Twilight y sus personajes pertenecen a Stephanie Meyer. "Solace" es una historia de fanficsR4nerds. La presente traducción ha sido realizada con su autorización y no tiene fines de lucro.

¡Gracias, Sully!


Capítulo 17

Una vez más me despierto sola. Esta vez, hay un trozo de pergamino sobre la almohada a mi lado.

He ido a entrenar con Michael y no he tenido valor para despertarte.

Edward

Miro las florituras de su escritura y me doy cuenta de que nunca la había visto antes. Es la primera vez que me escribe. Estoy sorprendentemente herida por esto y vuelvo a colocar la nota sobre la almohada, dejando escapar un largo y cansado suspiro.

Mi corazón está apesadumbrado por las acusaciones contra Edward. Siento en mi corazón que lo conozco, lo amo de verdad, pero mi mente está menos segura de todo. ¿Qué tan bien lo conozco realmente? Me ha mantenido a distancia de tantas maneras que muy bien podría estar ocultándome muchas cosas.

Levanto una mano y la froto sobre mi pecho, como si pudiera aliviar el dolor allí.

Alguien llama a la puerta, me siento y le digo al visitante que puede entrar. Reconozco a una de las doncellas de Rosalie cuando entra con una bandeja.

—Mi señora —dice con una pequeña reverencia—, su desayuno.

Asiento sorprendida y ella deja la bandeja en la mesa pequeña antes de girarse hacia la chimenea para avivar el fuego. —¿Lo envió mi marido? —pregunto mientras salgo de la cama. Cruzo la habitación, tomo mi bata y me la pongo antes de que ella se gire para mirarme.

—No, milady. Lo envió la duquesa.

Mi corazón se hunde. —Ya veo —digo en voz baja—. Gracias.

Asiente y se agacha una vez más antes de salir de la habitación. Me dirijo a la bandeja y miro los huevos y las gachas. Mi estómago está hecho un nudo por Edward, pero sé que si no como aquí y ahora, estaré demasiado cohibida frente a las damas de la corte para comer mucho más tarde, así que me siento y me obligo a tomar una porción de alimento.

El sabor es más que adecuado, pero algo deficiente en comparación con la comida de Rowanberry.

Nunca he sentido tanta nostalgia.

Ni siquiera el atractivo de pasar tiempo con mi hermana me ha facilitado este viaje. Puedo sentirme contando los días, anhelando regresar a casa, a mi vida tranquila, una donde el juicio y la traición no me esperan en cada esquina.

Al pensar en la traición, mi mente de repente evoca el mensaje que me dio la madre Maria hace semanas.

Escúchame atentamente...Hay una oscuridad que se cierne sobre tu futuro. Una pérdida terrible. Debes aprender a escuchar lo que no se dice y ver lo que no se ve… Debes tener coraje. No puedes confiar en el león.

Me tiemblan las manos y la cuchara cae ruidosamente en la bandeja. La madre Maria no podría haberlo sabido, ¿verdad? No podría haber estado hablando de Edward.

El león... Le Lion...

No puede ser.

Mi cabeza da vueltas y siento que voy a enfermarme.

Corro por la habitación, encuentro un lavabo que se usa para lavar y me inclino sobre él a tiempo para que mi desayuno vuelva a subir. Mi cuerpo sufre arcadas al pensar que Edward podría ser esta persona, este monstruo, como todos lo han descrito.

No puede ser. No puede ser.

Las lágrimas corren por mi rostro mientras me recuesto contra una pared, alejando el lavabo de mí. No puedo aceptar esta noticia. Debo hablar con Edward directamente.

A pesar de mi seguridad, me lleva mucho tiempo levantarme del suelo y vestirme. Excepto que los vestidos de la corte son más complicados que mis vestidos simples y, a mitad de camino, me doy cuenta de que necesitaré ayuda. Miserable, me pongo otra vez la bata y salgo de nuestro dormitorio en busca de una criada.

Dos pasan con ropa de cama en brazos y levanto una mano para hacerles señas. —Por favor, ¿podrían enviar a alguien para que me ayude a vestir? —Mi voz es demasiado suave y débil y me odio por la vulnerabilidad que estoy mostrando.

Las criadas me miran con los ojos muy abiertos, pero asienten y una le pasa la ropa de cama a la otra. —Yo la ayudaré, señora —dice, volviéndose hacia mí.

Regreso a mis habitaciones con la criada siguiéndome. —¿Cómo te llamas? —pregunto mientras entramos a mi dormitorio. Me giro a tiempo para ver una expresión de sorpresa en su rostro joven.

