OBLIGACIONES DE PRINCESA
De Siddharta Creed
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Capítulo 24
Es impresionante cómo los gratos recuerdos se tatúan en la memoria.
Ambos híbridos se adaptaron de inmediato a la forma de besar del otro, reconociendo su sabor al instante, apretando el abrazo sin romper el beso, saboreándose a fuego lento, hasta que de pronto, el príncipe soltó a Pan, girando la cabeza hacia un lado, alejándose hasta donde el sillón lo permitió.
Negó con la cabeza, meciendo los mechones que caían por su sien: —Has tomado alcohol, uno bastante fuerte.
—Ah… —la joven no supo qué decir. La vergüenza y decepción la congelaron.
—No me aprovecharé de la situación —aclaró el príncipe.
—No pensaría eso de usted.
—Tienes razones de sobra para pensarlo —reconoció en un grave susurro.
—No somos los mismos de antes —musitó avergonzada.
—Tú no has cambiado mucho. Aun es fácil manipularte con chantajes—respondió serio.
No hizo falta que le explicara más, era muy obvio. Quiso abrir la boca para debatir su punto de vista, sin embargo, no tenía caso defender lo indefendible. Mordió sus mejillas internas, le apenaba haber quedado tan expuesta.
—Mi intención no es sermonearte, conoces bien mi opinión —aspiró y expiró cerrando momentáneamente los ojos. «Es ahora o nunca», pensó decidido—: Lamento todo el daño que te hice, nunca debí pasar por encima de tus decisiones. De verdad, lo siento —escupió las palabras, lanzando el enorme costal que le oprimía el pecho.
Pan se quedó en silencio por unos segundos, jamás imaginó que llegaría a escuchar una disculpa por parte del heredero; un príncipe y un rey nunca deben dar disculpas ni explicaciones, dictaba uno de los escritos sobre comportamiento y etiqueta de la familia real. Antiguos escritos saiyajines, que la tutora a su cargo solía repetirle en las lecciones.
—¿Cambió su manera de pensar? Me refiero al decreto que se publicó —preguntó Pan, aprovechando que el príncipe tocaba el tema.
—¿Lo supiste?
—Me gusta leer noticias del planeta Vejita.
—Ah… —por años creyó que a ella dejó de importarle el planeta guerrero. Le causó una buena impresión haberse equivocado— ¿Sabes qué tienes mucho que ver en ese decreto? —confesó dedicándole una mirada que Pan definió en ese momento como; encantadora.
La tensión generada por el beso se desvaneció, lo que relajó la postura de la híbrida, regresándole la confianza. —Estoy muy orgullosa de usted.
—Es tu logro. Después de todo, fuiste tú quien me abrió los ojos —admitió, relajando él también la postura—. ¿Quién te abrirá los ojos ahora?
La joven no respondió, se quedó pensativa, con la mirada perdida en sus pies.
—No volveré a intervenir en tu vida —dejó escapar un suspiro, apoyando sus brazos en las rodillas, con la vista perdida en la pared de metal frente a él—. En aquella ocasión, te dejé libre para que abrieras las alas y volaras tan alto como quisieras, sin ataduras. Fue… fue difícil, demasiado —se relamió los labios, tragando saliva después, meneando la punta de la cola de manera involuntaria.
—Alteza … —musitó Pan.
—Yo merecía pagar por mis acciones —la interrumpió, enderezándose de nuevo, girando el rostro hacia ella.
—Sí, lo merecía —respondió Pan—. Supongo que fue complicado deshacer la unión ante el senado —opinó, creyendo que a eso se refería al decir que había sido muy difícil. Suspiró luego de verlo asentir con la cabeza.
—Alteza, hay algo que debo confesar —apretó los labios por un par de segundos. Le costaba trabajo comentarlo, nunca se lo había dicho a nadie, pe ro necesitaba sacarse la duda.
—¿Sí? —la vio pensar, reaccionando luego con una pequeña sonrisa nerviosa.
—Tengo un lejano recuerdo… del día que usted me llevó en brazos hacia la unidad médica —comenzó su relato, sin percatarse de que el príncipe contenía el aliento, abriendo los ojos en una clara expresión de sorpresa—. Tal vez fue mi imaginación, pero… me pareció escucharlo decir que… —tragó saliva, levantando la vista hacia él, enfrentando esos ojos azules que la observaban expectante—, lo escuche decir que… que me amaba —finalizó en un tímido hilo de voz.
—Ahh… —el príncipe balbuceó, recuperando de inmediato su típica pose altiva—. Perdías sangre. Debió ser una alucinación— dijo en automático, fingiendo con soltura—. Los saiyajines de clase alta no…
—Lo sé —lo interrumpió, conteniendo la decepción en sus palabras—. Por eso mismo no se lo he dicho a nadie. Siempre sospeché que deliraba, ahora lo compruebo.
La respuesta del príncipe le había golpeado en el ego. Todos esos años su orgullo le susurró que pudo haber sido algo más que un trofeo en la vida del heredero, que había logrado hacerlo tener sentimientos considerados tabú en su pueblo.
—Seguramente pensaste que era un patético débil —musitó entre dientes, girando el rostro hacia el piso.
—Nunca pensé eso de usted —posó una mano sobre el puño cerrado del príncipe, el cual se tensó al tacto.
