El Final del Monstruo

Creo que por fin comprendo el propósito de Marco. No lo había percibido antes, pero ahora veo que es similar a lo que ocurrió con padre Guise. Ese miasma que lo envuelve está actuando, retorciendo su mente para satisfacer su deseo más profundo.

O quizás sea más que un deseo, tal vez sea su pensamiento más arraigado, su anhelo más profundo.

Las lágrimas brotan sin control al recordar al padre Guise, y la angustia me abruma al comprender que él, a pesar de todos sus horrores, provocaba en mí una profunda compasión.

«¿Sería capaz de enfrentarme a una situación similar?»

«¿Sería capaz de matar a alguien por mi propia cuenta?»

La verdad duele, pero ya lo hice. Me enfrenté a esos pobres demihumanos, y los maté.

Marco y el hombre que recién había torturado se adentran en la ciudad, sus movimientos son fluidos, casi premeditados. Con tapabocas ocultan sus rostros, como si quisieran esconder algo más que su identidad.

Se dirigen a una bodega, y la atmósfera de las calles me embriaga, pero no de una manera placentera, sino más bien inquietante.

Las calles, marcadas por el paso del tiempo, parecen desatar en mi sentimientos confusos, me hacen pensar en si Irlam podría verse así algún día.

Aquel hombre parece nervioso, pero no tanto por Marco. Mira a todas partes, como si ocultase algo. La bodega, imponente y desgastada por el olvido, se alza por lo alto, recordándome la bodega militar en Irlam.

Sus paredes resquebrajadas y su techo agrietado son testigos mudos de incontables historias de desesperación y desengaño que han ocurrido en ese lugar.

Entonces el hombre le insta a entrar. Marco no dice nada y simplemente avanza, sin miedo a lo que puede suceder.

En el interior, la escena es aún más desoladora. La oscuridad se cierne sobre cada rincón, revelando apenas contornos borrosos y sombras inquietantes. La niña, atada a una silla en el centro de la habitación, es el único punto de luz en medio de tanta oscuridad. Sus ojos, llenos de miedo y confusión, buscan desesperadamente una salida a su tormento.

La tensión se palpa en el aire cuando el traidor entra en escena. Sus gestos delatan su nerviosismo, pero no tanto por Marco como por algo que oculta. Mis ojos escudriñan el lugar, y la visión de la niña atada en la silla me hiela el alma.

Marco parece reconocerla al instante, aunque no pronuncia palabra alguna.

Con determinación, decide enfrentar al traidor por su cuenta. Una sonrisa se dibuja en su rostro, como si ya conociera el desenlace inevitable. Agarra su pistola y, sin titubear, dispara al traidor.

¡Bang!

El estruendo del disparo parece despertar a un enjambre de hombres que emergen de los rincones más oscuros. Se acercan lentamente a Marco, mientras él los observa con una calma desconcertante.

—¡Manos arriba! —gritan, apuntándole con rifles y saliendo de sus escondites.

Marco solo mira como si nada le sorprendiera, los hombres se acercan a Marco. Todos con trajes militares, y armas como las que vi antes. Sus movimientos son coordinados, pero parecen temer a Marco.

Mi corazón late con fuerza, y una sensación de impotencia me invade al darme cuenta de que utilizaron a esa niña como cebo.

Quiero intervenir, quiero salvarlos a todos, pero no puedo intervenir en el pasado.

Los soldados se acercan sigilosamente, con sus armas apuntando para rodearlo. Uno de ellos baja su arma y se acerca a Marco, sacando unas esposas mientras lo mira fijamente a los ojos.

Marco sonríe y pronuncia unas palabras con calma.

—Están muertos.

De repente, una luz intensa emana de los guantes de Marco, inundando la sala y dejando la pantalla en blanco. Poso mis manos sobre mis oídos, buscando no escuchar lo que viene.

—¡AGGGH!

El sonido de cuchillas cortando y disparos intenta sofocar los gritos desesperados de los soldados, creando un caos ensordecedor que perfora mis oídos a pesar de taparlos con fuerza.

—¡Mi pierna! ¡Mi…!

El aire se carga con el olor a muerte y desesperación mientras el caos se desata a nuestro alrededor.

¡Bang! ¡Bang!

Cuando finalmente el tumulto se calma y el sonido se desvanece, puedo ver el horror que ha dejado a su paso.

