SARUTOBI
Hiruzen medita frente al pergamino que cuelga en el centro exacto de la pared, a unos metros por encima de la armadura negra. Los caracteres escritos en él componen el símbolo de su clan, los Sarutobi; él los recorre con ojos entrecerrados antes de desvestirse.
Las vendas caen al suelo como serpientes de color blanco, cubriendo el suelo del dojo son su tela a veces clara, otras, manchada de sangre. En cuerpo del anciano shinobi está marcado por las cicatrices de una vida en guerra. Algunas de ellas son tan antiguas como su niñez. Otras son muy recientes y llevan la marca de Orochimaru en ellas. Todas juntas suman el complejo entramado de cicatrices, quemaduras y marcas que cuentan la historia del Tercer Hokage. Él hace caso omiso de ellas en lo que se viste con el sencillo kimono negro que lleva bordado el símbolo de su clan. Luego camina hacia la armadura y comienza a ponérsela con la ayuda de Enma, rey de los monos y su invocación personal.
— ¿Estás seguro de esto? — El gran mono entrelaza los cordones de la armadura con habilidad, apretándolas firmemente con sus dedos peludos— Ya sabes lo que pienso sobre tu estado, Hiruzen.
El Hokage no responde de inmediato. Con gesto pensativo, se lleva la pipa a los labios y fuma de ella durante unos breves momentos, soltando el humo en un estrecho hilo gris. Luego la coloca cuidadosamente bajo el soporte de la armadura y avanza hasta el pergamino con el nombre de su clan.
— Enma — dice, acariciando el papel con los dedos—, si los años me han vuelto egoísta, espero que me lo perdones, viejo amigo. Si te pido que me acompañes a la guerra una vez más, dime, ¿lo harás?
Tras él, el rey mono fuma de su propia pipa, larga y nudosa como una rama en el bosque. Está sentado con las piernas cruzadas en el centro del dojo, su densa cabellera blanca cayéndole por la espalda. Los dos intercambian una mirada, y tras unos momentos de silencio, Enma suelta una risa amarga.
TRES KAPPAS (III)
Un trozo de cristal cruje bajo las sandalias de Naruto Uzumaki cuando éste se adentra en lo que queda del Tres Kappas. El sitio está en ruinas: las sillas y las mesas destrozadas, los cristales rotos y esparcidos por el suelo, los charcos de sangre mezclándose con los de alcohol, la madera carbonizada... todo esto le recuerda lo que hace unos momentos había y ahora falta. Las decenas de personas comiendo, bebiendo y riendo, el ambiente distentido, la paz. Ahora toda esa gente yace muerta entre montones de madera indistinguible y botellas de las que solo queda entera la etiqueta. "Mira a tu alrededor", las palabras de aquel ninja resuenan ahora en su cabeza. "¿Mereció la pena?" Naruto se ve reflejado en un charco de líquido oscuro, y los ojos carmesíes que allí ve le miran de vuelta.
— ¿Te sientes culpable? — La voz del Kyubi le susurra al oído, grave y calmada—. Si esto es una venganza por lo que le hiciste a Sasuke, ¿serás responsable de lo que les pase?
— No lo sé — responde Naruto—, tan solo vámonos. Aquí no hay nada que salvar.
La Bestia se toma un segundo antes de responder.
— ¿Y qué hay de ti?
Los pasos de alguien suenan desde la entrada. Tayuya se para al lado de él y le mira de reojo, sus mejillas todavía enrojecidas por el esfuerzo de la pelea.
—Vamos, tenemos que movernos antes de que lleguen refuerzos —. Es curioso, pero su tono es menos hostil que de costumbre. Lo cual no significa que suene amable.
Él asiente distraídamente, todavía pensando en la imagen en el charco.
— Han muerto todos — dice.
