EN EL DISTRITO UCHIHA...

La casa se viene abajo, envuelta en llamas. "Estas calles eran nuestro hogar", dice el más viejo de ellos, "ahora, míralas: las han convertido en un estercolero. En una madriguera de ratas... ¡yo digo que las saquemos de sus escondrijos y las tiremos a las llamas" Ese hombre sonríe, su cara arrugada como cuero viejo, entre lenguas de fuego que, aunque le rodean, no llegan a quemarle. A sus pies yacen docenas de cuerpos sin vida: entre ellos se distinguen armaduras ninja, las de un escuadrón entero de Anbu.

Los demás rugen en respuesta. "¡Maldita seas, Konoha!", grita una mujer, y luego, en un tono tan bajo que se convierte en susurro, murmura los nombres de sus hijos. Ellos también yacieron en estas mismas calles. Y ya hace años que el dolor de su pérdida de convirtió en veneno dentro de su corazón; en el suyo, y en el de muchos otros. Un Uchiha de apenas dieciocho años mira las muescas de su vieja katana y acaricia la hoja con manos temblorosas. "Ese fuego", le susurra, "también lo siento en mí: justo como decías." Con el corazón hinchado de una calidez indescriptible, aprieta fuerte la empuñadura y levanta la espada hacia el frente en desafío, hacia el shinobi que acaba de aparecer frente ellos, y también hacia Konoha.

Después, cuando Hiruzen Sarutobi le aprieta el extremo de su bastón contra el pecho, el joven siente su increíble peso contra el corazón, y éste, que no deja de arder hasta el último momento, termina por consumirse y se apaga, tumbado en el suelo húmedo del barrio que le vio nacer. Al menos no se irá solo: sus compañeros también sufrieron el mismo destino que él.

— Mirad lo que habéis hecho... lamentable. Pero tenedlo claro: el daño que le habéis hecho a mi aldea... — dice el Hokage, sin una sola emoción en el rostro; su cara, transformada en poco más que una máscara, refleja la luz anaranjada de los incendios — os lo devolveré multiplicado por mil.

...NUBES ROJAS

Ahora, en Konoha, hombres con capuchas acechan en los pasillos de la Academia Ninja, uno de ellos peligrosamente cerca donde Iruka Umino se oculta, su espalda pegada a la pared y un kunai en las manos, pensando: "¿cuánto tardarán en encontrarme y qué haré cuando lo hagan?" El sonido de alguien arrastrando la punta de una katana contra la pared del pasillo va acercándose, acercándose, y cada pocos metros, alguien abre una puerta de una patada. El sonido está cerca: la suya será la siguiente.

Mientras, un hombre sediento de sangre abre de golpe la puerta de una habitación de hospital, deseoso de acabar con los pacientes que duermen dentro. Pero cuando se acerca a la primera camilla, su espada desenvainada apuntando hacia el cuello una mujer durmiente, alguien más silencioso y más taimado que él mismo le atrapa por la espalda. Una mano pequeña, pero fuerte, le aprieta la boca con tanta firmeza que, aunque el Uchiha siente cómo algo estrecho y afilado le entra por la garganta, no es capaz de proferir sonido alguno, y simplemente muere en silencio. Shizune tarda un tiempo en soltarle, para asegurarse. Luego le saca la larga aguja ninja de la garganta y la limpia con las ropas del hombre, porque todo parece apuntar a que tendrá que volverla a utilizar. La kunoichi sabe que acierta cuando la punta de una katana se apoya en su nuca y alguien la maldice antes de cortar.

Y los dedos de Tsunade Senju hacen crujir la cara de un hombre robusto. Los puños de Asuma Sarutobi destrozan la armadura de otro shinobi, un cigarrillo humeante en los labios... en el jardín de su familia, Neji y Hinata Hyuga giran juntos para disipar una gran bola de fuego; miles de insectos salen de la boca de un Uchiha cerca de la residencia Aburame. Kurenai clava un kunai en alguien y luego se arranca otro de su propio hombro. Una espada gigantesca, envuelta en vendas, choca contra tres shinobis a la vez en un brutal ataque que los estrella contra la pared más cercana... la niebla empieza a llenar esa calle mientras, a lo lejos, sobre la muralla que separa a Konoha del exterior, dos sandalias de madera suenan con cada paso del hombre que las escala a la carrera...