—Pan — ahora fue su turno de acunar la mano de la joven, la misma con la que ella le apretaba el puño—. Lo siento —escupió, retornando la vista a los ojos negros de la joven—. Se muy bien que haga lo que haga, no podré regresarte lo que te arrebaté. Si pudiera regresar el tiempo…
—No puedo cambiar el pasado, pero puedo cambiar tu futuro —musitó interrumpiéndolo—. ¿A eso se refería?
Trunks asintió con la cabeza. —Tu rechazo me sacó de quicio en un inicio. Estaba acostumbrado a obtener todo lo que deseaba, nadie antes me había rechazado, al contrario —apretó ligeramente su mano sobre la de ella, esperando transmitirle la sinceridad de sus disculpas, las que sentía que llegaban tarde, pero al menos había tomado el valor de escupirlas—. Por mi honor… lo lamento profundamente.
Sin dar crédito, la híbrida contuvo la respiración por un breve instante, conmovida por las palabras del orgulloso guerrero. Advertía el nerviosismo en sus palabras, estaba segura de que disculparse lo hacía sentir vulnerable, solo por el hecho de admitir sus errores; tal vez para su pueblo, pero para ella, se necesitaba de mucho coraje y arrojo, para tirar de lado la dura máscara de arrogancia que le habían enseñado a vestir desde que tenía memoria.
—Hace tiempo que lo perdoné —le respondió.
—No deberías perdonarme, solo te he traído desgracias —la soltó para ponerse de pie, señalando todo a su alrededor—. Mírate, ahora mismo estarías disfrutando de abundante comida, con suficiente oxígeno para llenar tus pulmones. Yo no merecía la pena como para arries...
Un fuerte abrazó de Pan le hizo detener sus palabras. Debía tener el corazón muy grande como para perdonar algo que él jamás hubiese pasado por alto, porque estúpida no era, todo lo contrario.
«Por eso me dejó ir, por culpa, no fue por amor, o decepción». Pan le dedicó una cálida sonrisa antes de responder: —Eso ya no importa.
La tomó de los hombros para asegurarle de frente: —Por mi honor, saldrás viva de aquí —la soltó, dirigiéndose a recoger la botella y los vasos del piso—. Tenemos mucho trabajo en unas horas —dijo tomando su cobija. De continuar confesando sus errores, corría el riesgo de hablar de más, por lo que prefirió dar por terminado el tema.
Después de aquellas honestas disculpas, el príncipe se sintió más ligero. Tan fácil que era pedir perdón, si no fuese porque en su cultura saiyajin representaba sumisión y debilidad, desde hacía mucho tiempo lo hubiese hecho. Pudo dormir en paz, comenzando con el proceso de auto perdón que se había estado negando. Luego de algunas horas, el príncipe despertó antes que Pan, preparando el desayuno, que constaba de cuatro latas de carne en conserva, preparadas con los últimos vegetales congelados, que ya habían perdido su color original.
El insípido sabor dejó de ser un problema desde hacía tiempo, siempre y cuando le calmara un poco el hambre, aun así, no dejaba de odiar la comida enlatada. Al menos quedaban algunas sopas instantáneas para más tarde, las cuales toleraba mucho mejor.
Comió con prisa y comenzó a trabajar, desmontando los diminutos componentes quemados, ayudado por unas pinzas, en una labor meticulosa para la que ya tenía un poco de práctica. Debía ser con sumo cuidado, pues corría el riesgo de arruinar los minúsculos cables conectados a la tabla, ya que eran muy delgados, casi, como una hebra de cabello.
Poco después llegó Pan, aun somnolienta. —Preparé té —le indicó la tetera eléctrica que se encontraba encendida.
–Se lo agradezco, no debió molestarse.
—No se me caerán las manos por usarlas —comentó de buen humor—. Aquí no soy tu príncipe, somos dos personas que buscan sobrevivir.
Pan asintió, sirviéndose el líquido color ámbar, en una taza de acero inoxidable.
—Extraño el café matutino. Cuando salga de aquí, tomaré mil tazas cada mañana —dijo Pan, sentándose frente al príncipe.
—No quiero estar cerca —murmuró entre risas bajas, sin dejar de trabajar—. Ya te imagino hablando por horas, saltando y haciendo todo ese escándalo que solo tú sabes hacer.
—¿Insinúa que soy ruidosa?
—Y vulgar —soltó la herramienta para rodear la barra, rozando apenas sus cuerpos al pasar detrás de ella, acercándole una pequeña olla—. Aquí hay comida preparada, comienza a enfriarse.
—No soy vulgar —alegó, poniéndose de pie para ver el contenido en la olla; los mismos alimentos de cuatro días anteriores. Suspiró resignada, odiaba el sabor a conservantes y exceso de sal.
Comenzó a comer con desanimo, ya no le daba el mismo apetito de antes, si no fuese porque el príncipe lo había preparado para ella, se conformaría con el té por el momento.
Sonrió con disimulo mientras lo observaba trabajar, le agradaba verlo más humano, más terrenal. Tiempo atrás, hubiese creído que ante esas circunstancias, el heredero se la pasaría quejándose, sin aportar en nada, limitándose a estorbar y alardear. Nada parecido a lo que ahora presenciaba.
