XXX – Unidos
Kikka sintió una súbita punzada de dolor en el pecho. Fue tan intensa que sus piernas fallaron, y habría caído al piso si Shusui, sorprendentemente, no la hubiera sujetado. El oficial la tomó por el brazo y el hombro, ayudándola a arrodillarse lentamente. Kikka apretó los dientes, luchando contra el impulso de gemir de dolor. Su cuerpo entero comenzó a temblar, y pudo sentir cómo su energía se desvanecía, fluyendo hacia las Piedras de la Barrera, que empezaron a resonar y brillar.
—Señorita Kikka, ¿qué es lo que...? —comenzó a preguntar Shusui, pero no tuvo necesidad de continuar.
Tenkichi, que estaba sentada en la baranda de la torre de vigilancia, comenzó a ladrar y gruñir, mirando hacia la Era de la Guerra. Kikka levantó la mirada, luchando con el dolor, justo cuando la nube carmesí que se cernía en la distancia empezó a crecer y expandirse, elevándose hacia el cielo. La masa roja tapó el sol, sumiendo el día en una noche del color de la sangre, y el aire sopló con un viento tan frío que Kikka lo sintió incluso a pesar del dolor.
—La puerta... —dijo ella, respirando trabajosamente. Usando todas sus fuerzas, intentó ponerse de pie, pero de no ser por Shusui, nunca hubiera podido—. La puerta está abierta...
Otra punzada de dolor le impidió seguir. Kikka se aferró a Shusui, quien la ayudó a acercarse al borde de la torre, tan embelesado como ella con el espectáculo. Era como si la misma oscuridad, teñida de sangre, se estuviera elevando, formando una ola que estaba a punto de romperse para tragar el mundo. Incluso Ten dejó de ladrar y comenzó a gemir lastimeramente, asustada.
—Entonces han fracasado —sentenció Shusui, sacudiendo la cabeza—. No, incluso si lograron vencer al Oni que fue convocado por la torre, no lo hicieron a tiempo. El Despertar está sobre nosotros.
Kikka sintió cómo su corazón daba un vuelco. ¿Acaso John, Ōka y los demás estaban...? La idea hizo que se le olvidara respirar por varios segundos. Si esa era la realidad, entonces, ¿qué importaba ya nada? Todo estaba perdido, incluso si pudiera salvarse, Kikka nunca querría vivir en un mundo sin su hermana, sin el hombre que amaba. Miró hacia la nube carmesí, deseando que rompiera y la liberara de todo. Pero al levantar la mirada, sintió algo frío tocar su pecho. La cruz de John.
Casi en trance, metió la mano dentro de sus ropas y la sacó. El pequeño dije de plata casi parecía brillar a pesar de la oscuridad que reinaba ahora. Kikka recordó que John le dijo una vez que el dios de la cruz todo lo podía y veía todo, por lo que siempre estaría bajo su protección. Incluso si ella no lo creía, recordarlo a él era suficiente. Este símbolo era una señal. Una señal de que no todo estaba perdido.
—No... —dijo Kikka, cerrando su mano alrededor de la cruz. Enfocándose en ella, sintiendo la conexión con su dueño. John vivía y mientras eso fuera cierto, ella tendría esperanza.
— ¿Señorita Kikka? —Shusui se volvió hacia ella, confundido.
—No han fracasado... no podemos perder la fe —dijo Kikka con esfuerzo—. No mientras haya esperanza.
—Un concepto tan irracional —replicó Shusui, sacudiendo la cabeza—. No hay nada que puedan hacer, incluso si aún siguen con vida.
Tenía razón, por supuesto. Kikka entendía lo que el oficial de inteligencia decía. Si tenía en cuenta lo que sabía, lo que podía entender, este era el principio del fin. Estaban al borde de una nueva era de los demonios. Pero en ocasiones, tenía que comprender el mundo con el corazón, no con la cabeza.
—Entonces... ¿por qué sigues aquí? —preguntó Kikka, sonriendo débilmente—. ¿No es el momento de hacer realidad tus planes?