—Johanna Beckett —dice, haciendo una rápida reverencia.

Asiento con la cabeza. —¿Puedo llamarte Johanna? —Es una petición inapropiada, lo sé. Soy informal con Angela, pero eso es en la privacidad de nuestra propia casa.

Johanna parece sorprendida. —Oh, bueno, sí, si mi señora lo desea —dice, sonando como si quisiera algo más que informalidad entre nosotros. Inmediatamente me siento mal por preguntar.

Cruza la habitación y recoge el vestido que estaba intentando ponerme antes. Ella me mira expectante y me quito la bata, moviéndome frente a ella. Sus movimientos son rápidos y eficientes, y antes de lo que hubiera imaginado, estoy preparada para el día.

—¿Terminó de desayunar? —pregunta Johanna, señalando la bandeja.

Me estremezco. —Sí. —Señalo el lavabo al otro lado de la habitación—. Pido disculpas, pero estuve enferma esta mañana.

Ella mira hacia arriba y veo una leve mueca en su rostro. —No es una molestia, señora. Será atendido.

Suspiro. —Gracias, señorita Beckett.

Ella me da una pequeña sonrisa mientras saca la bandeja de la habitación. Vestida y sin nada más que me distraiga, recojo mis cosas y salgo, buscando a Edward.

Me encuentro con la condesa Middleton y la baronesa Stukely durante la búsqueda de mi marido varias horas después.

—Lady Cullen —dice la condesa, su voz todavía melosa e infantil—. Vaya, te ves... —Hace una pausa y una sonrisa cruel aparece en sus labios—. Encantadora, querida. Simplemente encantadora.

Sus palabras están llenas de malicia y sé que, según sus reglas, ya he cometido algún tipo de paso en falso, aunque no he hecho nada más que vestirme para el día.

—Es bueno verlas, condesa Middleton, baronesa Stukely —digo, haciendo rápidas reverencias—. Sin embargo, si me disculpan, estoy buscando a mi marido.

La condesa Middleton niega con la cabeza y envuelve su brazo en el mío. —Oh, por supuesto que no —protesta ella—. La duquesa está organizando un almuerzo en el jardín. Debemos ir de inmediato.

Abro la boca para protestar, pero la baronesa se acerca a mí y me pasa el brazo por el otro codo. —Estarás bien vestida así —me dice, no sin crueldad.

Me arrastran fuera del castillo hacia los jardines que se extienden a su alrededor. Hay un pabellón de tiendas de campaña levantadas al otro lado de los jardines, y supongo que ese es nuestro destino.

—Espero que no te hayamos molestado ayer —dice la condesa mirándome—. Debe ser espantoso estar casada con un hombre tan monstruoso. No queríamos causarte ninguna tensión indebida por este asunto.

Puedo decir por su tono que había sido su intención exacta hacer precisamente eso.

—Mi marido es un hombre honorable —digo, instando a mi voz a ser firme—. No soy tan voluble como para afectar mi matrimonio por chismes tontos. —Casi creo en mis propias palabras.

A mi lado, veo que la boca de la condesa se frunce rápidamente. —En efecto —acuerda, y no creo que sea mi imaginación que me agarra el brazo un poco más fuerte.

Llegamos al pabellón poco después y estoy cansada de ver caras nuevas mirándome. Las presentaciones son breves y no entiendo ni un solo nombre o título. Rosalie está sentada lejos de mí, y debido a mi posición social, no hay manera de que me acerque más, así que me resigno a mi lugar, miserable.

Como predije, no puede digerir mucha comida, aunque ahora tengo hambre. A pesar del festín que tenemos ante nosotros, las mujeres apenas comen. Consigo un bocado de tarta de pera y dos bocados de faisán.

Todo mi día está lleno de chismes y mujeres que me miran con los ojos muy abiertos cuando descubren con quién estoy casada. Es un sentimiento tan terrible y miserable, y todo el día anhelo dejar a estas mujeres chismosas y encontrar a mi marido.

Pero al igual que la noche anterior, no lo veo ni una sola vez, y una vez más me quedo dormida antes de que él regrese a nuestras habitaciones.

Casi toda la semana transcurre de la misma manera. No veo a Edward en absoluto, porque se levanta antes que yo y se va a entrenar, y luego las mujeres de la corte me consumen por completo. No he hecho amigas, no he pasado un solo momento con mi sobrina y no he tenido oportunidad de hablar con mi hermana. Nunca me había sentido tan perdida y sola.

