Hoy


— América…Sabes de sobra que hay siete horas de diferencia entre Moscú y Washington…—la voz de Rusia sonaba irritada aunque tranquila, como si estuviera regañando a un niñato revoltoso. Seguro que eso mismo era lo que pensaba. América podía oírlo entre líneas.

— Ay, ¿es tu hora de mimir? No te preocupes, no tardaré—tirado en el sofá, con el móvil en una mano y el mando en la otra, los ojos de América estaban fijos en la pantalla que tenía enfrente, decidiendo qué vería una vez despachara a Rusia—. Tan sólo quería preguntarte una cosilla. Una cosa rápida. Lituania dice que has estado portándote mal con él.

— ¿Eso dice? —la voz de Rusia apenas mostró cambio alguno. De nuevo le hablaba como a un niño, sólo que esta vez a un niño sin criterio que se creía todo lo que oía. Ahora que América lo pensaba, ¿no le había hablado siempre así? Como si importara algo que hubiera nacido unos siglos más tarde—. Bueno, Lituania siempre ha sido muy sensible. Se lo toma todo a pecho. Tan sólo tienes que ver cómo se echa a temblar por nada.

— La cosa es que tengo pruebas gráficas. No sólo yo; de hecho, todos en ese redondo planeta azul han visto tanques en la puerta de Lituania. Tanques con tu bandera en ellos. Una semana después de vuestra discusión en torno a violaciones del espacio aéreo. Creo que tiene todo el derecho de estar mosqueadillo.

— Están ahí por una buena razón que a ti no te incumbe, porque es algo entre él y yo.

— Puede, pero cuando un amigo mío me viene tan ansioso que no es capaz de beber sin desparramar todo el café, me gusta pensar que soy un colega lo suficientemente decente como para hacer algo al respecto—América seleccionó la película que tenía mejor pinta, aunque por el momento no le dio al botón de reproducir.

— Tienes muchos amigos a los que proteger, ¿eh, América? —Rusia sonreía; como si lo estuviera viendo—. Qué abnegado, siempre ayudando a los demás, salvando el mundo…Cuán cansado tienes que sentirte. Pobre América. Debe de ser por eso que siempre estás bebiendo bebidas energéticas, para que la cafeína te mantenga despierto, da? Quiero recordar que nunca te interesó tanto Lituania. Todas aquellas veces en que necesitó ayuda…, por problemas de verdad…, problemas gordos…, América no estuvo allí. No, no corrió en su auxilio ni hizo ninguna llamada. Pero ahora…¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? ¿Ha sido su gran personalidad? Sí, seguro que fue eso…

— Si te crees que estoy de su parte para tratar de sacar tajada…

— Oh, no, yo nunca insinuaría algo así…—dijo Rusia, haciéndose el inocente.

Lo has dicho. Lo estabas gritando, pedazo de mamón…, pensó, con el ceño arrugado.

— …¿No crees que el motivo por el que no me pongo de tu parte es porque eres un abusón? En plan, siempre lo has sido…—dijo.

— ¿Eso es lo que quieres, América? ¿Para eso me llamas a las tres de la madrugada? Lástima que yo sólo quiera dormir y no vaya a seguirte el juego. Quizás otro día, pero ahora mismo no.

— Aléjate de él—dijo América con contundencia, dejando el mando sobre el sofá, a su lado.

— No puedo. Somos vecinos.

— Como le pase algo, como le toques un solo pelo, o le mires siquiera, lo sabré, y dejaré la marca de mis Vans nuevas en tu trasero.

— Bien, ya he tenido bastante. Me voy a dormir. Estaba teniendo un sueño particularmente bonito y lo has estropeado.

— No he acabado. No se te ocurra colgarme.

— Sí. Aún no. Antes de eso, te pediré una cosa. Sabes que yo apenas te pido nada, así que espero que me lo concedas, como un favor—ahora sí que cambió la voz de Rusia, para asustar a aquel niño malo. Una voz que América supuso que hacía cagarse encima a todos los que habían estado bajo su control—. Ocúpate de tus asuntos y no metas las narices en los míos.

Sí, eso habría funcionado con cualquiera…, pero no con los jodidos Estados Unidos de América.

— Eso te diré la próxima vez que te pille metiendo mano a mis instituciones.

América no iba a dejar que Rusia le colgara, así que corrió a tener la última palabra.