Se exigieron trabajando por horas, forzando la vista al máximo, hasta terminar viendo dos cables, donde solo había uno, por lo que decidieron hacer una pausa. Estaban a nada de arreglar el sistema de comunicación.
—¿Le gustaría jugar videojuegos? —preguntó Pan, estirando los brazos para desentumirlos.
—Debemos descansar la vista —le recordó el príncipe.
—Es verdad —soltó un suspiro cansado. Lo ideal sería dormir, pero no deseaba hacerlo, el estrés acumulado no se lo permitiría—. Entonces… —lo tomó de la mano, jalándolo hacia la cabina, donde tomaron asiento al lado del otro—. Nada mal esta vista —señaló la ventana, de donde se podía apreciar un halo de colores fríos flotando, reflejando la luz solar que llegaba a esa parte del cometa.
—Nada mal. Memorízala, pronto podrás tener otras vistas.
—Hay probabilidades de que falle —susurró Pan, acariciando el sector de botones del panel de control. Recordó lo feliz que se encontraba el día que adquirió la nave, después de juntar unos ahorros, sin imaginar, que podría terminar siendo su tumba, al lado del príncipe que había dejado atrás.
—Eres buena reparando. No como yo, mi talento es destruir —torció los labios con un dejo de amargura.
—A veces, es necesario destruir, para construir sobre bases más sólidas —retornó la vista hacia la ventana, sonriendo con nostalgia—. ¿No tiene miedo de morir aquí?
Lo escuchó suspirar largamente, tal vez pensando. —La muerte es lo único que tenemos seguro los guerreros, desde que tengo memoria me han preparado para enfrentarla, con la certeza de que puede llegar en cualquier momento —hizo una pausa, clavando su mirada en el perfil de la mujer, quien retornaba la vista hacia él, —. Lo que me aterra, es arrastraste conmigo en esto.
—Ya no tiene caso pensar en lo que se pudo hacer —opinó Pan, poniéndose de pie, jalándolo de una mano para que la imitara, aunque él tuvo que encorvarse, pues la cabina tenía el techo más bajo, que el resto de la nave.
Intrigado, la observó buscar algo en su tableta.
—Nada como la música para eliminar el estrés —dijo la joven, dejando el dispositivo sobre el tablero, llevando después las manos sobre los hombros del guerrero. —Esta canción es calmada. Le aseguro que no hará el ridículo.
«A estas alturas, me importa una mierda el ridículo, si es entre tus brazos», pensó, correspondiendo el abrazo, siguiéndole el paso, meneándose de manera apenas perceptible, pues el pequeño espacio no daba para más.
—Es curioso —musitó Pan, aspirando el aroma que manaba de la piel del guerrero. Le agradaba cómo se mezclaba con la fragancia de su jabón floral, demasiado femenino, como para encontrarlo en los tocadores del palacio saiyajin.
—¿Uh? —el príncipe salió de su ensueño, prestando su atención a ella.
—Si en el pasado me hubiesen dicho que sería agradable bailar con usted. No lo hubiera creído —opinó con una risita baja.
—Ya me debe faltar oxígeno al cerebro, por eso accedo a ese ridículo ritual —respondió queriendo parecer petulante.
Pan bufó en respuesta, ahora que lo conocía mejor, podía reconocer cuando se escudaba detrás de la máscara de príncipe apático, cada vez le parecía más transparente. Sin embargo, podía asegurar que detrás de lo que lograba develar, había mucho más oculto.
—Lo odiaba, realmente lo odié. No encontraba nada positivo en usted.
Siempre lo supo, para el híbrido nunca fue un secreto, y a pesar de que hubo un tiempo que no le afectó mucho, ahora le dolía profundamente. No obstante, escucharla decir esa palabra en pretérito, le hacía digerirlo mejor.
—Yo también creí odiarte —murmuró—. Abriste la cerradura de la cadena que aprisionaba a mi monstruo interno —reconoció, sin alejarla de su cuerpo.
—¿Volvió a encadenarlo? —preguntó con curiosidad. Siempre tuvo temor de volver a ver esa faceta violenta en él.
—No —respondió tajantemente—. Hace años lo mataste.
No hubo respuesta por parte de Pan, al menos en palabras, no hicieron falta. Simplemente se lanzó a besarlo, apretándolo contra sí desde la nuca, no estaba dispuesta a otra negativa por parte de él, quien después de pensarlo por unos pocos segundos, decidió corresponderle con el mismo ardor.
Las grandes manos del príncipe pasaron de unos suaves toques por la cintura de Pan, a apoderarse de ella en un posesivo abrazo, presionando con las yemas de sus dedos, palpando con anhelo, las delicadas curvas de la mujer de sus sueños.
—Romperé mi compromiso con Anthon. Viviré a mi propio ritmo —confesó entre suspiros, sintiéndose la mujer audaz, que siempre decía ser.
Algo tenía el príncipe, que despertaba en ella inquietudes que la liberaban, sacándola de la burbuja de rectitud en la que solía permanecer, para aplacar su pasión saiyajin.
—Finalmente lo entendiste —susurró en su oído. Su madre tenía razón, pero el escaso tiempo que convivieron en Sunev, no dio paso a que ella abriera sus pesares para él, que después de todo, no dejaba de ser casi un desconocido para la híbrida.