Un puño envuelto en chakra se incrusta en la pared de un callejón, a escasos centímetros del rostro de una mujer, cuyo sharingan refleja el rostro compungido de Maito Gai. Él podría haberla matado si hubiera querido. Su compasión, que en otras circunstancias podría haber acabado en una desgracia para él mismo, paraliza a la mujer el tiempo suficiente para que su siguente golpe la deje fuera de combate. El jonin la ve caer al suelo con los ojos en blanco y se pregunta, "¿cuánto tiempo voy a poder seguir así?"

En ese preciso instante, otro hombre se está haciendo la misma pregunta. Kakashi Hatake sale de un montón de escombros y tablones de madera a medio arder. Rodeado de humo irrespirable y los cuerpos de varios shinobis, el Ninja Copia se pone en pie con dificultad, una figura reflejándose en sus ojos de diferente color. "Si muero ahora", piensa, recogiendo su bandana ninja de entre los escombros, y atándosela a la frente, "me pregunto si estarás ahí para recibirme, Rin." Al otro lado de la casa en ruinas, un Uchiha cuya túnica es diferente a las demás: en su tela negra hay, bordadas, múltiples nubes de color rojo. No hay rabia ni dolor en el rostro de Itachi Uchiha cuando éste dice el nombre de su oponente: lo único que Kakashi ve en él es lo que ya esperaba, un profundo y oscuro vacío.

Ahora, en Konoha, el filo de una katana emerge del pecho de Naruto Uzumaki y sus pupilas afiladas se emborronan antes de apagarse. La kunoichi que blande el arma sonríe, sus labios semiabiertos, viendo cómo todo el grupo se gira contra ella, cuando el verdadero peligro —la sombra de las dos espadas— cae sobre ellos, tan silenciosa como un dios de la muerte. Pero Tayuya no es capaz de verla. Todo lo que ocupa su mente es esa espada atravesando el pecho de ese maldito idiota. Y aunque ella no sabe de dónde procede la ira que ahora siente, la ex-ninja del Sonido tiene clara una cosa: que cuando atrape a esa mujer, la hará pedazos con sus propias manos. Un grito animal sale de su garganta mientras carga contra ella, y ese rugido, tan grave como puede serlo su voz, es la campana que da inicio a la batalla.

Dos cosas suceden al mismo tiempo.

Uno, el kunai de Tayuya roza —pero no corta— la garganta de la mujer, quien le devuelve a la chica una sonrisa de depredadora... Y dos, la sombra aterriza en medio del grupo, envuelta de un chakra tan intenso, tan horrible, que todos los demás fijan su atención en ella. Las lanzas de arena de Gaara ya no apuntan a la mujer, sino que vuelan instantáneamente hacia él, acompañadas de los insectos de Shino. Shikamaru se aparta de un salto mientras Choji, Rock Lee y Kiba adoptan posiciones de combate. La sombra sonríe. Su cara es la de un hombre maduro: cabello largo y blanco, barba recortada, arrugas alrededor de unos ojos en los que la edad no ha hecho ninguna mella. Él levanta la mirada lentamente mientras su media sonrisa se ensancha hasta mostrar los dientes. Las tres aspas de su sharingan giran despacio. Porque no tienen ninguna prisa.

De un solo tajo —sus dos espadas juntas como una sola— destroza las lanzas de arena de Gaara; sin necesidad de sellos escupe fuego y carboniza el enjambre de insectos. Cuando Rock Lee carga contra él con una patada aérea, simplemente se aparta; y cuando Kiba se convierte en un tornado plateado y vuela hacia él, le basta con colocar sus espadas en su camino para que él mismo se corte por la mitad.