Shusui frunció el ceño, y por un segundo pareció dudar. La máscara de indiferencia que siempre tenía cayó y el oficial de inteligencia dejó ver su verdadero yo. Kikka se prometió que nunca olvidaría la expresión que él le dedicó ese día.
—Supongo que... quiero creer en un final feliz —dijo Shusui.
Kikka sonrió, miró la cruz de plata en sus manos y se concentró en ella con toda su fuerza. "Si alguien puede hacerlo, eres tú," pensó, deseando que su voz llegara hasta él. "Unirnos a todos, salvarnos a todos."
Sansker levantó la cabeza, observando el vórtice en el cielo ser consumido por las nubes rojas. Pudo sentir el impulso que rompería la realidad como una vibración en el aire. Una vez, en lo que parecía otra vida, se había montado en un carruaje a motor. Al sentarse, el armazón entero se sacudía con las vibraciones causadas por el motor, sacudiendo todo su cuerpo. Era la misma sensación ahora, como si las rocas debajo de él fueran a desarmarse. Un terremoto que caía desde el aire, no desde la tierra.
—No… no puede ser…—murmuró Hatsuho, llevándose las manos a la boca— ¿No lo logramos a tiempo?
Parecía a punto de romper a llorar. Los demás no respondieron, todos estaban tan sorprendidos como ella. Luego de la batalla titánica contra el Rey de la Noche Eterna, todo su esfuerzo resultó ser en vano. Sansker no tuvo el valor de responder.
La nube escarlata consumió el vórtice y entonces estalló con una onda de viento tan fuerte que casi los arrojó al suelo. Nubes negras y rojas descendieron sobre ellos como neblina y Sansker comenzó a toser. Miasma, tan denso y tóxico que podían verlo. Una ola de corrupción que se esparció por el campo de batalla. John sintió que se mareaba, sus piernas temblaron y la cabeza empezó a darle vueltas. Sus compañeros también comenzaron a tambalearse en medio de las nubes de miasma.
—Mierda...—masculló Fugaku, cayendo de rodillas y desplomándose con un golpe sordo.
Ibuki intentó sostener a Hatsuho, cuando esta se desplomó, pero tampoco pudo mantenerse en pie. Nagi cayó de espaldas, con Hayatori derrumbándose junto a ella. Incluso Ōka no pudo resistir, quedando sobre manos y rodillas, luego postrada en el suelo. Sansker intentó avanzar, aunque no tenía a dónde ir. El miasma le robaba la fuerza, el aire, la misma esencia de la vida. Boqueó por aire y cayó de rodillas, llevándose las manos al cuello. La ola de corrupción finalmente los pasó, elevándose mientras el vórtice de luz que había convocado al Tokoyo no Ou comenzaba a incrementar su tamaño y su brillo.
Era un espectáculo horrible. El mundo tragado por un miasma de sangre, envuelto en tinieblas. John levantó la vista y pudo sentir el peso y las voces de cientos de almas humanas. Era un murmullo en el vendaval causado por la puerta, un coro de voces inconexas, pero todas expresando la misma ansia, el mismo deseo. El anhelo de encontrarse. Era una emoción tan mundana y sincera que resonaba por su intensidad.
Montones de motas de luz comenzaron a surgir alrededor de los Asesinos caídos. Las almas que los Oni habían atrapado salían, atraídas por el vórtice. Emergían de las ruinas de la torre, del cadáver del Rey, y de la nube de miasma, desde puntos que no se podían ver más allá de la barrera carmesí.
Sansker tosió, incluso sin el miasma, los efectos fueron tan terribles que su cuerpo no podía recuperarse, así que solo podía mirar impotente. Sus compañeros intentaban levantarse sin éxito, tan debilitados como él. Todo lo que habían conseguido era un asiento de primera fila para el fin de la humanidad. Intentó pensar en algún plan, pero ¿qué podía hacer? Otro ataque de tos lo hizo doblarse por la mitad y algo salió del bolsillo de su armadura.