Los cuerpos de los atacantes yacen destrozados por el suelo, las paredes están marcadas por cortes profundos y las cajas han sido reducidas a escombros. Mis manos tiemblan al darme cuenta de lo que ha sucedido.

El suelo, las paredes, todo está manchado de un carmesí tan profundo que siento el ardor en mi garganta. Pongo mi mano en mi boca, conteniendo las nauseas de la sensación profunda que atraviesa mi ser.

—No puede ser… —susurro, tapándome la boca con horror al comprender que Marco ha utilizado magia.

Marco ha usado magia de viento.

Mis ojos no pueden creer lo que ven, no pueden creer que usara magia, no pueden creer que Marco Luz sea tan cruel. Él solo mira el caos que ha desatado con una expresión imperturbable, sosteniendo su pistola mientras dirige su mirada hacia la niña atada.

Intento encontrar sus sentimientos, pero lo único que me atraviesa es una ola de alegría, una sensación de logro.

—Está loco…

«Que mal… tiene buena suerte» —lamenta Marco en su interior, a pesar de mantener su rostro sereno, sin perturbaciones.

—¿Tío Marco? —la niña pregunta con inocencia, intentando liberarse de sus ataduras. La veo sonreír, sin percatarse del horror a su alrededor.

Pero Marco no sonríe.

«¿Por qué la niña no ve la realidad que la rodea?» Marco la mira fijamente, y sus ojos blancos me muestran la verdad cruda y desgarradora, manchas de quemadura en sus iris, lo que significa que fue cegada a propósito.

Con un nudo en la garganta, abro mis ojos con fuerza, preparándome para lo que está por venir.

La niña, ajena al horror que la rodea, no percibe la tragedia que se cierne sobre ella. Marco la observa con ojos vacíos, sus iris blanco ya no reciben la luz, no pueden ver nada, ni siquiera al monstruo frente a ella.

Mi corazón se contrae ante la inminencia de lo que está por suceder.

—No lo hagas —imploro con desesperación, mis manos presionando mi pecho en un intento desesperado por transmitir mis emociones. Pero sé que mis súplicas caerán en oídos sordos.

¡Bang!

Cierro los ojos de colpe. El sonido del disparo resuena en la habitación, y lo único que se escucha es el sonido seco de la niña cayendo al suelo. Los vuelvo a abrir, viendo detalladamente lo que hizo, viendo en lo que se ha convertido.

Mis ojos permanecen abiertos, incapaces de apartarse de la escena macabra que se desarrolla ante mí. Los ojos de Marco carecen de vida, y la bruma purpura que emana de su cristal se intensifica.

El hecho de que pueda verla me permite intentar excusar, me permite intentar apartar estos pensamientos de mi cabeza. No sé que pensar, no se que decir, pero quiero creer.

«Este no es Marco», repito en mi mente, reconociendo que el verdadero Marco nunca sería capaz de cometer semejante atrocidad. Para él, los niños son sagrados, protegidos bajo su cuidado.

Es una dolorosa verdad que debo aceptar: este ser que observo no es el Marco que conozco.

«No lo es y nunca lo será».

Las lágrimas brotan de mis ojos, fruto de la impotencia y el horror que me embargan. No puedo evitar sentir el peso de la culpabilidad, la certeza de que todo esto es culpa del miasma.

Si no fuera por eso, María no estaría en ese estado, Marco no habría cometido ese acto atroz. Es una cadena de sufrimiento y destrucción desencadenada por la influencia de la bruja de la envidia.

Aprieto mis manos con fuerza, sintiendo mis uñas perforar mi piel. No puedo perdonar a aquellos que han causado tanto sufrimiento a Marco, ni al Marco que tengo en frente, ni tampoco a la bruja de la envidia.

«La persona con la que me comparan.»

—¿Quieres continuar? —La mirada fría de Echidna intentando hacerme retroceder se clava en mi mente.

Es difícil continuar, pero asiento con determinación ante la mirada fría de Echidna.

—¿El miasma te convierte en otra persona? —mi pregunta parece sorprender a Echidna, pero ella responde rápidamente, como si mi pregunta fuese de su interés.

—Bueno, podría decirse que las personas con baja resistencia sucumbirían a esa influencia. —Echidna sonríe, desvelando su siniestra complicidad—. Pero tú sabes que Marco no es débil. Él se entregó al miasma, permitiendo que sus deseos más oscuros tomaran el control. Se convirtió en un monstruo por elección propia. Incluso, aunque no supiera que es el miasma el fue quien se dejó manipular por los pensamientos en su cabeza.