¡Ahora se había puesto de mal humor! Pero era algo que tenía que hacer. Uno tenía que dejar las cosas claras y alzar la voz contra la injusticia. Seguro que la peli y unas pocas palomitas le ayudarían a levantar los ánimos.

Antes de reproducir la película, mandó un mensaje de texto al embajador americano en Vilna. Esta vez fue considerado con sus hábitos de sueño; podía esperar a que lo viera por la mañana. Le pidió que le mantuviera al corriente de cuanto observara, lo que fuera, lo que no encajara. Quería que Lituania estuviera a salvo. Aquel cabrón parecía no haber tenido bastante con esclavizarlo el siglo anterior.

Dejó el teléfono a un lado. Ya era suficiente por aquel día. Ahora tocaba olvidarse de ello. Rusia no iba a ocupar un precioso espacio en su cabeza. No se lo merecía. Así que llamó a Tony y vieron juntos la última de Tarantino.


Los vilneses estaban asustados. El embajador Walter Williams entendía perfectamente por qué. Las generaciones más antiguas recordaban los viejos tiempos en que Rusia tenía el control y la potestad de aplastarlos a todos a capricho, sólo para someter a su nación, sólo para probar que podía hacerlo. Los extranjeros, él incluido, también se sentían incómodos. Como si se acercara una tormenta, como el anuncio de que algo malo iba a pasar. La nueva presidenta electa, Julita Muskietiene, no se parecía en nada a su predecesor, Rulyte, que era mucho más moderado y complaciente. Ella veía con tanta claridad como su nación las señales de que Rusia echaba de menos aquellos tiempos en que él no era tan contestón e independiente y quería volver a los tiempos de la mágica tubería del dolor. Estaba haciendo ajustes que uno podría interpretar como preparación para una guerra. Acopio de medicinas, combustible, gas y comida, entrenamiento en los colegios sobre cómo actuar en caso de bombardeos y ataques terroristas, animar a la nación a que volviera a ponerse en forma y darle armas…Oh, sí, Lituania y los suyos estaban muy, muy asustados, y todos a su alrededor también se estaban poniendo nerviosos.

Y todo porque a Rusia no le gustaba la complicidad que tenía ahora con su hermana, que la hubiera estado apoyando…Estaba claro que no le gustaba que Lituania tuviera sus propias ideas…No, pensó Williams. Estaba seguro de que era algo más complicado que eso. Era simplemente que Rusia no era feliz si no tenía Estonia, Letonia y Lituania atados con una correa. Que tus subordinados te abandonen y te planten cara…Eso debía de escocer un montón. Rusia, suponía, tan sólo quería volver a sentir esa maravillosa sensación de hacerlos temblar. Hacerlos sentirse pequeños e impotentes. Probablemente no estuviera planeando una invasión de verdad…O…, en fin, eso pensaron en el caso de Ucrania…

Tan sólo esperaba que supiera cuándo parar, antes de que se pusieran las cosas feas. Porque si volvía a molestar a Lituania, tendría que decírselo a América personalmente, él se lanzaría a por él y cuando eso ocurriera…

Williams dio un sorbo a su café y se lamió la nata de los labios. Qué tiempos, pensó…La gente tiene la mecha muy corta, en todas partes…

Volvió la cabeza para mirar los edificios de la ciudad a través de la ventanilla del asiento trasero, las vistas de todos los días de camino al trabajo. Esos viejos edificios a los que normalmente no prestaba atención, porque eran parte de un decorado al que estaba más que acostumbrado, parte de una rutina aburrida. De haber sabido que sería la última vez que los viera, los habría apreciado como se merecían, porque antes de darse siquiera cuenta de lo que estaba sucediendo, una pareja montada en moto, con las caras y las complexiones ocultas bajo el atuendo de motero, le bloquearon las vistas de repente y el que iba sentado atrás le disparó diez veces, tras lo cual desaparecieron entre el tráfico de la hora punta.


América no podía permanecer sentado frente a la webcam. Tenía que moverse. Tenía que caminar por toda la habitación, de cabo a rabo.

— Deberías parar, América, antes de que hagas un surco en esa alfombra tan bonita—dijo Bélgica, con la cabeza apoyada en su mano.

— Oh, claro, tú puedes pitorrearte, puedes reírte…—América se detuvo frente al portátil para lanzarle una mirada severa—. El tío al que han dejado como un colador no era amigo tuyo. No conoces a su mujer y a sus tres hijos. Era un buen tío, y mi mejor compañero de golf.