— ¡No ataquéis sin un plan, es demasiado peligroso! — Grita Shikamaru, viendo cómo Kiba jadea, asustado, después de cambiarse por un tronco de árbol en el último momento— ¡Tenemos que...! ¡CHOJI! ¡NO!

Hace falta el esfuerzo de tres shinobis para que la katana no atraviese el cuello del Akimichi: la sombra de Shikamaru tira la del Uchiha, Rock Lee le agarra el brazo por atrás, tirando con todas sus fuerzas... una nube de arena comprimida se interpone entre el filo y la carne. Y aún así, la punta se clava medio centímetro en el cuello de Choji. Quien no retrocede. Quien no hace una mueca de dolor. Lo que hace es cerrar el puño y estrellarlo en el pecho de ese maldito viejo, mandándolo a volar como si no pesara más que unos gramos...

Pero no sirve de mucho. Él gira en el aire y aterriza de pie en un tejado cercano.

— Un Akimichi — dice, su voz profunda y gastada, como la de un fumador, o la de un sacerdote—, un Nara, un Aburame, un Inuzuka... y lo que sea que tú seas — añade, mirando a Rock Lee—. Es un honor estar frente a la flor y nata de la Hoja... el noble futuro de la aldea. Incluso el hijo del Kazekage se ha dignado a hacerme compañía. Es todo un acontecimiento... me pregunto si un pobre viejo como yo... — El hombre inspira, despacio, alzando su chakra hasta que las tejas bajo sus pies empiezan a temblar—, todavía puede jugar a la guerra.

— Shino, necesito que bloquees su visión todo lo que puedas — Shikamaru desvía su mirada hacia el cuerpo de Naruto y las dos mujeres, una frente a la otra... pero chasquea la lengua y vuelve a su pelea—, Gaara, intenta mantenernos con vida. Los demás... — El Nara traga saliva, luego suelta una risa nerviosa— intentad no morir, ¿de acuerdo?

Con el corazón en un puño y los nervios a flor de piel, los demás también sonríen como él. Incluso Gaara.

— Bueno, capitán — le dice Kiba, apoyándole una mano en el hombro—, si nos sacas de esta, prometo no volver a meterme con ese chaleco tuyo...

Entonces, el Uchiha ataca, blandiendo esas dos espadas que silban con cada movimiento...

Tayuya mira en los ojos de la mujer, ajena a la caótica pelea que acaba de estallar a sus espaldas. Están turbios, apagados, como si su dueña se hubiera sumido en un profundo trance. ¿Qué demonios le ha ocurrido? Si Tayuya quisiera, podría rajarle la garganta aquí y ahora, con la misma facilidad con la que podría cortar un filete... pero no lo hace. No lo hace porque ella tampoco es capaz de moverse.

Es como si ese chakra la paralizara desde dentro.

Ese chakra que crece como niebla, cálido como hoguera, pero frío en los huesos... esa bruma carmesí, espesa, burbujeante, saliéndole del cuerpo. Levantándolo del suelo hasta que Naruto queda arrodillado en él, sus ojos en blanco mirando al cielo. La herida en su pecho se está cerrando a una velocidad sobrehumana; en apenas unos segundos, lo que era un agujero en el pecho del chico se convierte en una cicatriz que parece tener semanas. Y justo en ese instante, él abre los ojos.

Cuando lo hace, la niebla se disipa. La mujer Uchiha empieza a recuperar el sentido, pero Tayuya se recupera antes. No duda un solo segundo. Nada más recuperar el control de sí misma —justo cuando el hechizo del Zorro se disuelve— la joven kunoichi le arrebata la katana y le atraviesa el corazón con ella.

— ¡Da gracias...! — grita, introduciendo el arma cada vez más dentro de su cuerpo— ¡de que sea así de rápido!