«¿Acabar con la maldición?»

«¿O ser consumido por ella?»

—Aun así, sigue siendo responsable de sus actos imperdonables, ¿no lo crees? —Echidna me mira con una sonrisa maliciosa, mientras lucho por mantener la compostura.

Mis manos tiemblan, mi corazón está agitado.

No sé cómo he logrado aguantar tanto. Siento un impulso abrumador de correr hacia donde está Marco, de intentar entender lo que está sintiendo en este momento.

«¿Seré capaz de odiarlo siquiera un poco?»

Él también fue víctima de alguien, alguien de mi mundo lo manipuló para sus propios fines.

«Al igual que yo, fue quien acabó con la vida de todos.»

Tengo que descubrir quién es esa persona, tengo que seguir observando, analizando. Marco no recuerda nada de lo que ha hecho. Si lo hiciera, jamás se lo perdonaría. Este no es el Marco que conocí, está claro.

Los espíritus que lo acompañan en secreto parecen temerosos a veces, como si el miasma en su interior los amenazara. Aun así, ellos no suelen irse con personas malvadas, ellos lo sienten, de alguna forma u otra.

—Imperdonable la persona que lo ha llevado a este estado, manipulándolo a su antojo. —Mi mente se tambalea entre emociones contradictorias. Las emociones de Marco son complejas, fluctuando entre la ira, el placer y la tristeza.

A veces quiero llorar, a veces quiero reír. No entiendo lo que está pasando.

«Esto enviará un mensaje claro al gobierno: no estoy interesado en hacer rehenes, no sé si aun queden familiares, pero con esto se acaba», murmura Marco, su cuerpo temblando con una mezcla de determinación y desesperación.

—¡Seré libre! —sus palabras resuenan entre disparos y gritos, perforando mis oídos con su desesperada esperanza.

La pantalla se oscurece de nuevo, dejando solo el eco de las palabras de Marco resonando en el vacío. A pesar de haber encontrado una forma de utilizar la magia, Puck confirmó que Marco no tenía una puerta cuando lo conocí.

«¿Me mintió, o había algo más?»

«Entonces, ¿qué significa todo esto?»

—¿¡Crees que puedes matar al presidente y ya!? —grita una voz desconocida, y la pantalla se ilumina de nuevo, revelando una escena que apenas puedo procesar.

En la sala, los cuerpos ensangrentados yacen inertes en el suelo, testigos mudos de la violencia desatada. Solo queda una persona, aterrada y horrorizada, cuya mirada refleja el terror que se ha apoderado de él. Intenta mantener la compostura, pero el miedo lo consume por dentro.

Mientras tanto, Oscar se ríe con desdén, tomando la bandera del país y arrojándola al suelo, donde absorbe la sangre derramada como un macabro lienzo, indicando que su propósito fue cumplido.

Han tomado un país entero.

—Se acabó, todo está a punto de cambiar —anuncia Oscar, acercándose a la persona aterrorizada—. Este es el inicio de una nueva era. A nadie le importa si un país como este cae; lo único que les interesa es asegurar sus propios intereses.

Marco observa en silencio, su rostro impasible como el de un golem, pero sé que en su interior debe estar luchando con los horrores que está presenciando, incapaz de detenerlos.

Es lo que siento.

Oscar toma al hombre y comienza a golpearlo, su rostro distorsionándose con cada golpe mientras el pobre hombre grita en agonía.

—¡Detente! —grita el hombre, pero Oscar continúa sonriendo con siniestra satisfacción.

—Creen tener apoyo, pero todo esto ya está planeado por los demás gobiernos —declara Oscar, mostrando una pistola—. Tienen miedo y quieren hacerse con nuestras armas.

En medio del caos, Marco observa la bandera, sus guantes manchados de sangre goteando sobre ella. Oscar, ensimismado, admira el techo con una sonrisa, revelando sus verdaderas intenciones.

—En un principio pensé que el gobierno era simplemente estúpido —continúa Oscar, disparando a la pierna del hombre, quien grita de dolor—. Pero la verdad es que la corrupción y la codicia son inherentes a la humanidad.

—¡AGGGH! —El hombre se revuelca en la sangre, atrapando la bandera y revolviéndola junto a él—. ¡SALVENME!