—Gracias por sus consejos… —se paró sobre las puntas de sus pies para decirle sobre los labios—. Ahora que soy libre, ¿podría ayudarme con el estrés?
El príncipe levantó una ceja, sonriendo de lado. Le fascinaba esa nueva faceta de mujer que ahora tenía Pan. —Solo encuentro una manera para ayudarte con eso —respondió en un ronroneo ronco, antes de darle un mordisco al labio inferior de la híbrida.
—Estoy en sus manos, príncipe Vegeta —le depositó un beso en el mentón, sin importarle la barba de poco más de medio centímetro que coronaba su rostro.
—Para ti soy Trunks —la sujetó por los glúteos, apretándola contra su endurecida pelvis, en una clara advertencia de lo que tenía en mente.
El muro que intentó construir la noche anterior, cuando la alejó después de besarlo, se había derrumbado con esas últimas palabras de Pan, sabía que no se detendría, a menos que ella se lo pidiese.
—Aquí no —se alejó sonriéndole coqueta, guiándolo de la mano hacia su cabina, lejos del panel con botones y palancas que podrían terminar arruinados.
Apenas pasaron el umbral, y el príncipe la arrinconó contra la pared, entrelazando sus dedos con los de ella, a la altura de la cabeza de Pan, reclamando sus labios de nuevo, buscando su caliente lengua, en un frenesí por ver quien lideraba el encuentro, hasta que el aire les obligó a separar sus labios.
—Te has sonrojado, y apenas comienzo —se burló con un tono de voz que Pan reconoció al instante, el que utilizaba al seducirla—. ¿Dónde quedó la mujer?
—Ya no soy la chiquilla —suspiró alardeando—. Ahora tengo experiencia.
—¿Te refieres al terrícola débil con miembro corto? —bufó con sorna, admirando el puchero que se formaba en los labios de la joven.
—Para los machos saiyajines, todos los terrícolas son inferiores en todo, especialmente en… eso —espetó desviando la mirada, evitando reír ante la ocurrencia del heredero—. Anthon no ha sido el único. Tuve otro novio antes que él.
Trunks levantó una ceja intrigado. —Oh… ya veo. ¿Dos terrícolas con poca energía y miembro corto? —se burló de nuevo, soltando las manos de Pan.
—Ah… ja, ja, ríase todo lo que quiera. No espere que alguien como yo, lleve su depravado estilo de vida —levitó hasta quedar a su altura, rodeándole el cuello con los brazos—. Sin embargo, me encantaría tener una aventura de una noche con usted, príncipe Trunks.
No recordaba haberla escuchado llamarle con su nombre terrícola, aquel, con el que solo su familia directa se refería a él. Tragó saliva con emoción.
Pan lo deseaba, no importaba si fuese solo un alivio sexual momentáneo; lo deseaba de verdad. No se trataba de un encuentro llevado a cabo como transacción, no estaba amenazada ni manipulada, no había chantajes de por medio, tampoco lo hacía resignada, podía leerlo en sus expresivos ojos negros. Pan deseaba yacer con él, aunque fuese solo por una noche.
Sin pensarlo dos veces, la levantó por los glúteos, restregándole su hombría entre las piernas, mientras le besaba y mordisqueaba el cuello.
—Ah… —gimió Pan, enterrando los dedos en la cabellera del príncipe, desordenándole la trenza.
—¿Quieres que te folle? —preguntó en un gruñido grave, quemándole la piel del cuello con su aliento, restregando su adolorida erección contra ella, con intensas estocadas, terminando de encender la libido de la mujer.
Recibió un tímido gemido como respuesta, seguido por ansiosos besos en sus labios. No era suficiente, su ego saiyajin le pedía más.
—Pídemelo —le ordenó, apretando su agarre, elevando las caderas con más ímpetu, casi penetrándola sobre la pantalonera.
Pan lo pensó por unos pocos segundos, no porque dudara, sino porque le apenaba decirlo en voz alta. No obstante, el fuego en su intimidad se incrementaba ante cada roce, necesitaba de él para apaciguarlo.
—Fólleme, alteza —musitó, casi rogando a los oídos del príncipe. No la haría esperar mucho tiempo.
La cargó hacia el colchón, donde la dejó caer con sutileza, para después quitarse la camisa, lanzándola despreocupado al suelo. Siempre disfrutó de ver aquello que causaba en las hembras al desnudarse, principalmente, porque a pesar de ser considerado como un macho apuesto, no dejaba de tener inseguridades por su aspecto tan terrícola.
Posó las yemas de sus dedos en los costados de la híbrida, subiendo en un sutil roce, deteniendo el viaje de sus manos justo donde comenzaba el borde de los senos, acariciándole con los pulgares hacia arriba, casi llegando al par de areolas rosadas, que conocía debajo de la tela infernal que las cubría.
Besaba a la joven con frenesí, extasiado por el aroma que lo envolvía, invitándolo al banquete más delicioso que había conocido; el cuerpo de la híbrida, quien parecía estar tan ansiosa como él, apretándolo contra sí, recorriendo sus músculos en ardientes caricias.
