PARTE 4
Afortunadamente encontrar el pequeño arroyo que recordaba de antes no fue un problema. Llevar el agua hasta dónde había dejado a Malfoy resultó algo más espinoso, pero las conchas nacaradas que había en el claro en el que habían aterrizado ─¿aterrizado? ¿era esa la palabra?─ se hallaban diseminadas aquí y allá, como pétalos caídos, a lo largo de los túneles semi subterráneos que llevaban al exterior. Por lo que fue fácil, una vez supo lo que buscaba, dar con ellas.
Afortunadamente también el veneno no pareció ser tan letal como uno hubiera imaginado por la pinta que tenía la cara de Malfoy cuando lo había dejado. Al regresar, éste tenía aún los ojos cerrados y no se había movido un palmo. Pero los abrió en cuanto la oyó llegar. No intercambiaron una sola palabra. De hecho, apenas cruzaron miradas, más allá de lo necesario para comprobar que el hombre parecía estar mejor. Hermione se había traído consigo, además de la concha con agua para limpiar aquel estropicio de herida, una suerte de caña muy similar al bambú, pero de un tono ligeramente rojizo, parecido al de la arena volcánica. No era ideal y muchas cosas podían salir mal, pero era lo único que tenía. Trabajó en silencio, limpiando la herida lo mejor que pudo con los medios y los conocimientos que tenía, succionando con la caña lo que esperaba que fuera parte del veneno, aunque ciertamente no sabía si serviría de algo o siquiera si lo que estaba haciendo tenía algún sentido ─estudiar tanta magia para encontrarte en una situación como esta.
Malfoy se dejó hacer. Podría haber sido una estatua o un títere de prácticas de primeros auxilios del mundo no mágico de lo más realista de no ser por las ligeras convulsiones y respiraciones demasiado fuertes cuando Hermione hacía algo que debía ser especialmente doloroso. Pero no pronunció queja o palabra alguna. Ningún comentario mordaz, ningún gracias. No que esperara esto último.
Se pusieron en marcha en cuanto terminó con sus chapuceros primeros auxilios. De nuevo, no era lo ideal, pero era lo único que podían hacer. No lo hablaron, simplemente lo hicieron y ninguno objetó.
Avanzaron por el terreno árido y de vida escasa por tiempo indeterminado. Por descontado, evitaron acercarse de nuevo a una de esas enormes flores escarlatas; de hecho, por tácito acuerdo procuraron mantenerse a una distancia prudencial de cualquier cosa de aspecto sospechoso. Si había un camino más despejado que otro, ese era el que tomaban. De todas formas no sabían qué dirección tomar; solo qué camino parecía ser menos arriesgado en el futuro inmediato. La brisa fría se volvió pesada y cargante conforme caminaban y caminaban por ese páramo desolador sin destino aparente, bajo un cielo igualmente infinito y espeluznante. En algún punto Hermione tuvo la sensación de que las pinceladas rosáceas habían adquirido unos matices más violetas que rosadas, la iluminación unos grados más tenue, y se preguntó si la noche y el día funcionaban de forma similar en Tierras Feéricas que en su mundo.
No podía con sus piernas. La brisa cálida y el ejercicio empezaban a hacer que se sintiera sofocada, aún así, notó que había empezado a temblar ligeramente. Además, tenía la boca más seca que la suela de un zapato, llevaban horas sin beber agua.
El peor error es el del intruso que consume comida en Tierras Feéricas. O eso decían los libros. El conjuro del esclavo. Temía que el agua fuera también una trampa para sus cuerpos mortales, pero lo cierto es que no aguantarían mucho más. Tarde o temprano tendrían que beber.
De vez en cuando, miraba de reojo a Malfoy. El hombre andaba unos pasos por delante de ella. Sin embargo, en ninguna ocasión logró atisbar más que el perfil oscurecido por la inmensa caída de cabello deslucido, una cortina de ceniza enmarañada.
Hermione solo quería perder de vista la desoladora imagen de ese paisaje antinatural y sangrante. Cualquier pensamiento ─de sus padres, de Harry, de la guerra, de Ron, de qué diablos estás haciendo salvándole la vida a un mortífago por las barbas de Merlín, Hermione Granger─ lo tenía cerrado a cal y canto. Nada importaba excepto seguir adelante. Un paso tras otro. Al frente.
