—¡Caballeros de su majestad! ¡A las armas! ¡Ya vamos a abordar!

Reino de Inglaterra. Puerto de Hastings. Primavera de 1440.

—¡Date prisa, mocoso! —desentonó Colt, mientras cargaba unos barriles— ¡Los soldados ya se van!

—Tsk. Ya te he dicho un millón de veces que no me hables así delante de los marinos —protestó Félix, dejando caer unos cajones de mala gana—. Ya tienes toda la carga que necesitabas. Ahora déjame en paz.

—¿A dónde crees que vas? —objetó su padre.

—Tengo cosas más importantes que hacer —explicó socarrón, dándole la espalda—. No molestes más, viejo mañoso.

—¡Eso! ¡Ve a dar la vergüenza de siempre como un payaso de circo! —Fathom le lanza un escupitajo, en son de deshonra— ¡Me das asco! ¡Ni te necesito aquí! ¡Bah!

Cuantas noches no recé para que el infeliz de mi progenitor desapareciera. ¿Habrán sido unas quinientas? O tal vez mil. A estas alturas, ya perdí la cuenta. Es que con el pasar de los años se torna más canoso. Y con cada cana, una arruga más que lo vuelve un viejo agrio y violento. Nunca entendí como es que mi madre lo soportaba.

—No lo soporto, en efecto —balbuceó Amelie, bebiendo un sorbo de té—. Cuando era más joven, su carisma superaba sus arrebatos. Volverse padre, lo terminó por arruinar. De igual forma, ni un pañal sabía cambiar.

—Madre esto es serio —suplicó el rubio—. Por favor, concéntrate.

—Félix, cariño. Eso intento —suspira distraída, la mayor—. Pero me cuesta hacerlo si me tienes dentro de un cajón a punto de cortarme en dos.

Que exagerada. Solo es un truco de magia —rueda los ojos—. Trato de ensayar para la obra de esta noche. Quiero impresionar a los delegados Normandos.

—Aish, los "Normandos" —sisea sarcástica, la condesa—. Ni si quiera tienen buen gusto para elegir las alfombras. ¿Has visto como decoran sus casas? Usan el tejado como balcón. Es un horror.

—Si no te quedas quieta, voy a…—el joven heredero coge la cierra, levantando un trozo de piel falso, similar a un digito—. Ah. Genial. Te acabo de cortar un dedo.

—Espero sea el meñique —Amelie se levanta como si nada, caminando hacia el sofá—. No lo necesito para pintar. Es lo más inútil del cuerpo humano.

—A veces pienso lo mismo de ciertas partes masculinas —resopla, burlesco en respuesta.

—Ni se te ocurra estar pensando en practicarte alguno de esos métodos barbáricos, que hacen los chinos, jovencito —la señora Graham de Vanily suelta un graznido, molesta—. Debes pensar en tu matrimonio con la chica Bourgeois y darle prioridad a eso.

—No lo decía por mí, específicamente —sisea Félix, abatido. Acto seguido, se sienta a su lado; deslizando el trasero sobre el cojín—. Madre, creo que estas esperando demasiado de mí. Chloé ni si quiera me gusta.

—Pues debiste pensar en eso, antes de entrar en pecado con ella —le advierte su progenitora, resuelta—. No es algo de lo que estemos orgullosos, Félix. Fue el mismo André quien nos demandó la injuria. ¿Qué querías que hiciéramos? ¿Negarnos? ¿Y someter a la pobre muchacha a una inspección horrorosa?

—¿De qué pecado hablas? —el ojiverde se cubre los ojos, hastiado—. Además, ni si quiera creo en Dios.

—Bueno. No te he obligado nunca a creer en el —señala la rubia—. Pero si debes profesar el sagrado vinculo del matrimonio. El amor es lo más importante, Félix. En ello debes confiar.

Pero…tampoco estoy enamorado. ¿Cómo le explico a mi madre que solo quise acostarme con ella y ya? Encima fue consensuado —exhala frustrado, dando un brinco—. Bueno, me voy. Tengo que ir a dar mi vuelta "novicial" como dictaminan las buenas costumbres. Deséame suerte, si es que los perros no me comen vivo primero —beso en la frente.

—¡Se un buen chico y al menos llévale alguna joya! —tarde. Se ha ido—. Este niño no entiende nada. En tiempos de guerra como estos, lo mejor que nos puede pasar es celebrar una unión inglesa/francesa. Nos viene de perilla tener algo de paz…

[…]

—Zoé. Que sorpresa verte aquí —pronuncia Félix, confuso— ¿Tu no estabas en Gales con las monjas?

Casa de veraneo de la familia Bourgeois. 16:20PM.

—Hola, Félix —le saluda sosegada la rubia, en una reverencia sutil—. En realidad volví esta mañana. Creo que lo de la religión no es lo mío al final de cuentas. ¿Has venido a ver a la insoportable de mi hermana?

—Mh —asiente, tibiamente—. Digamos que ya me tocaba hacer acto de presencia, jeje.

—Ustedes los varones la tienen más fácil que nosotras —suspira Zoé, dándose un giro por uno de los pilares de la casona—. Que envidia me das.

—No te creas —murmura Fathom de manera cohibida, sobando su nuca al unísono—. Quizás a ustedes las presionen con buenas costumbres y silencio. Pero a nosotros nos obligan también a callar. Luego de casarme, debo darle un hijo, techo y riqueza a mi esposa. Y cuando haya terminado con todo eso, el rey me mandará a la guerra contra los franceses y solo el universo sabrá que me depare ahí. Jamás he matado a nadie y el 99% de los que van, no vuelven. Es igual de injusto para ambos…

—Félix. Si sabes que podías haberte negado ¿No? —propone la ojiazul, jugueteando con una cuerda de montar entre los dedos—. Mi hermana bien pudo haberlo inventado todo y bueno, quedaría como la mentirosa que generalmente es.

—Lo sé. Y créeme que tal vez otro lo hubiese hecho. Pero…no soy esa clase de chico ¿Sabes? —explica Graham de Vanily, retraído—. En tal caso hubiera terminado en una acusación peor y la habrían sometido a ese examen indecoroso del cual tú y yo sabemos.

—Eres demasiado noble —se encoge de hombros, resignada—. Y Chloé demasiado zorra. Te hará sufrir.

—Aunque te parezca increíble de creer, Chloé no es cruel conmigo…

—Creo que necesitas anteojos —bufa la ojiazul.

—Se que todos hablan de las cosas malas que ha hecho. De lo malcriada que se comporta. Lo quisquillosa e insolente que es. Pero dime algo —el muchacho arquea una ceja, de forma suspicaz— ¿Alguna vez la viste enamorada?

—No realmente. Todos creen que es incapaz de amar —declara serena—. Eso me incluye.

—¿Y si te dijera que yo si la he visto? —propone el noble.

—Que engreído eres —carcajea Lee, con desazón— ¿Crees que porque te acostaste con ella una sola vez ya la conoces? Mi hermana te hará pedazos si se lo propone. Solo espera y verás.

Meh —Félix gira la cabeza hacia un costado, compungido— Ojalá solo hubiese quedado en una sola vez. Pero la verdad es que…

—¡Sir Graham! ¡Por fin me honra con su presencia! —aúlla Chloé desde los escalones del vestíbulo—. Yiuk. Zoé. ¿Cuántas veces te he dicho que no me gusta verte hablar con mi prometido? Aléjate de él. Lo espantarás.

—Puaj. Yo ya me iba —Zoé le saca la lengua en tono burlesco—. Adiós, Félix.

—Félix Fathom —sisea melosa la mayor de los Bourgeois, arrastrando las palabras hasta acabar la frase completa—. Pensé que ya te habías olvidado de mí. Dijiste que vendrías la semana pasada y te esperé, pero no llegaste.

—Te pido disculpas, Chloé. No fue mi intención. Tuve…trabajo que hacer con mi padre en la naviera —soba su mejilla, apabullado. Le ofrece el brazo—. Vamos, caminemos por el jardín

—Imagino que me trajiste algo para compensar tu descuido —plantea alusiva, la fémina.

—¡Claro! Este…—hurguetea entre sus bolsillos— ¡Ah! Ten. Te traje esto.

—Huh… ¿Y esto que es? —lo examina dubitativa— ¿Una artesanía celta?

—Es un atrapasueños, de hecho —explica, jovial—. Sirve para protegerte de tus pesadillas más feas. Aleja a los demonios.

—Vaya. Para ser un artefacto gitano no te molestas en exhibirlo —le endosa su compañera, entretenida—. Aunque no te recomiendo sacarlo delante del padre Thomas o tendrás problemas los domingos. Suena medio indecoroso.

—Digamos que el pudor no es lo mío en "todas" las ocasiones —dice Félix, dibujando una sonrisa picaresca.

—Claro. Mh…—sisea la ojiazul, con los pómulos sutilmente carmesí—. Y hablando de pudor, señor Fathom —se detiene entre los arbustos, empujándole hacia atrás suavemente—. Tal vez podríamos aprovechar de terminar lo que empezamos la última vez. Ahora que mis padres no están, nadie podrá molestarnos. Podemos ir al granero de atrás y ser…ya sabes, silenciosos —propone.

—Ejem. Chloé…—espeta retraído el ojiverde, tragando saliva en el proceso como quien desea rehuir del tema—. Am…no te ofendas ¿Sí? No es que no tenga ganas ni nada de eso, pero…pasado mañana a esta misma hora estaremos casados. ¿No crees que sería mejor esperar a la noche de bodas para continuar con esa clase de cosas? Digo…nadie nos apura ¿O sí? Je…

—Si, tienes razón —farfulle la doncella, con las mejillas hinchadas en declive—. Pero ¿Cuál es la diferencia? Nadie notará que llegamos "impuros" al altar.

—Exacto —Fathom le sigue el juego—. Por lo mismo, no veo el afán de querer adelantarse tanto si después de todo, tendremos toda la vida para darnos esa clase de atenciones.

—Tienes la mente en otro lado —inquiere curiosa la fémina— ¿Verdad?

—En realidad, estoy pensando en el acto de esta noche en el palacio —relata el aristócrata, sentándose al borde de una pileta—. He preparado algo nuevo y llevo todo el día repasándolo en mi cabeza una y otra vez, para que no falle. Tiene que ser perfecto.

—Lo será. Confío en tus habilidades —Chloé besa su mejilla de manera pulcra—. Eres digno de mí y de mi familia.

—¿No irás a verme?

—Por esta vez, voy a pasar —exhala agotada—. Tengo que terminar algunos preparativos para la boda. Cosas de chicas y eso. Pero como siempre te digo, te irá bien. Animo.

—Gracias —murmura, desanimado.