— Ya lo veo — responde ella—, y si no nos largamos pronto, a lo mejor somos los siguientes. Ya les llorarás cuando esto acabe, si quieres. — Y con estas palabras, Tayuya se da media vuelta y marcha por donde ha venido. Aunque antes de salir, vuelve a detenerse, y sin mirarle, le dice:— La gente muere, Naruto. Es mejor que lo aceptes.
Los demás se reúnen por fuera del Tres Kappas mientras Shikamaru piensa un plan. El Nara solo necesita agacharse en el suelo durante un minuto o dos para llegar a su conclusión:
— Tenemos un problema.
— De eso me di cuenta yo sola, genio — le espeta Tayuya—. El idiota sigue ahí dentro. No pienso volver a buscarle.
— El asunto es que no tenemos información de ningún tipo — sigue él, haciendo caso omiso de la chica— ¿Cuántos son, qué buscan, cómo de fuertes son? No lo sabemos.
— Tiene que ser por Sasuke — dice Tayuya, mientras a lo lejos, Kiba ayuda a Rock Lee a levantarse de una pila de escombros que por suerte no le han aplastado.
Shikamaru se fronta las sienes, pensando.
— Esto es lo que haremos — dice—. Iremos hacia el centro de la aldea evitando el conflicto todo lo posible. Si por el camino encontramos más aliados, mejor.
— El centro estará repleto de ellos — dice Shino, colocándose bien las gafas.
— Y de los nuestros también. Los jonin y los Anbu estarán concentrados en las zonas más céntricas. Si queremos salvar el pellejo les necesitaremos. ¿Estamos todos?
— Falta Naruto. — A su lado, Choji se sacude el polvo del pelo. Le baja sangre desde la coronilla; la herida es, por suerte, superficial—. Maldita sea... mira esa columna de humo...
— No hay nadie en las calles cercanas. — Gaara se tapa un ojo con la palma de la mano, observando la zona desde un pequeño globo ocular hecho de arena, que sobrevuela los tejados deprisa y en silencio—. Nadie vivo, al menos. Hay muchas bajas civiles; veo tres shinobis de la Hoja, muertos. No los reconozco — añade, ante las miradas preocupadas de los demás—, lo siento.
— Bien, vámonos de aquí. — Shikamaru se pone en pie con una queja silenciosa—. Que alguien saque a Naruto de ese bar y... ¿pero qué está haciendo?
Ellos sólo le ven de espaldas a lo lejos. Le ven acercarse a la barra y apoyar las manos en ella, entre sombras que ocultan los detalles de su expresión. Y lo que no ven —pero él sí— es al hombre que se oculta detrás de ella, ese hombre pálido, de barba desaliñada y ojos como el hielo, que sin decir una palabra se lleva el dedo índice a los labios y, mirando a Naruto, hace:
— Shh. — Para que se mantenga en silencio.
Más tarde, mientras Naruto se escurre entre las sombras de los edificios medio derruidos, vuelve a pensar en aquel hombre. Pero no tarda mucho en sacudirse su recuerdo de la mente.
Desde los tejados pueden verse muchas columnas de humo negruzco. La aldea está salpicada de ellas; allá donde mires encuentras el humo, los incendios, las fugaces sombras de los ninjas que cruzan el aire. Los gritos de los civiles se mezclan en una amalgama indescifrable. Cerca de aquí, en el mercado, el descontrol es mucho mayor: hay docenas de personas huyendo de los ninjas invasores, la mayoría de ellas siendo abatidas por un disparo certero o una espada atravesando el corazón. Algunos logran salvarse ocultándose en alguna casa, o en una tienda, pero son pocos los que lo consiguen. Los pocos ninjas de la Hoja que hay a la vista luchan una batalla perdida en la que los ataques vienen de cualquier parte y al mismo tiempo; allá donde ven una oportunidad, los Uchiha la toman, no dudando en emboscar a un único ninja entre varios de los suyos...