Ansiaba tomarla ya mismo, arrancarle el aliento de manera voraz, con impaciencia. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para contenerse, iría de a poco, porque sabía que no tendría otra oportunidad, no lo arruinaría por culpa del ozaru que dentro de él bramaba en celo.
Avanzó rodeando los montes, sonriendo de lado al comprobar que ahora sí llenaban sus manos. Los apretó y masajeó sin reservas, soltando sus labios para descender con su lengua por el músculo platisma, hasta instalarse un poco antes de llegar a la clavícula, donde succionó brevemente, dejándole una pequeña marca rojiza sobre la nívea piel de la híbrida.
La tela color rosa pálido de la camisola de Pan comenzó a estorbarle, por lo que simplemente la rasgó sin avisar, recibiendo un reproche por esa acción.
—Tienes más de estas —ronroneó, mostrando los colmillos de manera felina, lanzando uno de los pedazos de tela hacia atrás, para después lanzarse contra el botín recién descubierto.
Tomó con la mano derecha un seno, apretándolo con ímpetu desmedido, provocando que su compañera emitiera un quejido bajo, muy parecido a un gemido, lo que incrementó más el ardor en la entrepierna del heredero.
Consiente de su inicial falta de tacto, mimó a la mujer con caricias suaves en ambos montes, brindando alivio con su experta lengua, entre uno y otro, sin decidirse en cuál detenerse, hasta que notó un surco que desconocía, alejándose para observar con curiosidad.
Una marca rosa invadía la piel en medio del pecho de Pan, trayéndole amargos recuerdos, de ella desangrándose en sus brazos.
—Una batalla ganada. ¿Le molesta, alteza?
—Me encanta —respondió el príncipe. Las cicatrices, especialmente de batalla, eran consideradas como un atractivo en la piel de todo guerrero.
Regresó a su ataque amatorio, aferrándola desde la espalda baja, apretando con los dedos, haciéndola arquear el pecho hacia su boca, deleitándose con ese oasis que de pronto se le ofrecía, en el desierto donde residía desde hacía poco más de diez años.
El príncipe Vegeta V se dio el gusto de lamer, mordisquear y succionar como tantas veces fantaseó en la oscuridad de su alcoba, creando un delicioso cosquilleó a la híbrida, que se instaló con intensidad entre sus piernas.
—Alteza —gimió rodeándolo con las piernas, atrayéndolo a su centro.
Siempre fue así con él desde que le hizo conocer el placer, en aquel retorcido juego, donde ella decidió participar para ayudar a su familia, rindiéndose en las redes seductoras del experimentado guerrero.
Tenía días debatiéndose en lo enferma que tendría que estar, para sentir atracción sexual por él. Una cosa era el perdón, e incluso la admiración que podía despertarle por su rol político, otra muy distinta, desearlo porque sí, con el pasado que ambos arrastraban.
—Mmm…
Lo escuchó entre suspiros roncos, presionando con sus caderas. Instintivamente, ella lo imitó, aferrándose a su espalda con las uñas.
«A la mierda lo correcto. Si llego a morir, al menos tuve esta satisfacción». Elevó su vaivén, restregando su intimidad contra el bulto del príncipe, aprisionado en la pantalonera rosa que ya no volvería a ver de la misma manera que antes.
—Mmm… alteza —ahora fue el turno de Pan para gemir ruidosamente, haciendo eco en el camarote.
Impaciente por participar en el encuentro, se sujetó de los vigorosos brazos del príncipe, inclinándose hacia el tórax masculino, trazando caricias en la ruda piel con su lengua, dejando un camino húmedo hacia el pezón más cercano al corazón del guerrero.
Las palpitaciones del guerrero retumbaban cerca de los labios de la mujer, agitándose de tal manera, que el príncipe podía sentirlo en todo su cuerpo, volviéndose más intensas, cuando la sintió succionar y mordisquearlo, dedicándole una mirada traviesa, sin un atisbo de timidez. Hasta que satisfecha de su trabajo allí, quiso volver a los labios del híbrido.
—Tranquila —murmuró, con una sonrisa lasciva—, ya te besaré.
Terminó de rasgar lo poco que la joven vestía, descubriendo lo que faltaba por desvelar de su piel, especialmente, la flor entre sus piernas que se abría para él. De inmediato llevó una mano hacia su premio, acariciándole con el dedo pulgar, relamiéndose los labios, mientras la observaba arquearse ante ese simple toque.
—¿Impaciente? —preguntó en un ronroneo erótico, aprovechando la humedad para introducirle el dedo medio de su mano derecha, follándola de esa manera, disfrutando de verla retorcer su cuerpo, deseando mucho más que eso.
—¡Alteza! —gimió ruidosamente, apretando la cobija debajo de ella.
El príncipe de cabello lila sacó su dedo, llevándolo hacia los labios de Pan—. Prueba —le ordenó, observándola con una intensa llama en los ojos, muy parecida a cuando entrenaba. Tal vez por eso se sentía seducida por él, durante los entrenamientos.
Sin dudarlo le obedeció, lamiendo el dedo del príncipe, tal cual una felación.
—Dije que te besaría —se agachó hacia los labios de Pan, a lo que ella respondió soltando el dedo para recibir sus labios, los cuales, Trunks alejó con una sonrisa burlesca, bajando hacia sus piernas, colocándose de rodillas frente a ella.