Dos días antes de que llegue el rey y el baile comience oficialmente, Rosalie hace un anuncio terrible.

—Mis queridos amigos —grita, con una amplia sonrisa y la incomodidad de su embarazo borrada momentáneamente de su rostro—. Su excelencia ha tenido una idea realmente maravillosa —dice—, para el día de hoy ha decidido organizar un torneo amistoso y ha solicitado que las esposas de los hombres asistan para animar a sus campeones.

Por toda la habitación estallan risitas emocionadas, pero siento un sudor frío recorrer mi cuello. ¿Un torneo? ¿Qué clase? ¿Qué se verá obligado a hacer Edward?

Antes de que pueda protestar, nos llevan desde el castillo y cruzamos los terrenos hasta una arena llena de varias armas. Hay asientos elevados alrededor del borde y nos alineamos según nuestro rango. Soy una de los más alejadas de Rosalie y me giro en mi silla, deseando poder hablar con ella.

Se oye un sonido agudo de trompetas y luego el duque entra en la arena, sonriendo a los asientos llenos. Es más de lo que las esposas vienen a ver, y cuanto más se llena la arena, más ansiosa me pongo.

—¡Mis invitados! —brama el duque—. ¡Qué ocasión tan memorable es esta! —Se oye un fuerte aplauso desde las gradas y siento que los latidos de mi corazón se aceleran. —En mi sabiduría y generosidad, he decidido organizar este torneo para celebrar el regreso de la batalla de nuestro valiente general—. Se da vuelta y avanza por la arena. Mi corazón se hunde cuando veo a Edward vestido con sus insignias de guerra, el metal de su armadura brillando intensamente bajo el sol. Levanta una mano y saluda rápidamente a la multitud.

No.

—¡Que comience el torneo! —grita el duque antes de salir de la arena.

No quiero ver a Edward pelear. Una parte de mí teme verlo herido, y otra parte de mí está aterrorizada ante la perspectiva de ver la sed de sangre de la que la gente lo acusa. Mis manos tiemblan en mi regazo mientras mis ojos permanecen fijos en mi marido. Es uno de los más altos en la línea de hombres, pero no el más ancho. Mis ojos recorren la insignia pintada en el escudo pegado a su brazo (un león y tres lirios) y siento que voy a enfermarme.

Nunca he visto ningún tipo de combate. Los torneos de justas están pasados de moda y anticuados, algo que no se hace desde hace mucho tiempo. Sin embargo, puedo ver que mientras los hombres se preparan para luchar entre sí, la multitud está adquiriendo una especie de alegría perversa ante la perspectiva del derramamiento de sangre.

Rezo en silencio para que todo termine.

Los dos primeros hombres en competir suben a sus monturas, con sus armaduras brillantes bajo el sol del verano. Reconozco a uno de ellos como el marqués Harcourt, y mis ojos recorren la fila hasta la marquesa que parece realmente enferma al ver a su marido en la arena. Quiero acercarme a ella, consolarla y asegurarle que no está sola en su miedo, pero está demasiado lejos y la multitud es tan ruidosa que no hay esperanza de que mis palabras sean escuchadas.

Un moderador se adelanta, mira entre los dos hombres y explica las reglas del combate. Apenas puedo oírlo entre los crecientes cánticos y gritos a mi alrededor. Veo una bandera ondear y luego la arena se despeja, quedando únicamente los dos hombres a caballo. Un suspiro más tarde, están cargando uno hacia el otro, con las lanzas preparadas.

El sonido es horrible, un crujido de madera y un golpe de metales y cuerpos que provoca un escalofrío profundo en mi columna. El marqués Harcourt cae de su montura y creo que seguramente no podrá continuar. Pero descarta su lanza rota y toma su espada mientras su oponente desmonta de su propio caballo. La batalla se convierte en lucha con espadas, y el choque del acero me arranca jadeos de sorpresa.

Es terrible de ver.

El marqués recibe un golpe en el hombro que creo que seguramente acabará con él. La espada de su oponente sale ensangrentada, pero el marqués se pone de pie tambaleándose y continúa contraatacando, su arma pesada balanceándose salvajemente en sus manos.

La batalla termina cuando el marqués finalmente logra vencer a su oponente, librando al otro hombre de su espada y obligándolo a rendirse.

Se escuchan llamadas y gritos sedientos de sangre en la arena mientras el marqués se vuelve hacia el duque y le ofrece una temblorosa reverencia.

Veo a la marquesa levantarse de su silla y deslizarse entre los asientos, presumiblemente corriendo para encontrarse con su marido.

