PARTE 1
Hermione supo desde el momento en que la guerra comenzó y Harry les había hablado a Ron y a ella sobre los Horrocruxes, que no volver a Hogwarts para su último año iba a ser de todo excepto una tarea fácil y agradable. Imaginó el hambre y la muerte acechándoles tras cada recodo, la desesperación de una búsqueda imposible que un gran mago como Dumbledore había decidido depositar sobre los hombros jóvenes e inexpertos de unos adolescentes. Hermione se consideraba capaz de muchas cosas y valoraba la confianza depositada en ellos; pero a menudo, durante las noches frías, entre los susurros ariscos de las sombras del bosque, se preguntaba si la decisión del antiguo director de Hogwarts no había nacido principalmente de una falta de mejores opciones. La partida de Ron, por supuesto, no había hecho más que mermar sus fuerzas. Haberlo visto venir no supuso una gran diferencia cuando la preocupación, la oscuridad y la furia se habían adueñado de su corazón. No quería culparlo; pero lo hacía.
Harry y ella misma eran más pacientes, se recriminaban menos los fallos de uno y las cabezonerías de la otra. Y, sin embargo, la ausencia de Ron era una enorme brecha entre ellos, como si el puente que unía sus personalidades introspectivas hubiera desaparecido sin más, dejándolos completamente solos. Aun así, había mutuo apoyo y tácita comprensión en los momentos más bajos. Y Hermione había agradecido esto bajo la tenue iluminación de los rescoldos moribundos de una hoguera que temían dejar durante demasiado tiempo, con carroñeros y mortífagos en constante búsqueda del niño que vivió.
Por eso, tal vez, además de por un pavor orgánico e intrínseco, le dolió como si le hubieran desgarrado el alma cuando fueron sorprendidos no por carroñeros, sino por los mismísimos mortífagos. Habían estado dirigiéndose hacia Godric Hollow, tenían un plan ─o algo que se le podía parecer, dadas las circunstancias. No había servido de nada. Los seguidores de Voldemort eran solo tres, pero Hermione sabía que si la persecución y la escaramuza se extendían demasiado no tardarían en aparecer más. Iban a contrarreloj. Hechizos y maldiciones se sucedieron unas tras otras. Hermione consiguió tenderle una trampa a uno con un hechizo infantil, casi una broma, que les confirió cierto terreno de ventaja. Pero eran tres contra dos, y la penumbra había empezado a descender sobre las escarpadas montañas precedida por unas nubes de vientre grisáceo, sucio. El aire invernal era tan despiadado como la guerra que asolaba su mundo. Una guerra que no era para adolescentes.
Se parapetó detrás de un grueso tronco de roble, de más de cuarenta centímetros de diámetro, para evitar la maldición letal. Querían a Harry Potter vivo, pero a ninguno de los seguidores de Voldemort les importaba la vida de una sangre sucia que además era parte del círculo interno del niño-que-vivió. Jadeó, exhausta y con un sudor helado perlándole las sienes, mientras aguzaba el oído para detectar cualquier movimiento, cualquier crujido de hojas o ramas que le pudiera alertar de la posición de sus enemigos. Entonces hubo un grito a su izquierda, Harry rugió un sectumsempra que no dio en el blanco, Hermione se abalanzó en su ayuda con un hechizo en la punta de la lengua, pero se topó de frente con una máscara plateada, de intrincados motivos, que frenó su embestida con una asombrosa destreza.
─¡Vete! ─el grito de Harry le llegó a la distancia─. ¡Hermione! ¡Vete!