—Aprovecha estos momentos de gloria mientras te duren, Fathom —alardea la rubia, dando ínfulas de potestad entre ambos—. Porque cuando seas mi esposo, dejarás de lado esos jueguitos raros de niños y te dedicarás a hacerme sentir complacida. ¿Lo captas?

—…claro. Lo capto muy bien…

—Vamos a comer pastelillos de fresa. Sabes que me encantan —Chloé jala su muñeca a la fuerza y lo atrae hacia el pasillo— ¡Hoy hornearon algunos de coco también! ¡Tus favoritos!

—En realidad mis favoritos son los de limón —revela Graham de Vanily, decepcionado—. Sabes que me gustan las cosas acidas. Lo hemos hablado mucho.

—¿Lo sabía? Posiblemente lo olvidé —se encoge de hombros, restándole importancia—. A la próxima lo anotaré.

Chloé es así. No es una mala chica conmigo (recalco en negrillas por si las dudas), pero si sumamente auto referente en casi todo lo que dice o hace. Como cuando te montas sobre un compás y todo lo que trazas es dibujar sobre tu propio eje. En el fondo, nadie más importa para ella, más que ella misma. Y no lo digo como una nota negativa a su hoja de vida. Simplemente fue criada así. Hija mayor de una familia poderosa, con un padre sobreprotector y una madre ausente la mayor parte del tiempo. Siempre obtuvo todo lo que le vino en gana. Rodeada de lujos, extravagancias y poco contacto social con el prójimo. Eso la volvió un tanto invalida a la hora de empatizar con el mundo. A pesar de las innumerables listas que pudiesen hacer de todo lo malo que tenía, también estaba su lado bueno. Digamos que he llegado a vislumbrar el supuesto "amor" que profesa tenerme.

Como cuando me abraza en agradecimiento por protegerla de bichos extraños. La manera en la que me mira, luego de escuchar mis chistes malos. O incluso en esos pequeños momentos íntimos en donde solo nos tenemos el uno para el otro y nos deshacemos de una pequeña porción de ropa. Nunca nos hemos visto desnudos por completo. Tampoco he sentido la necesidad de hacerlo. Chloé no es el amor de mi vida. No es un mapa del tesoro escondido, ni el paraíso detrás de una puerta secreta, ni mucho menos una fantasiosa historia de amor idílico. Ella es como es. Tal cual como se muestra al mundo. No tiene matices. Es blanco o negro, dependiendo del clima. No hay acertijo que resolver en sus ojos, ni pabellones que manifestar en sus manos. Y si bien puede sonar cruel de mi parte describirla de una forma tan burda, no es tan malo como piensan. Porque si lo analizan de una manera más frívola, es una mujer fácil de tratar si la aprendes a conocer. Sabes perfectamente como va a reaccionar a cada situación. Con una chica así, te evitas las decepciones y las amarguras de un: "Oh, sorpresa. No lo vi venir".

Es…predecible. Y es eso mismo, lo que la hacía una compañera insustancial en el romance. Mas no, para el matrimonio. Era algo a lo cual yo sabía, tendría que renunciar para siempre. Un par de veces me preguntó si la amaba. Le dije que la quería mucho, pero que quizás el tiempo nos daría otra oportunidad.

Que ingenuo fui. Esa relación, jamás tuvo futuro. No al menos, desde lo que ocurrió esa noche.

[…]

—¡Ese último truco a estado de maravillas, Sir Graham! —aplaude el Duque— ¡Oh! ¡Sin duda ha deslumbrado a mi padre!

Palacio real del Duque de Wessex.

—Su majestad el rey estará complacido, como de costumbre —halaga el acolito—. Dice que la verdadera razón para visitar Hastings por estos días es ver sus trucos de magia, jovencito.

—En realidad lo hago por mera diversión —balbucea Félix, fingiendo falsa modestia—. Pero que mejor público que la corte ¿No le parece?

—En efecto —añade el hijo del regente, ofreciéndole una copa de vino a cambio—. Sobre todo en estos días tan negros donde la guerra nos azota por el sur con esos…tercos de los franceses. La risa es curativa. Aunque tengo entendido, Félix. De buenas lenguas, claro —plantea, febril—. Que en dos días más te casas con la hija mayor de los Bourgeois. ¿Contento? ¿O es solo un trámite? Tú sabes que llevamos tiempo hablando sobre este tema.

—Bueno, no le voy a mentir, alteza —farfulle Fathom, tomando un sorbo de su trago—. En realidad solo estoy enmendando un error que cometí de joven. Usted mejor que nadie sabe lo que opino al respecto.

—Cuando te cases podrás venir a una de mis fiestas bacanales en la campiña de papá ¿Qué dices? —susurra el mayor, en tono sugerente contra su oído—. Habrá algunas sustancias novedosas traídas de medio oriente, por si te interesa, jeje.

Este tipo siempre ha sido un desagradable. Lleva años invitándome. Si ya sabe que siempre rehúyo de eso. ¿Para qué insiste? —carraspea fingiendo apremio y sonríe finalmente—. Lo tomaré en cuenta. Aunque no creo mi padre me de permiso.

—¡Hablando de tu padre! ¿Cómo está Lord Fathom? —masculle garboso, el soberano—. Me contaron que lo vieron vagando por los puertos esta noche. Ebrio, como una rata de sumidero ¡Jaja!

—¿Qué…? ¿Colt estaba ebrio?

—¿Te sorprende?

—N-no. No del todo, majestad. Es solo que…—Félix calla de golpe, pensativo— Esta mañana lo dejé bien. Quiero decir, estaba bien. Gruñón como siempre, pero no había tenido problemas con nadie— ¿Está seguro de que era él?

—¡Claro! —bufa—. Aunque tenía motivos, imagino. Mis soldados confiscaron esta tarde una embarcación completa de mercancía ilegal, proveniente de Calais. ¿Puedes creerlo? Colt, confabulado con los Germanos. Menudo traidor.

¿Qué mierda me está contando? Colt jamás haría tratos con los Romanos —Graham de Vanily frunce el ceño, resentido por su declaración—.Con todo respeto, mi señor. ¿No se supone que Calais es parte del condado de Flandes?

—Ya no —espeta con altivez, el duque; exigiendo rellenar su copa—. Ese puerto horrible y fétido no nos servía para nada. Los únicos que paraban ahí eran los mercaderes de arte. Con el bloqueo comercial, no necesitan atracar ahí así que se lo dimos a los Germanos.

—¿En qué moment-…?

Menuda cagada. ¿Por qué no me extrañaba? Los lideres de lo que ellos llaman una "creciente nación imperial" siempre fueron unos rancios de mierda. Todos vendidos, usufructuando territorios y reventando a familias nobles como la mía para sacar provecho. Colt era un muy mal padre. Sin embargo, como empresario, su éxito le presidía justamente por su perseverancia y constante arrojo a buscar nuevos tratados. La naviera había sido erigida con sus propias manos. Y del mismo sudor de su frente, sacó adelante la compañía. Mamá solía repetir constantemente que mi padre era un idiota. Pero un idiota con dinero. De alguna forma, enterarme de tal noticia me había sacado de mis casillas. Me irritó demasiado. No sé por qué. De un momento a otro quise abalanzarme hacía su petulante presencia y estrangularlo con mis manos. ¿Desde cuándo guardaba tanto rencor hacia los de la corte?

Finalmente logré tranquilizarme, tomando grandes bocanadas de vino. ¿En qué estaba pensando? Era el hijo del rey, por todos los cielos. Mis niveles de testosterona iban en bajada para cuando la gran puerta del fastuoso castelo, se partió en dos de manera abrupta y violenta. Los comensales se voltearon a mirar, pasmados producto del estruendoso ruido. ¿Qué había sido eso? ¿Un terremoto?

Justo en la mampara principal del gran arco, que cruzaba la entrada, una silueta humanoide se manifestó. Con la cantidad de polvo y tabloides que se alzó, costó poder darle forma en un comienzo. Pero acorde el panorama se fue disipando, la presencia se hizo cada vez más ilustre y reconocible. Era nada más y nada menos, que Colt Fathom. Mi padre. Me coagulé de los pies a la cabeza.

Estaba furioso. Los globos oculares le saltaban de las cuencas, afrentado a la denigración hecha por su barco. Salivaba como un perro rabioso. Un trazado de venas gruesas, sobresalientes, surcaban desde sus brazos hasta su cuello y parte de su rostro. No era nada que hubiese visto antes. Un verdadero energúmeno. Eso era. Los gruñidos bestiales que emanaban de su garganta tampoco parecían ser humanos. ¿Qué mierda le había pasado a Colt? ¿Se fumó algo? ¿O se bebió algo?

—¿Colt? —cuestionó Félix, estupefacto— ¿Qué demonios crees que haces?

—Esto se acabó, Charles. ¡Me devolverás lo que me quitaste!

Su voz se había cuajado en una distorsionada expresión monstruosa. Parte de su rostro comenzó a desprenderse. Escuché claramente como los huesos de su cerviz crujieron de un lugar a otro, abriendo y cerrando los puños a modo de ataque. Injuriado, el Duque ordenó a sus soldados tomar las armas.

—¡¿Cómo te atreves a venir hasta aquí sin una invitación?! ¡Insolente! —berreó el príncipe— ¡Guardias! ¡Aprésenlo!

No. Esperen un momento. Esa…cosa…no es humana. Ese, no es mi padre. Colt no es…

—¡Esperen! —advirtió el rubio.

El caos se adueñó de la velada. El banquete, un símbolo de soberanía y fortaleza, se convirtió en el epicentro de una batalla sangrienta, para proteger al Duque de la ira de mi padre. Las milicias vuelan por los aires. Algunos desmembrados. Otros, sin cabeza. La bestia ingiere trozos de carne al rojo vivo, despellejándolos delante de los invitados. La gente huye despavorida. Los que son mordidos, caen y se levantan, para morder a otros. Mientras su majestad presencia impotente como su palacio, sus adorados súbditos y su poder sucumben frente a sus ojos, mi astucia me invita a intentar salvarle la vida. El idiota está paralizado y no logra mover un solo musculo.

Los alaridos y gritos ensordecedores retumban en las paredes del salón, como una gran catedral cónica. No hay escapatoria. Es terror y agonía, diluida con el espeso liquido carmesí y… ¿Muertos vivos? Me arrojo hacia un costado de una mesa invertida, tomando lo primero que pillo a la mano. Un tenedor.

¡¿No podía encontrar algo más inútil?! —gira el cuerpo— ¡Majestad! ¡No suba ahí!

—¡Aléjense de mí, sucias criaturas del demonio! ¡Jamás se llevarán mi alma! ¡Satán es mi enemigo! ¡Ah! ¡AARRG!