Horas, días. Aunque la lógica le decía que no podía ser esto último, se sentía tan cansada… más cansada que nunca, más cansada de lo que se había sentido dando esquinazo a carroñeros y mortífagos ─a Voldemort─ durante semanas y semanas. ¿Sería un efecto de esas tierras? ¿tanto el cansancio como la sensación de embotellamiento en su cabeza? Las tierras feéricas no estaban hechas para los mortales, por muy mágicos que estos fueran. El terreno reseco y el lodo fue invadido por pequeños parches de hierba diseminados cada pocos metros cuando empezaba a pensar que moriría sin ver nada más que ese mundo muerto encharcado de flores sangrantes. Estas se fueron volviendo más y más escasas hasta desaparecer por completo; del suelo, en su lugar, emergían largos y afilados cilindros acabados en punta que se alzaban a distintas alturas, era cómo si alguien hubiera cogido colmillos de elefantes ─o de dragón─ de distintos tamaños y los hubiera clavado en el suelo como estacas. La luz que caía del cielo, de un violeta cada vez más denso y espeso, creaba sombras espeluznantes sobre el blanco roto de las presuntas estacas de hueso.
Y más adelante apareció el bosque.
El verde se manifestó como un sueño en la línea del horizonte. Ni siquiera la inquietud por lo que podían encontrarse ahí ─«por favor no más plantas carnívoras»─ pudo aguar del todo el alivio que sintió. Se preguntó si Malfoy había reparado en ello también. El hombre parecía estar destinando todas sus fuerzas a seguir en pie y en marcha.
Aún tardaron un buen rato en llegar a la línea de los árboles y, antes de entrar, Malfoy tuvo la lucidez mental de coger un colmillo de los más pequeños, de unos cuarenta centímetros, que yacía en el terreno. Hermione cogió otro que vio un poco más atrás. Solo por si acaso. Si el hombre pensó algo al respecto de su acción, no dijo nada.
Se detuvieron junto a la orilla de un río y a un salto de agua, cerca de unas formaciones rocosas que ofrecían cierto refugio de cualquier peligro que pudiera acechar por ahí. Sin duda, estaba llegando la noche, o al menos, la claridad estaba menguando. Malfoy se había apoyado contra la pared de piedra y tenía los ojos entrecerrados. No se veía nada bien: tenía las mejillas hundidas, la piel reseca y parecía haber envejecido diez años de golpe.
Bien.
«Agua» pensó Hermione, preocupada, con el colmillo en una mano y la concha en la otra mientras estudiaba el líquido cristalino y aparentemente inocuo. «Tenemos que beber tarde o temprano, agua feérica o no; de lo contrario no duraremos mucho más y no tengo ni idea de si lograremos encontrar el camino de regreso a nuestro mundo pronto, pero el pronóstico no es bueno».
Se acuclilló junto a la orilla. Había pececillos muy pequeños de color plateado y entre las rocas sumergidas pudo atisbar también diminutos cangrejos de patas el doble de largas que sus cuerpos. En ese lugar el agua tomaba la tonalidad herbácea de las copas de los árboles así como las pinceladas moradas y grisáceas del cielo nocturno. Llenó la concha de agua, se puso en pie y se acercó con ella a Malfoy antes de ofrecérsela.
─Bebe ─dijo.
El hombre parpadeó lentamente. Entonces un destello de lo que pudo ser sorna o desprecio cruzó sus cansadas facciones.
─No me creerás tan crédulo ─dijo, su voz poco más que aire, áspera como el papel de lija.
─Morirás si no bebes. Los dos lo haremos.
Malfoy le enseñó los dientes, feral.
─Las damas primero.
Increíble. Hermione se debatió entre sentirse ultrajada por semejante desconfianza proviniendo de quién venía y espetarle desde cuándo la consideraba una dama. No había nada como la conveniencia para los de su calaña.
En cambio, tensó la mandíbula y no hizo ninguna de las dos. Lo estudió con frialdad por un momento.
─Esto es muy sencillo, Malfoy. O bebes o te quedas atrás y acabas muriendo por deshidratación o por cualquier otro mal que te encuentre en este lugar ─dijo al fin mirándole a los ojos─. Puede que solo sea una repugnante sangre sucia, y que esté muy por debajo en tus estándares de la jerarquía de la vida, no es que me importe. Pero ahora mismo estoy en mejores condiciones que tú para sobrevivir y si quieres…
Un sonido que pudo haber sido una risa o un resoplido, pero que sonó más como algo roto que terminó en una tos estentórea, la hizo detenerse.
─Juega con fuego, repugnante criatura ─siseó él─. Podrías perfectamente haberme dejado morir, no lo has hecho porque me necesitas.
─Alguien tiene que beber primero. Y, te necesite o no, esa necesidad nunca cobrará más importancia que mi propio bienestar, ¿no te parece? Bebe.