Una pequeña piedra gris, que emitía un brillo azulado a través de pequeñas grietas. La Piedra de la Barrera de Kikka. La luz que salía de la piedra era tan pura, tan contraria al resplandor siniestro del Otro Mundo que solo tenerla en frente era reconfortante. Sansker estiró su mano para recuperarla.
Apenas sus dedos tocaron la superficie de la Piedra de la Barrera, tuvo una fuerte visión. Kikka, sonriéndole abiertamente y hablándole con calma, con una confianza tan absoluta que incluso él se sintió convencido.
—Si alguien puede hacerlo eres tú. Unirlos a todos… salvarnos a todos…
Salvador, unificador. Las Mitama le habían hablado de ello todo el tiempo. John nunca quiso algo así. El manto del Gran Unificador lo aterraba, y solo ahora se daba cuenta ¿Cómo podía alguien ser responsable por todos? En su fe, solo una persona logró tal cosa y al costo de su vida. "No puedo asumir esa carga" pensó "No sé si algún día estaré listo". Se puso de pie, temblando de pies a cabeza.
Un peso tan grande que nadie podía cargarlo solo. La respuesta era tan fácil entonces. Sonrió, era su destino el ser demasiado lento para darse cuenta de estas cosas. Sansker se dio la vuelta, ignorando el portal a punto de liberar el infierno en la tierra. Sus compañeros le devolvieron la mirada, confundidos al ver su expresión ¿quién sonreía en el fin del mundo?
Todos ellos le habían enseñado tanto. Cada uno dio dado su amistad, su confianza y su cariño a quien para ellos era un desconocido. Sansker sabía que nunca podría explicarles cuanto significaba eso para él. Y también que no tenía que hacerlo. Ciertas cosas solo se entendían con el corazón.
—Todos deseamos un lugar al que llamar hogar—dijo, sin importarle que el viento se llevara sus palabras. La Piedra de la Barrera comenzó a brillar más fuerte, hasta que se convirtió en un pequeño sol azul en sus manos. La luz disperso el efecto del miasma, purificando el área alrededor de los Asesinos—Y ese lugar no es otro que donde esta nuestro corazón. Los Oni quieren usar ese deseo para romper el orden del mundo… entonces nosotros lo usaremos para repararlo.
Los cuerpos de sus compañeros comenzaron a brillar. Sansker cerró los ojos, concentrándose. Escuchaba no solo a las Mitama, también las voces de sus amigos. Hatsuho, Ibuki, Ōka, Hayatori, Nagi, Fugaku… incluso a través de la piedra pudo sentir a Kikka, Shusui. Voces que rápidamente se unieron a la suya. Las Mitama se manifestaron a su alrededor y una en una entraron en su cuerpo. Hasta que Sansker sintió todos los espíritus en él.
Levantó la mano hacia el cielo, con la Piedra en su palma, y una columna de luz azul surgió como una cascada ascendente, envolviéndolo en un brillo intenso, pero aun así gentil. Una luz que no segaba, sino que iluminaba la oscuridad.
La columna de luz llego hasta las nubes rojas y negras, empujándolas y arremolinándolas, creando una perturbación en el ritual. Sansker estaba completamente consumido en la luz, y sintió las almas que gritaban darse cuenta. Poco a poco, una a una al principio, pero luego más y más, unieron su voz, su esencia con la luz. Era abrumador, como ser una gota de agua en un océano. John ya no podía saber dónde terminaba él y donde empezaban los demás. Y cuando hablo, fueron cientos si no miles, los que dieron a una voz.
—Estamos unidos como uno solo.
La luz aumento su intensidad y entonces el mundo se volvió un intenso resplandor blanco, que barrio todo a su alrededor.
Ōka no sabía qué estaba pasando. Toda su fuerza y su voluntad se evaporaron cuando la nube de miasma los envolvió. El terror de haber fallado, de que ahora todos morirían, fue más de lo que pudo soportar por un momento. Al ver a todos derrumbarse a su alrededor, su corazón luchó para que no se rindiera, pero fue imposible no sentir esa horrible impotencia una vez más.