Eso, hace aún más imposible que pueda salvarlo. Ultrajado, Charles I acaba de comenzar a escalar una cruz enorme que yace colgada frente a un candelabro. La horda lo sigue y se abalanza a él, mordisqueando primero sus pies. Solo e indefenso, cruzamos miradas por última vez; segundos antes de verle caer dentro del círculo de incisivos y apetito, que lo devoran vivo delante de mis ojos.

Soy el siguiente…

Una flecha envuelta en llamas traspasa el ventanal oeste del recinto. Se inserta en el ojo de una de las cosas. Su eminencia el rey en persona, ha traído refuerzos. Le acompañan treinta de sus soldados bravíos y cuatro caballeros de la orden teutónica. Seguidos del exorcista de la iglesia y mano derecha de su majestad. Fieles y dispuestos, exterminan uno a uno hasta que solo quedan rastros y cenizas vagas de su presencia. Colt, es apresado de inmediato y por orden del pontífice, condenado a la hoguera por ser la reencarnación viva de satán.

—¿Qué significa todo esto, padre Thomas? —exige el rey— ¿Acaso nos ha llegado el día del juicio final?

—El mal…ya está entre nosotros, mi señor —confiesa el Obispo, ungiendo agua bendita contra el convertido— Se ha apoderado de los pecados más profundos de este hombre. Su avaricia, atrajo la oscuridad del maligno. Ha contaminado a toda su estirpe. Debemos erradicarlo cuanto antes.

—¡Colt Fathom! —dictamina el regente, alzando su espada frente a todos— ¡Te condeno a morir en el infierno! ¡Serás ahorcado! ¡Y luego quemado en la hoguera! ¡Hasta que el diablo venga por ti y te arrastre a sus aposentos, como la prostituta que eres!

—No será suficiente, rey de reyes —añade el religioso— Debemos exterminar a todo su linaje junto con él. El señor oscuro es inteligente y de por seguro, que irá por la semilla que ha engendrado en este mundo, también.

—¡Encuentren a los hijos de Fathom! ¡De inmediato! —demanda furioso, el soberano— ¡Los quiero a todos colgados de los pies!

—Su nombre es Félix, majestad —revela uno de los caballeros—. Y es hijo único.

—Pues alguien tiene que pagar por la muerte de mi príncipe —farfulle adolorido, el mayor— Un hijo, por un hijo. Así es como hace justicia, nuestro señor.

(Ajá. Si, claro…)

[…]

—No puedes quedarte aquí —previene Amelie, agitada—. Tienes que irte, cuanto antes. El rey te está buscando.

Mansión de los Graham de Vanily. 1:10AM. Despacho.

No sé hacía donde mierda moverme. Camino de un lado a otro como un león enjaulado, mientras reparo absorto como mi propia madre, me arma un morral improvisado de paupérrimas provisiones. Un par de camisas, un pantalón quizás, muda de ropa interior, un peine, dos trozos de pan, un queso, libros. Hey. ¡HEY! ¿Y yo para qué coño quiero libros?

—¡Detente! —Fathom la ataja de golpe, malogrado—. Basta. ¿Qué pretendes? ¿Son vacaciones acaso? Soy inocente. Yo no hice nada.

—Por eso huiste del palacio ¿No? —le increpa su madre.

—¿Querías que me quedara? ¿Perdiste el juicio? —sin poder seguir aguantando la ansiedad, Félix explota iracundo— ¡No sé si escuchaste bien mi relato, mujer! ¡Pero yo estaba haciendo un maldito truco de magia cuando de un momento a otro las personas comenzaron a comerse entre sí! ¡¿Me oyes?! ¡SE COMIERON COMO ANIMALES!

—No me grites, niño —la rubia lo reprende, dándole un tirón de orejas en el proceso. Acto seguido, le arranca la camisa a la fuerza—. Y quítate eso. Estás todo cubierto de sangre.

—¿Cómo carajos puedes estar tan tranquila después de lo que te conté? —el ojiverde se toma la cabeza, turbado hasta los pies—. No estas dimensionando nada. No entiendes nada.

—Félix, mírame —su progenitora lo agarra del rostro, furibunda—. No tengo la menor idea de lo que pasó en ese banquete. ¿Ok? De lo único que tengo certeza, es que tu padre mató al príncipe. Puede que lo de comer personas suene horrible. Pero matar a un miembro de la realeza, lo es aún más —agrega, acomodándole una camisa nueva—. Y en estos momentos, solo puedo velar por tu seguridad. Colt ya no está con nosotros. No permitiré que pagues por sus pecados. Ten —le entrega la mochila rústica—. Ahora presta atención a las instrucciones. Toma el caballo del capataz, no el tuyo. Cabalga en dirección hacia la costa y toma el velero de pesca. No levantará sospechas. Navega siempre contrario hacia el sol y de noche usa la estrella de orión. Te llevará hacia el sur. En una semana estarás en Nantes. Una vez en Francia, busca a mi hermana Emilie y entrégale esta carta por mi —la guarda entre sus prendas de vestir—. Vive en Le Mans. Pregunta por la familia Agreste. Sabrán guiarte.

—Acaso… ¿Me estás echando?

—Te estoy salvando la vida, hijo…

—¿Qué hay de ti, madre? —cuestiona adolorido, el inglés— ¿A dónde irás?

—A ningún lado. Estaré bien, mi lugar es aquí —responde serena la aristócrata, regalándole un brazo y un beso—. Soy una Graham de Vanily después de todo. No pueden matarme.

Era la primera vez que pasaba tanto tiempo lejos de ella. Me había ido un par de veces de vacaciones de verano a la campiña de mi primo Adrien, de pequeño. Pero siempre estuve con mis padres. Eran mi soporte, por así decirlo. Fue doloroso despedirme de mi madre. La mujer que me había dado la vida y que, con tanto esmero, me educó con sus principios y valores más arcanos. Quise llorar como un bebé destetado. Sin embargo, un aciago sentimiento de masculinidad reprimida me lo impidió. "No delante de ella" pensé. Era muy egoísta de mi parte. Sé que también sufrió con mi partida. Finalmente solté un par de lagrimones tras salir por la puerta trasera, en completo silencio. Nadie fue testigo de ello. Mas que mi angustiado corazón. Le escribiría en la distancia. Hasta reencontrarnos de nuevo.

El telón cerraba la obra de mis lozanos 19 años.

Ahora que lo pienso, lo traumático no fue empotrarme a ese caballo y galopar hacia la costa, con el pánico de ser comido por una de esas cosas. Si no presenciar, el cómo mi hogar se desvanecía tras de mí, en un lóbrego espejismo noctívago. Esa sería la última vez que pisaría suelo inglés. Por esos años, calculaba que estaría fuera de la isla un par de meses, hasta que todo se calmara. O bueno, tal vez uno o dos años. No sé. Nunca conseguí imaginar, que no llegaría a territorio francés, gracias al hermoso poder divino de la naturaleza y sus disidentes ganas de recordarme que nunca fui bueno para navegar en océano abierto.

Por ahí por el tercer o cuarto día, una tormenta, de esas, medio transgresoras, profanó la proa de mi debilucho barquito; boicoteando toda mi ruta marítima. Las velas planearon por los aires, perdiéndose en el tifón. Y la madera murió carcomida, tras llenarse de pequeños agujeros que terminaron volcándome sin rumbo ni destino.

Esta es la parte más humilde de mi relato. La parte en la que admito con respeto, que debí haber muerto en ese momento. De plano y lleno, siento que estaba preparado para aceptar un fatídico destino mortal. Amelie solía llevarme de pequeño a la iglesia, los domingos. Con esa vaga esperanza de madre católica, de que encontrara a "Dios" en algún rincón de esos tétricos rincones eclesiásticos. Pero mi naturaleza imprudente, mezclada con mi capacidad infinita de no saber cuándo detenerme, siempre me empujó a cuestionar el poder de Dios. Luego de lo que presencié en el banquete del Duque, todo atisbo de creencia en él se esfumó. Si realmente existía un ser supremo o divino, ciertamente esa noche estaba jubilado.

Con el paso de los años y mientras más crecía, más me cuestionaba cosas. No todo podía ser al pie de la letra como recitaba el obeso obispo de la diócesis. O las jovencitas virginales del coro, cantando ave marías. O el increíble hombre musculoso de cabellos azabache, ojos verdes y labios celestiales que ahora mismo me está besando.

Un momento.

¿Qué?

—¡Puaj! ¡Cof! ¡Cof! ¡Cof!

Vomité más que solo agua salada y algún molusco rebelde.

—¡Está con vida! —vocifera el muchacho, soltando chispas de felicidad— ¡Gracias, señor bendito por darle otra oportunidad! Hey, jovencito. ¿Te encuentras bien?

—¡Cof! ¡Cof! —Félix carraspea entre ahogado, más confundido que otra cosa— ¿Qué si estoy bien? ¿Tú estás bien acaso?

—¡Yo estoy de maravillas ahora que estás consciente! —chilla jocoso el varón, abrazándolo cándidamente— Dios te ha dado una segunda oportunidad. Y por eso, debemos estar agradecidos.

¿Qué carajos? —Fathom suelta un gruñido, sutilmente ruborizado— Amm…dis-disculpa. Pero… ¿De qué va todo esto?

—¿Mh? —ladea la cabeza, jubiloso.

Vaya…que pestañas tiene este cabrón —despabila, desviando la mirada— Quiero decir…ejem. Primero me besas. Luego me abrazas. ¿Que sigue ahora?

—¡Ah! No, no, no. No te estaba besando —carcajea inocente, el muchacho— Solo estaba haciéndote reanimación de respiración boca a boca. Una vieja técnica para salvar vidas. Y lo del abrazo, bueno…si te molesta, no lo hago más. Suelen regañarme por ser tan cariñoso, jeje…

No se ve que sea un chico perverso o algo así…creo que dice la verdad —Graham de Vanily hace un paneo raudo de la zona, embrollado— ¿En dónde estoy? Y ¿Quién eres tú?

—Uhm…pues si te refieres geográficamente hablando, en donde estás —explica templado, el ojiverde—. Te encuentras en la isla de Cantabria. Y en cuanto a mí, me llamo Marc Anciel. Y soy un monje anglicano. Bueno, aun soy un monaguillo en entrenamiento. ¡Pero lo seré muy pronto!

—¿Cantabria? ¿Es una jodida broma? —el rubio da un brinco absorto, percatándose de la costa hacia el norte—. No puede ser. Esto no es Francia.

—Nop. Definitivamente no es Francia. La isla pertenece al reino de Navarra (Lo que luego sería España) —Anciel se rasca la mejilla, incomodo—. Y te pediría que no maldigas. El señor todo lo oye.

¡MALDITA SEA! ¡¿COMO PUTAS MIERDAS LLEGUÉ AQUÍ!?

—Ok. Eres muy perceptivo —Marc se toca el mentón, removiéndose la arena del hábito—. Todo parece indicar que naufragaste, mister palabrotas.