Las batallas se vuelven cada vez más violentas a medida que el día se vuelve cada vez más caluroso. La multitud es feroz y pide sangre mientras los hombres se destrozan entre sí en la arena.

No puedo entender el propósito de todo el asunto. El duque es el noble de mayor rango aquí, pero seguramente no tiene mucho sentido hacer que sus hombres peleen así. Si todos fueran soldados, podría entenderlo, pero la mayoría de los hombres son nobles, sin entrenamiento y en mala forma.

Es tan absurdo que apenas puedo soportar mirar.

Entonces Edward entra a la arena y mi respiración se detiene por completo.

Parece cada centímetro del general parado allí con su armadura. Parece más grande vestido con las insignias de guerra, formidable. Intento ver su rostro, mirarlo a los ojos para poder decir si esto es un placer para él o no, pero su casco me lo impide.

El combate comienza y Edward se lanza hacia su oponente en su montura con tal velocidad y precisión que inmediatamente me queda claro que ninguno de los hombres que lo precedieron ha visto alguna vez la guerra.

El golpe de Edward es tan preciso que su oponente sale disparado de su montura, volando hacia atrás mucho más lejos que cualquier otro hasta el momento. Edward se baja de su caballo en un instante, sin molestarse en desenvainar su espada mientras avanza.

Es deslumbrante y aterrador, tan rápido y eficiente como una víbora mientras esquiva un golpe del hombre que lucha por ponerse de pie. En una única y rápida maniobra, Edward hace girar al hombre, toma su espada y lo arroja de nuevo al suelo. La bota de Edward aterriza en el pecho del hombre, su propia espada colocada sobre su garganta mientras levanta las manos en señal de rendición.

La pelea de Edward es por lejos la más rápida, pero he visto todo lo que necesitaba. Mi marido es bueno en su trabajo, demasiado bueno.

Se baja del pecho del hombre y levanta a su oponente derrotado antes de volverse hacia el duque. Cuando se quita el casco para hacer una reverencia, me horroriza la brillante sonrisa en su rostro.

Ha disfrutado esto.

Esto es un horror como nunca lo había conocido. Siento que me enfermaré si sigo sentada aquí.

Una vez finalizada la primera ronda de peleas, comienza la segunda ronda. Esta vez, a pesar de que la mayoría de ellos están heridos, los luchadores son mucho más agresivos y, más de una vez, se me revuelve el estómago al ver la sangre roja salpicar la arena.

Cuando llega el turno de Edward nuevamente, no puedo presenciarlo. Mantengo mis ojos en mi regazo, las lágrimas corren por mis mejillas mientras trato de asegurarme de que todo mi matrimonio no es una mentira.

La multitud comienza a cantar, un nombre que corta el corazón de mi pecho.

¡Le lion! ¡Le lion! ¡Le lion!

Es demasiado, y antes de que el combate de Edward termine, ya estoy de pie, saliendo de la arena.

Puedo escuchar a la multitud rugir mientras regreso al castillo, y rezo en silencio para que Edward esté ileso. A pesar de mi miedo e incertidumbre, no puedo negar el amor que mi corazón magullado todavía siente por él. Puede que no sea el hombre que pensé que era, pero en algún lugar de su corazón está el hombre que conozco.

Sólo rezo para que sea más fuerte que el instinto de violencia de Edward.

El castillo está casi vacío cuando regreso. No quiero nada más que ir a mis habitaciones y acurrucarme, fingiendo que esto de la semana pasada no sucedió en absoluto.

Mientras subía las escaleras, me sorprendo cuando me encuentro con Michael.

El hermano de mi marido parece sorprendido al verme, aunque su rostro rápidamente se transforma en uno de molestia.

—Michael —digo, limpiando las lágrimas de mi mejilla.

Milady —dice, con voz rígida—. ¿Se dirige a sus habitaciones? —pregunta, mirando la escalera detrás de él.

Asiento con la cabeza. —Sí.

—Pero el torneo continúa —responde.

Sacudo la cabeza. —Me temo que no tengo mucho estómago para la violencia.

Las cejas de Michael se fruncen y, por un breve momento, se parece a Edward.

—¿Miedo a la guerra y casada con un general? —pregunta. Su tono raya en la burla y lucho por no estremecerme—. No es de extrañar que mi hermano quisiera disolver su matrimonio.

Siento que podría desmayarme. —¿Qué? —croo.

—Me escribió poco después de su regreso a Rowanberry —dice con mirada dura—. Pensó que su matrimonio no encajaba después de todo y que sería mejor si se disolvía.