Entonces, Sansker se levantó. Su cuerpo brillaba con una luz tan pura que el aire se purificó al instante. Los miró brevemente, ofreciendo una suave sonrisa, y Ōka sintió una conexión inmediata con él, con Kikka y con sus compañeros. Cada relación importante en su ser era un punto de luz que le hizo entender todo lo que significaban los unos para los otros. Por un momento, Ōka pudo comprender a sus amigos, a su hermana, a todos, mejor que nunca.
La sensación fue pasajera, pero la impresión, eso lo supo al instante, nunca la dejaría. Sansker alzó la mano al cielo y desapareció en un rayo de luz. Ōka levantó la vista, y vio todo el miasma, toda la corrupción, arremolinarse como si intentaran sofocar la luz. Solo que la oscuridad que un minuto antes parecía absoluta, ahora se volvía impotente. Y luego todo se volvió blanco.
Ōka parpadeó, creyendo que estaba cegada. Durante unos segundos, no entendió lo que veía: algo negro, pero no ominoso, salpicado con infinitos puntitos de luz. Era el cielo nocturno. Estaba mirando las estrellas. No la imagen distorsionada del Otro Mundo; este era puro, libre de miasma y corrupción.
—Es de noche—dijo Hatsuho, mirando el cielo con tanta fascinación como ella—Pero, ¿cómo? Apenas debería ser mediodía.
—Los Oni distorsionan el tiempo—respondió Nagi—. Es posible que lo que para nosotros fue un momento, para el resto del mundo fueran varias horas. Hay una teoría muy interesante al respecto...
—¡Lo podemos hablar después!—se apresuró a intervenir Ibuki, antes de que la arquera pudiera empezar.
Ōka se rio suavemente al ver la expresión de Nagi. Por su parte, ella estaba maravillada. Y no era para menos. Buscó a Sansker con la mirada. Él estaba algo apartado de ellos, mirando un objeto que tenía en sus manos. Ōka le puso una mano en el hombro.
—Unir a todas las almas, destruir a todos los Oni —dijo ella, haciendo que él levantara la vista—. No hay duda, realmente eres el Gran Unificador.
—Me lo han dicho varias veces —respondió Sansker guardándose el objeto en el bolsillo—. No sé si de verdad importe.
—Eres nuestro capitán, y acabas de salvar el día —dijo Fugaku apareciendo al otro lado y dándole una palmada a Sansker en la espalda—. Títulos, leyendas y todo eso son una pérdida de tiempo. Lo que importa es lo que acabamos de conseguir.
—Es cierto, salvamos al mundo, ¿no? —dijo Hatsuho, súbitamente emocionada— ¿Eso no nos hace héroes?
—Solo cumplimos con nuestro deber—apuntó Hayatori con calma.
—Oh, vamos, no seas tan serio, la niña tiene razón —dijo Ibuki, ignorando el gruñido de rabia de Hatsuho—. Este tendrá que ser un día para celebrar. No estaría mal que nos alabaran un poco.
—Se hará un registro histórico al respecto —dijo Nagi, asintiendo—. Hay que asegurarse de que sea lo más detallado posible.
—Bueno, no estoy seguro del protocolo por salvar el mundo—dijo Sansker—Pero si puedo delegar, que alguien más haga el papeleo.
Todos se rieron. No tanto de la broma, sino como una manera de liberar tensión. Ōka se sentía ligera. Ahí estaban, después de una batalla cruenta, después de salvar el mundo y ahora todo se sentía tan… especial y mundano a la vez.
Alivio, esperanza, todo eso hacía que su corazón saltara de emoción. Por primera vez en meses, Ōka se sentía completamente libre de cargas y no podía estar más feliz al respecto. Solo había una cosa que deseaba hacer.
—Vamos entonces—dijo Ōka. Se dio la vuelta—Tenemos gente esperando por nosotros. Es el momento de volver a casa.
La victoria nunca se había sentido tan intensa. Los Asesinos volvieron a Ukataka con calma. Por el camino apenas vieron algún Oni, como si la destrucción de su puerta hubiera dispersado a todos los demonios. No era señal de que desaparecieran, pero su ausencia confirmaba el éxito.