Hermione se rebeló contra la idea. « No podemos separarnos. No podemos separarnos nosotros también » se dijo desesperada, mientras intercambiaba hechizos con el mortífago que la tenía acorralada. « Está saliendo todo mal ». Un fogonazo rojo le rajó la tela de su jersey. El escozor, agudo, se extendió por su brazo incluso mientras ella vociferaba un incendio hacia su agresor. La capa negra que delataba sus ideales ardió en altas llamas naranjas que resplandecieron en movimientos ondulantes bajo las copas de los árboles. Las pavesas se desprendieron por la atmósfera, flotaron suspendidas por un instante; Hermione no se quedó a mirar. Salió corriendo entre los altos troncos, tan juntos entre sí que casi daba la sensación de que todo el terreno era un laberinto, un campo de juego. Un campo de caza hecho a medida. Las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras corría, tropezando con las raíces gruesas que rompían la tierra, pero el frío y la velocidad no tardaron en convertirlas en escarcha en su rostro. El mortífago la acechaba como un lobo, en solitario, entretanto los dos restantes iban en persecución de Harry. Se había desprendido de la capa, hecha jirones por las llamas que ella había invocado, y ahora su cabello largo y claro resplandecía con un brillo lechoso y pálido bajo la luz de la luna. « Lucius Malfoy », pensó Hermione con una mezcolanza de desfallecimiento y repugnancia que en contra de todo pronóstico la impulsó a seguir adelante. Tenía sentido que, a diferencia de los otros dos individuos, no hubiera lanzado imperdonables en su dirección. La quería viva, igual que hubiera querido vivo a Ron, sobre todo a Ron , siendo este el hijo de Arthur Weasley, a quién Malfoy despreciaba profundamente. Era algo personal. Y Hermione no tenía intención de caer viva en sus garras; tampoco podía descartar la posibilidad de que Malfoy quisiera granjearse el favor de Voldemort entregándola a ella como ofrenda de tortura.
No supo cuánto tiempo estuvo avanzando a trompicones adentrándose en una vegetación cada vez más lúgubre y abundante. Tenía las manos y la cara llenas de cortes producidos por las espinas y las ramas que caían en vertical desde los árboles y de los salientes de rocas afiladas como los caninos de un licántropo. Sabía que le llevaba la delantera a Malfoy de la misma forma que sabía que no lo había dejado atrás. No realmente. El sonido de su movimiento tras ella resultaba ensordecedor en la quietud de las profundidades del bosque, el suave rumor de la lluvia casi formaba parte de ese silencio opaco. Malfoy le había gritado en algún punto, intentando provocarla con insultos que poco herían ya la sensibilidad de Hermione. Había callado en cuanto le dejó claro que así no iba a conseguir nada. Ella no quería admitirlo, pero el silencio de ahora era mucho peor: asfixiante, claustrofóbico.
De pronto se oyó un graznido descarnado a su izquierda que la sobresaltó de sobremanera. Se tambaleó hacia un lado cuando una roca le hizo perder el equilibrio y tuvo que apoyarse un momento en un árbol, cuya superficie de madera negra le cosquilleó en las yemas de los dedos como el cauce de un río en movimiento. Miró en derredor con los ojos desorbitados. Aquel sonido le había puesto los pelos de punta, no pudo evitar recordar todas las cosas que había leído en libros, sobre las pesadillas que acechaban en los bosques. Olía a tierra mojada, a miel y flores marchitas, y un pequeño riachuelo discurría por un lado del árbol en el que estaba apoyada, colmado de un colchón de enormes nenúfares que apenas dejaban espacio para el agua. Nenúfares. En invierno. Pero lo que le rodeaba no tenía el aspecto moribundo de los meses más fríos del año. Hermione, lívida, se pasó la lengua por los labios resecos tratando de pensar. Había algo espeluznante ahí, podía notarlo: algo en aquel lugar no era normal. No parecía el mismo bosque en el que había estado con Harry, donde habían sido sorprendidos.
« Para. Deja de temblar » se dijo para sí, sofocando la histeria. Ni siquiera sabía con certeza de dónde provenía su creciente temor. « Tengo que averiguar dónde estoy cuánto antes y encontrar a Harry. Malfoy no parece... ». No vio venir el agarre que salió entre las sombras, se cerró en torno a su cuello y la estampó con fuerza contra el tronco. Esquirlas de corteza se le clavaron en la espalda. Hermione jadeó con dificultad. Los dedos, largos y nervudos, le atenazaron con tanta fuerza que apenas pudo coger oxígeno.