Puedo sentir mi cuerpo comenzar a temblar mientras trato de entender lo que está diciendo. —Mientes —le digo, mi voz es un susurro tembloroso.

Michael mete la mano en el bolsillo y saca un pergamino gastado. —No. Aquí está la carta si deseas verla por ti misma.

Miro el pergamino, apenas puedo discernir nada sobre él a través de mis lágrimas. Después de un largo momento, levanto la mano y se lo quito.

—No es ninguna vergüenza admitir que algo no funciona —dice Michael con dulzura—. Una disolución los liberará a ambos y les otorgará una nueva vida.

Giro la cara y lo miro atónita en silencio.

—Está claro que sus diferencias son demasiado grandes para superarlas —continúa—. Mi hermano es un héroe de guerra. La violencia y el derramamiento de sangre están en su propia naturaleza. Esa no es la vida para alguien como tú.

Aplasto el pergamino contra mi pecho.

—Gracias, Michael. Debes disculparme. —Mi voz es hueca y Michael asiente y se hace a un lado. Paso junto a él con las extremidades doloridas, las lágrimas corren por mi rostro cuando finalmente llego a nuestro dormitorio.

Las habitaciones están frías y me doy cuenta de que los fuegos no han sido atendidos y no quedan más que brasas escasamente encendidas.

Con cuidado, recojo un tronco y lo coloco en el hogar, con la esperanza de que se encienda. Miro la carta arrugada en mis manos y dejo escapar un suspiro tembloroso.

Hundiéndome en la silla frente al fuego, abro la carta.

Querido Michael,

Fue bueno saber de ti. Me alegra saber de tu ascenso y de las novedades en casa. No sabes cuánto extraña mi corazón a nuestra familia.

He regresado de la campaña a Rowanberry a tiempo. En mi última carta, especulé sobre cómo sería la vida cuando llegara a la propiedad, pero me pesa el dolor de informar que nunca me había equivocado tanto.

Mi esposa es fría con nuestro matrimonio y sospecho que me odia. Apenas puede mirarme sin temblar de miedo y, además, no la culpo por ello. Es un ser suave, tierno e inocente. No puedo imaginar cómo debe ser compartir cama con una bestia como yo.

Aunque esperaba que este matrimonio funcionara, temo que la disolución será nuestro único camino. Somos demasiado diferentes y no sé si este miedo y este odio se pueden superar. No puedo vivir así, que me consideren una bestia monstruosa, y que ella nunca me vea como nada más que eso.

He considerado tus noticias sobre el rey buscando un pretendiente para su hija. Hablaremos más sobre este asunto la próxima vez que podamos reunirnos.

Me han convocado ante el duque para su baile de esta temporada. Espero que nuestros horarios se alineen y poder verte nuevamente.

Extraño nuestras charlas.

Tu hermano,

Edward

Leo las palabras una y otra vez, deseando que cualquiera de ellas tenga sentido. Me muevo a nuestro dormitorio, recupero la nota que Edward me dejó hace varios días y me siento frente al fuego nuevamente, tratando de comparar los escritos.

Para mi ojo inexperto, la letra se ve igual y mi corazón se aprieta dolorosamente en mi pecho.

Edward no me quiere.

Nuevas lágrimas me invaden y, antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, me pongo de pie y salgo de nuestras habitaciones. Me muevo por instinto, ascendiendo más a través del castillo hasta que estoy fuera de las puertas de Rosalie. Ella está en el torneo junto con todos los demás, pero necesito desesperadamente un lugar seguro.

Entro en sus habitaciones y me acuesto en su cama. En el momento en que mi cabeza está contra una almohada, estallo en lágrimas, tan profundas y crudas que sacuden todo mi cuerpo hasta la médula.

Sollozo hasta que caigo en un sueño terrible e irregular.


Nota de la traductora: ¿Opiniones?

Gracias por comentar en el capítulo 16 a:

Ali-Lu Kuran Hale, AlmaCullenMasen, AnnieOR Antonia , arrobale, Beatriz Gomes2, Car Cullen Stewart Pattinson, Clau, E-Chan Cullen, Edith, Krisr0405, Lady Grigori, ldrt12, Lectora de Fics, LILIANA DIAZ, Lily, malicaro, Maryluna, miop, Noriitha, PRISOL, quequeta2007, sandy56, saraipineda44, Tata XOXO, Tefy, Troyis, Tulgarita y algunos "Guests".

A más comentarios, menos tiempo de espera.