Pero algo la detiene. Es la mano de Naruto agarrándola por la muñeca. Él la mira — a su cabello como nido de pájaros, a su piel sucia de sangre y hollín, repleta de líneas negras como tatuajes... esa bandana con el símbolo de la Hoja que no termina de encajarle bien— y ella le mira a él. A sus pupilas de zorro, a esas ojeras incipientes; ese cabello como girasoles que ya ha crecido un poco en este tiempo. Mira las tres marcas en sus mejillas; a su piel pálida, a sus colmillos demasiado afilados... y ese chakra que se concentra a su alrededor, bordeando su silueta hasta rodearla como una armadura. Ese chakra intenso y animal, poderoso y cruel, que una vez más le recuerda a su pasado. Pero no, ella sabe que Naruto no es como Orochimaru. El joven Uzumaki no la mira como su antiguo maestro —como una cosa que utilizar, un objeto que poseer... comida que devorar—; él solo la mira y nada más.

Naruto cubre la mano de Tayuya con la suya y tira de la katana hasta sacarla del cuerpo de la mujer, haciéndola caer al suelo.

— Y yo que pensaba que me había librado de ti — le dice Tayuya, con voz nerviosa, a falta de mejores palabras—, supongo que eres demasiado idiota hasta para morir.

Sin responder, él estira la mano y le revuelve el pelo. Luego, cuando echa a andar hacia la batalla que continúa cerca de ellos, a Tayuya le parece ver —aunque sólo durante un instante— algo alrededor de Naruto: la forma del Zorro de las Nueve Colas alejándose de ella, poderoso, temible, y...

SIN COLAS

No pueden ganar: sólo retrasan lo inevitable.

Esa es la conclusión a la que llega Shikamaru a los pocos segundos de empezar la pelea. No se trata de pesimismo. Está siendo realista.

Porque todas sus estrategias acaban de irse al traste con una sola embestida. Ese hombre mueve las espadas como si fueran las guadañas de la misma muerte: sus cortes, precisos como los de un cirujano, se convierten en un huracán de acero que abruma al grupo desde un primer momento. Sólo hay un motivo por el que no mueren instantáneamente, y ese es porque trabajan juntos: porque la arena de Gaara se interpone entre los espadazos y el cuello de sus compañeros; porque los insectos de Shino le siguen implacables allá donde va, porque las sombras de Shikamaru le entorpecen en los momentos clave en los que, de no ser por la habilidad del Nara, alguien habría perdido la cabeza. La primera línea la componen los otros tres genin. Pero ni siquiera la combinación de la fuerza de Choji, la ferocidad de Kiba y la velocidad de Rock Lee son suficientes para detener —y ya no digamos derrotar— a este veterano shinobi. Durante el primer ataque, Kiba cae de un tajo a altura de la espalda; luego, de una poderosa patada frontal, el Uchiha envía a Choji a volar contra el Inuzuka y ambos atraviesan la pared de un bloque de edificios cercano, entre una nube de humo que termina por ocultarles.

Rock Lee dura un poco más. Él es consciente de que está siendo subestimado. Está acostumbrado a ello. De modo que no duda en aprovechar la primera oportunidad que tiene para utilizarla: su habilidad más poderosa, la apertura de las Puertas Ocultas. Lo hace mientras se agacha debajo de un corte que a punto está de cortarle la cabeza; reuniendo todas sus fuerzas, Lee se esfuma y reaparece en el aire, con una patada en torbellino que deja una estela verde tras de sí e impacta, con un sonido contundente, en los antebrazos de su enemigo. Es la primera vez que el Uchiha tiene que bloquear en esa pelea. Es la primera oportunidad que tienen de contraatacar. No habrá otra.

Actúan a la vez. La arena, los insectos, las sombras. Una maraña de técnicas, mezcladas las unas con las otras, envuelven al viejo en una nube negra. Los tres genin gritan sus técnicas —la voz de Gaara, de pronto llena de crueldad—; los insectos clavan sus aguijones, la sombra hace crujir los huesos, la arena implosiona en un funeral del desierto especialmente poderoso.

— ¡Lo hicimos...! — jadea Rock Lee, sintiendo el dolor de su propia técnica.

— No bajes la guardia, Lee — le responde Shino—, no logro localizarle.

