Hola de nuevo. Lamento mucho la tardanza.
~~~~~~~Paparazzi~~~~~~~
Los días siguientes son un completo caos. Las noticias acerca de mí crecen; un grupo de personas ha encontrado mis redes sociales y las ha difundido. Para cuando me entero, ya he subido de seguidores y en las fotos y videos de mi perfil han escrito tanto cosas buenas como malas. No quiero borrar mis cuentas, así que solo limito los comentarios y las hago privadas mientras pasa toda esta euforia por mí; sé que estas cosas van rápido y en una semana estaré olvidada. Mientras tanto, espero que Edward Cullen saque un comunicado donde diga que no estamos relacionados en nada.
Rosalie me ha llamado, está impaciente porque le cuente todo acerca de las fotos que han aparecido en la prensa. Trato de apaciguarla y explicarle una historia, pero ella me conoce bien y no me cree. No tengo opción y antes de decirle todo, le hago prometer que no le contará nada a nuestros padres.
La opinión de Rosalie no debería haberme sorprendido, pero aún así lo hace. Ella es toda una romántica, así que cuando termino de contarle lo sucedido, grita de emoción. Me dice que es algún tipo de señal del destino para que comencemos a salir, comenta que seríamos una buena pareja y más cursilerías en las cuales no he prestado tanta atención porque he tenido la idea de que debo decirle a mamá que deje de comprarle tantos libros de romance.
Como puedo, la tranquilizo y le hago entender que lo que me está pasando es la vida real y no una puñetera novela romántica. Después de eso cortamos la llamada y me enfoco en las cosas que tengo que hacer en casa porque no puedo salir allá afuera ahora mismo.
¿Mencioné que también estoy siendo acosada? ¿No? Pues un par de paparazzi han estado rondando por mi edificio hasta altas horas de la noche toda la semana.
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Paparazzi*
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Para el noveno día ya he agotado todos mis suministros de comida y necesito ir a comprar más porque no puedo pedírselo a Angela; ella no ha aparecido por aquí desde aquel día. La he llamado, claro, pero su teléfono está suspendido, así que debo arreglármelas por mi cuenta.
Es lunes por la tarde y tengo mucha hambre. Voy a la alacena y encuentro dos solitarios paquetes de ramen; me preparo uno y el otro lo guardo para más tarde o mañana.
¡Mierda!
Ahora que he terminado de comer, me arrepiento de preparar ese segundo paquete de ramen; tenía tanta hambre que he fantaseado de más y lo he preparado cuando sé muy bien que mi límite es uno, quizá uno y medio; ni siquiera lo termine.
Maldigo nuevamente, esta vez a la soda de dieta que ha acompañado la comida. ¡Carajo! Estoy tan llena que no puedo respirar y caminar al mismo tiempo.
Lavo mi plato y los utensilios que ocupé. Después, voy a ver un poco el televisor, pero luego veo la ventana que da a la calle y que se encuentra entreabierta. Voy a cerrarla, pero antes miro hacia abajo y noto que no hay nadie; quizá los paparazzi ya se han dado por vencidos y se han largado.
Eso es bueno. Y me da la fantástica idea de que puedo ir a la pequeña tienda de conveniencia que se encuentra a una cuadra y media para poder comprar algo para la cena o merienda de hoy. Tomo mis llaves y dinero y me alisto para salir, no importándome que sufra de asfixia en el camino.
En cuanto salgo del edificio, todo parece tranquilo. Quizá estaba siendo un poco exagerada y paranoica. Quizá solo estaba haciéndome la importante.
Camino por un par de minutos sin ningún problema, pero antes de llegar a la esquina, alguien con una cámara me ataca.
¡Qué mierda!
Pongo mis manos sobre mi cara para evitar que me tomen fotos y sigo caminando. Al cabo de unos pasos, más personas se unen a tomarme fotos.
—¿Qué se siente ser la mujer más envidiada de toda la ciudad, Isabella? —cuestiona la voz de un hombre.
—¿Qué tal besa Edward Cullen? —cuestiona una mujer.
¡Mierda!
No respondo a nada y continúo con mi camino hasta llegar a mi destino.
Entro a la tienda y un hombre alto afroamericano que está detrás del mostrador me mira de pies a cabeza.
