TRES KAPPAS (II)
Los chicos se miran entre sí en la oscuridad. Mientras, la arena cae sobre ellos en una nube de polvo, acompañada del sonido de algo resquebrajándose. La habilidad de Gaara es tal que su defensa es conocida como "impenetrable" por muchos. Ahora, esa misma defensa está cerca de venirse abajo. Dentro de la protección de arena el calor es insoportable. Las llamas hacen que respirar sea difícil; el sudor empieza a bajar por sus pieles en forma de gotas invisibles. Pasan unos segundos en los que nadie dice nada. Entonces, los ojos de Naruto Uzumaki se hacen visibles en la negrura, ardientes como el fuego que los rodea.
— Tenemos que salir de aquí, y deprisa — gruñe Gaara, su voz más grave de lo usual—. A mi señal. Uno... dos... ¡tres!
Un sonido agudo y penetrante subraya sus palabras. El aire empieza a vibrar, el suelo tiembla; y en un instante, la temperatura se vuelve insoportable. Porque ahí afuera, más allá de los gruesos muros de arena, una gran bola de fuego se abalanza contra ellos, rodeada de vapor y humo negro. Un momento antes de que suceda, Naruto toma el brazo de Tayuya y los dos intercambian una mirada. Sólo es un instante. Al siguiente, con un horrible estruendo, la bola de fuego se los lleva por delante.
Así es como todo se va al infierno. El fuego arrasa con la calle en medio de un caos de gritos y gente que huye; la mayoría son abatidos por herramientas ninjas lanzadas con precisión. A otros los atraviesan con espadas, mientras que a los menos afortunados arden como antorchas humanas. Decenas de columnas de humo negro se alzan en la aldea. La más alta se eleva cerca del Tres Kappas, donde el tiempo se detiene por un momento. Los chicos salen despedidos en varias direcciones, envueltos de humo, fuego y arena; y aunque Gaara y Shino unen sus fuerzas, ni la técnica del primero ni los insectos del segundo son capaces de extinguir el infierno que les rodea. En alguna parte, Kiba Inuzuka se enrosca alrededor de Akamaru para protegerlo; el coletero de Shikamaru prende y se deshace, Rock Lee se cubre con los brazos en un gesto inútil, Choji suelta un grito que nadie oye. Y Tayuya flota en el aire, su cabello como una llama más. "Así que se acabó", piensa, "pero qué muerte más penosa." No hay temor en el corazón de la chica, sino una extraña aceptación. Hasta que Naruto arde frente a sus ojos. Está de espaldas a ella. Las llamas lo consumen a él primero, y ella grita fuerte al verle arder como una cerilla encendida.
Por todas partes, los cristales de las casas se hacen añicos por la fuerza del impacto; sus fachadas de madera empiezan a arder como hogueras. Y una lengua ardiente revienta la puerta del Tres Kappas, arrasando con parte del local, donde todavía hay gente escondiéndose. Los gritos de auxilio se mezclan con los de dolor, pero hay uno que sobresale por encima de los otros. Es tan solo una palabra, un nombre. Una voz de mujer grita:
— ¡Naruto...!
Y los ojos del chico destellan con más fuerza que nunca. Con un rugido animal, oleadas de chakra carmesí empiezan a salir de su cuerpo, tan poderosas que extinguen, no, devoran las llamas en varios metros a la redonda. Porque su chakra no para de crecer, cubriendo cada vez más espacio, hasta que toda la calle queda impregnada del poder del Kyubi. Naruto desciende ileso sobre el suelo quemado, todas las miradas clavándose en él: las de sus compañeros que tratan de levantarse entre los escombros de una calle en ruinas, y las de sus enemigos, esas figuras encapuchadas en los tejados. Sus sharingan son visibles incluso entre el humo gris que, como niebla, va llenando el aire en la distancia.
Naruto exhala lentamente mientras los busca con la mirada. Sus pupilas rasgadas se mueven de un lado al otro con rapidez. Tras él está la calle devastada y humeante en la que un puñado de jóvenes tratan de levantarse, aún aturdidos por la explosión. Al frente está el Tres Kappas, con su cartel de madera colgando de un solo clavo; los clientes que aún quedan en su interior tratan de esconderse debajo de las mesas o detrás de la barra, asustados y heridos.
"Qué imagen más lamentable", dice la voz del Kyubi. "¿Qué harás?"
— Cierra el pico — murmura Naruto con voz queda—, intento pensar.