— ¡Hay que hacer algo! — Kiba observa la escena con ojos muy abiertos, Akamaru gruñendo en su chaqueta. Pero cuando va a moverse, Shikamaru se lo impide.
— No lo hagas. Sólo conseguirás que te maten a ti también.
Su amigo se suelta de él de un tirón, sin dejar de mirar lo que sucede ahí abajo. El grupo está en lo alto de un edificio de pisos, agachados en una azotea donde la ropa tendida ya empieza a oler a quemado. Desde allí ya puede verse la oficina del Hokage a lo lejos, luciendo demasiado tranquila en medio de la destrucción.
— Maldita sea, ¡los están matando a todos! — Kiba camina de un lado al otro de la azotea, su cara arrugada de rabia— ¿Cómo podemos quedarnos de brazos cruzados? ¿Es que no somos ninjas de Konoha?
— Cierra el pico, que nos van a oír — le suelta Tayuya—, siento que no seamos héroes como tú, pero algunos queremos salir de esta con vida.
— A ti te da igual — gruñe él— porque hace poco eras como ellos.
— ¡Te vas a...! — Tayuya cierra los puños y va a encararse con el Inuzuka, quien no retrocede un centímetro.
Pero una corriente de arena pasa entre ellos, áspera como papel de lija. Gaara les mira desde un lado del tejado con los brazos cruzados y un rostro vacío de emoción.
— Eso también se aplica a mí, Kiba. Si tienes algún problema, siempre puedes decírmelo.
Al Inuzuka pronto se le acaban las ganas de protestar y el grupo se mantiene a la espera de una orden de Shikamaru; pero incluso él no está del todo seguro de por dónde continuar. Tome la decisión que tome, tendrá que dejar mucho al azar. Es en este momento en el que las vidas de su compañeros empiezan a pesar de verdad en los hombros del joven chunin; sus pensamientos al respecto se resumen en ese sudor frío que le baja, despacio, por la espina dorsal. Al final decide que no tiene sentido darle más vueltas: las dos opciones que se le ocurren pueden irse al traste con la misma facilidad.
— Iremos por los tejados — dice, unos segundos después de que una decena de sombras caigan sobre los Uchihas a pie de calle. Un escuadrón Anbu, armado hasta los dientes, empieza a luchar contra los atacantes, masacrándolos a una velocidad pasmosa. A Shikamaru le parece oír a Kiba decir algo en voz baja, como si celebrara. Él continúa—: Es ahora o nunca; ahora que están ocupados no nos verán. Probablemente.
— ¿Probablemente?
— Si se te ocurre un plan mejor, soy todo oídos.
Pero nadie tiene una alternativa mejor, así que se ponen en marcha. Los insectos que Shino despliega en todas las direcciones les ayudan a saber por dónde ir. Y aunque no es un método infalible, miles de ojos son mejores que una docena. El grupo cruza la calle de un salto hasta el tejado de un edificio de apartamentos que todavía se mantiene intacto pese a la situación.
— No necesito que me defiendas — le dice Tayuya a Gaara a medio camino.
El chico de la Arena amaga una sonrisa que se deshincha antes de aparecer.
— No lo hice por ti — le explica. Luego aprieta el paso.
Unos minutos después, tras esquivar por los pelos a un grupo de encapuchados, llegan al tejado de un edificio más antiguo que el resto. Aunque no parece haber sido dañado por la batalla, su fachada está agrietada de todos modos; las antiguas tejas de color ladrillo que forman el tejado caen en pendiente a ambos lados. Naruto se agacha al borde de uno de ellos y al mirar hacia abajo, ve a un Anbu apoyarse contra la pared de un callejón, jadeando pesadamente, antes de desaparecer en silencio.
La voz del Kyubi suena dentro de él una vez más.
— Dime, chico, ¿hasta cuándo seguirás huyendo? — Le dice, con esa voz grave, como de gruñido— ¿A qué le tienes miedo?