—¿Te siguen a ti? —cuestiona cuando ve a las diez personas fuera del establecimiento; la gente de alrededor no sabe lo que pasa, pero está comenzando a agruparse y a sacar sus teléfonos celulares, comenzando a enfocar dentro de la tienda por los cristales.
Me encojo de hombros.
—No sé qué pasa —me hago la desentendida.
Comienzo a ir en dirección a las cosas que necesito para más tarde y trato de ignorar a la muchedumbre que ha crecido allá afuera.
Algunos minutos después, el mismo hombre se acerca, lo miro, hace una señal con su pulgar antes de cruzarse de brazos.
—Necesito que salgas de mi tienda —suelta el tipo.
Arrugo la frente y de nuevo finjo que no sé nada de lo que está pasando.
—¿Por qué? No estoy haciendo nada malo, solo quiero comprar.
El tipo señala a la muchedumbre.
—Esos de allá están buscándote, al parecer eres famosa y llamas demasiado la atención. No me importa quién seas, pero no quiero problemas en mi tienda. Así que será mejor que te vayas porque no voy a venderte nada. Ahora sé amable y sal de aquí.
¿Qué? No podía hacerme eso. ¿Era legal?
¡Mierda! Necesitaba las malditas cosas.
—Voy a pagar lo que tengo aquí —señalo el par de cosas que sostengo entre manos.
El hombre niega con la cabeza.
—He dicho que no voy a venderte nada. Vete.
Bien. Había un montón de lugares a los que podía ir. Estoy enojada; casi tiro las cosas al suelo en forma de protesta, pero luego veo a las personas de afuera y me limito a poner las cosas sobre el anaquel más cercano. Me iba a ir, pero no se lo iba a poner fácil.
Me cruzo de brazos, imitándolo.
—Lo entiendo. Pero si quieres que salga de aquí, debes dejarme salir por alguna puerta trasera porque no puedo salir por ahí —hago una señal con la cabeza. No sé mucho de estas tiendas, pero creo que tienen una puerta donde meten los productos.
El hombre me mira con enfado y niega con la cabeza.
—No hay ninguna puerta trasera.
Me encojo de hombros.
—Oh, bueno. Entonces me iré por la puerta principal y ellos querrán entrar, empujarán y puede que rompan algunas cosas, o quizá las roben.
El tipo gruñe y después me señala al final del pasillo.
—Saldrás por donde nos entregan mercancía —suelta.
Sonrío para mis adentros. ¡Sabía que esa maldita puerta existía! Sigo al tipo al final del pasillo. Él abre una puerta y me deja pasar. Dudo por un momento, él podría engañarme, encerrarme y asesinarme después.
Miro la habitación con desconfianza. El tipo se adentra y enciende la luz, que me deja ver una puerta al otro lado de la habitación. El hombre saca unas llaves de su bolsillo y camina hacia la puerta, lo sigo. En cuanto abre la puerta me apresuro y salgo de esta sin siquiera mirar al tipo.
No estoy tan familiarizada con las calles, pero al menos sé que al final de esta debo doblar a la derecha y esa me llevará a la calle por la que anteriormente he pasado y me llevará a mi edificio. Para mi suerte, nadie me esta siguiendo.
Cuando logro abrir la puerta de mi departamento, me adentro y la cierro de un buen golpe.
Estoy enojada y harta con todo este asunto. Solo quiero mi vida normal de vuelta. Y necesito hacer algo para recuperarla.
Mientras lo pienso, me despego de la puerta y voy a la cocina. Escarbo en el frigorífico y la alacena y solo encuentro un paquete de jamón abierto que está comenzando a endurecer y en la alacena hay cuatro rebanadas de pan blanco.
Doy un grito de felicidad.
Si el pan no ha vencido aún, todavía puedo tener una comida decente. Pero mañana por la mañana tengo que madrugar para ir por una gran despensa al supermercado, porque pedir comida a domicilio no es una opción para mí; eso pienso cuando al parecer hay un montón de gente allá afuera que me conoce por este escándalo y no quiero que manipulen mi comida.
Al final de la noche, decido que mañana llamare a mi hermana para pedir de su ayuda. Tambien decido que la poca comida que encontré será para el desayuno de mañana. Así que voy a la cama temprano y me alisto para dormir.
~~~~~~~Paparazzi*~~~~~~~
Si llegaron hasta acá, ¡gracias!
Nos leemos mañana.