—¡JAJAJAJAJAJAJA! —Oscar cubre su rostro con la pistola, riendo y riendo sin parar—. Crees que un simple narcotraficante podría tomar un país, claramente desde hace años tenías los días contados—. ¡Eres un idiota por ser tan crédulo! ¡JAJAJAJA!

Oscar sigue riendo con cinismo, arrojando papeles al suelo mientras el presidente herido grita en agonía.

—Te han traicionado todos, incluso aquellos a quienes amas —proclama Oscar, lanzando la pistola al lado del hombre—. ¿Sabes cuál es la diferencia entre un ser humano y un animal?

El hombre, desesperado, se arroja hacia la pistola en un intento desesperado por defenderse. La escena se muestra ante mí, la desesperación del pobre hombre no le permite ver a su alrededor.

¡Bang!

El sonido del disparo resuena en la sala mientras Oscar, imperturbable ante la bala que pasó a su lado, saca otra arma y acaba con la vida del hombre, poniendo fin a su sufrimiento.

—La codicia —declara Oscar, encendiendo un cigarro con gesto despreocupado—. Esa es la gran diferencia entre nosotros.

Marco observa la escena con calma, solo para notar un mensaje en su teléfono.

«Ya podemos partir», dice la pantalla. Marco cierra los ojos por un momento antes de abrirlos con serenidad.

«Entonces, casi seré libre», piensa Marco mientras dirige su mirada hacia Oscar y se acerca lentamente.

Yo no sé qué pensar, qué opinar. Marco ha cometido estos actos, es un asesino. Quizás no sea consciente de lo que hace, o tal vez haya olvidado su verdadero yo. Quizás desde el principio estaba destinado a pagar por sus futuras acciones.

«Quizas siempre estuvo destinado a pagar por las cosas que su alma hizo.»

Marco se dirige hacia un armario con calma, lo abre y descubre a la persona escondida dentro, llena de miedo y agachada.

Lo que antes era una sala similar a una en un palacio ahora es solo un matadero, un lugar donde la sangre y el olor a muerte reina.

Me preparo para sentir rabia, para sentir dolor.

—Así que aquí estás —dice Marco mientras agarra al individuo y lo arroja con violencia contra la pared opuesta, estrellándose y cayendo al suelo—. Qué tonto de tu parte esconderte.

Abro mis ojos, sorprendida. De alguna forma u otra sé que este es el objetivo de Marco, el objetivo de la venganza de quien realmente le causo todo esto. Quien desencadenó todo.

No siento nada.

No hay ira, no hay tristeza.

No hay emoción alguna.

—Se acabó, casi todos los involucrados están muertos —declara Marco, mirando al profesor, quien comienza a sonreír.

—¿Lo crees? Entonces eres estúpido —responde el profesor, levantándose con dificultad y mirando fijamente a Marco—. Tú fuiste el que causó la muerte de tus padres, el que mató a tus compañeros, el que destruyó tu familia, EL QUE MATO CIENTOS DE INOCENTES.

Las palabras del profesor, llenas de amargura y resentimiento, reflejan la podredumbre de su propio interior.

—Eres solo una rana en un pozo, no sabes lo que haces, maldito psicópata —continúa el profesor, con el rostro contorsionado por la ira y las lágrimas.

Marco observa su pistola por un momento antes de apuntar al profesor. Y entonces, una sonrisa se dibuja en sus labios.

—Entonces, nos veremos en el infierno.

¡BANG!

El eco del disparo resuena en la habitación mientras el cuerpo del profesor cae, y Marco sale de la habitación junto a Oscar. Ha conseguido su venganza, tal como lo deseaba. Pero en mi interior, no encuentro consuelo, no hay emoción alguna tras haber conseguido su venganza.

Pandora, ella me arrebató a mi familia, me arrebató a todas las personas que amo.

Madre Fortuna, Archi, padre Guise. La gente de mis tierras, todos sufrieron por su mera existencia.

«¿Será este el mismo sentimiento que experimentaré cuando la vea?»

«Sería capaz de ser convertirme en un monstruo?»

—¿Qué novedades tienes de los otros países? —pregunta Marco a Oscar con una frialdad que hiela el alma, como si nada le importara en absoluto.

Oscar solo sonríe, contemplando el interior del palacio frente a ellos con aire de superioridad. Decenas de cuerpo y escombros por el suelo, cientos de soldados vestidos con ropaje extraño, pero a la vez lleno de poder.