— No estoy asustado. Es tan solo la mejor opción.
— ¿Y qué es lo mejor para ti? ¿Huir con el rabo entre las patas? ¿Esconderte entre las sombras, como un cachorrillo asustado?
— Sé que te divertiría verme morir. Si piensas que me vas a provocar para que...
— ¿Provocarte? — Le corta Kyubi—. Niño ingrato, ¿es que todavía no lo entiendes?
— ¿Entender qué?
— Que nada de esto es necesario.
Pero antes de que el zorro pueda explicarse (si es que pensaba hacerlo), alguien apoya su mano en el hombro de Naruto. Es Rock Lee, mirándole con cara de preocupación.
— Oye, Naruto, ¿estás bien?— Su extraño mono verde está manchado del humo, la ceniza, y lo que parece ser sangre. Naruto se pregunta, en silencio, de quién será.
— Sí — le responde él, poniéndose en pie—, mejor sigamos.
— Saldremos de esta, ya lo verás — Lee intenta sonar convincente, aunque no le sale demasiado bien—, a fin de cuentas, ya vivimos algo parecido, ¿verdad?
— Eh, vosotros dos — les corta Tayuya, mírandoles con el ceño fruncido— ¿Os sobra el tiempo para estar de cháchara, o qué?
Tayuya se aparta un mechón rojo de la cara, observándole con esos ojos tan afilados, tan hostiles. Ha pasado el tiempo suficiente para que mirarla a la cara le resulte familiar. Es una sensación distinta, a la que no está acostumbrado. Así que su mirada se desvía hacia las columnas de humo que se alzan en la distancia y que rodean a la chica por ambos lados, como si la enmarcaran; entre ellas está el fuego de los incendios, subiendo y bajando como si se tratara del mar. Naruto se encuentra a sí mismo admirándolo por unos momentos. Después, con la extraña sensación de haber visto algo bello, devuelve la mirada a la chica, quien se le acerca y lo aparta de un empujón.
— Si me sigues mirando así, voy a potar.
— Sólo pensaba que... — dice él, pero entonces pausa, y se corrige—: que cada día estás más amargada.
Ella le pone los ojos en blanco y le da un puñetazo en el hombro, que no le duele demasiado.
— Que te den, Naruto — dice, dándole la espalda. De modo que no ve la pequeña sonrisa que aparece en la cara del chico.
Tampoco le hubiera dado tiempo a fijarse en ella. Porque es entonces cuando se dan cuenta — Shino es el primero, gracias a sus insectos— de que algo viene hacia ellos. El Aburame grita una advertencia y salta a un tejado vecino; una fracción de segundo después, el grupo hace lo mismo. Lo hacen con el tiempo justo para que la caída no les aplaste.
¿La caída de qué? De esa cosa que cruza el cielo como lanzada por una catapulta. Pero no es una cosa exactamente. Antes de que se estrelle contra el tejado, Naruto es capaz de ver que ese algo es en realidad un alguien: un ninja al que han golpeado con tanta fuerza que cuando pega contra el tejado — el estruendo sacude la casa hasta los cimientos— atraviesa como una bola de billar destrozaría un espejo. A su paso deja una nube de humo y polvo levantándose, espesa, sobre un agujero lo suficientemente grande como para asomarse por él. Eso es lo que Naruto hace: entonces ve que ese alguien es un Anbu, es decir, un miembro de las fuerzas de élite de Konoha. La visión le hace arrugar el gesto. El tipo está tirado en el suelo del piso de abajo entre un montón de tejas y escombros. Su armadura gris está hecha unos zorros: alguien la ha cortado por todas partes como si fuera mantequilla. Y su máscara, que los suyos llevan para ocultar su identidad, está partida a la altura de los ojos; de modo que cuando Naruto mira en ellos, es capaz de ver a su desesperación apagarse al mismo ritmo que lo hace su vida.