"No tienes tiempo para eso, mocoso. Yo que tú agacharía la cabeza...", responde el Zorro, al tiempo que un kunai pasa rozando la mejilla de Naruto y se incrusta en una pared a lo lejos, abriéndole una telaraña de grietas. El ninja que lo lanzó salta ahora desde un tejado y aterriza frente a Naruto; es un hombre corpulento, con una mandíbula cuadrada y una barba incipiente. Su cabello, recogido en un moño alto, está salpicado de canas de un gris oscuro. Viste la misma túnica oscura que los demás, y ya hay manchas de sangre en ella.
Una sonrisa blanca y malévola aparece en su cara.
— Soy un hombre con suerte: no pensé que sería el primero en encontrarte, Nuevecolas.
— ¿Y tú quién demonios eres? — le suelta Naruto, evaluándolo con la mirada.
A lo lejos, se oye el chillido de una mujer, seguido de una explosión y el sonido de una casa derrumbándose. La calle se estremece bajo los pies de Naruto mientras avanza hacia el otro ninja, entre llamas que no pueden quemarle. El chakra del Kyubi se ha estabilizado y ahora envuelve su silueta con un aura de intenso carmesí. En otro lugar de la misma calle, a lo lejos, los otros chicos tratan de defenderse de una lluvia de herramientas ninjas que proviene de los tejados; la arena de Gaara bloquea los proyectiles en lo que los demás contraatacan con sus propias armas.
— Oh, vienes a por mí. — El hombre de la barba ensancha aún más su sonrisa, y desenvaina una katana que, en comparación con su cuerpo musculoso, parece pequeña—. Eso está bien. No tendría gracia si te echaras a...
No termina la frase: Naruto se desdibuja por la velocidad con la que recorta la distancia entre los dos, y aparece frente a él en un instante.
— Lárgate. — Y estrella su puño contra la mandíbula del hombre, con un golpe que resuena por todo el lugar.
Pero él no se mueve. Ni siquiera deja de sonreír.
— Eso ha estado bien — dice, mientras un hilillo de sangre le baja por la comisura de los labios—. Tienes agallas. Y yo que pensaba que en la Hoja sólo quedaban las ratas y los cobardes...
Un segundo puñetazo le pega en las costillas, y una vez más, es como si no lo sintiera.
— Nada mal... Ahora presta atención: no querrás que acabe demasiado pronto.
Hay un destello plateado cuando la hoja zumba directa hacia el cuello de Naruto, como una guillotina en horizontal; pero él la desvía con un kunai que se astilla por el impacto y que apenas le permite bloquear el siguiente espadazo. Al tercero, la hoja del kunai cede y se quiebra. Al cuarto, la katana le pasa rozando el pecho. El quinto es una puñalada que apunta a la garganta y que se detiene muy cerca de ella cuando su dueño deja de poder moverse.
— ¡Más te vale hacer algo! ¡No durará mucho! — Le grita Shikamaru, cuya sombra, negra y alargada, está conectada con la de su enemigo. La técnica de los Nara les permite inmovilizar a sus oponentes a través de sus sombras, pero el hombre forcejea con tanta intensidad que está a punto de liberarse... ¡y lo consigue! Las sombras se separan la una de la otra como un papel rasgándose. Pero el joven chunin, formando rápidos sellos con las manos, vuelve a activar su técnica. El vínculo se restablece y en ese mismo momento Naruto carga hacia adelante con una descarga de puñetazos envueltos en chakra rojo...
La sangre salpica el suelo. Los nudillos del chico cruzan la cara de su enemigo: él sonríe con los dientes manchados de rojo, y con un terrible rugido hace fuerza contra el puño del chico, su cara sudorosa, su cuello temblando de esfuerzo, hasta que logra girar la cara lo suficiente como para poder mirar al Nara a los ojos. El sharingan hace su efecto y las aspas giran una vez: sólo una.
Shikamaru se desploma con los ojos en blanco. Ya no hay nada que limite los movimientos del shinobi. Y cuando contraataca, lo hace rápido. Con una mano fuerte como un cepo, agarra el cabello de Naruto y tira de él, estrellándole la cara contra su rodilla doblada. Hay un sonido desagradable, otra salpicadura de sangre; el hombre empieza a reír a carcajadas. Está disfrutando cada momento de esto.