Shikamaru asiente. Él también piensa como el Aburame. Un ninja como aquel no cae fácilmente. "Pero, si sigue vivo, ¿por qué no nos ataca?", piensa el heredero de los Nara, mientras una gota de sudor le baja por la nariz. "Mierda, en cualquier momento... ¡piensa, Shikamaru, maldita sea!", pero entonces, algo capta su atención. Y sus pupilas se mueven, lentas y temblorosas, hacia el rabillo de sus ojos. Un solo pensamiento brota en su mente: "¿Ese es... Naruto?"

Está frente a frente con el Uchiha. Ahora Shikamaru sabe por qué no les ha atacado de vuelta: porque hay una amenaza mucho mayor que ellos.

Naruto Uzumaki.

El chico al que todos creían muerto ha vuelto del otro lado, acompañado de un poder tan intenso que distorsiona el aire a su alrededor, como un espejismo en el desierto. Shikamaru lo entiende enseguida: "ese es el poder del Zorro. Así que o bien a venido a salvarnos", piensa, apretando fuerte el mango de un kunai, "o a mandarnos a todos al infierno."

Tan solo espera que no sea la primera opción.

En el interior de Gaara, la voz de la Bestia de Una Cola susurra, llena de malicia: "Gaara, ese zorro está aquí, ¿no es cierto? Puedo oler su chakra maldito... quiero ir a por él."

"No."

"Tú también lo quieres, Gaara, lo sé. Quieres aplastar a ese chico. Cobrarte tu venganza..."

"Shukaku", le corta el chico. "Tenemos más cosas de las que preocuparnos que tu estúpido rencor."

"Ja, ja, ja. Te estás volviendo blando, chico. En fin; tendré que contentarme con ese ojosrojos."

Gaara inspira profundamente, reuniendo toda la arena que había desperdigado por la zona. "Por lo que parece", responde, "tampoco va a poder ser."

Pero Shukaku no protesta, no está decepcionado por lo que acaba de decirle su jinchuriki. Porque cuando ambos levantan la vista a los tejados más altos que les rodean, los ven: decenas de sharingan, rojos como la muerte, mirándoles desde lo alto. Atraídos por la pelea, los Uchiha se han reunido alrededor de ellos. Esperando, en silencio. Esperando por Naruto Uzumaki.

Porque ellos también quieren saber cómo es que ese niño rubio emana tanto poder. Ellos también quieren saber cómo termina. Ahora, todos los ninjas que allí hay — los Uchiha, los de Konoha, y también Gaara— tienen toda su atención puesta en el siguiente movimiento de Naruto. Y éste llega enseguida. Es algo sencillo.

Tan solo se mete las manos en los bolsillos y se acerca al otro ninja hasta que sus pechos casi se tocan.

— Eh, viejo — le espeta, levantando la cabeza para mirarle a la cara—, ¿estás buscando una pelea? ¿Eh?

"¿Pero qué demonios está haciendo?", piensa Tayuya, aferrando la katana con manos sudorosas, "¿se cree un maldito macarra o algo?"

— Naruto... — La mirada de Shino se mueve rápida de un lugar a otro tras sus gafas oscurecidas—. Más vale que puedas respaldar esa chulería.

— No sé cómo sigues vivo, niño zorro — le responde el Uchiha, mirándole hacia abajo, sus sharingan llenos de desprecio—, pero ni los poderes de ese monstruo te van a salvar. Escúchame: ¡yo, Jinpachi Uchiha, te lo arrancaré de dentro con mis propias manos! Luego iré a por el muchacho del Kazekage y haré lo mismo con él. Hasta que esta aldea maldita, ¡hasta que el País del Fuego entero no sea más que...!

— Hablas demasiado — le corta Naruto, acercándole mucho la cara—, si vas a pelear hazlo de una maldita vez.

— Niño insolente... ¡yo te enseñaré respeto! — Ruge el otro, antes de que un destello rojo le alcance directo al estómago.

Jinpachi escupe sangre. Y por un segundo, su conciencia amenaza con apagarse.