— Nadie se ríe—replicó Bélgica—. Esto es en verdad muy serio. Tan sólo digo que debes encararlo con mente fría.

— ¿Has oído lo que acabo de decir? ¿Funciona el micro?

— Te he oído perfectamente. Pero no podemos sancionar a alguien y montar un pollo basándonos en sospechas.

— ¡Te digo que no sospecho nada! —gritó América, golpeando la mesa con el puño—. ¡Está claro como el agua! Le digo a Rusia que deje de acosar a Lituania y al día siguiente mi embajador en su casa es asesinado por motoristas encapuchados. ¡Menuda coincidencia! No creo que seas tan tonta como para no atar cabos.

— No lo soy, gracias, pero te repito que no podemos hacer nada en base a suposiciones. Necesitamos hechos. Necesitamos pruebas de que Rusia tiene de verdad algo que ver con esto. Te prometo que la Europol hará lo que haga falta para encontrar a los asesinos. Si nos puedes traer pruebas reales, concretas y verificadas, las tendremos en cuenta y le daremos a Rusia su merecido. Estamos contigo, ¿de acuerdo? Huele muy mal. Pero debemos hacerlo según las reglas.

— Tú solo di que no quieres que Rusia os corte el suministro—dijo América, y cortó la llamada.

Después de eso, tomó en consideración la sugerencia de Bélgica y se sentó en la silla con un suspiro. Se quitó las gafas para frotarse los ojos. Una de sus secretarias esperó unos segundos antes de llamar con timidez a la puerta. América se dio cuenta entonces de que llevaba rato abierta y que ella debía de haber estado esperando antes de atreverse a entrar.

— Señor América, tiene al señor Lituania al teléfono—le dijo.

— Ah, gracias, Daisy—era una llamada repleta de llamadas…Con todo, prefería hablar con un montón de gente desde la distancia que tener que pasar por el inevitable mal trago de acercarse hasta Tennessee a darle el pésame a la familia de Walter.

— Hola, América…—Lituania, con su acentazo característico, sonaba incluso más tímido que Daisy.

— Ey, Lit. ¿Estás bien? —debía de sentirse mal por todo lo ocurrido; le habían contado lo de la llamada a Moscú. América trató de sonar simpático.

— No, me siento fatal por lo de tu embajador…

— No pasa nada. Es decir, pasa. Pero no ha sido culpa tuya.

— A mí me parece que sí. De no habértelo contado…

— Eh, no digas eso. No tienes por qué callarte estas cosas. Rusia no tiene derecho a actuar como si siguiera siendo tu dueño.

— El señor Williams era un gran hombre…Tengo a mis mejores agentes ocupándose del caso.

— Mejor que los emplees en que te cubran las espaldas.

— Me gustaría creer que no lo hizo…Es decir, no podría haber sido tan…obvio, tan contundente…No derramaría sangre americana…

— Ya. Rusia siempre fue más de envenenamientos. O de tirar a la gente por la ventana.

— Quiero creer que está lo suficientemente cuerdo como para no tocar a un miembro de la Unión Europea y de la OTAN…De veras que espero estar siendo paranoico…

— Rusia nunca ha estado cuerdo. Tú y yo sabemos que siempre hace lo que quiere, cuando quiere, y que le importan un pito las consecuencias.

Lituania se quedó en silencio unos instantes.

— Debo irme. Tan sólo quería decirte que siento mucho todo esto y que estoy haciendo lo que puedo por encontrar a quien lo hizo. No te preocupes, Europa está pendiente de todo. Polonia, Letonia y Estonia están en mi casa estos días, para hacerme compañía y…—'protegerme', América oyó en esa pausa, sin que Lituania tuviera que mover los labios—. Ten cuidado, ¿vale?

— Tú también—suspiró América, echándose para atrás en la silla—. Sobre todo tú.

América colgó y volvió la cabeza hacia la puerta. Ahí seguía Daisy.

— Hay más, ¿eh? —sonrió.

— Mmmm…Rusia ha estado llamando. Estaba usted ocupado, así que le dijimos que no estaba disponible…—dijo, evitando mirarlo.

— ¿Ha dejado un mensaje? —América fue a un rincón de su despacho y abrió un armario, donde tenía su alijo de bebidas azucaradas. Se abrió una lata de refresco y le dio un sorbo.

— Uh, no…—murmuró Daisy, y se hizo a un lado.

El hombre que surgió detrás no era otro sino Rusia en persona.

— Buenos días, América—sonrió enseñando los dientes.