— ¡Tú! — El Anbu empieza a toser nada más abrir la boca— ¡Uzumaki...! ¡Corre! ¡Tienes que salir de...!
La hoja de una katana le atraviesa el cuello antes de que termine de hablar. La persona que la blande camina tranquilamente hasta ser visible a través del agujero en el techo. Es una mujer joven, vestida con la misma túnica que los otros Uchihas. Piel demasiado pálida, un cuello esbelto, unos rasgos bien perfilados. Una larga cabellera negra recogida en una coleta alta. Una sonrisa de oreja a oreja, y la muerte escrita en su sharingan de tres aspas.
— Oh... — ríe ella—, pero qué tenemos aquí. ¿Tú eres Naruto, verdad?
Antes de que pueda responder, Shikamaru forma un sello, lanzando su sombra a través del agujero hasta que captura la de la mujer.
— Entiérrala, Gaara.
No tiene que explicárselo: con un gesto de la mano, el pelirrojo descarga tal cantidad de arena sobre la mujer que revienta el piso entero, y luego los siguientes, hasta que el edificio entero se viene abajo.
— Bien hecho — le dice Shikamaru, limpiándose el sudor de la frente. Tanto él como los demás abandonaron el sitio a tiempo, por suerte—, pero no nos confiemos, podría estar...
— Todos — interrumpe Shino— tenemos que irnos, ¡ya!
Existe una sensación particular —quizá la conoces— que aparece cuando, de pronto, te das cuenta de que algo te observa. No sabes de qué se trata, ni cuánto tiempo lleva haciéndolo, pero sabes que lo está haciendo. Y a veces, incluso, uno es capaz de adivinar desde dónde viene esa mirada; desde qué lugar te miran esos ojos invisibles. Esa es la sensación que invade al grupo ahora, y más particularmente, a Naruto y a Gaara, cuya naturaleza es, quizá, más susceptible a estos estímulos. Alguien les está mirando. Pero no es únicamente eso. Y aquí entra en juego una segunda sensación, una menos frecuente, pero que si alguna vez experimentas, no podrás olvidar. Es la inconfundible sensación que provoca la sed de sangre. En el momento en el que ésta es suficientemente fuerte, y sobre todo si va dirigida hacia ti, sientes un escalofrío que no es como los demás, que te sacude por dentro, que te acelera el pulso.
La sangre de Naruto se hiela cuando nota, cuando sabe, que los ojos de ese algo le miran directamente a él. Sólo a él.
A lo lejos, sobre un edificio más alto que el suyo, hay una silueta. Es una sombra con una espada en cada mano, e incluso desde esta distancia, hiede a muerte. No sólo eso. También está ese chakra frío y letal que viene hacia ellos, como envolviéndoles; el poderoso chakra de un depredador.
"No te duermas ahora, chico", le advierte Kyubi. "Esta vez no es como las otras."
Algo en la voz de la bestia acelera las pulsaciones de Naruto. Los sentidos del chico se afilan, se agudizan, hasta que todo el ruido de la aldea —los gritos, las explosiones, el fuego, los edificios viniéndose abajo...— desaparece de su cerebro. Los bordes de su visión se vuelven borrosos en lo que él se centra en aquella sombra, analizándola, fijándola a fuego en su mente... su corazón retumba en su interior como un tambor de guerra. Es lo único que rompe el silencio. Ese retumbar y su eco. Incluso las voces de sus compañeros — Shikamaru gritando una orden, Kiba maldiciendo, Gaara murmurando las palabras de una técnica— se deshacen en un susurro. Todo desaparece. Sólo están él y la sombra.
— Ven a por mi... — dice Naruto, primero para sí mismo, y luego, en un gran rugido—: ¡Ven a por mi, maldita sea...!