—Parece que están interesados en establecer relaciones de cooperación y quieren adquirir las armas lamicta. Sugieren que una dictadura en un país como este es posible, pero que cortaran relaciones comerciales por un tiempo —responde Oscar entre caladas de su cigarro—. ¿Quieres más detalles?

Marco niega con la cabeza con desinterés.

—Lo que hagas ya no me importa. Después de todo, mañana ya no tendré lugar en este mundo —dice Marco con una resignación que corta como un puñal.

Oscar coloca su mano en el hombro de Marco, con una expresión de complicidad retorcida en su rostro.

—Te entregaremos a los Estados Unidos como una oferta de paz para evitar cortar completamente las relaciones, mostraremos las pruebas de lo que planeaba el gobierno, todo eso mientras producimos más armamento de destrucción masiva. Así podremos ganar tiempo para sobrevivir —dice Oscar con una sonrisa maquiavélica—. Eres un sacrificio conveniente para ambos, asi que siéntete orgulloso.

Marco mira a Oscar con una mirada vacía, como si ya no quedara nada en su interior.

La pantalla se oscurece nuevamente, dejándome a la deriva en un mar de emociones confusas.

Este Marco que veo ahora, definitivamente no es el mismo que conocí. Sin embargo, sigue siendo él. Todas sus acciones, aunque atroces, llevan su firma.

«Pero si él recuerda todo esto... ¿cómo podré ayudarlo?»

Marco se ha convertido en un monstruo a causa de sus traumas, su situación y el miasma que lo envuelve. Pero sus acciones no son justificables, y tampoco pueden ser fácilmente perdonadas.

No puedo perdonar a este Marco, asi como estoy segura de que él tampoco va a perdonarse haber hecho esto.

«Por él, debo soportar esto y sacarlo de aquí», pienso mientras contemplo mis manos, recordándome a mí misma que aún conservo la fuerza de voluntad para enfrentar lo que sea necesario.

La pantalla cambia, y encuentro a Marco en un helicóptero, su figura diminuta ante el vasto paisaje que se extiende debajo de él.

En la lejanía, diviso un centro gigantesco con forma de estrella, un lugar que parece emanar una oscura presencia, como si estuviera envuelto en un aura de desesperación y desolación.

Este es el destino que Marco buscaba.

Observo con angustia cómo Marco mira sus esposas, rodeado de hombres armados que lo escoltan con rudeza. El helicóptero aterriza, y los hombres descienden a Marco con brusquedad, como si estuvieran tratando con una bestia peligrosa.

Marco, resignado, se deja guiar sin ofrecer resistencia.

Finalmente, lo conducen a una sala donde un hombre imponente lo espera, vestido con un traje que emana autoridad y poder. Sus cejas gruesas y su rostro intimidante son suficientes para infundir temor incluso en los corazones más valientes.

«Se parece a Wilhelm».

—Así que así te ves en persona —dice el hombre con voz grave, clavando su mirada en Marco.

Marco, sin pronunciar palabra alguna, sostiene la mirada del hombre con una expresión vacía, como si estuviera atrapado en un abismo de desesperación y pérdida.

—¿Dónde está mi padre? —la voz de Marco rompe el silencio, pero su pregunta parece perturbar al hombre, quien se levanta y se acerca a Marco con paso firme.

Marco, sin siquiera molestarse en levantar la mirada, permanece inmóvil mientras el hombre habla.

—Te daré los planos y construiré una máquina una vez me den lo que quiero —declara Marco, señalando al soldado que carga sus pertenencias—. Cumpliré mi promesa, les daré la exclusividad que quieren, pero para ello necesito mi celular.

El hombre gigante mira a Marco con molestia, pero finalmente indica al soldado que entregue el celular de Marco.

Marco recibe su celular y, tras unos segundos de deliberación, lo cierra y lo arroja al suelo con un gesto de desprecio.

—Ya no lo necesito. Pueden destruirlo si así lo desean —dice Marco con frialdad, como si hubiera renunciado a todo sentido de conexión con el mundo que lo rodea.

El hombre parece desconcertado, pero antes de que pueda reaccionar, varios hombres con traje irrumpen en la sala, mostrando celulares con urgencia.

—¡Señor, tienen que ver esto! —exclaman los hombres, colocando los celulares en una pantalla.

