Cuando me levante Atsumu no estaba en la cama. Literalmente teníamos ritmos de sueño totalmente opuestos.

No tenía ni idea de si se había presentado o no a Kenma, que de seguro dormía, pero al ir a desayunar lo encontré nadando en la piscina con un bañador que le quedaba un poco justo, porque era mío.

Salí al jardín, personalmente hacia un poco de frío para nadar pero Atsumu era feliz en el agua y yo no iba a decir nada. Si se ponía enfermo ya le cuidaría Semi.

Me senté en el borde de la piscina con las piernas cruzadas y le miré mientras se acercaba. Levantó su cuerpo sobre el suelo y le vi salir totalmente mojado, sentándose a mi lado. Alargó el brazo para coger una toalla robada. Por suerte era mía, a Kenma no le hacía mucha gracia que tocase sus cosas sin permiso.

—Si podíamos venir a este sitio ¿por qué pasábamos la noche en mi piso de mierda oyendo a Semi tocar la guitarra? — preguntó y se acercó a besarme levemente en los labios. Su piel estaba mojada y olía al cloro de la piscina. Estaba realmente atractivo.

—Porque siempre dijiste "ven a mi casa" y no "vamos a la tuya" — dije preguntándome si seguía enfadado.

Viendo sus abdominales, yo deseaba que no siguiera enfadado pero claro tampoco entendía aún por qué estaba tan molesto. El que tenía que oír cosas sin coherencia, como que quería salir conmigo mientras se follaba a más gente sin dar explicación alguna, era yo. Aunque bueno, supongo que mandar señales de querer intimar no sexualmente solo pero rechazar un compromiso tampoco era demasiado coherente…

—No te voy a mentir, pensaba que independientemente de donde vivieras sería un sitio sumamente sucio y asqueroso...

Era idiota y me encantaba. Empecé a reírme por su imbecilidad. Si bien era cierto yo no era el rey de la limpieza y aquel lugar estaba tan perfecto porque Kenma tenía contratado a alguien que se encargaba de hacer un mantenimiento a consciencia, yo no era un cerdo del todo. Por desgracia, solo nos cocinaba Fukunaga de vez en cuando, pero yo tenía fe en que Kenma contratara a un cocinero algún día o Shohei se mudara a vivir allí y cocinara para todos.

Empecé a reírme y le empuje de nuevo dentro de la piscina, no podía ser tan cruel conmigo sin un castigo ejemplar. Me mordí los dedos de la mano mirándole chapotear en el agua.

Me miró molesto, cuando levantó la cabeza fuera del agua y tiró de mi camiseta tirándome al agua también sin que yo tuviera tiempo a reaccionar más allá de cerrar la boca para no tragar agua.

—Eres imbécil — dijo empujándome y acorralándome contra la pared de la piscina.

Noté su cuerpo contra el mío y le dejé que me besara de nuevo. Me mantuvo las manos por debajo del agua. Era consciente de que en cualquier momento le hundiría para putearle. Qué asco que me conociera tan bien.

—Nací así — dije sintiendo como colaba su mano dentro de mi mojado pantalón corto. Yo tenía prohibido follar en la piscina, pero a ver Kenma estaría durmiendo hasta las tres de la tarde como mínimo así que... Tiré de su bañador apretando su cuerpo contra el mío todo lo que pudiera— ¿Ya no estas enfadado, putilla necesitada?

Tuve la necesidad de recriminarle, pero no era en serio. Tan solo era un juego. Probablemente todo era un juego para mí hasta después de las tres de la tarde. Me mordí el labio, ¿podía fascinarme más su expresión de sorpresa?

—Mira la cerda rencorosa — dijo él riéndose de mi pregunta y quitando me el pantalón para dejarlo fuera de la piscina.

Trié del bañador para quitárselo, intentando no apartarme en exceso. En realidad el sexo en el agua siempre era un poco incómodo, pero era una fantasía recurrente, más desde que habían dicho que estaba prohibido.