— Oh—América se tragó la bebida y la dejó sobre el escritorio—. No creo que tengamos cita.

— Lo sé, pero ya que tú me diste por saco el otro día, pensé que podía venir yo a darte por saco a ti…

América no pudo evitar reír. Hijo de…

— Supongo que has venido porque…

— Me has estado llamando asesino y mafioso. Sí—Rusia se sentó tras un gesto de América—. Quiero una disculpa. Cuanto antes, mejor. No pasa nada, tengo todo el día, me sentaré aquí a esperar.

— Ya te puedes coger una revista o dos, porque eso no va a ocurrir.

— ¿Tienes pruebas de que yo sea el responsable del asesinato de ese diplomático? Son acusaciones muy graves…—Rusia arrastró las palabras, mirándolo sin apenas pestañear.

— No. Pero tampoco tengo dudas.

Rusia chasqueó la lengua.

— No veo que tengas muy buena voluntad…

— Con todos mis respetos, Rusia, querido amigo…Me importa un pedo lo que pienses.

Rusia seguía sonriendo.

— Sé que no sueles aceptar consejos de nadie, pero te daré uno, porque te aprecio. Sí, te aprecio, en serio. Así que ahí va: tu postura no es muy sabia…

— Gracias. Qué amable por tu parte. No quiero hablar contigo hoy, y no creo que me apetezca ver tu cara de culo en algún tiempo, pero me alegra que hayas venido a mi casa porque así te lo puedo decir a la cara…

América se puso en pie, con ambas manos sobre el escritorio, y lanzó una mirada furibunda a Rusia.

— Vas a pagar por lo que has hecho…—gruñó.

A Rusia no le flaqueó la sonrisa.

— América, si sigues insultándome, tendré que ponerme serio…—dijo lentamente.

— Encontraré las pruebas que hagan falta—dijo América—. Y se las enseñaré a todo el mundo.

— …De momento, creo que tanto yo como mi embajada nos vamos de tu país…Ya que veo que estás tan desesperado por convertirme en el villano…—Rusia se puso en pie y tal cual apareció en la Casa Blanca, se esfumó.

América no le detuvo. En los siguientes días, no hizo aquello a lo que su presidente tan desesperadamente le conminaba, que era disculparse y detenerlo. Casi le puso una alfombra roja a los rusos en el aeropuerto. Estaba tan harto de la historia de siempre, de que Rusia jugara sucio. En su lugar, hizo muchas llamadas a sus investigadores, para que se pusieran a ello con la mayor prioridad.


Resultó que América no tuvo que mandarlos a Vilna. Lituania cumplió su palabra y su propia policía buscó pruebas.

No llevó demasiado, la verdad. Los atacantes aparecieron en las cámaras de seguridad de un banco que se encontraba cerca de la escena del crimen. Tomaron la matrícula de la motocicleta y vieron que pertenecía a una empresa de alquiler de vehículos. Los dueños ayudaron a la policía a identificar a quien la alquiló: unos hombres llamados Isaak Shishkanov y Sergei Essen. Vivían en una casa alquilada en Panemunė, a 256 kilómetros de la capital, cerca de la frontera con el enclave ruso.

Sabían que la policía vendría tarde o temprano y recibieron a la patrulla a tiros. Por desgracia para ellos, la policía lituana consiguió entrar en el domicilio y reducirlos. Essen murió durante la operación, pero se aseguraron de dejar a Shishkanov sólo con una pierna inmovilizada de un tiro, de modo que la boca quedara intacta para hablar.

Y cantó como un ruiseñor.

— Si hablo, me encontrarán y acabarán conmigo—dijo al principio.

Le hicieron ver que, si no hablaba, se pasaría el resto de sus días en la cárcel, lo cual venía a ser lo mismo, y él lo consideró largo y tendido, mirando su mano amarrada a la cama por unas esposas, su pelo pegado a la frente por el sudor.

— …Quiero algo más que palabras bonitas. Quiero un pasaporte para largarme de aquí en cuanto pueda caminar. Quiero un nombre nuevo.

¿De quién tenía tanto miedo?, le preguntaron.

— Eran órdenes del Kremlin…Cómo no voy a estar acojonado—sonrió Shishkanov débilmente.

América grabaría aquellas palabras y las oiría para su propio deleite una y otra, y otra vez.

— Que no fuera tan suspicaz, decían…—farfulló, de camino a la reunión urgente, igual que un tanque, listo para pegarle un buen chupinazo a Rusia.