le sonreí.

- Bueno, no es extraño que no la recordarás - dijo el inglés, con sorna- Todos sabíamos en el colegio que sólo tenías ojos para Candy- comenzó a reír abiertamente mientras yo inconscientemente fruncí el ceño.

- ¡Terrence, basta! - Reclamó la rubia al notar mi molestia.

- Está bien, lo siento- se levantó de la mesa -Quiero una copa, vamos al muelle a tomarla, ahí está más fresco- invitó mientras prendía un puro.

- En realidad, me tengo que despedir ya- me excusé -Mañana tengo que...

- ¡Oh no, querido, no te vayas todavía! - me insistió Candy tomándome de la mano- ¡Tenemos tanto de que hablar!

- Yo voy contigo por esa copa- Annie aceptó la invitación después de intercambiar una rápida mirada con su amiga, lo tomó del brazo y lo giró para encaminarlo hacia la salida.

- Muy bien, nosotros caminaremos por el jardín de las rosas y en un momento los alcanzamos- Me jaló y nos dirigimos al lugar.

Caminamos un rato en silencio, Candy se detuvo frente a las rosas deshojadas que Terry había pateado y empezó a recoger los pétalos con sus manos, noté que sus ojos estaban llenos de lágrimas, no sabía si era por las rosas muertas o por la evidente carga que llevaba a cuestas, decidí en ese momento preguntar acerca de un tema que la alegrara, su pequeña hija.

- ¿Te gusta mi jardín de rosas? ¿has notado que es una pequeña replica de Lakewood?- Dijo, de repente- Teníamos tanto tiempo sin vernos Archie, ni siquiera fuiste a mi boda- siguió hablando con su mirada fija en las rosas.

- Lo siento Candy, estaba muy reciente lo de Stear.

- Si claro, mi amado Stear- las lágrimas comenzaron a fluir- Lo siento, no lo he pasado muy bien últimamente y tenerte aquí me hace sentir tan bien- me miró, se limpió las lágrimas y me regalo una fingida sonrisa -He cambiado Archie, ya no soy la misma.

La miré por un rato esperando que continuara la conversación, pero su atención estaba puesta en las hermosas flores. Al cabo de un rato le pregunté por su hijita.

- Supongo que la pequeña Eleonor estará muy bien, hermosa como tú ¿cuántos años tiene? ¿tres?

- Si, casi tres, tienes que conocerla, se parece mucho a Terry, de mí sólo sacó el color de ojos y mis pecas- reímos ante el comentario- ¿Sabes? Cuándo nació él no estuvo presente, la conoció dos días después. Sólo Dios sabe dónde y con quien estaba. Me alegró que sea una niña, es hermosa, tal vez también sea tonta como yo y se casé con un millonario que la haga una mujer de clase y mundo, no necesitará más- río con amargura e inmediatamente me miró con ojos suplicantes de comprensión ante el comentario.

- ¿A dónde te has ido Candy? ¿Qué fue de aquella niña alegre, independiente y optimista? - me pregunte en silencio, al ver a la mujer que tenía frente a mí. Intuyendo mis pensamientos, se recompuso y sugirió ir a donde estaban su esposo y su amiga que para ese entonces ya se habían movido a la pequeña sala de recreación de la mansión. Entramos a la habitación y Annie tocaba en el piano el 2nd movement de la Sonata in C de Mozart, mientras Terry leía un libreto de teatro. Esperamos a que terminara la pieza que interpretaba de una manera sublime.

- ¡Las diez! - expresó, al terminar la pieza -Esta niña buena se va a dormir ya.

- Annie mañana toca un concierto para el alcalde en el Carnegie Hall- explicó Candy.

- Buenas noches- dijo, cortésmente- No te olvides de despertarme temprano.

- ¿Te levantarás?

- Me levantaré, te lo aseguro- Sonrió- Buenas noches Archibald, espero que nos veamos pronto.

- ¡De eso me encargo yo! - afirmó la rubia -Archie va a venir con frecuencia y veré personalmente que pasen tiempo juntos y que se conozcan muy pero muy bien, ¡aunque tenga que amarrarlos a un árbol!