Le ofreció el cuenco improvisado una vez más. En todo momento mantuvo su propio colmillo bien sujeto en una de sus manos. No iba a subestimar al otro, sin importar cuán deplorable su estado pareciera. Malfoy bajó la vista un instante hacia el líquido antes de subirla de nuevo. La noche no era tan cerrada como una noche en su mundo. La luz era más tenue, pero se podía ver sin problema. Era como mirar a través de una neblina de semi oscuridad. Y a través de esa neblina las sombras en el rostro del hombre eran de lo más curiosas e inquietantes al mismo tiempo; creaban huecos donde no debería haberlos y los ojos, grises, se veían casi negros. Un latido, débil y lejano, la sobresaltó. Como estaba tan cerca, y había estado estudiándolo, le pareció ver a Malfoy sobresaltarse también. Pupum, pupum. Sonaba como un animal encabritado. Asustado.
Hermione sacudió la cabeza. Dejó de escucharlo.
Malfoy tenía una expresión extraña en su rostro.
─No hay ríos de sangre ─espetó de pronto, abruptamente. Con una inspiración se forzó a continuar─. Quiero decir que.. Cuando llegamos pensé que habíamos ido a parar al terreno NoSeelie, pero ya no estoy tan segura… Los libros hablan de corrientes escarlata, de un rojo tan intenso que casi parece negro, pero no hemos visto nada parecido; con suerte estamos en el reino Seelie. Deberían ser más benevolentes con nosotros, los magos.
─Como tu… amigo de antes.
Hermione enrojeció ante la pulla. No. No se iba a dejar amedrentar porque hubiese cometido un error. Además, por todo lo que sabían, el hada no les había hecho nada… Mentira, le dijo una voz, pero la ignoró.
─¿Quieres volver a ver a tu familiar, verdad? Al menos te preocupas por ellos ─sonó más como una pregunta. Y qué. No estaba segura, pero la desesperación en su voz cuando le había pedido ayuda antes… ─. Si por ti fuera no volvería a ver a mi familia ni a ninguno de mis seres queridos. Pero tenemos una tregua. Yo te he salvado la vida hace un rato. Ahora, bebe.
Malfoy sonrió. Si es que a eso se le podía llamar sonrisa. Y alargó una mano para tomar la concha con el agua. No era como si tuviera más opciones, pero Hermione se sintió aliviada cuando sus labios por fin rozaron el borde nacarado. Parecía costarle algo de esfuerzo sostener la concha.
No hizo ningún intento por ayudarle. Le avergonzaba admitir que pese a tener la sartén por el mango, el otro hombre aún la asustaba. De hecho, la aterrorizaba. Observó el movimiento de su garganta al tragar. Un hilillo de líquido se escurrió por su barbilla.
Cuando terminó de beber dejó la concha junto a una roca del suelo. Durante los siguientes minutos nadie dijo nada, la tensión era tan real que se podía cortar con el diffindo de un estudiante de primer año.
No ocurrió nada. ¿Tenía que ocurrir algo? ¿o no notarían nada y simplemente se encontrarían atrapados por alguna ley desconocida y maquiavélica?
─Pagarás por esto.
Hermione contuvo el estremecimiento, cogió el cuenco con el agua restante ─Malfoy se había moderado al beber─ y bebió también en pequeños sorbos pese a la sed abominable que sentía. Lo menos que podían hacer era esperar un tiempo prudencial ─¿cuánto era eso?─ antes de beber más.
Después de que el tema crucial del agua hubiera sido gestionado, para bien o para mal, se decidió por acuerdo tácito que necesitaban descansar tarde o temprano, y ese momento de reducida visibilidad era un buena ocasión para ello. El único movimiento que Malfoy había hecho fue cerrar los ojos, mientras que Hermione se había situado en el lado opuesto de la pared rocosa del lateral de la pequeña cascada, sin decir ni pío. Así era como tomaban ellos las decisiones. En silencio y con una envidiable comunicación no verbal.
Hermione prefería tener sus metros de distancia cuando al otro le diera por lanzar su señal de morder.