Hambriento de la mujer, se deleitó del festín a su disposición. Sabía bien que no se conformaría con su boca, quería probar todo de ella, especialmente su intimidad, donde se dio el lujo de recorrer la zona con su lengua, mordisqueando la carne blanda, ganándose unos jalones de cabello, por su delicioso atrevimiento.
Continuó realizándole la mejor felación que en su vida le había dedicado a una hembra, tomándose su tiempo, extasiado con el dulce sabor que manaba de la mujer.
Liberó su miembro hinchado, bajando solo lo suficiente la pantalonera, estimulándose con la mano derecha, al mismo tiempo que sus caderas se movían imitando estocadas, masturbándose mientras ocupaba su boca en ella.
«Maldición, hágalo ya», suplicaba Pan en su mente con desesperación.
—Ah… —soltó un gemido más intenso, provocándolo a propósito.
—¿Esto quieres? —se levantó, poniéndose de rodillas sobre el colchón, restregando su virilidad sobre la humedad de Pan, sin penetrarla. Disfrutaba de torturarla de placer, pero también le estaba costando trabajo resistirse, se encontraba igual, o más necesitado.
—Tú ganas —se rindió, hundiéndose en el cuerpo caliente de Pan, siendo recibido por la humedad que él mismo había provocado.
La escuchó emitir un gemido que conocía bien, esa molestia inicial que la híbrida solía tener al comenzar la penetración, por lo que se enterró de a poco, disfrutando a fuego lento, la sensación de su miembro siendo apretado por la carne de ella.
La sintió estremecer una vez que tocó fondo, entonces, reclamó de nuevo sus labios, distrayéndola para tomar el ritmo que deseaba, levantándola por las caderas, aferrándose a sus glúteos para embestirla con libertad.
Todo su cuerpo vibraba de emoción, apenas podía creer que no era uno más de los sueños que fueron su consuelo en una década, podía cerrar los ojos con la certeza de que al abrirlos, ella continuaría debajo de él, entregándose por iniciativa propia.
Necesitaba verla disfrutarlo, por lo que se alejó de su adictiva boca con algo de reticencia, irguiéndose de nuevo, poniendo atención en cada uno de sus gestos, en las curvas de su cuerpo danzando bajo sus estocadas, en la entrada hinchada abrazando su hombría, llenándolo con sus jugos íntimos, hechizándolo con cada sonido que salía de su boca.
—Mírame a los ojos —le ordenó, con ese tono de voz autoritario que le erizaba la piel, manteniendo el ritmo de sus caderas contra la pelvis de Pan, quien, hasta ahora, gozaba del encuentro con ojos cerrados, pues le era imposible no sentirse intimidada, a pesar de sus intentos por ocultarlo.
—Pan —la llamó con voz áspera, aumentando el vigor de sus estocadas al entrar, llevándola al límite de su resistencia, algo que le encantaba de ella— ¿Dónde quedó tu vasta experiencia? —preguntó mofándose, a lo que la híbrida respondió mordiendo su labio inferior, enfrentándole la mirada por unos segundos, para luego desviarla hacia el cuerpo del híbrido, aferrándose de los muros que este poseía por brazos.
—Petulante —gimió Pan con una tímida sonrisa, maldiciendo la seguridad con la que siempre se mostraba el príncipe, especialmente en la intimidad.
Tenía tanto tiempo sin ser tomada con esa fogosidad, que ya había olvidado el ardor que podía llegar a sentir por la fricción. No le importó, al contrario, sabía que su cuerpo lo resentiría, y la idea le gustó demasiado.
De pronto, la cola del príncipe comenzó a participar, arrastrándose desde sus senos, hasta su clítoris, restregándose contra la piel sensible, agregando nuevas sensaciones placenteras a la experiencia.
—Quiero montarlo —exigió, mirándolo con determinación, arrugando el ceño tal y cómo lo hacía él cuando quería algo en el momento—. Ahora —gimió, sonriendo triunfante cuando el príncipe bajó la intensidad de su danza contra ella, pasando a lentas y pausadas envestidas circulares.
—Aun no. Primero te follaré yo —sentenció socarrón.
Salió de ella para deshacerse por completo a patadas de la pantalonera, que ya bajaba por las rodillas. Quedando completamente desnudo frente a ella, gratificándose mentalmente por su reacción, y no era para menos, Pan tenía varios años sin ver a un macho con ese físico frente a sus ojos.
El apetitoso miembro erguido frente a ella, le despertó las ganas de probarlo con su boca, una de sus prácticas favoritas con su novio, que evitaba hacer muy a menudo, pues aceleraba la cúspide de placer en el joven, dejándola con ganas de más. Estaba segura de que con el príncipe sería muy distinto.
Se mordió el labio inferior, tragándose ese deseo, considerándolo demasiado atrevido para la aventura de una noche, demasiado íntimo.
—Ven aquí —la tomó de una mano para ponerla de pie, luego, sacó la colcha y la dejó caer en el piso, poniendo a Pan de rodillas sobre esta, con las manos recargadas sobre el colchón.
Una vez que la tuvo como esperaba, se acomodó también de rodillas, detrás de ella, con las piernas hacia los lados de las de Pan, teniéndola a su disposición, su miembro palpitaba deseoso por desparramar su esencia en el interior de la híbrida.