—Mi nombre es Félix ¿Ok? —rezonga el inglés, ofuscado—. Y te agradezco muchísimo que me hayas salvado la vida. Pero se supone que no debería estar aquí. Es un error. Yo iba de camino a Francia.

—Dudo mucho que haya sido un error —el pelinegro se cruza de brazos, suspicaz—. El señor no comete errores.

—¿Quieres dejar de mencionar a dios en todo? —refunfuña el conde, mosqueado— ¡Él no tiene nada que ver en esto, joder!

—Ciertamente no. Eres mal navegante y eso te hizo encallar —el monje rueda los ojos, irónico— ¿Eso quieres creer?

—De hecho, eso pasó —masculle con obviedad.

—Y curiosamente caíste justo en la isla donde yo iba pasando y te rescaté.

—Coincidencia nada más.

—Pues bueno, "Félix" —Anciel se da media vuelta, recogiendo un par de troncos del suelo—. Ya que veo, tienes un plan mucho mas grande que el de nuestro señor, te invito a seguirlo. Buena suerte intentando llegar a Francia. Con el demonio suelto, comiéndose a toda esa gente, no le veo el-…

—Un momento —retoza Fathom, callándolo de golpe— ¿El demonio suelto? ¿Comiendo gente? ¿Tú también los has visto? A esas… "cosas".

—¿Te refieres a los vivos que están muertos, pero a la vez no están muertos ni vivos?

—Tu pragmatismo me estresó un poco —Félix se marea—. Pero si, algo así.

—Disculpa, soy vegano.

—¿Y eso que mierda tiene que ver? — ¿Qué significa de igual forma?

—¿Quieres dejar ese vocabulario coprolalico de lado? —resopla Anciel, hastiado—. No todo en la vida son maldiciones, heces y profesiones sexuales, por todos los apóstoles.

—Perdona. Aunque no lo creas, vengo de buena familia —tose el inglés, abochornado—. Pasa que siempre fui un grosero cuando me enojo o todo se sale de control.

—Pues te haría bien reencontrarte contigo mismo, Félix —declara el monje, con una sonrisa amistosa en el rostro—. Cuando comprendes que Dios es quien planea el camino y nosotros solo somos un puente para él, la ira desaparece.

—¿Qué insinúas? —Graham de Vanily arquea una ceja, altanero— ¿Qué no tengo el control?

—¿Lo has tenido alguna vez? —le guiñe el ojo, reanudando su caminata.

Este chico…es extraño. Y medio homosexual. Pero sigue siendo curiosamente extraño. Tiene algo que me intriga a nivel celular. No sé si será la forma en la que habla, el cómo explica las cosas de tal manera que las entendería un simio estúpido o sus increíbles pestañas. Sin embargo, algo en el me atrae como abeja a la miel. Como si una fuerza sobrenatural (no diré divina) me empujara a desear saber un poquito más, de su credo. Mi estomago ruge cual tigre en cautiverio. Carajo, que hambre. Marc lo ha oído a la distancia. Me señala con el dedo que le siga el paso, pues me llevará a lo que él considera, su hogar. Un templo sagrado que, de un par de años a esta parte, le ha enseñado todo lo que sabe.

Yo solo quería comer algo ¿Sí? Y quizás pasar una noche, ducharme e irme por la mañana. Que chistoso, que me haya quedado ahí por los próximos 7 años siguientes.

Volvemos al presente—

—Marinette. ¿Estás despierta?

Le pregunté.

Han transcurrido tres días desde que llegamos a Rúan. Y Marinette no se ha dignado a salir del cuarto. Estoy consciente de que sigue con vida, porque Nino entra y sale del cuarto con bandejas de comida llenas y vacías, agua caliente para la tina y todo lo necesario para su cuidado. He intentado hablarle, pero se rehúsa a darme una audiencia. A veces pruebo tocando su ventana por fuera de la casona. No obstante, no logro objetivo alguno. Ayer por la tarde algo se asomó entre el velo de la cortina. Cuando me acerqué, la cerró forzosamente. No soy estúpido. En el fondo se por qué huye de mí. No se atreve a darme la cara de la vergüenza que se carga, luego de haberme mentido. Sin embargo, no me atrevería a juzgarla luego de todo lo que mi primo me contó. Ella también ha sufrido el horror de este virus maquiavélico que nos ha robado más que solo vidas. Todo lo que hizo desde que nos volvimos a encontrar, fue intentar sobrevivir un día más, para estar con su hija. La entiendo como no tienen idea. Y no es que me esté jactando. Mi nivel de empatizar con los demás está a tope. He visto el horror en los ojos del inocente. Pasar por los campos de batalla debilita hasta al más noble caballero. Mi causa es justa. Pero mis acciones dejan mucho que desear. Se que ella, se siente igual que yo. Perdida. Atrapada entre lo moralmente correcto y lo que se debe hacer. Dupain-Cheng es una mujer muy valiente. Posiblemente más que yo y Adrien juntos.

Presiento, que no soy el único excomulgado en esta historia.

—¿Por cuánto tiempo vamos a seguir aquí? —pregunta Couffaine, mordisqueando una espiga de trigo—. No lo digo porque esté aburrido o algo así. Me preocupa que esas cosas sigan avanzando sin control.

—No lo sé, Luka. Solo el altísimo tiene el control de eso —profesa Félix, afilando su daga contra una piedra—. Lo que es yo, no avanzaré sin Marinette.

—Félix…—balbucea desanimado, el ojiazul— No te ofendas, pero Marinette ya dejó en claro que no le interesas en lo más mínimo. Solo quiere estar con Emma.

—Y yo no he dicho que eso me moleste —refuta, templado.

—Ya —exhala—. Pero su plan no te incluye ¿Me explico?

—Para ser un herrero tan hábil, te falta agudizar más los sentidos —Fathom chasquea la lengua, en tono juguetón— ¿Crees que una chica aceptaría a viajar contigo solo porque le caíste bien?

—No entiendo tu punto.

—Ya viste como blande la espada en el campo de batalla. Es una mujer independiente. Desde un comienzo no me necesitó para pelear —Graham de Vanily guarda su hoja, recargando la espalda contra el tronco de un árbol viejo—. Perfectamente pudo haber tomado sus cosas y salir con su escudero a buscar a su hija. ¿No te has preguntado por qué no lo hizo?

—Eh…—soba su mentón, barajado— ¿Porque no quería?

—Porque no podía —sentencia el religioso, observando las hojas blandirse en la copa—. Marinette aceptó viajar conmigo, porque soy el único capaz de ayudarla, a hacer lo que ni su propio ex esposo pudo.

—¿Ayudarla? ¿Con que?

—A acabar con su vida —decreta.

—¿Qué…? —Luka traga saliva, pasmado— ¿Marinette quiere morir?

—¡Primo! —Adrien se reincorpora a la charla, un tanto ajetreado—. Te estuve buscando. Necesito ir al poblado a dejar una carta. El ultimo mensajero no logró dar con la dirección y desde entonces ha sido un caos poder comunicarme con mi padre.

—¿Qué le pasó? ¿Acaso se perdió?

—Nah. Se lo comieron —el joven Agreste se soba la cabeza, incomodo—. Es por eso, que ahora solo puedes enviarlas mediante paloma mensajera. Los zombis no tienen alas. Aún…

—¿Quién se quedará cuidando a Marinette? —inquiere Félix, inquieto.

—Ah, descuida. Nino se encarga. Por eso pensé en ti —Adrien expone una sonrisa de mejilla a mejilla— ¿Vienes?

—Bueh…está bien —exhala, complacido—. De igual manera me hace falta recorrer la zona para hacer reconocimiento de terreno. Comenzaba a dormirme aquí. Vamos.

Se supone que sería un viaje relativamente corto para hacer algunas diligencias y volver. Pero en cuanto pisamos el poblado de Rúan, un tumulto de aldeanos se nos precipitó con zozobra. Muchos de ellos, eran niños y ancianos que necesitaban asistencia médica de urgencia. Adrien juntó las palmas, solicitando paciencia para poder atenderlos. Yo por mi parte, no me negué a tal sablazo. Mi camino como monje no solo era acoger a los más faltos de fe. Si no que también, agasajar a los enfermos. Que mesurado resultó el ambiente que se formó entre ambos. No nos habíamos visto en años. Con caminos tan comedios entre sí. Y ahora, entrelazados como hebras de un mismo estambre. En lo profundo de un corazón discreto como el mío, agradecí el espacio que nos daban para acércanos un poquito más.

Me enteraría yo, más tarde, que mi primo tenía una juiciosa fama de galeno que lo sobresalía por el promedio. Había dedicado años de su vida al estudio de ese purulento virus. Y también, a la extracción de otras medicinas paliativas contra la gripe, la diarrea aguda, la peste gris, etc. Adrien era muy inteligente. Pero su necia obsesión lo eclipsaba. Cuando se le metía algo en la cabeza, no había quien se lo quitara de ahí. Fue eso, lo que llevó al declive de su matrimonio. O al menos, eso entendí.

Nos instalamos bajo un toldo de cuencas verdes. Mientras el hacía su trabajo; yo el mío, platicamos.

—Así que —descollaba Félix, enrollando una venda sobre un brazo ajeno—. Una hija con Marinette ¿No?

—¿Te sorprende tanto? —el doctor pregunta risueño, como quien no desea exacerbar lo obvio—. Si te casas con alguien lo natural es que suceda eso.

—De ella no. De ti…no estoy del todo seguro —Fathom le seguía el juego—. Marinette se ve una mujer muy ruda.

—Se hace la ruda. En el fondo es muy blandita —manifiesta jovial, el francés—. Como un algodón azucarado.

—Debes de haberla cagado bien fuerte para que se hartara de ti y terminaran divorciados.

—En realidad el divorcio no existe. Nos separamos bajo decreto de nupcial. Nos amamos mucho, en su momento —relata el médico, lavando sus manos—. Pero del amor también se aprende que no siempre puedes vivir de él. Sobre todo, si tienes una hija de por medio que cae victima de una de esas cosas.

—¿Qué le pasó a tu hija? —Félix se inquieta y se gira a verle.

—Fue un accidente, digo yo. Pero para Marinette, todo fue su culpa. Un descuido —expone el Agreste, cabizbajo—. Habían salido a cabalgar como de costumbre. Y una de esas cosas, las atacó. Salió de un arbusto, de la nada. Emma sufrió un rasguño solamente. Pero en cuestión de semanas la herida comenzó a infectarse y a mutar.

—¿Emma es…un zombi? —Graham de Vanily hace una pausa, nervudo.

—Que tu dios no te escuche decir eso de nuevo —masculle Adrien, frustrado—. Emma está bien. Gracias a la misma Marinette que se ofreció para ser mi conejillo de indias. Pasé muchos meses buscando una cura. Y fue eso mismo, lo que nos hizo acabar con nuestra relación. Ambos, terminamos vueltos locos, supongo. Yo obsesionado y ella…algo paranoica, diría yo.