Con el cansancio extremo pesándole en cada centímetro de su cuerpo, pesándole incluso en los pensamientos, Hermione se dejó arrullar por el silencio casi total y el murmullo extrañamente reconfortante del río y del chapoteó del agua al caer. Se oía un sonido constante que recordaba al ronroneo de un gato, venía de las copas de los árboles ─«Hola, Cheshire»─, solo esperaba que no fuera nada peligroso. La temperatura era agradable ahí también. La oscuridad solo se acentuó un poco más conforme pasaban los minutos, lo suficiente como para poder relajarse en un entorno potencialmente hostil, con un acompañante potencialmente hostil. Sabía que necesitaba esas horas de sueño para poder estar fresca y despierta cuando continuaran el camino de regreso a casa; tenía que tener la claridad mental necesaria para poder hacer acopio de sus reducidos conocimientos en Annwn y ser capaz de discernir los senderos reales… Lo sabía y aún así… Aún así se vio incapaz de evitar las divagaciones de su mente. De pronto, se encontró pensando en la alusión que el hombre que yacía a unos metros de ella había hecho sobre su propia familia: «…pero Draco y Cissy… No puedo abandonarlos. Por favor». En aquel momento una ráfaga de furia incandescente la había golpeado, pero ahora que estaba más tranquila, no pudo evitar sentir cierta fascinación porque alguien como Malfoy, a quién hasta entonces había creído un narcisista patológico, pudiera sentir algo similar al amor y a la preocupación por otras personas. Nunca había tenido la impresión de que le importara su hijo. Pero qué sabía ella.
«Supongo que eres tan egoísta que no eres capaz de ver más allá de tu propia nariz» pensó, disgustada, reprendiéndose por siquiera perder el tiempo pensando en los entresijos de la mente de semejante sujeto. Un mortífago.
─Más allá de lo que los de tu clase podrían nunca entender. Nadie os pidió involucraros en nuestro mundo, nadie os pidió darnos motivos para iniciar esta guerra.
No pudo evitar pegar un brinco, sobresaltada, cuando la voz le llegó ronca y profunda desde la distancia. Malfoy le acababa de hablar, pero qué…
─¿Cómo? ─balbuceó, pillada tan de improviso que le costó unos segundos de más procesar las palabras del otro.
Malfoy emitió un sonido, como chasqueando la lengua. Hermione miró hacia su derecha. Podía vislumbrar sin problema el contorno de su figura, envuelto por esa nebulosa grisácea que lo cubría todo y que hacía que su cabello pareciera una cortina de humo cayéndole por los hombros. Le pareció que se tocaba el codo izquierdo. Era donde el mayor daño había sido hecho. Su voz le llegó de nuevo.
─No somos nosotros, los magos, los que invadimos vuestro mundo incoloro. Escondidos, siempre huyendo pese a nuestra más que evidente superioridad.
Hermione no dijo que no se refería a eso, sino a qué venía ese in promptu intento de conversación, si es que era eso lo que era. Por qué parecía como si…
─Ese es precisamente vuestro problema: que os creéis superiores a todos los que no son como vosotros. Mejores que los muggles, mejores que los hijos de muggle, mejores que los centauros, mejores que los licántropos, mejores que…
─Por supuesto ─musitó; si sin fuerzas o sin interés, Hermione no estaba segura─. Es solo una irrevocable realidad.
─No, son solo aires de grandeza.
─En cualquier caso, nadie os pidió mancillar la magia de nuestro mundo con vuestras impuras…
─¡No pedí ser maga! ─espetó Hermione. No tenía porque escuchar semejantes barbaridades. Puede que la voz de Malfoy estuviera débil, que no fuera más que un murmullo, pero el veneno que escupía tenía el ardor de siempre─. Sé de sobra lo que piensa la gente como tú y tu familia y no me podría importar menos. Sois mezquinos y despreciables. Pero quizá deberías plantearte el porque soy menos maga que tú cuando soy mejor que muchos de vosotros.
─Ah, ¿pretendes negar tu fascinación al descubrir que eras una maga? ¿al descubrir que podías formar parte de nuestro mundo, pese a ser una estafa? ¿serías capaz de dejarlo de lado?
No, no sería capaz. Pero afortunadamente tampoco tenía porqué renunciar a ello. Era quién era. No iba a renunciar a lo que era. No por gente retrógrada y fascista.
─Supongo que nuestras opiniones son irreconciliables ─zanjó ella fríamente─. Es imposible dialogar con una piedra.
El silencio se extendió de nuevo entre los dos, más profundo y hueco que el que había precedido a esa breve charla. Se negaba a mirar hacia el otro hombre, pero algo, tal vez algo en el aire o en la densidad de ese silencio, le dijo que este estaba furioso con ella. Pues muy bien, era recíproco.
Se forzó a dejar aquello de lado.
No podía creer que a estas alturas aún le escocieran ese tipo de opiniones hacia su persona, hacia su sangre. Que la herida aún permaneciera abierta para que gente como los Malfoy siguieran clavando el cuchillo dentro.
Se forzó a descansar.
Ni tenía los ojos húmedos ni le dolía el pecho.
Tardó un buen rato en conciliar un sueño irregular y, en su último pensamiento antes de que la consciencia la abandonara, pensó que no creía que existiera una palabra para describir a una persona tan tarada como para rescatar a un mortífago para que este pudiera seguir siéndolo.