─Vaya, vaya. Menuda sorpresa, señorita Granger. ¿Paseando por esta arboleda bajo la tibia luz de la luna? ─Lucius Malfoy le miró desde arriba con una sonrisa fría plasmada en el rostro, desprovisto ya de la máscara plateada. Apresó la muñeca con la que sostenía la varita, inmovilizándola, se inclinó contra su oreja y le habló en un siseo bajo, lleno de rabia─. Me has causado más inconvenientes de los que hubiera creído posible para alguien de tu condición. Sobre todo teniendo en cuenta que cargas también con el peso de unas desafortunadas compañías. Espero que no albergues sospechas de cómo jugara eso para ti de ahora en adelante. Oh, pero no temas, criatura. No será muy distinto de lo que le espera a Potter.
Una vaharada de ira inundó a Hermione. Pero el modo en que los dedos del otro hombre se le hundían en la garganta, casi deformándola, le impedía coger el aire necesario como para responder a su diatriba. Se le aguaron los ojos.
─Ah, disculpa, ¿estoy siendo demasiado brusco? ─inquirió abriendo los ojos. Aflojó un poco el agarre─. Es impropio de un caballero tratar pobremente a una dama; sin importar cuan cuestionable sea su... procedencia.
Hermione no lo pensó: le escupió con intención en la cara. Por Harry, por Ron. Aprovechó la conmoción del otro para tratar de liberar la mano de la varita. Él tenía más fuerza que ella, sin embargo, y no tardó en sobreponerse. La mano le cruzó la cara con un golpe horrible; el sonido que reverberó en el ambiente opresivo y penumbroso del bosque le recordó vagamente al disparo de un cañón. Tosió y vio sangre salpicar la tierra removida. El dolor se extendió por su mejilla y cuello y apenas pudo aferrarse a unas diminutas migajas de satisfacción cuando sintió la punta de una varita bajo su mentón.
Malfoy se limpió la cara con el antebrazo, tenía una expresión terrible y mortífera.
─Una Gryffindor, por supuesto. Mi error. No volverá a ocurrir. Ahora, el Señor Oscuro se mostrará complaciente por conocer a tan espléndido miembro de la casa de Godric, estarás de acuerdo conmigo.
─Tú y tu familia sois lamentables. ─Tenía la garganta dolorida, la voz ronca, y sabía que estaba en una muy mala situación, pero aún así se forzó a arrastrar las palabras hacia fuera─. Habéis caído en desgracia para ambos bandos y no os queda ni una pizca de ese despreciable orgullo del que tanto hacíais gala que evite que os convirtáis en unos repugnantes aduladores de segunda clase de...
Malfoy aumentó la presión ejercida con la varita.
─Te aconsejo que limites tus discursos sobre clase y que controles esa naturaleza temperamental ─dijo con acidez─. Mi hijo solía decir que gozabas de cierto grado de intelecto.
Hermione tragó saliva. Estaba perdida, sabía que estaba perdida. Solo podía esperar que Harry hubiera conseguido escapar de sus perseguidores, él era la única esperanza que tenía el mundo mágico de poder derrotar a aquel psicópata. Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. Ni siquiera le importó la sonrisa complacida de Malfoy. No era nada comparado con lo que estaban haciendo con las vidas de tantas personas, era polvo y ceniza comparado con la impotencia y la frustración de fallar al proteger no solo esas vidas, sino la justicia y la libertad, unos ideales que consideraba verdaderamente fundamentales. Pensó en Ron, no supo bien si con decepción, furia o tristeza. O en que no iba a volver a verlo. Y justo en ese preciso instante algo sucedió. Empezó con una sensación de embudo en la parte baja de su espalda. La superficie del tronco no había dejado de moverse, pero Hermione tenía suficiente en su plato como para haberse preocupado por aquel levísimo cosquilleo. Ahora aumentó. El cosquilleo se volvió un remolino de succión que le hizo abrir mucho los ojos marrones y la boca; apenas tuvo tiempo de reparar en la tensión repentina en los brazos de Malfoy antes de que el frío húmedo se derramara sobre su espalda. Sintió como si cayera hacia atrás, hacia arriba, el sonido de una cascada inundó sus oídos. Un fogonazo de luz blanca la cegó. Lo último que vio fue el semblante incrédulo del otro hombre.