—No tenía idea de que estabas trabajando en una cura —sisea el inglés— Puede que haya una esperanza…

—Lo estoy. Y ha sido casi una carrera maratónica para conseguir quebrarle la mano al destino —Adrien se levanta, removiendo el sudor de su frente con el antebrazo— Mis estudios apuntan a que esta cosa avanza según el tipo de sangre del huésped. Descubrí hace un par de años, que hay cierto genoma en las células madres, que converge en contra del virus para revertirlo. Ya que curan el tejido dañado —adiciona, frunciendo el ceño— Pero es complicado. La cepa es como un hongo. Crece y se anida en el cerebro del acogido y te come por dentro. Para eso, debía infectar a un paciente, volverlo parasitario e ir extrayendo sangre de él. Las injertas igual fueron necesarias.

—Entonces…—Fathom lo observa, asombrado— ¿Es por eso, que Marinette tiene esos piquetes y esas marcas? ¿Se infectó ella misma para crear una cura y salvar a Emma?

—Si…algo así —Adrien coge su morral y despacha a los sanos—. Hasta el momento ha funcionado. Emma está con sus abuelos viviendo, por su seguridad. Marinette se vuelve algo inestable a veces y podría lastimarla. Su cerebro debe de estar sufriendo los primeros síntomas, como pérdida de memoria y eso —alza las manos— ¡Muchas gracias por confiar en mí! ¡Vuelvan cuando quieran!

—Adrien —Félix toma su hombro, con la mirada agria y los dedos endurecidos—. Tienes que sacar a Emma de la casa de mi tío. Ella no está segura ahí.

—¿De qué hablas?

—Hace años atrás, Marinette descubrió correspondencia entre su padre y el mío —veredicta el inglés—. En donde se mencionaba que el tuyo comercializaba con un cuarto sujeto. Mismo, que metió esa cosa en el barco de Colt.

—Mh…—Agreste se cruza de brazos, ensimismado—. Si. Siempre estuve al tanto de que tenían negocios compartidos. Pero lo que me relatas es totalmente nuevo para mí. Asumo que Marinette no me lo contó por obvias razones. Debe de haber sido durante los años en donde no nos hablábamos —el lozano doctor, reanuda la caminata de regreso— ¿Un cuarto comerciante? Eso suena ilógico. Papá es un alquimista muy receloso. Le gusta trabajar solo.

—¿No se hablaban? Joder —chista Félix, sobándose la sien—. Ustedes sí que fueron intensos. Asumo que entonces la humilde casita de Marinette en Paris es tuya.

De los labios de Adrien se fugó una carcajada icónica, optando por guardar silencio. Su radiante forma de expresar lo innegable me cautivó. Me hizo recordar a cuando éramos pequeños y cada vez que hacíamos alguna maldad, el reía de manera patológica. No sabe inventar una mentira. Y si lo intenta, deserta en cuanto cae en cuenta de lo mala que es. Eran pasadas las 18:30 y la carta ya se encontraba en vuelo hacia Le Mans. Regresábamos por el sendero de pasto pateando piedras, cuando de uno de los atajos salió una pequeña niña; con el rostro grisáceo. Mi primo fue el primero en darse cuenta de su estado. Se desvaneció entre sus brazos. Inspeccionando partes expuestas de piel, dio a parar con un mordiscón obscuro en el antebrazo. Mierda, la habían infectado. En ocasiones como estas, un neófito recién contagiado, era como un imán para el enjambre completo. Tomé a mi primo del cuello de su camisa y lo jalé hacia atrás.

—Félix, no me-…

—Demasiado tarde, Adrien —gruñe Fathom, desenvainando su cuchilla—. Dos a la izquierda. Tres por la derecha. ¿Cuál eliges?

—¿Co-Como que cual elijo? —tartamudea trémulo, el francés— ¿Te refieres a…por donde debo correr o qué?

—¿De qué hablas, bobo? —protesta el monje, extrañado—. Hablo de pelear. Cuál de los dos flancos prefieres.

—Primo, yo no…—traga saliva, compungido—. Yo no sé hacer eso. No soy un guerrero ¿Sabes? Solo soy un galeno.

—¿Cómo rayos no sabes defenderte de estas cosas? —se gira a verle, estupefacto.

—Pues no. Por lo regular es Nino quien se encarga —Adrien rebusca entre sus cosas, algo para defenderse— ¿Sirve esta navaja de disección?

Vale. Esto no va a funcionar. Sus habilidades solo se limitan a sanar heridos —Graham de Vanily guarda el estoque y lo zamarrea del morral— ¡Entonces es hora de huir! ¡Corre como si te fueran a comer!

[…]

—¡Nino! —aulla el Agreste, entrando de golpe a la casona como le lleva el diablo— ¡Es hora de irnos! ¡Coge todo y nos vamos, pero ya!

—¡¿Qué sucede?! —le intercepta Couffaine. A lo lejos, divisa una horda de zombis— ¡Madre santísima! ¡¿Cómo es que dejaron que los siguieran?!

—Eso pregúntaselo al doctor —reniega Félix, dando un zapatazo contra la puerta— ¡Marinette! ¡Tenemos que irnos! — Por San George…— ¿En dónde mierda está Marinette?

—¿No está? —cuestiona Lahiffe, asomando la cabeza por el marco de la puerta— ¡Cierto! ¡No está! ¿A dónde se habrá ido? Huh…que extraño. Estaba aquí hace un rato…

—Óyeme, idiota —Fathom le pesca del pecho, iracundo— Solo tenías que hacer una sola cosa. Y era vigilarla. Si algo malo le llegó a pas-…

—¡Marinette está el huerto! —apunta Luka, asombrado con lo que ve—. Wow…y carga dos espadas. ¿De dónde sacará tanta fuerza?

—Es la cepa —explica Adrien, introduciendo un par de libros en su bolso—. Durante el proceso de cultivo, el ácido fólico de tus huesos endurece las articulaciones, dotándote de una energía sobre humana. Pero es efecto placebo. Solo dura lo que dure tu bronca.

—Y Marinette tiene mucha de esa —exclama Nino, tomando un hacha— ¡Vamos a ayudarle!

Es una locura. Independientemente de lo que sea que corre por sus venas, no puedo dejarla pelear sola. Si la rabia es lo que alimenta a estas cosas. ¿Eso quiere decir que una persona impávida es inmune? No tendría sentido. De lo contrario…este bicho no hubiera llegado a la isla de los sacerdotes, exterminándolos a todos. ¿Qué rencor podría sentir un hombre de dios? No logro entender, el mecanismo de esto. Ni si quiera mi primo lo hace. Necesito ver a Gabriel Agreste. Siento que es el único que entiende todo…

—Admito que este lugar me dio malos momentos —sentencia Dupain-Cheng, colérica—. Pero también los hubo buenos. Y no permitiré, que me lo arrebaten junto con todo lo demás, monstruos apestosos.

Perdí la cuenta, de la cantidad de cosas que nos atacaron esa tarde. Tal vez fueron seis o diez, al final del día. Pero si sirve de algo relatarlo, todo ocurrió, en presencia de nuestras idiotizadas caras. Marinette se encargó de exterminarlos en un abrir y cerrar de ojos. Increíble. Ya más consciente del poder de aquel virus, comencé a cuestionarme que tantas reacciones positivas podía traer. Si un ser humano era infectado y convertido en algo malo. En el sujeto correcto. ¿Lograba acaso transmutarlo en algo…extremadamente bueno?

La batalla acabó mucho antes de que empezara. La observo a lo lejos, impotente de no saber que inventar para ayudarle. Bañada en sangre, se gira hacia mi ¿Por qué de pronto me mira…como si algo le doliera por dentro?

Caminos hacia Le Mans. 21:53PM. Montañas.

—¿Hablas de un super humano o algo así? —Adrien arquea una ceja, sorprendido con su planteamiento—. Jamás me lo llegué cuestionar.

—Trajimos más leños —expresan al unísono, Luka y Nino.

—Llevas tiempo experimentando con tu ex ¿Y no lo habías notado? —Fathom se toma la sien, desencantado.

—Discúlpame por no ser tan bueno convenciendo a otros —el Agreste niega con la cabeza, receloso—. Pero no. No lo noté. Porque Marinette se fue de casa y le perdí el rastro.

—Si eso fuese así. Esta situación ya da otro vuelco aún peor.

—¿A qué te refieres? —sugestiona, intrigado el galeno— ¿Tienes alguna teoría en mente?

—La persona que "creó" esta mutación, lo hizo con un propósito. Acabar con esta guerra entre ingleses y franceses. De eso no me cabe duda alguna —revela Félix, moviendo un par de maderos sobre la hoguera—. Sin embargo, creo que su plan se fue por el caño, cuando el resultado se tornó siniestro. Pasar de un humano poderoso capaz de matar a reyes y derrocar reinos, a una bestia sin alma ni consciencia…más que una sed infinita de sangre y carne, es el escenario menos favorable para todos.

—Suena como a un cuento de terror lo que insinúas, pero no puedo negarme a la idea de que tengas razón —exhala desilusionado, el médico—. Cualquiera que fuese el resultado, beneficia al protagonista de este. La guerra está llegando a su fin, por el simple hecho de no quedar nadie en pie para librarla.

—¿Realmente es necesario estar molesto para infectarse? —intercepta Luka, atraído por la conversación—. Quiero decir, mi hermana Juleka cayó presa de ese virus. Y ella…no estaba enojada con nadie, que yo sepa.

—Son solo teorías, amigo —Nino le da un golpe en la espalda, a modo amistoso— Tal vez no tiene que ver con el estado anímico. Solo están especulando.

—De ser así, me da miedo que una de esas cosas me muerda —Couffaine se abraza así mismo, despojado de seguridad—. Les guardo mucho rencor por lo que me hicieron. Mi hermana…era todo para mí.

—Todos aquí hemos perdido personas —exterioriza el moreno, con la mirada ajada—. Mis padres y mi hermano menor también sucumbieron a ellos. Llenarse o no de odio, no es una opción. Es una obligación humana. Aunque eso lo debe de tener muy en claro el monje ¿No es así? —añade, interpelando a Félix—. "Dios" vive molesto con nosotros desde que el mundo es mundo. Dice "amar" a sus hijos. Pero en el fondo nos odia. Nos castiga a diario. Nos envía plagas y pruebas macabras. Que irónico —bufa, masticando un trozo de pescado—. Me pregunto si no estará infectado el también. Posiblemente siempre fue un zombi ¡Jajaja!