— ¿Sabes, Nuevecolas? Antes de venir a tu miserable aldea nos advirtieron sobre ti. Sobre el peligro que entrañas. Dijeron que eras imprevisible, una incógnita; un arma. Pero, ¿sabes lo que creo yo? — Naruto está arrodillado frente a él, confuso y apenas consciente de que un puño grande y duro se está echando hacia atrás, preparándose para golpearle en la cara—. Que no eres más que un pobre mocoso con un papel que le viene grande. Ahora, reúne tus fuerzas y resístelo. No me decepciones.
El sonido de un terrible puñetazo suena por toda la calle y Naruto pierde el sentido.
Apenas un segundo después vuelve a abrir los ojos, la imagen de una inmensa jaula abierta aún impresa en su mente. A su lado, el Uchiha recoge la katana que debió soltar en algún momento; cuando Naruto logra incorporarse hasta quedar de rodillas, el otro apoya la hoja plana bajo su barbilla y le levanta la cara con ella.
— Eres resistente para ser un mocoso; no me extraña que acabaras con el hijo de Fugaku. Dicen que lo abandonaste a morir, como a un perro. Pero dime, mira a tu alrededor: ¿mereció la pena?
Por todas partes, la lucha continúa, y a medida que el humo se extiende, el aire se vuelve más espeso, más gris, más difícil de respirar. Al final de la calle, dos ninjas lanzan chorros de fuego contra Gaara antes de que éste los sepulte bajo toneladas de arena, destrozando varias casas en el proceso. Rock Lee, Kiba y Tayuya forcejean contra un mismo oponente y van perdiendo; a Choji no se le ve por ninguna parte y Naruto, todavía aturdido, agarra la hoja de la espada con la mano desnuda hasta que la sangre mana de ella.
— ¿Merecerme la pena? — dice, el sabor de la sangre en la boca—. Y yo qué demonios sé. Todos... no dejaban de hablarme de él. Sasuke esto... Sasuke lo otro. Me ponían enfermo. ¿Y sabes qué les dije?
La espada se aprieta más contra el cuello de Naruto; él agarra la hoja con más fuerza mientras su chakra vuelve a manar de él, una niebla roja más espesa y más consistente que antes. Una sonrisa feroz se abre paso en la cara del chico en lo que se pone en pie, despacio.
— Les dije que se fueran al infierno.
Con una mano parte la espada. ¿La otra? Esa vuela hacia arriba en un uppercut tan cargado de chakra que su oponente sólo ve una mancha roja ascendiendo hacia su mandíbula. Y por primera vez en toda la pelea, decide no encajar el golpe. ¿Es instinto, verdad? ¿Qué otra cosa podría ser ese escalofrío que le recorre la espalda ahora mismo? Visto a través de su sharingan, es como si el golpe viniera hacia él a cámara lenta. Lo que hace la espera mucho más excruciante cuando se da cuenta de que no puede moverse; de que el chico de los Nara se ha liberado del genjutsu... ¿o ha sido gracias a la chica pelirroja que hay a su lado? Para cuando el ataque le alcanza, lo demás le da igual: su mandíbula cruje violentamente con un golpe tan potente que le separa los pies del suelo y lo manda volando contra el Tres Kappas.
El hombre entra por la pared como una bala de cañón, dejando una estela de humo en el lugar del impacto. Dentro, las personas que aún se esconden en el local gritan, asustadas, entre la confusión del momento.
— Supongo que te debo una — dice Shikamaru, aceptando la mano de la chica para levantarse—, nunca me imaginé que vendrías a ayudarme.
— Una palabra más y la próxima te dejo en la estacada — le responde ella, echando a andar hacia Naruto. Tiene el cuerpo salpicado de cortes y magulladuras; por suerte, ninguna de sus heridas es grave—. ¡Tú! ¡Vámonos de aquí! ¡Si piensas que ese tío está fuera de combate, mejor quítate la idea de la cabeza!
— Tiene razón — añade Shino, apareciendo junto a un enjambre negro. A diferencia de Tayuya, sus insectos le han mantenido ileso—, se mueve como un jonin de élite. Si nos descuidamos...
— Ese jonin acaba de quedarse sin dientes — gruñe Naruto—, estoy preparado.
— Estaba jugando contigo, idiota — le espeta Shikamaru—. Soy el único chunin aquí, así que asumo el mando. Y mis órdenes son que nos largamos lo más deprisa que podamos.
— Por una vez estoy de acuerdo con este tío — asiente Tayuya—, sé cómo se las gastan los Uchiha. No pienso quedarme aquí a que me...
Es demasiado tarde. Un cuerpo sale por una ventana del Tres Kappas y acaba rodando en la calle: es uno de los civiles que se esconden en el local. Los gritos que vienen desde el local dan una pista sobre lo que puede estar ocurriendo dentro. No le lleva demasiado tiempo acabar con todos ellos.