Gruñó apretándole los glúteos con ambas manos, lo que sobresaltó a la híbrida, quien giró la cabeza para ser sorprendida con un apasionado beso en los labios, que después descendió a su cuello, bajando hasta detenerse en uno de sus hombros. En respuesta, Pan levantó el trasero hacia él, ansiosa por recibirlo dentro.
«Joder, es mucho mejor de como lo recordaba». Pensó el príncipe, recorriéndole la piel en una larga caricia desde la espalda hasta las caderas, orgulloso de las marcas visibles de sus dedos sobre las tiernas curvas femeninas.
Volvió a hundirse en su carne, acorralándola contra el colchón en un asfixiante abrazo, sin dejar de empujar sus caderas contra ella, follándola con agresividad apasionada, llenando sus fosas nasales del aroma femenino que tanto lo enloquecía.
Dos juguetones dedos del príncipe se unieron a la diversión, deslizándose con destreza sobre el punto débil de la mujer, en un movimiento circular que presionaba al compás de las embestidas, que no tardaron en llevarla a la cúspide del placer, apretando con fuertes espasmos al miembro masculino, que lo hicieron derramarse poco después que ella, justo en la espalda baja de la híbrida.
Ninguno dijo ni hizo nada por un par de minutos, se dedicaron a recuperar el aliento y disfrutar de las oleadas de placer que se evaporaba más rápido de lo que les hubiese gustado.
Las piernas le temblaban a Pan, sentía las rodillas dormidas y la semilla tibia del príncipe deslizarse por su espalda.
Trunks fue el primero en levantarse para ir directo al baño, regresando con una toallita de manos que había humedecido para limpiar su desastre en la piel de la joven, luego la ayudó a levantarse, pues aún tenía dormidas las piernas, el pretexto perfecto para volver a abrazarla, admirando lo hermosa que la encontraba después del sexo. Sabía que podía dejarla más despeinada y ruborizada. No se quedaría con las ganas de verlo.
—Ven —la guio de la mano por el estrecho pasillo que daba al sillón donde él dormía.
Pan alcanzó a tomar una sábana revuelta, apenas cubriendo su desnudez, arrastrando gran parte de la tela mientras caminaba.
—¿Tienes sed? —le preguntó el príncipe, soltándola una vez que la dejó en el sillón. Pan asintió, envidiando la soltura con la que él se desenvolvía en ese contexto; desnudo, después de haber intimado.
Lo observó en silencio, apenas podía creer que se había atrevido a seducirlo sin ser rechazada, sonrió disimuladamente, orgullosa de su travesura, sin perder detalle de sus movimientos, preguntándose cuántas aventuras él habría tenido en sus misiones diplomáticas, tal vez muchas, no se atrevía a preguntarlo.
—¿Por qué cubres tu desnudez? —lo escuchó preguntar, caminando hacia ella, ofreciéndole un vaso con lo que sobraba de una botella que sacó del refrigerador.
—No lo sé —respondió Pan aceptando el trago—. Supongo que por pudor, hizo a un lado parte de la sábana para invitarlo a sentarse a su lado. En lugar de eso, Trunks le arrebató el vaso una vez que ella dejó de beber, dio un largo trago y dejó el recipiente de acero inoxidable en el piso, para después levantarla sin aviso, sentándose él, justo en el centro del sillón, acomodándola después, a horcajadas sobre él, dejando caer la molesta sábana en el proceso.
Demandó sus labios con más ardor, compartiendo besos con sabor a licor de uva, suave y delicado como la apariencia de la mujer, pero fuerte, al igual que ella.
—Dijiste que deseabas montarme —le recordó con un gruñido bajo, recargándose hacia atrás para admirarla mejor.
—Olvidaba que usted tiene energía de sobra —tragó saliva con cierto nerviosismo, ya que, a diferencia de su camarote, el sitio de estar tenía más iluminación, la hacía sentir más expuesta a los ojos curiosos del príncipe, quien no dejaba de ver sus senos.
—Han cambiado —opinó Pan, cubriéndose con sus manos.
—Son perfectos, no los cubras —le hizo las manos hacia los lados, sujetándola por las muñecas—. No tiene caso que cubras nada, conozco bien tu cuerpo.
—Ya no es el mismo, he cambiado —respondió con un poco de inseguridad en su aspecto, procurando no regresar las manos a sus senos, una vez que él la soltó para posarle las suyas en las caderas.
—Para bien —lo escuchó opinar mientras la devoraba con la vista—. Si ya no quieres montarme, te montaré yo mismo.
—No lo hará, seré yo quien lo monte —comenzó a menearse sobre el pene del heredero, sosteniéndose de sus hombros, haciendo despertar al miembro masculino.
Su ego tocaba el cielo, uno de los hombres más poderosos de la galaxia admiraba su físico, lo que no era cualquier cosa, y a pesar de que no se consideraba muy vanidosa, por alguna razón se sintió dichosa, pues el príncipe seguramente había yacido con mujeres más que hermosas, por lo que su opinión debía ser de gran relevancia.