Me moví despacio hacia una zona de la piscina menos profunda sin parar de besarle. Su lengua entraba y salía de mi boca mientras me empujaba con las manos en el espacio. Sus brazos pasaron por encima de mi cuello y sentía su polla dura contra mis piernas.

Me empezó a masturbar, mirándome fijamente. Le mantuve la mirada hasta que el fogonazo de calor me abrumó, obligando me a dejar escapar un jadeo.

—Fóllame ya, joder — Le supliqué.

A él le gustaba que le lloriquease tanto como que no le consintiera cuando era él lloraba. En parte era divertido competir a ver cuál de los dos aguantaba más, pero al final a mí me daba siempre igual perder y el adoraba ganar.

—No tengo que hacer siempre yo todo el trabajo — contestó —. Fóllame tu a mí.

Cambiamos posiciones, Le empuje de espaldas contra la pared y le mordí el cuello instantes antes de penetrarle.

Dejó escapar un quejido, seguramente por la brusquedad. Me molestaba tenerlo de espaldas, no ver sus expresiones... Sus gemidos iban en aumento.

—Vamos fuera — dije sin parar de mover las caderas contra él. La sensación de placer me abrumaba, quería parar o me correría antes de tiempo. Pero es que no era culpa mía, él había empezado de aquel modo...

—Cállate, joder.

Dijo lo mismo que yo me decía a mí mismo en mi cabeza. Que más daba, continué embistiéndole tratando de no pensar en nada. Intenté aguantar un poco nás, pero me aferré a su cintura pocas embestidas más hasta llegar al orgasmo.

Me corrí dentro de él. Realmente para estar él viendo a más gente, nos jugábamos una ETS como la copa de un pino. Pero no lo pensábamos, solo éramos en el momento.

Terminamos casi a la par y me dejé flotar en el agua de la piscina. El orgasmo era genial, pero la sensación de estar completamente en blanco de después también.

—Sal conmigo, rata de mierda — dijo él como ordenándomelo —. Deja de ser tan cabezota y al menos inténtalo...

Le miré sin decir nada. Porque ¿Que esperaba que dijese? Me decía aquello cuando acababa de correrme sin capacidad de pensar siquiera. Era persistente, y admiraba aquello en él pero al mismo tiempo era irritante.

Salí de la piscina y recogí mi pantalón de pijama del suelo, sin contestarle nada de nada.

Él levantó la cabeza y me siguió con la mirada. Podría decirle que no, podría decirle que si ¿Qué diablos importaba? Al final todo sería amargo y sentía que me ahogaba si pensaba en ello...

Se levantó y fue detrás de mí como un pato pequeño persigue a su madre.

¿Yo lo quería? Era pronto para decir aquello, si quería estar con él pero ¿para qué? La culpabilidad que sentía me abrumó antes de meter la ropa en la lavadora. Era como un peso enorme sobre la espalda.

Lo de Komori y yo había sido parecido, solo que Komori preguntaba con una sonrisa dulce y yo negaba coqueteándole. Me sentía en una especie de dejabú, como si la vida te repitiera las escenas, como si todo fuera una toma falsa que había salido mal y yo tuviera que hacer algo diferente a lo que hacía. Pero no sabía que era ese qué.

Fui hasta mi habitación, aún con Atsumu detrás.

Entendámonos, Motoya y Atsumu no tenían nada que ver. No eran ni medianamente parecidos, y a veces yo me aferraba a aquello para dudar de poder amar de algún modo a Miya. Pero no, al final todo se reducía a lo mismo. No importaba si Komori era el azúcar glas que decora el pastel y Miya se parecía más al Chili en polvo de la salsa de soja para baos.

—Me voy — sentenció Atsumu poniéndose su ropa sucia del día anterior.

—Adiós.

Dije y le miré sintiéndome francamente mal. No sabía cuánto tiempo aguantaría él aquella dinámica. Poco sospechaba, pero ahí estábamos y ahí quería quedarme aunque no estuviera bien. Aunque desease fantasear con un futuro lejano a su lado, viajando a bosques espesos, escalando montañas, acompañándole cuando pasarán sus películas en el cine, felicitándole cuando ganará su primer premio...