— ¿A qué esperas? — Le susurra Naruto, una mano apretándose contra el estómago del Uchiha, la otra todavía en el bolsillo— ¿No ibas a enseñarme algo?

Con la muerte escrita en los ojos, el pecho de Jinpachi se hincha en una bocanada de aire que cuando salga, se convertirá en llamas ardientes y reducirá a ese maldito mocoso a cenizas.

Los dedos de Naruto se le clavan en el estómago, en el mismo lugar donde le golpeó y aprietan, agarran un trozo de su carne, retorciéndola. El viejo suelta un grito de dolor y retrocede de un gran salto mientras Naruto ríe, mirándose la sangre en la punta de los dedos.

— Vaya, llevas una armadura debajo. Y yo que pensaba llevarme un recuerdo... — Entonces sube la mirada hacia el otro ninja y estrecha los ojos—: Jinpachi-kun.

Entre los Inuzuka hay un dicho. "En un oficio donde la mayoría no pasan de cachorros... ten cuidado con el perro viejo." En el mismo momento en el que Kiba se enfrentó a ese hombre, supo que se trataba de un auténtico sabueso. Pero ahora que lo ve —desde el agujero por el que entró al edificio, sintiéndose enfermo, mareado, y con una brecha en la cabeza— no puede sino sentir que ese sabueso, que ese perro curtido en mil batallas, se ha encontrado con un depredador más salvaje que él.

— Eso es — gruñe Kiba, dando palmadas en la cara inconsciente de Choji—, métete el rabo dentro de tus malditas piernas...

Pero Jinpachi Uchiha no nació para echarse atrás. Este experimentado shinobi lleva siendo un jonin desde mucho antes de que estos mocosos fueran un pensamiento en las pelotas de sus padres. De algún modo, Naruto Uzumaki parece haber aprendido a usar el poder del Zorro... ¿Y qué? ¡El chico del Kazekage también es un jinchuriki... y qué! ¡Jinpachi ha pasado por su espada a shinobis mucho más fuertes que ellos! En la guerra, a los mocosos precoces los regalaban con el desayuno. Él mismo había sido uno de ellos. Un prodigio de su generación, un jonin de élite vuelto Anbu antes de ese traidor del Tercero lo exiliara. Fue entonces cuando juró que algún día —después de sacrificar su sangre y su vida por Konoha, después de denunciar públicamente los planes de Fukaku...— se cobraría una venganza contra la aldea que lo había tratado como un trozo de basura.

Ahora tiene dos jinchurikis delante, ¿y qué? ¿Acaso no sangran como los demás ninjas? ¿Acaso no mueren igual?

Jinpachi aprieta los dientes y reúne cada gota de su energía. Cada trozo, cada onza del poderoso chakra que ha acumulado a lo largo de una vida de conflicto, de sangre, de traición. Las tejas se parten a sus pies en un cráter que lo rodea. El aire empieza a temblar, sus mechones blanco levitan, se alzan, como si fuera a caer un rayo... Con los ojos blancos de esfuerzo, el viejo shinobi desata un grito de guerra que enciende los corazones de todos los Uchihas presentes. Ellos también se preparan para la lucha. El sonido de decenas de armas siendo desenvainadas rompe el aire; el destello de los sharingan, de las espadas, empieza a aparecer por todas partes.

— ¡Ahora...! — La voz de Jinpachi resuena por todo el lugar en el mismo momento que su chakra alcanza su punto álgido; y entonces, en medio de un rumor como de tormenta, la sangre en sus katanas empieza a evaporarse, a ascender en dos líneas de bruma carmesí...— ¡Hagámosles recordar... cuál es el clan más poderoso de la Hoja! — El rugido de decenas de voces acompaña a la suya, un muro de sonido que colma los oídos de todos los presentes...

Hasta que una risa se alza por encima de ellos. Una risa aguda, demente; la risa de Naruto Uzumaki.

Todo queda en silencio. Miradas incrédulas, miradas odiosas, se clavan en él.