El roce de sus intimidades la calentó de nuevo. Estaba tan acostumbrada a tener una sola sesión de sexo con su novio, que la idea de hacerlo de nuevo le parecía por demás estimulante, justo lo que necesitaba para olvidar las preocupaciones por el momento.
Bajó una atrevida mano hasta el miembro del príncipe, volviendo a tocarlo después de años, reconociendo su grosor y la ligera curvatura que recordaba bien. Se acarició la sensible entrada con la punta de su recién obtenido juguete, mimándolo al tiempo que subía y bajaba su mano por lo largo del tronco, haciéndolo dar ligeras sacudidas con sus atenciones.
Tragó saliva, bajando la mirada hacia sus intimidades, luego se relamió los labios y retornó la mirada hacia él, encontrándolo tan atractivo con la trenza desordenada y la barba a medio crecer, devorándola con ese par de cautivantes ojos que poseía.
«¿Algún día dejará de ser tan intimidante?»
Evitó pensar demasiado, a veces le parecía que el hombre podía leer su mente, todo lo contrario a la realidad, eso le turbaba. Permaneció estática por unos pocos segundos, apuntando su orificio con la blanda estaca masculina, cuando sin aviso, el príncipe se aferró a ella, levantando sus caderas, entrando en una sola embestida, haciéndola gemir ruidosamente, demasiado para su gusto.
—Lo piensas demasiado —ronroneó ayudándola a llevar el ritmo, elevando sus caderas para hacer más intenso el choque entre sus intimidades.
Pan se mordió los labios. El príncipe tenía razón y odiaba que lo notara.
«Todo por culpa de su personalidad tan abrumadora».
—Su insistente mirada… intimida —musitó entre gemidos provocados por los embistes del príncipe, quien se detuvo en ese momento, llevando una de sus manos a la mejilla izquierda de la joven.
—¿Te pongo nerviosa? —preguntó, demasiado provocativo a los oídos de Pan, quien inclinó la cabeza hacia donde la mano de Trunks le acariciaba la mejilla, disfrutando de ese toque tan inocente.
—Es un príncipe, no cualquier príncipe —se justificó, apretando su agarre en los hombros del guerrero.
Con una sonrisa socarrona la dejó liderar el encuentro, abrazándola por la espalda, acercándola a sus labios para susurrarle: —Al salir de aquí, podrás regodearte de haberme follado.
Pan suspiró con una sonrisa de triunfo, imprimiendo velocidad en su vaivén, restregando su pubis contra el del príncipe, logrando estocadas más profundas. Pronto lo escuchó gemir con agitación, disfrutándolo tanto como ella, alzando sus labios para recorrerle la piel del mentón y cuello con ellos, mordiendo con fuerza contenida donde antes había dejado su marca, suspirando entre besos, como si tuviese palabras atoradas en su garganta, mientras que su cola afelpada le acariciaba las nalgas.
Pasó las manos a la cabellera del príncipe, tirando del cabello hacia atrás, sin importarle cuando lo escuchó gruñir. Sabía que el jaloneo le había dolido, lo que ignoraba, era que al mismo tiempo lo disfrutaba en demasía, le fascinaba verla actuar de manera salvaje sobre él, usándolo para darse placer.
El roce del pubis masculino sobre el pequeño botón rosado comenzó a tener efecto en Pan, le encantaba tener placer por dentro y por fuera al mismo tiempo, y la forma ligeramente curva del miembro del príncipe, le ayudaba mucho con eso, sin olvidar que no dejaba de ser muy satisfactorio, tener debajo a un manjar del calibre del heredero, marcado por cruentas batallas ganadas; una medalla que toda guerrera saiyajin ansiaba colgarse.
«Ya falta poco». Supo de inmediato Trunks, reconociendo el gesto concentrado en la híbrida, quien ya mostraba la frente aperlada por la delgada capa de sudor que se le formaba durante cualquier actividad física. La dejó continuar hasta lograr su meta en poco tiempo, sucumbiendo después sobre su amante, enviando ligeros espasmos al miembro erguido que seguía dentro de ella.
Dentro de sí mismo, el heredero se vanaglorió de haberla visto en ese estado. Si no llegaban a sobrevivir, al menos tendría eso para dejar este mundo con una sonrisa. Lo único que le pesaba, era que ella también perecería.
Fin del capítulo.
Al fin he llegado a este capítulo, después de meses. Espero que les haya gustado, no saben lo difícil que fue, ya que no me gustó la primera vez que lo escribí, pues el príncipe era demasiado santurrón debido a la culpa que carga, pero sentía que ya no era él, que me estaba separando de su personalidad, por lo que volví a escribirlo, y en la edición de nuevo le hice cambios, por eso me tardé más de lo esperado en terminarlo.
Como saben, el oxígeno se les acaba, les queda poco tiempo para poder comunicarse y pedir auxilio.
Imagino que los que odian a Anthon deben estar festejando... ¿Creen que se llegue a enterar que le comieron el mandado?
Una pregunta más… ¿Creen que el príncipe merece llevarse el premio después de las cosas que le hizo a Pan, y por qué su respuesta? Me interesa su opinión. Claro que hay que tomar en cuenta que esta historia se da en un contexto muy diferente al real, especialmente la cultura extraterrestre de ambos.
Sin más por el momento me retiro, espero que no se me hayan escapado muchos errores. Nos leemos luego.