- Buenas noches- se despidió nuevamente saliendo por la puerta -Haré de cuenta que no escuche nada.

- Es una buena chica- Terry me sorprendió con el único comentario agradable en toda la noche - ¿Lo han pasado bien en el jardín recordando viejos tiempos? ¿De qué han hablado?

- De todo, de nada, el pasado, el presente, confidencias, de...- enumeraba la rubia.

- ¿Confidencias? - la interrumpió y sonrió de lado- No te creas todo lo que te dice Cornwell, a veces creo que el don histriónico y dramático lo tiene otra persona en esta casa.

Sin esperar a que otra ronda de observaciones sarcásticas comenzará nuevamente, me despedí.

El matrimonio Grandchester me acompañó hasta la puerta, ya estando afuera y a punto de arrancar el auto Candy me detuvo.

- ¡Espera! Antes de que te vayas quería pregúntate ¿es cierto que estas comprometido con Elisa Leagan?

- ¡Es verdad! nos llegó ese rumor que tú y esa víbora... ¿qué acaso estás demente?

La verdad me sorprendió que ese chisme haya llegado hasta los oídos del matrimonio. Después de que se diera a conocer al joven Leagan como nueva cabeza del Clan Andrew, tras la supuesta muerte del misterioso y desconocido heredero, se vinieron muchos problemas internos, ya que una parte de los integrantes de las familias no estaban de acuerdo con el nombramiento de Neal y auguraban su pronta destitución. Muchos, incluyendo a la la tía abuela Elroy que es la matriarca de la familia, dudaban incluso que el verdadero jefe estuviera muerto, así que, para recuperar el poder, algunos miembros del consejo sugirieron a mi padre que la mejor forma de que yo fuera el sucesor más próximo era casándome con Elisa, la hermana menor de Neal y mi pariente lejana. Los hermanos Leagan no son precisamente un modelo de personas a seguir: groseros, mal criados y estúpidos son las tres mejores palabras para describirlos. En parte ese también fue uno de los motivos por los que decidí emigrar a Nueva York, sólo pensar en estar cerca de esa mujer me enfermaba. Además, que no deseaba tomar posesión de semejante cargo.

- ¡Claro que no!, no lo estuve, ni lo estaré y mucho menos con esa arpía.

- Menos mal querido que sólo fue un rumor - suspiró aliviada.

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Al llegar a casa estacioné mi auto frente al pequeño pórtico. Seguía haciendo mucho calor, así que decidí quedarme un rato más afuera, disfrutando de la fresca brisa del mar y contemplé el cielo estrellado. Medité acerca de la condición anímica en la que vi a Candy y el hecho de que Terry tuviera una amante, ¿porque le hacía eso? Ella era todo lo que un hombre podría desear, seguramente la Candy de antes hubiese tomado a su pequeña niña y se hubiese marchado a buscar su felicidad y la de su hija, pero ciertamente no le vi ninguna intención de eso.

Un gracioso gato brincó desde el techo y me miró fijamente. Lo seguí con la vista mientras entraba a la casa de mi vecino. De un salto ascendió hacia una terraza y en ese momento me di cuenta que no estaba solo.

Al mismo balcón a donde llegó el minino, surgió la silueta de un hombre que con las manos en los bolsillos contemplaba la noche. A esa altura de donde se encontraba, no era difícil que él mismo se sintiera integrado con las constelaciones y estrellas. Algo en su extraordinario porte me hizo suponer que se trataba del Señor Ardley.

Creí pertinente saludarlo y presentarme, pero en ese momento supe que deseaba tener un momento a solas ya que levantó una de sus manos hacia la inmensidad. Parecía que acariciaba algo que estaba totalmente fuera de su alcance; después cerró el puño como atrapando el objeto de sus deseos. Si no fuera porque estaba a varios metros de mí, juraría que cerró los ojos y suspiró profundamente. Dirigí mi vista a la negrura del mar y sólo pude divisar a lo lejos la luz verde intermitente de un faro, al volverme, el señor Ardley había desaparecido. Entré a casa tratando de discernir si lo que había visto era real. Lo único de lo que estaba seguro es que algo en esa escena me conmovió profundamente.

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