Que comentario tan desagradable. Ni al caso responderle. Que yo hubiese acabado en la orden anglicana por causas del destino, no me desligaba de mi papel como simple mortal. Nino cae en el mismo juego que todos, en este siglo decadente. Juzgar por las apariencias. Es cierto que gracias al arduo entrenamiento por el cual pasé en Cantabria, tengo más tolerancia a la frustración. Pero eso no significa que no tenga mi orgullo, mis egos, los pecados que aún me acompañan. Soy tan susceptible y vulnerable que todos, al odio. La diferencia está, en que yo si se diferenciar a quienes odiar y a quienes no merecerlo.

Me levanté un tanto atosigado con la conversación. Habíamos viajado diez kilómetros sin parar, por un aguacero de barro y escombros. Por lo que mis calcetines húmedos comenzaron a desprender un olor a muerto impresionante. Me percibí sucio y mal oliente. Así que lo mejor sería darme un baño en el rio.

Adentrándome un poco más por el boscaje, me topé con la tiendita improvisada que construimos para Marinette. Imaginé que estaba dormida en el interior. Por lo que no quise despertarla. Aunque las ganas por hablarle me carcomieran por dentro. Luego de la pelea, incluso si compartimos viaje juntos, aún seguía sin dirigirme la palabra. Solo miradas clandestinas que iban y venían sagaces.

No. Que pesado. Tengo que dejar de pensar en ella.

El invierno se acerca raudo. La luna en lo alto se ha teñido de una tonalidad escarlata que me embelesa. Momentos de calma como estos, me generan sentimientos de auto reflexión sobre lo que he vivido. Extraño mi hogar. Anhelo esos paseos por la finca familiar, en primavera. Las carreras a caballo con mi primo, por el hipódromo. El color de los azulejos por la cocina de mamá. El aroma del pan recién horneado, surcando los pasillos del vestíbulo.

Ah…

Cosas que no sé si volveré a ver. ¿Por qué tomé este camino? Me pregunto, con la mirada perdida en el estero. Una silueta angelical, danza bajo el claro del astro albino. Forma figuras caleidoscópicas en el agua, con un céfiro impecable. La inmaculada presencia de una espalda desnuda, con una historia marcada en la dermis que me roba el aliento. ¿Esa es…?

Marinette…

Se gira a verme, cubriendo parte de su torso con una tela de seda blanca. Su cabello descansa a un costado del hombro, humedecido por el rocío que recorre su mejilla. Me sonríe, como un bribón a punto de cometer un delito. La fiebre en mi semblante aumenta.

—¿Estabas mirando?

—¡N-no! ¡Discúlpame! ¡Yo solo iba pasando! —se excusa Fathom, cubriéndose el rostro con el antebrazo; sumamente abochornado—. Perdón. Me he confundido. Creí…—Ver un ángel…— No sabía que estabas aquí.

—¿Avergonzado?

—U-Un poco…—titubea el inglés, asfixiado—. Juro que no vi nada…

—Nunca has visto a una mujer desnuda —sugiere la muchacha, desplazándose hacia la orilla— ¿O si, monje?

—Bueno…no precisamente, de la manera en la que uno se bañaría en un río —sisea turbado, el religioso. Esta vez, dándole la espalda a cabal—. Digamos que hay formas más graficas de describirlo.

—Descuida —Dupain-Cheng bufa entretenida, completamente vestida ya—. No voy a "morderte" si es lo que piensas. Eso sería un pecado para ti.

—El monje no es un buen partido en cuanto a sazón —comenta Félix, siguiéndole el juego—. Nadie cree que tenga buen sabor.

—¿Vas a voltear a mirarme o seguirás hablándome en tercera persona? —exhala la noble, sentada sobre un tronco ladino—. Para eso mejor hubiera seguido ignorándote.

—Te divierte hacer eso, según veo —admite Graham de Vanily, injuriado.

—Un poco. Sueles poner cara de niño preocupado —murmura Marinette, jugueteando con unas rocas.

—Es porque lo estoy —advierte el clérigo, sentándose a su lado—. Sobre todo después de enterarme de que estás…bueno, ya sabes.

—Por eso te escogí —sentencia la peliazul, clavándole una mirada certera a su camarada—. Un monje es la clase de compañía que necesito. Pocas preguntas y más receptivo. Captas las situaciones sin necesidad de oírlas.

—¿Esa es tu forma de pedirme disculpas? —protesta Fathom, malogrado—. Porque no suena muy samaritano de tu parte.

¿Quiere que me disculpe porque lo he estado ignorando o porque le mentí? —la ojiazul esboza una sonrisa ladina, asintiendo—. Tienes razón. Lo siento por ser como soy. En el fondo soy una chica difícil de tratar. Así que será mejor que mantengas tu distancia.

—Eso no es lo que mi primo me contó de ti.

—Fuah. Adrien me sorprende cada día —carcajea, sarcástica—. A puesto a que te dijo que paso la mayor parte del día enojada porque estoy infectada, pero que en el fondo soy como un tierno peluche. Claramente no se entera de nada. Como si esas cosas no fueran las verdaderas causantes de todos nuestros problemas.

—¿Estás molesta porque los zombis arruinaron tu matrimonio? —Félix arquea una ceja, escéptico.

¿De que habla? Mi matrimonio estaba roto desde hace mucho antes—. Eres gracioso, para ser cura —comenta, animada— ¿Trabajaste en el circo antes?

—Algo así —Y pensar que Colt solía llamarme Payaso de la corte. Puede que haya tenido razón al final de cuentas— ¡Cof! —aclara la garganta—. Marinette. Ya que estas tan parlanchina, creo que sería bueno que tú y y-…

—Ni lo sueñes, monje —refuta la duquesa, dando por finalizada la plática. Se levanta—. No tengo la más mínima intención de confesarme frente a ti o contarte mi historia de vida, si es lo que insinúas. Ve a dormir —se da media vuelta.

—Mi nombre es Félix. Félix Fathom —señala ofendido el inglés. Acto seguido, junta el entrecejo, dejando entrever lo hastiado que se siente—. Y aunque no lo parezca, soy un Graham de Vanily. El ultimo, de la familia. Te agradecería que dejaras de tratarme como si fuese un desconocido. Soy más que mi hábito. Hay un hombre, un ser humano aquí.

Marinette aprieta los labios, tragando saliva. Lo observa por sobre el hombro, bastante aturdida. Ha logrado captar su atención, dado que sabe perfectamente…que significa eso.

—¿Adrien…no es un Graham de Vanily también?

—A diferencia de mi madre, mi tía Emilie renunció a su apellido cuando se casó con Gabriel. Y, por lo tanto, a su herencia también —niega el rubio, templado—. Adrien es solo Agreste.

—¿Eres…nieto del barón Henry Graham y Charlotte Vanily? —se vira a contemplarle, con aún más interés que antes.

—Conoces la historia —repara Félix, asintiendo—. Ahora contemplas el resultado.

—Eres un noble, igual que yo —niega, despabilando—. No. Tú no eres un conde. Eres un duque, por derecho. ¿Por qué nunca lo mencionaste?

—Porque nunca preguntaste —se encoge de hombros.

—Me cuesta creerlo si vistes esos andrajos —trunca Marinette, embrollada— ¿Cómo iba a saberlo? Ni si quiera te comportas como uno —Aunque si me llamó la atención la manera en la que monta a caballo. Es muy… "señorial".

—¿Sinceramente? Nunca me importó mucho mi puesto en la corte —confiesa el ojiverde, esbozando una sonrisa jovial—. Además, jamás dejé de relacionarme con los demás preclaros del reino. Es por eso que tú y yo pudimos compartir parte de nuestra infancia en casa de mis tíos.

—Y pensar que estuve frente a un duque todo este tiempo —Marinette se retracta, generando una torpe reverencia.

—Por favor, ya deja eso ¿Quieres? —farfulle molesto—. No te lo aclaré para que pasaras del roñoso monje al ilustre duque. Solo soy Félix y ya. Nada de lo que alguna vez fui, soy ahora. El mundo se está yendo al carajo y mis preocupaciones son las mismas que cualquier aldeano. Sobrevivir.

—Estas un poco lejos de casa, Félix —sanea Marinette— ¿Acaso te perdiste?

—Si quieres conocer mi historia, tendrás que contarme la tuya primero —repara Fathom.

—¿Me estás amenazando? —le echa un vistazo, molesta.

—Estoy intentando hacer un trato justo. Si vamos a seguir viajando juntos, tendremos que confiar el uno con el otro —veredicta el ojiverde. Esta vez, siendo el quien toma asiento sobre el viejo tronco de roble—. Así que, Marinette Dupain-Cheng. Soy todo oídos. Y por favor, no mientas más. Hay un todo, que lo escucha.

—Tsk…tampoco la pones fácil —protesta derrotada la muchacha, reincorporándose a su lado— ¿Y por donde quieres que parta?

—Por tu hija, Emma. ¿Qué paso con ella? —exige el varón— ¿Y por qué rayos estás infectada?

—Pues…

[…]

—Emilio acaba de fallecer —balbucea la menor—. Es necesario un entierro digno de él.

Mansión de la familia Agreste. Le Mans. 23:50PM

—Está solicitando una serie de herramientas para llevar a cabo un funeral apropiado —señala Nathalie Sancoeur, con una lista en las manos—. Pico y pala. Una caja de cartón de 120x90cm con cuatro orificios en los costados. Dos sacos de arena. Siete pulgones secos, un listón rosa y flores de anís como decoración.

—¿Toda esa parafernalia por un simple reptil? —exhala Gabriel, sujetándose la cabeza con desazón.

—No era cualquier reptil, señor —esclarece Sancoeur, bastante seria—. Era una rara especie de saurópsido caribeño, de escamas añiles y cresta espinada.

—Una lagartija azul —concluye Emilie Agreste, satírica.

—Un basilisco, para ser exactos —decreta la sirvienta.

—¿No son todas lo mismo? Feas criaturas prehistóricas, con más arrugas que los codos de mi abuela —chista la rubia, bordando un tocado de flores—. Pero, en fin. Mi nieta lo solicita. ¿Cómo está su ánimo?

—Está muy afectada —confiesa Nathalie—. Su partida fue…prematura.

—Pues consíguele otra de inmediato —demanda la señora de la casa—. Ve al poblado y tráele una de reemplazo.

—Me temo que eso no es posible, madame. Emilio no era una simple "mascota" —relata la asistente—. Su principal función era la contención emocional y la auto validación social.

—¿Y entonces que sugieres? —inquiere liado, el peliblanco— ¿Cómo podemos hacer para subirle el animo a Emma?

—Solo…—Nathalie hace un paneo rápido de la escena, regresando a su propio eje para aclarar la voz—. Ejem. Solo denme lo que se solicita y de lo demás, me encargo yo.

—Por favor, te lo encargo, Nathalie —dictamina Emilie, importunada—. Necesitamos que la pequeña esté en óptimos niveles de felicidad. O no podremos seguir con el tratamiento.