Entonces, lo siente. Es ese calor a la altura del pecho. Es esa humedad cálida, pegajosa, bajándole por la tripa. Ese frío, ese... vacío. Naruto baja la mirada lentamente hasta encontrarse con el filo de una espada saliéndole por el pecho. La hoja está completamente empapada en sangre, y la persona que la empuña está justo detrás de él. Pegada a su espalda. Abrazándole con la mano libre, casi con ternura.
— Pobrecillo — una voz de mujer le susurra al oído—, eres un chico valiente, ¿no es así? Eso me gusta. — Naruto trata de mirarla por el rabillo del ojo, hasta que lo logra: es la misma mujer de antes. Sus sharingan giran despacio, mirándole directo a los ojos—. Es una pena lo poco que sirve el valor a la hora de la verdad. ¿Cómo dicen...? ¿Que el cementerio está lleno de gente... como tú? — La mujer retuerce la espada dentro de él antes de sacarla violentamente.
Naruto cae al suelo en medio de un charco de su propia sangre mientras sus compañeros se abalanzan sobre la mujer: Gaara hace aparecer decenas de lanzas de arena que le apuntan directamente a la cabeza, Shino deja salir un enjambre de insectos con mortales aguijones; pero Tayuya es la primera en reaccionar. Con un cuchillo en la mano, y la cara transformada en una mueca mortal, salta en el aire sobre la otra mujer. Pero no llega a alcanzarla. El grupo se mueve tan despacio que es como si no lo hiciera en absoluto. Y mientras la conciencia de Naruto se disuelve en un profundo negro, se le ocurre pensar que eso que la gente dice — eso de que cuando mueres ves la vida pasar frente a sus ojos— no es más que una sarta de mentiras. Porque todo lo que él ve es un puñado de chicos asustados, y el paisaje del Valle del Fin alzándose a su alrededor como una pesadilla.
LUCES DENTRO, SOMBRAS FUERA
— ¿Este es el lugar? Me esperaba algo más... imponente.
La mujer camina sobre el lago como si no pesara nada. Sus pies descalzos no perturban el agua que pisa; los mechones de cabello negro, que en el mundo real llevaba recogido, ahora caen libres hasta la mitad de su espalda. Tras ella, Naruto se pone en pie con dificultad. La agonía que esperaba sentir no está ahí, al igual que la herida en su pecho: cuando se lo toca con la palma de la mano, no hay ni sangre ni dolor. De hecho, no siente nada.
— ¿Cómo has llegado hasta aquí? — Le pregunta a la mujer.
Ella le dedica una mirada perpleja.
— No me digas que es tu primera vez. ¿Sasuke nunca...? — Luego sonríe de oreja a oreja—. Pero qué gracioso eres, mirándome así. ¿Ni siquiera vas a intentar matarme?
— Tú no eres real — le responde él con voz cansada— ni tampoco yo. Sería una pérdida de tiempo. Además, yo...
— Estás muy tranquilo para alguien que va a morir — ella se le acerca, todavía sonriendo, y le pellizca la mejilla con los dedos—. Pero qué chico más valiente. Anda, dime, ¿dónde está?
— ¿Dónde está qué?
La mujer alza las cejas, mirándole con esos sharingan que tanto brillan en la oscuridad.
— El Zorro, tonto — ambos se miran entre sí; cuando a Naruto se le desvía la mirada hacia la cascada, ella la sigue—. Ah, entiendo. ¿Dentro de la cascada, quizá?
— ¿Por eso habéis atacado la aldea? ¿Venís a por Kyubi?
A ella le vuelve a salir la risa; con gesto casual revuelve el cabello del chico antes de echar a andar hacia la cascada.
— No esperarás que te lo diga, ¿verdad? — Con otra sonrisa, se adentra en el agua. Y Naruto la sigue poco después.