«El dictador que intentó tomar su país fue asesinado en una serie de explosiones. Se estima que las explosiones causaron estragos en la selva, en viviendas y almacenes alrededor del país. Aun no hay recuento de muertes, pero se estima hay miles de heridos. El palacio de justicia fue destruido por las explosiones, con esto se confirma».

«Este país ha caído».

Todos los presentes miran a Marco en busca de explicaciones, pero él, sin mirar a nadie directamente, comienza a hablar con una solemnidad que hiela mi alma.

—Esos cristales no son de este mundo, pude confirmarlo —declara Marco con una voz cargada de pesar y conocimiento—. Sería lo más lógico. Creo que todos saben el poder que poseen y su potencial destructivo. Lo más lógico es pensar que hay una especie capaz de intervenir en el espacio, quizás una especie que domine la cuarta dimensión, no lo sé.

De repente, Marco desata un estallido de magia, cortando sus esposas y dejando a todos atónitos. Los soldados apuntan sus armas hacia él, pero Marco no muestra ni un ápice de sorpresa.

—La magia parece ser algo real, un concepto que todavía estoy estudiando —declara Marco, colocando su mano sobre su pecho con una solemnidad inquietante—. Tengo un cristal en mi interior. Si mi corazón se detiene o si así lo deseo, todos aquí morirán en una explosión como en el video. Controlo todas las armas que cree, y mi decisión fue explotarlas, eso también incluye las que les vendimos a ustedes, si quiero puedo explotarlo todo.

La confusión y el miedo se apoderan del ambiente. Yo misma me encuentro perdida, incapaz de comprender cómo Marco ha logrado dominar una habilidad tan poderosa, desconocida incluso para él.

—En este momento tienen el país destruido a sus pies, nadie se interpondrá en su camino por los tratados que se hicieron. Si ese país es el inicio de todo, entonces lo pueden convertir en una mina, anexando a la población como caridad y apoyándoles para que los vean como los buenos. —Marco sonríe, viendo la mirada de todos, que parecen entender y disfrutar de las palabras de Marco—. Si quieren ser el primer país en dominar la magia, entonces deben dejarme hacer lo que quiero hacer. Si no, entonces no tendrán nada. La forma de crear la maquina solo existe en mi mente, la memorice, y también la tengo dentro de mí.

El hombre se mira entre sí, y con el celular en su mano, indica que alguien más está escuchando.

—Les daré lo que quieren, pero déjenme ver a mi padre. Una vez lo haga, les explicaré cómo construir la máquina y les daré la posibilidad de activarla —propone Marco, con una sonrisa que envuelve un halo de oscuridad—. Es el motivo por el cual nadie ha podido construir otra, ya que solo YO se cómo hacerlo, nadie más.

Todos los soldados se miran entre sí, los ejecutivos miran hacía Marco. Le temen, a la vez que temen a la magia que acaba de mostrar.

Empiezan a hablar entre ellos y terminan dejando a Marco solo, con el objetivo de reunirse a discutir sobre qué hacer.

Tras horas de espera tensa, los soldados finalmente toman una decisión y llevan a Marco hacia su padre.

El tiempo parece detenerse mientras Marco avanza por las instalaciones del Pentágono. Los soldados se cruzan en su camino, pero Marco avanza imperturbable hacia su objetivo.

Finalmente, se detiene frente a una habitación donde su padre yace inconsciente, conectado a una serie de dispositivos médicos. La imagen es desgarradora: el rostro pálido y demacrado de su progenitor, una sombra de la persona que una vez fue.

Marco se acerca con paso vacilante, sin saber qué decir ni cómo enfrentar la realidad que tiene frente a él.

—Solo soy un monstruo que vino a cumplir su propósito, no tengo nada que decirte —susurra Marco, con los ojos llenos de un dolor insondable.

Su padre, con los ojos aún cerrados, responde con una voz débil pero llena de resignación:

—Entonces hazlo y vete, monstruo. —Su padre se cambia de posición, dándole la espalda—. Perdí a mi esposa, perdí a mi familia, y perdí a mi hijo.

Las palabras de su padre resuenan en el aire, cargadas de dolor y resignación. Marco observa con una frialdad que hiela el alma, incapaz de conectar con el torrente de emociones que emanan de su progenitor.

«Por fin, soy un monstruo de verdad. Sus palabras no me hacen efecto alguno», piensa Marco sonriente, con una sensación de vacío que lo consume por dentro.