— ¡Ja, ja, ja! ¡No me digas... no me digas que quieres jugar a ese juego! — Ríe, una lágrima apareciendo en el rabillo de sus ojos— ¡El clan más poderoso...! ¡Ja, ja, ja! — Entonces, de golpe, deja de reír, y con una voz de pronto grave dice—: No me estarás tomando el pelo, ¿verdad, Jinpachi-kun? — La sonrisa de Naruto se ha evaporado. Él saca las manos de los bolsillos, abre las manos, las cierra. Aprieta—. ¿Te crees mejor que yo, verdad? Eso es lo que estás pensando. Me subestimas, ¿no es así? Oye, Jinpachi-kun. Odio que me subestimen.

Hay un momento en el que Gaara vuelve a oír la voz de Shukaku en su interior. La bestia vuelve a burlarse de él: "¡Creo que a tu amigo se le ha ido por completo!", pero luego, con tono serio, grave, añade: "Gaara, ten cuidado. Kyubi será un zorro despreciable, pero su poder no es para tomárselo a broma. Si ese Naruto ha perdido de verdad la cabeza..."

Tras una pausa —en la que el chakra de Naruto asciende repentinamente—, Shukaku termina su frase. "Las cosas no acabarán bien para ninguno de vosotros."


Naruto desaparece.

Un parpadeo después y está frente a Jinpachi. Sus manos desnudas aprietan las hojas de sus katanas, que se quiebran. Pero el filo no perfora su piel de acero. Y mientras decenas de ninjas Uchiha se abalanzan sobre él —y sobre sus compañeros—, el Uzumaki sonríe. No es una sonrisa de burla, ni tampoco una de ferocidad. Tan solo sonríe. Porque lo que está haciendo le satisface. Destrozar esas espadas y tirar los trozos a un lado. Atrapar el puño de Jinpachi al vuelo y provocar al viejo para que vuelva a intentarlo; ver cómo todas esas sombras de ojos rojos le miran a él, sólo a él...

Y una ola de arena barre el cielo en horizontal. Una nube de insectos de aguijones letales se cuela entre las ropas de los Uchiha, los persigue y los azuza; el aguijón de una avispa enorme paraliza a un joven que cae contra el suelo, temblando como si le hubiera caído un rayo. Shikamaru huye de dos shinobis que blanden sus espadas y sólo sobrevive cuando Gaara lo envuelve en un capullo de arena muy similar al de sus funerales del desierto... pero que para alivio del Nara, no implosiona con él dentro.

— ¡Gracias, Gaara...! — Pero cuando ve el aspecto de su aliado, sus iris totalmente amarillos, recuerda lo ocurrido en el Examen Chunin y le recorre un escalofrío.

La manera en la que Gaara arrasa con los Uchiha más débiles es estremecedora. Los hace estallar, los acribilla con agujas de arena, y aún así no es suficiente. Lo sabe cuando la punta de una katana se detiene a un pelo de clavársele en la sien. Su defensa podrá ser casi perfecta, pero no es infalible. Y segundo a segundo, está más cerca de que alguien la supere. "A menos...", le tienta Shukaku, "que me dejes el trabajo a mí."

"Ni hablar."

Una llamarada pasa muy cerca de Shikamaru y se estrella contra el lugar donde hace un segundo, estaba Tayuya. Por fortuna ella es rápida, y logra apartarse a tiempo. Lo que no puede evitar es que la rodeen tres jóvenes Uchiha, todos portando espadas en la mano.

— Si lo pides por favor — dice uno de ellos— no sufrirás demasiado.

La última palabra no la termina. Todavía potenciada por el Sello Maldito, Tayuya esprinta hacia adelante y descarga una combinación de espadazos que el chico, aunque ve venir, no es capaz de bloquear. No tiene mucha técnica, pero el filo corta igual; el chico se desploma hecho unos zorros, todavía vivo, pero por poco.