—Como usted ordene, madame. Con su permiso.

Una vez a solas.

—Esto es tu culpa —reclama su esposa, fastidiada—. La tienes demasiado consentida.

—¿Ahora yo soy el responsable? Te recuerdo que fue tu idea traerla con nosotros.

—Por supuesto que Emma debía vivir con nosotros, Gabriel —la ojiverde suelta su trabajo, cruzándose de brazos en el proceso—.. Adrien no estaba logrando absolutamente nada con sus infantiles procedimientos. Y con Marinette volviéndose cada día más paranoica…era insostenible dejarla con ellos.

—Emma ha estado muy triste desde que se alejó de sus padres —comenta Gabriel, atormentado—. No considero sano que una niña pase tanto tiempo sin su madre.

—Lo que no es realmente sano, son tus juicios demenciales —chasquea la rubia, crispada—. Será mejor que termines luego con ese ensayo. Emma necesita otra de sus infusiones cuanto antes.

Poblado. A la mañana siguiente. Tienda de la familia Rossi.

—Este lugar está cada día más, en decadencia —cuestiona Nathalie, cubriéndose la nariz con la manga de la ropa— ¿Y la clientela?

—Ah, bueno. Desde que los Agreste apostaron sus tropas en las fronteras, ya no se ven mucho de estas cosas rondando por aquí —explica la fémina, con aires altaneros—. Pero bueno, es natural que cuiden lo que es suyo ¿No? Después de todo, este condado es de ellos.

—Menos halagos y más acción, Lila —demanda Sancoeur, depositando un trozo de papel sobre el mesón—. Necesito que me des lo que se pide aquí.

—¿Lagrimas de anís? —cuestiona Lila, ladeando la cabeza suspicaz— ¿Incienso de jaspe? ¿Quién es el finado?

—No lo conoces. No es de por aquí. Es foráneo.

—Bah. Yo conozco a todo el mundo. Incluso a los que son de afuera —expresa Rossi, hurgueteando entre sus hierbas—. Aunque a juzgar por lo que pides, parece el funeral de un dragón.

Algo así…

—Ten. Aquí tienes.

Lila demora en soltar los productos, dejando que sea la atención catadora de su contrincante, la que determine el rumbo de la conversación. En sus ojos despide llamaras de fuego por lo inquietante, lo misterioso y el chisme brutal más vulgar. Ambas se conocen de antaño. Ninguna es desconocida de la otra. Sin embargo, de amistad ni hablar.

—¿Cómo ha estado el joven Adrien? —murmura con morriña, la morena— ¿Todo bien con sus encantos medicinales?

—No pregunta por si, si es lo que quieres saber —la ama de llaves le arranca de las manos el objeto. Carraspea— ¿Qué es lo que quieres?

—Solo platicar un ratito —Rossi acomoda su mentón entre sus dedos—. Como bien has dicho, este lugar está mas muerto que esos vivos. El señor Agreste tampoco me ha pedido más especímenes de esos. Pienso que se olvidó de mí.

—No es eso. Pasa que aun le quedan un par…—la mayor desvía la mirada, avergonzada— Y de Adrien no he sabido nada aún. Estará bien, supongo.

—Supe que se divorció de su esposa.

—El divorcio no existe. No te hagas ilusiones.

—Claro que existe —carcajea en tono despectivo—. Dupain-Cheng no está bautizada. Es una impía.

—Aun no superas que Adrien no te haya elegido a ti ¿Verdad? —exhala, hastiada—. Lila, supéralo. Han pasado años. No importa lo que pase, tienen una hija en común. Nada los va a separar.

—No tires la piedra demasiado lejos del estanque —niega con los dedos.

—Siempre fuiste demasiado ambiciosa, para ser una boticaria ordinaria —gruñe.

—No soy una boticaria cualquiera, Nathalie —sentencia Lila, con la nariz arrugada—. Soy la mejor de todo Le Mans. Si no es que, la mejor de toda Francia. Así que te pediría un poco más de respeto.

—Yo no te debo nada a ti. Adiós.

—Claro que sí, Nathalie —la muchacha la ataja del antebrazo, fulminándola con la mirada—. No olvides que fui yo quien te quitó a ese crio que llevabas en tu vientre.

—Tsk…que insolente. Suelta —le palmotea la mano—. Para que te vayas enterando, esa criatura fue un error. Nunca debió estar ahí en primer lugar.

—Me pregunto qué diría la señora Agreste si se enterara de la verdad…—insinúa, juguetona.

—¿Me estás amenazando? —farfulle colérica—. Que sepas que Emilie ya lo sabe todo. No tienes como amarrarme.

—Si ves a Adrien, salúdalo de mi parte ¿Quieres? —le lanza un beso infantil—. Buena suerte~

Una conversación, completamente innecesaria y nefasta. Nathalie abandona la botica envuelta en un mar de rencor y frustración que no logra dimensionar. Es lo que sus propios patrones le han enseñado. Lo que pasa cuando le dan poder al pueblo. Pero no es momento de distracciones. La prioridad ahora es conseguir los demás elementos para el funeral del reptil. Su vida es así. Mas años de servicio que una libertad condicional. Atada a un pacto tras ser vendida con 6 años como dama de compañía a los Agreste. Tampoco es que haya olvidado demasiado su lugar en la escala social. Sin embargo, mantiene la firme postura de que ella y Lila, jamás serán iguales. El honor la precede con mucha mas alcurnia que una cuna atorrante. Se limita a callar y regresar a sus labores, aunque con el sabor amargo de la derrota tras no saber como defenderse a ciertas ofensas. Luego de una jornada extensa, regresa a la mansión con todo lo necesario. Se topa con Emma en el jardín trasero, quien solloza en silencio. Esto, levanta irremediablemente las alarmas de la criada y corre en su auxilio.

—Emma ¿Qué ha pasado? —examina, preocupada— ¿Te encuentras bien?

—No es nada, Nathalie. Estoy bien —falsea la pequeña, removiendo lagrimas de sal por sus pómulos—. Es solo que…estaba pensando en Emilio. Y en lo mucho que extraño a mis padres.

Eres una buena niña. No mereces pasar penurias —Sancoeur se arrodilla frente a la menor, bosquejado una sonrisa sincera en respuesta—. Todo saldrá bien. Haremos un bonito funeral para el y ya verás que pronto te conseguiré otro. He mandado a pedir un-…

—No quiero un reemplazo —niega la Agreste, agraviada—. Emilio podrá no haber sido humano. Pero su vida para mi era única. Y nada ni nadie podrá ocupar su lugar. ¿Lo entiendes?

—Discúlpame, tienes razón. Ha sido un comentario muy desafortunado el mío —añade, cogiendo una pala— ¿Me ayudas?

—Claro que sí.

A vista y paciencia de esta joven; servil criada, Emma es la luz de sus ojos. Nathalie vio nacer a Adrien y durante sus primeros meses como un neonato fue alimentado de su seno. Ella conoce su lugar. Las nodrizas suelen hacer eso, cuando las progenitoras no producen leche. Algo común en las familias nobles, que curiosamente carecen de ciertos dotes maternales casi biológicos. Suena irrisorio pensar que los pobres tengan la capacidad de reproducirse como las ratas a escalas enormes, sin tener recursos suficientes. ¿Será ese el plan del altísimo? Piensa, depositando una pequeña cajita en el interior de la fosa con el fallecido animalito.

—¿Quieres decir algunas últimas palabras?

—No lo sé —balbucea Emma, malograda—. Emilio era un amigo muy querido para mí, pero… ¿Los reptiles también tienen alma? ¿A dónde van cuando mueren?

—Yo…—Sancoeur calla de golpe, agrietando los labios sin saber que responder realmente. Su camarada suele hacer preguntas existenciales que la mayor parte del tiempo, escapan de su entendimiento mundano—. Creo que sí. Todo ser vivo la tiene. Desde las plantas, hasta los elementales. Después de todo, somos hijos de Dios viviendo en su reino. Por lo que le espera un hermoso paraíso con sus amigos basiliscos.

No creo en Dios…

Nathalie enmudece petrificada frente a su declaración. No le sorprende. Pero…tampoco es que pueda indagar mas allá de lo que le atañe. Si hay algo que ha aprendido con los años viviendo con ella, es que es una niña fuera de lo común. Quizás sea por su misma condición de excentricidad, lo que sus abuelos resguarden con tanto recelo del resto. No se profesa intimidada. Por el contrario, su increíble capacidad de deducción propia la descuelga de sus creencias arcaicas y la invita a navegar en otro mundo. Uno mucho mas arcano y prohibido. Uno por lejos, atrapante. Jovial como de costumbre, acepta su dogma y con acato, se anima a seguirle el juego.

—Entonces no hace falta que digas nada religioso. Deja que tu corazón domine tu voz y se apodere del momento —comenta afable— ¿Sí?

—Bien —asiente animada, la menor. Junta sus manos y recita— Lindo Emilio. Gracias por el tiempo que me diste en esta vida. Te fuiste mucho antes que yo, pero entiendo que es parte de tu ciclo de reptil. Compartirlo contigo fue increíble y espero que la próxima vez que nos reencontremos, podamos retomar lo que nos faltó. Te amo.

Emma cree en la reencarnación.

—¿Así está bien, Nathalie?

—Ha estado perfecto —le endosa la ayudante. Acto seguido, toma la pala—. Hora de taparlo.

20:30PM. Durante la cena.

—¿Te sientes mejor, tesoro? —pregunta Emilie, bebiendo un sorbo de vino.

—Algo. Si —responde escueta, pero inapetente—. No tengo ganas de pescado. Lo veo y me acuerdo de él. Quizás ya no quiera comer animales por un tiempo.

—¿Te volverás herbívora entonces? —sugestiona Gabriel—. Porque si es así, yo podría-…

Gabriel —rezonga su esposa, dándole un pisotón secreto bajo la mesa—. No le des ideas poco cristianas a nuestra nieta. Ella debe comer todo lo que preparemos. Es por su bien y crecimiento.

—Pero cariño, ha dicho que no quiere comer carne animal —insiste el peliblanco.

—Es porque está melancólica por su mascota —decreta la señora Agreste—. No es otra cosa.

—En realidad, abu —asume Emma— Yo no-…

Estás triste. Es todo —sentencia la rubia. Ha dado por finalizada la disputa.

Silencio sepulcral en el ambiente. Emma ya ni se molesta en levantar la vista de su plato. El nauseabundo olor la retuerce en su asiento. Su abuelo, nota la despectiva hacia los alimentos y hace amago de modificar el rumbo de la plática. Algo, que sea de interés para la familia, claro.

—Hoy tuve un avance —manifiesta esperanzado, el varón—. Creo que el nuevo suero promete un cambio estructural significativo en la estructura neuronal de los infectados.