«Este Marco, realmente, me repugna.»

—Lo haré, pero te aviso que ya maté a casi todos los responsables —responde Marco, con una voz carente de cualquier matiz emocional.

—Tu… bueno, como padre supongo que fallé —murmura, con los ojos cargados de un dolor insoportable.

Las palabras de su padre lo golpean como un torrente de desesperación.

La mirada de su padre pesa sobre Marco como una losa, pero soy yo quien se ve inundada por una ola de lágrimas y angustia.

Él no.

—No eres mi hijo, mi hijo murió hace mucho y ni siquiera pude verlo.

Aprieto mis manos con fuerza, sintiendo la impotencia y el dolor que se agolpan en mi pecho. Esto sin duda no es de Marco, no de ese Marco. El dolor, la angustia, la frustración. Todos estos sentimientos son míos.

«No son de ese monstruo, si no lo que realmente siento».

—¿Quieres escuchar un poema? —pregunta su padre, y aunque Marco asiente con indiferencia, puedo sentir la tensión en el aire.

Su padre saca una hoja de papel arrugada, y comienza a recitar con voz temblorosa y cargada de nostalgia:

.

"En las sombras del ayer, un hijo se perdió,

un alma luminosa, ahora en sombras se escondió.

De sueños brillantes a caminos torcidos,

se desvaneció el bien en destinos prohibidos.

.

En la niñez, sus risas eran poesía,

un corazón puro, lleno de fantasía.

Pero el tiempo lo llevó por sendas oscuras,

donde los sueños buenos se tornaron amarguras.

.

Aquel niño lleno de esperanza y luz se perdió en laberintos,

en un mundo intruso.

Los sueños inocentes, ahora desangrados,

y en su mirada, sombras han anidado.

.

El hijo bueno, ahora en el recuerdo yace,

como un eco lejano de lo que fue en su espacio.

Un alma perdida en mareas turbulentas,

donde la bondad quedó en promesas rotas.

.

En la ausencia, el padre llora la metamorfosis,

del hijo que se fue, que en sombras se perdió.

Añora al niño bueno, lleno de risas y promesas,

ahora un eco distante, un recuerdo que pesa.

En el lienzo de la vida, trazó senderos sombríos,

pero el amor del padre perdura en los vacíos.

Aunque el hijo se tornara en sombras un día,

en el corazón del padre, la luz nunca se extinguía."

.

Debe ser horrible, ese sentimiento, de ver que tu hijo se convierte en un monstruo. De ver que has perdido hasta la fuente de tu esencia. A tu más grande amor, a tu familia quien amas.

—Siempre creí que tu destino era la grandeza, ser un héroe para las personas que lo necesitas. Asi como ser un héroe para ti mismo. —La mirada perdida de su padre mientras toca algo en su pecho me hace apretar los labios, como si pudiese sentir directamente su dolor.

El hombre que lo ha perdido todo no es Marco.

Si no su padre.

Caigo de rodillas, mis lágrimas desdibujando la pantalla ante mí. Busco desesperadamente algún rastro de emoción en Marco, pero solo encuentro un vacío insondable.

—¿Por qué no hay nada? ¡MARCO! —grito con desesperación, luchando contra la sensación de impotencia que me consume.

Quiero sentirlo, quiero creer que aún hay esperanza, que detrás de esa aparente frialdad, aún queda algo de humanidad en él. Pero mis súplicas se pierden en el vacío, ahogadas por el silencio opresivo que lo envuelve todo.

A pesar de mis anhelos más profundos, sé que el ser frente a mí ya no es Marco, sino una sombra distorsionada de quien solía ser.

—Hijo mío, como padre y como hombre he fallado, por eso… —Las palabras del padre son un lamento cargado de dolor, mientras saca una pistola de entre las sábanas, apuntando directamente a la figura de su hijo—. Esto se acaba aquí.

El disparo atraviesa la sala como un eco de desesperación, pero Marco permanece inmutable, como si la tragedia no lograra perturbar la quietud de su alma destrozada.

Su rostro, una máscara sin expresión, oculta el tormento que habita en su interior, como si hubiera abrazado la resignación como única compañía.

La pantalla se oscurece, dejándome en el silencio desgarrador de la tragedia en frente de mí.

El silencio que sigue es tan pesado que parece ahogar el propio aire, mientras dos disparos desgarran el vacío, llevándose consigo los susurros de un pasado que ya no encuentra redención.