Sansker comenzó a caminar un poco más despacio, dejando que los otros se le adelantaran. Aún recordaba lo que sintió al unir todas esas almas con la suya. Era una experiencia que no creía que pudiera describir adecuadamente. Si alguna vez se atrevería a hablar de ello. Los otros no le preguntaron, quizás entendiendo que no deseaba, o no podía, explicarlo.
El principio había sido un choque de energía, como si una tormenta surgiera de su interior, cada rayo, cada giro del viento una conexión con otra alma. Sus voces, memorias, ideas y deseos manifestándose al mismo tiempo. Como si leyera mil libros a la vez, experimentando todas las vidas en un instante. Una marea tan fuerte que por poco lo destruye. Y luego la calma.
Cada alma fundiéndose, uniéndose como parte de un todo inconmensurable, dirigidas por un propósito. Sansker nunca podría olvidar ese ultimo momento, cuando todos fueron uno y juntos cerraron la puerta. Los Oni, con su caos, había usado los dispersos deseos de las almas humanas para romper la barrera del tiempo. Él los unifico en lo único que todos estaban de acuerdo: salvar a sus seres queridos. Ese fue el error de los Oni, subestimar la capacidad de las personas para unirse en un momento tan crítico.
Sansker cerró los ojos brevemente, respirando con lentitud y frotándose el rostro. Aún tenía ecos de recuerdos, emociones y otras imágenes que no le pertenecían. Podía recordad vívidamente haber luchado en una batalla donde tanto él como sus compañeros cargaban escudos rojos enormes, casi tan grandes como él. También recordaba agonizar sobre un lecho, suplicándole a dioses extraños que su hijo no hubiera nacido muerto. Había sido un granjero, una reina, un amante y mil cosas más.
Todo eso desaparecería. Estaba seguro. Con el tiempo sus recuerdos dominarían esas impresiones y su mente quedaría tranquila. De eso estaba seguro. Era como fusionarse con una Mitama, por un tiempo podían ser uno, pero al final regresaban a ser dos.
Levantó la vista. Estaban llegando a la entrada de Ukataka más allá de las ruinas exteriores. El puente colgante, franqueado por dos enormes Piedras Espirituales, coronadas por una shimenawa entre ambas, estaba a la vista y los estaban esperando. El jefe Yamato sujetaba a Kikka por los hombros, y ambos sonrieron al verlos acercarse.
Hatsuho corrió hacia ellos, saludando al jefe alegremente. Fugaku solo camino despreocupado, encogiéndose en hombros. Ibuki dijo algo que molesto a Hatsuho que se volvió hacia él con cara de pocos amigos, pero sin que el lancero se inmutara. Nagi rio por lo bajo, inclinándose con respeto frente al jefe y Kikka, igual que Hayatori. Ōka fue la última en acercarse, abrazando a su hermana.
El grupo entero se volvió hacia él y Ōka le hizo un gesto para que se acercara. Solo entonces Sansker se dio cuenta de que se había quedado atrás ¿por qué? Quizás solo quería verlos a todos, estar seguro de que ellos seguían allí. O tal vez fue solo otra de sus epifanías, esas mismas que solo le llegaban mucho despues de lo necesario. John avanzó, sintiendo la gravilla crujir bajo sus botas. Kikka fue la que lo recibió.
—Bienvenido de vuelta—dijo ella simplemente, dándole una sonrisa.
Sansker la miro sujetando sus manos entre las suyas y luego a todos los demás. Sí, esta era otra realización que le llegaba tarde. Una que en realidad debería haber resuelto mucho antes.
—Ya estoy en casa—respondió él. Por primera vez en mucho tiempo, podía decir que tenía un hogar.
Y con esto la historia llega a su final. Para cualquiera que se haya tomado la molestia, solo puedo agradecer enormemente y decir que: si les ha entretenido, esa es mi recompensa y si les he ofendido, les pido perdón.