—Eso quiere decir —la pequeña Agreste levanta la vista, contenta— ¿Qué ya has encontrado una cura, abuelo?

—Eso creo, mi niña —ríe optimista—. Es por eso mismo, que es sumamente importante que sigas viviendo con nosotros. Tu vida es valiosa y aporta muchos conocimientos a la medicina moderna.

—Tu sabes que quiero ayudar. En todo lo que esté a mi alcance —Emma se descubre el antebrazo, revelando las marcas en la piel expuesta. Algunas de una tonalidad violeta, otras mas amarillentas y tenues— ¿Podemos salvar a la humanidad?

—Con tu ayuda, claro que sí —la motiva, el alquimista.

—¿Cómo podrías colaborar? —refuta Emilie, fastidiada—. Si ni si quiere te terminas tu cena, señorita.

—Pues me la comeré toda, si es necesario —la desafía.

—Mas te vale. O no habrá postre —advierte.

—Nunca me gustaron las cosas dulces, de igual forma —la ojiverde planta cara de repugnancia.

—Que mal agradecida eres a veces —protesta la condesa—. Tu aversión a la comida que te damos me saca de quicio. ¿Sabes cuanta gente se muere de hambre ahí afuera?

—Hay gente muriendo por cosas peores que el hambre, ahora mismo —rebate Emma, aún más altanera que antes.

—¡¿Y entonces crees que es nuestra culpa?! —berrea Emilie, ofuscada.

—¡No! —chilla de vuelta, brincando violentamente de su asiento— ¡No es tu culpa de que la gente ande como muerta por ahí! ¡Pero si la es, haberme separado de mi mamá! ¡Y es algo que jamás te lo voy a perdonar!

Emma abandona el salón, echando carrera entre lágrimas por los escalones.

—¡Emma! —Graham de Vanily no puede hacer nada, mas que verla marcharse con la impotencia comiéndose la lengua—. Mierda. ¿Lo ves? Esto es culpa de Marinette. ¡Siempre es Marinette! Tiene su horrible temperamento clavado en los ojos. ¿Has visto como me mira?

—Cariño…es que tu…

Gabriel se ve tentando a calmar a su esposa, profiriéndole un toque sincero de manera honesta en el hombro. Pero su cónyuge lo empuja, errática.

—¡No me toques! —lo asesina con la mirada—. Siempre haciéndote la maldita victima frente a ella. ¡Y es por eso que me ve como la villana! Pero no eres capaz de ponerte los pantalones y contarle la verdad. Esto es tu culpa, Gabriel —Emilie se levanta, azotando su copa contra el suelo— ¡Tu iniciaste esto! ¡Y tú lo acabaras! ¡No te soporto! ¡Te odio!

Gabriel observa como el mismo carácter que hizo que su nieta dejara a medias la cena, hace estragos en el de su esposa. Le resulta tragicómico que Emilie culpe a su nuera del temperamento de su nieta, cuando en el fondo…

Pero si tu siempre has sido así, mi amor…—suspira, bosquejando una mueca febril— Tan irreverente e independiente. No hay ser que te domine.

—Gabriel…—Nathalie ingresa al salón, acongojada por la escena—. Yo puedo…

—No, Nathalie. Ya hiciste suficiente —Gabriel se limpia la boca y se desliza sobre la silla hacia atrás— ¿Cómo salió lo de la lagartija?

Basilisco…

—Eso.

—Bien. Pero…

—Deja. Ahora me encargo yo —el peliblanco coge una botella de vino y camina hacia las escaleras—. Si fueras tan amable, prepárale una infusión de cacao con miel a Emma. Llévala en quince. Y limpia todo este desmadre ¿Quieres?

—Si, señor. Como ordene —asiente, servicial como de costumbre.

En la habitación.

—¿Puedo preguntarte algo? —sisea Emma, confundida—. Pero no te enojas.

—¿Cuándo me he enojado contigo? —Gabriel se sienta en el suelo junto a ella, bebiendo de la botella que traía—. Dime lo que te agobia.

—¿Por qué mi abuela odia tanto a mamá?

—Ah…—el señor Agreste suelta una risita endeble, seguida de una caricia sutil sobre su nuca—. No. Emilie no odia a nadie. Solo así misma. Pero está tan ciega, que no lo ve.

—¿Por qué?

—Porque…—exhala rendido pero sereno—. No se perdona algunas cosas. Errores del pasado, supongo.

Errores…—murmura para si misma, casi en un suspiro— ¿Fue un error casarse contigo?

—Eso creo —ríe jocoso, el mayor. Aunque a la menor no le ha hecho nada de gracia. Por el contrario, lo observa como si estuviera viendo una estatua rota. Despabila—. No. Disculpa. No es eso. Hay cosas que los adultos manejamos mejor y que ustedes los niños aun no entienden. Pero eso no te hace mas o menos lista. Así que no culpes a nadie ¿Sí? Mucho menos a Marinette.

—¿Qué piensas de Marinette?

—¿De Marinette? —Gabriel alza la vista al techo, reflexivo—. Mmh…déjame pensar…

—Abuelo…—ayuda.

—Jajaja, perdona. El vino está muy bueno —le resta importancia. Tanto dramatismo a veces hace mal ok—. Creo sinceramente que Marinette es la mujer perfecta para Adrien. No podríamos haber escogido a otra chica para él. Aunque…bueno, cuando la conocí, yo sabía que no estaba enamorada de él.

—¿Disculpa? —Emma se retrae en su posición, ligeramente injuriada— ¿Cómo que mamá no ama a papá?

—¿Ves por qué dije que hay cosas que no se entienden? —revela el mayor, tomando otro sorbo—. A ver, Emma. Lo único que te debería importar en estos momentos, es que tu madre te ama. Te ama tanto, que daría la vida por ti. Bueno, eso es algo que ya sabes porque lo viviste en carne propia mientras vivían en la finca. ¿O me equivoco?

—Está bien. No soy estúpida tampoco —chasquea la lengua, reprimida—. Entiendo como funciona eso de las parejas, los hijos, matrimonios, etc. Pasa que no me gusta que me mientan.

—Nadie te ha mentido.

—Mamá sí. Y ahora con lo que me lo confesaste ebrio, lo sé —confiesa la rubia, apabullada—. Se que mamá no estaba del todo convencida de casarse con papá. Yo era muy pequeña, pero los vi discutir demasiadas veces como para saberlo.

—Los matrimonios discuten, cariño —se encoge de hombros— Ya ves a Emilie y yo.

—Si, ya sé —rueda los ojos, irónica—. Pero no es igual. Las peleas que tu y abuela tienen son distintas a las que tenían ellos. ¿Sabes? Ustedes solo tienen diferencias de opinión. O al menos, así se ve. En cambio, ellos…—juguetea con el cuello de sus ropitas— Bueno…emm…ah…

—¿Emma?

—Que.

—Dilo.

—¿Qué cosa?

—Lo que tengas que decir.

—No tengo nada mas que decir —rehúye de su mirada, roja como un tomate.

—Por favor, ahora eres tu quien me hace ver como un tonto —ríe.

—¡Abuelo! ¡No me-…! —Emma se revuelve el cabello, liada—. Ok. Es que…mamá siempre. Umh… ¿Cómo lo explico?

—Ya veo —asume el mayor, empinando la botella nuevamente. Solo que esta vez, no la mira— Tu también lo viste ¿Cierto?

—¿El que?

—¿Lo digo yo?

—Si…—implora la ojiverde.

—Marinette está enamorada de alguien más —veredicta Gabriel. Sin ni un tapujo.

—Si —asevera, totalmente segura de si misma—. Así mismo. ¿Pero cómo sabias…?

—Hay una historia ahí…—niega con la cabeza—. Pero no soy yo quien debe contártela. Es ella. No me corresponde.

—¿Y entonces por qué permitieron ese matrimonio? —cuestiona la niña, embrollada— ¿Qué pasa conmigo entonces? ¿Acaso soy un error? ¿Los niños no vienen al mundo producto del amor o…?

—Hey. No. Para ahí —le detiene en seco, regalándole una mirada penetrante y certera—. Ni si quiera lo vuelvas a pensar o lo repitas. Tu eres el resultado de una relación muy linda y llena de mucho amor. Pasa que el amor es…

—¿Complicado?

—Algo así —Gabriel no sabe como expresarlo en el fondo.

—No es cierto —refuta Emma, descorazonada.

—¿Disculpa?

—El amor no es complicado, abuelo —musita la rubia, cabizbaja—. La gente lo es.

—Eres una niña increíble ¿Lo sabias? —su familiar la despeina, en un coscorrón sincero—. No dejes que el resentimiento de Emilie te invada. Haremos grandes cosas juntos.

—Nunca te lo dije. Pero la verdad te admiro mucho —esclarece Emma, con la mirada humedecida—. Tu eres tan sabio y tan maduro. Ojalá todos los hombres fueran como tú.

—Emma…—Gabriel ha enmudecido. No entiende la temática de la platica y ya no comprende como seguirla. Si tan solo…—. Escucha, niña. Yo en verdad no soy tan bueno. Pasa que-…

—¡Disculpen! —interrumpe Nathalie. Trae consigo una bandeja de cacao con miel, tal como se le ordenó— ¿Gusta algo dulce para dormir, condesa?

—¡Que rico! —brinca Emma, beata por su intervención bendita— ¡Vamos a tomarla juntos! Abuelo ya tomó mucho alcohol. ¿Lo llevas a la cama ahora?

—¡Jajaja! ¡Si! Claro…—Nathalie mira a Gabriel, sentenciando la velada. Este ultimo asiente, sumiso frente a su acato—. Ya se va solo, de hecho Esfúmate y déjame con la niña.

—Descansen, chicas —vaticina el mayor— Ya me voy, joder — Emma. Mañana en mi laboratorio temprano ¿Sí? Probaremos mi nuevo suero.

—¡Si señor! —ríe, jovial—. Ahí estaré.

Una vez a solas.

—Nathalie —pregunta Emma, más despreocupada que nunca de tomar ese brebaje apacible— ¿Qué tanto conoces la historia de mi familia?

—No mucho. Pero lo suficiente —atina la ama de llaves— ¿Por qué? ¿Qué me quieres preguntar?

Emma hace una pausa prolongada frente a su cuestionamiento. La asalta una duda, sobre el creciente indago de información que le dio a su ebrio abuelo. Pero…bueno. El dicho dice, que los borrachos no mienten. Así que. ¿Qué puede perder? Se aventura osada a consultar, incluso si la investigación está algo intricada. Algo podrá obtener, aunque esté sobria. Mas que mal, es ahora su mejor amiga ¿No?

—Dime una cosa, Nathalie —consulta Emma, efusiva— ¿Tú sabes de quien está enamorada realmente mi mamá?

—¿Qué…?