—Tengo una paciencia limitada — dijo haciendo gala de querer irse pero quedándose plantado unos segundos más, como esperaba que le dijera algo—. No dices nada porque si dijeses lo que quieres sería claramente que sí, porque estás en ese punto de mierda, me coges la manita como una niña enamorada y te pones celoso por cualquier tontería que te imaginas...

— ¡Pero que mierdas quieres te diga! Ya te lo dije en su momento — me descubrí gritándole de un modo poco habitual para mí. Estaba tenso, estaba enfadado, me sentía frustrado. Ni tres meses había tardado en llegar a aquel punto. Calmé mi tono, quería estar en control—. Prefiero que te largues.

Si lo pensaba, se me hacía raro que estuviéramos en aquel punto con Atsumu tan pronto. Komori había estado dos años casi sin mencionarlo. Con paciencia y calma, había estado a mi lado en silencio, esperando a que yo abriera la caja de pandora y de golpe le dijera adiós. Pero no se parecían en nada.

Le oí decir algo que no llegué a entender y salió por la puerta pegando un portazo. "Ojalá poder hacer lo mismo conmigo mismo" pensé sintiéndome frustrado. Quizá ya se había acabado todo… Quizá ya había llevado al límite a Miya Atsumu.

En el despropósito de no pensar más en Atsumu, me dirigí a buscar a Shohei. Olvidando que la floristería trabajaba todos los días de la semana menos los lunes, lo encontré detrás del mostrador de su pequeña tienda.

Su sonrisa sencilla te trasmitía la paz de que todo iba a estar bien, pero yo me sentía como si me hubieran robado de las manos la última Coca-Cola del desierto. Solo que no me la había robado, la había tirado una vez tras otra, con la esperanza de que a pesar de ello la lata no reventara y el gas tirara el contenido líquido hacia cualquier parte antes de que pudiera beberla.

La culpa era de la gravedad, me podía mentir eternamente. Pero al final la responsabilidad de todo solo recaía sobre mí, rechazando a Atsumu una vez tras otra y esperando que no se fuera incluso aunque yo le echase.

Y el premio al idiota del año es...

—Si quieres hierba, me ayudas en la tienda porque estoy hasta arriba de trabajo — aquel fue el saludo de Fukunaga al verme entrar con cara de culo. Le amaba, hombre de pocas palabras, pero claras y directas.

Asentí, robándole un delantal y pasando detrás del mostrador para seguir sus instrucciones montando ramos que la gente regalaba. Vendía un montón. A enamorados que no tenían pánico a cagarla todavía, a admiradores de artistas, o a personas que les gustaban los geniales de las plantas en ramos por placer estético. Era algo que jamás lograría entender del todo. Aquel trabajo tampoco se diferenciaba tanto de la secuencia de las hamburguesas. También había un orden establecido y ciertas flores predilectas.

— ¿No trabajas esta tarde? — preguntó Shohei. Sorprendentemente se sabía mi horario y el de Kenma casi tan bien como el suyo.

—Ayer nos atracaron y no pueden abrir — Le expliqué a grandes rasgos. Asintió. Tampoco era que nos comunicásemos verbalmente en exceso, pasaba como con Kenma. Las palabras de más, sobraban.

Me dejó atendiendo al público mientras él cuidaba de sus plantas en la trastienda, organizando sus pedidos pendientes.

No creí que el destino fuera tan puta, hasta que vi entrar a Komori con, redoble de tambores, al que reconocí rápidamente gracias a la película que vi con Atsumu, como Sakusa. Komori estaba tan guapom como siempre, atlético, alto y con aquella vibra que todo iba a salir bien.

—Pensaba que estabas aún en el McDonald's del centro — dijo Komori con naturalidad al verme allí.

Personalmente seguía triste y verlos no me ayudaba en exceso. Así que me entré en mirar el maravilloso culo de Komori cada vez que tenía ocasión. No era que aquello me fuera a quitar el bajonazo, pero era mejor recordar el agradable tacto de sus glúteos que la discusión con Atsumu, mis sentimientos por Atsumu, mis pensamientos por Atsumu, Atsumu, Atsumu, Atsumu... Ble ble ble.