— ¡Tú...! ¡Te vamos a...! — Los otros dos le atacan a la vez, pero una melodía de flauta les emborrona la visión. Y aunque Tayuya carga hacia ellos, dispuesta a degollarlos de un solo corte, Shino llega primero. No tarda más de un par de segundos. Un enjambre envuelve la cabeza de cada uno de ellos. El zumbido que oyen es demencial. Los aguijones que se les clavan rebosan de veneno. Para cuando se dispersan ya están muertos.

Los Aburame no serán uno de los clanes más renombrados, pero cualquier ninja que sepa ganarse el pan es consciente del peligro que entrañan. Un ninja puede ser veloz, pero, ¿puedes atrapar a miles de insectos? ¿Cómo evitas que uno de ellos te alcance...? Puedes ser fuerte, pero el veneno es veneno. La sangre es sangre.

El fuego es fuego.

Una bola se traga a Shino. En el último instante se cambia por un enjambre de bichos. Entonces una espada le atraviesa el pecho... y vuelve a desaparecer en otro enjambre, apareciendo, sudoroso, a unos metros de distancia, mientras la melodía de una flauta llena el aire a lo lejos... Ha estado cerca. Demasiado cerca. Se está cansando rápidamente, y llegará el momento en el que...

— ¡No! ¡Aléjate...!

Eso no lo grita él, sino uno de los Uchiha, antes de ser aplastado por una gigantesca maza con púas. Y aunque el ninja tiene la habilidad suficiente para intercambiarse por un tronco de madera, cuando reaparece lo hace demasiado cerca de uno de los tres enormes ogros que Tayuya ha invocado. De modo que uno de ellos lo atrapa con una mano más grande que su torso, y aprieta. Crac.

Tayuya sonríe, respirando pesadamente. Los Doki, sus ogros de combate, son tan terroríficos como poderosos. Acompañados de una nueva melodía, cargan contra los Uchiha, desatando el caos allá donde pasa...

A uno de ellos se lo traga una tormenta de fuego y aire cuando Jinpachi entra en escena. El viejo shinobi, sangrando de varios puntos de su cuerpo, esprinta contra los dos restantes y los tumba de sendos puñetazos; esquiva una nube de arena de Gaara, y se abalanza contra Tayuya con una nueva espada en la mano.

La chica abre mucho los ojos un segundo antes de que le alcance.

Nunca lo hace.

Rápido como un destello, Naruto intercepta a Jinpachi y le alcanza con un puñetazo en la mejilla. Es un golpe brutal. En el momento en el que los nudillos del chico hacen contacto con la mejilla del hombre, el tiempo se para por medio segundo. El justo para que haya un silencio.

Luego, con un estruendo terrible, el golpe conecta. El viejo sale volando como una bala a través de un edificio, de otro más, y luego se estrella contra el suelo de la calle, de donde no se vuelve a mover jamás.

Naruto aterriza, sacudiendo la mano con la que ha golpeado al hombre. Un hilillo de humo asciende desde sus nudillos y se dispersa rápido en el aire.

— No debiste hacer eso, Jinpachi-kun, pedazo de idiota — dice. Luego, a Tayuya—: ¿A quién miras con esa cara? ¡Al menos dame las gracias...!

Ah, pero algo le hace cerrar el pico. ¿Es el ataque de un enemigo? No exactamente. Lo que le interrumpe no es una bola de fuego, ni una herramienta ninja lanzada con precisión, ni tampoco algún ninja homicida portando una katana. Lo que cae a su lado es un hombre. Más exactamente, el cuerpo de un hombre que no abre los ojos ni se mueve. El cuerpo de Kakashi Hatake, manchado de sangre.

— ¿Y tú quién demonios eres?

Es lo que Naruto le dice al recién llegado. Pero el ninja que ha traído a Kakashi hasta aquí —el que le ha derrotado sin sufrir una sola herida— no le responde: tan solo le mira.

Le mira porque quiere grabarse esa imagen en sus retinas. Porque le venía buscando. Porque si ha venido hasta aquí, ha sido por él. Para esto.

Itachi Uchiha le observa desde las sombras, su sharingan girando lentamente. Hasta que las aspas se detienen.