Cuando sale, tiene la muerte pintada en la cara. Su túnica negra está manchada de sangre que no es suya; él se la arranca de un tirón, revelando lo que hay debajo: una armadura de guerra, roja, sobre ropas oscuras.
— Así que te has traído tus amigos a jugar — dice con una mueca en la cara, quizá por el golpe de antes—, como quieras. Sólo conseguiras que sus muertes... ¡pesen en tu conciencia! — Y con este grito, se lanza al ataque.
— ¡No me gusta nada este tipo! — Dice Shikamaru, formando los sellos de su técnica de sombras— ¡Es demasiado rápido...! ¡Shino!
— Estoy en ello.
El Aburame levanta ambas manos, haciendo que un enorme enjambre de insectos voladores salga de sus mangas. La nube negra envuelve al jonin, pero éste la atraviesa con una rápida técnica de fuego... y de pronto se encuentra cara a cara con Naruto cargando hacia él. Los ninjas chocan frente a frente...
Ni siquiera sabe lo que le ha golpeado. Todo se vuelve negro, y la conciencia del chico empieza a apagarse de nuevo... frente a sus ojos pasan imágenes inciertas y borrosas como un sueño febril. Mientras Naruto lucha por mantenerse consciente, tirado en el suelo sucio de la calle, puede ver partes, retazos, de la pelea.
Ve una nube de insectos incinerados. Una sombra envolviendo al Uchiha como una cuerda; ésta rompiéndose después. La melodía de una flauta. El hombre tambaleándose. Un enjambre inmenso, colosal, rodeándole... miles de insectos muriendo al mismo tiempo. Alguien llevándole en brazos lejos de la escena y luego cayendo al suelo, derribado por una descarga de shurikens. Esa persona gritando, "¡Naruto!", y otra maldiciendo a gritos. Ve a Tayuya cayendo al suelo para después levantarse de un salto; a Shikamaru lanzando un shuriken que luego explota; la melodía de la flauta, sonando más alta que antes... y luego al Uchiha siendo devorado por más y más insectos que esta vez le alcanzan y lo envuelven, entero, en una mancha negra. Aquí Naruto pierde la conciencia por un momento.
Cuando la recupera, está flotando sobre un montón de arena.
— ¡Gaara! ¡Venga...! — Grita Shikamaru, apenas capaz de controlar la sombra del hombre... cerca de él, Tayuya hace sonar su flauta, desorientándole con un genjutsu que sin embargo no parece funcionar del todo...
— ¡Voy a acabar con todos vosotros, mocosos...! — Con un potente rugido, el jonin se libera de la sombra, y aunque busca la mirada de Shikamaru, éste la evita cerrando los ojos... y por ese motivo, no ve, sino que sólo oye, el kunai que vuela rápidamente hacia él, apuntándole al cuello.
Tayuya lo desvía lanzando su propio kunai y esquiva por los pelos una llamarada que podría haberla vuelto cenizas.
— ¿A qué demonios esperas? — grita la kunoichi, saltando sobre el tejado de una casa medio destruida.
La respuesta le llega en forma de un nuevo enjambre de insectos. La técnica de los Aburame les permite controlar múltiples especies de insectos con los que tienen una relación simbiótica; cada especie, cada variedad, tiene sus propios usos y sus habilidades distintivas. Pero una de las más frecuentes (quizá por su simpleza) es la parálisis. La mayoría de los que le rodean mueren instantáneamente, contrarrestados por rápidas y letales llamas. Pero son suficientes para ensombrecer la mirada del hombre; para reducir, combinados con la arena de Gaara, la efectividad de su peligroso sharingan.
Los aguijones de cientos de insectos se clavan en la piel expuesta del shinobi, haciéndole gritar de dolor, mientras la sombra de Shikamaru vuelve a atraparle y a envolverle como una serpiente...
— ¡Acaba con él...!
— ¡Mierda! ¡Vamos!
Gaara, de pie sobre el mismo montón de arena donde está Naruto, extiende una mano abierta hacia delante. Y toda la arena que hasta ahora cruzaba el aire, los incontables granos esparcidos por los lugares cercanos, vuelan en un abrir y cerrar de ojos hacia su enemigo, concentrándose en su cabeza hasta envolverla en una prisión de arena comprimida.
— Funeral... del desierto... — jadea Gaara. Y la prisión implosiona.