—Sí, sigo allí, la floristería es de un amigo.

La cara de andar oliendo mierda de Sakusa era pronunciada, molesto y con mascarilla me miraba como por encima del hombro. Bueno, no creo que tuviera buena prensa de mi después de todo.

—Buscamos un ramo para Koharu, está siendo bailarina principal— hablaba de su hermana, era bailarina en una compañía de Tokio popular. Se había pasado toda la adolescencia machacándose para ser buena, así que me hacía feliz pensar que había logrado algo. Los Komori tenían éxito, no sé si se podría decir lo mismo de los Suna algún día... Estaba claro que nos lo tomábamos con más tiempo.

Empecé a organizar una secuencia de ramo tal como Fukunaga me había explicado a grandes rasgos como hacer.

—Los claveles amarillos hablan del desprecio, no creo que sean adecuados — la voz de Sakusa me interrumpió. Vale, había confundido una flor con otra, ¿pero tenía que ser el tío tan irritante?

Que me molesta se tanto era el indicativo de que yo tenía mucha información a cerca de él y bueno, los celos, la rabia de pensar que aunque Atsumu me pidiera salir seguía con él en la cabeza. Ese tío había dejado a Miya sin más, no sabía detalles realmente pero ahí estaba, metiéndome presión por algo que yo solo hacía por una bolsa de hierba seca para pasarme la tarde del domingo sin pensar.

Le sonreí falsamente y vi a Komori reírse de mí. No parecían pareja, a ver según mi experiencia con Motoya, pero...

—Tu novio es molesto — dije cuando Sakusa se fue irritado hacia fuera de la tienda al ver que yo no retiraba el clavel del ramo. Me gusta tocar los cojones, que le vamos a hacer.

—Es mi primo, tonto — dijo. Era extraño, verle me hacía feliz. No estaba ya encaprichado de él, pero decir otra cosa habría sido mentir—. Tú ya sabes que mirarme el culo no te va a quitar lo que sea que te pone triste ¿verdad?

Empecé a reírme. Si, aquel era Komori Motoya, calándome desde el minuto cero… En un universo alternativo yo no habría sido tan estúpido y estaría a su lado.

—Tengo que intentarlo, no gano nada estando de bajona — acabé el ramo retirando el clavel amarillo y substituyéndolo por unos blancos y rosas—. Siento que como siempre, vuelvo a cagarla con alguien importante y apareces de casualidad para recordarme que lo hago todo mal todavía.

Komori se encogió de hombros.

—A ver, visto en perspectiva lo pasé mal pero tampoco fue el fin del mundo y ahora está todo mejor que bien — su sonrisa era radiante. Me habló de su actual pareja y bueno, de que quizá jamás habría conectado con esa persona si no hubiera tenido una historia triste que contar respecto a mí—. Además, yo tampoco lo hice perfecto ¿no te presioné demasiado cuando tenías miedo al éxito? Las cosas desde lejos se ven diferente.

Le cobré el ramo mientras aquellas palabras resonaban en mi cabeza sintiendo cierta rabia hacia mí mismo ¿Qué clase de persona tiene miedo al éxito? ¿Qué clase de idiota era yo asustado de ser medianamente feliz?

Al final, todo era como las drogas. Tenía su momento de subida y su momento de bajada ¿no?

—Me alegro de verte, Rintaro —dijo Motoya antes de irse y dejarme pensado en tonterías.

Tonterías como llamar a Atsumu y pedirle que todo okey, que saliéramos pero que no me presentara a su familia hasta dentro de 5 años. Que no me iría a vivir con él hasta dentro de 10. Y que si podía vivir con la idea de ir despacio como una tortuga anciana con dificultades, que entonces podía ser posible.

Pero ahí estaba yo, con un clavel amarillo en las manos, que según Sakusa el actor de pacotilla, significaba desprecio.

Era de mí para mí. Desprecio por existir, por necesitar gafas para la vida romántica de cerca y de lejos.