Dentro se encuentra la misma cueva de sus visiones pasadas. Ese lugar amplio, oscuro, con la jaula del Zorro de las Nueve Colas al fondo. La diferencia es que esta vez, la piedra que forma la cueva está agrietada y el suelo está encharcado de lo que parece ser sangre. Pero nada de eso le importa a Naruto ahora mismo; lo que capta su atención, lo que le paraliza de la misma manera que le sucede a la mujer que tiene delante, es lo que hay al fondo de la cueva.
Un potente escalofrío le recorre de la cabeza a los pies cuando ve que las puertas de la jaula están abiertas de par en par.
Y que, entre ellas, hay un chico. No uno con su aspecto y su cara, como en otras ocasiones. Esta vez es otro distinto. Alguien que Naruto conoce bien.
Sasuke Uchiha les espera frente a la puerta abierta, apoyado contra ella, con las manos en los bolsillos y una sonrisa burlona en la cara.
— Eh, Naruto — le dice—, ha pasado algún tiempo. Pedazo de idiota.
— ¿Cómo es...? — La mujer Uchiha mira al chico, pasmada, con los ojos muy abiertos— ¿...posible? ¡¿Qué significa esto?!
En respuesta, Sasuke se saca algo del bolsillo. Es un trozo de pergamino quemado, en el que todavía lucen algunos de los símbolos que componían el sello de la puerta. Él lo hace colgar entre dos dedos antes de que el papel se prenda fuego.
— Has cometido un gran error al venir aquí — dice, mirándola de arriba a abajo—, si me preguntas, es una manera estúpida de morir. — Luego, mirando a Naruto—: Y tú, ¿a qué estás jugando? No pienso esperarte todo el día.
— Sasuke, ¿qué...? ¿Qué haces aquí?
— ¿Te lo tengo que explicar todo? Sigues igual que siempre: lento como una tortuga — Sasuke se ríe por lo bajo, luego le hace un gesto, para que se acerque—. ¿O debería decir una rana? En fin, ven aquí, lo entenderás enseguida.
— ¡Ni un paso más! — La mujer Uchiha desenvaina su katana con un sonido metálico y la apunta recta hacia Naruto. Pero él se le acerca y la aparta a un lado con la mano.
— No me puedes matar dos veces — dice.
Un brillo homicida recorre el sharingan de la mujer.
— No — responde— pero todavía puedo hacerte sufrir.
Con un grito, empuña su katana y la hunde en el estómago de Naruto hasta la empuñadura, haciéndole caer de rodillas sobre el suelo mojado.
— Tú... — dice, girándose hacia Sasuke— tú no eres él, ¿no es cierto? ¡Eres el Zorro! Criatura engañosa... No sé cómo te has liberado... pero todavía puedes resultar útil — Con un gesto rápido, busca los ojos de Sasuke y le sostiene la mirada—. Da igual lo poderoso que seas, sólo necesito mi sharingan para ponerte una correa, criatura... ¡Ahora obedéceme, Kyubi! ¡Sal del chico y destruye esta aldea maldita!
Sus palabras resuenan por toda la cueva, y hacen que Sasuke palidezca. La cueva entera tiembla mientras el chakra del Nueve Colas brota, carmesí, de alguna parte, llenándolo todo con su poder. La cueva entera se inunda de él y Sasuke, con los ojos muy abiertos... se echa a reír.
Sus carcajadas suenan crueles, frías, inhumanas.
— ¿De verdad pensabas que funcionaría...! ¡Menuda idiota! ¡Buscas al Zorro, no a mí!
La mujer lo entiende demasiado tarde. Ese chakra horripilante que lo está cubriendo todo, que la envuelve como si fuera niebla, no viene desde dentro de la jaula. Tampoco de Sasuke.
Viene de Naruto. Que se levanta con la espada atravesándole como si no le doliera. Que se la arranca de un tirón como si no la sintiera. Cuyo chakra le envuelve primero como un aura, luego como una armadura.
El chakra del Zorro de las Nueve Colas pronto lo inunda todo. A Naruto, a la cueva, al Valle del Fin. Y también a ella.
